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Sueños por Realidades

en Gays

              Las turbias y espesas nubes taparon al sol de un momento a otro, una suave y fría brisa sopló colándose por las ventanas, mientras a lo lejos se escuchaba el estruendo de un rayo anunciando que pronto el cielo comenzaría a llorar sobre la tierra; el olor de las rosas marchitándose en el jardín llegaron a mi nariz, la piel se me puso eriza al sentirlo, cerré mis ojos y me guardé las manos dentro de mis bolsillos… cómo me dolía en el fondo de mi alma. Este lúgubre ambiente era el adecuado para la situación, era el adecuado para hablar por última vez con una persona, para despedirte de ella con un definitivo “Adiós” a pesar de querer retenerla a como dé lugar, pero esto ya no me era posible, ya las cosas estaban dichas y hechas, el caos ya no podía ser reparado.

              Las cosas entre él y yo ya no eran como al principio, nuestro amor se había ido desde hace mucho, hubimos caído en la rutina y entre su trabajo y mi universidad, sus celos y mis borracheras, y sus ganas de tener todo bajo control y las mías de solo vivir el momento, nuestras vidas tomaron rumbos diferentes, sin nosotros quererlo y sin nosotros notarlo, poquito a poco nuestra relación se fue congelando. Dejamos de ser los amigos y amantes que éramos al principio para convertirnos en dos perfectos desconocidos que vivían bajo un mismo techo sólo para pelear como perros y gatos.

              Recuerdo que la última vez que discutimos le grité que lo odiaba con todo mi ser, que me iría de la casa y vendería la cadenita que me había regalado cuando cumplimos seis años de noviazgo… cómo me arrepiento ahora por haberle dicho eso, fue un momento de ira, un estúpido momento de ira que se encargó de mandar a la mierda de manera definitiva mi relación con él… me sentía muy mal, sentía ganas de morirme por saber que lo había perdido para siempre, que el daño que le hice era cuantioso e irreparable.

              Leonardo, mi Leo, era el hombre más hermoso que había conocido en mi vida, aún en mi mente sigue vigente el recuerdo aquellos días de colegio: él era el clásico niño nerd, con algo de sobrepeso, callado, solitario y cabizbajo que se la pasaba los recesos en el salón de clases o en la biblioteca, yo por mi parte era travieso e inquieto, los maestros siempre me regañaban y le ponían quejas de mí a mis padres por mi mala conducta y calificaciones bajas. Fue una cálida mañana de abril cuando nuestros caminos se cruzaron y por accidente lo boté frente a casi todo el colegio, sus ojos se llenaron rápido de agua y asustado como un cervatillo huyó; yo no era de la clase de chicos que pedía disculpas y que se compadecía de los demás, era un rebelde sin causa, pero ver al chico llorando por mi culpa, hizo que dentro de mí naciese algo en mí que me hizo sentir mal por haberlo botado a pesar de que fue todo un accidente puesto que otro amigo me había empujado. Ese día no lo volví a ver, fue hasta el día siguiente que lo vi de nuevo y con algo de pena y unos extraños nervios, le pedí disculpas por lo pasado.

              No sé muy bien cómo ni porqué, pero desde ese día le empecé a hablar, lo saludaba cuando nos veíamos en los pasillos y de pronto, ya éramos los mejores amigos que podían existir en el colegio. Desde ese día las cosas empezaron a cambiar, con la ayuda de él mis calificaciones mejoraron mucho y mi conducta también, mientras que él con mi ayuda se abrió al mundo, dejó de lado sus miedos y comenzó a socializar, y así sucesivamente el tiempo pasaba y los cambios no se hacían esperar. Para cuando empezamos el bachillerato, él no era físicamente aquel niño que yo conocí, la genética había sido muy buena con él, había desarrollado su cuerpo mucho más que yo, sus ojos azules eran electrizantes, su amplia sonrisa vivificante, su cabello era un frondosa melena oscura que al viento parecía gustarle desordenar, la timidez no existía en él y era ahora el más codiciado por muchas chicas… fue en ese tiempo que una extraña atracción por él comenzó a surgir en mí.

