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Instituto de dietética y nutrición

en Grandes Relatos

He montado una empresa donde atendemos a mujeres que desea adelgazar, con gran éxito de momento. Voy a contar cómo empezó todo.

No voy a dar muchas explicaciones que me puedan identificar, porque todavía me queda algo de pudor. Una cosa es actuar en privado y otra hacerlo público.

Si que puedo decir que no soy un adonis, mi calvicie hasta la coronilla, la ligera barriga cervecera y el ser poco agraciado de cara, me alejan mucho de esa figura. Además, tengo una “llamémosle” parafilia que iré explicando. Solamente tengo una cosa de la que estoy medianamente orgulloso: la mediana mala es una polla de trece centímetros (me gustaría más larga) y la mediana buena es su grosor de nueve centímetros de circunferencia. Parece más ancha que larga.

Nunca he sido buen estudiante. Con mucho esfuerzo y castigos de mis padres, conseguí terminar mis estudios básicos. Los juegos de ordenador y las máquinas de videojuegos atraían toda mi atención.

Esa afición me llevó a crear, junto a un amigo programador informático, un videojuego que tuvo una gran aceptación en el mercado. Creamos una empresa para su distribución y creación de nuevos videojuegos, donde yo aportaba la idea y el guión y él desarrollaba el producto.

Conseguimos varios éxitos importantes, lo que atrajo la atención de varios grupos inversores que nos ofrecieron importantes cantidades de dinero por la empresa, hasta que una cifra nos convenció y la vendimos.

Nos repartimos el dinero y él decidió dedicarse a vivir de rentas, sin trabajar, aunque le propuse una nueva idea en la que aceptó ayudarme pero no participar, porque no veía claro su resultado.

Establecimos las condiciones que debería reunir el programa y contratamos la programación de los módulos a distintas empresas de programación e inteligencia artificial. Cuando todo estuvo preparado, mi amigo unifico los módulos en un programa que puso a mi disposición, me dijo adiós y se fue a un conocido pueblo junto al mar, aunque seguimos en contacto para felicitarnos las grandes fiestas y cumpleaños.

De esta forma, me encontré con un programa de diagnóstico de la evolución de la bolsa, con el que empecé a realizar mis primeras pruebas consiguiendo, poco a poco, cada vez mejores resultados, hasta el día de hoy, que tengo unos aciertos del ochenta por ciento.

No voy a dar más explicaciones de cómo funciona, no es el sitio ni la razón de este escrito para hacerlo. Solamente decir que dedicándole unos pocos minutos a la semana, mantengo una pequeña fortuna que cada vez crece un poco más.

Llegados a este punto, con mi economía resuelta, decidí dedicarme a lo que antes definí como “mi parafilia”: Disfruto azotando el culo de las mujeres, sobre todo, los culos gordos.

Tenía problemas para conseguir mujeres dispuestas, y siempre entre las prostitutas, con lo cual, la variedad era muy reducida y me hacía sentir bastante defraudado. Así que empecé a pensar en cómo conseguir más mujeres sin encontrar una idea buena, hasta que me hice la pregunta clave: ¿Dónde van las gordas con mayor interés? Y la respuesta me vino seguida: A centros de adelgazamiento.

Con esa idea me apunté a cursos de dietética y masajes, no con mucho interés por aprender, sino con intención de conseguir fórmulas que poder aplicar después y castigar a las que no la siguiesen debidamente.

También hice un viaje a China, buscando algún producto de los que preparan los médicos. Me ofrecieron acupuntura, pero no me veía yo pinchando agujas, tomé nota de hierbas, minerales y sales, hasta que me llevaron a uno, muy anciano ya, que debía ser algún tipo de brujo o chamán, que, al no convencerme lo que me ofrecía, me di media vuelta para marchar y fue cuando el guía intérprete me dijo:

-Le ofrece un aceite que hará que su esposa se ponga deseosa y receptiva al sexo.

Me volví sonriendo para decirle que no tenía esposa, y aprovecho para decir que es debido a mi parafilia. En el momento que le decía a mi posible novia lo que a mi me gustaba, se acababa la relación.

Un breve diálogo entre el intérprete y el anciano y éste hizo una seña a una muchacha sentada detrás, que se levantó con rapidez y se sentó a su lado. Inmediatamente abrió sus piernas mostrando un coño con el pelo recortado que se puso húmero al instante. El viejo, metió el dedo en el aceite que pretendía venderme y untó los labios del coño y muslos con él.

Pude observar que, a pesar de que la caricia era muy suave, la muchacha gemía con fuerza y su coño segregaba flujo en cantidad. Aumentó las caricias por muslos y coño, provocando rápidamente un orgasmo en la muchacha que pareció muy intenso.

