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En mi nuevo trabajo (I). Ángel

en Gays

                En primer lugar, me gustaría presentarme. Me llamo Óscar y tengo 24 años. La historia que voy a contar trata de un nuevo trabajo que tuve en un supermercado. Eran principios de verano, y la zona en la que vivo se llena de turistas y extranjeros, por lo que por estas épocas siempre hay más oferta de trabajo. En un principio, iba a estar solo para el verano, aunque yo estaba buscando ya algo estable, pues me quería independizar de una vez por todas.

            Me estaba preparando para el primer día de trabajo. Me levanté más temprano de lo habitual, desayuné, tomé mi café mañanero y luego fui a la ducha. Me quité toda la ropa y me quedé mirando un segundo en el espejo. Soy alto, mido aproximadamente 1’80m. No estoy excesivamente fuerte, aunque se me marcan ligeramente los músculos por las horas de gym. Moreno y de pelo corto, y de ojos verdes. No me dejo barba casi nunca, aunque tengo que reconocer que me pierden los hombres con la barbita de tres días. En cuanto a mis partes, no me puedo quejar para nada. Tengo una polla que me mide 20cm y de un buen grosor, y me marco un culito duro y respingón.

            Me metí en la ducha, y seguí el mismo ritual de cada mañana: cuando empezó a caer el agua caliente, me empecé a relajar bajo los chorros y comencé a tocarme el pene, que cada vez se ponía más duro. Cerré los ojos, y dejé lugar a la imaginación para excitarme. En algunas ocasiones, me mastrubaba pensando en escenas de sexo que realmente había tenido con otros chicos, limitándome a recordarlas; en otras, simplemente dejaba volar la imaginación, pensando en aquello que me gustaría que pasara. En esta ocasión, pensé en un antiguo follamigo que tenía hacía un par de años. Me imaginé a los dos allí, en la ducha, empotrándolo contra la pared y clavándole mi polla mientras el gozaba y gemía de placer. Con solo acordarme de las folladas que le metía al cabrón y del placer que me daba con su boca y su culo, necesité pocos minutos para llegar al orgasmo y soltar varios chorros de leche por toda la bañera.

            Como he dicho, siempre hago esto por la mañana. Vayas donde vayas, siempre estás más relajado tras una paja matutina.

            Con todo preparado, me presenté al trabajo 10 minutos antes de que empezara mi jornada laboral. Como es lógico, estaba nervioso, pues no conocía a nadie y no sabía con qué tipo de compañeros me podía encontrar, o cómo se me iba a dar el trabajo. Tras presentarme al encargado y explicarme todo un poco por encima, me mandó a reponer en el pasillo de los refrescos, ya que faltaban dos horas para que la tienda abriese. Durante ese tiempo, veía a compañeros pasar por los pasillos, y algunos me saludaban, pero todos iban a su bola, así que no les di mucha importancia; me limitaba a hacer mi trabajo.

            Una vez pasadas las dos horas, me tenían que formar para saber manejar las cajas. El encargado me dijo que me pusiese con un chico para que me lo explicase todo. Se llamaba Juan Luis, tendría más o menos mi edad. Era un poco más moreno de piel que yo, de pelo negro y bastante corto, y con una barbita perfecta. Además, tenía una sonrisa encantadora, y era muy amable y simpático. Sin embargo, pensé que seguro que sería hetero.

            Estuve con Juan Luis toda la mañana, que se me pasó enseguida. No pudimos conocernos muy bien ni hablar de temas personales, ya que a primeras horas de la mañana había bastantes clientes que pasaban por la caja, así que tuvimos que dedicarnos al trabajo. Él me explicaba las cosas y yo le escuchaba: prácticamente esa fue la mañana. Sin embargo, tenía el presentimiento de que iba a hacer buenas migas con ese chaval.

