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Medievo II - En el convento -

en Dominación

Mientras esperaba un estridente grito se oyó al fondo del frondoso patio seguido del salpicar del agua cayendo desde la fuente central. Miré algo curiosa y vi un objeto, tal vez una palmatoria, dentro del agua y una novicia corriendo escaleras abajo, con el hábito ligeramente levantado para no caer rodando.

  • Espero que no vuelvas más a molestar, estúpida.

Prepleja, miraba a una joven y hermosa dama de exquisitas vestiduras, que no hacía honor al lenguaje que vociferaba desde la galería superior, cuando la voz de la monja que me había acogido sonó rotunda a mis espaldas.

  • La veo interesada en el asunto.

  • No... no... disculpe. Yo solo me sobresalté por el ruido.

  • ¿Cómo se llama?

Mi mente se quedó en blanco, ¿cómo iba a decirle mi nombre?, eso supondría cuanto menos que me quedase sin el ansiado trozo de pan que la hermana llevaba en las manos. Miré alrededor y vi una imagen “Maria Auxilium Christianorum” rezaba al pie.

  • María.

  • Bien María, me dijiste que eras huérfana.  ¿Te interesaría, comer cada día?

La propuesta sonaba más que interesante.

  • ¿Qué he de hacer hermana?

  • Tenemos acogida en custodia a Doña Mensía  hija de nuestro noble benefactor Don Roque, a la espera de ser desposada. Si ella consintiera en tomarte como doncella, podrías quedarte entre nosotras, mientras la sirvas.

No estaba muy segura de aceptar, pues mucho me temía que la fiera que aun gruñía en las alturas era dicha dama. Pero no tenía donde ir, ni qué comer, así que acepté.

 Me dirigieron a unos pilones para que me bañase y me dieron una ropa áspera, oscura y limpia, antes de presentarme a Doña Mensía.

  • Doña Mensía, aquí le traigo a su nueva ayuda, espero que sea de su agrado.

Dicho esto la monja cerró la puerta tras de mí. La dama se acercó a donde estaba, mirándome fijamente. Su porte era imponente, el pelo negro recogido en la nuca, ojos verdes almendrados, boca carnosa y facciones nobles, alta y algo delgada pero con pechos y caderas bien marcados.

  • ¡Qué extraños ojos tienes!, ¿cómo te llamas?

  • María Señora

Segura de sí misma caminaba lentamente en torno a mí, me acarició el pelo, bajando la mano por mi espalda hasta el culo, donde se detuvo un buen rato, su caricia me ericaba la pie. Yo estaba petrificada y no quería disgustarla. Luego, acercó su boca a mi oído:

  • ¿Eres novicia?

  • Eeehh, no… no… Señora – sentí que debía disculparme por ello - Lo siento. -

  • Bien, eso me gusta.

Sus manos apretaron mis pechos desde atrás, como si calibrara la nueva pertenencia. No puedo negar que aquello me gustaba mucho, era dulce conmigo. Cerré los ojos y me dejé llevar por algo que jamás había sentido antes. La respiración me secaba la garganta y mi sexo parecía abrirse por dentro destilando un flujo cálido que comencé a sentir en los muslos.

Me besó el cuello frotando rítmicamente su pubis contra mi culo. Vino a mi mente la brutalidad con que los soldados me poseyeron, pero esta vez era distinto "no me dolía" por el contrario deseaba que no parase nunca.

Con una mano bajó por mi vientre levantándole el vestido. La áspera tela raspó mi clítoris al subir, haciéndome temblar de gusto. Mientras que con la otra mano pellizcaba mis pezones endurecidos, apretándolos hasta arrancarme un gemido.

Abrí las piernas presa del placer, tiró suavemente del vello púbico, para seguidamente apretar la carne rosada de mi vulva mojada. Podía notar los latidos de mis labios vaginales contraídos bajo la fuerza por sus dedos y estuve a punto de estallar, de correrme por primera vez en mi vida. Paró en seco y se alejó de mí, sentí como si cayera en el vacío, ¿qué pasaba?.

Abrí los ojos y la encontré en frente, le mantuve la mirada y sin esperármelo, me dio una tremenda bofetada.

  • No tienes permiso para mirarme a los ojos.

Bajé mi mirada al suelo a punto de llorar.

  • Hoy es tu día de suerte, te tomaré por criada.

