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Prisionero de mamá

en Amor filial

Prisionero de mamá.

(Disclaimer: esta es una historia de sexo NO CONSENTIDO y una de las partes reacciona con palabras y pensamientos muy violentos hacia su situación. Hay CONTENIDO que PUEDE HERIR SENSIBILIDADES. Si crees que es posible que sea tu caso, tal vez no deberías leerla.)

Papá solo me mira de tanto en tanto desde el otro extremo de la mesa, como se hace con la televisión. Tengo la impresión de ser el programa de los fines de semana, una cara aburrida que tiene que contemplar en la cena casi por obligación. Creo que apenas se cerciora de que no me haya hecho ningún piercing o tatuaje nuevos o teñido el pelo de otro color; de que aún soy yo, su hijo antisocial pero reconocible. Se ha acostumbrado a mis silencios como antes lo hizo a mi mal humor. Ya nunca me pregunta nada. Se conforma con que no me pelee con (mis hermanos) los hijos de la puta limpiadora eslava a la que le mete el relleno, la perra del tercer mundo que arruinó su matrimonio y nos ha conducido a esta encrucijada.

A estas alturas ni siquiera puedo odiar a Irina como antes. Diez años han atenuado muchísimo la situación, han ayudado a sedimentar la rabia y a comer sin vomitar, sin quejas ni malas caras los platos de comida polaca que ella me sirve con una sonrisa tensa. A veces pienso que podría acostumbrarme a tragarlos todos los días y a fregar después. A barrer, a lo que sea. Lamería el suelo por una sola oportunidad de escapar. Luego recuerdo que no puede ser: tenemos demasiada historia acumulada, demasiado veneno. Una década de odios compartidos que me impide quedarme aquí o proponerlo siquiera, aunque toda esta mierda me esté destrozando y el miedo, la impotencia pura se me coman por dentro. Lo peor es saber que no puedo contar con ellos. No me queda nadie a quien recurrir.

¿Un psiquiatra? ¿Un psicólogo? La policía, tal vez. Lo he pensado mucho, pero no sabría qué cara poner ni cómo empezar. Sé que me entraría la risa nerviosa al contarlo y dejarían de tomarme en serio. A saber si acabaría durmiendo en el calabozo por haberles hecho perder el tiempo; lo que harían, lo que pensarían, si bastarían cuatro llantos de esa pedorra para traspasarme la culpabilidad: "Los chicos de esta edad...", "sus hormonas...", "el porno que ven..."

Nadie creería que un tío de casi metro noventa no pueda defenderse ante una mujer, que hay ocasiones, circunstancias concretas en las que a una señora solo cabe matarla o dejarle hacer.

Estoy solo, joder, fantaseando constantemente con pegarme un tiro... y todo por una mala decisión que tomé de niño. Ojalá nunca me hubiera puesto de parte de nadie en el divorcio. Que al menos no hubiese sido del bando equivocado.

No es fácil tener nueve años y que te desmonten la vida por un picor de polla. El cabrón de papá y sus caprichos los había puesto al otro lado de la balanza jugando contra mí y yo había perdido. Mi infancia valía menos que darle gusto al rabo con una rubia fea y joven. Me dejó a merced de mamá. Sus inmundas ganas de follar con el servicio permitieron que me tragara todas las depresiones, los chillidos, los ataques histéricos. Diez años de arrebatos de amor desmedido. No puedo perdonarle eso. Es su puta culpa después de todo. Cuanto más vueltas le doy, menos me duele tener que marcharme. Si estos dos me quisiesen aunque fuera un poco sabrían que estoy mal. Lo he estado desde el principio. Ahora las cosas simplemente han cambiado de categoría, subido mil quinientos pies en la puta escala.

Dios, no puedo ni llorar. No sé lo que hacer.

El móvil vibra en mi bolsillo una y otra vez. No me atrevo a mirar. Es posible que solo sean los colegas para quedar, pero es mejor no arriesgarse. Podría ser mamá con alguna de sus estúpidas fotos en bolas. A veces no sé si la vieja tiene el don de la oportunidad o lo hace adrede para incomodarme: es como si le excitara recordarme que no tengo escapatoria, que vivo sumido en una jodida cuenta atrás. ¡No es justo, mierda! Ya me va a robar la juventud, no puede pretender quitarme también mi tiempo fuera de casa, las únicas horas en que estoy libre de verla.  

