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Las antípodas (Capitulos IV - V)

en Hetero: Infidelidad

Capítulo 4: Las verdaderas vacaciones por Damián

 

Tras haber acabado mi mujer de contarme lo sucedido, de lo cual me sorprendió la cantidad de detalles que era capaz de relatar, los dos continuamos caminando hacia el hotel sin cruzar ni una sola palabra. Supuse que ella tenía que estar sintiendo un miedo atroz a mi reacción y que el silencio podía inquietarla aún más. El problema estaba en que mi estado de estupefacción no me permitía verbalizar nada de lo que mi mente cortocircuitada intentaba procesar. Entramos al hotel tras saludar amablemente a la recepcionista y nos dirigimos por la escalera hacia la habitación. Mientras Vicky abría la puerta, yo posé mi mano derecha en su cuello retirando su pelo de la oreja y hasta allí dirigí mi boca, para bajar lentamente por su nuca con delicados besos. Mi mano izquierda desabrochó el primer botón de sus vaqueros con intención de dar la suficiente amplitud a mi otra mano, que se introdujo a través de la goma de su tanga, atravesando la redondez de sus glúteos hasta llegar a la zona más humedecida de su cuerpo. Aún sin haber entrado a la habitación, apoyados contra la puerta, mis dedos recorrían su ser mientras ella con ligeros suspiros daba muestra del punto de excitación alcanzado por el momento. Sin hablar ni una sola palabra, al fin nos adentramos en la estancia y yo, cerrando la puerta con una ligera coz, me dispuse a bajar hasta las rodillas los pantalones de mi mujer. Se colocó en posición de arqueada alabanza felina sobre la esquina de la cama y de esa manera solventamos salvaje e irracionalmente una de las situaciones más extrañas de nuestra amplia convivencia en común.

 

Desperté aún confuso y creyendo que la última parte del día anterior no había sido más que un extraño sueño. Cuando recuperé la noción de la realidad, no pude más que apartar esas cruzadas sensaciones y así afrontar una jornada ya planificada, lo más cercana a la normalidad posible.

 

Teníamos previsto un ruta corta y calmada al lago Albert, nos hicimos unos bocadillos comprando algo en el supermercado del pueblo y durante toda la mañana y hasta la hora de comérnoslos estuvimos haciéndonos fotos, paseando y montando en unas pequeñas barcas que permitían ir por cerca de la orilla. Ya por la tarde nos acercamos a un lugar desde el que se podían divisar diferentes especies de aves y en una pequeña población cercana a la que nos hospedábamos, visitamos un museo que hablaba de los primeros pobladores de la zona, tanto los indígenas como los colonos. Tomé unos cuantos apuntes para un proyecto que tenía en mente al volver a casa y después de merendar una espectacular tarta de manzana en una pastelería de la zona nos dirigimos de nuevo al hotel.

 

Cuando de nuevo mi mujer se metió a la ducha, yo me entretuve con el móvil echando un ojo al periódico deportivo. Así continuó la extraña normalidad que nos había acompañado durante todo el día, en el que parecía que el momento de la bomba lanzada por Vicky la noche anterior jamás había ocurrido. Yo desvié mis pensamientos que en ese momento de soledad volvían hacia el análisis de tal confesión y cuando la aplicación por fin volvió en sí, me di cuenta de una cosa.

 

¡Ostia!- Dije gritando.

¿Qué? ¿Que pasa?- Respondió mi mujer desde el baño.

Nada, que juega España hoy. Y por la hora a la que és igual podemos verlo si lo dan en alguna parte- Dije yo bastante iluso.

Damián, cariño, primero, no digas “¡ostia!” así porque me has asustado y segundo, ¿de verdad te crees que van a poner a la selección en un pueblo perdido del sur de Australia?

Cierto...bueno igual no saben casi ni lo que es el fútbol así que…

Pues eso, bueno sino si es más tarde escúchalo por internet- Me dió Vicky como solución.

Bueno, jugará cuando aquí sean las dos de la mañana...

 

La cosa quedó ahí y a las nueve de la noche nos dirigimos de nuevo al mismo bar del día anterior.

 

¡Hola!- Dijo en un extraño pero voluntarioso castellano la dueña del local, tras contestarle nosotros lo mismo a la vez que nos reíamos, ella siguió diciendo- ¿tanto os hemos gustado que vais a repetir hoy?

Por supuesto- Contestó mi mujer- Tanto la comida como la gente así que…

Bueno pues muchas gracias, sentaos en la misma mesa de ayer si os apetece.