Pasé el resto del día cumpliendo sus caprichosos deseos: sígueme mientras paseo por el jardín, tráeme agua, limpia el asiento…  Si no fuera porque mi coño insistía en latir cada vez que me acercaba a ella, abría pensado que lo del cuarto sólo fue producto de mi imaginación. Las hermanas miraban satisfechas al ver que por fin se habían descargado de la pesada cruz de atenderla.

Tras la cena nos dirigimos a sus aposentos, allí había preparada una tina con agua caliente.

  • Desnúdame, criada.

Hice lo que me ordenó, su cuerpo era joven fresco, como el mío. Pero su piel era “tan suave, tan blanca y prefecta”. Sus pechos algo más grandes que los míos, con unas preciosas aureolas rosadas en las que destacaban unos gordezuelos pezones que deseé tocar. Se metió en la tina sonriéndome, parecía adivinar mis pensamientos y empezó a acariciarse los pezones como antes había hecho en los míos, apretándolos y estirándolos hasta que resbalaban de sus dedos.

  • ¿A qué esperas?, lávame. Pero antes quitate los andrajos, no me gustaría que se mojaran.

Con la cabeza gacha me quité el vestido, estaba avergonzada, nunca me había desnudado ante nadie. Después me arrodillé a su lado y empecé a lavarla, me gustaba hacerlo, era preciosa. Agarró mi mano y me guió por su cuello, los pechos, vientre, sexo, muslos, cerraba los ojos llena de placer. Al terminar se puso de pie y me hizo secarla mientras se soltaba su largo pelo negro. Caminó hasta el tocador y se sentó de espaldas a mí, era posiblemente la criatura más sensual que había en la tierra. Tomó un cepillo y me lo ofreció para que la peinase. Ambas seguíamos desnudas y yo me sentía la mujer más afortunada por estar ante ella, por peinarla, por el simple hecho de poder mirarla.

  • Lo has hecho muy bien hoy criada – dijo mientras se volvía hacia mí – arrodíllate.-

Alentada por sus palabras de aprobación, lo hice sin dudar. Ella abrió las piernas mostrándome su rajita rosada y húmeda sin ningún pudor. Mi mirada quedó presa de aquel coñito, un instinto primigenio me pedían besárselo, dándole las gracias por permitirme estar allí. 

  • El día ha sido muy largo y quiero relajarme.

Susurró mientras acariciaba mi mejilla, llevando su mano hasta la nuca y atrayéndome hacia su precioso coño. Me mantuvo a unos centímetros, podía olerlo, desearlo, saqué la lengua para lamerlo cuando ella me paró tirándome de la trenza.

  • Debes de aprender a hacerlo – dijo con una sonrisa de satisfacción y gesto altivo. – Mantén la lengua fuera y yo te guiaré.

Al principio me hizo deslizar suavemente la punta de la lengua en sus labios, yo la moví en círculos por lo que fortuitamente rozaba su clítoris, notando como se endurecía. En un momento dado me apretó contra su coño, quedando la vulva cubierta por mi boca y la lengua sepultada en su interior, el calor de mi respiración al salir por la nariz le cosquilleaba el clítoris.

Me estaba poniendo excitando sobremanera, por lo que sin cambiar de postura puse los talones bajo mi coño, para intentar calmar el deseo que me hacía arder.

Alejó mi rostro e hizo que me centrase en su clítoris refregándolo en mi boca mientras yo lo mojaba.

  • Méteme la empuñadura del cepillo en mi culo. – Me ordenó.

No estaba segura si había escuchado bien, pero temía que si no hacía algo ella se enfadase y me abofeteara como hizo por la mañana. Así que tomé el cepillo y con la empuñadura empecé a frotarlo por su rajita mojándola del viscoso y abundante flujo.

  • Ohhh, siiii… veo que sabes lo que estás haciendo.

En realidad no tenía ni idea pero aquellas palabras me animaron a bajar la empuñadura y presionarla contra su ano que se dilató. Mi boca babeaba lamiéndole la vulva, jugando con el clítoris, succionando de vez en cuando. Ella se recostó y me dejó que siguiera. Moví mi lengua más rápido mientras ella se retorcía de gusto en la silla de piel, sacando el culo del asiento e insertándose ella misma la empuñadura del cepillo.

  • Joder, que buena perrita eras, sigue... sigue.