Todo lo que pido es un día sin pensar en ella ni en sus tetas cada vez más hinchadas. Se ha vuelto insoportable desde que le subió la leche prematuramente. No deja de apretarse contra mí mientras estudio, de llevarme la mano a su chocho nauseabundo tratando de que le haga caso, hasta el punto en que me obliga a pasar los días en la biblioteca aunque solo sea para poder echar la siesta en paz. Me duele el cuello ya de tanto tumbarme en la mesa con la mochila como almohada. Siempre me quedo allí hasta que oscurece. Dormiría en un banco con tal de evitarla. ¡Y pensar que Albert y Fran no dejan de fantasear con perder la virginidad...!

Maduras, ¡ja! No saben qué coño dicen. No tienen ni idea de lo que es escuchar gemir a tu madre por la noche, que se haga un dedo mientras dice tu nombre, la puerta bien abierta para que la escuches. Para que te asomes. Para que entres sin llamar. Dar vueltas y más vueltas en la cama porque se te ha puesto como la piedra aunque no quieras, hasta que el roce de la tela del pijama te estimule, te duela y te haga descargar. Que acabes pringado y muerto de la vergüenza, sintiéndote la última mierda, intentando no tocarte para evitar el cargo de conciencia, porque tú sí tienes valores y eres más que eso en lo que te quiere convertir. LLevo dos años durmiendo con auriculares porque entre mi mente que no para y que sus gruñidos de cerda continúan hasta la madrugada, sé que me levantaré como un zombi. Era un estudiante de diez y esa ninfómana de los cojones me ha convertido en un bueno para nada. Un jodido mediocre por debajo de la media.

Yo quería sacar Medicina, hacerme neurólogo, joder, pero soy incapaz de concentrarme desde que empezó esta pesadilla. Estuve a punto de repetir bachiller y he tenido suerte de que me admitieran siquiera en Magisterio con semejante basura de nota de corte. Una porquería de carrera de pinta y colorea y aún así me está costando dar la talla. El primer cuatrimestre de este año ha sido devastador, cuatro suspensos, pero nadie podría estar muy lúcido en un examen cuando tu madre insiste en que le hagas otro crío la noche anterior.

Mi primer alumno, decía, la loca...

Dios. He tenido que instalar un pestillo en mi cuarto para que me deje tranquilo.

Deslizo el móvil fuera y miro dos segundos la pantalla para ver el nombre del remitente. Tiemblo de rabia. Ella de nuevo. “Es mi sábado con papá, puta”. Quiero gritar y estrellar el aparato contra el suelo, pero solo vuelvo a guardarlo, nervioso y en silencio como el cobarde que soy. No quiero verme obligado a pedirle dinero para uno nuevo, tener que ganármelo a base de sudar sobre ella y rellenarle los agujeros. Volver a ser su puto consolador.

La muy zorra no me respeta en lo más mínimo. Si estuviera en casa ahora mismo se estaría paseando en tanga por la cocina o inclinándose sobre la pila de platos, desnuda salvo por el delantal, ofreciéndome el ojal como si fuera una de esas MILFs de las películas porno. Esas sí que están buenas de verdad.

Esta... en fin. No le basta con esperar a que su ropa no le valga, ha comprado camisetas aún más ceñidas para marcar pezones y que la panza se le vaya notando, como si esa asquerosidad no creciera por sí sola día tras día. No deja de tocarse el bulto en círculos cada vez que paso cerca, orientando hacia mí ese grotesco ombligo salido con una expresión de retrasada. Sonríe como lo hacía al entregarle un collar de macarrones en primaria: “mirad lo que me ha hecho mi hijo”.

Loca. Idiota. Tarada.

La odio cada segundo, cada minuto. A cada mamada.

