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La maravillosa Ella

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Sólo había que tocar. Levemente presionar medio segundo el botón del timbre o dar cuatro toquecitos a la puerta, quizá tres, discretos, considerados, y hacerlo ya, sin más tardanza, no fuera a ser que algún vecino la mirara ahí parada dándole mucho qué pensar, qué sospechar, qué chismorrear entre el resto de vecinos: “Imagínese, doña Chonita, con una falda así de corta —señalando en su propia pierna dónde acababa y todo lo que dejaba ver—, y unos tacones de esos que yo no sé cómo hacen algunas para no caerse, del tipo que yo no me pondría nunca, no sólo por lo incómodos sino porque, bueno, sólo cierto tipo de mujeres usan esas cosas”, seguiría diciendo la chismosa vecina, poniendo cara de espanto e indignación ante las réprobas costumbres del vecino de al lado. “Pero, fíjese, doña Chonita, el caso es que a lo mejor, bueno, a lo mejor ni era mujer… a mí se me hace que era uno de esos jotos vestidos, porque, mire nomás, tenía los hombros anchos y unas caderas flaquísimas, las manos más bien grandes y, si hubiera podido ver más de cerca, seguro que también le hubiese notado la manzana de Adán, que como sabe las mujeres no tenemos, las mujeres de verdad quiero decir, porque…”

—¿Quién? —escuchó preguntar la chica del otro lado de la puerta, apartándola de pronto de sus cada vez más paranoicos pensamientos.

—Soy Dulce —contestó ella con voz discreta, mirando hacia la mirilla de la puerta desde donde seguramente el otro la estaba en ese momento observando.

Sin replicar nada más, se escuchó entonces el ruido de un par de cerrojos, el girar de una llave y finalmente el chirriar poco agradable de los goznes.

Un sujeto de quizá cuarenta años, o poco más, apareció ante la puerta abierta, mirándola de arriba abajo, algo ceñudo, desconfiado quizá o algo molesto, ella no sabría decir, aunque, de cualquier forma, controlando los nervios y mostrando su nivel profesional, ella le sonrió y le dijo “Hola, buenas noches”, a lo que el tipo tan sólo respondió haciéndose a un lado, luego de mirar hacia la calle a derecha e izquierda.

—Pasa —le indicó, y cuando ella atravesó el umbral volvió a cerrar con aquel chirrido horrible de goznes oxidados, colocando luego todos aquellos seguros, lo que inevitablemente le hizo sentir escalofríos.

“Si se le ocurriera matarme, o algo peor (pues seguro que hay cosas peores), no habría nada que se lo pudiera impedir, ni nadie que se diera cuenta”, pensó entonces, con una especie de terror rápidamente controlado, de tragedia aceptada desde hacía tiempo, si bien aún creía que el gas pimienta o la navaja sacados a tiempo bien podrían disuadirlo un poco si acaso se le ocurriera intentar algo.

—¿Quieres tomar algo? —le ofreció el hombre, sirviéndose él mismo de una botella de güisqui.

—No gracias, no hace falta —respondió ella, siempre sonriendo, procurando no parecer en modo alguno desatenta.

—También tengo cerveza —insistió el sujeto, que por primera vez le sonrió ligeramente, intentando sin duda no parecerle tan huraño.

—No, de verdad, casi no me gusta tomar.

—Bueno, como gustes —dijo él, y, de un trago, se tomó el contenido de su copa.

Era grueso, no muy alto aunque sí un poco más que ella, usaba una descuidada media barba de varios días y sus cabellos ya muy canos adornaban revueltos su cabeza. Seguro que no se había bañado en dos o tres días. Tal vez más.

No obstante todo eso, en conjunto tenía buena pinta, un cierto aire trágico, casi poético, con sus ojos más bien tristes rodeados de marcadas ojeras tal vez de insomnio, que justo en ese instante la examinaban con cansada curiosidad.

—¿Quiere que vayamos al cuarto? —le preguntó ella, un poco incómoda de pronto, manteniendo en todo instante una actitud amable, un rostro afable que sonreía no sólo con los labios sino con los ojos, al convencerse ella misma que estaba ahí por gusto y justo con quien deseaba… Un útil ejercicio mental que no siempre funcionaba.

—No… no… Bueno, no sé —dijo entonces el hombre, confuso, desviando la mirada y poniéndose a cavilar, con la copa de vidrio ya vacía en una mano, como intentando decidir qué era lo que había que hacer. Era posible que nunca antes hubiese pedido un servicio como aquel.

—O podemos platicar un poco, si prefiere —sugirió ella, mirándolo algo turbado, ella misma un poco más segura o menos suspicaz que al inicio.

—Sí, claro —replicó él, aunque, sin saber todavía qué hacer o qué más añadir, se quedaron frente a frente un par de segundos más.

—¿La cerveza es oscura? —preguntó ella, sabiendo que de esa forma sería más fácil para ambos.

—Sí, tengo oscura, ¿una Bohemia está bien?

—Perfectamente, gracias.

Tras destaparle una botella, él se sirvió otro güisqui y le indicó con un gesto el sofá y se sentaron.

—Así que… ¿vives solo? —empezó ella, sentada frente a él cruzándose de piernas.

—Sí, sí, desde hace mucho. Soy divorciado.

—Ah.

—Casi siete años.

—Vaya, eso ya es algo.

—Sí.

Una vez más, extraños al fin y al cabo, faltos de inspiración, ambos miraron a otro lado y acabaron dando un trago al mismo tiempo.

—¿Y tú… bueno… hace mucho que… te dedicas a…?

—Un par de años.

—Ya.

