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La mano sanadora de mamá

en Amor filial

En mi adolescencia siempre me alegraba cuando llegaban los sábados, no sólo porque no había clases en el colegio, sino también porque por las mañanas nos reuníamos algunos chicos del barrio para jugar un partido de fútbol en un campo de tierra de la zona. Era una explanada de albero sin porterías ni líneas trazadas de manera que improvisábamos las porterías colocando en el suelo alguna prenda o cualquier otra cosa que sirviese para delimitar desde dónde hasta dónde iba la imaginaria línea de gol. Los árboles plantados en hilera a derecha e izquierda de la explanada nos valían como las líneas laterales del terreno de juego.

Aquella jornada sabatina bajé de casa para encontrarme con los amigos y disputar el tradicional partido. Recuerdo que iba orgulloso ya que estrenaba la nueva y flamante camiseta de mi equipo favorito de fútbol de la primera división española que mi madre me había regalado unos días antes con motivo de mi 18º cumpleaños. Tras saludar a mis amigos y una vez que formamos dos conjuntos, dio comienzo el partido. El encuentro se desarrollaba con total normalidad pero cuando faltaban pocos minutos para que finalizara, un chico del equipo contrario disparó con fuerza a puerta, yo me interpuse en la trayectoria del esférico para intentar despejarlo y tuve la mala fortuna de que el balón golpeó de lleno en mis partes íntimas. Dolorido caí al suelo y me quedé tumbado unos instantes: no podía respirar y notaba un fuerte dolor en mi entrepierna y en el bajo vientre. Un par de minutos más tarde pude al fin ponerme en pie y continuar disputando el partido hasta su término.

Al regresar a casa, el dolor había remitido bastante pero no del todo. Las molestias continuaron durante el resto del día pero no le dije nada a mi madre por vergüenza, debido a la zona de mi cuerpo de la que se trataba. A media noche me desperté a causa del intenso dolor que sentía. Me miré mis partes íntimas y aprecié que estaban un tanto inflamadas. Me asusté y no me quedó más remedio que ir a la habitación de mi progenitora, tocar en la puerta e interrumpir su descanso. Ella es médica en un hospital de la ciudad y eso me tranquilizaba mucho, pues seguro que sabría qué hacer y cómo ayudarme. Después de despertarla y de llevarme una buena regañina por no haberla avisado nada más llegar a casa tras el partido, mamá me pidió que me bajase el pantalón del pijama para explorar mi zona íntima. Yo me moría de la vergüenza pero me vi obligado a deslizar el pantalón y dejar al aire mi pene y mis testículos. Lo único que deseaba ya es que mi madre supiera cómo poner fin al dolor que yo tenía. Entonces, mamá, ataviada solamente con un fino y transparente camisón blanco, extendió su brazo derecho y con la mano empezó a palpar suavemente mis genitales.

- Ummm....A ver....Tienes una pequeña inflamación en los testículos, por eso notas dolor. Haremos una cosa: te voy a dar un antiinflamatorio y analgésico que tengo y ya verás cómo se te calman las molestias. Si mañana cuando despiertes no han remitido, te llevaré al hospital. Pero no creo que sea necesario, ese antiinflamatorio es muy bueno- me comentó, sin dejar de pasar su mano por mi pene y mis testículos para terminar de examinarlos.

En efecto, la medicación tuvo un rápido efecto y logré conciliar pronto el sueño gracias al alivio que sentí. Cuando desperté por la mañana, el dolor había desaparecido. Fui al baño a asearme y, al abandonarlo, mi madre salió de su habitación y me preguntó que cómo me encontraba:

- Bien, ya no me duele y he podido descansar- le respondí.

- Buena noticia. De todas formas quiero asegurarme de que realmente está todo bien. Sabes que papá está fuera por motivo de viaje de negocios, que yo debo irme dentro de un ratito al hospital porque tengo turno de guardia hoy domingo y que te quedarás solo el resto del día y no me quiero marchar intranquila. Así que bájate el pantalón del pijama para que te revise una última vez la zona afectada por el golpe- me indicó.