Cuando se recuperó, ella misma tomó la mano del viejo y procedió a pasarla por su coño y haciendo que le metiese primero uno, luego dos y finalmente, tres dedos en él, masturbándose frenéticamente, pudiendo contarle hasta cuatro orgasmos.

Me dijo algo parecido a que era necesario repetir la aplicación cada pocas horas. A pesar de todo, no me convencía, pero como al cambio me pedía casi dos euros, le compre el tarro de aceite.

No voy a contar las peripecias en la aduana al explicar que era un aceite para masaje sexual y las risas que produjo.

Ya en casa, mandé analizar el producto, dándome el laboratorio los componentes y sus proporciones, avisándome de que, el aceite, podía producir una leve adicción debida a un componente extraño, pero que su presencia desaparecía al poco de absorberla la piel, sin dejar rastro, y sus efectos disminuirían rápidamente, en no más de cuatro o cinco días, lo que me venía muy bien.

Nada más recibir la información, decidí probarlo con una de las putas habituales. La cité para el mismo día, como siempre, en mi casa y en mi cama.

Ya en mi dormitorio, ambos nos desnudamos a la vez y ella se colocó boca abajo sobre la cama. A mi me hubiese gustado ordenárselo, pero… El tiempo es dinero.

Viendo a la mujer, entraba dentro de los parámetros que me gustaban. Principalmente un gran culo, tetas gordas y caídas, vientre prominente, aunque no en exceso, muslos gordos, media melena y una cara corriente, aunque muy pintarrajeada. En fin, una mujer para castigar en condiciones, para enseñarle a ser más cuidadosa con su persona.

Tomé mi fusta personalizada: una fusta flexible normal a la que había añadido al final un trozo de cuero de 40 cm de largo y 5 de ancho. Esto me permite poder golpear con más o menos fuerza y cubrir una mayor o menor superficie, según el golpe.

Cuando me situé de pie a su lado, junto a su cabeza, vio mi polla y exclamó:

-¡Vaya, hoy ya estás preparado desde antes de empezar!

No le hice caso y le sacudí el primer golpe en su nalga izquierda, cubriendo desde la parte superior de la nalga hasta su muslo.

-AAAAGGGGG. Cabróooon. No tan fuerte. Otra como ésta y me marcho.

-Vale, vale. Perdona, me he dejado llevar. No volverá a ocurrir.

Un segundo golpe cruzó ambas nalgas, que fue recibido con un gemido de dolor.

-Separa bien las piernas.

Con las piernas abiertas al máximo, seguí azotando ambas nalgas, alternando desde los lados y desde los pies de la cama.

Cuando todo su culo estaba surcado de anchas marcas rojas y ya llegando al fin de la sesión, le solté un último golpe entre sus nalgas, que le llegó hasta el coño.

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGG. Hijoputaaaaaaaaaa. Te matoooooo.

-Lo siento. Se me ha vuelto a escapar, pero espera… tengo una pomada buenísima para calmar todo y regenerar tejidos dañados.

-Pues date prisa, cabrón, esto duele…

Tomé la pomada china, a la que había añadido una buena parte de otra pomada calmante contra golpes y otros dolores, y comencé a esparcirla por las nalgas.

-En el coñooo. Dame por el coñoooo. Me ardeeee.

Extendí una nueva dosis frotando su coño, desde el clítoris hasta su ano y masajeando la zona con suavidad. No tardó nada en empezar a mojarse y a emitir gemidos de placer. Instantes después alcanzó un tremendo orgasmo.

Por mi parte, satisfecha mi curiosidad, dejé de acariciarla y fue ella la que me dijo:

-Sigue, cabrón, ahora no me dejes así.

Seguía muy excitada. Le metí dos dedos en su chorreante coño y empecé a follarla con ellos. Lo hacía suavemente, buscando el roce con su punto más sensible.

-Más fuerte cabrón. Más fuerte…

Y le hice caso. Había ido subiendo las piernas hasta ponerse a cuatro patas, mientras yo machacaba el coño con dos dedos de una mano y metía el pulgar en el ano al mismo tiempo que con la otra seguía frotando sus nalgas.

Me enteré de que tuvo tres orgasmos, antes de empezar a decirme:

-Méteme esa mierda de polla que tienes, hijoputa. Fóllame con ella, cabrón.

Yo la tenía como una piedra desde que habíamos empezado. Me arrodillé tras ella y se la clavé hasta el fondo, de una sola estocada.

-OOOOOOOHHHHH HH!!! Me parteeees, pero sigugueeee.

Inicié una fuerte follada alternando rapidez con lentitud durante un buen rato. No me afectaba el excitante, pero el calmante atenuaba mi excitación y me permitió aguantar sin correrme largo rato. Ya no controlé sus orgasmos, pero fueron muchos.