—Es complicado sin papeles hallar trabajo… de otro tipo.

—Sí, me imagino.

—¿Tú qué haces?

—Escribo, esencialmente.

—¿Escribes?

—Sí… bueno… escribo artículos, críticas literarias y a veces algún ensayo.

—¿Sí?

—No son gran cosa, pero me dan para ir tirando.

—Un poco me diste aire de poeta cuando te vi.

—Je, je, no… poeta es mucha cosa, yo soy más bien escritor por encargo.

—¿Y ahorita estás escribiendo algo?

—Acabo casi de terminar un artículo sobre una novela que va a salir la semana que entra… La editorial nos manda un ejemplar y, bueno, yo lo leo y escribo algo al respecto… casi siempre elogioso, o no tan severo.

—¿Por qué?

—Porque así te pagan más, y te siguen dando trabajo.

—Como en todo.

—Como en todo, sí, supongo —replicó él, volviéndose a sonreír, con una mezcla de vergüenza y complicidad hacia ella.

—¿Y qué tal la novela… siendo honestos?

—No era mala… tampoco era buena, es de esas que aparecen por docena cada mes.

—Creo que nunca me he leído una novela completa en mi vida… a no ser El Principito, ¿ésa es novela, no?

—Supongo que sí.

—Y Hamlet, ésa me la leí después de que viera la película.

—¿Cuál de todas?

—No sé, ¿hay muchas?

—Je, je, muchísimas.

—No sé, una con Mel Gibson.

—Ya, sí, creo haberla visto.

Se quedaron otro momento en silencio, bebieron un poco más, ella miró con algo más de interés el lugar, de paredes algo sucias y techo bajo, amueblado escuetamente, malamente, con sólo lo al parecer indispensable, y lo mismo la pequeña cocina, meramente funcional; seguro que no recibía muchas visitas.

—Eres linda —mencionó él de pronto, atrayendo de vuelta su atención.

—Gracias —replicó ella, ampliando su sonrisa.

—Seguro que si te hubiera visto en la calle no creería que… bueno…

—¿Que me he leído Hamlet?

—Je, je, sí, que te has leído Hamlet.

—La verdad yo no me gusto mucho, pero es lo que hay.

—¿Por qué no?

—Por todo.

—¿Todo… qué?

—Todo lo que me sobra, todo lo que me falta —replicó ella, de pronto pensativa, mirándose sin demasiado entusiasmo hacia abajo.

—De veras que eres muy linda, no deberías sentirte mal.

—Ji, ji, no me hagas caso —dijo ella de inmediato, recobrando la compostura, la sonrisa, pues ponerse melancólica era algo que no podía darse el lujo con un cliente.

—¿Y… tomas hormonas… o algo?

—Sí, desde hace unos años, aunque no se nota mucho, la verdad —volvió a mirarse, incapaz de no recriminarse por su cuerpo.

—Yo diría que sí se nota, precisamente porque no se nota.

—Ji, ji, ¿sí?

—Sí.

—Llevo un poco de relleno aquí y allá, no te creas que las hormonas hacen mucho.

—Ya. Pues aun así.

—Eres lindo —dijo ella, espontáneamente coqueta.

—¿Sí? La verdad es que no lo soy.

—A mí me lo pareces.

—H’m.

No muy lejos, a unas cuantas casas en alguna imprecisa dirección, se escuchaba un par de voces gritándose en mal tono, un hombre y una mujer, aunque no se alcanzaba a distinguir muy bien lo que decían.

—Entonces… mmh… —musitó ella tras un instante escuchando aquello, sin atinar qué más decir o qué otra cosa poder hacer.

—Te puedo pagar más, no hay ninguna prisa.

—Bueno, no es prisa… es sólo que… bueno, no hay realmente necesidad, digo, si quieres podemos seguir platicando, pero no hay problema si sólo quieres…

—Está bien así.

—Mmh… okey.

—¿Te puedo preguntar otra cosa?

—Pregunta lo que quieras, de verdad.

—A lo mejor es una estupidez, pero…. No sé.

—¿Qué cosa?

—No sé cómo preguntarlo.

—Pues hazlo y ya —volvió a sonreírle ella, con la botella de cerveza casi vacía.

—Y además seguramente podrías mentir y ya…

—No, cómo crees, ¿por qué te iba a mentir?

—No sé, por esto o por aquello; todos decimos mentiras hasta cuando menos lo esperamos.

—¿Crees?

—Creo, sí.

—¿Y si te prometo que no te voy a decir mentiras? —preguntó ella, dejando a un lado la botella, mirándolo más atrevida que antes.

—¿Te gusta hacer… esto? Es decir, no… me refiero a que… ¿no te disgusta tener que hacerlo? A mí la verdad me daría un miedo enorme tener que ir a la casa de un tipo que no sé ni qué malas manías tendrá.

—¿Tienes malas manías?

—No… o no creo, no sé en realidad qué serán realmente las malas manías, o dónde está el límite de lo malo de verdad, con las cosas raras que le gusta hacer a la gente.

—Dímelo a mí.

—¿Te han tocado tipos raros?

—Y tipas también.

—¿Sí, tipas?

—Cada quien sus gustos, y mientras no me maltraten y me paguen, yo no juzgo.

—¿Cómo qué?

—¿Qué tan raro?

—Sí.

—Hay de todo. La semana pasada estuve con un matrimonio, ya algo entrados en años los dos, no menos de cincuenta, y me tocó hacerla de activa con el marido, vestido de sirvienta, mientras la mujer nos miraba.

—Vaya… aunque seguro habrá cosas más fuertes.

—Sí… o al menos más cochinas.

