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Memorias (2)

en Gays

 

Lo mío con Nano duró un par de años, hasta que a él lo llamaron a filas, pues entonces la mili era obligatoria, y no lo volví a ver. Al parecer se echó novia en la ciudad a donde lo destinaron y cuando acabó se quedó allí.

Hasta ese momento yo había ejercido de tal y, como buena y entrenada zorra, me había emputecido hasta el punto de prestarme a sus amigos cuando estaban borrachos, a lo que yo, siempre vestida de chica totalmente, me dejaba y los complacía, y me complacía.

Pasaron unos meses desde que Nano se fuera y yo no hacía nada más que extrañarlo, desesperadamente, y rechazando toda invitación y provocación que recibía, y eran muchas. Yo ya tenía catorce años, estaba delgado, pero no escuálido, mi cara era de auténtica nena, la boca grande con labios gruesos, algunas pecas en mi nariz y bajo los ojos, que eran negros y almendrados. Mantenía el pelo corto, pero me ponía pelucas. No tenía tetas, pero mis pezones eran grandes y gordos, me encantaba que me los chuparan y pellizcaran. Mi culo, algo grande en comparación con el resto del cuerpo, era además redondo y respingón. En fin, si ya tenía problemas cuando iba vestido de chico, imaginaos lo que me decían cuando me vestía de chica.

Allí en el barrio, frente a mi casa, había una panadería y pastelería a la que iba a comprar desde que era pequeño. La panadera me conocía por tanto y tenía mucha confianza conmigo y mi familia. Ella fue la primera que supo que yo era gay y me trató siempre como a una chica cuando no había nadie en la tienda. Yo me sentía muy cómodo con ella y le contaba mis intimidades.

Cuando le conté lo que estaba sufriendo por la partida de Nano, me aconsejo que me olvidara y siguiera mi vida pues era demasiado joven para atar mi corazón. Me dio muy buenos consejos y fue como un bálsamo y una liberación.

Allí mismo, pero en la tahona, donde se hacía el pan y los pasteles, estaba la otra cara de la moneda: Braulio. Un tipo grande, peludo y fuerte, con la sensibilidad de un mico y que siempre me decía obscenidades cuando pasaba. Yo lo odiaba desde pequeño, pues era un guarro, zafio y mal hablado, por lo que lo evitaba al máximo.

Una mañana fui a por el pan y me atendió el, pues Ana estaba con su madre en el médico. Aunque al principio estuve tenso, al poco vi que se comportaba y perdí el miedo. Así los días pasaron y Braulio y yo, entre bromas, nos fuimos congraciando.

Un día me dijo:

– Debes perdonarme lo mal que te he tratado siempre…pero…

– No digas más, está todo perdonado.

– Me alegro, pero déjame continuar. La verdad es que me sentía atraído por ti, pero como eras tan pequeño era impensable el acercamiento. Luego, cuando escuché algunos comentarios, y te oí algunas confidencias, se me saltó el corazón del pecho– ante mi cara de asombro, dijo– Si, bueno, desde un lugar oculto de la tahona se escucha todo lo que se dice en le tienda…

            Yo me quedé de piedra, y ante mi azoramiento el continuó:

– No tienes nada que temer. Desde que se tu condición habrás observado que te trato mejor. ¿no?

–Sí, es verdad– admití algo nervioso y, para que negarlo, excitado.

– Y si no quieres que volvamos a hablar de esto, lo comprenderé y no oirás nada más por mi parte. Pero si lo piensas y decides que quieres algo de lo que puedo darte– y ahí no pude sino fijarme en el gordo bulto de su pantalón– ..pues esta noche estaré solo en la tahona. Sólo tienes que llamar tres veces y sabré que eres tú y te abriré.

            Dicha toda esta parrafada me dio el pan y yo me fui como flotando a casa.

            Pasé toda la tarde en mi cuarto entre excitado y nervioso. Dudaba. No sabía qué hacer. Él era mucho mayor que yo, por lo menos tenía treinta y cinco años. Pero ese corpachón tan fuerte, tan velludo…¿Cómo tendría la polla?...seguro que con ese bulto que había visto debería ser enorme, peluda, con grandes huevazos…uummmm…¡estaba que no podía más! Seguro que folla a lo guarro, bien fuerte, con sus huevos colgando… aahhhmmm… me obligará a lamerle todo, incluso su culo…Tuve que parar porque no quería pajearme. Mejor iba a la tahona y me corría allí.

            Cuando llegó la noche preparé una bolsa de deporte con la ropa de guerra, de guarra claro, algo de maquillaje y lubricante. Le dije a mi madre que iba a dormir a casa de un amigo y salí dirigiéndome muy nervioso hacia la puerta de la tahona.

            Llamé tres veces y, cuando casi me iba a ir, se abrió la puerta y me colé dentro. Unas manos fuertes me sujetaron desde atrás, abrazándome. Una de ellas cogió una de las mías y la llevó hacia atrás, donde cogí un trozo enorme de polla. Gemí y el echó hacia atrás mi cabeza y me morreo con pasión. Yo subía y bajaba por esa polla hasta sus peludos y enormes huevos y me moría por dentro por ser follada.

– Espera– le dije en un respiro– así no. Déjame que me ponga mi “uniforme”.

            El gruñó pero sonrió y me llevo al fondo del local, donde había un cuarto con un camastro y las paredes tapizadas de fotos de zorras desnudas. Yo me desnudé también en la penumbra del cuarto, con el sentado en el camastro y comencé a ponerme unas braguitas blancas de encaje, unas medias blancas también, unos zapatos de alto tacón, una minifalda negra… estiré mis pezones, calzando unos piercings de bolas en cada uno de ellos, me puse un top negro que dejaba ver mi ombligo, una peluca de media melena negra y por último me pinté los labios, pero no los ojos, pues había muy poca luz. Todo este ajuar, y mucho más que tenía en casa me lo fueron trayendo mis “clientes” cuando Nano me emputaba.

