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Las antípodas (Capitulo VI y epílogo)

en Hetero: Infidelidad

Capítulo 6: Qué peso el de aquel barril... por Damián

 

Rondaba el minuto treinta de la segunda parte y España ya había terminado de sentenciar el partido tras el 3-0, obra de Villa. La verdad es que el segundo periodo lo estábamos disfrutando bastante más, pero una vez se hubo marcado ese gol, la emoción del resultado incierto desapareció y el juego se volvió más plomizo.

 

  • Acaba de terminarse el último barril de cerveza que me quedaba en la barra ¿te importaría acompañarme al almacén a por otro?- Dijo Anna dirigiéndose a mí.

  • Claro que no mujer, ¡vamos!- Contesté- Así me estiro un poco...que me estoy quedando atrofiado en este sofá.

 

El almacén estaba también al fondo del bar, cerca de la sala privada de billar, a la cual pensé hacer una visita después de coger el barril.

 

  • ¿De verdad tenéis el almacén en el piso de arriba?- Pregunté incrédulo a Anna, pues considerando que había que mover peso, a esas horas de madrugada le añadía una tremenda dificultad al asunto.

  • Jajaja, sí, así hacemos deporte subiendo y bajando escalones cargados con peso.

  • Hay que joderse…

 

Ascendimos hasta una puerta magullada por los golpes y Anna sacó una llave dorada con la que abrió de un solo giro de muñeca. Pronto escapó de la estancia un característico olor a humedad al cual yo estaba más que acostumbrado por el año que pasé trabajando de repartidor de bebida unos cuantos años atrás. Ni siquiera encendió la luz del almacén, pues los barriles quedaban a la entrada. Nos dispusimos a doblar las rodillas para no cargar el peso con la espalda y Anna chasqueó los dedos.

 

  • Se me olvidaba, tengo que coger también posavasos nuevos, un segundo Damián, a ver si los encuentro.

Mientras ella rebuscaba entre cajas apiladas yo me acerqué hasta una estantería sobre la cual reposaban unas cuantas botellas vacías de cerveza que parecían bastante antiguas. En mi casa tenía una amplia colección de botellines, por lo que aquellas hubiesen sido una adquisición formidable. Cuando me disponía a preguntar a Anna si le importaría que me llevase alguna de recuerdo, fijé la mirada en una ventana cerrada, por la cual yo ya había advertido que entraba luz, pero no natural de la calle, si no la propia del interior del bar. Me acerqué hasta ella y me di cuenta estábamos elevados unos tres metros sobre la sala privada de billar, de la que en un primer momento no tomé cuenta de lo que estaba pasando, pues seguía con mi intención de pedir aquellos viejos botellines prestados. Bajé la mirada hasta la mesa de billar, que era lo único bien iluminado por una lámpara que se situaba justo en el centro, de lo demás solo se distinguían siluetas. Entraron en escena bajo la luz incandescente Vicky y Gastón. Mi mujer, algo despeinada, llevaba de la mano al dueño del local como si de un niño pequeño se tratase, los palos de billar aún rondaban por la mesa pero tan solo la bola blanca quedaba sobre el tapete. Empecé a no entender nada cuando Vicky se sentó sobre uno de los lados cortos de la mesa y abrazó con sus piernas a Gastón, a la vez que se recostaba para atrás, alargando sus brazos hasta dejar las manos estiradas sobre la cabeza. Estuve apunto de abrir el ventanuco y saltar sobre la habitación como si me hubiese convertido en un Batman que viene a salvar a una pobre muchacha violentada en algún tenebroso callejón, pero no, la imagen que daba mi esposa no era precisamente la de una inocente dama necesitada de ser rescatada. Me frené entonces y algo dentro de mí me obligó a quedarme allí de pie, como un mero espectador. Gastón subió el vestido de Vicky por encima de la cintura hasta que la parte baja del sujetador empezó a dejarse ver, posó sus manos a cada lado de las caderas de ella y recorrió su cuerpo con delicadeza. A un lado de la sala se veían dos siluetas, totalmente quietas y recostadas sobre un sofá, las cuales deduje que eran los dos jugadores de Rugby que supuestamente estaban con ellos echando unas rondas de «billar».

 

  • ¿Cómo cojones han llegado a ésto?- Dije en voz baja para mi mismo- Menuda partida que se iban a pegar los cabrones…- Continué.

  • ¿Qué?- Escuché que respondía Anna, ajena al espectáculo, mientras seguía revolviendo estanterías en busca de los jodidos posavasos.