Al meter el dedo en su culo había introducido aceite en él y también debió notar la necesidad de ser follada por ahí, porque, cuando ya estaba agotada a base de orgasmos, todavía alcanzó a decirme:

-El culo. Fóllame el culo. Necesito que me folles el culo.

Saqué mi polla y se la puse directamente en el ano. La estimulación con el pulgar no fue suficiente para dilatarlo y adaptarlo al grosor de mi polla, por lo que, al empujar con fuerza, le hice una dilatación bestial, que confirmó el grito desgarrador que emitió cuando mi glande hizo su entrada.

-AAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG. SOCORROOOOOOO. ASESINOOOOOOO.

Cuando termino de gritar, yo no me había movido ni un milímetro. Poco a poco, ella misma empezó a moverse, introduciéndose despacio mi polla hasta que sus nalgas chocaron con mi pelvis, empezando una nueva follada, esta vez por el culo, hasta que acabé en su interior, creo que coincidiendo con un orgasmo suyo.

Esta vez, agotados ambos, caímos ambos sobre la cama, uno al lado de otro, donde permanecimos un buen rato recuperándonos.

Me quedé dormido y no me enteré de cuando ella se fue. No me preocupó, porque le había pagado al llegar y no le debía nada.

Tras comprobar que el aceite iba bien y que daba los resultados esperados, me puse a planear el funcionamiento de la nueva empresa.

A la puta la iba llamando cada semana y aplicando el tratamiento contra el dolor, pero después de la tercera vez, se presentó un día pidiendo que la castigase y que no quería cobrarme nada. Había notado que cada vez venía más excitada, lo que achaqué a que la dosis era muy alta, por lo que fui rebajándola poco a poco, hasta que noté que su excitación no era tan alta.

Para castigar a mis futuras clientas, necesitaba un motivo, y no era cosa de preguntarles solamente si se habían salido de la dieta o hecho algo mal. Lo más normal es que dijesen que habían hecho todo bien, así que me puse a pensar en una forma de pillarlas en falta y castigarlas.

Recordé un artículo de una revista que compré para entretenerme en el vuelo a china, donde se hablaba de sistemas de diagnóstico espectrográfico. Aún hoy no sé cómo funciona, pero entendí que puede representar en forma gráfica la composición de los cuerpos, o algo así. El caso es que busqué una empresa que me hiciese uno lo bastante grande como para analizar a una persona, sin dar explicaciones.

Cuando lo tuve como yo quería, pedí un nuevo favor a mi amigo, que me hizo un programa que interpretaba los datos y me los presentaba de la forma que a mí me interesaba y podía comprender.

Ya preparado, monté todo en un piso de una céntrica calle bastante concurrida, en una casa donde casi todo eran oficinas, y empecé a hacer publicidad. No quise montarlo en un local por temor a que la gente no entrase por si las veían alguien que interesase. Así era más discreto y disimulado.

No tardé en tener llamadas y conceder primeras citas. Contraté a una muchacha como secretaria, a la que puse uniforme blanco, tipo enfermera y la situé en la recepción.

La entrada del piso estaba frente a la recepcionista, y, según se entraba, a la derecha había puesto una sala de espera con capacidad para unas diez personas y a la izquierda, mi despacho, donde estaba la máquina espectrográfica, una mesa de despacho con dos sillas delante y un sillón en mi lado, sobre la que estaba el ordenador que interpretaba los datos y una segunda habitación con una camilla, donde disfrutar de los castigos. Todo ello muy insonorizado.

El tiempo entre cita y cita quedó escaso, pero tuvo la ventaja de que como coincidían varias mujeres a la vez y ninguna se conocía con las demás, nadie dijo que era su primera vez y pensaban que todas eran clientas habituales.

En las paredes de la sala de espera, cuatro carteles con letras suficientemente grandes, anunciaban la obligación de seguir las dietas y recomendaciones al pie de la letra, con la amenaza de fuertes castigos físicos si no se cumplían. Lo de “castigos físicos”, con letra un poco más grande. El mismo texto figuraba en un documento de aceptación y confidencialidad.

Con las dos primeras mujeres fue todo bien, hasta que preguntaron por el tema de los castigos físicos y se les expliqué. Pusieron el grito en el cielo, me llamaron de todo menos bonito y se fueron.

A la tercera ya estaba preparado, y cuando dijo la frase “eso no lo hacen en ningún sitio. En todos los que he estado, solamente me han recriminado y recomendado obedecer”.

A lo que le respondí

-Y habrá comprobado que no sirve de nada y por eso está aquí.

Lo cual me reconoció como cierto.

-Yo le garantizo que, si no pierde peso, es porque se habrá vuelto masoquista.