Cuando noté que mi barbilla empezaba a empaparse chapoteando en su coño, suavicé la presión de mi lengua. Ella se balanceaba adelante y atrás follándose con el cepillo. Pasé a darle lametazo largos, bebiéndome su flujo metiéndole la lengua en las entrañas.

  • AAAahhhhh, no pares... si bébeme.

Su cuerpo se balanceaba lleno de placer, yo apliqué más movimiento al cepillo.

  • Joder , si si si…. Me corro… aaaaahhhh…. Aaaaaaaaahhhhhhhh

La noté estallar en mi boca y deseé correrme mientras la bebía, movía mi coño sobre mis talones, buscando un placer que no terminaba de llegar.

Ella había quedado exhausta, los últimos latidos de su coño y su ano liberaron el cepillo que aun estaba en el interior.

Al golpear del cepillo sobre al suelo abrió los ojos. Estaba radiante, yo feliz de verla así y a punto de darle mi orgasmo cuando sus ojos se endurecieron levantando el pie y empujándome con él en mitad de mis pechos. Perdí el equilibrio y caí de culo.

  • ¿Qué haces?, ¿acaso yo te he dicho que puedes tener placer?

Se levantó mirándome asqueada.

  • Vete al camastro, mañana hay que madrugar y no se te ocurra tocarte o satisfacer tus deseos. Sólo podrás hacerlo cuando yo te lo diga.

Estaba tan confundida y abrumada que no supe que decir o hacer. Me levanté y me fui a la cama. Mis talones mojaban el suelo por donde pisaba y me acosté desnuda, acurrucándome, intentando digerir lo que había ocurrido. Ella tenía razón, debería haber pensado antes de buscar mi satisfacción.

Pasé la noche en duermevela. Al clarear el día noté como el jergón se hundía detrás de mí por el peso de alguien al sentarse. Una mano suave y fina se introdujo bajo la manta y me empezó a acariciar, tal vez sería un sueño. Repasó cada rincón de mi piel, el placer iba en aumento, frotaba la mano contra mis nalgas abriéndolas, pellizcándolas.

Intenté aplacar el deseo que me comía por dentro o sería nuevamente esclava de él. Pero mi Señora estaba desatada, su boca comenzó a bajar recorriendo mi desnudez, sus labios absorbían mis pezones mientras los lamía. Instintivamente abrí las piernas temblando de deseo cuando me acarició el clítoris, lo presionaba a la vez que dos de sus dedos se introducían en mi vagina que no había dejado de estar húmeda desde el momento que me tomó por sirvienta.

Sacó sus dedos de mi rajita y se incorporó sobre sí misma, en ese momento pude verla acercar sus dedos impregnados de mis fluidos en mi boca, los besé y lamí, durante unos segundos degusté su deliciosa piel. Ella sonrió morbosamente, sólo cuando se hubo saciado de ver mi rostro lamiéndola como una perra, volvió a bajar para seguir trabajándome el coño.

En todo el convento sólo se escuchaba mi respiración entrecortada, gemidos que emanaban una y otra vez de mi boca entreabierta al compas de sus dedos penetrándome, me enroscaba de gusto agarrando con fuerza la manta entre mis manos, mi espalda se arqu

Mientras esperaba un estridente grito se oyó al fondo del frondoso patio seguido del salpicar del agua cayendo desde la fuente central. Miré algo curiosa y vi un objeto, tal vez una palmatoria, dentro del agua y una novicia corriendo escaleras abajo, con el hábito ligeramente levantado para no caer rodando.

 

Espero que no vuelvas más a molestar, estúpida.

 

Prepleja, miraba a una joven y hermosa dama de exquisitas vestiduras, que no hacía honor al lenguaje que vociferaba desde la galería superior, cuando la voz de la monja que me había acogido sonó rotunda a mis espaldas.

 

La veo interesada en el asunto.

 

No... no... disculpe. Yo solo me sobresalté por el ruido.

 

¿Cómo se llama?

 

Mi mente se quedó en blanco, ¿cómo iba a decirle mi nombre?, eso supondría cuanto menos que me quedase sin el ansiado trozo de pan que la hermana llevaba en las manos. Miré alrededor y vi una imagen “Maria Auxilium Christianorum” rezaba al pie.

 

María.

 

Bien María, me dijiste que eras huérfana. ¿Te interesaría, comer cada día?

 

La propuesta sonaba más que interesante.

 

¿Qué he de hacer hermana?