—¿Sí? ¿Cómo qué?

—Mmh… ahora no sé si podría decirte… algunas veces no es precisamente fácil de contar.

—¿Y si te cuento algo yo primero?

—Ji, ji, supongo que ayudaría. Pero tiene que ser verdad.

—Ciento por ciento verdadero.

—A ver —exclamó ella curiosa, tomando nuevamente la cerveza sin recordar que ya estaba vacía.

—¿Quieres otra?

—Pues… no debería… bueno, sólo una.

—Vale.

Él se levantó por un par de botellas, las destapó y volvió a sentarse frente a ella.

—Había por donde yo vivía un chico, o más bien un chico-chica, algunos años mayor que yo, de piel muy morena, a quien todos molestaban, se burlaban, a veces le pegaban, por lo amanerado que siempre fue, aunque yo en particular nunca entendí qué era eso tan malo que tenía, y, al contrario, no sé por qué, incluso me pareció algo curioso, interesante, sobre todo cuando, estando yo en secundaria, este chico comenzó de plano a usar jeans muy ajustados, blusas y hasta brasier, pues empezaron a crecerle un poco los pechos… No sé por qué, pero aquella mezcla de macho-hembra comenzó a llamarme enormemente la atención, al grado que, cuando salía de casa, siempre andaba con ojo avizor para encontrarla, deseando topármela en alguna calle, si bien, cuando aquello en efecto ocurría, lo único que hacía era desviar la mirada, a veces cambiar de acera sin decir nada y alejarme…

”Hasta que un día, estando yo ya a punto de salir de secundaria, yendo con algunos compañeros nos la topamos en la calle, y ellos, claro, de inmediato se burlaron, la insultaron, si bien, acostumbrada quizá desde hacía mucho a aquello y siendo además nosotros no más que unos escuincles, ella sencillamente se alejó sin hacerles caso. Aquello me sentó mal, por supuesto, que me viera con aquellos imbéciles y me tomara por uno de ellos, y lo peor era que yo no había podido decir nada para defenderla, no hice nada aparte de sentirme mal, porque no habría podido, me habrían tomado a mí también por un raro, puto, maricón… y me callé.

”No me acuerdo siquiera qué acabé haciendo aquella tarde, pero, ya de regreso, a punto de oscurecer, de buenas a primeras me la topé en una esquina; venía quizá de comprar el pan porque llevaba una bolsa, y, como siempre, incapaz de sostenerle la mirada tan sólo me hice a un lado para dejarla pasar; sin embargo, así de pronto, mientras ella ya reanudaba el paso, de mi boca sencillamente salió un “Perdona… por… hace rato”, que la hizo detenerse y volverse hacia mí. “No te disculpes, tú no hiciste nada”, me respondió, en un susurro, mirándome con unos brillantes ojos negros. “No… yo… Son unos idiotas, no les hagas caso.” “Sí, ya lo sé. No lo hago”, replicó y, de pronto, se sonrió, me sonrió, haciéndome sentir una especie de relámpago recorriéndome el espinazo. “Bueno, bye”, me dijo luego, sin dejar de sonreír, a lo que yo respondí sólo con otra sonrisa.

”A partir de entonces comencé a saludarla cada vez que la veía, al principio todavía cohibido por la gente que nos veía, pero, como no pasaba de un simple “hola” o un movimiento leve de mano, la cosa no era tan complicada; unas cuantas veces, eso sí, mientras iba con un amigo, la cosa se volvía tan difícil que ella misma debía notarlo y, para evitarme el conflicto, se hacía la desentendida y pasaba de largo, haciéndome sentir quizá peor, pues en el fondo bien sabía que no habría tenido valor para saludarla abiertamente frente a alguno de mis compañeros de la prepa o mi familia… Pero un día ya no la vi más. Pasaron varios meses y no me la volví a encontrar, por más que salía a todas horas y daba vueltas por las calles alrededor. Nada. Se había ido. Y yo ni siquiera pude decirle… nada, nada de nada, aparte de un bobo “hola” de cuando en cuando, que no servía de nada, que no significaba nada, que la habrá hecho creer que, aparte ser quizás amable, no me importaba en realidad…”

—¿Pero sí te importaba? —interrumpió Dulce, incapaz de refrenar su boca.

—Sí… me importaba. Me gustaba. La quería incluso con un lejano amor platónico, me habría encantado de verdad poder sentarme a platicar con ella, conocerla un poco más, conocer lo que fuera en realidad, pues ni su nombre sabía, quizá besarla, sí, porque eso sí que lo pensé muchas veces, lo imaginé mil veces mientras a solas me masturbaba en mi habitación, y sí… la cosa es que al final también comencé a desearla, fue con ella que mi joven libido despertó, se encendió por primera vez quién sabe por qué; es decir, yo no me consideraba homosexual, no me llamaban para nada la atención otros hombres, la verdad me habría dado incluso asco, pero ella era distinta, ella no era un tipo, era solamente una chica peculiar, y a mis ojos tan linda como cualquier otra, puede que más, no sé, no parecía hombre por ningún lado, no con esa carita morena tan linda, con esas tetitas que misteriosamente le crecieron (ahora sé que debió tomar hormonas) y, sobre todo, ese traserito tan precioso que tenía, tan llenito y respingón, con unas nalgas tan hermosas que me era imposible no mirar embelesado cada vez… En fin. Se había ido, y todo pareció terminar ahí.