 

Ni siquiera me digné a contestarle y seguí observando la situación. La verdad es que mi mujer, bajo ese foco de luz, recostada boca arriba y semidesnuda, era la cosa más sensual que había visto en mi vida y mi entrepierna había llegado a la misma conclusión. Gastón desencajó el culotte gris que tanto me gustaba de la pelvis de mi mujer y tras dos o tres tirones hacia abajo, se lo sacó de entre los botines. El pubis de mi esposa quedó al aire; bien arreglado, con pelo, poco y cortito, haciendo una pequeña cobertura a su coño que a mi me volvía loco, pero al parecer al marido de Anna ahora también. Éste, ni corto ni perezoso se abrió la cremallera del vaquero, brotando de su interior un pene en completa erección. Vicky cerró los ojos un segundo una vez que Gastón se echó saliva a la mano y procedió a untarla de arriba a abajo de su miembro, justo antes de introducir por primera vez aquel trozo de carne bombeante de sangre en la vagina de mi mujer. No pude oír el  gemido, pero me lo imaginé al ver labio inferior de Vicky mordido por los dientes superiores, sabía que por las comisuras de los labios estaba brotando un característico sonido de placer que acostumbraba a lanzar sobre todo en las primeras embestidas de nuestras sesiones de sexo. Se agarró las rodillas hacia los lados para permitir que el marido de Anna entrase sin obstáculo una vez tras otra y a un ritmo moderado, pero de constante firmeza. Las tetas aún sujetas bajo el sostén y el vestido, le subían y bajaban al mismo tiempo, con una oscilación corta y controlada.

 

  • ¡Joder!- Salió de la boca de Anna cuando llegó hasta mi lado.

  • Eso están haciendo, joder- Dije yo.

  • Es la primera vez que veo a mi marido follando con otra, que cabrón.

  • Mujer, lógico, lo dices como si fuese algo habitual. Yo tampoco había pillado nunca a Vicky montándoselo con otro.

  • No...a ver...ya. Bueno, el susto no me ha hecho expresarme muy bien la verdad. Solo que evidentemente tanto el como yo habíamos tenido anteriores relaciones. Y se que de muy joven había sido un ligón, pero ésto no se como ubicarlo en mi cabeza.

  • Te entiendo- Continué hablando mientras no quitábamos los ojos de nuestras respectivas parejas follando entre ellas- tanto Vicky como yo, que empezamos muy jóvenes, no hemos, bueno, hasta hoy, estado con otras personas- Omití el pasaje del compañero de trabajo que me había contado mi mujer el día de antes, pues deduje que como no había habido una relación sexual completa, no la debía de tener  cuenta para la puntualización- Así que bueno…

  • Eso sí que es extraño en los tiempos que corren, haber estado tan solo con una persona- Añadió Anna.

 

Suavemente abrió un centímetro de ventana, tan solo para que pudiese entrar el sonido. No corríamos ningún riesgo de ser vistos, pues una pequeña luz de emergencia justo encima del marco en la sala de billar, impedía a los del otro lado ver nada a través del cristal. La música estaba realmente baja, así que empezamos a escuchar los rebotes característicos de una pelvis contra la otra, amortiguados por una humedad que en efecto saldría del interior de mi mujer. Los gemidos no eran muy exagerados, pues Vicky nunca había sido escandalosa, pero sí que se le escapaban furtivamente cada dos o tres penetraciones de Gastón. Cuando parecía que él estaba cogiendo ritmo, mi mujer se incorporó y lo apartó de un empujón.

 

  • Vas a tener que esperar para terminar el trabajo campeón- Dijo de manera burlona Vicky.

 

La cara sonrojada del esfuerzo, el sudor brotando por la frente del marido de Anna y ahora se veía obligado a esperar para continuar. Vicky señaló a una de las figuras que permanecía sentada en el sofá.

 

  • Te toca- Indicó dictatorialmente. Y de entre la penumbra apareció Thomas, el más delgado de los dos chicos.