Aceptó probar y le hice los análisis pertinentes, le di las recomendaciones y la dieta que tenía que seguir, y unas pastillas, obtenidas de hierbas chinas, que reducían el apetito. Con todo ello, la mandé a su casa con cita para la semana siguiente.

A partir de ahí, cada vez se escapaban menos. A la semana siguiente, tenía todas las horas completas, e inicié las segundas visitas, alternando con otras nuevas.

La segunda visita de la primera que se apuntó, me dio la primera alegría. El análisis espectrográfico me decía que le había aumentado el nivel de glucosa en sangre, lo cual significaba que había tomado dulces o pasteles, además la tonificación de sus músculos no había cambiado, lo que significaba que tampoco había hecho los ejercicios que le había mandado.

-Querida mía, no me ha hecho caso. No ha hecho los ejercicios y además ha comido dulces.

-¡Yooooo! Nooooo, que va. He seguido sus instrucciones al pie de la letra.

-Me está engañando, querida señora. Lo sé y no admito discusiones. Si insiste en querer engañarme, le doy dos opciones: doble castigo o marcharse ahora mismo y no volver más.

-No, no, perdone. Si, el otro día fue el cumpleaños de una sobrina y probé un trozo de tarta, y la verdad es que también he estado muy ocupada y no he podido hacer los ejercicios.

-¡Ve usted como tenía razón! No puede engañarme. Por esta vez le perdono el doble castigo, pero no habrá una segunda.

Y continué:

-Pase a la cabina y quítese los pantalones, y mejor si hace lo mismo con las bragas. Avíseme cuando esté lista.

-Pero doctor… Me da vergüenza.

Lo de doctor salió de ella

-Soy un profesional, no se preocupe, estoy acostumbrado. Y siempre está a tiempo de suspender el tratamiento.

-No. Doctor, sigamos.

Cuando me dio aviso, pasé a la cabina, donde estaba la camilla, a cuyo lado estaba ella, totalmente roja, con la camisa que cubría escasamente su coño, con una mano intentando tapar su sexo y con la otra sus ojos, sin pantalones, que se encontraban en una silla al lado, sin que se viese la braga por ningún lado, y tampoco puesta.

La hice ponerse doblada en ángulo recto en la camilla, con el pecho sobre ella y los pies en el suelo bien separados. Le subí la camisa para dejar al descubierto sus nalgas, donde pude apreciar un ano cerrado y un coño peludo, ligeramente humedecido. Posteriormente, cuando ya eran clientas habituales, les pedía que se desnudasen completamente antes de empezar la consulta.

-Estire los brazos y agárrese al borde de la camilla. No los suelte por ningún motivo. Si lo hace, volveremos a empezar y si lo hace tres veces, se irá y no volveremos a vernos. Cuente en voz alta cada uno de los golpes que reciba. ¿Lo ha entendido?

-¿Me hará mucho daño?

-Le he preguntado si lo ha entendido. –Le dije mientras le ayudaba a colocar las manos en el borde y tomaba la fusta.

-Si, lo he entendido. ¿Pero me hará mucho daño?

-El suficiente. Por eso es un castigo. Esta primera vez, voy a ser benevolente y solamente te daré cinco azotes en cada nalga. Recuerda contarlos y no sueltes las manos, si no quieres que empiece de nuevo.

Le puse una toalla doblada en la boca para que mordiese y, sin darle tiempo a nada, le solté el primer golpe, que según había aprendido con la puta, le alcanzó desde la parte superior de la nalga hasta el inicio del muslo. El golpe venía justo para cubrir la hermosa nalga de una mujer de 98 kilos y un metro sesenta de alto.

-ZASS

-AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH. –Dio un fuerte grito, que no se escuchó fuera, por el alto aislamiento de las habitaciones, pero tuve que reconvenirla para que no pudiese ser oída por casualidad.

-No grite. Aguante el dolor si no quiere recibir más golpes. ¿Qué tiene que decir?

-Uuuno

-Bién. No se lo volveré a recordar

No obstante, los golpes no eran excesivamente fuertes. Me interesaba más comenzar a aplicarle el aceite para que empezase a aceptar los castigos con excitación.

Despacio, cambié de lado, me preparé y le di un nuevo golpe en la otra nalga.

-ZASS

-MMMMMMMMMMM ddddos

-ZASS Tres

-ZASS Cuatro

-ZASS Diez

Me detuve un momento, y le di también un golpe en la raja del culo, para que abarcase también ano y coño.

-AAAAAAAAAAAHHHHHHHH. –¡Me has dicho que cinco en cada nalga!

-Si, pero te he tenido que recordar la cuenta de la primera y te he tenido que llamar la atención por tu grito.

-Me hace un daño horrible. ¿Puedo frotarlo con mis manos?

-Espera, tengo un aceite hidratante que le calmará y recuperará su piel.