            La transformación le dejo estupefacto. Se lo vi en la cara.

– ¿Te gusta lo que ves?–  le dije contoneándome caminando delante suya– ¿Parezco una nena bien puta?

–¡Ni en mis sueños te había imaginado así! Eres perfecta– dijo. Y me cogió con suavidad de la mano y me puso frente a él. Me manoseó el culo, por entre mis bragas, subió por mi cintura hasta mis pezones y tiró de las bolitas estirándolos, lo cual me dio un calambrazo de placer– ¿Y esto? No lo había visto antes.

– Es un regalo de un antiguo amante. Porque has de saber que mis amantes me regalan cosas de nena para que yo no ande como una vagabunda…

–¡Yo te haré mucho regalos!– dijo totalmente entregado.

– Entonces yo te haré cositas como esta– y le empujé hacia atrás en la cama, me agaché entre sus piernas y empecé a chupar y mamar con un hambre total ese pedazo de rabo, grueso, largo, duro y babeante que tenía ante mí.

            Era con diferencia la polla más grande que había visto hasta ese momento, y había visto unas cuantas, pero de niñatos, eso sí. Tenía un capullo gordo y muy definido, con una rebaba gruesa y mortal. El tronco era venoso (¡como había supuesto!) más grueso por la parte media, y era muy peludo, casi ocultando su huevos, que no quedaban ocultos porque eran muy gordos y colgones.

            Mientras luchaba por que ese glande entrara en mi boca, no dejaba de pajearle y sobetear sus pelotas.

– ¡Si sigues así me voy a correr en tu garganta!

– ¡Hazlo, cabrón, lléname de tu leche! Tengo sed de lefa…– le dije calenturienta.

            Él no tardó en corrersse abundantemente y yo, como buena putita, me lo tragué todo, hasta la última gota. Hacía ya meses que no disfrutaba de mi bebida preferida…

            No se le bajaba la erección, así que seguí pajeándole suavemente. Él se incorporó, me alzó a pulso con sus fuertes brazos y me intercambió la posición. Quedé con mi culo en pompa en el borde de la cama.

            Metió sus manos bajo mi falda y bajó mis braguitas hasta medio muslo. Luego subió sus pulgares por la raja de mi culo y a la altura de mi ojete lo separó, forzando a mi ano a abrirse de par en par.

–¡Oohh! Que abierto lo tienes– y dicho esto metió su lengua dentro de mi culo, chupando y lamiendo y haciendo todo lo que sabía hacer con la lengua.

            Al cabo de un rato se levantó, me untó de lubricante y, agarrando su pollón, me dijo:

– ¡Mira hacia aquí! ¡Te voy a follar por el culo y quiero que veas como la tengo por tu culpa, so puta!

            Yo eché la vista atrás y le vi pajeándose lentamente la polla. Su glande salía y entraba de su funda y sus testículos rebotaban al compás. Yo no podía estar más caliente.

–¡Ay, cabrón, que pedazo de polla me vas a meter!¿A qué esperas? ¡Vamos, esta puta está esperando su ración de rabo y leche hace rato!.

            Con un gruñido animal clavó su gordo capullo en mi ano y comenzó a empujar despacio, pero con fuerza cada vez más a dentro del culo.

–¡Ay, ay!– me quejé falsamente– ¡Que me partes, cabrón! ¡Que tienes el rabo muy grande para mi culito! No creo que entre toda.

– ¡Calla zorra! Que tienes la mitad ya metida en el culo y te entra perfectamente. Ahora voy a meter de un golpe la parte más ancha, y tendrás toda la polla metida entera, pero solo cuando tú me lo pidas.

            Era cierto que sentía su rabo salir y entrar solo hasta la mitad, y me estaba dando un gusto enorme. Sobre todo cuando entraba y salía ese capullazo, tan gordo y perfilado. Pero yo lo quería todo. Así que forzaba ni esfínter a abrirse al máximo, esperando el momento de darle la orden de entrada. Cosa que me decidí tras unas cuantas embestidas.

– ¡Ahora, cariño, métela toda!

            El empujó con fuerza y toda su verga entró hasta el fondo de mi culo. Creí que me lo había roto, pero tras salir y entrar un par de veces noté que mi culo lo aceptaba de buen grado sin problemas.

–¡Ay, papi! Que gusto me estás dando por el culo. uuuhhmmm ¿Te gusta follarte a tu nena así?¿Como a una putita entregada?

– Me das todo el gusto que nadie me ha dado nunca, amor. Me gusta follarte el culito tragón que tienes y te lo voy a preñar de leche, putona..

– Síí…déjamelo bien abierto y baboso de tu lefa. ¡Dame, dame!¡Haz botar tus huevos para que salga más leche!... aaahhggg…. me corro… sííí… cabrón…

– ¡Toma polla, putona, toma!¡Como te la tragas entera! ¡Te entra hasta los huevos! Toma, zorra, toma, toma… aaahhmmmm… me corro….

            Una explosión líquida me inundó el recto, tan fuerte y abundante que salió por las comisuras de mi ojete cuando me embestía la polla dentro. Estuvo follándome aún un rato más. Luego salió de mí y se tumbó en el camastro.

            Yo, aunque rota, como buena puta que era, me acerqué a su rabo y relamí todo el semen que encontré, le mamé la polla y los huevos y una vez limpio todo, me acosté sobre su peludo corpachón.

            Ni que decir tiene que a partir de ese día fui su amante y entregada puta.