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En mi nuevo trabajo (III). Tercer asalto

en Gays

                Abrí los ojos a la mañana siguiente y, por la luz, deduje que ya era bastante tarde. Me desperecé y tardé unos segundos en darme cuenta de que Ángel me estaba mirando, sonriendo, mientras me acariciaba el pecho y el abdomen con la punta de sus dedos. Le devolví la sonrisa y me acerqué a su boca para darle un beso.

                - Buenos días, guapo – me dijo.

                Estuvimos un rato tumbados en la cama, mirándonos el uno al otro, abrazándonos, besándonos y acariciándonos por todo el cuerpo. Yo estaba totalmente hipnotizado, estaba disfrutando de cada segundo, de cada momento. Llegó un momento en el que solté una risita.

                - ¿Qué pasa? – me preguntó Ángel con ternura.

                - Es que… me sorprende que estemos así, tan relajados y a gusto, con lo bestia que fuiste conmigo anoche. Pero no me malinterpretes, me encanta.

                - ¿Estar así o haber sido un bestia contigo?

                - Las dos cosas – me reí.

                - En la cama hay que ser un poco guarro, ¿no? Pero luego disfruto igual de estos momentos de ternura y de cariño – nos besamos mientras sentía que se me entrecortaba la respiración –. Yo te voy a tratar como a un príncipe, pero te voy a follar como a una perra.

                Lo que me acababa de decir me enterneció al mismo tiempo que me puso cachondo, y noté cómo mi polla dio un respingo.

                - Mmmm – ronroneé –. Me encanta.

                - Aunque también – prosiguió – me apetece hacerte el amor, cuidarte…

                - Hazme lo que quieras – le dije con un tono de voz que parecía que estaba derretido.

                El rollo de este chico me encantaba. Lo tenía absolutamente todo. Podía perfectamente ser cañero y utilizarme como si le perteneciese, como tratarme con cariño y preocuparse por mí. Yo solo quería entregarme a él, que me hiciese suyo. A mí siempre me había gustado la caña en la cama, tanto si hacía de activo como de pasivo. El sexo lento o con un toque romántico no me atraía mucho. Pero Ángel estaba sacudiendo mi mundo y la forma de ver las cosas. Solo habían pasado dos días desde que habíamos intimado por primera vez, pero parecía bastante claro que eso ya no solo se reducía al sexo para ninguno de los dos. A lo mejor era porque me dejaba llevar por la intensidad del momento. Quizás para Ángel sí solo era sexo, y se comportaba de esa manera con todos sus amantes; o podría ser que echase de menos a su novia y necesitaba cariño por parte de alguien. No lo sabía. Pero parecía que estaba empezando a sentir algo por él.

                Una vez le dije aquello, se puso encima de mí y metió su lengua en lo más profundo de mi boca. Le correspondí al beso, dejándome llevar por el ritmo que él imponía. Jugábamos con nuestras lenguas a un ritmo lento, explorando cada parte de la boca del otro. A veces, mordisqueaba su labio inferior. Mientras, tocaba su espalda fuerte, pasando mis manos de un extremo a otro, y él me agarraba de las caderas con una mano, mientras enterraba la otra en mi pelo. Bajé hasta su culo, y se lo apreté con fuerza al mismo tiempo que se lo masajeaba. Llevaríamos un rato así, no sabría decir cuánto, hasta que él decidió bajar por mi cuerpo, dándome besos, llegando finalmente hasta mi polla dura. Se la metió en la boca y empezó a chupar despacio, lubricándola con su saliva. De mi pene salió una pequeña gota de líquido preseminal, y pude ver por la cara de Ángel que la estaba saboreando. Se la sacó de la boca y me comió los huevos, metiéndoselos en la boca, para subir con la lengua poco a poco por el tronco y volver a la punta. Me chupó el glande jugando con su lengua, lo que me provocó un gemido más fuerte que los demás. Volvió a metérsela en la boca, empezando un sube y baja a un ritmo un poco más rápido. Yo estaba cerrando los ojos y centrándome solo en su boca, y en sentir su lengua por todo el tronco. De repente, se la metió todo lo que pudo, y vi que estaba intentando bajar más. Le costaba, pero mi polla estaba desapareciendo en su boca, hasta que su nariz rozaba mis huevos. Al segundo se la sacó y empezó a toser.

