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Las tres vidas de Mary Donovan - 7

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Las tres vidas de Mary Donovan- 7: Un raro tipo de clemencia.

Contra todo pronóstico esa noche no necesité beber. Tenía el ánimo demasiado entumecido para eso. El cuerpo en cambio seguía respondiendo bien aunque de un modo mecánico. Había cosido sin tembleque ni demasiados errores parte de los dos vestidos para dar una apariencia vistosa y chabacana al atuendo, tratando de imitar los que había observado en las trabajadoras: telas bonitas y vistosas superpuestas, mal combinadas por alguien sin suficiente dinero como para adquirir una pieza entera de tejido. Deshilaché los bajos y el borde de las mangas con la lima, simulando el uso continuado y procedí a maquillame. Sin apenas práctica en el asunto, mis trazos era torpes y exagerados, pero no desentonarían mucho en aquel ambiente: las prostitutas baratas tampoco eran discretas.

Una vez salí a la calle comencé a recibir malas miradas y alguna que otra propuesta y supe que había hecho las cosas bien. Era de hecho la primera vez que alguien me dirigía ese tipo de comentarios, entre la grosería y el halago, que normalmente se dedican a las mozas. A buenas horas. No me ofendían pero teniendo en cuenta que había dejado atrás mi pistola era mejor apartar la curiosidad a un lado y no arriesgarse a encontrar algún cliente ansioso y violento que quisiera las cosas de inmediato. Hay hombres ahí afuera, Brad, que no razonan ni lo imprescindible para no cagarse encima y a los que les molesta mucho esperar. Casi todos, en realidad. Además cualquier proxi... proxe... chulo de putas podía decidir que acababa de entrar a trabajar en su territorio sin permiso y enseñarme las normas. En esa tesitura no estaba en condiciones de permitirme ningún tipo de enfrentamiento.

Un retraso era simplemente inasumible.

Con esa idea en la mente apreté el paso para alcanzar la comisaría fronteriza y dejar atrás cuanto antes un mundo que de todas maneras nunca había llegado a conocer realmente. Si esa era la vida que me estaba perdiendo, no tenía nada que ofrecerme. Ni luna, ni estrellas, ni sonrisas de críos ni ninguna de esas estupideces de las que le hablará normalmente cualquier niña de papá mientras se deshidrata y muere de diarrea en su alcoba me inspiraban nada en absoluto. Siempre he sido de esas personas para las que lo importante no es la ruta sino el destino, y mi camino en esos instantes me llevaba a Jack.

Pararse a oler las rosas en un momento en el que la basura y la mierda de caballo seca me llegaban hasta la caña de los botines no habría tenido ningún sentido.

El alguacil que apareció para atenderme me miró incrédulo cuando le tendí el papel con la celda que se suponía que tenía que visitar. Hasta entonces no había dado muestras siquiera de inmutarse, como si mi conducta fuera algo habitual, nocturnidad incluída. No se había mostrado agresivo cuando aparecí en su puerta con aquel atuendo desastrado de fulana y puse la cara botella de brandy en sus manos. Si acaso, solo recuerdo haberle visto dejar de masticar su cena y fruncir levemente el hocico al ver el lazo atado a su cuello de cristal. La etiqueta que indicaba sus doce años debió compensarlo, pero como le digo no hizo el más mínimo amago de disuadirme o negar su buena disposición a recibir un pago.

Solo se rascó la nariz y me devolvió la nota.

 —Es Jack el Chacal, chica. No quieres entrar ahí.

 —Y no quiero, es verdad, capitán... -intenté contestar con algo de gracejo- pero es que me lo han mandado, y ante eso una...

—Es sargento, aduladora, y deberías hacerme caso.

—Como si dependiera de mí... Yo hago lo que me piden. Si ustedes lo permiten, quiero decir.—Añadí, bajando la mirada. No quería sonar desafiante.

—Claro, claro... igual que todos. Que conste que yo no te lo recomiendo, pero si te empeñas en pasar todo puede negociarse...

Los billetes. La imposibilidad de sobornar a suficiente personal me había hecho regalarle medio millar a Jimmy para ayudar a su familia, puesto que incluso hacerle llegar una simple pistola a Jack hubiera costado más que eso. El alboroto que podía ocasionar y las consecuencias para el funcionario si lo cazaban no les habrían compensado. Aún así había guardado un buen pico en el zapato en previsión. Esperaba que fuese suficiente para comprar si no la complicidad del guarda, al menos la tolerancia hacia mi supuesto trabajo. Lamenté haber dejado diez dólares sobre la cama. Tendría que haberlos llevado conmigo en lugar de intentar compensar por las molestias.

—Ni Dicky ni las chicas me dijeron que tuviese que traer dinero. Si esperan un momento voy a...

—Porque no te va a hacer ninguna falta, eso es cosa de tu jefe —contestó.—Ahora abre la boca...

El hombre orientó sus manos hacia mi cara y yo retrocedí un par de pasos por precaución, pero choqué contra el pecho de alguien: un compañero suyo que se había situado rápidamente a mis espaldas y me cortó la huida. Por un instante temí haberme delatado y echado a perder mi coartada, pero solo me tomó por la cintura, sus manos grasientas ensuciándome el vestido al palparme la delantera como quien evalúa manzanas en el mercado. Desde luego no me hizo falta fingir que estaba intimidada, aunque lo que me faltaba de sangre fría conseguí suplirlo mediante la improvisación. A esas alturas la vergüenza ya no me servía para nada. Cualquier ultraje que pudiera doler de por vida solo me afectaría por un par de horas más, y eso, doctorcito, suponía una enorme ventaja.

 —Oiga, se lo digo con el mayor de los respetos, -me sacudí sus dedos del cuerpo con un codazo- pero hay precios establecidos. Es un dólar con cincuenta el servicio; dos si necesita más tiempo o es algo especial. No pueden pretender tasarme por su cuenta.

 —¿Lo has visto?—dijo al segundo, por encima de mi hombro— ¡Qué cosa más linda, se cree que la miramos como a un caballo!

 —Es una simple rutina—explicó aquel— para asegurarnos de que no te portarás mal. ¿Vas a abrir o me tengo que enfadar?

Obedecí a regañadientes, reprimiendo mis ganas de morderlo. Coloqué los labios sobre los dientes como si me preparase para... bueno, ya me entiende, cuando me introdujo un par de dedos, tanteando los carrillos y bajo la lengua en busca de algún objeto. Intenté aguantar el dolor. Podía sentir las punzadas, las fibras de la carne al romperse. Si me movía antes de tiempo sangraría y llamaría la atención. Mientras tanto su compañero me cacheaba con un exceso de minuciosidad, como si en cada costura pudiera guardar un cuchillo. No dejaba de ser paradójico que en mi papel de ramera llevase más ropa encima que en toda mi (corta) carrera de bandida.

El par de veces que trató de meterme el índice por otros sitios se encontró con mis nalgas contraídas, las piernas herméticamente cerradas y un puntapié.