 

Nada más llegar hasta ella, mi mujer le sacó la sudadera y la camiseta. La verdad es que poseía un cuerpo escultural a pesar de tener aún cara de niño. Su tez era blanca, el pelo rubio y los ojos azules; pero en su cuerpo estaba esculpido cada músculo con cincel. La delgadez que aparentaba con la ropa puesta, daba paso a un cuerpo fibroso en el que no había de ni un gramo de grasa. Vicky se deleitó con la mirada, para posteriormente recorrer la espalda del chico con sus manos, dejando un rastro rojizo tras el paso de sus uñas. Anna, que seguía impávida a mi lado, hizo un gesto de relamerse los labios cuando el pantalón de Thomas cayó tras un ágil movimiento de dedos de mi mujer con el correspondiente botón. Unos slips blancos era lo único que cubría ahora el joven cuerpo del australiano. Poco tiempo duraron en un sitio, pues el bulto que sobresalía de su entrepierna no dejaba dudas de las ganas que tenía de ser liberado. Esta vez fue el propio Thomas el que bajó su calzoncillo hasta los tobillos y lo lanzó con el pié a un metro y medio de la mesa de billar, donde la escasa luz ya no dejaba ver prácticamente nada. A todo ésto, Gastón, el marido de Anna, había vuelto a guardarse la polla bajo el vaquero y estaba abriéndose una nueva cerveza, en lo que parecía la intención de ser un mero espectador, al menos durante un rato.

 

  • Que suerte tiene tu mujer- Dijo Anna.

  • ¿Por?

  • ¿Tu has visto como está ese chico?- Continuó.

  • Tu encima restrégamelo por la cara...

 

Anna sonrió y me dió una palmada en la espalda, como queriendo decir que lo único que nos quedaba en ese momento era aguantarnos los celos y disfrutar del espectáculo. Nunca hubiera pensado que esta situación fuese siquiera posible, pero toda la noche, que digo, todas las vacaciones estaban siendo tan extravagante que había decidido dejar mis prejuicios a un lado y simplemente terminar de ver la función; aplacé el asunto de combatir contra los miedos y complejos de mi mente en otro momento, cuando todo se hubiese enfriado y empezase a asimilar de manera consciente lo vivido, además, el alcohol en sangre ayudaba a hacer punto y aparte.

 

A la vez que terminaba de hacer esta reflexión, dos situaciones comenzaron de manera simultánea y me hicieron quedarme de nuevo extasiado como un idiota. Vicky había decidido equipararse a Thomas y se quitó el vestido, quedándose totalmente desnuda salvo por los botines, que los seguía llevando puestos además la cinta del cuello que sujetaba el vestido, que no sabía de qué manera había conseguido dejársela. Su precioso cuerpo decorado con unos cuantos tatuajes quedó totalmente a la vista de sus tres espectadores de la sala y los dos que estábamos en el gallinero. Cuando Vicky terminó de manosear el culo de atleta que tenía el cabrón, sujetó con brazos y piernas aquel cuerpo apretó con la cintura hasta insertarse el miembro completamente depilado del chaval. A partir de ese momento, volvió a recostarse para atrás y simplemente se dejó hacer. Thomas sobaba las tetas de mi mujer, estrujándolas y acariciando sus pezones. Ella tan solo gemía cada vez más fuerte e intenso, cuando sucedió la otra situación que he nombrado al inicio de este párrafo. Por el rabillo del ojo, me di cuenta de que Anna había introducido una de sus manos por el elástico de sus mallas, distinguiéndose ciertos movimientos circulares. Estaba extasiada mirando fijamente como aquel chico se follaba a mi esposa. Sinceramente, después de todo lo que ya había visto esa noche, no me sorprendió de la misma manera el tener una mujer madura masturbándose a mi lado aunque fuese algo inédito para mí, obviamente.

 

  • Más rápido- Jadeaba Vicky- Más rápido joder, córrete dentro de mí, ¡venga fóllame!- insistía.

 

Yo me acerqué ligeramente a la ventana para cerciorarme de lo que oía.

 

  • ¿Ha dicho que se corra dentro de ella?- Dije yo en voz alta.

  • Sí, eso ha dicho cariño- Me contestó Anna, que seguía a lo suyo.

  • Será zorra.

  • Jajaja.

 

Thomas aumentó el ritmo frenéticamente, apretaba su fibroso culo con cada embestida a mi mujer.

 

-Me corro- Dijo una vez- Me corro joder…- Una segunda.

 

En ese momento Vicky se apoyó sobre los codos para levantarse un poco y ver con un primer plano perfecto como la polla del chaval bombeaba chorros de esperma hasta el fondo de su vagina.

 

  • Ya puedes volver a tu sitio- Le dijo al chico después de darle un rápido pico en los labios- ¡Tú!- Dijo señalando a la otra sombra que por fuerza correspondía a Adriano- ¡Cabrón tramposo!- Añadió en referencia a algo que entendí tiempo más tarde- Ven aquí...

