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13 de Javi y su hermana

en Amor filial

 

 

De verdad que no sabía bien lo que le veían. Estaba un poco escurrida de caderas y no tenía muchas tetas. Un puñado, todo lo más. Se había puesto un vestido negro, corto, suelto y sin mangas, muy de su estilo. Ella estaba ahora saliendo con un chico que se llamaba Eduardo y yo con Lolita S. J., y cenábamos en un restaurante del extrarradio. Nos habíamos respetado hasta ese momento. Yo a veces notaba esa mirada oblicua que ella lanzaba a los varones cuando quería algo de ellos; nos conocíamos tan bien...  Habíamos hecho un pacto no expreso: cada oveja con su pareja, y no había sido nada fácil respetarlo. Nos había costado como quitarnos de una droga, sobre todo mientras convivimos en casa. Cuando ella se fue a vivir con Eduardo, ya no hizo falta esforzarnos tanto. Ahora estábamos cenando como dos parejas bien avenidas, disfrutando de la comida y de la conversación, sin embargo, había algo que me disturbaba: la forma de comer de mi hermana. Conocía tan bien esa forma de comer... Esa forma descuidada, sirviéndose demasiado de las manos, mascando la comida con cierto deleite que no tiene mucho que ver con la comida, dejando que los bocados que toma le manchen la boca. La mesa era pequeña y ella y yo dábamos codo con codo. En un momento en que los otros dos hablaban muy animados, se dirigió a mí.

-¿No lo echas de menos?

Me entró un acaloramiento repentino y solté el tenedor en el plato. Podría haberle dicho: Déjalo, estar, Bego; pero, en cambio, me hice de nuevas, sabiendo que ella sabía que era la señal inequívoca de  haber recibido el mensaje.

-¿El qué?

Ella dijo ese "Ya lo sabes" que lo significaba todo. Mentí sabiendo que ella sabía que ese no quería decir justo lo contrario.

-¿Y tú?

Me miró de reojo, luego trinchó un poco de carne.

-Sí. A veces.

Ella no tenía tonterías como yo.

-Bueno, ahora tenemos cada uno nuestra pareja.

-¿Y qué, Javi? ¿No podemos hacerlo de vez en cuando? Nadie lo va a saber. Nadie lo espera. Somos libres de hacerlo. Ya quisieran otras parejas tener esa posibilidad.

Miré a los otros dos.

-¡Bego, por favor!

-No lo entiendes, Javi. No es ponerle los cuernos a nadie.

-¿Que no? ¡Dice que no!

-Eres imbécil. Siempre lo has sido.

Hablábamos sin tener un especial cuidado con el tono, como si nadie pudiera entender de lo que hablábamos. Misteriosamente, las palabras se moldeaban como susurros inaprensibles.

-Si volvemos a hacerlo, volverá a pasar lo mismo. No podremos parar. Y llegará un momento en que todo el mundo se entere y nos cueste la misma vida.

-Sabes muy bien que eso no sucederá.

-¿Por qué?

-Porque nunca permitiremos que nos pillen.

Esa seguridad suya y esa indolencia eran tan aplastantes, que no había nada que objetar. Lo había conseguido, la pija se me había removido bajo la bragueta. Maldita mocosa, siempre se salía con la suya.

-No lo vamos a hacer, ya te lo digo. Estoy muy a gusto con Lolita. Ya te puedes ir mentalizando.

Me eché para atrás, cogí la servilleta de mi regazo y me limpié la boca. Ella echó un vistazo abajo y luego me miró con esa mirada suya de "comprendo muy bien lo que me dices". Yo la miré al escote. Sus frutitas blancas campaban a sus anchas debajo de la tela negra. Luego a la cara. A esa cara seria de mi hermana y a la vez tan sensual y recatada. Pensé que su cara era de alguna forma espejo de su coñito. Un coñito respingón y recatado pero al mismo tiempo ávido y lujurioso como él solo.

