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Gabriela

en Transexuales

Al contrario de lo que se decía de mí, siempre me habían gustado las mujeres. Todo lo femenino ejerce sobre mí una fascinación que me ausenta tanto que puedo estar horas mirándolas y aprendiendo de ellas. Es que el mundo de las hembras humanas es sensual, erótico al punto de la perfección. Quisiera que me entiendan, para mí la figura de una mujer delgada, arreglada para ser mirada, montada en un par de botas de gamuza altas sobre unas medias transparentesy una falda cortita que le ensancha las caderas y desemboca en una cintura mínima es lo más parecido a lo sublime. Me quedo sin palabras cuando en las revistas de modas una mujer alcanza el nivel máximo de mi erotismo fetichista.

No recuerdo en particular cuándo se desató mi deseo por todo aquello, pero debe haber sido ni bien asomaron en los chicos de mi edad los efectos perniciosos de la pubertad. Mis compañeros de colegio se inflaron repletos de hormonas, músculos, pelos y acné. Se volvieron gordos, o altos, con los brazos colgantes, siempre torpes y pestilentes. Por un tiempo me extrañaba que no me pasara nada parecido ya que apenas crecí algunos centímetros, pero yo ya era alto antes, y mi cuerpo siguió siendo esmirriado, el torso angosto y los hombros finos. Yo me conformaba con el hecho de que decían que no era el único. En mi casa, mamá decía que al hijo de la vecina le había pasado lo mismo, «y mira cómo está ahora de grandote», remataba. Así que yo esperaba que en cualquier momento me sucediera igual que al hijo de la vecina, pero al cabo de un año la cosa no prosperaba. Tampoco es que fuera huesudo como los chicos delgados de mi curso, simplemente había crecido delicado y suave. Lo que nadie sabía, debido a que lo ocultaba por vergüenza, era que en el año que había pasado me habían crecido bastante las caderas y que ahora, al verme, eran notorias las curvas hacia los costados que me nacían desde la cintura. Estaba tan acomplejado que no quería cambiarme enfrente de mis compañeros y, cuando terminaba la clase de gimnasia, mientras ellos se bañaban en la escuela, yo pasaba del asunto con la excusa de que mi casa quedaba cerca. Las chicas se me acercaban como moscas pues, así como había un ganador del tipo atleta, musculoso y machista, yo venía a ser el chico lindo y tímido del curso. De entre todas, con la que mejor me llevaba y que llegué a considerar mi mejor amiga, estaba Daiana. Se había vuelto común que estuviéramos todo el tiempo juntos. Muchos creían que éramos novios pero no, no lo éramos. Daiana era chiquita y medio gruesa, con unos bucles rubios que le caían a los lados de la cara y llena de pecas. Se la pasaba diciéndome que yo era más linda que ella y que ya hubiera querido tener ella el cuerpo que yo tenía. Yo le decía que era una tonta, que ella era la chica más sacada del colegio y que me encantaba el desparpajo con el que encaraba todo lo que hacía. Desde que nos conocimos, se le había metido en la cabeza que podía transformarme en una chica y que nadie se podría dar cuenta del engaño, que yo tendría que haber nacido mujer. Una tarde que estábamos estudiando en la casa de ella, llenos de aburrimiento, volvió con el tema y tanto fue lo que insistió que la dejé hacer. Trajo una cajita y empezó a maquillarme mientras me explicaba lo que hacía. Me puso una base en toda la cara pero con distintos tonos ya se tratara de la frente, debajo de los ojos y el contorno de la cara o la línea de la nariz y las mejillas. Yo la dejé hacer sin tener donde mirar los cambios que me realizaba. Iba y venía con pinceles, sombras y rimmel que aplicaba con detalle. Estuvo más de media hora con la cara hasta que al final me pintó los labios y me llevó a un espejo para que me viera. El resultado me dejó mudo porque había desaparecido todo rasgo masculino de mi rostro y aunque tenía el pelo cortito el espejo me devolvía la imagen de una chica. «Falta un detalle» me dijo desde atrás mientras me calzaba una peluca larga y lacia de pelo castaño que me transformó definitivamente. « ¿Viste que yo te decía? Estás re fuerte y nadie diría que eres un chico, ¿no es cierto? Ahora vamos a convertirte en toda una chica sexy ¿dale?». Me tomó de la mano y me llevó al cuarto para que me sacara la ropa. Cuando estuve desnudo me alcanzó unas braguitas suyas de encaje negro que se estiraron hasta acomodarse en mi cola dejando un  breve triangulito en el centro de las nalgas. Si antes había notado la feminidad de mi cuerpo ahora todo cobraba sentido. Las medias de lycra transparentes se deslizaron por mis piernas cuando yo ya había perdido toda cordura y estaba abandonado al placer que me estaba produciendo aquello. Me veía cada vez mejor y Daiana, desde atrás me pasaba por los brazos los breteles de un corpiño haciendo juego y luego me lo abrochaba y rellenaba con algodón. «Que increíble el cuerpo que tienes. A ver ponte este», dijo alcanzándome un vestido. Al pasarlo por la cabeza cayó sobre mi cuerpo, ajustado en el torso hasta la cintura y luego, desde allí, se abría en una falda cortita y suave, que se pegaba a mí, me rozaba y apenas tapaba un palmo debajo de mi culo que se dibujaba maravillosamente. Me miré en el espejo de la puerta del baño ¡y no me lo podía creer! Daiana me abrochó por detrás y me indicó unas sandalias cerradas de taco finito que me levantaron diez centímetros. Me encantaba cómo me veía y estaba muy excitado, me faltaba la respiración y me sentía como drogado. Me completó con una camperita de jean cortita, unos aros, pulseras y anillos en los dedos. Por último, me pintó las uñas y me roció con un perfume que hizo que se me calentaran las mejillas. «Y, ¿qué tal?, ¿cómo te ves?». «Soy muy…-suspiré. Me gusta, me gusta mucho. Estoy muy buena. No lo puedo creer. ¿Me veo bien? Estoy temblando».