”Un par de años más tarde, sin embargo, caminando sin rumbo por las infinitas callecitas del Centro pensando en nada, de buenas a primeras me la encontré, o eso me pareció al menos luego de alzar la mirada del suelo, aunque, un segundo después, mi cerebro me indicó que no era posible: se parecía mucho, eso sí, pero era una chica en minifalda de cabello muy largo, muy esbelta, con un llamativo collar al cuello de no sé qué tipo de piedra negra, y, cuando al alzar de nueva cuenta la mirada hacia sus ojos me sonrió, no pude más que hacer lo mismo. Se acercó. Su sonrisa se hizo aún más amplia, ladeó un poco la cabeza y, ante mi asombro mudo, tan sólo preguntó: ‘¿Cómo has estado?’ Era ella. Era ella de verdad. Y estaba tan linda. Mucho más que antes. Que nunca. Y, controlando de repente el trepidar de mi corazón, alcancé a balbucir: ‘B-bien… muy bien, y tú?’ ‘Muy bien también, gracias, ¿qué andas haciendo?’ ‘Pues… nada, en realidad, perdiendo el tiempo nomás.’ ‘¿Sí?... Mira que has crecido’, me dijo, mirándome más atentamente. ‘Un poco, creo… y tú… bueno… tú…’ Se sonrió de nuevo, se rio contenta, divirtiéndole quizá un poco mi asombro. ‘¿Yo qué?’ ‘Te ves muy linda.’ Nos miramos nada más un rato, no de manera incómoda sino… bueno, no sé, nada más nos miramos, hasta que, unos segundos después, se acercaron unos cuantos chicos a nosotros. ‘¿Nos vamos?’, le preguntaron. Eran guéis, muy amanerados algunos, y todos se me quedaron viendo, como preguntándome quién demonios era yo y qué rayos hacía ahí. ‘¿Quieres venir?’, me preguntó entonces ella volviéndose hacia mí. ‘¿A dónde?’ ‘Una fiesta, claro.’ ‘Ah… pues… no sé, yo no…’ dije confuso, mirando a esos sujetos que llamaban tanto la atención a nuestro alrededor, pensando y temiendo como antes en lo qué podrían pensar de mí, pero, en todo caso, mirándola ahí a ella, frente a mí, aparecida de repente, como un milagro, sencillamente dije: ‘¿Tú vas a ir?’ ‘Pues claro, tontito.’ ‘Okey, vamos’.

”Nunca había estado en una fiesta semejante, de ‘ambiente’ quiero decir, y era obvio que todos ahí eran guéis, lesbianas, travestis, y si bien, todavía por un momento, me estuve diciendo que yo ahí no pintaba nada y lo mejor era largarme en ese instante, la cosa es que no me fui, saludé a todo mundo, conforme ella me los iba presentando, y en realidad me trataron todos tan bien, parecían tan en verdad simpáticos y amables que poco a poco me relajé, me dejé llevar por ella, platicamos un poco en los momentos en que nos quedábamos algo solos, o yo al menos intentaba distraerla de los demás, si bien no sabía siquiera qué palabras utilizar, sobre qué hablarle, qué preguntarle, hasta que, de plano, tomé aire e, intentando parecer divertido, le pregunté: ‘Bueno… y a todo esto… ¿cómo te llamas?’ Ella entonces me miró divertida, algo achispada, y respondió: ‘Adivina’. ‘Dime, anda’. ‘Eres una lindura, ¿lo sabías?’ ‘Dime.’ ‘Sólo si admites que te gustaba.’ ‘¿Que me gustaba… qué?’ ‘Yo, menso, yo te gustaba.’ Se rio de nuevo. ‘¿Yo te gustaba a ti?’, le respondí con otra pregunta. ‘Eras lindo, y al menos no un patán.’ ‘¿Por qué dices que me gustabas?’ ‘Por la forma en que me veías las nalgas, tontito, ¿crees que no me daba cuenta?’ ‘¿Por qué te fuiste?’ ‘Porque sí; se fue volviendo más y más complicado vivir por ahí, con todos esos idiotas por todos lados… ¿me extrañaste?’, preguntó luego, sonriéndose divertida. ‘Algo, sí.’ ‘Yo también, aunque no lo creas. A veces me preguntaba si todavía andarías por ahí, mirándole las nalgas a alguna otra.’ ‘Claro que me gustabas. Ahora dime.’ ‘¿De veras te gustaba?’ ‘Sí, lo acabo de decir.’ ‘¿Y por qué no me lo dijiste?’ ‘Pues… bueno… es que…’ Ella se rio de nuevo, fuerte, llamando incluso la atención de los de alrededor. ‘Pobrecito de ti, ya sé, no tienes que sonrojarte tanto.’ ‘¿Cómo te llamas?’ ‘Si te digo ya no va a tener chiste, Iván.’ ‘¿Cómo sabes mi nombre?’ ‘No sé, alguien me lo habrá dicho.’ Por desgracia, en ese momento nos interrumpieron, llegaron en bola y la apartaron de mí llevándosela a bailar, y yo estuve un buen rato ahí apartado, nomás mirando, mientras ella, como si no me viera, se divertía de lo lindo.