 

Tenemos acogida en custodia a Doña Mensía hija de nuestro noble benefactor Don Roque, a la espera de ser desposada. Si ella consintiera en tomarte como doncella, podrías quedarte entre nosotras, mientras la sirvas.

 

No estaba muy segura de aceptar, pues mucho me temía que la fiera que aun gruñía en las alturas era dicha dama. Pero no tenía donde ir, ni qué comer, así que acepté.

 

Me dirigieron a unos pilones para que me bañase y me dieron una ropa áspera, oscura y limpia, antes de presentarme a Doña Mensía.

 

Doña Mensía, aquí le traigo a su nueva ayuda, espero que sea de su agrado.

 

Dicho esto la monja cerró la puerta tras de mí. La dama se acercó a donde estaba, mirándome fijamente. Su porte era imponente, el pelo negro recogido en la nuca, ojos verdes almendrados, boca carnosa y facciones nobles, alta y algo delgada pero con pechos y caderas bien marcados.

 

¡Qué extraños ojos tienes!, ¿cómo te llamas?

 

María Señora

 

Segura de sí misma caminaba lentamente en torno a mí, me acarició el pelo, bajando la mano por mi espalda hasta el culo, donde se detuvo un buen rato, su caricia me ericaba la pie. Yo estaba petrificada y no quería disgustarla. Luego, acercó su boca a mi oído:

 

¿Eres novicia?

 

Eeehh, no… no… Señora – sentí que debía disculparme por ello - Lo siento. -

 

Bien, eso me gusta.

 

Sus manos apretaron mis pechos desde atrás, como si calibrara la nueva pertenencia. No puedo negar que aquello me gustaba mucho, era dulce conmigo. Cerré los ojos y me dejé llevar por algo que jamás había sentido antes. La respiración me secaba la garganta y mi sexo parecía abrirse por dentro destilando un flujo cálido que comencé a sentir en los muslos.

 

Me besó el cuello frotando rítmicamente su pubis contra mi culo. Vino a mi mente la brutalidad con que los soldados me poseyeron, pero esta vez era distinto "no me dolía" por el contrario deseaba que no parase nunca.

 

Con una mano bajó por mi vientre levantándole el vestido. La áspera tela raspó mi clítoris al subir, haciéndome temblar de gusto. Mientras que con la otra mano pellizcaba mis pezones endurecidos, apretándolos hasta arrancarme un gemido.

 

Abrí las piernas presa del placer, tiró suavemente del vello púbico, para seguidamente apretar la carne rosada de mi vulva mojada. Podía notar los latidos de mis labios vaginales contraídos bajo la fuerza por sus dedos y estuve a punto de estallar, de correrme por primera vez en mi vida. Paró en seco y se alejó de mí, sentí como si cayera en el vacío, ¿qué pasaba?.

 

Abrí los ojos y la encontré en frente, le mantuve la mirada y sin esperármelo, me dio una tremenda bofetada.

 

No tienes permiso para mirarme a los ojos.

 

Bajé mi mirada al suelo a punto de llorar.

 

Hoy es tu día de suerte, te tomaré por criada.

 

Pasé el resto del día cumpliendo sus caprichosos deseos: sígueme mientras paseo por el jardín, tráeme agua, limpia el asiento… Si no fuera porque mi coño insistía en latir cada vez que me acercaba a ella, abría pensado que lo del cuarto sólo fue producto de mi imaginación. Las hermanas miraban satisfechas al ver que por fin se habían descargado de la pesada cruz de atenderla.

 

Tras la cena nos dirigimos a sus aposentos, allí había preparada una tina con agua caliente.

 

Desnúdame, criada.

 

Hice lo que me ordenó, su cuerpo era joven fresco, como el mío. Pero su piel era “tan suave, tan blanca y prefecta”. Sus pechos algo más grandes que los míos, con unas preciosas aureolas rosadas en las que destacaban unos gordezuelos pezones que deseé tocar. Se metió en la tina sonriéndome, parecía adivinar mis pensamientos y empezó a acariciarse los pezones como antes había hecho en los míos, apretándolos y estirándolos hasta que resbalaban de sus dedos.

 

¿A qué esperas?, lávame. Pero antes quitate los andrajos, no me gustaría que se mojaran.