En cuanto se retiraron un mínimo sorbí la sangre de mis encías con rapidez y me alisé las vestiduras, ajustándome de nuevo el corsé y devolviéndolo todo a su sitio.

— ¿Contentos?

— Y tanto, morena. Aún estás lo bastante dura. Tengo un par de monedas para ti si te las quieres ganar.

 —Hablen entonces con Dicky y arréglense... y que su compañero deje de intentar coger nada sin pagar. Entiéndanme, no es que yo no quiera, porque a estas alturas de la noche lo mismo me da uno que tres, pero no puedo darles nada de balde. Ya no me dejan.-Me señalé la cara magullada.

 — Algo podrás hacer, Lupita.

 —¿Le parece poco lo que han hecho hasta el momento? Cada vez que me tocan estoy perdiendo dinero.

 —Pues aprovecha la oportunidad. No estás en el Empire, lo que hagas aquí dentro será todo para ti. Sin intermediarios, sin cortes. Nadie tiene por qué enterarse...

 —Yo no lo voy a decir...— Aseguró su compañero.

 —Gordon y yo tenemos muchos amigos, y también bastantes ganas de hacer una recomendación.

 —Clientela fija, pequeña... -insistió el otro- Dos dólares semanales por cabeza. Tres, si tragas y te esmeras.

 Fingí pensármelo seriamente.

 >Estamos hartos de tanta china huesuda. Parecen putos niños. Cada vez que se la meto a una es como si me follara a mi sobrino... Puede que eso tenga su encanto para algunos, pero a mí no me gusta la sensación.

 —Se ve que el cabrón guarda a las buenas.—El guardia me propinó un buen cachete en el trasero, comprobando de nuevo la mercancía.

 — ...Para dárselas a putos cuatreros y desperados, Tom.

 —No es nada personal, señor.—Respondí.— Son los que más pagan.

 —Hablas muy buen inglés... pero creí que habías dicho que era una invitación.

 —Una cortesía tras años de fidelidad, sí, un último placer antes de su traslado.

 —¿Ese desgraciado pagaba?

 —Todos pagan con Dick.

 —Desconocía que Lane tuviera material del sur de la frontera. Un poco vieja, pero... ¿Seguro que no quieres ganarte una propina?

 —Por favor, si él se entera... —Me froté los brazos con impaciencia, remangando discretamente la camisa para mostrar los cortes y cardenales amarillentos de los días anteriores.

 —Ya, ya. No digas más. Todos tenemos problemas. Si no chupas, tampoco quiero oír la triste historia de tu vida.

 —No seas maleducado con las putas, Gordon, que te has criado entre ellas. Piensa en tu mamá...

 —Pensaré en la tuya cuando me la folle. También es de color mierda.

—Dale un respiro. Ya le espera una noche lo bastante dura. La verdad es que Richard Lane tiene pinta de ser un grandísimo hijo de perra. —Me tomó el mentón entre dos dedos, volteándome la cara para examinármela— Te ha dado bien, ¿eh?

 —Dicky... —carraspeé, con pretendida timidez—El señor Lane es un hombre de negocios, y yo no puedo quejarme.

 —Apuesto a que no. —Me soltó— No eres la primera chica a la que veo marcada. La pintura no logra taparlo del todo y eso a los clientes no nos gusta. Mata la diversión. Nadie se va de putas para acabar volviendo a casa con cargo de conciencia.

 —¿Conciencia, dices? Yo lo que no quiero es pagar para estar con una más fea que mi mujer, joder. La mercancía dañada tendría que costar menos...

—¡Pues cuesto igual, caballero! Normas de la casa. -Repliqué, desabrida.

 —...Pero no se puede negar que tu jefe al menos tiene sentido del humor.—Continuó— Darle una chamaquita minúscula a esa mala bestia...

 —No la asustes, Gordon, o no va a querer trabajar.

 —Es justo que lo sepa, ¿no?

 —No si le dificulta hacer lo suyo. Lo mejor es no meterse entre las muchachas y sus chulos. Llevémosla a la celda y ya está.

—¿Saber el qué?—Pregunté.

—No le hagas caso a mi compañero y empieza a caminar—Tras dos o tres giros de llave, el tal Tom abrió la puerta del corredor y me dio un empellón para que pasara.—No tenemos toda la noche.

—¿De verdad no conoces por qué le llaman así a ese tipo? —Insistió el otro— No “Jack el Amable”, ni “Jack el Tierno”. Jack-el-puto-Chacal.

—¿Es por el nombre, no? Un juego de palabras, "Jack the Jack-al".

—¿Has oído eso, Tom?—Se golpeó los muslos de pura risa— ¡No lo sabe!

—Es una puta, no el confesor. Ese viene los viernes. No se supone que deba conocer la vida y milagros de cada uno de sus clientes. Yo desde luego no le voy a contar la mía.

Me sonrió y volvió a empujarme para que continuara caminando. La tensión del momento no impidió que me sintiera un tanto ridícula. En todo aquel tiempo trabajando y viviendo con Jack, compartiendo su comida y sudando en su propia cama nunca había intentado interrogarle al respecto. A él le gustaba dar órdenes y hacer preguntas, no responderlas. Tampoco le había dado ninguna importancia y suponía que como en el caso de Francis y su “Cara-de-muñeca”* tendría algo que ver con su aspecto.

—¡Oh, joder chica, has tenido que molestar muchísimo a tu patrón para que te mande con él!

—¿Y no podrías hacerle mejor una paja a través de los barrotes o algo? -sugirió el tal Tom- Hay espacio suficiente para meter el brazo.

—Ojalá. Mañana vendrá Mr. Lane a visitarle y no quiero... no puedo arriesgarme a que le dé malas referencias, ¿comprende?

—Perfectamente. A todos nos joden de un modo u otro en el trabajo.

Aún antes de llegar a la celda, mientras atravesábamos el cuartelillo infestado de guardias, (una pareja cada pocos pies) pude oler el alcohol barato en el ambiente, el tabaco encendido. Iban a matarlo, cierto, pero eso sería en otro Estado tras la pantomima de un juicio. Hasta entonces estaba siendo tratado con mucha más hospitalidad de la esperada, especialmente teniendo en cuenta que era un asesino de rangers. Nada que ver con la basura con la que yo había tenido que lidiar y que con un poco de fortuna ya serían pasto de los buitres a estas alturas.

—¡Eh, irlandés! -Golpeó los barrotes con mi botella, creando un sonido de xilófono- ¿Estás dormido?

—Nah, ese no pega ojo nunca...

—¡Hablo contigo! -El bulto chasqueó la lengua y se volvió hacia él con desgana. El guardia alzó la voz.-¡Eh, Chacal! Alguien que te quiere te ha traido un regalito.

—Métetelo por el culo.- Lo oí refunfuñar desde las sombras.

—Algo me dice que este sí te va a gustar.

—Sea lo que sea, te lo cambio por tabaco. A este paso voy a acabar fumándome entera la puta Biblia.-Los tres dimos un respingo cuando el libro se estrelló de pronto contra las rejas y cayó al suelo, abierto de par en par. Jack no mentía: al volumen le faltaba un gran número de hojas.