”Algo enfurruñado, ya muy tarde, sabiendo que tenía que volver a casa pronto, o al menos avisar (tenía apenas diecisiete años), me fui a sentar a cualquier rincón y me tomé una cerveza, luego otra, mirándola de reojo, diciéndome a cada momento que iba a largarme, sin decirle nada, pero incapaz a final de cuentas de levantarme. ‘Te voy a dar un consejo, chavito, mejor olvídate’, me dijo un tipo sentándose a mí lado, uno de los chicos amanerados con quienes llegáramos a la fiesta. ‘¿Que me olvide de qué?’ ‘De ella, claro; te va a comer vivo, y al final no va a ser agradable.’ ‘¿Y tú quién eres?’, le espeté, desdeñoso, dándome ínfulas de macho ante él. ‘Tú mejor amigo al parecer, chavito. Créeme, mi nena es terrible.’ ‘Deja de decirme chavito, o te parto la cara.’ Se rio, no muy alto, divertido, no tomándome en realidad muy en serio. ‘Vale, señor Chingón. Pero igual le voy a decir que lo mejor que podría hacer es irse de aquí y seguir con su vida.’ ‘¿Y si no?’ ‘Y si no… el demonio le va a comer el alma.’ Algo en sus ojos me dijo que no estaba exagerando, y sumado eso a las voces que en mi cabeza llevaban horas diciéndome que me levantara, me quedé pensativo de verdad, mirándola bailar, divertida, olvidada de mí, meneando las caderas, contoneándose al ritmo de la música, y estuve a punto de hacerlo, olvidarme, largarme sin más, pero, por desgracia, en lugar de llevarme hacia la salida mis piernas me llevaron involuntariamente hacia ella, algo dentro de mí se agitó y, plantándome frente a todos, me sonreí y comencé a bailar también, lo que la hizo sonreírse de forma algo distinta, divertida como antes pero además algo… perversa.

”Era de madrugada cuando nos fuimos, yo no tenía idea de qué iría a decir en casa (por entonces no existían los celulares), pero no me importaba, tan sólo la miraba, no me le podía despegar mientras ella se despedía de sus amigos, y, entonces, lo más increíble sucedió: luego de que alguien le ofreciera llevarla, ella dijo, tomándome del brazo, que se iba conmigo. ‘¿Verdad?’, me miró luego, divertida, acariciando el frente de mi cabello. ‘Claro.’ Yo no tenía ni para un taxi, y no tenía idea de cómo nos iríamos a ningún lado, aunque igual procuré mantener la sangre fría, fingir un control que evidentemente no tenía, que no sentía, mientras ella, en cambio, parecía tenerme justo donde quería. Y era cierto. ‘Supongo que no tienes dinero, ¿verdad?’ ‘Pues… no.’ Suspiró. ‘Vámonos.’ ‘¿A dónde?’ ‘A mi casa, claro, ¿o quieres que cojamos en la tuya?’, me soltó de pronto, mirándome divertida. ‘No, claro… pero, ¿en qué nos vamos?’ ‘Pues, seguro que las llaves del carro de Gabriel están en su chamarra, ¿vas por ellas? Creo que estaba en la sala.’ ‘¿La chamarra?’ ‘Pues sí, tontito, ni modo que te traigas a Gabriel... a menos que quieras un trío.’ ‘¿Y luego él cómo se va a ir?’ ‘Alguien lo llevara, anda, me está dando frío’, me dijo, me ordenó, y yo, sin poder alguno de réplica, tan sólo entré de nuevo al lugar, llegué a la sala ya casi desierta y, sin detenerme a pensar más localicé la chamarra, tomé de una de las bolsas las llaves y salí. ‘Perfecto, ¿sabes manejar?’ ‘Claro’, repliqué indignado, por más que apenas hubiera tomado el auto de mis padres un par de veces, y con alguno de ellos guiándome. ‘Perfecto.’

”Llegamos a su casa a alguna hora de la madrugada, ya cantaban algunos gallos, y yo andaba como en un sueño, apenas creyendo que lo que estaba a punto de pasar fuera a pasar de verdad, con ella, precisamente con ella, y una mezcla de excitación y terror me invadieron mientras subíamos las escaleras y llegábamos a su puerta. Entramos. Era un coqueto departamentito de apenas tres divisiones, más baño, aunque no tuve demasiado tiempo de contemplar el mobiliario: ella de inmediato se me echó encima, me besó, me acarició, y yo, en automático, jadeante, nervioso, atolondrado pero igualmente deseoso la besé también, la acerqué a mí, rodeé su cintura, sus caderas, ella palpó mis hombros, mi pecho, y sin más miramientos me puso la mano en la pija, lo que me hizo llevar mis manos a su trasero, a sus nalgas tan preciosas, que por primera vez palpé y sentí embelesado. ‘Dime que me quieres coger’, me susurró al oído, sin dejar de acariciar mi entrepierna. ‘Te quiero coger.’ ‘Pues vamos a coger, Ivancito hermoso’, dijo, y tomándome de una mano me llevó a la cama.

”Y cogimos, claro. Cogimos largo rato y delicioso. Ella sin demora se desnudó ante mí, tiró en algún lado el brasier y me mostró sus puntiagudas tetitas hormonadas, con las que tantas veces me había yo masturbado, y me abalancé sobre ellas, mamándoselas encantado, ella luego me la mamó a mí, con boca experta, haciéndome gozar sólo lo justo para mantenerme a punto sin hacerme venir, inexperto como era, y, finalmente, habiéndome puesto súper duro, se colocó en cuatro sobre la cama y divertida se bajó las bragas, ofreciéndome sus ricas nalgas y el ano-coño que había entre ellas… Sólo una vez lo había hecho antes de eso, con una chica de la prepa con quien la cosa no salió muy bien, y estaba nervioso, pero el deseo era tanto y ella se manejaba tan bien que no tuve mayor problema: colocándome tras de ella tan sólo la penetré, sentí la contracción de su esfínter y escuché sus gemidos, seguí entrando más, presionando sobre ella, que no dejaba de gritar pero me hacía seguir con una mano en mis nalgas, hasta que al fin conseguí meterla casi toda y comencé a moverme, de atrás para adelante, una y otra vez, experimentando un placer enorme, con sus nalgotas preciosas en mis manos, mi pija adentro de ella, y ella que no paraba de gritar, de gemir, de pedirme más y más…