Se dejó hacer. Puse una buena cantidad de aceite por mis manos y lo extendí sobre sus nalgas, recorriendo toda la zona castigada con suavidad y bajando por su canalillo hasta el coño, aplicando una buena capa por toda la zona.

Fui frotando poco a poco, levantando suaves gemidos de placer. Al bajar nuevamente a su coño, noté como se abría. Pasé sobre su clítoris, ya erecto, arrancando un gemido más fuerte.

Estuve un tiempo más largo frotando nalgas y coño, observando cómo movía el culo para buscar el máximo placer. Sabía lo que buscaba, pero no se atrevía a pedirlo, por lo que tuve que decirle:

-No sé si el último golpe habrá entrado en tu coño. ¿Quieres que te aplique un poco de aceite por el interior?

-SIII, Siii, por favor.

Procedí a meterle primero medio dedo, que entró con facilidad y aumentó sus gemidos. Tras varios intentos entrando y saliendo, añadí un segundo dedo, que la hizo gemir más fuerte. Al meterlos más profundamente, encontré un obstáculo que no esperaba: Era virgen.

No dije nada y continué con mi trabajo, hasta que se corrió, al igual que en las pruebas con la puta, con un intenso orgasmo que la dejó como ida.

-Bueno, ya puedes vestirte. Nos vemos la semana que viene, el mismo día y hora.

-Perdona, todavía me duele. Podrías darme un poco más de aceite de ese…

Tres orgasmos después, aunque deseosa de más, se marchaba a su casa con una expresión bobalicona en su cara y alguna baba colgando de su comisura.

Hubo algunas que no les gustaron los azotes, las menos, y pedían solamente el masaje, cosa que no acepté. La experiencia me resulta muy gratificante, hasta el punto de que llego a correrme sin siquiera tocarme. Hay varias que buscan que les folle también coño y culo, a las que doy completa satisfacción.

Todas las clientas antiguas pierden peso, porque en caso contrario, el castigo es brutal, pero siempre cometen alguna falta para que las castigue y folle a bastantes de ellas. Ahora estoy feliz, tengo dinero y disfruto con lo que más me gusta.

Sin embargo, también he tenido algunos problemas. A una de las clientas vino a recogerla el marido a la salida, y notó las molestias que tenía al sentarse. Ya en casa, la hizo desnudarse y vio todo el culo rojo todavía y el coño hinchado. La hizo hablar y ella le contó todo, excepto los orgasmos, según parece.

El caso es que, a la siguiente vez, vino con ella, dijo que lo sabía todo e insistió en estar presente durante el castigo. Le pregunté a ella si tenía inconveniente y dijo que no, con voz insegura, probablemente amedrentada por el marido. Protestó con cada golpe que le di a ella, mientras ella le pedía que estuviese quieto y callado.

No pudo aguantar más cuando vio que extendía el aceite por el culo y masajeaba la zona, arrancando los primeros gemidos de placer a su esposa.

-¡PERO QUÉ ESTÁ HACIENDO, PERVERTIDO! –Gritó, totalmente fuera de si.

-Déjalo Manuel, que es un aceite hidratante y calmante para que no queden marcas ni me duela.

-¿DEJARLO?, ¿A ESTE PERVERTIDO? LO VOY A DEJAR EN COMISARÍA. AHORA MISMO VAMOS A DENUNCIARLO.

Obligó a su mujer a vestirse para marchar a la comisaría a poner la denuncia. Antes de irse, dijo que le devolviese el dinero pagado y avisó de que, su mujer, no volvería nunca más. La recepcionista le devolvió los 100 euros que había pagado (cobraba 20 por sesión, por disfrutar de algo por lo que antes pagaba más de 200 ) y se fueron, no antes de amenazarme con los tribunales.

Y efectivamente. Días después vino a buscarme la policía para llevarme a comisaría y tomarme declaración. Se llevaron los carteles anunciadores de los castigos como pruebas y yo mandé a la recepcionista hacer una copia del documento firmado por la mujer.

Me leyeron mis derecho y permitieron que llamara a mi abogado, miembro de un prestigioso despacho, donde llevaban mis asuntos legales.

Ya en la comisaría, antes de tomarme declaración, pusieron en un monitor un vídeo grabado por el marido con una cámara oculta, y me obligaron a verlo antes de decir nada más.

Yo, para el castigo, les pegaba colocado a un lado u otro, pero a la altura de su cabeza. Generalmente no pasaba por detrás y ese vídeo me mostró algo que me impactó: en la toma se veían las nalgas abiertas, con el ano en medio y el coño con los labios separados y brillantes.

Con cada golpe, su ano se convertía en un punto y su coño se cerraba y abría dejando ver los brillos producidos por una incipiente excitación.

