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Medievo

en No Consentido

¿Qué recordamos de cuando somos pequeños?

Se dice que los niños no son plenamente capaces de diferenciar entre imaginación y realidad. Pero seguro que a lo largo de vuestra vida notareis como los estados emocionales de miedo o rabia se graban mejor en nosotros. En estos últimos momentos de mi vida me pregunto si mis primeras memorias ocurrieron alguna vez... Cof, cof.

Madre calla, tienes que reposar. El doctor ha dicho que estás débil, pero todo saldrá bien, esto no es tu final.

Tomé la mano de Jimena con cariño - Hija mía, ya he vivido mucho, pero antes de partir deseo contarte mi historia.

PRIMEROS AÑOS

Aunque ahora disfrutemos de todos los lujos que la vida nos puede regalar, el abuelo Avi era alfarero en una pequeña aldea. Todas las semanas salía a vender las preciosas mercaderías que fabricaba mi madre en el taller, aunque nunca reconoció que ella era la artista. La mitad de las ganancias jamás llegaban a casa. El abuelo las malgastaba en las tabernas y las putas, mientras madre y yo esperábamos pacientemente.

No sería la primera vez que después de desaparecer varios días venía borracho y me hacía mirar como violaba a madre. Escupiendo las palabras – Mira zorra y aprende, ya mismo serás tú.

 Mi madre se dejaba hacer, para calmarlo, hasta que caía dormido sobre ella. Luego lo apartaba como si fuera un saco de estiércol y seguía trabajando mientras me decía – venga Adifa, ya ha terminado, vete a la cama.

La vida pasaba sin apenas cambios, solo los que veía en mi cuerpo. El largo pelo castaño trenzado hasta la cintura, mis grandes ojos amarillentos parecidos a los de los búhos y mis labios carnosos y rosados, hacían que los hombres ahora se dieran cuenta de que existía. Por mucho que madre apretara las telas sobre mis pechos, estos cada vez eran más notorios y mis caderas suavemente redondeadas hacía resaltar un culo respingón que intentaba disimular al caminar.

Siete semanas después de la primera labor de la siega, durante la celebración del Shavuot, la entrega de la Ley al pueblo de Israel. Asaltaron la aldea una milicia, los gritos de las mujeres y los llantos de los niños se mezclaban con los horribles gritos de los soldados, quitándoles la vida sin compasión. Asaltando los comercios, matando a los hombres, saqueando las casas.

Yo corrí a la mía para avisar a madre, pero al llegar la vi acorralada contra la pared, con la ropa rajada. Un par de guerreros manoseaban su cuerpo semidesnudo, pegándole en las tetas y apartándole los girones que le quedaban de la falda.

Mi madre me vio entrar e intentó avisarme con la mirada para que me escondiera, pero yo estaba petrificada.

-       Vaya, pero mira que regalito tenemos aquí – Dijo uno de los hombres.

El otro me miró y después de lamerse los labios, se volvió para atravesar a mi madre con su espada – Vieja, ya no nos sirves –. Cayó al suelo junto al cadáver de mi padre.   

Se acercaron cerrándome el paso como dos perros de caza.

-       ¿Qué hacen? Déjenme marchar – les supliqué

Ellos se rieron – Perra infiel, ahora nos perteneces, esta aldea es propiedad de su majestad y todo lo que hay en ella es para el uso y disfrute de los verdaderos creyentes –

Grité pidiendo auxilio, pero mi voz se perdió entre las muchas que venían de la calle. Unos minutos después, me habían arrancado toda la ropa cortándola con sus puñales y dejándome el cuerpo surcado de arañazos. Tirándome de la trenza como si fueran las riendas de un caballo, me llevaron a la mesa y allí me doblegaron. Noté unos dedos enguantados y duros penetrarme violentamente.

-       ¡Vaya pero qué coño de putita tienes!

El dolor me hizo gritar, momento que aprovechó el otro para meterme su polla en la boca sin dejar de tirarme del pelo. A un ritmo frenético su verga, entra y sale, entra y sale, de mi boca sin poder controlar la situación, cada vez más rápido y más profundo, dejándome sin respiración. Pronto siento como mi coño es penetrado, el dolor es muy fuerte e intento, le pido que pare, cuando algo se rompe en mi interior dejando que la carne caliente y dura entre aun más profunda. Unas embestidas salvajes delante y atrás, mueven mi cuerpo sobre la mesa, escuchando como aquel cerdo gime hasta correrse por el puro placer de verme sufrir.

Una risotada sonora -  venga te toca – le dice al compañero.

Entonces cambia el turno, con las lágrimas saltadas me hace chupar y limpiar su verga del semen que aun le gotea mientras el otro me folla. Esta vez el dolor es menos intenso, tal vez por la cantidad de semen que me había dejado en el interior y que hace resbalar más suavemente la tiesa polla que ahora me penetra.

Casi tenía el sentido perdido cuando escuché a lo lejos abrirse la puerta.

-       ¿Qué hacéis?, no tenemos tiempo de tonterías.

Como en un sueño noté como me subían la cabeza y después me soltaban. Mi cara golpeó como un peso muerto en la dura madera.

-       Os folláis hasta a las muertas, qué asco dais. ¿Habéis terminado ya con todos los de la casa?

-       Si mi capitán – respondieron al unísono

-       Entonces taparos y vámonos, tenemos que recoger el botín y seguir la marcha.

No sé cuánto tiempo estaría allí, pero cuando fui otra vez dueña de mis actos me incorporé. Los arañazos me escocían por todo el cuerpo, tenía en la boca un asqueroso sabor metálico que me hacía dar arcadas y al andar cojeaba, de mi sexo habían salido ríos de semen y sangre que ya estaban secos.

Toqué a mis padres, estaban fríos y duros. Me vestí como pude y al salir a la calle un silencio sobrecogedor me hizo estremecer. Cuerpos mutilados, empalados o quemados, casa saqueadas y en los quicios de todas la puertas cruces blancas pintadas.

Salí de la aldea adentrándome en el bosque hasta llegar a un arroyo, donde me lavé antes de continuar mi camino. Tras varios días caminando escuché el llamar de unas campanas, seguí el sonido hasta el primer sitio habitado que encontré. Un caserón enorme de piedra, con una enorme espadaña y una cruz en lo alto. Tuve mucho miedo, pero vi como dos mujeres vestidas de negro acarreaban cestos con cebollas y manzanas hasta el interior. El hambre pudo conmigo y me dirigí a aquella casa, llamando a la puerta. Una mujer joven de mirada dura me atendió.

-       Piedad señora, soy huérfana y tengo hambre, le suplico algo para comer.

Ella se apiadó de mí y me hizo pasar al zaguán de lo que nunca antes había visto por dentro “un convento”.

Continuará…???

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