            Poco a poco, fueron pasando los días y me fui adaptando al ritmo de trabajo, hasta que sabía hacer casi de todo y fui convirtiéndome en uno más de la plantilla. No tardé mucho en darme cuenta de la cantidad de chavales guapos que tenía de compañeros. Algunos más jóvenes que yo, otros con unos años de más, pero había mucho tío que estaba bueno. Últimamente, con el calor, siempre andaba más cachondo y me fijaba más en los chicos. Conocí a José, que tenía apenas 18 años, delgadete y alto; a Carlos, que sobrepasaba los 40, pero tenía unos ojazos y un culo de infarto; y a Ángel, que tendría unos diez años más que yo, era más bajito, de carácter serio, pero amable. Con todos ellos me llevaba muy bien, había buen rollo y compañerismo, pero con el que más congeniaba era con Juan Luis, llegamos a tener mucha confianza y a ser amigos. Me di cuenta enseguida de que era muy abierto y se podía hablar con él de todo. Le llegué a confesar que era gay (no es algo que lo grite a los cuatro vientos, pero tampoco lo oculto; si sale el tema, no tengo reparos en decirlo), y no le dio mucha importancia. Como tenía que ser, vaya. Él también me habló de alguna antigua novia que tuvo, así que abandoné toda idea de verlo como algo más que a un amigo.

            Por ello, este relato no gira en torno a Juan Luis. Fue otro de los chicos que he mencionado el que congenió conmigo en un plano más íntimo. Ángel llevaba varios años en la empresa, y dado que tenía más experiencia que el resto de los trabajadores, siempre que tenía una duda le solía preguntar a él. Costaba verlo sonreír e incluso imponía cierto respeto, pero siempre que podía me ayudaba y a veces me decía:

            - Estoy aquí para lo que necesites, Óscar – con un guiño de ojo.

            Yo siempre asociaba esa afirmación con el trabajo, y no llegué a pensar en que se referiría a otra cosa. Pero llegó un día en el que lo vi más apagado de lo habitual: me saludaba de una forma muy apática, si le preguntaba algo me contestaba de forma muy vaga, y su cara expresaba cansancio y puede que enfado. Al principio, no sabía si había hecho yo algo malo, así que, al cruzarme con él una mañana por el pasillo, le pregunté:

            - ¿Te pasa algo?

            - Nada… Cosas mías, no te preocupes.

            Después de dos semanas, seguía siendo el mismo Ángel de siempre. Pasara lo que pasara, se veía que se le habría ido el enfado y había vuelto todo a la normalidad.

            Cada día teníamos un pequeño descanso, y la mayoría íbamos a una pequeña sala privada que teníamos para tomar un café y almorzar. Ese día, me tocaba bastante tarde el descanso, ya pasado el mediodía. Cuando entré en la sala, estaba solo Ángel sentado en la mesa. Lo saludé y dije:

            - Seremos de los últimos en almorzar, ¿no?

            - Sí, todos los demás ya han tenido el descanso.

            Me hice el café, y me senté enfrente de él. Empezamos a hablar de cosas triviales del trabajo, de lo pesados que eran algunos clientes, de los jefes… Hasta que se me ocurrió decirle:

            - Te veo más animado.

            - Sí, tío… Es que lo he dejado con la novia, y he estado unos días de bajón.

            - Vaya, lo siento, tío.

            - No lo sientas – me contestó, haciendo un gesto con la mano como para no darle importancia al asunto –. La pillé engañándome con un amigo suyo, así que la mandé a tomar por culo.

            - Bueno… – comencé a decirle, intentando buscar las palabras adecuadas para una situación como esa – al menos así has descubierto con qué tipo de persona estabas, y que no valía la pena.

            Él me afirmó con la cabeza y suspiró, haciendo una mueca.

            - ¿Sabes lo peor de todo? – me preguntó tras unos segundos de silencio –. Que yo le planteé una relación abierta en su momento, y se cabreó un montón conmigo: me acusó de no quererla, de que era un putero que quería follarse a otras… Me amenazó con dejarme. Yo la respeté y no volví a sacar el tema, y ahora ella me hace esto.

            Me sorprendía que Ángel hablase conmigo con tanta sinceridad sobre su vida privada. Nos llevábamos bien y teníamos buen rollo, pero no sabía que teníamos la confianza suficiente como para contarnos esas cosas.

            - Por lo que me cuentas, tú siempre has sido honesto con ella. Así que ella se pierde estar con un tío como tú.

            Me sonrió y me agradeció mis palabras.

            - ¿Así que no crees en la monogamia? – le pregunté.

            - Pues la verdad es que no. Para mí, el amor y el sexo son dos cosas distintas. Puedes querer a una persona y follar con otras, un momento de placer con alguien de fuera de la relación no quiere decir que quieras menos a tu pareja. Pensarás que estoy loco – se empezó a reír.