 

Con la cabeza gacha me quité el vestido, estaba avergonzada, nunca me había desnudado ante nadie. Después me arrodillé a su lado y empecé a lavarla, me gustaba hacerlo, era preciosa. Agarró mi mano y me guió por su cuello, los pechos, vientre, sexo, muslos, cerraba los ojos llena de placer. Al terminar se puso de pie y me hizo secarla mientras se soltaba su largo pelo negro. Caminó hasta el tocador y se sentó de espaldas a mí, era posiblemente la criatura más sensual que había en la tierra. Tomó un cepillo y me lo ofreció para que la peinase. Ambas seguíamos desnudas y yo me sentía la mujer más afortunada por estar ante ella, por peinarla, por el simple hecho de poder mirarla.

 

Lo has hecho muy bien hoy criada – dijo mientras se volvía hacia mí – arrodíllate.-

 

Alentada por sus palabras de aprobación, lo hice sin dudar. Ella abrió las piernas mostrándome su rajita rosada y húmeda sin ningún pudor. Mi mirada quedó presa de aquel coñito, un instinto primigenio me pedían besárselo, dándole las gracias por permitirme estar allí.

 

El día ha sido muy largo y quiero relajarme.

 

Susurró mientras acariciaba mi mejilla, llevando su mano hasta la nuca y atrayéndome hacia su precioso coño. Me mantuvo a unos centímetros, podía olerlo, desearlo, saqué la lengua para lamerlo cuando ella me paró tirándome de la trenza.

 

Debes de aprender a hacerlo – dijo con una sonrisa de satisfacción y gesto altivo. – Mantén la lengua fuera y yo te guiaré.

 

Al principio me hizo deslizar suavemente la punta de la lengua en sus labios, yo la moví en círculos por lo que fortuitamente rozaba su clítoris, notando como se endurecía. En un momento dado me apretó contra su coño, quedando la vulva cubierta por mi boca y la lengua sepultada en su interior, el calor de mi respiración al salir por la nariz le cosquilleaba el clítoris.

 

Me estaba poniendo excitando sobremanera, por lo que sin cambiar de postura puse los talones bajo mi coño, para intentar calmar el deseo que me hacía arder.

 

Alejó mi rostro e hizo que me centrase en su clítoris refregándolo en mi boca mientras yo lo mojaba.

 

Méteme la empuñadura del cepillo en mi culo. – Me ordenó.

 

No estaba segura si había escuchado bien, pero temía que si no hacía algo ella se enfadase y me abofeteara como hizo por la mañana. Así que tomé el cepillo y con la empuñadura empecé a frotarlo por su rajita mojándola del viscoso y abundante flujo.

 

Ohhh, siiii… veo que sabes lo que estás haciendo.

 

En realidad no tenía ni idea pero aquellas palabras me animaron a bajar la empuñadura y presionarla contra su ano que se dilató. Mi boca babeaba lamiéndole la vulva, jugando con el clítoris, succionando de vez en cuando. Ella se recostó y me dejó que siguiera. Moví mi lengua más rápido mientras ella se retorcía de gusto en la silla de piel, sacando el culo del asiento e insertándose ella misma la empuñadura del cepillo.

 

Joder, que buena perrita eras, sigue... sigue.

 

Cuando noté que mi barbilla empezaba a empaparse chapoteando en su coño, suavicé la presión de mi lengua. Ella se balanceaba adelante y atrás follándose con el cepillo. Pasé a darle lametazo largos, bebiéndome su flujo metiéndole la lengua en las entrañas.

 

AAAahhhhh, no pares... si bébeme.

 

Su cuerpo se balanceaba lleno de placer, yo apliqué más movimiento al cepillo.

 

Joder , si si si…. Me corro… aaaaahhhh…. Aaaaaaaaahhhhhhhh

 

La noté estallar en mi boca y deseé correrme mientras la bebía, movía mi coño sobre mis talones, buscando un placer que no terminaba de llegar.

 

Ella había quedado exhausta, los últimos latidos de su coño y su ano liberaron el cepillo que aun estaba en el interior.

 

Al golpear del cepillo sobre al suelo abrió los ojos. Estaba radiante, yo feliz de verla así y a punto de darle mi orgasmo cuando sus ojos se endurecieron levantando el pie y empujándome con él en mitad de mis pechos. Perdí el equilibrio y caí de culo.

 

¿Qué haces?, ¿acaso yo te he dicho que puedes tener placer?

 

Se levantó mirándome asqueada.

 

Vete al camastro, mañana hay que madrugar y no se te ocurra tocarte o satisfacer tus deseos. Sólo podrás hacerlo cuando yo te lo diga.

