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Baile de máscaras

en Fantasías Eróticas

Se encontraba en la ducha cuando su teléfono empezó a sonar hasta que saltó su buzón. Sin prisas, terminó de enjabonar su cuerpo y dejó que el agua le limpiara. Espiritual y físicamente. Volvió a sonar y se preguntó si sería la misma persona u otra. Resignada, suspiró y dio fin a su relajante ducha.

 

Al salir, se quedó un rato observando su cuerpo frente al espejo. Se veía guapa y atractiva. Cogió su suave toalla, y fue secando delicadamente su cuerpo. Sus pechos seguían, a pesar del tiempo, erguidos y firmes. Su vientre plano, desvelaba ejercicio pasado y ausencia de hijos. Sus brazos fuertes denotaban buena genética y sus piernas, algún exceso de más de grasas saturadas. Se sentía bien con ella misma y con lo que la Naturaleza le había regalado. El ritual de la crema no podía faltar pues su piel siempre agradecía semejante festín. Absorbía gustosamente todo lo que le echaba y proporcionaba a su dueña una sensación de placer.

 

La llamada era de su íntima amiga a quien nunca le falta un buen plan. “¿Qué será?” se preguntó y sin dudarlo, devolvió la llamada. Colgó. Se quedó un rato sentada y pensando. El plan no podía ser mejor. Ópera y fiesta privada, muy, muy exclusiva. De repente entró en pánico… “¿Voy o no voy? ¿Qué me pongo? ¿Se quedará conmigo mucho rato? Su amada amiga, no era de prolongar en saraos y temía que la dejara sola al ratito de llegar. Decidido.

 

La noche despunta y ella, ya vestida sale hacia el teatro. No puede evitar sentir mariposillas, inquietud, nervios y excitación. Le encantaba disfrutar de un buen cine, teatro o espectáculo. Ha decido apostar por lo seguro, y el negro es su color favorito. Lleva unas sandalias de escándalo. Negras, con clavitos dorados que en su tiempo, fueron juguete de un gran amante suyo. El vestido ajustado lo justo, marca sus curvas de adolescente. Un escote sabiamente provocador de cuello mao, deja entrever su canalillo dorado, donde se intuye un sujetador con detalles rojos. Un pequeño brillante decora su cuello estilizado. Su tez está en armonía con su pelo dorado y, acertó en adornar sus dedos con algún anillo de diseño. Deslumbra. Está agradecida a su amiga por la invitación y piensa disfrutar todo lo que pueda. Lo necesita.

 

La Ópera es de Giuseppe Verdi “Un baile de máscaras”. Al igual que muchos seres humanos son fetichistas, a ella, siempre le han perdido las máscaras. Su amiga lo sabe, y ahí está ella disfrutando de su regalo. Pero la vida es coqueta y juguetona. Juega a ponernos a prueba constantemente y nos pone en situaciones……

 

Bárbara no da crédito a su suerte. Además de disfrutar de la obra, su compañero de palco es un personaje salido de una película. No de cualquiera, sino de “Amistades peligrosas” o así, lo ha decido su fantasiosa mente. No lo puede remediar. Busca la mirada cómplice de su amiga y le guiña sonriendo. Tras intercambiar con el recién llegado, correctos saludos y alguna que otra palabra, empieza el primer acto. Se apagan las luces y ella no puede evitar mirar de reojo a su compañero de baile. Sus manos son maravillosas. Cuidadas con asiduidad. Dedos largos y perfectos. Morenas, fuertes y sin anillo. Disimulando su mirada entre canto y canto, observa su marcada mandíbula, su pelo perfectamente cortado y su perfecta oreja. Empieza a notar un cosquilleo incómodo e intenta controlarlo, pues sabe que al final, no se va a enterar de la Ópera.