 

Un hilillo de líquido blanco resbalaba aún por la entrepierna y los muslos de Vicky, cuando el joven gigante apareció en escena. Tan solo se quitó la sudadera, bajo la que llevaba una camiseta sin mangas ajustada que dejaba ver unos enormes brazos totalmente musculados y llenos de tatuajes, pero mucho menos definidos que los de su compañero. Su espalda doblaba en tamaño a la del rubio, siendo el color de su piel mucho más moreno. Además tenía un pelo rizado, castaño y un poco largo, que le profería una estética peculiar.

 

  • Cómeme el coño- Dijo súbitamente mi mujer al mismo tiempo que se sentaba erguida al borde de la mesa de billar, sujetándose las rodillas con las manos para dejar bien a la vista la rajita.

 

Tan solo hacía un minuto que su amigo había descargado toda su leche en ese mismo lugar, pero ni corto ni perezoso, se puso de rodillas y empezó a lamer sin compasión. A mi esposa los ojos le hicieron chiribitas al sentir los rápidos movimientos de lengua de Adriano. Sujetaba su rizado pelo con fuerza, apretándole tanto que dudaba de que pudiese respirar con facilidad. Supe que estaba teniendo su primer orgasmo cuando arqueó sus espalda de manera brusca, estiró sus piernas hacia los lados lo máximo que pudo y de pronto apartó la cabeza de su hasta ese momento obediente esclavo. Anna, a mi lado, aceleró la respiración y se quedó apoyada contra la pared, abriendo ligeramente sus piernas ya sin ningún pudor, tras haberse dado perfecta cuenta de que yo era consciente de lo que estaba haciendo.

 

  • Bien hecho, ahora vas a follarme- Se oyó decir a Vicky de manera muy clara.

 

Sin esperar a nada, Adriano se quitó el pantalón de chándal y seguidamente los boxers. Todos los observadores, incluida mi mujer, debimos de sentir la misma impresión al ver aquel cacharro salir de entre sus piernas. El rabo de Adriano era enorme, más por su grosor que por su largura, que tampoco era nada despreciable.

 

  • Oh...joder...claro que tu mujer es una zorra con suerte…- Soltó Anna ya sin control ninguno sobre sus actos.

 

Para dejar paso a semejante miembro, Vicky tuvo que abrirse los labios del coño con ambas manos. Tan solo había entrado la punta cuando mi mujer empezaba a tener una expresión límite entre el dolor y el placer. La verdad es que para ser semejante bestia, Adriano sabía lo que tenía entre las piernas y lo hizo todo con mucha delicadeza, al menos al inicio. Daba pequeños movimientos adelante y atrás, tratando de dilatar lo máximo posible el agujero de mi mujer. En ella, por su expresión más relajada, empezaba a ganar la batalla la lujuria al dolor, ya que por el pene de Adriano resbalaban brillantes hilos de flujo procedentes del interior de mi esposa. Tenía que estar super cachonda y lubricada para aguantar aquello.

 

  • Ahora ya puedo follarte bien- Dijo el chico.

  • A ver si es verdad- Contestó mi mujer.

 

La polla salía y entraba entera a una velocidad endiablada; era tan grande que se curvaba con cada movimiento. Los testículos rebotaban contra el culo de mi mujer, siendo ahora un sonido mucho más amortiguado que cuando follaba con Thomas, pues Adriano aunque tenía recortado el vello púbico, lo conservaba por toda su pelvis. Aquella escena fue demasiado, ver a mi mujer con esa cara de placer, recostada de nuevo sobre la mesa de billar mientras las tetas desnudas le rebotaban violentamente, hizo que mi polla casi fuera a explotar. De un solo movimiento la liberé de su prisión y empecé a pajearme apoyando mi frente contra la ventana. Aquella enorme polla entrando y saliendo del mismo coño que yo me había follado tantas veces y saber lo que debía de estar disfrutando la puta de mi mujer, hizo que el ritmo de mi mano aumentase. Por el reflejo de la ventana observé que Anna se había percatado de mi acción y aún aceleró más los movimientos de sus dedos sobre su coño ya desnudo, pues se había bajado todo hasta las rodillas.

 

  • ¡Me corro!- Gritó Adriano.

  • Aguanta…-Dijo entre dientes Vicky.