              Me puse de pie y me fui caminando meditabundo por los pasillos de la casa, me saqué las manos de mis bolsillos, me las coloqué cruzadas a la altura de mi pecho y me perdí entre las sombras y las paredes que me rodeaban… cada una de esas paredes, que ahora parecían viejas, eran testigos fieles de los momentos buenos que viví con Leo. Un recuerdo vago vino a mí, la oscuridad se tornó en luz y la imagen de él y yo corriendo, jugueteando de un lado a otro, subiendo las escaleras, se formó frente a mí; podía verme unos años más joven al igual que él, cada uno de nosotros cargando una caja de cartón llena de cosas… sabía qué día había sido ese: había sido el día en que nos mudamos a vivir juntos. Nos mirábamos tan felices, tan enamorados, tan inocentes y tan lindos, hablábamos animadamente de cómo haríamos para mantener la casa y cómo nos repartiríamos las responsabilidades.

              Una sonrisa melancólica se esbozó en mi rostro al revivir el momento, más cuando de un momento a otro, pusimos nuestras cajas en el piso y sin miedo de que alguien nos viese, nos besamos apasionadamente para luego entrar a la que se convertiría en nuestro nidito de amor, nuestra habitación… con nosotros, se fue en ese momento la mágica luz que había aparecido de la nada, volviendo las sombras a apoderarse de mi entorno.

              Quise seguir viendo más, por lo que abrí la puerta de la habitación. Una cama, un ropero y una pequeña mesa fue lo único que me encontré ahí, lo demás era vacío y más oscuridad; suspiré hondo y puse mis pies adentro. No me detuve a contemplar las cosas del lugar, me fui directo al balcón. El verde del césped de nuestro patio trasero lucía bien como de costumbre, pero tenía algo que no terminaba de convencerme, algo lo hacía ver diferente… hasta la fecha no tengo idea de qué; Leo era quién se encargaba siempre de cuidarlo, estaba siempre pendiente de regarlo y de podarlo cuando ya estaba alto, pero nuestro máximo tesoro en el patio, era el jardín de rosas blancas heredado por su abuela. Cada primavera el rosal florecía alegremente e inundaba el lugar con un exquisito, fresco y dulce olor… ese olor… lo podía aún sentir en mi nariz. Voló el tiempo hacia aquellos días de gloria y amor, cuando Leo y yo, los sábados de primavera, por la tarde, solíamos merendar en el patio, cerca de las rosas, donde hablábamos de todo, donde el tiempo entre los dos se detenía y se nos hacían cortas las horas a la vez…

              La sombra del pasado se hacía cada vez más amplia en ese momento, podía apreciar desde la alcoba más recuerdos de nuestras vidas en el jardín; el retrato de Leo y yo jugando como niños con Terry, nuestro pequeño perro, un beagle que nos regaló mi hermana, se hizo presente frente a mí. Corríamos por todo el patio mientras Terry nos perseguía tratando de quitarnos su pelota, su juguete favorito. Leo la tenía en su mano y me la pasó a mí, no obstante esta rebotó en mis manos al intentar cacharla y Terry se pudo hacer de ella. Leo se acercó a mí y me dijo algo al oído – algo que no recuerdo muy bien – luego posó sus manos a cada lado de mi cara y la llevó a la suya para besarme con pasión… con esos labios que me sabían a miel y que me hacían delirar. Nuestro momento de amor, fue interrumpido por Terry, que mordió mis jeans y me jalaba tratando de separarnos, no se detuvo hasta que lo logró; nos miraba con ternura y daba saltitos y leves ladridos, quería seguir jugando con nosotros. Mi novio y yo solo nos reímos, me dio un pico y volvimos a jugar con él… éramos tan felices.

              La escena se desvaneció poco a poco, y lo único que quedó frente a mí fue el patio vacío, donde las rosas del jardín comenzaban morir, lentos y tristes caían los pétalos marchitos al suelo, como lágrimas de dolor… hasta el rosal lloraba nuestra separación… nuestra maldita separación. Tan mal habían estado las cosas entre Leo y yo en los últimos meses que él lo había descuidado, tal y como descuidamos a Terry, ya que no jugábamos más con él, ni lo sacábamos a caminar y a veces ni su comida le dábamos; es por esto que desde hacía dos semanas que no teníamos idea de donde se había metido, de seguro se cansó de vernos pelear tanto y de nuestro poco interés por él y mejor se fue… es increíble como la inestabilidad en nuestra relación llegó a afectar a quienes nunca nos imaginamos, a nuestro Terry. Suspiré hondo y me di la vuelta, cerré la puerta de cristal del balcón, sin olvidar las cortinas y me fui de la habitación. Quería quedarme ahí para seguir recordando viejos tiempos, pero no podía hacerlo, Leo estaba abajo en la sala esperándome y quería verlo aunque sea una vez más, la última, porque después de hoy no lo volveré a ver jamás.