 

Estaba tan confundida y abrumada que no supe que decir o hacer. Me levanté y me fui a la cama. Mis talones mojaban el suelo por donde pisaba y me acosté desnuda, acurrucándome, intentando digerir lo que había ocurrido. Ella tenía razón, debería haber pensado antes de buscar mi satisfacción.

 

Pasé la noche en duermevela. Al clarear el día noté como el jergón se hundía detrás de mí por el peso de alguien al sentarse. Una mano suave y fina se introdujo bajo la manta y me empezó a acariciar, tal vez sería un sueño. Repasó cada rincón de mi piel, el placer iba en aumento, frotaba la mano contra mis nalgas abriéndolas, pellizcándolas.

 

Intenté aplacar el deseo que me comía por dentro o sería nuevamente esclava de él. Pero mi Señora estaba desatada, su boca comenzó a bajar recorriendo mi desnudez, sus labios absorbían mis pezones mientras los lamía. Instintivamente abrí las piernas temblando de deseo cuando me acarició el clítoris, lo presionaba a la vez que dos de sus dedos se introducían en mi vagina que no había dejado de estar húmeda desde el momento que me tomó por sirvienta.

 

Sacó sus dedos de mi rajita y se incorporó sobre sí misma, en ese momento pude verla acercar sus dedos impregnados de mis fluidos en mi boca, los besé y lamí, durante unos segundos degusté su deliciosa piel. Ella sonrió morbosamente, sólo cuando se hubo saciado de ver mi rostro lamiéndola como una perra, volvió a bajar para seguir trabajándome el coño.

 

En todo el convento sólo se escuchaba mi respiración entrecortada, gemidos que emanaban una y otra vez de mi boca entreabierta al compas de sus dedos penetrándome, me enroscaba de gusto agarrando con fuerza la manta entre mis manos, mi espalda se arqueaba una y otra vez, pensé que si volvía a dejarme cargada de deseo no podría resistirlo y le imploré.

 

Por favor Señora, no pare, déjeme sentirla. Se lo suplico

 

Aquello la satisfizo, sus dedos me penetraban más rápido y profundo, supe que no aguantaría el placer que me llevaba al punto máximo, gemía cada vez más fuerte.

 

Ella arrancó la almohada de bajo mi cabeza y me tapó la cara para amortiguarlos. Me follaba con sus dedos y comencé a correrme, varios espasmos sacudieron mi cuerpo como latigazos de placer que se ahogaban en unos gemidos sordos, creí morir de placer.

 

Cuando pude relajarme me quitó la almohada de la cara y me dio una pequeña palmadita en el coño.

 

Levántate, tienes que ayudar a las hermanas a preparar los desayunos y volver con tiempo para arreglarme. Hoy vendrá mi padre de visita tras la misa del alba.

 

Si Señora. – respondí sonriéndola.

 

Bajé de la cama rápidamente y me vestí, consciente de que lo que más deseaba en este mundo era servirla como ella se merecía.

 

 

 

Gracias por todos los comentarios que hicisteis del primer relato. Me gusta saber las opiniones de los demás y así intentar mejorar los escritos. Un beso.

eaba una y otra vez, pensé que si volvía a dejarme cargada de deseo no podría resistirlo y le imploré.

  • Por favor Señora, no pare, déjeme sentirla. Se lo suplico

Aquello la satisfizo, sus dedos me penetraban más rápido y profundo, supe que no aguantaría el placer que me llevaba al punto máximo, gemía cada vez más fuerte.

Ella arrancó la almohada de bajo mi cabeza y me tapó la cara para amortiguarlos. Me follaba con sus dedos y comencé a correrme, varios espasmos sacudieron mi cuerpo como latigazos de placer que se ahogaban en unos  gemidos sordos, creí morir de placer.

Cuando pude relajarme me quitó la almohada de la cara y me dio una pequeña palmadita en el coño.

  • Levántate, tienes que ayudar a las hermanas a preparar los desayunos y volver con tiempo para arreglarme. Hoy vendrá mi padre de visita tras la misa del alba.

  • Si Señora. – respondí sonriéndola.

Bajé de la cama rápidamente y me vestí, consciente de que lo que más deseaba en este mundo era servirla como ella se merecía.

 

Gracias por todos los comentarios que hicisteis del primer relato. Me gusta saber las opiniones de los demás y así intentar mejorar los escritos. Un beso.