Aquí no es como en las películas, donde realizan los interrogatorios en salas independientes. Aquí estábamos en una sala con cinco mesas más en cada una de las cuales había un policía o funcionario. Al ser un vídeo con sonido, enseguida acudieron a ver lo que producía esos extraños ruidos.

Al final, alrededor del monitor estábamos amontonados las nueve personas que había en la sala, mis dos interrogadores, los cinco de la sala, mi abogado y yo. Recorrí con la vista a los demás y me llamó la atención de los bultos que en mayor o menor medida se formaban en sus pantalones. Algunos de ellos se frotaban con la mano por encima del pantalón.

Yo mismo estaba tremendamente excitado.

Cuando terminó el vídeo, todos desaparecieron de la sala, quedando los dos interrogadores, el abogado y yo. Estuvimos un rato en silencio, cada uno de nosotros frotando, de vez en cuando, nuestra polla con el máximo disimulo que podíamos.

-Ejem –Tosió uno de ellos y empezó el interrogatorio- ¿Reconoce esas imágenes?

Con permiso del abogado, respondí:

-No las había visto hasta hoy. Pero si se refiere a que si soy yo el que aplica el castigo, si, soy yo y las imágenes están tomadas de una sesión real.

El abogado protestó porque las imágenes habían sido tomadas sin consentimiento ni orden judicial, por lo que no servían para nada.

En resumen, me dijeron que había sido acusado de abusos deshonestos, maltrato físico y humillaciones a una clienta. Le di la copia del documento que firmó la mujer en su día e hice mención de los carteles avisadores en la sala de espera. Al final, todo quedó en nada, la sentencia del juez fue que era una relación sadomasoquista consentida y quedé absuelto.

Tres semanas después, apareció la mujer por la consulta, pidiendo continuar el tratamiento. Yo le dije que tenía dos opciones: volver a empezar desde el principio o continuar con lo anterior, lo que significaba empezar con el castigo pendiente de la última vez, más el que correspondiese por el abandono que hubiese sufrido su mantenimiento durante los meses que habían transcurrido desde la denuncia, juicio y días posteriores.

Estuvo de acuerdo con ello y pidió continuar, pero yo tenía que añadir más: tendría que devolver los 100 euros de las consultas anteriores y pagarme los 1.500 que me había costado el abogado, además, tenía que venir con su marido y traerme una autorización firmada por él, como que estaba de acuerdo con el tratamiento y castigos aplicados a su esposa.

-Además, -le dije- te follaré por coño y culo cada vez que te aplique un castigo.

Con los ojos brillantes de deseo, aceptó y me preguntó:

-¿Me va a castigar ahora?

-No. Primero, que venga tu marido con la autorización.

Se fue disgustada, pero dos días después, aparecieron los dos en la consulta. Cuando los recibí, ella me saludó muy cordialmente, pero el marido no dijo absolutamente nada. Lo primero que hizo cuando les pedí que se sentaran, fue darme un sobre y un papel.

En el sobre había 1620 euros, que pasé a mi secretaria-recepcionista para que preparase los correspondientes recibos, y leí el papel, donde el marido expresaba su interés y estaba de acuerdo en el tratamiento que aplicaba a su esposa.

-Creo que con esto valdrá. –y dirigiéndome a ella:- Pida cita a la…

-No podríamos empezar ya. No quiero desviarme mucho del tratamiento iniciado. Con lo que me ha costado conseguir los logros alcanzados, no quiero perderlos.

Le pedí que se desnudase y pasase a la máquina de análisis. Lo hizo después de enviar a su marido a la sala de espera.

-¿Cómo has conseguido que tu marido acepte?

-Le amenacé con el divorcio y como él gana una mierda, soy yo la que mantiene nuestro nivel de vida, por lo que ha tenido que aceptarlo.

-En este periodo has vuelto a engordar 800 gramos, te has pasado con el dulce y la carne de cerdo. Como castigo, recibirás 30 azotes, quince en la espalda, culo y muslos y otros quince en los pechos, tripa, coño y muslos. ¿estás de acuerdo o lo dejamos?

-Si, por favor, empieza cuanto antes.

Fui dándole los quince golpes por espalda, culo e inicio de los muslos, despacio, disfrutando de cada uno de ellos y aplicándolos con mayor fuerza de la que habitualmente aplicaba. Mi polla estaba a reventar y el llegar al final de la cuenta se me estaba haciendo eterno.

Cuando terminaron los quince golpes por detrás le dije, conociendo ya de antemano la respuesta:

-¿Quieres que te aplique ya el aceite o esperamos a terminar?

-Ahora, ahora. Lo necesito ya.