—Bueno, ya has oído al señor. -dijo el otro alguacil, rebuscándose en un bolsillo- Parece que después de todo vas a hacernos un servicio... Tom, saca medio dólar, anda, que no llevo más encima.

¿Eso era todo? ¿Todo aquel esfuerzo, el desgarro interno que me había costado llegar a tomar esa decisión se iban a echar a perder porque Jack tuviese un mal día?

—¡Con eso no tienen para ambos, señores, y yo no hago descuentos por parejas!- Alcé el tono de manera algo más drástica de lo que habría sido natural, con la esperanza de que me oyera.

Jack se incorporó de golpe en su camastro y supe que a buen seguro había reconocido mi voz. Su ojo refulgía en la oscuridad como los de una bestia a medida que se acercaba hacia el quinqué.

Ojo.

Uno solo.

La impresión que me causó verlo fue tal que retrocedí sin pretenderlo; una reacción que encantó a los guardias. No podían saber que lo que me encogía el corazón era ver la bárbara sutura que le unía el párpado al pómulo, esa mitad hinchada y amoratada de su rostro.

—¿Qué ocurre, no te agrada tu Romeo de hoy?

El custodio me llevó más cerca de los barrotes por la fuerza, dejándome a la distancia justa del brazo de Jack.

>A él seguro que sí le gustas tú. Tu pelo, por lo menos. -Me soltó el pasador del tocado que mantenía mi cabello atado en un moño y este cayó pesadamente sobre mi espalda.- Es juuuusto su tipo. ¿O no...?

Su compañero desvió la mirada.

>>Déjame que te cuente un secreto...- apoyó su barbilla en mi hombro.- Hace años esta buena pieza y su hermano se dedicaban a matar mexicanos y vender vuestras cabelleras como si fueran las de los indios. Resultaba más rentable que ir a cazarlos y adentrarse en su territorio. Más seguro, también.

—Eres un cabrón de mierda, Gordon.

—Cálmate, Tommy, que solo la estoy instruyendo. Ella fue la que preguntó... -El otro hombre se revolvió en su sitio, incómodo, pero le permitió continuar. -Pues bien, llegó un momento en que lo hacían por decenas. La recompensa era decente y la demanda tan alta que no dejaban de pedírselas. Es probable que muchas de ellas fueran chicas como tú. Más jóvenes, incluso. Los hombres no suelen tener una melena tan larga...

Gordon comenzó a peinarme con los dedos y una delicadeza fingida, creando tirabuzones alrededor del mismo dedo con el que había tratado de explorarme. Luego estiraba cada mechón con suavidad hasta el pecho, una y otra vez, acariciándomelo con disimulo.

Arrugué la nariz. Aún olía a mi flujo.

>Los mataban y les robaban, ¿sabes? Exactamente igual que habían hecho cuando estaban en el ejército. Nuestro amigo Jack aquí presente se dedicaba a recorrer los campos tras las batallas y rematar a los heridos, estuvieran graves o no. Rebuscaba entre la carroña para quedarse con sus cosas. Le gustaba tanto que llegó a hacerlo hasta en la misma enfermería, con los de su propio bando.

Jack bostezó sonoramente, apoyado en los barrotes.

> Por eso le llaman así, por todo el tiempo que pasaba husmeando entre los muertos. -Las yemas del guardia acariciaron mi frente, para agarrar de pronto todo mi flequillo y tirar de él con fuerza hacia atrás.- Empezaba a rajar justo por aquí...

El índice de su otra mano repasó el nacimiento de mi cabello, simulando el filo de un instrumento de corte. Me recorrió un escalofrío.

Así que eso era lo último que habían sentido Antonio, papá y mamá...

—Pero hoy no tienes un cuchillo, ¿verdad, Jack?-Interrumpió Tom.

Él se encogió de hombros y escupió al suelo, la mirada fija en mí, evaluando cada uno de mis gestos como si tratase de imaginar lo que estaba pasando por mi cabeza.

>>No, no lo tiene.- Me aseguró el otro, respondiendo por él.- Nos hemos encargado de eso. Y es la razón por la que se va a portar bien.

>Por eso y porque como te haga más daño de lo previsto le vamos a partir las piernas y tendrá que subir al cadalso en volandas. En este pueblo no nos gustan los bastardos que matan a una hembra —Pegó con fuerza en los barrotes hasta hacerlos vibrar—¿Has oído, amigo? ¡Ahora atrás!  ¡Vamos, contra la pared!

Jack retrocedió y abrió la boca para contestar, pero otras voces se le adelantaron.

—¡Vente conmigo, manita, que yo sí te voy a tratar bien!

—No nos la manches mucho, Jack...

—¿Y yo qué? ¿Cuándo me toca? ¿Es que mi polla no es lo bastante buena?

No me giré. Cabía la posibilidad que los presos que estaban en las celdas contiguas y se agitaban como gallinas en una jaula pertenecieran al grupo de mercenarios de Gregsonville. No quería arriesgarme a que reconocieran mis ojos o mi perfil, por nimia que fuera la probabilidad.

—Ten cuidado, muchacha... —advirtió Tom una última vez, al abrir la reja.— Recuerda lo que te hemos dicho.

Así entré y me quedé frente a Jack sin saber ni cómo comenzar. Había planeado las cosas hasta ese momento, pero no tenía una idea específica de cómo proceder más allá. Solo el objetivo. Al oír el chirrido de los goznes y la llave a mis espaldas todo el miedo arrinconado hasta entonces por la excitación morbosa y el deber empezó a derramárseme cuello abajo. Lo sentí primero en la garganta y el estómago, el pánico me provocaba retorcijones con la intensidad de un puñetazo, un malestar físico parecido a un cólico. Unas ganas casi insoportables de vomitar. Había hecho falta que me cortaran físicamente toda escapatoria para que tomara conciencia de la situación. Los nervios tiraban de mí hacia la puerta, cada célula de mi cuerpo se oponía a estar allí. Sabían lo que me convenía mejor que yo.

Costaba admitirlo pero estaba arrepintiéndome de venir.

Era consciente de que si me daba la vuelta y lo pedía, si lloraba un poco y les decía que el lugar me daba terror todavía me dejarían volver a salir. Ese es el tipo de cosas que se espera de las chicas. Escuché risitas procedentes de las celdas. Mi acorchamiento por el temor era tan real y evidente que les divertía. Les gustaba que las pobres putitas fueran castigadas con cosas así.

Me forcé a avanzar hacia el centro de la habitación.

Afuera los guardias nos observaban como quienes llevan dos perros para la monta y están esperando a que se huelan el trasero. Los vi tensarse en anticipación cuando Jack se aproximó a mí y dio un par de vueltas a mi alrededor.

 —Mírate... -susurró, acercando su boca a mi oído- Si hasta vuelves a parecer una mujer y todo.