-No llevas sujetador.

-No. Hoy no me lo he puesto.

-¿Por qué?

-Por nada, me apetecía ir así.

-¿Bragas tampoco?

La palabras bragas suponía un peligro en ese contexto. Te la pueden leer en los labios fácilmente. Me arrepentí de haberla utilizado.

-Eres idiota, Javi. No me está gustando.

-Perdona.

Me miró reprendiéndome. Yo humillé el gesto para volver a disculparme. No tenía que haber dicho eso.

-¿Tú crees que soy una puta?

Insistió y con razón.

-Dime.

Dije que no, avergonzado de lo que había dicho. Ella dejó pasar un poco de tiempo. Luego se acercó a mi oído para hablarme con esa vocecita que dios le había dado.

-Pero lo que sí soy es puta.

Se retiró para mirarme a los ojos y comprobar el efecto que eso había causado en mí. Se acercó de nuevo para continuar la confidencia.

-Sobre todo contigo.

Me provocó una erección instantánea, brutal. Me cubrí con la servilleta instintivamente.

-Tienes la polla más molona de cuantas he conocido.

 Ya vi que se había desatado la guerra. Los disparos no eran de fogueo. Entonces fui yo quien se acercó a ella.

-Y tú el coñito más estrecho, húmedo y lujurioso.

Aparentemente, como si ella estuviera hablando de cosas sin importancia, como si no dijera nada, como si la conversación fuera sobre algo inocente. Qué bien lo sabía hacer.

-No sé lo que pasa, pero nada es igual que cuando tú me besas o cuando tú me la metes, ¿comprendes? Es demasiado dulce, demasiado bueno.

Dije un sí no muy convencido. Y contraataqué.

-Eso es porque ese coñito respingón me la atrapa de la manera en que me la atrapa y me hace enloquecer.

Nos miramos encendidos. Miramos a los otros. Los otros seguían con su conversación.

-¿Se te ha puesto dura, Javi?

-¿Tú que crees? ¿Y tú, cómo estás?

-Me está bajando por la pierna.

-¿Por la izquierda?

Era la de mi lado.

-Sí.

-Eso está bien.

-¿Quieres comprobarlo?

-Estás loca. Como una cabra.

Se giró hacia mí para que no tuviera que esforzarme mucho, apoyando un codo en la mesa. Me parecía una locura, una locura de pura demencia, pero pudo más el morbo. Llevé la mano con todo el disimulo que pude a su rodilla, la dejé ahí como si me estuviera apoyando en ella. Luego moví la mano muslo arriba por debajo de la falda hasta que el meñique topó con la humedad. Restregué el dedo en ella, le toqué en las bragas y saqué la mano enseguida. Atrapé su mano con la misma mía y la llevé ahora a mi rodilla. Ella la hizo volar hasta sentarse un momento en mi paquete. La retiró enseguida, como no podía ser de otra manera. Recuperamos la postura y ella se acercó de nuevo a mi oído.

-Lo quiero, Javi. Haz algo.

-Ya estás con las chiquilladas.

-¿Por qué?

-Tu verás si lo podemos hacer aquí.

-No.

Echó un vistazo general al restaurante, luego miró a los otros dos. Les habló y les dijo que íbamos a dar una vuelta, a que nos diera un poco el aire, en verdad lo necesitábamos. Que si no les importaba. Dijeron que no, que cómo les iba a importar. Cuando ya nos habíamos levantado con la intención de salir de la sala, les oí comentar lo bien que nos llevábamos, lo buenos hermanos que éramos.

Siempre me asombraba su capacidad para remover obstáculos. No los había. Mientras salíamos trazando un camino sinuoso entre la mesas, le dije que estábamos como una regadera, como una auténtica regadera. Ella ni se inmutó. Cuando desembocamos en un pasillo, ella se dirigió hacia adentro, en lugar de hacia la puerta de la calle. Dentro estaba la recepción del hotel y yo dije: ¡No, por favor! Ella preguntó a la recepcionista si tenían alguna habitación libre. La recepcionista dijo que tenían muchas, que podíamos elegir.