¿De veras cree que me gusta ver cómo le rebosa mi lefa en la boca antes de ir a la universidad? Su cara de imbécil satisfecha, de cuarentona pervertida y sucia al tragárselo en la ducha de las mañanas, acompañándome y haciéndome sentir culpable el resto del día. Necesita nutrientes, dice. Necesita una patada, pero no consigo obligarme a hacerle daño físico. Hay algo que me frena, un condicionamiento de perro adiestrado que impide que agarre un cuchillo y le abra la garganta de oreja a oreja. No voy a librarme nunca de ella. Ahora sí que no.

Ni siquiera puedo deprimirme y fumarme un porro a gusto en el balcón (soñando con tirarla a ella y colgarme yo) sin que aparezca y me abrace por detrás, apoyando su tripón contra mi espalda. Se queja cuando me revuelvo, me besuquea la mejilla sin el menor sentido del ridículo. Si la aparto a empujones intenta meterme la mano en el pantalón y agarrarme del nabo, masturbarme a la vista de los vecinos sin el menor pudor. Esa puta risita pícara... No es que sea un niño arisco, marrana, no, es que me cuesta creer que yo haya salido de semejante guarra descerebrada. Los ansiolíticos y antipsicóticos para superar el divorcio le han fundido lo poco que tuviera en la cabeza.

Han formateado a mi madre y dejado este trozo de carne hambrienta, repugnante y boba. Un receptor de semen activo las veinticuatro horas a lo que difícilmente podría llamarse mujer. Aún tiene el carnet, el nombre, la forma, pero el contenido de ese cuerpo es un animal. Una babosa gorda que restriega contra mi pierna su raja calenturienta y viscosa, me sorbe la vida, la polla y me llena de saliva: Mama- moco. Mamá-limaco.

Qué asco, qué rabia me da. La ahogaría, la ahorcaría. La aplastaría bajo mis botas.

¡Golfa!

¡Puerca!

¡Vieja acosadora e incestuosa!

La muy puerca asquerosa siempre intenta llevarme la mano hasta su barriga para que sienta cómo se mueve esa cosa que va a acabar con mi libertad y el último resquicio que me queda de cordura. Una bolsa dura y redonda como un saco de boxeo. Se me crispan los puños de gusto solo con imaginarlo, golpearla hasta que se licúe y desaparezca de entre sus piernas como una cagada más.

Hacerle sangrar la regla que debería haber tenido hace meses. Librarme del problema y que se vaya por el inodoro. Le clavo las uñas con fuerza en la tripa hasta que me suelte, hasta que llore y se conciencie de lo que siento en realidad.

Le he suplicado mil veces que aborte, pero solo sonríe con tristeza y se niega. Dice que tengo que aprender a hacerme cargo de mis responsabilidades, que ya tengo una edad... ¡No es un hámster, furcia! La gente que vea ese bombo va a preguntarse de dónde sale. Yo no voy a acompañarla a los ejercicios preparto ni las revisiones, desde luego. Si quiere buscarse explicaciones, que las dé. Que se invente que otro tío la percutió borracha un fin de semana, que la follaron y bloquearon en Tinder... me da igual. No voy a jugar a su juego y más le vale no insistir, porque sé que en cuanto coja el coche y le eche un poco de valor, acelero y nos despeño. Nos estrello contra un muro y a tomar por el culo. Una puta desequilibrada menos.

Como no muestro interés, ha colgado las ecografías en el frigorífico y en su foto de perfil. Intenta que me acostumbre a la idea y empiece a hacerme ilusión eso de ser padre y hermano mayor. Que me sienta orgulloso por haberla preñado a la primera y de gemelos. Los primeros, dice, porque yo no la voy a abandonar. Yo sí que voy a ser un buen padre, un hombre de verdad. Nos vamos a querer mucho, mucho...

Lo lleva bien crudo. Antes me suicido y me los llevo por delante a ella y los dos subnormales que habremos hecho en nuestro polvo consaguíneo, me cago en Dios. Por estas que si su útero caduco no los desecha de manera natural se los saco a hostias yo.