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              El estruendo de otro rayo, esta vez mucho más cercano que el anterior, me estremeció del susto; abrí mis ojos y vi que él seguía ahí sin moverse, impávido y callado, era evidente que no tenía nada que decirme, que las cosas para él ya estaban claras y no necesitaba de una de mis tontas justificaciones, que más que salvarme de la culpabilidad, me hundían más, bien dicen por ahí: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, y esto lo estaba comprobando hoy yo. Por mi parte todo lo contrario, lentamente las lágrimas no paraban de brotar de mis ojos y el nudo en mi garganta a cada segundo se volvía más y más grande, tenía mucho por decir y él no tenía nada por escuchar, especialmente viniendo de mí, el monstruo que tanto daño le hizo… pero… no me podía quedar con estas palabras atesoradas en mi corazón, necesitaba sacarlas de ahí y que él las supiese aunque no volviese conmigo de nuevo.

              Me levanté del sillón y me dirigía hacia él, pareció no importarle que me acercara, siguió como si nada con su mirada apagada. Cuando hube estado justo en frente suyo, miré sus facciones, su nariz respingada, sus labios tersos y carnosos, su mentón pronunciado y sus encorvadas y elegantes cejas que se entrecruzaban con los mechones de su lacio cabello negro, aún me parecía que era el hombre más bello sobre la faz de este planeta. En eso, afuera de la casa la lluvia se hizo presente de manera suave y fina, mojando por doquier; tragué un poco de saliva y abrí mis labios para comenzar a hablarle por última vez:

- É-érase una vez t.. tú y yo – espeté pausado secándome un par de lágrimas – cuando éramos un par de chicos locos y enamorados, frescos como la uva recién cortada de la vid y felices como el cielo de verano de una tarde de domingo. No teníamos mucho en nuestros bolsillos y mucho menos pertenencias materiales, porque todo lo que realmente necesitábamos era yo a ti y tú a mí y un par de alas cada uno para poder volar juntos en nuestra aventura de amor. “¿Qué es lo que somos Andy?”, me preguntaste luego de una de tantas noches de besos y caricias, y yo te respondí “No somos nada… porque tú aún no me has pedido nada”, tú sonreíste tan tierno como solo tú solías ser y me preguntaste ¿Quieres tú ser mi novio?...

              Recordar esa noche me sucumbió emocionalmente, caso contrario a él:

- ¿Puedes tú decirme cómo olvidar eso? ¿Cómo sacarlo de mi mente?... pues créeme no hay forma porque fue una de las cosas más hermosas que me han pasado en la vida y las que nunca podré olvidar – reproché – ¿Puedes decirme si tú lo olvidarás? Si realmente ya me dejaste de amar como para sacar de la mente ese recuerdo de adolescencia y sentimientos “prohibidos”, de cuando el amor reinaba en nuestros corazones, de cuando este estaba de nuestro lado… totalmente de nuestro lado.

              Él no reaccionó a mi pregunta, era de esperarse, si bien quizá yo tenía la razón esta vez pero no me la daría porque ya lo tenía cansado con mi estúpida forma de ser, de mi egoísmo y de todos mis disparates. Me dolía su silencio, era la peor y única respuesta que podía recibir de él ahora que ya prácticamente no éramos nada, que nuestra relación se había convertido en nada, se había ido por la alcantarilla gracias a mí. Suspiré profundo y seguí hablándole, seguí diciéndole todo lo que no le dije antes y debí decirle:

- Recuerdo todos los tiempos atrás, hace una decena de fríos inviernos, cuando podíamos pasar todas nuestras tardes, tirados en el suelo y viendo las lámparas del techo de mi casa colgar. Mi capacidad de hablar otros idiomas no era buena, yo hablaba muy poco inglés y tú te encargaste de ser mi maestro personal para que yo pudiese pasar dicha materia en el colegio. “¿De veras me amas tanto tú a mí Andy?”, me preguntaste una vez “¿Serías capaz de ir conmigo hasta el fin del mundo?", yo te dije: “Cuando sea y donde sea, contigo estaré siempre, porque en ti he encontrado al verdadero amor”…

              Una vez más el corazón se me estrujó al recordar las palabras que le dije…

- … al día siguiente me llevaste a tu casa a cenar con tus padres como muchas veces antes, me tomaste de la mano frente a ellos y sin importarte sus miradas extrañas y atónitas les dijiste que yo era tu novio. Hubo un guerra por casi un mes, entre mi familia y la tuya, porque no aceptaban lo nuestro y finalmente, de no ser por tu valentía y fortaleza, quizá nuestra relación no hubiese superado los catorce meses, no hubiese florecido tanto, no hubiese sido yo feliz por diez años a tu lado… años que tienen un valor en oro.