-Una de matrimonio -dijo mi hermana. Y le tendió su documento y la tarjeta.

Estábamos de atar, de manicomio, no de matrimonio. Tomamos el ascensor y nada más cerrarse la puerta la atrapé por la cintura. Ella me cogió de la cabeza por las orejas. Nos morreamos durante los pocos segundos que tardó en subir. Entré a la habitación con ella agarrada por detrás, tocándole las tetas, apretándola de las caderas contra mí. Ella girándose para darme un poco de lengua. Se dejó caer en la cama con las piernas abiertas, una cayendo por un lado y descansando el pie en el suelo. Me desnudé de cintura para abajo y la pija se armó como una lanzadera.

-Házmelo, Javi.

Estaba borracha de sexo, yo la conocía tan bien... Habría estado bebiendo durante días hasta coger esta borrachera. Se le veían las braguitas, unas braguitas blancas, con una gran mancha en la entrepierna. Se las quité. Me senté en la cama, entre sus piernas, y le toqué la barriguita, el vientre, el pubis. Le pasé un dedo por las ingles.

-Estamos como una regadera, como una auténtica regadera.

Ella solo dijo un sí con ese hablar gangoso de los borrachos.

-Házmelo, Javi, por favor, quiero que me lo hagas.

-¿Y si me niego?

-No seas payaso.

Se incorporó, se sacó el vestido por la cabeza. Yo me arrodillé en la cama y acerqué la punta de la pija a uno de sus pezones. Ella empujó el busto para que chocaran. Siguió empujando como si el pezón y la polla estuvieran follando. Luego hizo lo mismo con el otro. Los tenía duros como piedras, yo la pija tensa como la cuerda de un laúd. Luego me dio unos lametones en el glande y se volvió a tumbar. Le rebañé el coñito con una mano.

-¿De verdad que no echas de menos esto? -me preguntó.

Le besé el coño, le metí la lengua con delicadeza.

-Pues claro que sí, idiota.

Me atrapó la cabeza e hizo que aplastara la boca contra su sexo. Luego me la movió para que siguiera con el masaje. Toqué con la punta de la lengua poniéndola todo lo dura que podia en su botoncito y gimió como ella gata. Tiró de mí hacia arriba.

-¿A cuántas te has follado ya?

Me tumbé sobre ella y apoyé la pija en su raja.

-¿Por qué lo quieres saber?

-Por nada, por saberlo.

-A cinco.

Le metí el glande y de seguido toda la pija. Tenía que apretar el culo para colársela hasta el fondo. No era coser y cantar, como con otras. Una vez dentro, me hacía enloquecer, eso no había variado.

-Ummm, eso está buenísimo, Javi, buenísimo.

-¿Buenísimo?

-Sí -dijo arrastrando la lujuria en la palabra-. ¿Cuánto hacía ya? ¿Y te ha gustado alguna más que yo?

-¿Más que tú? Sí, todas.

Se rió y yo disfruté de esa risa como una de las cosas más finas y delicadas de las que un hombre puede disfrutar. Ese temblorcillo del vientre, esa correspondencia en la vagina y ese gusto finisimo en la pija. Ella sabía muy bien que "Sí, todas"  equivalía a ninguna como tú.

-¿Y tú, cuántas pollas has probado ya?

Levantó las manos para marcar con los dedos seis.

-¡Vaya, me llevas una de ventaja!

Se la saqué despacio, me levanté. Ella se incorporó, se recostó sobre la almohada y el cabecero. Me la cogió. Flexionó las piernas y tiró de mí hacia ella. Yo hinqué las rodillas en el colchón y me fui acercando. Ella me siguió tirando de la pija hasta que se metió la punta en su coñito. Me miró. La miró.

-Ninguna es como esta.