Saqué un preservativo de mis pantalones, me los bajé y dejé mi polla al aire

Repartí el aceite por su espalda, culo, muslos y, aunque no le había pegado ahí, también por su coño, que encontré totalmente lleno de flujo, hasta el punto de deslizarse por sus muslos. Ella solamente emitía gemidos de placer, que se convirtieron en uno más fuerte cuando me puse el preservativo y se la metí de golpe en el coño.

-MMMMMMMMMM Siii. La siento toda. Siento como mi coño se abre para recibirla. Muévete ya.

Comencé a moverme dentro de su coño, que apretaba mi polla como si fuese la primera vez que la follaban. Cuando se la metía, desplazaba mis manos, desde su culo a los hombros, extendiendo el aceite y cuando la sacaba, realizaba la operación contraria, hasta llegar a su ano, donde introducía, al principio el dedo pulgar, pero poco a poco dos y tres dedos, que ella recibía gimiendo de placer y animándome a continuar.

-Ooooohhhh, Siiiii, más fuerte, más deprisa, más, maaaasss.

Para, seguidamente, anunciar su primer orgasmo:

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH, me corrooooo, sigueeee, no pareeess.

Fue largo. Seguí dándole hasta que noté que su cuerpo se relajaba sobre la camilla, dejándome llevar hasta sentir que llegaba mi corrida, entonces, se la metí todo lo que pude y estallé en un orgasmo como pocas veces había tenido, corriéndome abundantemente.

Tras unos segundos para recuperarme, le ayudé a darse la vuelta y colocarse bien en la camilla para darle los otros quince azotes.

Los cinco primeros fueron en sus tetas, dos por la derecha, dos por la izquierda y uno en el centro. Estaba como ida, se quejaba bajito, pero no se olvidaba de contar. Los otros diez, los repartí entre su vientre, coño y muslos, con alguno más sobre las tetas.

Aprovechando que no gritaba, le di con fuerza. Enseguida cambió el color de su piel del blanco al rojo con tiras más intensas.

Eso me volvió a excitar de nuevo y ponérmela totalmente dura, como si hiciese tiempo que no me corría. Le extendí una buena cantidad de aceite por su cuerpo, acariciando sus tetas bajando por su vientre hasta el coño y ano, lubricándolo todo abundante mente. Unas veces dilatando su ano y otras metiendo dos dedos en su coño y follándola con ellos.

No tardó en encadenar orgasmos y pedir polla.

-OOOOOOHHHHH. Necesito más, más. Méteme la polla, por favor, méteme la polla.

No la hice esperar. Levanté sus piernas hasta mis hombros y se la clavé por el culo. Tras unos segundos, empecé a moverme, entrando y saliendo de su estrecho agujero, al tiempo que acariciaba su clítoris con el dedo pulgar.

Aguanté un buen rato. Ella no sé cuántos orgasmos tuvo. Cuando noté que se aproximaba mi climax, se la metí hasta el fondo y aceleré la masturbación de su clítoris. Instantes después, las contracciones de su ano dispararon mi corrida en su interior.

Cuando mi erección bajó, la dejé descansando y me fui a dar una ducha en el baño que tenemos para uso privado, porque no todas vienen preparadas para ser enculadas. Al pasar por recepción me dijo que el marido se había ido a casa, que se lo dijésemos a la mujer.

A raíz de la denuncia, decidí poner cámaras ocultas por todos los sitios, y en especial frente a la camilla, junto a un sistema que interfiriera los sistemas de grabación, excepto mis cámaras. Gracias a ello, ese vídeo me ha reportado unas muy satisfactorias pajas.

Con el sistema de grabación e interferencias he guardado los vídeos de todas mis actuaciones, desde el momento que la clienta entra en la consulta hasta que se va. La intervención en la camilla es una grabación independiente, solo para mi uso exclusivo.

Todo esto me vino muy bien varios meses después.

Un día apareció una nueva clienta que me resultó conocida desde que la vi. En la primera entrevista, le pregunté si había estado ya allí, a lo que respondió que no.

No era necesario aplicarle un tratamiento, solamente le sobraban un par de kilos, pero insistió en recibirlo, lo que me dejó mosqueado. Revisé una y otra vez los vídeos de recepción, sala de espera y consulta inicial, hasta que descubrí dónde la había visto: estaba de guardia en la puerta el día que me llevaron a declarar. Me llamó la atención sus grandes tetas y su redondo culo, a mi parecer, bien proporcionado.

En la segunda visita, donde tenía que analizar los resultados de la primera semana, comprobé que eran iguales que los del primer día, lo que significaba que no había hecho nada de lo indicado.

-No has seguido mis instrucciones, sigues estando igual que el otro día, y sabes que esto no es una broma. Si vienes aquí es para hacer exactamente lo que se te dice y como no lo has hecho, eres merecedora de un castigo. Puedes aceptar y continuar, o rechazar y marcharte para no volver. ¿Qué decides?

