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Sobre machos alfa y lindos machos beta

en Transexuales

Hay una cosa muy curiosa con las lagartijas de la especie Uta stansburiana, que viven en la costa Oeste de E.U. y de Baja California: de los tres tipos de machos que hay, las de mayor tamaño y más agresivas lucen una garganta anaranjada, mantienen un gran territorio, tienen varias hembras y expulsan a las de garganta azul; las de garganta azul son de tamaño medio, mantienen un pequeño territorio, tienen una sola hembra y expulsan a los de garganta amarilla, que son las más pequeñas y, por lo mismo, no pueden enfrentarse ni a las azules ni a las anaranjadas.

De ahí que despertara curiosidad entender cómo es que las pequeñas lagartijas amarillas no se hubieran extinguido desde hace tiempo, pese a no representar amenaza para las otras lagartijas macho, más grandes. El secreto, publicado en la revista Nature hace una veintena de años, radica en que, por su tamaño, por su color, las de garganta amarilla son casi iguales a las lagartijas hembras, lo que les permite meterse en los harenes de los machos más grandes y, haciendo de “lesbianas”, consiguen así preñar a algunas hembras.

Pero, claro está, para poder conseguir esto, deben además satisfacer de cuando en cuando las necesidades del gran macho de garganta naranja, entregándose a él cuando lo requiere.

No hace falta decir más para entender lo mucho que aquello me llamó la atención cuando por primera vez leí aquel artículo en la universidad, pues ahí había en cierta forma una especie de explicación, de razón o respuesta parcial extrapolada de por qué algunos machos humanos, como yo, fuéramos bastante más delicados que los otros y, por nuestro tamaño y constitución general, más bien parecidos a las hembras: biológicamente, para sobrevivir, reproducirnos quizá, debíamos mezclarnos entre las hembras de un macho alfa y someternos a él... y si se podía quizá preñar a alguna de ellas.

En todo caso, así como las personas cis-género-heterosexuales (esas que se llaman “normales”) siguen buscando copular sin tener ninguna verdadera gana de reproducirse (muchas veces incluso haciendo todo lo posible por evitarlo), supongo que así también, para los pequeños y afeminados machos beta como yo, el hecho de poder reproducirse o no pasa a un plano secundario, pero, como nuestros cuerpos y mentes siguen siendo más como los de las hembras, como ellas, instintivamente, también buscamos a los machos, a los machos de verdad, para entregarnos a ellos.

Supongo también que por eso muchos de “nosotros”, pequeños machos femeninos, solemos tener rasgos más bien suaves, carácter blando, sumiso, e incluso antes de comenzar a tomar hormonas femeninas tenemos traseros amplios, nalgas grandes, pene pequeño y una latente facilidad para recibir por el ano-recto al miembro masculino, de lo que sólo nos damos cuenta cuando nos penetran por primera vez.

Además, no son tampoco escasos los hombres que nos buscan y disfrutan copular con “nosotras”, atraídos en gran medida por nuestra cola, tan distinta a la de ellos y tan parecida a la de las hembras y que, como una ventaja paradójica, les permite efectuar la cópula y satisfacer su deseo sin el riesgo del embarazo.

En mi caso al menos, y estoy segura que en el caso de muchas otras, no fui precisamente yo quien buscó en primera instancia unirse a hombre, sino que fueron ellos los que, deseosos, se acercaron a mí, atraídos quizá no sólo por mi carácter dócil y rasgos suaves, sino, insisto, por el aspecto llamativo de mi cola.

Desde una relativa temprana edad me di cuenta que mi trasero resultaba “curioso” para los demás, tanto hombres como mujeres, aunque, para ellos en particular, era difícil no mirarlo con atención, consciente o quizá sólo inconscientemente. Así, sin hacer en realidad algún intento por acercarme o “atraer” a un macho, lo que me habría resultado casi imposible por el miedo que me daba, igual acabé llamando la atención de algunos de ellos que, intuyendo por mi aspecto mi “sexo verdadero”, buscaron unirse a mí.

Y yo no me opuse.