Clavé la vista en la pared, procurando no fijarme demasiado en él para que su estado no me angustiase más de la cuenta. Ni siquiera fui capaz de sonreír cuando me puso el falso cigarrillo en los labios. De cerca tenía un aspecto horroroso, y no solo por la falta del ojo. Los puntos seguían sin cicatrizar, rojos aún, posiblemente infectados. No quería ni pensar cómo estaría la cuenca bajo ellos. Jack parecía haber envejecido varios años; la cara macilenta, sus gestos torpes y somnolientos, producto de muchas noches sin dormir. Sin ninguna cuchilla a su disposición le había crecido la barba a ambos lados de la cicatriz del rostro, la depresión en el cutis más visible que nunca.

Cuando se puso a mis espaldas y me rodeó la cintura con los brazos noté que algo más no estaba bien: solo una de sus manos me apretaba, la otra permanecía laxa, apenas apoyada. Siseó y la retiró de golpe cuando quise tocársela; un reflejo de dolor.

Me di la vuelta aun a sabiendas de que iba a arrepentirme. Había notado ya la ausencia de varias falanges bajo la venda. Oh, Señor. El índice había sido completamente arrancado, al dedo corazón le faltaban las dos terceras partes. No volvería a disparar con esa mano. Aunque todo sería más fácil así, el daño en su carne hacía estremecerse la mía. Tenía mayor empatía por él de la que jamás sentí por mi hermano. No era sangre de mi sangre pero nuestros cuerpos se habían unido suficientes veces como para considerarlo cosa propia. Verlo así de acabado me reconcomía.

Las historias del pasado que acababa de escuchar no cambiaban nada.

No necesitaba a un extraño para decirme quién era Jack.

Notando mi distracción volvió a estrecharme contra él antes de que tuviera tiempo de reaccionar. Heridos o no, sus dedos restantes seguían siendo veloces, voraces y recorrían mi corpiño con más ansia si cabe de lo que hacían siempre... pero también con mucho más detenimiento. Una vibración ansiosa. Allí donde normalmente se limitaba a manosear, tocaba ahora del mismo modo exhaustivo en que lo habían hecho los guardias, tratando de encontrar un arma. Le llevó un rato comprender que las ballenas del corset no saldrían de su posición. Le hubieran resultado inútiles de todas maneras: apenas eran sino unas varillas romas y de poco grosor, nada susceptible de causar verdadero daño.

Su nariz rondaba mi nuca, camuflando el movimiento de sus labios bajo mi pelo al hablar.

>>¿Cuándo lo vamos a hacer?

No le respondí, solo le acaricié la mejilla para darle a entender que lo había escuchado. Estaba muy ocupada observando de refilón a los guardias. Viendo que tardaba en haber acción inmediata estaban comenzando a relajarse y las posturas tensas que habían tenido desde que crucé la reja empezaban a distendirse. No habiendo signos de amenaza, pronto se sentarían en las sillas de enfrente y me dejarían espacio y tiempo suficientes como para maniobrar.

Jack no se rendía, seguía buscando los hierros de capa en capa de mis faldas.

>> ¿Qué es lo que has traído?-Su voz sonaba cada vez más impaciente.

Sus manos remangaron mis faldas y separaron mis piernas, colándose por debajo de las enaguas, invisibles por el bulto de la tela acumulada sobre mis caderas. Su presión arrugaba la saya, la comprimía a puñados, tratando de no perder cualquier posible forro o doble costura que pudiera contener algún tipo de armamento. El peso de la tela (o su falta más bien) ya tendría que haberle mostrado que no había ninguno.

No sabía si lo habían conducido ahí dentro con una capucha en la cabeza o si habría estado siquiera lúcido y en condiciones de ver cómo era el lugar donde lo tenían, pero si estaba pensando en amenazar a la prostituta que creían que era y salir de la comisaría con una rehén era prácticamente imposible. El número de agentes que había sueltos por la ciudad me habían dado una idea aproximada de cuántos encontraría en el interior ...y aún así mis cálculos habían demostrado ser muy conservadores. Tenían demasiados efectivos situados además en varios tramos, cada uno con su puerta, con lo que en el instante mismo en que les diera la espalda a uno de los grupos de cada lado del pasillo varios hombres le dispararían. No llegaríamos lejos.

No habría cambiado nada aunque hubiera puesto alguna droga en la botella que acababan de descorchar sus captores, salvo por el hecho de que ni siquiera llegarían a abrirnos la celda antes de que el grupo entero se apiñara contra ella y nos acorralara.

La aspereza de la venda acartonada por la sangre seca me arañó el interior de los muslos. Las hilachas de los bordes del apósito se habían endurecido tanto como si habría usado pegamento y ahora sus extremos me pinchaban con cada movimiento, convertidos en agujas. Fruncí el ceño y ahogué mis quejas todo lo posible para no despertar sospechas. Aún así mi incomodidad no pasó desapercibida para los guardias. Uno de ellos se puso en pie.

—¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? La chica está para tocarte a ti, no para que la toques tú. ¿Tengo que entrar a ponerte unas esposas?

—Es... es igual. No importa. -Me apresuré a responder.-Que haga lo que quiera. El señor Lane dijo...

—¡Que le jodan al señor Lane! Si ese -aludiendo a Jack- se pasa de la raya, chilla y nos encargamos desde aquí.

Asentí y bajé las manos hacia mis piernas, tratando de detener las exploraciones de mi hombre. Sus uñas rotas estaban deshaciendo los lazos de los ligueros para poder acceder al interior de las medias, rebuscando también allí. Cada roce me clavaba las puntas desiguales de sus zarpas y me levantaba la piel. Comenzaba a escocerme, estaba segura de que en breve rompería a sangrar y eso llamaría la atención de los de fuera. Coloqué mis palmas sobre el dorso de sus manos con suavidad, indicándole que siguiera un ritmo más pausado. No me hizo caso en un primer intento, así que me vi obligada a apretar las yemas contra sus heridas para que lo entendiera. Gruñó y se convulsionó brevemente por el daño, pero no me soltó.

De haber estado en una situación diferente me habría castigado con dureza, pero en la comisaría y vigilado por dos personas que no sabían que nos uniese algo se limitó a obedecer. Verlos además bufar de hilaridad debió atacar a su sentido del ridículo.

Con paciencia lo fui guiando arriba y abajo sobre las zonas más sensibles del muslo, las partes suaves y blandas que montar a caballo durante tanto tiempo aún no había encallecido ni insensibilizado por completo. Haciéndolo me aseguré además de que notara sobre su antebrazo el tacto de mi vello púbico con el fin de distraerlo. No había llevado ropa interior de ningún tipo, para que en el caso de una inspección algo más profunda de la que se había producido pudieran constatar que era lo que decía: una profesional acostumbrada a realizar varios servicios seguidos casi sin descanso, con apenas unos minutos para lavarse de un cliente al siguiente, tal y como había observado. Para una mujer que ni tenía decencia ni se le suponía un poco más de paño solo significaba un estorbo a la hora de desempeñar su labor. Una prenda más que subir, bajar, ensuciar y acabar lavando. La mayor parte de las rameras de baja estofa tenían manos tan ajadas como las mías por ocuparse de la limpieza después de su turno de venderse. No les sobraba el tiempo.

—¿Qué tenéis ahí?- Una voz desconocida nos sobresaltó a los cuatro.