No voy a formar una segunda familia con ella. Eso sí que no. Ya tuvo una oportunidad para tener una antes de decidir bajarse las bragas y violarme aquella vez en el sofá. Hasta que hubo sexo la situación tenía remedio. Podíamos haber ido a terapia, haber esperado a que el Erasmus alejara la tentación y nos diera tiempo a olvidarnos uno del otro, pero no, se me tuvo que echar encima. Tantas insinuaciones, roces y tocamientos no estaban dando sus frutos lo bastante rápido y se cansó de esperar a que la atacara. Se aprovechó de una mera reacción fisiológica, me forzó y ahora estoy roto para siempre.

Me ha creado unas cicatrices a nivel mental que no me va a poder curar ninguna mujer, pero eso le da igual. De hecho, lo único que se le ha ocurrido al ver las heridas que tengo en el abdomen es pensar que hay otra tía más; una estudiante perversa y más guapa, más fértil y joven a la que me tiro tras las clases y me ha montado un numerito de celos. Ha moqueado y gritado hasta desgañitarse, como si tuviera algún derecho. Soy suyo, suyo solo. Ni de la otra ni de mi padre: ella me hizo y me crió y ahora le corresponde follarme. Así, por sus santos ovarios.

Que me corte con el cúter y las llaves para que se me bajen las erecciones y asociarlas al dolor no lo computa siquiera en su ecuación. En su cerebro lleno de semen no entra la posibilidad de que yo no la quiera ni la desee y me autolesione de pura desesperación: tengo que cerrarle el grifo de alguna manera. Sería un egoísta, claro. Según ella debería estar agradecido y feliz por contar con un par de zulos sucios en los que meterla. Otros chicos no tienen la suerte de tener a sus mamás esperándolos en lencería, acosándolos y agobiándolos desde que llegan; exprimiéndolos como una puta cajetilla de zumo entre sus muslos hasta deshidratarse. No intentan hacerles beber de sus tetas, enchufándoselas en boca a presión...

-Miguel, ¿te pasa algo?-Papá me mira con la ceja arqueada y se recoloca las gafas, como siempre que quiere asegurarse de ver bien.-Tienes muy mala cara...

Niego bruscamente con la cabeza. No se por qué me siento como cogido en falta, como si yo hubiera hecho una cosa mala en lugar de ser la víctima de ellos dos. Si todo lo que me están pasando son las secuelas de sus acciones ¿por qué siento entonces tantísima vergüenza?¿Por qué estoy ayudando a mi madre a seguir ocultando su secreto? Ella no se lo merece y yo estoy junto al único tío del mundo que me podría ayudar.

Solo tengo que echarle huevos.

Lo sigo mirando de hito en hito mientras comemos. LLevo tanto tiempo sometido a esa furcia que no me atrevo a estallar. No puedo. Lo intento, noto las palabras atoradas en la garganta, tan cerca y tan lejos de la libertad. Venga...

-Papá...-Me escucho susurrar en una voz tan débil que me cuesta creer que sea mía.

-¿Uhm...?

-Papá... yo..

Alza la vista y algo dentro de mí me sujeta la lengua como una correa. Un último freno. ¿Y si se ríe? ¿Y si se vuelve contra mí? Si papá me toma asco y no quiere volver a verme, entonces sí que me muero...

> Bah, no importa, déjalo.

Asiente y no insiste. ¿Por qué no insiste? ¡Le he dado pie, vamos, no puede dejarlo estar! ¡Tiene que preocuparse! Clavado a mi silla, lo veo terminar los guisantes y levantarse de la mesa sin poder hacer nada, mientras la oportunidad pasa un día más.

Cuando sale del comedor enciendo el móvil y miro la fotografía que mamá me ha enviado -su raja en primer plano, voraz y abierta como un abismo. Una sima maloliente, palpitante... Oh, joder, soy un pedazo de mierda. Acabo de volver a empalmarme.

Voy al baño.

Ya probaré de nuevo este domingo.

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Este es un relato experimental que surgió de la idea de darle una vuelta de tuerca a la categoría y crear un relato de horror a partir de la pregunta "¿Qué pasaría si los intentos de seducción entre parientes que tanto aparecen en esta sección no fueran bien recibidos por una de las partes...?"