            Me alegraba escuchar eso, pues yo pensaba de la misma manera, y hasta el momento, nunca había conocido a nadie que pensase abiertamente así. De hecho, cuando les planteé a algunos amigos mi manera de ver el asunto, me empezaron a mirar raro.

            - Tranquilo, que yo pienso igual.

            - ¡Qué alegría! Pensaba que estaba solo.

            - Me pasa lo mismo – me reí yo también.

            Volvimos a estar en silencio, ya que vi en su cara que me quería decir algo, aunque no sabía cómo. Hasta que por fin empezó a expresarse:

            - ¿Es que sabes qué más me pasa? Que me molan tanto las tías como los tíos, y cuando estoy con una tía, dentro de un tiempo me entran las ganas de hacer algo con un chico, o al revés.

            Eso no me lo esperaba. ¿Ángel, bisexual? El único chico del trabajo que despertó mi interés sexual en un principio fue Juan Luis, por lo que ni me había planteado que a Ángel le pudiesen gustar los chicos.

            - Yo soy gay – le contesté, y acto seguido no supe por qué lo dije. Ahora se pensaría que era una indirecta.

            Pero parecía que a Ángel le agradó mi afirmación, ya que se le dibujó una amplia sonrisa en la cara.

            - Vaya, me alegra oír eso. Desde el primer día me has parecido muy guapo, ¿sabes?

            Yo estaba flipando por lo directa que era la conversación. Con lo serio que era de normal, no lo reconocía en ese momento. Me estaba hablando como si nos conociésemos de toda una vida. Pensé que lo hacía por un motivo: quería ligar conmigo. Yo, con lo salido que andaba últimamente, estaba encantado, así que le contesté:

            - Gracias. Tú también a mí.

            - ¿Ah, sí? – me puso una sonrisa picarona, y yo se la devolví.

            Noté algo en mi entrepierna, y tardé un segundo en darme cuenta de que era su pie. Se había quitado el zapato sin que me diese cuenta y se estaba frotando con mi polla. Abrí los ojos al máximo y lo miré, pues cada vez la escena era más surrealista. Pero me di cuenta de que estaba encantado. Parecía que por fin iba a follar ese verano, y con un chaval muy guapo. Le cogí el pie y se lo empecé a frotar con más fuerza sobre mi polla, para indicarle que me gustaba. Estuvimos unos minutos así, hasta que mi rabo estaba duro al máximo. Él se levantó y cerró la puerta con llave. Aunque ya nadie iba a subir al descanso, era mejor prevenir que curar.

            Se acercó a mí, yo me levanté, y me empezó a comer la boca. Nos empezamos a besar apasionadamente, chocando nuestras lenguas, cada una intentando entrar en la boca del otro. Estaba algo nervioso por lo rápido que había pasado todo, pero estaba disfrutando de cada momento al máximo.

            Le empecé a tocar el pecho por encima de la ropa mientras nuestras bocas seguían jugando. A simple vista no lo parecía, pero estaba fuerte. Se le marcaban los pectorales y los músculos del abdomen.

            Yo estaba que no podía más, necesitaba dar otro paso. Así que mi mano fue bajando por su cuerpo hasta llegar a su polla. Se la empecé a tocar por encima del pantalón durante un rato breve. Necesitaba tenerla ya, así que le desabroché el pantalón y se quedó en bóxers. Para ser bajito, me esperaba que tuviese un miembro normal, pero menudo pollón se gastaba. No tenía nada que envidiar al mío. Le empecé a hacer una paja por encima de la ropa interior, mientras él bajó las manos a mi culo y me apretaba las nalgas con fuerza.

            Nuestras lenguas seguían chocándose con fuerza, hasta que él se volvió a sentar en su silla y se tocó el rabo mirándome a la cara, como diciéndome que fuese a por él. No tardé ni un segundo en ponerme de rodillas y meterme la punta en la boca, por encima del bóxer, mientras le agarraba de las caderas o pasaba mis manos por sus peludas piernas, acariciándolas.