 

Él por su parte, no ayuda a la lucha interna que lleva un rato distrayéndola. Se da cuenta de que él también la mira de reojo, como si buscara a alguien o simplemente como si observara el goce general del público. Se cruzan las miradas y sonríen. Los nervios la devoran. A ella se le cae el libreto, y con una elegancia pasmosa, él, con sólo dos dedos, lo recoge y se lo entrega dirigiendo una mirada, que ella misma no sabe cómo calificar.

Despistada y confusa lo abre para ver por dónde va la obra y así también, poder disimular la excitación que tiene encima. Su mente le traiciona veloz y bruscamente, con sacudidas y gritos de querer salir a jugar…

 

Y aquí está. Se ha escapado y juega libremente por los rincones rojos de su dueña. Empieza a sentir cómo ella, se mueve en su butaca y el calor le invade. Ella, traviesa, sonríe, se frota las malditas manos y empieza a entonar su cancioncita: “Ya estoy aquíiii, ya lleguéeee y tú no podrás pararme…”. Bárbara, la dueña, empieza a sentir las palpitaciones cardíacas y sexuales. Los actores están en plena función y las máscaras bailan, ríen, cantan, gritan, retozan…todo es una locura. Ellos, en su imaginación, le miran y animan a unirse a sus cantos, bailes y placeres…

 

Sucumbe a la tentación y su mente (la traviesa) le canta.

 

Sobre un fondo rojo, Bárbara está con una máscara italiana con pinceladas doradas, rojas, blancas y brillo. Le toma su mano un elegante guante dorado y unos labios carnosos están a punto de besarla. Ella continúa la línea de su mano y da con unos ojos negros descaradamente penetrantes, que la invitan a seguir bailando. Se deja llevar y empieza a dar vueltas, vueltas y más vueltas…Fin del segundo acto. Descanso.

 

Agradece al cielo que haya un receso y acude al aseo femenino para refrescarse. Al salir, se da cuenta de que necesita ingerir líquido urgentemente, y acude a la preciosa barra de caoba para su salvación. Su mente, su hija traviesa, parece que sigue jugando con ella porque, según bebe ansiosamente el agua, su caballero enmascarado aparece frente a ella y le pregunta si está bien. Le extrañó que saliera tan precipitadamente del palco. Ella se pellizca disimuladamente, y “la traviesa” ríe a carcajadas. Como puede, responde con una amplia pero tímida sonrisa. Intercambian varios comentarios de la obra, sus impresiones, vestuario, música y al sonar la campanita, deciden volver juntos al palco de la perdición.

 

El tercer y último acto comienza y afortunadamente “la traviesa” se ha debido de quedar afuera, en la barra de caoba, arramplando con los canapés.

Ella siente tal atracción por ese desconocido, que no se explica la inquietante sensación que despierta en ella. Le desconcierta. Le aturde. Pero su peor pesadilla está por llegar. Su perdición.

 

Al acabar la obra, Bárbara y su amiga, se reúnen en el hall con otros amigos para asistir a la fiesta que, un importante empresario, ha organizado para los actores, director y equipo de la obra. Es cerca de allí pero tienen que ir en coche. Su amiga le tiende un paquete envuelto en papel de seda y le advierte que se abra en el lugar establecido. Al llegar, queda deslumbrada por un majestuoso palacete del siglo XVII adornado con antorchas, luces indirectas estratégicamente colocadas, y una alfombra roja hace el camino a seguir. A lo largo del mismo, aparecen camareros con máscaras, uniformados de etiqueta, brindando champán y una llave. Bárbara se extraña, pero le encanta jugar y sigue sus pasos, emocionada, por tanto misterio. Al entrar en el palacete, una preciosa camarera pelirroja de ojos verdes, boca sensual y un cuerpo intuitivamente perfecto, le acompaña junto con otras invitadas, a un cuarto repleto de espejos, vestidos, zapatos, guantes, tocados maravillosos…el sueño de cualquier soñadora. La fiesta de disfraces está a punto de comenzar y todos tienen que estar listos. Ella abre su paquete envuelto en papel de seda y descubre, curiosamente, una espectacular máscara italiana con pinceladas doradas, rojas, blancas y brillo. Su excitación no puede ser mayor. ¡Que empiece la fiesta!