                - Joder, me he atragantado con tu pollón.

                - De eso se trata, ¿no? – le sonreí maliciosamente.

                - Cabrón – se empezó a reír –. Es que nene, no tengo tu garganta profunda.

                - Pues habrá que entrenarla – le contesté agarrando mi rabo.

                Y, sin dudarlo, volvió a chuparla. De vez en cuando, me miraba a los ojos, y yo le devolvía la mirada poniendo una cara de morbo y de placer tremendas, lo que a él le encantaba. Se la sacaba de rato en rato de la boca para respirar, y alternaba entre paja y mamada. Unos minutos después, me cogió de las piernas, me las levantó y bajó con su lengua hasta mi culo.

                - Aaaah – gemí con fuerza al sentir su lengua.

                Mi culo todavía estaba algo abierto por el polvo que me pegó anoche. Sentía un leve dolor, pero el placer que me dio lo compensaba con creces. Me volvió a comer el culo con ganas, mientras yo me pajeaba y le miraba a la cara. Se apartó para respirar, y me pegó un lapo en todo el ojete, para volver a enterrar su cara entre mis nalgas y lamerlo con ansias. Cada vez que pasaba la lengua por la entrada de mi ano sentía un escalofrío por el placer que me estaba dando. Le cogí de la cabeza y lo empujaba contra mi culo, para que siguiese como lo estaba haciendo.

                De repente, me hizo levantarme y se tumbó él en su lugar. Me giró para que me sentase sobre su cara, y así lo hice. Dios, en esa posición, su lengua entraba más que nunca. Me podía follar perfectamente con la lengua y me haría correrme del placer. Yo movía mi culo, girando la cadera, y se veía que a él le encantaba. Me empujó la cabeza hacia su polla, con lo que me agaché y me la metí  en la boca, mientras él me seguía comiendo todo el ojete. De vez en cuando, él me pegaba un cachete, lo que me ponía todavía más. Mientras le estaba haciendo una mamada de infarto, me estaba pajeando, y de lo caliente que estaba, le pringué buena parte de su abdomen con líquido preseminal. Además, en esa posición, no solo podía hacerle una mamada profunda, sino que, una vez toda dentro, podía aguantar durante varios segundos con ella metida en la garganta sin atragantarme. Por los gemidos que soltaba, él estaba flipando y gozándolo de lo lindo.

                Entre la follada de ayer y la comida que me estaba dando Ángel, tenía el culo más que preparado para que me la metiese. Me giré hacia él y acerqué mi raja a su polla, frotándonos y subiendo y bajando mi cuerpo mientras nos besábamos. Él cogió un condón de la mesita de noche, se lo puso, lo lubricó y se giró conmigo en brazos, haciendo que yo estuviese situado abajo y él arriba. Sentí cómo acercaba su punta a la entrada de mi ano, y, para mi sorpresa, entro toda, lentamente pero de golpe. Siempre me solía doler al principio, pero aquella vez, solo hubo placer.

                Ángel me empezó a dar a un ritmo normal mientras me levantaba el culo con una mano y se apoyaba en la almohada con la otra. Yo estaba usando la derecha para pajearme, y con la otra le cogía de la espalda. A pesar de que mi culo estaba bastante dilatado, notaba cada centímetro de su pollón, cómo entraba y salía casi entero, para volver a insertarse en mí. Se acercó a mi boca y me besó apasionadamente al mismo tiempo que me seguía follando sin alterar el ritmo en ningún momento.

                A diferencia de anoche, este no era un polvo guarro o dominante. Si era verdad que él seguía teniendo la voz cantante, pero no lo hacía para someterme a sus órdenes. En esta ocasión, me sentía cuidado, protegido por él. El rollo de anoche me encantó, pero lo de ahora era diferente, era más que placer sexual. Yo quería que Ángel nunca saliese de mí, que se quedase dentro para siempre, que ese momento fuese eterno y que nos fusionásemos en una sola persona.