Pareció dudar, pero aceptó, sin dejar de preguntar: ¿No será muy duro, verdad?

No le hice caso, y le señalé la salita de los castigos y masajes, diciéndole que se preparase. Con esa simple instrucción ya sabía lo que tenía que hacer, lo que me terminó de convencer de que conocía el funcionamiento de todo y había venido a comprobar lo que hacía.

Vi que dejaba colocado su bolso de una forma concreta y que retocó su posición. Mientras, al aceite de masajes, añadí una pequeña dosis más de excitante.

Los azotes, diez como siempre, no fueron excesivamente fuertes, pues lo que me interesaba era el masaje, eso sí, uno en el coño para justificar el masaje del coño. Tras preguntarle, como siempre, accedió a que se lo diera y me esmeré en aplicarle una generosa cantidad de aceite y masajear a conciencia todas las zonas sensibles.

Pasé las manos una y otra vez por sus nalgas y luego extendí por la raja del culo hasta llegar a su coño, froté por las ingles, rodeando los labios, pasé por encima de su clítoris y humedecí los bordes para que fuese calentándose y permitirme llegar a introducirle los dedos para follarla con ellos.

En todo momento procuré estar entre ella y su bolso, en el que había descubierto un adorno que parecía retocado, por si fallaba la interferencia.

Su coño recibía mis dedos como absorbiéndolos y yo los metía todo lo posible, llegando a rozar el cuello del útero, con la yema de los dedos, y producirle extrañas sensaciones que le acercaban al orgasmo y le hacían exclamar:

-Oooooohhhhhh, siiiii. No sé qué me haces, pero me gusta. Sigue, sigue, estoy a punto de correrme.

Entonces, bajaba el ritmo y continuaba por otro sitio a ritmo de sus insultos.

Cuando calculé que estaba a punto de correrse, ya sin remedio, me retiré diciendo:

-Bueno, ya está. Pida hora para la semana próxima.

-NOOOOOOO. AHORA NOOOOO. –Exclamó

-SIIII – Le dije yo, al tiempo que le daba una palmada entre los muslos.

El golpe, dado de forma que mis dedos golpeasen su clítoris, desencadenó en ella un tremendo orgasmo que la hizo hasta convulsionar. Se movió lo suficiente para llevar sus manos al coño y masturbarse frenéticamente. Allí la dejé, mientras me ponía a revisar papeles.

Vi que ella se había ido dejando caer al suelo, agotada, y allí permanecía con los ojos cerrados, las piernas abiertas y los dedos de una mano dentro de su coño, aunque ya no se movían.

Le costó salir unos veinte minutos. Lo hizo como si fuese zombi. La ropa mal ajustada, los pelos despeinados y su cara, antes perfectamente maquillada, ahora parecía un cuadro abstracto.

La dejé marchar sonriente, sin decirle nada. No pidió nueva cita hasta la semana siguiente, imagino que a raíz de comprobar que la película no servía para nada.

A su siguiente visita intentó poner su bolso en mejor posición, pero hice como que me molestaba y lo saqué a la mesa de la consulta.

Pareció que se enfadaba, pero cuando me vio con la fusta en la mano, se colocó en posición, pero le pedí, con la excusa de ampliar el espacio del masaje, que se desnudase completamente, lo cual hizo en un momento.

A partir de ese día vino con regularidad. Nunca siguió el tratamiento ni trajo el bolso de la cámara. Desde hace casi un año se puede decir que estamos juntos. Ambos seguimos con nuestra independencia. Nos juntamos cada dos días y pasamos juntos los fines de semana que ella tiene libre. Creo que puedo decir que somos pareja.

Muchas empresas cierran por tener un tremendo fracaso, yo estuve a punto de cerrar por exceso de éxito. Cada vez son más las mujeres a atender, el placer de castigarlas durante un rato, se ha convertido en un trabajo a sesión continua, por lo que no lo disfruto ya. Incluso hay unas cuantas vienen ya directamente por el castigo.

Eso ya no era vida.

Por suerte, ella me dio la solución: Contratar personas para que me sustituyan y me dijo de donde debería sacarlas, de los castings de películas porno. Así que ahora tengo tres empleados, bien musculados, sin excesos, y con unas pollas que dan envidia y, además, saben manejarlas muy bien.

Ellos vienen cuando no tienen grabación y yo solamente de vez en cuando. Han aparecido nuevos centros como el mío, pero no tienen éxito y cierran al poco tiempo. De momento, no pienso cerrar. Ni mi pareja lo sabe. Si sabe de mi parafilia, pero eso no le importa.

Gracias por leerme. Espero que les haya gustado. Agradeceré sus comentarios y valoraciones

 

 

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