En todo caso, y como quizá no podía ser de otra manera, esa atención involucró también a algunos miembros masculinos de mi familia, en especial de mi tío Fernando, hermano de mi mamá, quien, durante una fiesta de cumpleaños que celebramos en grande en una finca, arreglándoselas para llevarme a parte en un momento de la noche, después de hablarme de un montón de cosas y hacerme reír mientras nos paseábamos lejos de la fiesta, poco a poco fue desviando la conversación a terrenos íntimos, halagó lo bonito de mis ojos, mi sonrisa, discretamente y como a broma mencionó lo mucho que me parecía a una chica, hasta llegar un punto en que me preguntó si había tenido ya relaciones sexuales. Algo nerviosa, inquieta, le mentí y le dije que no, pese a que ya había estado con al menos tres chicos, y él entonces, más específico, insistiendo en mi forma de ser tan delicada, preguntó si no había deseado tenerlas... con un hombre.

--Pues... bueno, la verdad es que sí --le respondí tras vacilar un poco, sabiendo en el fondo a dónde es que quería llegar, añadiendo que me daba miedo y sólo por eso es que no lo había hecho.

Aquello fue sin duda lo que mi tío esperaba escuchar, pues, tras dibujársele una sonrisa de satisfacción, me contestó que no había por qué tener miedo, que lo único que necesitaba era encontrar al hombre adecuado, y que no tenía en realidad nada de extraño o malo que ciertos chicos, como yo, por naturaleza, desearan unirse con un hombre... con un hombre de verdad.

--Un hombre... ¿como tú? --le pregunté yo entonces, con mirada traviesa, juguetona, atrevida, sintiendo cómo mi colita se iba ya poniendo húmeda.

--Pues... sí, como yo, je, je --me respondió, y, mirándome, tras vacilar todavía unos segundos, finalmente se acercó despacio a mí, acarició mi mejilla, mi cabello, se inclinó y me dio un beso en la boca, al que yo respondí con nervios y algo de espanto pero también con deseo, y, tras besarnos y acariciarnos unos momentos, sentí por primera vez su verga durísima bajo los pantalones.

Así por encima y sin dudarlo se la acaricié, lo seguí besando, exploré sus hombros, su pecho duro, sus brazos fuertes, todo ese cuerpo de macho tan distinto al mío, hasta que ya no pudo más y, excitado, con suavidad pero también con firmeza, me hizo recargarme en un pequeño muro, comenzando a acariciar entonces con toda libertad mis nalgas.

Ya hacía varias semanas que no cogía y, deseosa, tras dejarlo juguetear un rato, yo misma me bajé los jeans, mostrándole las lindas bragas de encaje con que desde hacía mucho adornaba mi trasero, encendiéndolo, si cabe, todavía más.

Luego de eso, no hubo ya forma de pararlo.

Él se bajó los pantalones, los calzones, descubriéndome su pija ya erectísima, lista para copular, bajó luego mis bragas a medio muslo y volvió a acariciar mi trasero, con un par de dedos palpó mi ano, escupió en él un par de veces y me dedeó, arrancándome algunos gemiditos.

Llevaba para entonces algo más de año y medio teniendo sexo, siempre en calidad de hembra, pero aquello sin duda resultaba una novedad, no sólo por ser él bastante mayor que yo sino por tratarse de alguien a quien conocía de toda la vida, con quien me unían lazos de sangre y, sumando eso al miedo que me daba que alguien pudiera pescarnos ahí cogiendo al aire libre le dieron al encuentro un toque poco común.

Tras acomodarse a mis espaldas, creyendo que había humectado y abierto suficiente con los dedos, llevó su miembro duro a mi entrada posterior, recargó la cabeza, dejándome sentir su suave dureza y su calor e incrementando todavía más mis ganas de sentirla dentro por primera vez.

--Hazlo... por favor --le pedí en un susurro, todavía nerviosa pero con un enorme antojo de verga.