Di empujoncitos metiéndola y sacándola un poco. Ella miraba cómo se lo hacía, como mi pija entraba y salía un poco de su coñito.

-No sé por qué. Está buenísima, Javi.

-A mí me vuelve loco el tuyo.

Me agarró la cabeza para besarme.

-No te lo había oído decir hasta ahora. Dímelo otra vez, por favor.

-Me vuelve loco tu coño.

Me mordió, me dio lengua y luego volvió a morderme.

-Dilo otra vez.

-Me vuelve loco este coñito.

-Y a mí tu polla.

Nos empleamos en comernos por todas partes. Yo me llevaba bocados en el hombro o en la punta de la pija o en los huevos, ella en las tetas o en las nalgas o en los tobillos, nos devoramos por todo el cuerpo. Yo me puse a cuatro patas, con la pija colgando hacia abajo, y ella se deslizó debajo de mí metiéndosela en la boca. Yo le comí el respingón a placer y hasta le limpié el ano con la lengua. Luego al revés, y me colé boca arriba entre sus piernas para atraer hasta mi boca su sabroso manjar mientra ella hacía lo posible por tragarse mi herramienta. Deshicimos las posturas, nos íbamos a correr. Nos sentamos sobre la cama. Nos acercamos unos besos simples, sin lengua. Mi hermana tenía la cara encendida, los ojos brillantes, la boca entreabierta. Se tumbó en el centro, abrió y flexionó las piernas.

-Entra, Javi. La quiero aquí -dijo tocándose.

Javi condujo la polla hasta su raja, entre los dedos de ella que lo abrían, y se la encasquetó por completo.

-¿Te gusta así, asquerosa?

-¡Oh, sí, mucho! Mucho.

No hacía falta decir nada. La tenía dentro y me apoyaba en el colchón con los brazos extendidos. Ejercía mucha presión pero sin moverme. Entonces ella, como si comprendiera el mensaje, empezó a menear el culo, a dar empellones hacia arriba.

-¡Babosa asquerosa...! ¡Cómo me pones!

Incrementó la frecuencia y la potencia de sus embestidas. Mi pija entraba y salía sin que yo hiciera nada. Empezó a jadear, a gemir como una genuina gata. Yo la hice parar, nos íbamos a correr demasiado pronto. Entré y salí despacio de ella, para marcarle calma. Ella me rodeó con las piernas y me clavó un talón en el culo.

-Folla a tu babosa asquerosa, venga.

Yo me empleé en hacerlo despacio, con calma, aunque sin mermar la potencia. Entrando y saliendo de aquella estrecha y deliciosa cueva que mi hermana tenía entre las piernas.

-Siempre seré tu babosa asquerosa, tu chocho loco.

Luego aceleré y ella ya no pudo contenerse. Se acompasó conmigo en las embestidas, en los choques de pelvis, en los mete y saca, y yo sentía venirme en aluvión el estremecimiento más salvaje. Me mordía en la oreja y comenzó a jadear, a gemir.

-La quiero toda, Javi, toda.

Movía el culo de un lado a otro, empujaba y empujaba.

-¡Métemela toda! ¡Dámela toda! ¡Córrete dentro de mí! ¡Así! ¡Así! ¡Así!

Explotó con aquellos grititos seguidos entrecortados, con aquellos temblores de culo y de piernas, aquellas convulsiones espasmódicas, mientras me clavaba las uñas en la espalda. Y yo sentí morir del gusto dentro de ella, dentro de aquella estrecha cavidad, deshacerme ahí dentro en tiros de leche. Convulsionaba y disparaba nuevamente. La saqué empapada. Todavía me venían nuevos espasmos y la pija echaba goterones. Le cayeron en el vientre y en el ombligo, en las tetas, mientras la desplazaba a su boca. Tenía el pelo desmarañado y la cara blanca. Se la puse justo encima y ella la chupó con una boca todavía floja.

-¡Babosa asquerosa...!