Mi madre había salido apresurada de su dormitorio en cuanto me sintió abandonar el baño y se encontraba aún a medio vestir. Llevaba puesta una blusa azul y unas medias marrones tipo pantyhose bajo las que aparecía un diminuto tanga blanco en forma de minúsculo triángulo por detrás. En un primer momento me quedé parado, sin bajarme el pantalón pero ante la insistencia de mi progenitora opté finalmente por bajármelo. Mi pene y mis testículos quedaron otra vez al descubierto ante los ojos de mi madre y, de nuevo, me invadió una profunda sensación de vergüenza, mayor que la experimentada en la madrugada, debido a que ya no estaba preocupado por el dolor. Mamá se puso en cuclillas y comenzó a tocar mis bolas. De forma parsimoniosa fue pasando varias veces los dedos por los testículos. Luego apretó levemente.

- ¿Te duele?- me preguntó

- No, mamá, no me duele nada- respondí.

No pude evitar que, a causa de los tocamientos maternos, mi miembro empezara a palpitar y a erguirse poco a poco. Me ruboricé y me puse colorado al ver el tamaño que estaba adquiriendo mi polla, cuya punta se hallaba a escasos centímetros de la cara de mi madre. No sabía qué hacer, si disculparme o callar.

- Mamá,......perdón por......- balbuceé.

Pssst...No te preocupes, hijo, No pasa nada. Es una reacción natural. Dime, ¿te duele ahora al tenerlo así....duro?

- Sigue todo bien, sin dolor- le contesté deseando que acabase de una vez la exploración para poder subirme el pantalón.

Pero mi progenitora no estaba por la labor de terminar todavía:

- Quiero comprobar que de verdad todo está en orden y que funciona con normalidad. Es una zona muy delicada y el golpe debió de ser muy fuerte. De manera que no está mal asegurarse del todo. Si empieza a dolerte, me avisas y paro, ¿de acuerdo?- me indicó mamá.

Acto seguido envolvió con su mano mi pene tieso y comenzó a agitarlo muy despacio, recorriendo toda su extensión. El rojizo glande quedó pronto al descubierto y vi cómo mi madre lo miraba con atención. Después continuó su movimiento manual acelerando cada vez más el ritmo, subiendo y bajando desde la punta hasta la base de mi falo. Comencé a gemir pero no de dolor sino de puro placer. No pude evitar entonces observar la entrepierna de mi madre y ver los finos y pequeños pelitos de su coño a través del pantyhose y del encaje del tanga blanco. Con ello mi excitación aumentó todavía más y cuando la mano izquierda de mi progenitora agarró mis bolas, a la vez que con la otra agitaba velozmente mi pene, dije:

- Mamá...como no pares me voy a....

- Lo sé, hijo. Y eso es lo que quiero: deseo comprobar que tus genitales funcionan a la perfección tras el golpe de ayer- apostilló ella.

Mi madre dio un par de sacudidas más y varios chorros de semen manaron de la punta de mi verga sin control alguno, impactando uno de ellos sobre el rostro de mi progenitora, otro sobre su blusa azul y el último, algo más débil, sobre los muslos cubiertos por los pantyhose. Me quería morir de vergüenza al ver toda mi corrida en el cuerpo de mamá pero ella se levantó, me dio un abrazo, me besó en la mejilla y me dijo:

- Tranquilo, cariño. Todo está en orden. No pasa nada. Me lavo la cara, me cambio de ropa y salgo para el trabajo. Anda, descansa otro rato que todavía es temprano y ayer no te pudiste dormir hasta tarde.

Cuando se marchó de casa, me dirigí al cesto de la ropa sucia para resolver una duda que me invadía. Localicé el tanga blanco que mi madre acababa de quitarse y lo inspeccioné: lo empapado y mojado que estaba me dejó bien claro que mi madre se había excitado tanto o más que yo mientras me hacía placentera e inolvidable paja.