  • No puedo...lo intento...estás tan buena…

  • ¡Ya lo se! Pero cállate y aguanta gilipollas.

  • ¡Ohhhhhhhh!- Bramó Adriano sin ni siquiera avisar ni una vez más, se corría como un animal también dentro de mi mujer.

  • ¡Dios!- Exclamó Vicky- Que caliente...cuanta leche...

 

Esta vez mi esposa no tuvo fuerzas ni de levantarse a apartar al chaval, que seguía con su polla metida, dando pequeños y automáticos movimientos de pelvis tratando de vaciar hasta la última gota. Cuando al fin sacó aquel trozo de carne totalmente rojo y chorreante de líquidos mezclados de entre los suyos y los de Vicky, mi mujer se dejó muerta con los brazos abiertos sobre la mesa de billar, respirando con dificultad, tratando de volver en sí. En ese momento Gastón dejó la cerveza que llevaba en la mano sobre una pequeña barra y fue directo a por ella.

 

  • ¡No! Aún no- Dijo mi mujer con las pocas fuerzas que le quedaban.

  • Aún sí- Contestó él agarrándola por el pelo hasta arrastrarla fuera de la mesa de  billar y tirarla sobre el sofá de al lado del que estaban usando ya en ese momento de nuevo Thomas y Adriano- Tú harás ahora lo que yo te diga bonita…

  • Eso ya lo veremos- Contestó Vicky totalmente desnuda, roja, despeinada, jadeante, con diferentes fluidos escurriendo por sus piernas y el rimel corrido por toda la cara por culpa del sudor que empapaba todo su ser.

 

Anna y yo, con los ojos más acostumbrados a la oscuridad debido al rato que llevabámos en penumbra, distinguíamos con menor dificultad todo lo que pasaba en la zona poco iluminada de la sala. Nuestras manos se acompasaban mientras expectantes, esperábamos la conclusión de los acontecimientos.

 

  • ¿Vas a poder perdonar a tu marido?- Pregunté, en un estado que se asemejaba a la vuelta desde un trance.

  • Ahora mismo no soy capaz de racionalizar lo que estoy viendo, debería preguntarte lo mismo para poder tomar cierta conciencia de nuestra situación similar, pero no estamos en las mejores condiciones de reflexión ahora mismo.

 

Cuando la acción volvió a nuestro improvisado escenario del que estábamos siendo fortuitos espectadores, sentí como el trance volvía y toda mi atención se dirigía hacia mi mujer y Gastón. El marido de Anna puso a Vicky a cuatro patas en el sofá y colocó cada una de sus manos sobre las de mi esposa, que descansaban sobre el respaldo del mismo, para de esa manera limitar sus movimientos. De un solo gesto introdujo su renovada erección en el ya extenuado coño de mi mujer. Por lo rápido que volvieron los movimientos de cintura al cuerpo de Vicky, entendí que había recobrado las energías y estaba en disposición ofrecer un nuevo acto de aquella sesión interminable. Su espalda se arqueó de una manera casi antinatural para permitir que Gastón entrase una y otra vez como cuchillo en mantequilla caliente. Las potentes y depiladas piernas del dueño del bar se tensaban cada vez que empotraba salvajemente el cuerpo de Vicky contra la polipiel del sofá, que por otra parte se quedaba pegado en los pechos de mi esposa, haciendo un sonido de despegado tan potente que podíamos escuchar con perfecta claridad. Parecía que a Anna la imagen de su marido penetrando a mi esposa le había terminado por desquiciar, pues el gesto de sus ojos de total enfado era contradicho por sus labios y sus manos, ya que por un lado unos eran apretados hasta casi quedar hechos un solo elemento y las otras se movían frenéticamente a lo largo y ancho de su entrepierna.

 

  • Dios...dios...joder...sigue…- Se escuchaba gritar a mi mujer con una voz desencajada que no le había oído nunca utilizar pues salía de lo más profundo de su ser.

  • Claro que voy a seguir zorra, venga, muévete, aprieta ese culazo un poco más.- Gemía Gastón a la vez que mi mujer juntaba las los glúteos todo lo que podía para hacerle más placentera la penetración al cerdo del marido de Anna.