                Los dos gemíamos con fuerza. Él aceleró el rito un poco, y por su cara deduje que no le faltaba mucho para llegar al orgasmo. Yo, con el placer que sentía, me podía correr en cualquier momento, pero quería esperarlo. Podía incluso correrme sin tocarme, solo con sus embestidas. Le cogí del culo para que acelerase el ritmo y lo hizo. Finalmente, me empezó a dar muy fuerte y a gritar como si estuviese poseído, y me cogí mi polla, pajeándola con fuerza. Ambos nos corrimos al mismo, y yo eché una buena cantidad de semen sobre mi cuerpo. Cuando me la sacó, pude ver dentro del condón que su corrida también fue más que abundante.

                - Dios, ¡qué placer! – exclamé, exhausto.

                - Ya te digo. Eres el mejor. Qué culito y qué todo.

                Estuvimos un rato en la cama, tumbados y hablando, pero no podíamos estar así todo el día, ya que esa tarde nos tocaba trabajar. Nos duchamos, nos vestimos y yo me fui a mi casa para comer y coger el uniforme. Además, mis padres no tenían que sospechar nada. Nos volvimos a encontrar en el trabajo, y nos lanzamos una sonrisa de complicidad al saludarnos. Fue un día bastante ajetreado en el trabajo, había mucha gente y todos teníamos que correr de un lado para otro, razón por la cual Ángel y yo no pudimos hablar o vernos mucho. Solo al final de la noche, cuando estábamos a punto de irnos a casa, nos vimos en los vestuarios y hablamos un rato. Yo tenía planes esa noche, había quedado con unos amigos. Él tampoco me dijo nada de ir a su casa, cosa que no me importó. En primer lugar, porque no quería decirle que no y que lo sintiera como un rechazo. Y en segundo lugar, porque parecía habíamos conectado muy bien, y quizás las cosas funcionarían mejor si fuéramos más lento.

                Fueron pasando varias semanas, y Ángel y yo teníamos cada vez más afinidad. Nos convertimos en follamigos. Solíamos quedar unas tres o cuatro veces a la semana, él me invitaba a su casa, y allí follábamos (bueno, más bien, él me follaba a mí). Aunque a veces nos salía la vena cariñosa, la gran mayoría de los polvos eran como el primero: guarros, bestias y con un toque de dominación por su parte. Me cogía y me empotraba como le diese la gana, follándome el culo a su antojo.

                Pero no nos convertimos en simples follamigos. Aparte del brutal sexo, quedábamos con frecuencia para cenar, tomar algo o ir al cine. Teníamos muchas cosas en común, por lo que hablábamos y hablábamos. Nunca nos aburríamos estando juntos. Cuanto más lo conocía, más me gustaba. No habíamos hablado del tipo de relación que teníamos, y yo no me atrevía a sacar el tema, por miedo a que él se emparanoiase y se distanciase de mí. Hasta que, una noche, mientras estábamos cenando en su casa, y tras un pequeño silencio, me preguntó:

                - Oye, Óscar… ¿Qué somos tú y yo?

                Me puse nervioso, pues no me esperaba esa pregunta. Sabía que le gustaba a Ángel, porque de lo contrario, no seguríamos quedando con tanta frecuencia. Pero no sabía lo que sentía por mí:

                - Pues… no lo sé, Ángel. ¿Qué piensas tú que somos?

                - Tampoco lo sé. Al principio era sexo sobre todo, pero ahora… Por mi parte no se reduce a eso – me decía lentamente, como intentando buscar las palabras más adecuadas para expresarse.

                - A ver… Tú me gustas mucho, Ángel. Pero muchísimo. Últimamente pienso solo en ti, en quedar, en estar contigo.

                Sonrió, y me cogió de la mano. Se la llevó a su boca y me la besó cariñosamente.

                - Podríamos intentarlo. No sé, estar juntos. ¿Te apetece?

                - ¿Me estás pidiendo salir?

                - S… Sí – dijo un tanto dubitativo.

                Me levanté de mi silla, me acerqué a él y me senté en su regazo. Le di un beso lento, cerrando los ojos y acariciándole la cara con mi mano.

