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6. en el monasterio

en Trios

6. EN EL MONASTERIO.  Y llegó por fin la última noche en el monasterio. Era ya muy tarde. Todos dormían en aquel lugar apartado y alejado de cualquier ciudad.

Los dos abandonaron la habitación sin hacer ruido. Bajaron la escalera de piedra hasta llegar al claustro. Continuaron por un pasadizo poco iluminado hacia la sala de juegos. No se oía nada ni se encontraron a nadie. Ella esperaba ansiosa y excitada que su invitado no hubiese olvidado aquella cita nocturna. Él también deseaba que se produjese aquel encuentro.

-Estás cachonda? Le preguntó él.

-Sí. Tengo el coño mojado. ¡Tócamelo!

Le subió el vestido, metió su mano entre las bragas y sacó los dedos llenos de flujo. Iba caliente como una perra. Le había gustado aquel novicio italiano desde el primer día que lo vió. Pero más aún después de haber hablado con él en la piscina. Tras varias conversaciones entre los tres se consiguió entablar cierta confianza y el último día se atrevieron a proponerle tener un encuentro sexual nocturno. Se sorprendió mucho y dudó al principio, no asegurando nada a la pareja.

-No sé si seré capaz de prestarme a algo así. -les dijo.

-No te preocupes. Nosotros te esperaremos. -le dijo ella.

A ella le pareció un joven atractivo y muy educado. No tendría más de veinticinco años. Coincidir por las tardes en la piscina había hecho que ella se fijase en él. Tenía un torso bien definido y marcaba abdominales. Estaba buenísimo, por qué no decirlo. Tenía una media melena y una perilla bien cuidada. Y el hecho de querer meterse a monje y tener que guardar voto de castidad la ponía bien cachonda. Solo esperaba que no se hubiese echado para atrás y se presentase en la sala de juegos como habían quedado.

El marido se había dado cuenta de como el novicio le miraba las tetas cada vez que se cruzaba con ella. Incluso se lo había comentado. No podía evitar mirárselas y deseárselas como hombre joven que era. Seguramente se pajeó pensando en ellas las noches anteriores. A ella le gustó oír eso de su marido. Se sintió deseada y le entraban ganas de follar.

Entraron en la sala a oscuras. Él encendió una pequeña lámpara de pie. No había nadie. Se miraron decepcionados.

-Es muy tarde. No vendrá.-dijo él.

-Pues él se lo pierde. Lo iba a hacer un hombre. Voy muy caliente.

Se sentaron en unas butacas y se miraron con cierta resignación. Había poca luz en la estancia. La sobria decoración no invitaba precisamente a tener sexo en aquel lugar.

De pronto les pareció oír unos pasos. Eran ligeros, casi imperceptibles. Una sombra entró en la sala cerrando las puertas a su paso. Era él.

Estaba nervioso, sonrió desplegando la mejor de sus sonrisas. Se acercó pero no demasiado, estaba claro que no sabía que tenía que hacer.

Ella percibió su nerviosismo y se le acercó. Le dió un beso en la mejilla y le dijo un silencioso gracias al oído mientras le rodeaba el cuello con sus brazos. Él inocentemente la besó en la mejilla también. Ella le dió la mano y le dijo:

-Pensábamos que no vendrías.

-Sí. No ha sido fácil decidirme.

Dejaron la lámpara de pie encendida para dar algo de luz a la sala. El marido empezó a desnudarse. El novicio copiaba sus movimientos desnudándose con prisas también, ella miraba como se desnudaba. El marido le dijo:

-Ven, acércate. Bésala y desnúdala poco a poco.

Él obedeció. Se colocó delante de ella y le plantó un beso en la boca algo brusco. Ella notó su inexperiencia pero le perdonó enseguida. Le frenó un poco y le besó lentamente. Las manos del novicio recorrían su cuerpo rápidamente con impaciencia. Haciendo largas paradas en sus tetas. Aquellas tetas que tanto había deseado cada tarde en la piscina. Las magreaba bien, dejando claro que las quería poseer. Ella se dejaba acariciar por todos lados mientras su coño se deshacía con tanto flujo.

