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La madre de Amanda

en Fetichismo

Mi tía Rose, la madre adoptiva de Amanda, mi prima y la vez ama y diosa a la que servía cada que estaba a solas. Ella no trabajaba, pasaba la mitad del día en casa haciendo las labores domésticas y la otra mitad del día en restaurantes con señoras que conocía en clubs. Su estilo de vida hacía que regularmente no supiera que demonios hacia su única hija (e igualmente hijastra), sin embargo, un sábado por la mañana descubre mis raros hábitos.

Después de una pijamada en casa de mi Amanda, donde por su puesto yo participe en forma de un esclavo, me levante en el cuarto de invitados y lo primero que intente hacer es descubrir quien estaba en casa. Estoy acostumbrado a esa casa, pero siempre acompañado de mi ama, en esta ocasión no es así. Recuerdo que la noche anterior mis primas me habían obligado a comer de sus pies y una de ellas, Angelica, había dejado en consecuencia sus calcetas llenas de azúcar y más porquerías, al verlas tiradas en el cuarto contiguo sé que eventualmente mi ama Amanda me ordenara limpiarlas de verdad, así que pienso en adelantarme y lavarlas a mano en el patio. Al tomarlas mi excitación vuelve y me las meto en la boca por unos momentos, tan solo para disfrutar del sabor de los pies de mi primita.

Al bajar por las escaleras no me encuentro con nadie, sin esperanzas empiezo a crear que olvidaron que algún día me levantaría y me encontraría totalmente solo en la casa, extrañado y sin saber qué hacer. Entro en la cocina y bajo un estante logro ver algo que me cautiva, ahí hay unas sandalias hawaianas algo descuidadas, la tierra ennegrecida hace capaz el ver la forma del pie de su usuaria, me arrodillo frente a ella y mi excitación vuelve, al tomarlas lamo varias veces por la parte donde los deditos deberían pisar y noto cierto sabor extraño pero suculento. Despreocupado hasta que oigo que alguien abre la puerta que conecta la cocina y el patio trasero, intento esconder las sandalias e irme de ahí, pero quien veo del otro lado de la puerta es mi tía Rose.

—¿Quién está ahí? —no tengo idea de que hacer, estoy en pánico.

—Soy yo, tía, Axel.

—Hay, Axel, que haces que parece que te escondes, pensaba que seguías dormido.

—Me acabo de despertar, tía —entonces ella ve que he movido las sandalias de lugar y duda.

—¿buscabas algo, sobrino?

—No, nada, es solo que no sabía quién estaba en casa.

—Amanda tiene prácticas y tu tío trabaja los sábados, así estamos solo tu y yo —mi tía calza entonces esas sandalias que yo estaba lamiendo hace un momento.

—¿Por qué me miras tan raro, Axel?

—No es nada.

—Bueno, ¿quieres que te haga el desayuno?

—Sí, por favor —recuerdo que aún tengo las calcetas de Angelica en mis manos e intento ponerlas en mi bolsillo.

—¿Qué traes ahí Axel?

—Yo, no, nada.

—Quiero ver lo que traes, eso es todo.

—No es nada —ella toma de mi brazo y con fuerza saca mi mano de mi bolsillo.

—¿Son acaso estas unas calcetas?

—Si, bueno…

—¿Y de quien son, Axel? Por qué no parecen ser tuyas.

—Yo me las encontré por ahí.

—Son de mi hija, verdad, dime ¿Por qué traes sus calcetas?

—No, solo las encontré y… —se me acabaron las escusas.

—Espera un momento —se quita sus chanclas y las mira con detenimiento —cuando entre ¿qué hacías con mis sandalias?, ¿por qué se sienten mojadas?, Axel.

—Yo… es que no sabía que eran suyas, tía, lo siento.

—Dime la verdad, ¿te gusta tomar el calzado de otras personas?

—Bueno… sé que no está bien y lo dejare de hacer, pero no me castigue ni le diga a nadie por favor.

—No te voy a castigar, Axel. Solo necesitaba que digieras la verdad. Ven siéntate —los dos nos sentamos en uno de los sillones de la sala.

—¿Te gusta robar cosas de los demás?

—No, no soy un ladrón.

—¿Entonces te gustan los pies ajenos? —no se ni como contestar a eso. —No tienes por qué avergonzarte chico.

—Es algo que la gente no ve muy bien, lo sé.

—No te preocupes, ese gusto es más común de lo que crees, aunque yo nunca he tenido la oportunidad de darle mis pies a un hombre.

—¿Por qué no? A mí me encantarían, sus pies son muy lindos tía.

—Hay, me alagas Axel, tú sabes que me gusta mucho ir al gimnasio, tal vez es eso lo que te gusta.

—Si solo tuviera la oportunidad me encantaría servir a sus pies. De hecho… —me arme de valor al observar una verdadera oportunidad —tía, ¿me dejarías adorar tus pies?

—Pero tú y yo somos familia, no creo que sea correcto…

—Vamos, por favor tía Rose —ahora me arrodillo frente a ella y tomo uno de sus pies con mi mano. Me acerco lentamente y beso su empeine.

—Axel, pero que haces…

—Está bien tía, se honesta, ¿acaso esto no te gusta? —ahora con mi lengua doy la primera lamida a su hermoso pie.

—Bueno… es algo difícil de explicar. Siempre he querido ser la dominante de la relación y todo ese rollo, pero realmente no sé cómo hacerlo.

—Es fácil, usted manda, hace lo que le dé la gana y yo—su esclavo—la obedezco sin rechistar.

—¿Y tú estás bien con todo esto?

—Por supuesto, ama Rose.

—¿Ama?

—Es así como debo llamarla, ama. ¿Ahora que necesita que haga? —ahí, arrodillado frente a ella, con la mirada baja, sumiso, mi tía empieza a verme con lujuria.

—Realmente me gusto cuanto lamiste mi pie, quisiera que lo volvieras a hacer.