                - Quiero intentarlo – le contesté –. Que estemos juntos.

                Su cara se iluminó al escuchar eso. Nos fundimos ambos en un beso largo y profundo. Llevaba teniendo sentimientos por Ángel desde hacía un tiempo y no me podía creer que por fin había llegado el momento que tanto esperaba. Y así fue cómo Ángel y yo comenzamos a ser novios.

                En nuestra nueva etapa sentimental, pasábamos cada vez más tiempo juntos. No tardamos mucho en hacerlo público, yo les conté a mis padres que tenía nueva pareja, aunque no se los presenté; y también a mis amigos, que sí lo conocieron, pues eran mucho más abiertos de mente que mis padres. Él también me presentó a parte de su entorno, y varias veces salíamos con sus amigos o con los míos. Todavía no habíamos llegado a vivir juntos, pero, al vivir él solo, yo pasaba mucho tiempo en su casa. Había días en las que nos era difícil quedar, ya que no nos coincidían los horarios: él trabajaba de mañana y yo de tarde, o al revés. Pero intentábamos aprovechar el máximo tiempo posible para hacer cosas juntos.

                En cuanto al sexo, cada vez era mejor, y eso que era difícil, pues desde el primer momento, los polvos con Ángel eran geniales. A las pocas semanas de empezar a salir, yo le propuse de hacernos las pruebas para ver si estábamos totalmente sanos y, así, poder hacerlo sin condón. A Ángel le pareció una buena idea, por lo que al día siguiente fuimos al centro donde se realizan las pruebas de las ETS. Yo siempre me intentaba cuidar en mis relaciones y no hacer nada estúpido, pero nunca se sabe. Por suerte, ambos estábamos sanos.

                - ¡Qué bien! – dijo él al salir a la calle – Ahora te puedo preñar el culo cada vez que se me antoje.

                - Mmmmm sí, cariño – le contesté –. Lo quiero todo en mi culo.

                - Vamos a mi casa, que te voy a meter la follada del siglo – y, sin disimular, me pegó un cachete al culo en plena calle.

                Al entrar en el portal, nos empezamos a besar y a meternos mano por todas las partes de nuestros cuerpos. Él me apretó el culo por encima del pantalón, y yo le agarré el rabo, pajeándoselo. Nos separamos y subimos las escaleras rápidamente, hasta llegar a su puerta. Mientras él metía la llave en la cerradura, yo le abrazaba por detrás, acariciándole el pecho y rozándole mi rabo por su culo mientras le daba besos en el cuello. Cuando entramos, cerró la puerta y me empujó contra ella, y metió su lengua en mi boca, dejando apoyar su cuerpo contra el mío.

                Mientras nos besábamos, estábamos en una perfecta posición para jugar con su culo. Le desabroché el pantalón y se lo dejé bajar. Metí mis manos por debajo de sus bóxers y acaricié sus nalgas. Decidí hacer algo que nunca había hecho. A lo mejor no saldría bien y se negaría, pero me arriesgué. Abrí sus nalgas y metí los dedos dentro de ellas, hasta llegar a la entrada de su ano. Empecé a acariciárselo con mi dedo mayor, frotándoselo y haciendo círculos. Por suerte, Ángel no me apartó la mano ni se opuso, sino que, para mi sorpresa, empezó a gemir. Saqué la mano y me chupé ese mismo dedo, dejándolo bien babeado, para volver a meterlo entre sus calzoncillos. Con el dedo lubricado, me puse a jugar con su ojete. Apretaba ligeramente, haciendo presión pero sin meterlo, y lo estuve frotando así un buen rato. Di un paso más, y metí un poco, muy suavemente y con cuidado para no hacerle daño. Se lo empecé a meter y sacar de forma lenta, pero sin parar. Nos dejamos de besar, y Ángel se puso a gemir mientras me miraba. Al ver que lo gozaba, metí un poco más el dedo. Lo sacaba casi entero y lo volvía a meter. Así durante unos minutos, cuando lo saqué y me llevó a la cama. Me hizo tumbarme y me dijo:

                - Cómeme el culo.