 

Al mismo tiempo que esto sucedía, Thomas y Adriano ya vestidos, sacaron de nuevo sus pollas y se las empezaron a menear a menos de un metro de la improvisada pareja. Gastón cogió entonces por la cintura a Vicky y la dejó de nuevo a cuatro patas pero esta vez en el suelo, delante de los dos chavales. Mientras ellos la miraban de nuevo entregados al deseo, al mismo tiempo que se masturbaban, el dueño del bar se puso en cuclillas y agarró a mi mujer de las caderas, comenzando a darle una follada apoteósica apoyado tan solo en las puntas de sus pies, bajando bien la cintura como si se tratase de dos perros en celo. El pelo y las tetas de mi mujer rebotaban salvajemente, Gastón iba aumentando la frecuencia de bombeos por segundo a la vez que su cuerpo expulsaba mayores cantidades de sudor e iba tornándose de un rojo oscuro, resultado de la tensión acumulada. Fue en ese instante cuando su mujer, a mi vera, lanzaba un sonoro suspiro y soltaba sus manos, fruto de haber tenido un contundente orgasmo; cayó al suelo quedándose sentada con la mirada perdida. Yo continuaba mi masaje genital, sin aumentar el ritmo, esperando por si algo más acontecía.

 

  • Oh…- Soltaba mi esposa- Oh...si...que gorda, la noto muy gorda, córrete así vamos, no pares hasta que te corras, venga cabrón.

  • Grrrr, te voy a rellenar bien joder, ya casi me corro, pfff, aguanto...aguanto…

  • Venga fóllame y cállate, fóllame.

 

Un grito rompió la imponente escena nocturna, tal fue la intensidad que devolvió al mundo de los vivos a Anna. Gastón era el emisor de ese aullido que continuó mientras descargaba todo hasta lo más hondo de Vicky, la cual, soltó unas tímidas lágrimas debido al esfuerzo de mantenerse a cuatro patas recibiendo con tanta contundencia.

 

Cuando Gastón recuperó la verticalidad tras pasar un tiempo sentado con las piernas temblando, se dirigió a los dos chavales- Cogedla y subidla a la mesa de billar.

 

Éstos obedecieron sin rechistar, dejando por el momento de pajearse mirando la escena y pasando ser parte interviniente de nuevo. Vicky esta vez volvió a poner cara de extenuación, pero decidió no negarse porque sabía que Gastón le estaría preparando la última sorpresa.

 

  • Sujetadla bien, que no se mueva esta guarra, que tiene que terminar de disfrutar.

 

Los chicos, con mi mujer sentada hacia el interior de la mesa, la sujetaron de pies y manos al mismo tiempo que gastón se dirigía con cara de vicioso hasta ellos. Abrieron bien las piernas después de un gesto esclarecedor del marido de Anna y éste posó sus manos sobre la rajita totalmente sonrosada de ella. Puso sus dedos corazón y anular sobre el clítoris de mi esposa y con una delicadeza inimaginable unos minutos antes cuando la reventaba contra el sofá y el suelo, hizo que se corriera entre numerosos espasmos al menos tres veces, que son las que pude contar que Vicky se retorcía sin poder ir a ninguna parte. Después de la última, al fin la liberaron de su prisión, mi esposa se limitó a recostarse sobre el tapete y tanto Thomas como Adriano acabaron corriéndose al unísono sobre el cuerpo inerte de Vicky, que tan solo después de sentir como algo resbalaba por sus tetas y su estómago, lo acarició sin mucha atención dejándolo totalmente restregado por el cuerpo. Fue en ese momento, bajo la atenta mirada de Anna, cuando eyaculé de manera abundante llenando el suelo del almacén de una acumulación espesa que se había ido generando durante toda la noche.

 

Epílogo, por Vicky

 

Esperé hasta estar montados en el avión de vuelta a España, había estado buscando la forma de explicar aquello. Durante los últimos días que estuvimos en Australia, la verdad no sabía cómo ni de qué manera relatar aquel despropósito, que podía hacer saltar por los aires nuestra relación. Me dispuse entonces, tartamudeante, a comenzar la introducción:

 

  • Damián…

  • Lo sé, lo vi todo.

 

Mi cuerpo encogió hasta casi desaparecer y la sangre tornó escarcha.

 

  • Lo disfruté. Tranquila, te sigo amando- Dijo él, dejándome de nuevo enmudecida.

  • Y yo.

  • Me lo pagarás.

  • Lo sé.- Contesté por último, mientras mi marido volvía sus ojos hacia el libro que había estado leyendo y yo, perfecta conocedora de cuando hablaba en serio, decidí relajarme y esperar, me puse las gafas de sol y me recosté sobre el reposacabezas iniciando un nuevo y largo viaje...