            Necesitaba tener ese pollón ya en mi boca, sentirlo, disfrutarlo. Se la saqué por un lado de los calzoncillos. Me encantaba su polla, era perfecta. No tenía mucho vello, se habría afeitado haría unos días. Era larga y gorda, pero no excesivamente. Pensé que mejor, si alguna vez me la llegaría a meter, no sufriría tanto al principio.

            Me metí el glande en la boca, y el soltó un gemido. Estuve un rato jugando con su punta, haciendo círculos con mi lengua y pasándola por todos los lados. Nos mirábamos de vez en cuando a los ojos y vi que estaba disfrutando de lo lindo. Decidí chupar un poco más y metérmela con más profundidad en la boca, subiendo y bajando despacio.

            Poco a poco, me la fui metiendo más y más, hasta tenerla entera. Cuando mi nariz rozó su pubis, lo escuché soltar un gemido largo pero silencioso.

            - Dios, pocos me la han chupado de esa manera.

            Una de las cosas con las que más disfrutaba en el sexo era comerme una buena polla. Me había metido en la boca rabos muy gordos, y hasta el momento, había podido con todas. Algún chico me había dicho que mi garganta era flipante y que nadie se la había comido así.

            Yo estaba encantado con hacerle disfrutar a Ángel. No dije nada, y seguí deslizando mis labios por su trabuco. Aceleré el ritmo y cada vez iba más rápido. A veces me la sacaba de la boca para respirar, y le chupaba los huevos mientras le pajeaba.

            Cuando me la volví a meter, me cogió la cabeza y me empezó a follar la boca a lo bestia. La sacaba y me la metía entera. Aunque empezaba a sentir que me faltaba el aire, intentaba respirar como podía: quería hacerlo disfrutar al máximo y no cortarle el rollo. La follada que me estaba pegando era de las buenas. En un momento, la sacó y acercó su boca a la mía, pegándome un buen morreo. Volvió a dirigir mi cabeza a su rabo, y me volvió a follar salvajemente. Estuvimos así unos minutos, alternando entre besos y mamadas, hasta que me preguntó:

            - ¿Quieres leche? – yo asentí con la cabeza –. ¿Te gusta en la cara?

            - Sí. Dámela toda, cabrón.

            Se levantó y se empezó a pajear, apuntando con la punta a mi cara. Le pasaba la lengua por el glande mientras él se estaba masturbando, para darle mayor excitación. No tardó ni  un minuto en dármelo todo. Varios chorros de leche caliente se dispararon contra mi cara. O lefaba mucho de normal, o llevaba tiempo sin correrse, pero me estaba llenando la cara de su leche, mientras lo escuchaba respirar entrecortadamente y gemir con intensidad. Me metí la polla en la boca para limpiarle los restos de semen que quedaron colgando de su rabo.

            Me levanté y nos quedamos mirando un rato, mientras él ponía cara de vicioso.

            - ¡Qué morbo verte así! Ahora te voy a devolver el placer.

            Me hizo bajarme los pantalones y  los bóxers, y me sentó en la silla que estaba sentado él hacía unos instantes. Se arrodilló enfrente de mí, y, a diferencia de lo que hice yo, se metió mi polla entera de golpe. Bueno, todo lo que podía, ya que le faltaba un trozo para poder con toda. A pesar de no tener mi garganta profunda, Ángel la chupaba bastante bien. Deslizaba su lengua por toda mi polla, subiendo y bajando, alternando el ritmo. Ahí estaba yo, con la cara corrida y recibiendo una mamada de mi compañero de trabajo.

            De normal, tengo bastante aguante y tardo mucho más en correrme, pero mi nivel de excitación era tan algo que, si Ángel seguía así, iba a explotar en su boca. Le avisé y se la sacó. Empezó a pajearme rápidamente, y al poco rato ya me estaba corriendo en un brutal orgasmo, llenando mi abdomen de mi lefa.

            - Esto hay que repetirlo – le dije respirando entrecortadamente.

            - Ya te digo – me respondió y me dio un beso, esta vez más lento pero igual de apasionado –. Venga, que se nos acaba el descanso y nos van a echar la bronca.

            Fui al baño a limpiarme (era un milagro que no se hubiese manchado la ropa) y volvimos al trabajo. Nos separamos, cada uno yendo por un pasillo, pero no sin antes lanzarnos una sonrisa de complicidad.

            Continuará.