—Es para bajar la cena. No había agua a mano.--Respondió uno de los guardias.

—Ya... y yo qué me lo creo. Sabéis las normas. No podéis beber en horario de trabajo...

Jack y yo nos miramos, paralizados. Tras unos segundos de tensión realmente densos en que nosotros mismos tragamos saliva, siguió.

>>No sin invitar. Eso solo lo hacen los desgraciados. Además ¿a qué huele? Tiene pinta de ser bueno...

—Nah, no te gustaría.

—Si es gratis me gustan hasta los meados. ¡Simon, trae dos vasos!

—Oye, no hagas eso, joder. No traigas a nadie más. Este brandy es...

— ...Para todos, eso es lo que es. ¿No irás a dejar a dos amigos con la garganta seca...?

Las voces de los otros hombres siguieron escuchándose aunque cada vez más lejos, más confusas, como pertenecientes a otro mundo.

—Jimmy está bien. Ileso,-susurré, aprovechando el alboroto-pero no gracias a ti precisamente.

Jack no prestó ninguna atención a mi recriminación ni preguntó tampoco sobre el resto, señal de que sabía de sobra las malas noticias. Era de esperar. Con la falta de tacto que había demostrado el guardia a la hora de asustar con crímenes a una simple prostituta, sin duda le había contado con pelos y señales el destino de sus hermanos y hasta se habría recreado con ello. No estaba mal hacer sufrir un poco a un asesino.

—¿Está en la calle o ha entrado? ¿Dónde mierda se ha metido?

—Fuera.

—¿Y a qué coño estamos esperando?

—¿Tú que crees? A que se emborrachen.

—¿Cuatro con una sola botella?

Miré de reojo. Ya eran seis.

—Es de algo muy fuerte.

Iba a ser imposible hacer las cosas como las había planificado. Jack no colaboraba. Estaba empecinado con un plan muy distinto al que estaba siguiendo. Se aferraba a una esperanza tan improbable que yo ya había descartado. El hecho de que cada vez se estuvieran acercando más de sus carceleros a servirse de la botella y mirar el espectáculo no lo disuadía. Intenté caminar hacia el camastro que le habían asignado pero no me dejó. Su peso y fuerza superiores me retenían sin ninguna dificultad. Ni siquiera el desgaste sufrido podía cambiar eso. No era capaz tirar de él sin hacer movimientos extraños, así que decidí jugar una baza arriesgada.

Me zafé de sus presa de golpe, provocando un súbito aumento del interés de la gente de fuera, pero solo para agarrarle de la mano sana acto seguido y volver a tratar de llevarlo así al lecho. Jack tenía los pies separados y guardaría el equilibrio tan bien como quisiera. No podía desestabilizarlo o moverlo salvo si me lo permitía y era obvio que no quería hacerlo...

No se trataba de simple tozudez. El modo en que había decaído en un plazo tan corto de tiempo no podía deberse solo al dolor ni a un comienzo de infección. Había perdido peso a simple vista y si lo que habían dicho aquellos tipos era verdad, apenas había dormido desde que llegó; tal vez aún más tiempo, en el caso de que fuesen los mismos que lo habían trasladado desde Gregsonville. Eso por sí mismo afecta mucho a la cabeza.

Él ya traía lo suyo sin esa ayuda complementaria. Tal vez eso incluso lo protegiera.

El Chacal no era el tipo de persona que analiza demasiado ni tampoco se caracterizaba por una propensión los ataques de mala conciencia. Nunca le había visto mostrar el más mínimo signo de arrepentimiento. No cuadraba con su carácter que estuviera torturándose por lo que había ocurrido con Séamus y Colin cuando ellos mismos lo habían empujado a tomar parte en aquello y probado su punto. Mucho menos que lamentara la pérdida de Frank...

Uno de los hombres a los que aún no conocía metió un brazo entre los barrotes. Ahora yo era un mono enjaulado al que le ofrecían cacahuetes.

—¡Hey, chica, -agitó el pequeño vaso que sostenía- toma un poco tú también!

— Dále más, no seas rácano. -El sargento Tom inclinó la botella y vertió el contenido hasta el borde- Lo ha traido ella... y joder si lo va a necesitar.

No sabía él bien hasta qué punto...

Traté de acercarme a ellos, pero Jack cerró sus dedos sobre mi muñeca como si pretendiera aplastarla, una presión que incluso en su estado debilitado amenazaba con triturarme el mismísimo hueso. Escondí la agonía tras la cara neutral que me había propuesto mantener y estiré el otro brazo hacia la reja para tomar el recipiente. Él me miraba de un modo amenazante, agravado más aún por la necesidad de obviar el párpado cosido en su cara y pretender que el otro ojo aún estaba ahí.

Sabía lo que quería decirme, que no bebiera si quería estar en condiciones de escapar, que el alcohol me subiría mucho más fácilmente que a ninguno de ellos. Era una mujer y mi cuerpo más pequeño. Si teníamos que embriagarlos era mejor que cada uno tomaran la mayor cantidad posible de brandy y ese vaso podía marcar la diferencia.

El guardia seguía meneando la bebida, esperando a que me decidiera. Hacer creíble el papel implicaba elecciones como esa. ¿Qué clase de puta rechazaría un trago de una botella de treinta dólares? Solo volvería a tener una oportunidad de beber así una vez en su vida o dos, si encontraba un cliente lo bastante generoso.

Jack no aflojaba su agarre. Tras varios intentos en los que solo llegué a arañar la superficie, logré asir el borde con firmeza y me llevé el vaso a la boca. No era una última cena pero tendría que servir. Todavía no había conseguido tomar ni la cuarta parte cuando él me lo quitó y se bebió lo que restaba, provocando un murmullo generalizado de decepción entre los funcionarios. Luego lo lanzó contra el suelo.

Me apuñalaba con la pupila.

Por unos segundos temí que agarrase alguno de los pedazos de vidrio para amenazarme y salir como habría hecho con un cuchillo, pero lo cierto es que entre que el objeto era bastante chato y que había sido tirado con fuerza no quedó nada aprovechable para un uso semejante. En lugar de eso volvió a asirme a mí y me alejó de la puerta. Estaba segura que al probar el brandy había debido darse cuenta de su graduación moderada y empezado a sospechar. Por lo menos ahora comprendía que verlos achispados llevaría un buen rato.

Con la mano libre comencé a desatarle el cinturón. No quería dejarlo demasiado desocupado y que pudiera pensar. Me rozó con los muñones para disuadirme sin formar barullo, pero no pudo hacer gran cosa. Deseaba que lo dejara tranquilo, que me centrara solo en representar, no en realizar de veras lo que se suponía que había ido a hacer. Se zafaba mientras manipulaba su hebilla y botones, hurtándome su pelvis y la cintura del pantalón. Apretaba los dientes hasta tensar del todo las mejillas. No poder tumbarme de un par de bofetones lo estaba sacando de quicio.