 

La música inunda el palacete. El volumen de las risas y voces, no le habían permitido darse cuenta de que según en qué estancia entrara, la música era de un tipo. A medida que se paseaba deleitándose con la decoración, las atenciones dispensadas por los camareros, los vestidos de época tan preciosos, el ambiente que, paulatinamente, estaba tomando un tono rojizo, los bailes y las risas, iba escuchando un tipo de música diferente. Música acorde con la temática, Verdi, barroca, de órgano, clásica, orquestra…Todo era de ensueño y en armonía. Entró en una estancia con techos altos, en verde claro decapado, cortinas a tono, dos gigantescas lámparas araña iluminaban, muy acertadamente, el ambiente y su música era barroca. Aceptó la copa de champán que un atractivo camarero le ofreció con un guiño, y se dispuso a disfrutar del ambiente y los bailes. Se preguntó para qué sería la llave que le entregaron a su llegada. Sin darle más importancia, empezó a bailar junto con unos invitados muy animados y que, le acogieron en el intercambio de cruces danzarines. Giraban, se cruzaban, se marcaban miradas, algunos se besaban acaloradamente, reían, corrían en pequeños círculos intercambiando posiciones. Todo invitaba a disfrutar. Tras unos cuantos bailes y unas copitas de champán, necesitaba sentarse y respirar.

 

Todo le daba vueltas. Prefería no cerrar los ojos, ya que el mareo se hacía más intenso. Buscó una ventana o balcón para despejarse. Una vez recuperada, entró y se encontró con su adorada amiga. Perfectamente caracterizada y luciendo un vestido espectacular. Su original máscara le cubría sólo media cara. Le asió de la mano y le dijo: “Ven Bárbara, tienes que ver esto”.

 

Salieron, no sin antes, teniendo que esquivar a los bailarines que, animados por el champán y alguna cosita más, les cogían de las manos para bailar. Se dirigieron al piso superior por unas escaleras amplias de mármol y al llegar arriba, el salón que las recibió era simplemente majestuoso. Quizás, la estancia más significativa del palacete por su exquisita decoración, iluminación y por su imponente balcón al jardín. Aún con la boca abierta, Bárbara es sorprendida por la voz de su amiga que le invita a seguirla. Quiere unirse al resto de amigos, y presentarle a alguien. “Bárbara, éste es Sasha. Por lo visto ha sido nuestro compañero de palco en la Ópera”. Bárbara no sabía si morirse ahí mismo, salir corriendo, o simplemente, morirse de nuevo. El palco de la perdición.

 

El extraño, ahora llamado Sasha, le miraba atravesando su máscara. Esos ojos negros penetrantes, volvían a estar frente a los suyos. Temía que pudiera descifrar su mirada y adivinar que le temblaba todo su cuerpo. Ese cuerpo que ella, un rato antes, había deseado que acariciara y tomara.

 

Nada más terminar las presentaciones, suena una pieza que a todos anima y se lanzan a bailar. Excepto él. Ella se vuelve y le pregunta si no se anima y responde: “No, id vosotros. Yo prefiero mirar”.

 

La noche era perfecta. Tan perfecta que hasta su amiga estaba perdiendo la noción del tiempo, y seguía bailando sin importarle la hora. Estaban disfrutando como nunca. De repente, suena una campanita y ruegan a los invitados que sigan las instrucciones y reglas del juego. (Ella se pregunta qué instrucciones ni reglas de juego). Reparten en bandeja de plata unos pequeños papelitos y mapas. El papelito, tenía un número, y el mapa, marcado con una X, un lugar perteneciente al palacete. Los vítores no tardaron en salir. Aplausos y risas de excitación.