”Cambiamos de posición, tras un rato volvimos a cambiar, no sé cómo es que no me vine de inmediato, pero ella era tan diestra, tan experta, que consiguió que lo prolongáramos largo rato, no sé si más de una hora antes de que mi verga, incapaz de aguantar más, derramara toda su leche en su interior, extasiándome de verdad…

”Volví a media mañana a mi casa, sin apurarme, silbando, relajado incluso pese a saber muy bien que iban a darme la regañiza de mi vida, lo que por supuesto ocurrió apenas abrí la puerta. Después de dejarme saber lo preocupados que habían estado desde la noche anterior, mis papás me interrogaron en forma y yo sólo a medias respondí, procurando más o menos contar el cuento sin dejar caer detalles, lo que, al cabo, debió ser suficiente para que mi papá captara al fin de lo que se trataba. Más calmado, sencillamente secundó lo que mi mamá me dijera de que estaría castigado todo el mes o todo el año, y ahí terminó la cosa.

”O en cuanto a ellos, al menos, pues, la verdad es que mi castigo no duró ni una semana; dijeran lo que dijeran debía ir a la escuela todos los días, ir aquí y allá y no estaba tampoco ya en edad de tener que obedecer a pies juntillas todo lo que me dijeran.

”Además, claro está, no dejé ya ni un momento de pensar en ella, recordando, reviviendo aquella noche, y varias veces, al salir de la escuela, me fui directo a su depa a buscarla pero no la encontré nunca; tocaba y tocaba, llamaba, luego volvía más tarde, lo más tarde que podía, y nada… hasta que al fin, más de dos semanas después, sin demasiada esperanza y por pura inercia volví al depa, toqué… y abrieron.

”Pero no era ella, era un tipo alto y malencarado que, tras preguntarme molesto qué carajos buscaba ahí y escucharme describirla torpemente, discreto, mirando con cuidado hacia dentro de la casa, cerró tras de sí y, arrugando todavía más el entrecejo, me dijo:

”—Mira, güey, aquí no vive ni ha vivido nunca, pero si la vuelves a ver, dile que mejor se ande con cuidado, porque si vuelve a entrar a mi casa como si nada ya no voy a volver a ser tan amable como antes, ¿me oíste?

”El tipo era grande en serio, y con mis pocos años y mis pocos kilos me intimidó, aunque, juntando agallas de no sé dónde, me atreví a preguntarle si sabía dónde podría encontrarla.

”—No sé y no me importa… aquí no, así que no vuelvas por aquí a joder o te voy a partir la cara.

”—Necesito encontrarla —dije todavía, mirándolo desafiante, instigado por mi lujuria supongo, que tampoco creo que pudiera hablar de amor, no a esas alturas.

”El tipo volvió a fruncir el ceño, dispuesto a cerrar la puerta tras de mí o quizá soltarme un sopapo y ya, mas, para mi sorpresa, de repente su expresión se suavizó, me miró un poco más atentamente y dijo:

”—Yo que tú mejor me olvidaba de ella, chaval.

”—¿Sí, y eso por qué?

”—Pfff… —exclamó él, terminada su paciencia, y, sin decir nada más, como si hubiera estado hablando con un loco a quien es imposible hacer entrar en razón, me dio la espalda.

”—¿Sabes cómo se llama? —exclamé de pronto, extendiendo incluso el brazo hacia la puerta, que sin embargo se cerró sin hacerme ningún caso.

”Tendría que haber escuchado, claro, no podía ser coincidencia que ya dos veces me hubieran hecho semejante advertencia, pero el deseo de verla una vez más era demasiado grande como para silenciarlo y olvidarme, si bien no me quedó de otra que seguir vagando por todos lados, como antes, esperando sencillamente volvérmela a encontrar a la vuelta de cualquier esquina.

”Tuve en todo caso tiempo de sobra para rememorar, para intentar recordar cosas que me dijera, hilar ideas, entender, hallar alguna pista sobre dónde buscar, aunque, al cabo, no me quedó más que el bonito y a la vez doloroso recuerdo de aquella única noche.

”Luego, cuando como antes ya había quizá perdido toda esperanza de encontrarla, me la topé, como antes, como siempre, en una calle cualquiera. Pero no estaba sola.

”Un tipo bastante feo y mucho mayor que ella la abrazaba por la cintura, mientras ambos platicaban y se reían a todo lo alto con otros dos sujetos bastante ebrios a las afueras de una cantina de la que al parecer acababan todos de salir.

”Sin poderme contener me acerqué, intenté incluso esbozar una forzada sonrisa y mostrar sólo la alegre sorpresa que aquello me daba, si bien, tan sólo mirar la mano de aquel sujeto en su cintura me hizo muy mal efecto y puse sin quererlo mala cara.

”—¡Ay, ya tan pronto! —exclamó ella al verme, al parecer muy contenta, y sin pensárselo se soltó del tipo y se fue derecho a mí, abrazándome y besándome en la mejilla—. ¿No habías dicho que a las cinco? —siguió diciéndome ella, guiñándome un ojo para que yo le siguiera la corriente a lo que quiera que fuera que estuviera pensando.

”—S-sí… perdón, acabamos más temprano —balbucí yo no muy seguro de qué más decir, mirándola frente a mí sin creérmelo todavía.

”—Bueno, nos vemos, eh, que se diviertan —dijo ella despidiéndose de inmediato de los otros, lo que debió caerle muy muy mal al tipo que momentos antes la abrazaba, y que entonces me miró de arriba abajo como queriéndome destruir con la mirada.