Si dábamos un solo paso fuera del cuartucho nos acribillarían, eso tenía que saberlo. Le abrirían aún más agujeros de los que había recibido Col. La estrechez del pasillo, la abundancia de efectivos harían de él un blanco seguro. No había margen para esquivar ni sitio dónde esconderse, con todas las celdas cerradas. Además de nuestro amigo Tommy “el Compasivo” había muchos otros cerdos y no todos tendrían sus mismos escrúpulos a la hora de herir a una mujer, especialmente a una perra callejera por la que nadie de importancia iba a preguntar. Como mucho tendrían que compensar entre todos a su jefe como cuando se mata a una pieza de ganado. Una puta muerta es una vaca a la que ya no es posible ordeñar. Ni siquiera merecía la pena vender mi carne. Usted debería saberlo: no habría manera de sacar más de siete pavos ofreciendo mi cuerpo para el progreso de la medicina.

Entonces ¿por qué estaba tan empeñado en hacerse matar cinco o diez pies más allá? ¿De veras creía que podía salir de esta? ¿Tanta confianza tenía en mi capacidad? No, no podía ser eso. Él conocía mejor que nadie mis limitaciones.

Lo abracé y sentí contra mí su corazón acelerado, su abdomen hundido y tembloroso por la tensión. Tenía el pelo húmedo y parecía estar sudando aunque solo hiciese un clima tibio. Era él que desprendía un calor enfermizo, inhumano. El estómago estaba vacío y los jugos se movían rabiosamente en su interior, buscando algo más que la bebida recién ingerida a lo que aferrarse. Unos días más y tal vez habrían podido disolverlo entero por dentro. Además de no descansar, Jack tampoco había comido casi nada desde aquel domingo fatídico. El nerviosismo estaba acabando lentamente con él.

Creo que fue entonces, mientras lo descamisaba y estrechaba contra mí, que fui consciente de lo que verdaderamente pasaba con mi marido: estaba aterrorizado no por la muerte en sí, sino por la horca. Había tenido todas las pistas del mundo para verlo, desde las bromas macabras que había hecho al respecto y su incomprensión hacia Frank, pasando por su preferencia por el suicidio. No seguía vivo por cobardía, sino porque no había podido cometerlo. Los dedos que le faltaban eran el producto de un disparo destinado a desarmarlo. Junto con ellos se le habría caído el suelo la propia pistola. Un segundo disparo en el ojo lo habría derribado e impedido intentarlo de nuevo con la otra.

Me sentí tan, tan estúpida por dudar...

La parte del respeto que le había perdido desde que leí el periódico volvió con fuerza, y con ella mi valor. Ante su estupor lo besé en las palmas, los pulgares, las muñecas. El pecho hasta donde alcanzaba de puntillas. Ardía ya por la fiebre, pero tenía que contagiarlo de pasión. No iba a permitir que mi hombre, el único que me había importado en toda mi vida, se sentara ante un marica con una peluca y un mazo, las manos tan blanditas y blancas como una niña. Ningún corresponsal lo retrataría mientras era conducido maniatado ni se inventaría crónicas sobre su captura para vender panfletos.

No nos prestaríamos a sus juegos.

Si podía evitarle el oprobio y el coraje de ver declarar y pavonearse frente a él a una serie de inútiles que solo habían tenido el número y el armamento a su favor, lo haría. Nadie señalaría ni se reiría ni se volvería a casa seguro y satisfecho de que se hubiera hecho ese teatro que llaman justicia para seguir su mierda de existencia de ratón; nacer, comer, cagar, dormir y echar más bueyes complacientes al mundo, creyéndose imbuídos de una moral superior. No les permitiría obtener un triunfo.

Estaba dispuesta a pagar el precio.

A mí la soga me daba igual.

Jack me dejaba hacer, intrigado y confuso ante mis manejos. Podía permitírselo. Ocuparse de otra cosa en los minutos de espera necesarios hasta que los bebedores notaran el efecto del brandy le ayudaría a afrontar el enfrentamiento con la cabeza más fría. Lo estaba, sin duda: muy a su pesar su riego ya no pasaba por allí. Nunca se necesitaba gran cosa para eso. Además se encontraba desacostumbrado a que lo tocase de un modo tan posesivo, imponiéndole el ritmo. La forma en que lo apretaba y acariciaba su cuerpo sin pedírselo era nueva; cómo tiraba de los dos extremos sueltos de su cinto, haciéndolos riendas para juntarlo con mis caderas y forzarlo a caminar de espaldas conmigo era algo que antes no me habría atrevido ni a sugerir. Quizás esperaba que durante todas esas maniobras le pusiera en una manga de la ropa un objeto afilado con el que defenderse, verme sacar un Derringer de algún sitio cuando no mirasen.

Sin embargo nuestro público devoto vigilaba el cortejo y nos jaleaba, dispuestos a no dejarnos sentir ni siquiera un simulacro de intimidad. Todo lo que podía hacer al respecto era concentrarme en su cuerpo y olvidar la traducción de todas esas palabras. Convertirlas en ruido. Me observaron conducirlo a la cama y apoyarme en sus hombros hasta que entendió el mensaje y decidió sentarse sobre el colchón. Les gustaba que una mexicana chaparrita manejara a un hombre tan grande -una alimaña humana nada menos- como una domadora de circo. No podían imaginar lo poco dado que era Jack a respetar mi iniciativa normalmente. A esas alturas me habría agarrado del cuello con el hueco del codo y tirado boca abajo en la cama; estaría tumbado sobre mi espalda, retorciéndome un brazo. Mis enaguas se hallarían ya por la cabeza, vueltas como las hojas de una lechuga...

...Claro que esta era una tesitura enteramente fuera de lo común

Me senté a horcajadas sobre sus rodillas y levanté las faldas para poder continuar manipulando los botones de su ropa interior. Aún miraba de tanto en tanto a los otros tipos por encima de mi hombro hasta que le tomé la cara con ambas manos y se la orienté hacia mí. Yo era en quien debía centrar su atención. Yo era quien había recorrido Texas de punta a punta sin descanso solo para llegar a estar así con él, junto a él, en una celda que olía a humedad y orín, turnándome con su hermano para dormir sobre el lomo del caballo. Era lo mínimo que me debía.

Podría haberme ido al fin del mundo (y tal vez debería haberlo hecho) y sin embargo lo había dejado todo a un lado para que no estuviese solo. No me bastaba con quedarme al pie del cadalso y mirarlo desde el público cuando lo colgasen, limpiándome con un pañuelito las lágrimas de la comisura del ojo. Tampoco podía pegarle un tiro a la cuerda y esperar salir los dos a caballo como en una de esas estúpidas novelas.

Todo lo que podía hacer por él era introducir mi mano en su bragueta y tomar su miembro, acariciarlo para fortalecer su erección (el hambre y la falta de sueño se cobran un peaje en esas cosas), ayudarlo a lubricar, ofrecerle mi compañía. Darle un poco de placer en esa pesadilla en la que estaba inmerso y cubrirlo de besos. Ayudarle a olvidar su cautiverio, demostrándole que débil o fuerte, fracasado o no, seguía siendo suya... aunque eso contara poco para él. Siempre había sabido que la nuestra era una relación desigual y la había aceptado de esa manera, con sus arbitrariedades y el matrimonio de mentiras. Con el desequilibrio de cariño y de poder. Al final solo estaba yo, cuidándolo, amándolo. Consintiéndolo como a un niño chico.