--Muy bien, intenta relajarte --me indicó, y, con tiento, suave pero firme, empezó a hacer presión, mi ano comenzó a expandirse ante su avance, consiguió enterrarse un par de centímetros, hasta que la contracción refleja de mi esfínter lo hizo parar.

--¡Ayyy...! --gemí adolorida, pasando una mano hacia atrás para indicarle que esperara.

--¿Dolió mucho?

--Un poquito, sí.

--Relájate, no me hagas fuerza, verás que pasa pronto --me indicó mi tío, seguro tal vez de que mi cola era virgen y no sabía qué esperar.

En cualquier caso, transcurridos apenas unos instantes en que mi ano aflojó un poco, él volvió a apuntar, halló de nueva cuenta mi entrada y de nuevo hizo presión.

--¡Aayyyayy...! --volví a gemir yo, todavía algo dolida, pero, segura y bien consciente de que el dolor no tardaría en desaparecer, procuré aguantar, resistir su gran volumen, su grosor, la cabeza tan gorda.

--Shhh... tranquila... procura no hacer fuerza, ¿vale? --siguió diciendo él, procurando hacerme sentir cómoda, a lo que yo respondí con una fingida inocencia:

--O-okey.

Así, lento pero seguro, firme, tras conseguir enterrarme un buen trozo, me agarró por las caderas y presionó aún más fuerte, recargó más su peso en mí, entrándome tanto que tuve que gritar, un poco por dolor y otro tanto de gusto, sintiendo mi ano bien expandido y mi recto casi lleno.

--¡Aaaayy... ayyayyy..! --exclamé maricona, de pronto olvidada que alguien pudiera escucharnos.

--Ya, ya... shh... ahí va, ahí va... --continuó él, decidido, encantado quizá de mis chillidos y abriendo más y más mi recto.

--¡Aayyy... ayyy...!

--Tranquilita, mi reina, así es siempre al principio. ¿Querías ser mujercita, no? --dijo él, temeroso tal vez de que pudiera arrepentirme, sin por ello dejar de presionar.

--Sí... claro que sí.

Tal como sabía que pasaría, al poco rato mi cola cejó toda resistencia, se ajustó al tamaño y forma de ese pene nuevo y, como siempre, se dejó al fin sodomizar.

--Ayy... ayyy... ayyayyy... --seguí gimoteando, aunque ya sólo de puro gusto, del placer enorme que me causaba sentir una verga entrarme por atrás, y que mi tío debió sentir por la mayor facilidad para penetrarme.

--Ahh... ahh... eso, ¿ves cómo entra mejor?

--Mmhh... sí... un poquito...

--Bien, muy bien... ahhh... ahhh... eso --exclamó él, comenzando poco a poco el mete-saca e iniciando bien a bien nuestra cópula.

--Ayyy... ayyy... mmhh... --seguía yo, ahí de pie en medio del campo sin bragas, saboreando aquel gran pedazo de carne que fue agarrando un rico ritmo al penetrarme.

--Eso... eso... ohhh... ¿verdad que sabe rico? --preguntó él de pronto, más suelto también y cogiéndome muy a gusto.

--Mmmh, sí, sí... riquísimo... --le respondí, con mi propia pijita entre las piernas completamente dura.

--Ahh... ohhh... te lo dije... ahh...

--Mmhhh... mmhhh... sí, sí... sigue, sigue...

Toda su pija estaba dentro, a cada nueva embestida me entraba bien a fondo, su pelvis dura chocaba deliciosa contra mis nalgas suaves, que, con su volumen, amortiguaban los continuos golpes, pues tal era su verdadero propósito: la Naturaleza, en su sabiduría, me había provisto con las herramientas necesarias para acoplarme con el macho.

--Oohhh... te entra riquísimo... ohhh...

--Ji, ji, sí... más... más... --le pedía ansiosa, excitadísima, volviéndome ligeramente hacia él y sujetándome muy bien contra el pequeño muro para no perder el equilibrio con los embistes.

--Qué colita más sabrosa... oohhh... --siguió diciéndome sin dejar de penetrar, apoderado por completo de mis nalgas, que acariciaba y apretaba ansioso, disfrutándolas.