              Recuerdos y más recuerdos eran lo único que me quedaba ahora de esos diez años de noviazgo, cantares y poemas épicos bien podrían ser estos ahora para el deleite de la gente…

              Recuerdo aún todos los sueños que teníamos en un principio: un viaje a Roma y a Tailandia, una casa grande cerca de la playa, él siendo el mejor pintor y escultor de nuestro país, yo siendo un gran abogado… pero sobre todo esto, el más grande sueño era llegar a ancianitos juntos y decirnos mutuamente: “Nos dijeron que no lo lograríamos y mira como vencimos todos los obstáculos y te amo como lo he hecho siempre”… mi corazón se partió en dos al recordar esto último, mis labios temblorosos por llorar dijeron:

- ¿Qué piensas de nosotros ahora cariño? ¿Dime cuál es tu conclusión? – Dije – ¿Hemos vivido mucho en tan corto tiempo? Si tus ojos me miraran ahorita mismo cariño y me escucharas todo lo que te digo, supieras que de verdad reconozco que eres lo que más he querido en la vida y supieras porque ahora lloro como lo estoy haciendo… – no soportaba más esta situación, mi corazón hecho añicos estaba y el llanto se volvió algo inevitable – ¿Me podrías tú decir cómo solíamos ser antes? A pesar que mi oportunidad ya la perdí por haber cambiado nuestras esperanzas por miedos y nuestros sueños por realidades… ¿Me podrías decir cómo solíamos ser antes? Cuando realmente nos importaba lo nuestro y cuando el amor reinaba en nuestros corazones, cuando este estaba de nuestro lado… totalmente de nuestro lado…

              Él siguió apacible e indiferente a mis palabras y a mis lágrimas, era lo único que me merecía de su parte luego de tanto daño que le causé, daño que lo llevó al féretro desde el que está descansado su cuerpo sin alma luego de haber muerto en un accidente en la carretera y desde donde lo veo por última vez en la vida…

              El dolor es sofocante y no podía con el cargo de conciencia, mis piernas las siento doblarse y caer mi cuerpo al suelo. Todo fue mi culpa, mi maldita culpa y no me cansaré jamás de decirlo, si no hubiese sido la bestia que fui con él tratándolo mal y haciéndolo sentir como la peor mierda del más grande basurero del mundo él estuviese vivo y a mi lado, no debí haberle sido infiel, no debí haberlo herido tantas veces con mis palabras y mis actos y ahora por esto, los dos estábamos pagando las consecuencias, él más que yo puesto que prácticamente todo lo malo que yo le hice habían provocado todo esto y yo sufría porque al fin me logré dar cuenta del cuantioso e irreparable daño que le hice por ser un grandísimo egoísta, un pendejo.

              No me quedaba nada más que reprocharme a mí mismo y los mil demonios que dentro de mí yacían por la muerte de mi Leo… solo me preguntaba ¿Cómo siendo yo su novio pude ser tan injusto y cruel con él? ¿Cómo él pudo luchar tanto porque lo nuestro sobreviviese? ¿Acaso no veía mi escepticismo? ¿Tanto era que me amaba?... esta última era la pregunta más tonta, porque obvio era que me amaba y por mi malsano amor ahora estaba muerto…

              Frente a mí, un grupo de hombres vestidos de traje negro tomaron el féretro y lo llevaron a paso lento fuera de la casa, la lluvia se había calmado, el olor de las rosas marchitándose entró de nuevo a mi nariz, las puertas se cerraron y me quedé solo… totalmente solo, para la eternidad.

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Gracias por la lectura, este es un relato que escribí hace muchos años y que había perdido el archivo, espero les haya gustado, espero que me comenten su opinión, ya sea acá o por mi correo electrónico, estaré muy agradecido con ustedes por eso.

¡Saludos!