«Perfecta. Y ahora nos vamos juntas de marcha. ¡A voltear muñecos! Hoy te llamarás Gabriela, mi amiga Gaby».

«No sé, ¿te parece? ¿Y si se me acerca un chico qué hago?»

«Te dejas llevar. Y si no quieres, nada pasará. Es solo un juego. Quiero que sientas la sensación de poder que da el verlos calientes contigo. ¡Ya verás!»

Me intrigaba el juego de ser invisible, de que mis acciones pasaran de mí, de ser Gabriela. Estaba naciendo. Me aseguró que iríamos a un lugar donde nadie me conociera. La dejé convencerme recién después de emborracharnos con vodka y licores. Mis sentidos estallaban, sentía que me rodeaba un aura tibia que me arrojaba a la locura que Daiana me proponía. Bajamos en el ascensor con una vieja que nos miraba raro, y nosotras tentadas de la risa, hasta el subsuelo en el que estaba el auto. Cuando subí y me senté, noté mis piernas desnudas apenas cubiertas por las medias, la bombacha se me metía en la cola, nunca había estado más caliente.

«Estoy demente por haberte seguido el tren», -dije.

El boliche me mareó más todavía, serían las luces o la música. Nos sentamos en la barra. Noté las miradas de los tipos que me rodeaban. Me sentí deseada. Me excitaba que me miraran así, por lo que quebré mi cintura hacia atrás, saqué la cola y abrí los labios. Pedimos alcohol y nos reímos. No pasó mucho y se acercaron dos chicos, uno a cada lado. Yo no abría la boca por temor a delatarme pero Daiana lo empezó a seducir al de ella, se ve que le había gustado. Salieron a bailar y mi chico me tomó de la mano y no supe decir que no. De a ratos me tomaba de la cintura y me hacía girar. Daiana bailaba cerca de mí. En un momento nos enfrentamos, con los dos chicos mirando, y me besó y yo la deje hacer. Los estábamos provocando. Se hizo un trencito y mi chico me apoyó por atrás tomado de la cadera. Cuando salimos de la pista Daiana me agarró de la mano y me arrastró con ellos, que parecía que se estaban yendo. En la calle, ella se subió al auto con su chico adelante y nosotros nos acomodamos atrás. Yo sabía que mi amiga era incontrolable, pero nunca pensé que iba a hacer lo que hizo. Porque, a las pocas cuadras –nos íbamos riendo- estacionó en la oscuridad de una calle desierta.

En mi confusión solamente atiné a decirle «No, Daiana, no».