Tenía la vaga esperanza de que en algún rincón del cerebro febril de Jack se anotara esa información y fuera capaz de corresponderme durante un minuto o dos cuando llegara el momento.

Estaba haciendo lo correcto y él se daría cuenta también. No cabía otra opción.

Nadie que haya querido a otra persona la dejaría en ese estado penoso que solo suscitaba piedad: ahora que estábamos tan cerca no podía ignorar las venas se marcaban bajo su piel hasta un extremo casi varicoso, formando caminos azules a través de todo su cuerpo. Las sienes, los brazos irradiaban una temperatura atroz. Su verga misma una vez desplegada por completo parecía haber ganado en grosor con todos esos pliegues abultados. Por extraño que parezca su tumescencia enfermiza me excitó. La furia con la que me latía entre los dedos al apretarlo, su calentura de tizón me atraían aún más que las otras veces, me hacía imaginar lo que sentiría una vez lo pusiera dentro.

No era solo el cambio corporal, era la propia situación. El miedo, las dudas, la inminencia de la muerte se fundían en mi cabeza y se extendían como una gran mancha de aceite, pesada, lentamente hasta devorar el resto de ideas. Ese torbellino de emociones se parecía demasiado a la estimulación sexual, me golpeaba en los mismos lugares, aflojando todas las tuercas que aún me quedaban en su sitio. Estuve a punto de permitir que me besara en la boca y echarlo todo a perder.

Cuando Jack rodeó mis caderas con los brazos para arrimarme y poder penetrarme perdí la conexión con la realidad. Hasta mi arrepentimiento por no estar en condiciones de darnos algo mejor pasó a un segundo plano. Solo noté calor, calor, calor abriéndose paso. Firmé las rodillas sobre el colchón para poder moverme mejor y hacer parte del trabajo. No escatimé energía. Si me esforzaba lo suficiente conseguiría que él también se sintiese feliz y eso era lo único que contaba. No era sutil, no era elaborada, pero seguía siendo la única forma de hacerle comprender, mejor que cualquier confesión de amor.

Sé que en alguna parte de todo eso Jack abrió las piernas y golpeó la cara interna de mis rodillas para que perdiera el equilibrio y cayera sobre el catre con él. Sus dientes tiraban de los cordones delanteros de mi corset hasta romperlos. Tuve que sacarme los pechos por encima de la prenda para evitar que acabase usando los dedos y el daño lo sacase de la ilusión. Por fin estaba donde lo quería, caliente y entregado.

Me permití disfrutar del triunfo un poco más, dejar que llevara la batuta. Presionar ya no era necesario. Yo también me merecía mi premio por llegar hasta allí. Su pasión brutal desgarró las costuras apenas hilvanadas, el traje que había hecho y cosido, elegido por mí misma para que me enterraran. Si no lo hacía él, lo harían los cuervos. No importaba. Sus labios lívidos aún estaban lo bastante vivos y me deseaban. Su propia flojera volvía los besos tiernos.

La vida es injusta. Tras tanto tiempo, sus únicos gestos de ternura ocurrían entonces y así...

A medida que su cuerpo se ponía más y más rígido y su orgasmo se aproximaba me di cuenta de que no podía continuar recreándome y posponiendo mis deberes. Si esperaba a correrme la oportunidad pasaría. Tenía que ser valiente por los dos.

Mareada y gozosa por sus propias sacudidas, fui besándole el pómulo sano, la nariz, la boca con los labios cerrados; el lóbulo de la oreja al acercarme a su pelo, empapándome de su olor. Tenía que aspirarlo bien para poder recordarlo. Lamí su mentón, su nuez sobre la barba desordenada y crecida en mi ausencia y poco a poco, más rápido de lo que jamás hubiera querido, fui aproximándome al cuello. Por el modo en que dio unos ligeros botes mientras lo hacía, creo que más que tener cosquillas llegó a notar los pinchazos.

Lo abracé con todas mis fuerzas y apoyé la cabeza en su hombro, notando sobre mi boca las palpitaciones de su yugular...

A la de una, a la de dos...

Usted sabe bien lo que pasó. La razón por la que le doy miedo a los niños, como el personaje de un cuento de terror. Esa lima no solo había ayudado a envejecer la apariencia de mi vestido, también había convertido todos y cada uno de estos dientes en colmillos para suplir al que había perdido. Necesitaba meter en la cárcel un arma que no pudieran registrar.

Esto de mi boca no fue ningún tipo de tortura. No me lo hizo Jack. Fui yo quien me lo realicé por él, para ayudarle a escapar de la única manera que se me ocurría. Ni siquiera me dolió en el proceso.

Ras-ras-ras... solo un poco de dentera, unas horas de incomodidad.

Lo que sí me destrozó fue el sabor de su sangre fluyendo por mi boca, un chorro con cada una de sus pulsaciones; el modo en que llegaría a encabritarse como un caballo siendo domado, ese vigor súbito nacido de la desesperación. Mi dentadura aún unida a sus tendones, que quedó enganchada en sus fibras hasta que me dio varios puñetazos y al alejarme las desgarró.

Supongo que no podía dejarse morir de un modo dócil y tranquilo entre mis brazos. No era su estilo.

Los golpes que me propinó fueron terribles, tanto que no pude volver a levantarme, solo estirar mis manos en su dirección. Él intentó erguirse y huir en sentido contrario. Apenas pudo gatear. La mirada alucinada que me dedicó desde una esquina de la sala mientras se agarraba la carne rota para intentar contener la hemorragia me perseguirá de por vida.

Solo él, de todas mis víctimas.

A partir de ahí no puedo contarle mucho más. Los guardias entraron corriendo y chillando y se lo llevaron. Me quedé tonta, majara llamándolo. Sé que grité porque estuve afónica los siguientes días. Tengo la vaga idea de haber pasado horas encogida y retorciéndome en una esquina de puro dolor, agarrándome la tripa y comprimiéndome la zona donde Jack me había golpeado. Su sangre se secaba poco a poco sobre mí, el mismo ritmo al que su cuerpo se estaría enfriando. Ese pensamiento me volvía loca. Casi me alegré cuando volví a sentir un fluido caliente pierna abajo. No me di cuenta de lo que me estaba pasando hasta que al día siguiente me lo dijeron.

>>Y entonces supongo que debieron llamarlo a usted.

—Sí, bueno. En realidad fue en cuanto se produjo el...cof... incidente. Solía ser lo normal. Toda esa gente yendo y viniendo y con una comisaría prácticamente al lado tarde o temprano siempre acudía alguien a amargarme la noche. Me despertaron por una pelea. No esperaba encontrarme también con un aborto.