 

Los números unían por duetos, y el mapa, indicaba un “tesoro”. Todos empezaron a seguir el juego, abandonando la estancia entre risas, tocamientos y carreras. Era su primera vez así que empezó por el mapa, en busca de su “tesoro”.

 

Se perdió varias veces entre tantas estancias, pasillos, escaleras y recovecos oscuros, pero no le importaba, pues disfrutaba de lo que iba descubriendo y del ambiente que tal ocurrente juego, provocaba en los invitados. Finalmente llegó a la estancia marcada con la X en su mapa. Entró y se topó con la camarera pelirroja del principio. Se exaltó. Había escasamente tres candelabros iluminando. La camarera se excusó pero antes de que abriera la puerta para salir, Bárbara le pidió que se quedara. Desconocía lo que tenía que hacer allí. No entendía el por qué de esa estancia. Su “tesoro” supuestamente se encontraba ahí. La camarera se acercó y con una voz suave y seductora innata, empezó a explicarle. Notaba a Bárbara desconcertada y se mostró amable. Tenía algo que le atraía. Lo que no se imaginaba es que a Bárbara también le atrajo por un momento. En plena explicación del juego, se abre la puerta y entra. Su perdición entró. En el papelito que portaba él, venía el número 7. La camarera, indica con la mirada y un gesto, a Bárbara para que abriera el suyo. El 7.

 

Sasha saluda a la camarera por su nombre. Laura. Ésta, experimentada, rompe el hielo sirviendo un poco de champán. Atendiendo deliciosa y discretamente al dueto que el destino ha querido unir esa noche.

Laura rozó intencionadamente la mano de Bárbara al entregarle la copa. Su insinuante mirada no dejó indiferente a Bárbara quien respondió, sin saber por qué, con una sonrisa. Empezaba a relajarse gracias a la entretenida e interesante conversación que mantenían.

 

El ambiente se fue relajando cada vez más y al rato, estaban tumbados cada uno en un sofá, con copa en sus manos, riéndose de anécdotas de la fiesta y brindando por el momento que estaban viviendo. Las chicas congeniaban a las mil maravillas. En el fondo, pensaba Bárbara, eran bastante parecidas. Mismos gustos, manías, tics, ilusiones, viajes etc etc…Mientras charlaban, Sasha se había levantado hacia el gran ventanal con vistas a un jardín, repleto de estatuas de mármol y, a una pequeña fuente, rodeada de todo tipo de flores salvajes. La estampa parecía sacada de un cuadro. Apagó las velas de uno de los candelabros de la estancia. Una a una. Bárbara le observaba mientras Laura contaba algo de su perro. Ella se preguntó qué hacía Sasha. Y como si lo hubiera preguntando en voz alta, él se giró y le dijo: “Dan mucho calor”. A su intervención, Laura guardó silencio y sonrío picaronamente para sí misma. Se puso junto a Bárbara y rellenó las tres copas. Puso su mano en la rodilla de Bárbara y le pidió que la acompañara al baño contiguo al dormitorio, al fondo de la estancia. Se fueron.

 

No habían pasado ni diez minutos cuando al salir, Bárbara que, queda prendada del dormitorio, de su enorme cama con dosel y de todo lo que veía, se da cuenta de que él no está. “¿Qué? ¿Dónde se ha metido?” se preguntó. Laura le toma de la mano y dulcemente la acaricia.

 

Empieza por la cara, la que gira para tener contacto directo con sus ojos. Le acerca a la cama y empieza a besar despacio su cuello, su hombro, baja lentamente hasta sus pechos firmes, excitados por leves mordiscos. La tumba sobre la cama y con su lengua experta, recorre su vientre plano hasta el monte de Venus. Perfectamente depilado. Oliendo su perfume genital, entrelaza sus dedos con los de Bárbara. Todo es delicadeza. Todo va lento. Todo se torna rojo. Y Bárbara se deja llevar.