No sé de donde apareció un porro que pasamos entre los cuatro y  me activó los sentidos. Me sentía femenina, deseada, el chico a mi lado me miraba caliente. Daiana y el tipo de adelante se estaban comiendo las bocas y yo me daba cuenta de la calentura del otro que gira hacia mí, me acaricia los pechos y acerca la boca hasta la mía. Está todo mal, qué puto que soy pensé en el instante que sus labios rodeaban los míos y su lengua entraba tibia en lo profundo de mi boca jugueteando con la mía. Lo dejé hacer, total en un rato todo iba a acabar y nos reiríamos con Daiana de la confusión. En ese momento sentí su mano que subía por mi pierna y lo detuve. Como no sabía qué hacer para que no se diera cuenta fui yo la que le busqué la entrepierna para entretenerlo. Estaba tibio y la tenía parada y dura. Lo masturbé acariciándolo de abajo para arriba y de repente lo solté.

«No, no puedo, perdona». A esa altura yo también la tenía dura por debajo del vestido y si iba a avanzar tenía que decirle. Y tenía miedo. Entonces intervino Daiana:

«Ella es Gabriela y es la amiga más sexy que tengo, aunque no es una chica sino un chico. No sé lo que va a querer hacer, si se va a querer ir o si se va a quedar. Ellos son Seba y Rami y sabían que esto podía suceder. Espero que no te importe la trampa, me dice». Caras de sorpresa, mía y de ellos. A mi chico se ve que le resulta indiferente la noticia porque acerca la cara hasta casi rozarme. Por un instante no sé qué hacer pero abro la boca y otra vez lo beso y le cruzo los brazos por encima de los hombros y me entrego. Siento que me levanta la falda por detrás y me acaricia, metiendo la mano por debajo de las medias hasta alcanzar con el dedo mayor el desfiladero que lo conduce a mí. Gimo. Me abandono. Le desabrocho la camisa, el cinturón, le abro, meto la mano y le acaricio la pija tibia. No sé nada, no sé qué quiero, está todo mal, pero lo hago, y ya. Me arrastra hacia abajo con ambas manos y lo dejo hacer. La saco del encierro, erguida como un mástil, y se la beso, la chupo, estoy tan caliente. Ya nada me detiene. La carne tibia y húmeda me llena la boca y Daiana, que sonríe a mi lado, me pasa un condón y una crema. Así fue mi primera vez. Los cuatro en el auto. La cabeza de Daiana había desaparecido entre las piernas de su chico. Aunque estaba aterrado me baje las medias y la bombacha, me llené la cola de crema y me senté por delante. Lo demás lo hizo él. La acomodó y me la metió lentamente en medio de mi grito. Estallé de placer, empecé a gemir y a gritar. Cuando logró abrirse paso en mi cola y el dolor cesó me deje caer poco a poco para metérmela toda. Me tomé del asiento delantero y lo cabalgué sin conciencia de lo que estaba haciendo. Sentía el palo duro y tibio que llenaba mis entrañas. Flexioné mi cuerpo hacia atrás para pegarme en él. Los pelitos de su barba me hacían cosquillas en el cuello. Daiana se asomó desde adelante.

«La tengo adentro, amiga» -le dije.

«Ya veo. ¿Te gusta?»

«Siiii…me encantaaa».

Nos besamos. Me calentaba la boca de Daiana. Tenía el sabor del semen de su amante y nuestros zumos se cruzaron. Se había arrodillado en el asiento delantero para que su chico pudiera entrarla por atrás. Gozábamos ambas y el placer de la otra nos potenciaba. Nuestro beso se demoró todo el tiempo que nuestros amantes necesitaron, no sé, diez minutos, quince, el tiempo era imposible de medir en el éxtasis de nuestros sentidos. Todos gemíamos con desorden rítmico, como una banda de músicos desafinada, aunque el grito de uno estimulaba el placer y el gemido de los otros. Nuestras lenguas seguían entrelazadas cuando Daiana tuvo su primer orgasmo con un grito agudo y largo y entonces eyaculé yo, sobre la falda sedosa que me acariciaba la pija. Ellos tardaron un momento más pero, como si lo hubieran convenido, ambos se descargaron con un grito ronco. El mío me arrancó hacia atrás despegándome de Daiana para abrazarme, y tocándome los pechos en el momento que la pija se le puso más dura que nunca, acabó con un placer que recién entonces me di cuenta podía provocar en alguien. En el mismo instante, el ritmo frenético que le imprimió a la cogida el de adelante hizo que la cabeza de Daiana golpeara repetida sobre el respaldo del asiento. La eyaculó con un fuerte gruñido que retumbo fuera del auto. Se aflojaron. El tiempo se detuvo en el declive postrero de los cuerpos satisfechos. Y nosotras nos reímos, nos acariciamos con ternura, que cerramos con un piquito suave de nuestros labios despintados.