                Yo estaba flipando. ¿Por fin me acabaría follando el culazo de mi novio? Llevábamos un tiempo follando, y hasta el momento, no le había tocado mucho el culo porque sabía que no le gustaba, o eso creía.

                Se sentó en mi cara y se abrió los cachetes con las manos. Abrí la boca y empecé a explorar ese culazo, haciendo presión con mi lengua contra su agujero. Estaba muy poco dilatado y apenas entraba, así que lo lamí por fuera mientras respiraba como podía. Pasaba mi lengua con ganas por todas las partes de su culo, moviéndola con rapidez de un lado a otro. Enseguida había detectado cuáles eran los puntos más sensibles de su ojete, y cómo le gustaba que se lo comiesen. Lo estaba haciendo gemir y disfrutar como nunca antes un activo lo había hecho. De vez en cuando, dejaba caerse con  todo su peso, hundiendo completamente mi cara en su culo. Yo le cogía de las nalgas y le hacía levantarse un poco cuando no me quedaba aire. Pero me estaba encantando comerle el culo. Habría estado así un día entero.

                Quería follarle, y sabía que, para ello, tenía que trabajárselo bien. De lo contrario, nada más metérsela, se empezaría a quejar. Una vez, me contó que se lo habían follado solamente dos veces antes, y siempre lo había dolido. Yo pensé, que para ser activo, hay que saber cómo hacerlo y cómo darle placer a tu pareja. Y estaba dispuesto a prepararle el culo lo que hiciera falta.

                Le hice levantarse de mi cara y tumbarse boca abajo en la cama. No tardé mucho en volver a meterme dentro de sus nalgas para seguir lamiéndolo con mi lengua. Se estaba abriendo poco a poco, y empujaba mi lengua todo lo que podía. La punta llegaba a entrar un poco en su ojete. Le pegaba algún que otro cachete, al principio suave, pero cada vez más fuerte. Cuando sacaba la cara para descansar, pude ver que se lo estaba dejando bastante rojo. Si íbamos a invertir los papeles, me tocaba a mí dominarlo. Y se iba a enterar.

                Le pegaba algún que otro lapo y, acto seguido, volvía a meter la lengua, lubricándole el culo bien. Llegó un momento en el que lo tenía bastante abierto, así que dejé de comérselo y me puse a meterle otra vez el dedo. Esta vez entraba con mucha más facilidad. Por ello, le metí un segundo dedo, y lo vi hacer una mueca. Pero era por el miedo a que lo doliese, no por el dolor en sí. Así que continué follándole con mis dedos. Él se estaba pajeando y poniéndome cara de guarro. Cuando llegué al tercer dedo, me los lubriqué bien y empecé a introducirlos juntos. Costó un poco más, pero al final entraron. Era consciente de que a Ángel le dolían mis tres dedos, pero sabía que el placer era mucho mayor.

                Durante todo ese tiempo, no había tocado mi polla. Estaba a punto de reventar en el pantalón. Me lo desabroché, y vi en el calzoncillo una mancha generosa de líquido preseminal. Me lo saqué todo lo más rápido que pude, y, tras hacerle darse la vuelta boca arriba, acerqué mi punta a su ojete.

                - ¿Quieres que te folle? – le pregunté, porque quería que nos apeteciese a los dos, y no porque él se sintiese medio obligado.

                - No me preguntes, ¡hazlo!

                No necesité oír nada más. Me la lubriqué bien, y empecé e introducirle el glande. Vaya, me iba a preñar él a mí, y parecía que el que acabaría con el culo lleno de leche sería él.

                Apoyó sus piernas en la parte baja de mi espalda, y yo me apoyaba con mis manos sobre la cama, estando nuestras caras muy pegadas. Estuve más de un minuto así, solo con la punta metida. Ya tendría tiempo de darle duro, ahora se tenía que acostumbrar. Fui metiendo un poco más, muy poco. Le besé mientras le acariciaba el torso y bajaba por sus nalgas. Él, mientras, se estaba pajeando. Al ver que estaba bastante relajado, metí un poco más, y volví a esperar. Así, poco a poco, hasta que estaba toda dentro.