--¿Te gustan? --le pregunté yo entonces, coqueta, divertida, meneándoselas y apretando un poco su pija con mi ano.

--Me encantan... son las mejores nalgas que he probado...

--Ji, ji... mmhh...

El ritmo fue en aumento, creció la dureza, la rapidez, su verga entraba por momentos de modo casi feroz, acariciando mi próstata y causándome un placer maravilloso, y que no tenía ningún empacho yo en mostrarle, gritando y gimiendo como la perra que era.

--¡Ay, sí, sí, sí...! ¡Más, más... cógeme, tiíto, cógeme duro, duro, duro...! ¡Me encantaaa!--le decía, agarrando uno de sus muslos velludos con mi mano y echándole el trasero hacia atrás.

--Ahh... nena... ahhh...

Seguimos fornicando un rato más, emocionados, jadeantes, él mi macho y yo su hembra, seguramente ya mis nalgas estaban coloradas de semejante tunda, pero seguía pidiendo más, más y más verga, y mi tío, no menos emocionado que yo, se me dejó ir sin duda con todas sus fuerzas, penetrando poderoso, hasta que, de pronto, sintiéndolo estremecerse, lo escuché gemir más fuerte que antes:

--¡AAaahh... nena... aaahhh...! --al tiempo que yo misma experimentaba en mi interior una especie de mini-explosión deliciosa, caliente, líquida, y que no era otra cosa que su chorro de leche preñando mis entrañas.

--¡Aayy... tío, ayyyyy...! --grité también yo unos momentos después al experimentar un intenso orgasmo anal.

Seguimos por inercia unos momentos más, su pene se descargó del todo, deslechando aliviado, en tanto mi propia leche caía en la tierra húmeda a mis pies.

Nos separamos.

Jadeantes y sudorosos, despeinados, nos miramos y nos sonreímos; instintivamente yo llevé uno de mis dedos a mi ano y, contenta, algo orgullosa incluso, sentí los rastros de semen. Con un trozo de papel limpié luego mi clítoris ya también blando y, al subirme luego las bragas, lo apreté como de costumbre.

--Bueno, vamos a regresar, antes de que se note que nos fuimos --me dijo mi tío, acabándose de subir los pantalones.

Caminamos hacia la fiesta en silencio, escuchando cada vez más notoriamente la música, y, ya con el edificio principal a la vista, mirándome y aminorando un poco el paso, él me dijo que le había gustado mucho y que, si yo quería, le encantaría poder hacerme mujer otra vez.

--Sí, claro, cuando quieras --le respondí, sonriente, dejándole bien en claro que me encantaba ser hembra.

Poco antes de mezclarnos con los otros nos separamos, él se fue junto a mi tía y yo junto a mis primos; la verdad era que nadie se había dado cuenta que nos habíamos desaparecido casi una hora y el resto de la velada se pasó como de costumbre.

Fue así que comencé a hacer visitas regulares a mi tío, casi siempre en su oficina al salir de la escuela y una que otra vez en su casa, cuando mi tía se iba con sus amigas a comer o a alguna obra de teatro, y, ya fuera en el sofá de la oficina o en la cama de su habitación, tras una breve charla insustancial, volvía a bajarme las bragas y me enculaba, increíblemente satisfecho por poder hacer conmigo todas esas cosas que con mi tía nunca había podido, pues yo me le entregaba sin reservas, sin melindres, me dejaba coger en la posición que él quisiera y el tiempo que fuera necesario, se la mamaba con entusiasmo, con auténtico gusto, lo que con el tiempo tuvo además otras ventajas para mí, pues, gracias a él fue que pude comenzar a comprar y usar hormonas, lencería, maquillaje y todo tipo de cositas que me alegraban la existencia.

Como las pequeñas lagartijas de garganta amarilla californianas, pues, más parecida yo también a las hembras humanas que a otros machos, pasé a formar parte del harem de un macho alfa, si bien el harem sólo nos incluía a mi tía y a mí, sin que ella lo supiera.