 

Las dos atractivas y seductoras mujeres, se dejan llevar por el deseo, la fantasía, la excitación y el alcohol. Sus cuerpos esculpidos se rozan, se frotan, se unen en un sin vivir sexual. Los pechos duros, la respiración agitada de las dos, hacen que se exciten mucho más. Sus melenas se enredan junto con las sábanas de seda fina y sus piernas terminan siendo vías abiertas al placer más puro, lento y deseado. Retozan de gusto. Gimen sin reparos. Se corren libremente. Desconociendo por completo que han sido observadas.

 

Quedando sólo uno de los tres candelabros, la luz que se respiraba en la estancia era perfecta. Los cuerpos se proyectaban en las paredes infinitas, olía a rosas y a madera, y seguramente, después del clímax alcanzado por ellas, todo perecería perfecto.

 

Sasha aparece apoyado en el quicio de la puerta del dormitorio. Máscara puesta, camisa blanca con solamente el primer botón desabrochado, y pajarita deshecha. Parecía un dios. Ahí plantado, con esa seguridad y temple que sólo algunos pocos pueden. Sus brazos a lo largo de su torso definían su alta estatura y porte. Se acerca lentamente y sus ojos…esos ojos negros intensos que, inevitablemente, llevan a la perdición, parecían querer salir de la máscara. Según avanza a cámara lenta hacia ellas, se va quitando la chaqueta. Tira de la pajarita, de su cinturón, y justo al llegar a los pies de la cama, deja caer todo al suelo. Bárbara está petrificada ante tanta belleza y seducción, pero Laura salva el momento y le tiende la mano. Está entre las dos y lentamente, mientras se oye música clásica de fondo, las dos van desnudándole.

 

Desabrochan sin ninguna prisa los botones de la camisa y se la quitan. Le besan. Se besan entre ellas. El deseo y el sexo son los dos anfitriones en esos momentos. Los tres cuerpos juegan a encontrarse, a amarse, a cumplir las fantasías de cada uno, y va surgiendo un halo de complicidad, que les lleva al clímax. La noche cerrada, es la única que duerme sola.

 

Abre los ojos y lo primero que ve delante de ella, es el rostro dormido plácido de Sasha. Le observa preguntándose cosas sobre él. Observa con deleite su rostro tostado, nariz recta y masculina, sus labios carnosos, sus cejas…todo parece dibujado. Su pecho atlético y sin depilar le distraen y no se da cuenta de que Laura le observa. Se ruboriza como una niña recién pillada con chocolate prohibido. Sonríen y se entienden.

El sol empieza a despuntar, el palacete está en silencio a excepción de algunas voces en el exterior despidiéndose y agradeciendo semejante fiesta. Las chicas empiezan a vestirse con cuidado, no fueran a despertar al dios bajado del cielo esa noche. Él abre sus ojos pero disimula dormir. Le gusta verlas vestirse, acicalarse, peinarse y ver cómo se transforman, de nuevo, en esas diosas con las que ha compartido el cielo.

 

Los tres salen de la estancia impecables. Han disfrutado y no lo olvidarán. Al salir por la puerta, se despiden de Laura (quehaceres tenía), le besan y su olor a jazmín es la estela que confirma que la fiesta llegó a su fin.

 

En la planta de abajo, unos se despiden. Ellos dos se dirigen al ropero para recoger sus pertenencias. De repente, Bárbara recuerda la llave y le pregunta: “¿Para qué es esta llave?”. Él le toma de la mano y se dirigen a un cuarto cercano. Está repleto de casillas. Pared negra con casillas doradas. Su llave es la 7 y Sasha le invita a que la abra. No da crédito. Su sorpresa es enorme cuando al sacar una pequeña caja con la fecha inscrita, descubre la máscara de sus sueños, de su fantasía en el palco, la que la había acompañado toda la noche y que perdió de vista en la estancia X. En la parte frontal de la cajita se leía: “Recuerdo de una noche mágica. El baile de las máscaras”. Él posó el pañuelo de su chaqueta sobre la máscara. Un S.M. lo firmaba.