                Empecé un mete saca muy lento. Su culo todavía se estaba acostumbrando. Recuerdo que yo también tengo un pollón bastante gordo, incluso un poco más que el suyo. Para ser solo activo, no era fácil meterse mi tranca. Le estaba dando con suavidad, sin meterla completamente.

                Cuando vi por su cara que se relajó, le comencé a dar más rápido, pero sin pasarme. Le agarré de la cadera y, esta vez, la sacaba y la metía más. Le pegaba morreos de vez en cuando o bajaba con la lengua por su cuello, y él se dejaba llevar completamente. Nunca pensé que vería a mi novio sin tomar el control, pero me encantaba. Llegó un momento en el que me hizo presión con sus pies para que se la metiese más, y así lo hice. Me estaba indicando que lo estaba gozando y quería más polla, y yo se la di.

                Aumenté bastante el ritmo, embistiéndole mi pollón hasta lo más profundo de su ano. Notaba las paredes bien calientes, se notaba mucho la diferencia entre hacerlo con y sin condón. Me estaba dando mucho placer, y podía correrme pronto, pero todavía no quería, así que iba alternando el ritmo. La sacaba del todo, la agarraba con la mano, y, dirigiéndola a su culo, la volvía a meter de golpe hasta el fondo. Eso le encantaba, chillaba como nunca de placer.

                La saqué y me separé de él, y me dijo:

                - Quiero cabalgarte.

                - Me vas a montar si yo quiero – le contesté, con un tono imponente y morboso a la vez –. Ahora la zorra eres tú, así que vas a hacer lo que yo te diga. Ponte boca abajo.

                Él se quedó flipando, ya que no se esperaba esa contestación. Pero enseguida me sonrió con lascivia.

                - Pues fóllame como te dé la gana, cabrón. Hazme tuyo.

                Se puso boca abajo y yo me puse encima de él. Acerqué la polla a su ano y se la metí de golpe. Metí los brazos por debajo de sus axilas y me agarré de sus hombros, mientras le daba con fuerza. Se escuchaban muchísimo los sonidos de nuestros cuerpos chocando, pero más aun los gritos de Ángel.

                - ¡¡¡Dame!!! ¡¡¡Fuerte!!! Métemela, hasta el fondo – me decía cada rato.

                Puse una mano en su cabeza y se la apreté contra la cama, para someterlo todavía más a mi voluntad. Me encantaba tenerlo así, con los roles invertidos, y ver que igualmente lo gozaba. Entre lo fuerte que le estaba dando y lo caliente que me ponía la situación, estaba empezando a notar cómo llegaba al orgasmo. Aumenté más la intensidad si aún podía, y me empecé a correr mientras le reventaba el culo a lo bestia. Me puse a gemir con fuerza también al mismo tiempo que disparaba varios chorros de semen contra las paredes de su ano. Él se puso a frotarse contra la cama, moviendo las caderas. Estaba exhausto, y poco a poco, fui progresivamente bajando la velocidad a la que lo follaba, hasta quedarme quieto, encima de él y abrazándole. Estuve un par de minutos así, con la polla aún metida, dándole besos por su espalda sudada y por el cuello.

                Al final, me tumbé a su lado y, cuando se dio la vuelta, vi que en la cama había una buena corrida suya. El cabrón había eyaculado solo frotándose contra las sábanas.

                - Mmmmm, cariño – me dijo –. Me has hecho descubrir un nuevo placer. No sabía que podía disfrutar tanto con una polla en el culo.      

                - Pues ya sabes. Ahora nos podemos dar el uno al otro.

                - Sí, por favor. Quiero volver a ser tu perra.

                Me reí y nos besamos. Nos quedamos abrazados y acabamos durmiéndolos, sudados y corridos, pero ambos con una sonrisa en la cara por todo el placer.

                Continuará.

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                Muchas gracias a todos los que habéis comentado mis relatos anteriores. Espero que esta nueva entrega os guste tanto o más que las demás. La historia no se acaba aquí, sino que hay más que contar. Os aseguro que habrá novedades y, si habéis estado un poco atentos, sabréis por dónde pueden ir los tiros jejeje

                Un saludo a todos.