—Ya ve usted, no fueron una sino dos pérdidas, aunque yo no tenía forma de saberlo. En esas primeras semanas hay que estar muy atento. De haber imaginado que estaba esperando otro crío habría procedido de modo distinto. O no. No lo sé, es lo mismo. No se puede hacer nada ya. Esa cosa no suele aparecerme de forma regular todos los meses, va y viene cuando quiere. Creí que con lo de Frank , la brecha, lo nerviosos que habíamos estado...

— Lo siento.

—...Y luego ni siquiera llegué a ver el cuerpo de Jack. Es lo primero que pedí cuando me dijeron que usted no había podido salvarlo. Solo me tranquilizaron y me aseguraron que ya estaba hecho, que estaba fiambre de verdad y no tenía por qué preocuparme. ¡Creían que deseaba cerciorarme de eso! Tom hasta me prestó la chaqueta del uniforme...

—No fue culpa de los guardias. No había nada que enseñarte. Alguien entró con el alboroto y se lo acabaron llevando.

—Esa es otra. LLevo años intentando ser optimista y pensar que Jimmy me desobedeció y terminó siguiéndome después de todo; que fue él quien robó el cadáver de la enfermería, no algún hijo de perra pagado por Clayton para que pudiera ensañarse. No tengo ni una puta tumba en la que llorarlo, Brad.

—...

—¿Así es como se dio usted cuenta, verdad? Cuando empecé a preguntarle más por él que por el bebé que había perdido...

—Lo cierto es que yo siempre he imaginado quién eras. He visto sollozar a muchos hombres, soldados jóvenes al matar por primera vez y ninguno lo hacía como tú, que ya tenías las manos llenas de callos... no de barrer, no de fregar, sino de portar una pistola. Llevo casi treinta años trabajando en esto, te aseguro...cof... que sé diferenciarlos. El pulgar hiperdesarrollado, el tipo de tejido que rodea los extremos de los metacarpianos, la pequeña deformidad en las falanges proximales... Los dedos de los asesinos comparten todos algunas peculiaridades; todo lo demás ya depende de su elección de arma específica.

Eso es algo que sabrías si de verdad hubieras estudiado. Esperaba que te dieras cuenta por ti misma.

No deberías escupir al Cielo, porque se llevara a Jack o no, fue el señor Clayton y no yo quien se ofreció a pagar tu defensa. Cof, cof. Es a él a quien se lo tienes que agradecer. Por mi parte hablé siempre en tu favor, pero poner en juego mi honor es lo único que podría haberme permitido. Ya sabes que cobro poco -¡cuando cobro!- tarde y mal. Has visto mi contabilidad.

Él tendría sus sospechas, claro, pero al final debió considerar que le habías hecho un servicio. Eso, o por lo que me has contado, que tomaste una decisión que le habría gustado que fuese de su propia hija. ¿Vas a ir a pedirle cuentas ahora? ¿De verdad?

—Pero...

—Calla y... cof... atiende, que yo hasta ahora te he estado escuchando.

Su representante legal vino muy rápido, y bastó echarte un vistazo -tan llena de golpes y cortes, ensangrentada y medio ida- para que entre ambos conviniéramos convertir el asunto en un tema de venganza. Eso por no hablar del embr... del bebé. Los propios guardias te vieron perder un hijo, María. Eso ayudó a inclinar mucho la balanza. Cualquiera podría examinar los hechos y encontrar una buena historia que justificara tus acciones. Los periódicos pusieron de tu parte. Les gustaba el mito de la hembra oscura y salvaje tan capaz de besar a un hombre como de sacarle las tripas.

Durante el tiempo... cof... que duró tu anonimato los tabloides se llenaron de teorías. Para unos podías ser la viuda de un granjero o de un ranger, una Gorra Blanca* por los antecedentes de Jack; para otros una mujer secuestrada y ultrajada... Solo había que escoger la más plausible. Nadie quería colgar a una mujercita y menos a una que hizo lo posible por enfrentarse a un criminal, viniendo desde no se sabía dónde. La gente de Gregsonville no recordaba haber visto a ninguna chica y a pesar de lo que dices, el jinete que no habías llegado a rematar en la llanura tampoco apareció para declarar. Debía estar ya lo bastante malherido y tras varios días sin agua y bajo un caballo, moriría allí seguramente. Dentro de lo que cabe tuviste bastante suerte.

Mucha, en realidad, cof...porque cuando finalmente alguien vio tu fotografía en los diarios y te identificaron, el juez de turno ya había leído concienzudamente el caso de tus padres y sumó dos más dos. Construyó un relato según el cuál habías pasado años acechando a los criminales que se llevaron por delante a tu familia con un afán encomiable. No iba a reabrir el asunto para castigar a una señorita más valiente que muchos.

Además, sin el cuerpo de Jack tampoco había cadáver. Sin restos no hay caso. La Ley es así. No era posible condenarte por una muerte que no había quedado debidamente certificada en los registros.

—Esa parte al menos tiene algo de verdad.

—Puedes irte y dejarme hoy mismo si quieres. Nadie te va a colgar. No pueden juzgarte dos veces por lo mismo.

—Oh, pero aún podrían perseguirme por muchas otras cosas que he confesado si usted se fuera de la lengua. Los tres del carruaje, los rangers que me siguieron, los heridos del pueblo... y todos los que vinieron antes, ¿entiende?

—Perfectamente... Debería haberlo sabido, me vas a matar.

—No es nada personal.

—¿Podrías...? Cof... ¿Podrías apuntar por favor al pulmón y que esta cosa muera antes que yo? Es orgullo profesional. No me apetece que gane.

—Claro, cómo no. Y también podría simplemente quedarme y convertirlo en mi cómplice, una persona que no esté obligada a declarar en mi contra.

—¿Casarse o morir, Mary?

—Casarse o morir, doctor.

Bradford Wernicke no contestó, solo sonrió, dobló por la mitad el grueso pañuelo de su solapa en un triángulo y se lo puso sobre la boca, no como la mascarilla de un enfermo, sino el embozo de un salteador.

FINAL ¿FELIZ? Tal vez sí, tal vez no... porque esta historia tiene un EPÍLOGO de veintitantas páginas en el que aún suceden muchas cosas, y que será colgado en aproximadamente DOS SEMANAS (Cuando vuelva de vacaciones)

Mis agradecimientos al escritor Longino de esta misma página: (https://www.todorelatos.com/perfil/1407213/) por sus consejos y su inmensa paciencia.

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*Dollface significa literalmente “Cara de Muñeca” pero como apodo se traduciría más bien como “guapito de cara”

*Los Gorras Blancas eran un grupo que reclamaba respeto para los mexicanos y las tierras que los anglos les habían arrebatado y usaban métodos violentos para ello.

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 Ante todo me gustaría disculparme con los lectores por no cumplir con los plazos orientativos que había dispuesto, pero estuve dándole el enésimo repaso y decidí eliminar algunas partes que no me convencían y añadir otras para arreglarlo, con lo cual esto se ha alargado más de lo previsto.

Gracias por vuestra comprensión, COMENTARIOS ;) y ante todo por haber leído las 187 páginas de la historia hasta ahora (Que serán más de 200 con el epílogo) lo más largo que he escrito jamás.