El marido se arrodilló y le bajó las bragas. Estaban mojadas. Se las llevó a la cara y las olió como un perro. Le encantaba verla tan cachonda.

Hundió su cara entre las piernas y le lamió el coño. Un lamentón largo que recogió todo el flujo sobrante.

-No, no sigas. Le quiero a él.

El novicio tenía la polla tiesa como un adolescente. Ella lo agarró con firmeza y se lo llevó al sofá . Se tumbó debajo y sin soltar aquella polla dura se la introdujo en el coño sin dudarlo. Quería que notase todo el fuego que desprendía su coño a aquel chaval. Que supiese lo que se pierde al no querer follar con ninguna mujer.

La polla del novicio se hundió hasta el fondo de ella entrando bien adentro. Ella lo rodeó con las piernas y lo apretó aún más contra ella.

El marido con otra erección se la empezó a menear desde un sillón contiguo. Ella lo vió de refilón y le encantó verlo excitado.

-¡Que polla tiene el chaval cariño! ¡Que buena por favor! ¡Que buena me sabe! ¡No pares guapo, no pares! ¡Y yo que creía que tendría que ensenarte! ¡Follas muy bien! ¡Dame!

El novicio repetía los pollazos a un ritmo endiablado. No quería o no podía parar. Estaba sintiendo un gusto increíble que no recordaba haber sentido antes.

Ella gozaba con cada pollazo por lo adentro que le llegaban. Venia con la idea de hacerle más cosas al chaval pero aquello ya estaba siendo todo un polvazo.

El marido se levantó y acercó la polla a la cara de ella. Ella tenía

los ojos cerrados, disfrutaba del polvo. Él tuvo que pasarle la polla por los labios para que ella abriese la boca y empezase a chupar su glande.

-¡Que bueno! -volvió a repetir. Como folla el niño de bien. ¡No para! ¡Me voy a correr ya mismo! ¡No he tenido tiempo de nada! ¡Sigue, sigue! ¡No pares que me corro contigo mi hombretón! ¡Qué bien que me lo haces joder!

-¡Si, si!¡Quiero correrme en ti! ¡Quiero darte todo! ¡Déjame dártelo todo! -decía el novicio.

-¡Suéltamela tu leche guapo, suéltamela ya! ¡Ya no aguanto más!

Se corrieron a la vez en un largo orgasmo. Bien apretados. Cogiéndolo ella a él con sus piernas.

El marido les dejó disfrutar juntos esos momentos a los dos.

En cuanto el novicio se incorporó, ocupó el marido su lugar. Poniéndola a ella a cuatro patas sobre el sofá.

La embistió con fuerza llamándola puta.

-¿Qué has estado haciendo, ehh? ¿Es que no respetas nada? ¿Solo piensas en darle gusto al coño?

 

-¡Siii! ¡Sabes que si! ¡Ya sabes lo guarra que soy!

-¿Y toda esta leche? ¿Te lo has estado follando verdad?

-¡Siii! ¡Y me ha encantado! ¡Me ha follado como Dios!

-¡Que puta llegas a ser! ¡Te voy a poner en tu sitio por guarra! -dándole un par de azotes en el culo.

El novicio con los ojos desorbitados viéndolos follar volvía a tener la polla tiesa.

Ella le dijo que se acercara y se la empezó a menear, dejándose hacer él por aquella mano experta.

El marido ya a punto de correrse la avisó de su inminente corrida.

-¡Me voy a correr puta!

-¡Es lo que tienes que hacer! ¡A eso has venido cabrón! ¡Calla y folla!

Ella se metió la polla del novicio en la boca y chupó con fuerza. Los dos hombres se corrieron en ella a la vez. El marido soltando su leche en el ya repleto coño de ella, mezclando el semen de los dos hombres. Y el novicio, no pudiendo aguantar más aquellas chupadas tan calientes, en su boca.

Ella se volvió a correr de gusto. Sabía que los había dejado bien satisfechos y podía darse un pequeño respiro. Su coño estaba a rebosar de leche, manchando todo el sofá. En su boca tenía el rico sabor de la leche del joven novicio.

No podía pedir más a aquel lugar.