”Pero ya no lo vi más, tan sólo me dejé arrastrar por ella que me tomó del brazo y nos fuimos calle arriba, a paso rápido, sonrientes, ella aliviada tal vez de haberse deshecho de aquel tipo de la manera más inesperada y yo mirándola nada más.

”Cuando nos hubimos alejado lo suficiente, yo al fin me detuve y, tras volver a mirarla de arriba abajo, le pregunté:

”—¿Dónde te habías metido?

”—¿Por qué, me andabas buscando?

”—Sí, te estaba buscando.

”—¿Sí? De veras que eres lindo —me respondió, sonriéndome alegre y acariciando mi mejilla.

”—¿A dónde se supone que vamos?

”—No sé, dime tú, ¿a dónde me llevas?

”—De veras que eres rara.

”—Pero por eso te gusto, ¿no? Por rara.

”La miré encantado, no creyendo mi buena suerte, y, emocionado, me incliné hacia ella y la besé.

”—Ivancito, loco —me susurró luego, acariciándome con la mirada.

”—¿Y esos tipos quiénes eran?

”—No importa.

”—¿Y por qué te estaba abrazando ése?

”—Ji, ji, ¿estás celoso, Ivancito? Te digo que no era nadie.

”—Fui a buscarte… ‘a tu casa’ —le dije entonces, sin soltarla de la mano, que había tomado luego de besarla y que ya no quise soltar.

”—¿Sí? Seguro que mi marido se puso súper contento de recibirte.

”—¿Es tu marido?

”—No, claro que no… sólo digo. Eres algo ingenuo, ¿lo sabías, Ivancito?

”—¿Quién es entonces?

”—Nadie, él también es nadie.

”—¿También yo soy nadie? —pregunté con una mezcla de osadía y de dolor, mirándola muy atento a los ojos.

”—Claro que no, tú eres Ivancito.

”—No me digas Ivancito.

”—¿No, y cómo te llamo entonces?

”—Iván… o mi amor —le respondí, sonriendo forzadamente.

”—¡Ja, ja, ja! —soltó la carcajada, pero sin apartarse de mí, mirándome siempre a los ojos y al cabo recargándose contra mi pecho, en tanto acariciaba mi barbilla—: ¿De veras quieres ser mi amorcito?

”—Me encantas —respondí escueto, volviendo a acercarme a su rostro y besándola, besándola largamente en la boca y disfrutando que me respondiera, que también ella me besara y se abrazara a mí, entregándoseme como en un sueño.

”—No tienes idea de quién soy, Iván, no digas tonterías —dijo después, alzando sus ojitos negros chispeantes hacia mí.

”—No me importa, sólo quiero estar contigo.

”—Wow… qué romántico.

”—No te burles, te lo digo bien en serio.

”—Mmhh…, sí, te creo que lo dices en serio… Si tan sólo me lo hubieras dicho unos cuantos años antes —respondió, perdiéndose su mirada por un instante en lo que quizá eran malos recuerdos de aquella primera época en que nos conocimos.

”—No quiero que te me vuelvas a desaparecer.

”—¿Por qué? ¿Me vas a llevar a tu casa y presentarme a tu mamá, nos vamos a casar y vamos a tener cinco hijitos?

”—Te puedo llevar a mi casa, si quieres, no me importa —le dije con resolución, por más que no hubiera sabido cómo hacer aquello en caso de que de verdad tuviera que hacerlo.

”—Imagínate lo que diría tu pobre madre al verte entrar de la mano con una jota vestida.

”—No eres una jota vestida.

”—¿No? ¿Y por qué me lo dicen todo el tiempo?

”—No sé, no creo que nadie te lo diga, no ahora… quiero decir…

”—Sí, ya sé lo que quieres decir, ya no es como allá en la colonia, ¿no? Cuando te daba vergüenza de que pudieran verte conmigo.

”—Yo no… yo… bueno… —volví a balbucir, cortado, sin atinar con algo con lo cual defenderme.

”—No te apures, Iván, ya lo superé, sólo digo que no sabes ni en lo que te estás metiendo; digo, no tienes ni en qué caerte muerto y ya me andas ofreciendo matrimonio.

”—Yo no…

”—¡Ja, ja, ja! —volvió a reírse, siempre abrazada a mí, divirtiéndose sin duda de mi atolondramiento—. Necesito alguien que al menos me pueda pagar el taxi, Iván, no un chico lindo y bien intencionado que todavía tiene que pedir permiso a sus papás para ir al cine y pedirles para el boleto.

”Aquello me caló, claro, me caló hondo, sobre todo porque me lo decía de la manera más amigable posible, sonriéndose divertida pegada a mí, y porque además era cierto.

”—Puedo llevarte a algunas partes, yo… —dije torpe, estúpidamente, intentando rescatar algo de mi hombría.

”—Okey, vámonos, ¿tienes para un motel, verdad, y para el taxi? ¿O ya tienes auto y me vas a llevar a tu casa, o cómo? —me preguntó incisiva y algo maligna, sonriéndose todavía.

”—No… la verdad que no —respondí al fin, sonrojándome y frunciendo el ceño, algo molesto no con ella sino con el simple hecho de no tener un centavo y ser nada más que un estudiante de bachillerato de clase media.

”—¿No estarás pensando que yo te mantenga, verdad? Mira que no tengo ni dónde meterme, con eso de que mi marido me corrió de la casa, ja, ja, ja.

”—No, claro que no.

”—¿Entonces, qué vamos a hacer, Iván? —me atosigó, sonriente, apoyada todavía sobre mi pecho.

”—No sé… nada. Sólo nos vamos a quedar aquí y ya.

”—Okey, pero yo tengo cosas qué hacer luego.

—¿Cómo qué?

”—Como conseguirme un marido, que sí tenga para el taxi.

”Volví a besarla, no quería pensar, sólo deseaba retenerla a mi lado el mayor tiempo posible, estar y ya, disfrutar de ese momento y soñar que podría durar por siempre.

”Pero acabó.

”Tras un rato de estar así de pie en medio de la acera, abrazados sin decir nada, ella al fin se separó, volvió a acariciar mi mejilla y de nueva cuenta me sonrió.

”—Cuídate, Iván, y sigue siendo así de lindo.

”—No te vayas.

”—Tengo que, así es mejor, créeme, para los dos.

”Tan sólo me la quedé mirando, mudo, dolido, impotente, incapaz de decirle algo que la retuviera y sin soltar su manita linda, que había tenido todo ese tiempo envuelta con la mía.

”—Suéltame, anda —me pidió, mostrando por primera vez algo de abatimiento, como si en realidad no quisiera que lo hiciera.

”—Okey… sólo dime, ¿cómo te llamas?

”—Manuel.

”—Graciosa.

”—Ja, ja, ja… mira qué caras pones.

”—Dime.

”—Éla.

”—¿Éla?

”—Sí, Ella, es un nombre inglés. Se escribe como ‘Ella’; muy apropiado, creo.

”—Sí, mucho.

”—Adiós, Iván.

”—Adiós, Ella —dije, y al fin solté su mano. Ella me ofreció una última bondadosa sonrisa y se dio la vuelta, se alejó, se fue alejando sin volver la vista atrás ni una sola vez, y yo tan sólo la miré desaparecer tras una esquina, esa vez seguro que para siempre…”

—Vaya… —mencionó Dulce tras un momento de silencio, al ver que ya había terminado la historia.

—Sí, vaya.

—Creí que… ibas a contarme algo… distinto…

—Je, je, sí, perdona, ésa era la idea, pero…creo que me dejé llevar. La parte de Ella era sólo la introducción, el inicio para poderte contar luego cómo con el tiempo busqué y conocí a otras trans, lo que experimenté con algunas y me pasó con otras, a veces buenas, a veces no tanto, y los… digamos, experimentos que hice con algunas de ellas.

—¿“Experimentos”?

—Je, je, juegos nada más, no te apures, divertimientos mutuos que en el momento parecieron buena idea, aunque ya luego, al pensártelo de nuevo por la mañana, no te lo pudieran parecer mucho.

—Mmhh —Dulce miró en su reloj, que estaba a punto de marcar la hora de despedirse… o de aumentar la cuota.

—No te apures, voy a pagarte por la hora que sigue también.

—Okey, gracias —mencionó la chica, algo abochornada, no acostumbrándose del todo todavía, pese a todo, a tener que hablar de dinero en esas situaciones.

—Me gustan las trans, me encantan las trans, no creo que haya algo más hermoso en el mundo que una linda trans.

—¿Y no la volviste a ver?

—No, nunca. Y tampoco es que la buscara. Ella tenía razón, aquello habría acabado en desastre seguro, al menos para mí, como muy bien pude darme cuenta años después, cuando, ya incluso con un buen trabajo y más que suficiente para ‘pagar el taxi’, tuve que lidiar con mi matrimonio… Además, de esa forma nunca supe en realidad a qué se referirían aquellos tipos que tan seriamente me advirtieron sobre no meterme con ella, cuál era el verdadero secreto que la hacía tan peligrosa… En fin. Así es la vida, supongo.

—¿Crees que en parte se separó de ti para no lastimarte, porque en cierta forma de verdad te quiso y prefirió mantenerte como un buen recuerdo en lugar de echarlo a perder con… la realidad?

—Tal vez… sí, sí, más de alguna vez lo he pensado de esa forma.

La chica se quedó un rato pensando, mirando fija a la alfombra, como intentando decidir algo, y, al fin, levantando la mirada y suspirando, se tomó el último trago de cerveza y le sonrió.

—Okey, ¿quieres que vayamos a la habitación?

—Sí, claro —le respondió Iván, que ya hacía rato tenía su copa vacía, levantándose con cierta pesadez, tomando de pasada la mano de la chica y conduciéndola hacia la cama.

Por primera vez en mucho tiempo, quizá por primera vez desde lo que le parecían ahora los muy lejanos días en que cogía por puro gusto con su primer novio, Dulce disfrutó en verdad de la penetración, se entregó con gusto y experimentó un placer sincero que expresó en dulces gemidos, dejándose poseer al completo por aquel legendario Iván, el Iván que había acabado por reconocer a lo largo de su relato con el mismo Iván del que hablaba siempre su ‘tía’ Ella, la madama que la había recibido e iniciado en su negocio de escorts, y que tan bien la había tratado durante el relativamente poco tiempo en que la conoció y estuvo con ella, antes de que aquel tipo la matara de tan mala forma…

Al ver cómo de pronto su suave rostro se llenaba de lágrimas, Iván, que en ese momento la penetraba teniéndola a horcajadas sobre él, se detuvo y la acarició.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, no pasa nada… sólo… no importa.

Era mejor no decirle, de nada le serviría ahora que no había nada qué hacer, y tan sólo se dejó hacer, lo besó y lo abrazó como nunca, ofreciéndole el amor y dulzura que sin duda se merecía y le hubiera podido dar Ella, Ella que (como no se cansaba de contar ella misma) se arrepintió toda la vida de no quedarse con Ivancito, aunque no tuviera ni un peso, quien tanto y sin razón alguna de verdad la había querido. Pero así era la vida.