 

Era viernes, por lo que el bar estaba mucho más lleno, tan solo quedaban vacías para la cena nuestra mesa y un par más. En la zona recreativa y de copas todavía no había nadie ya que todos se estaban centrando en la comida. Ese día optamos por algo de pescado frito, una ensalada y un queso que al parecer elaboraba una familia del pueblo. En el postre nos decidimos por un granizado de licor de café, que por supuesto iba muy cargado. No se si fue por el café pero Vicky y yo nos pusimos a hablar de una cantidad ingente de temas tanto personales como sociales y políticos. Hubo un rato en que nuestras posiciones se encontraron un poco y como solemos ser apasionados en el debate sentí algo de vergüenza cuando me percaté de que había alzado demasiado la voz, por otra parte, nadie se había dado cuenta porque entre que la zona de cenas se había vaciado en pro de la de copas y como la música había aumentado su volumen no hubo ninguna mirada acusadora. Después de relajar el asunto llegando a unos puntos en común, nos dispusimos a jugar al billar. En ese momento mientras la camarera hacía zapping en una tele sin volumen, vi como por un canal de deportes anunciaron que las dos de la mañana darían el Rusia-España y mi efusiva reacción hizo que la dueña se acercara a nosotros.

 

Si os quedáis hasta tarde os pondré el partido, ¿os gusta el fútbol no? En España gusta mucho...yo lo sé porque he estado en dos ocasiones…- Nos dijo divertida.

Jajaja, si si, claro que gusta, pero igual es muy tarde- Le respondí.

Es viernes y este es un pueblo pequeño, además el bar está aislado de casas y no molestamos, mientras haya clientes estaremos abiertos.

Muchas gracias Anna- Dijo Vicky, que al parecer sin que yo me hubiese enterado le había dicho su nombre el día anterior- Si conseguimos aguantar nos quedaremos.

Yuhuuuu…¡fiesta!- Dijo la dueña.

 

En ese momento salió de la cocina un hombre también entrado en la cuarentena pero bastante bien cuidado, más de uno noventa, barba recortada y bastante ancho.

 

¿Has dicho fiesta cariño?- Dijo él mirando a la dueña, por lo que dedujimos que era su marido.

Sí, eso he dicho. Éste es Gastón, mi marido. Es el cocinero- Gritó por encima de la música la dueña mirándonos a nosotros.

Encantados, está todo buenísimo- Gritó también mi mujer.

Ohh, gracias, muchas gracias señorita- Dijo él.

Señora- Dijo su mujer indicándome con el dedo.

Por supuesto…-Dijo él- Un placer.

 

La música estaba bastante más alta que el día anterior, no había nadie que nos sonase del día anterior y nos dispusimos a jugar al billar. En la otra mesa de billar se reunía parte de lo que parecía un equipo de rugby por las sudaderas y el aspecto de los muchachos. Al fondo del bar en la zona de sofás, varias parejas hablaban entre ellas y otras, se besaban con cuidado de no calentarse demasiado. En la barra del bar se arremolinaban unos cuantos grupos de mujeres y hombres teniendo divertidas conversaciones entre risas y por todo el lugar había aquí y allá gente bailando bajo guitarras de rock duro.

 

No he comentado que yo ese día había elegido el mismo pantalón vaquero, una camiseta de Motörhead con una amplia muñequera de cuero que daba fin a mi brazo izquierdo tatuado al completo. Me había peinado de una manera más agresiva, para arriba tipo pincho aunque no demasiado largo con los lados bien cortos y marcados. Me dí dos pizcas de colonia y terminé el atuendo con unas botas de cuero a juego con la muñequera. Vicky eligió un vestido ajustado hasta las rodillas de tela gris con la zona de las caderas en tela de ante negro con escote redondeado y una cinta que le rodeaba el cuello a modo de sujección para el vestido. Se había ondulado el pelo por completo y terminó su atuendo con unos botines de tacón negros que realzaban su figura ya de por sí exquisita.

 

Cada vez que se doblaba en cada tirada de billar una desmesurada cantidad de ojos se posaban en su trasero cosa que a ella aunque disimulada yo sabía que le gustaba mucho. Tanto ella como yo intentamos durante un rato evitar hacer comentarios al respecto pero al final de la segunda partida se me acercó y me dijo al oído:

 

¿Tu crees que todos esos tienen ganas de follarme?

 

Al parecer, su confesión del día anterior no le había hecho dudar en exceso, más bien le quitó un peso de encima que le hizo terminar de deshinibirse. O quizá no fue la confesión si no mi contestación en forma de duro sexo.

 

Joder...mira que eres bestia...yo creo que sí pero no seas guarra y no provoques tú aún más.

¿Por què? Tu siempre dices que una de tus fantasías es que me folle otro no...pues aqui otro...hay muchos...otros…

Ya ya...pero ya sabes que cuando pienso una fantasía me pone mucho...pero luego la realidad es más complicada de asimilar.

Ya...ya...que eres un celoso- Me dijo mientras me besaba con fuerza en los labios.

No, celoso ya sabes que no soy, soy huma…-Y me cortó para darme otro beso y seguir jugando.

 

Eran como las doce de la noche y el sitio se vació un poco pero aún mantenía un ambiente bastante bueno. Entró por la puerta Ryan, esta vez solo y tras saludar a los chicos del equipo de rugby se dirigió a nosotros y nos dijo que iban con él a la universidad en Adelaida. Su hermana nos había comentado la anterior noche, que el viernes tenía fiesta en casa de una amiga, por lo que Ryan había venido solo esta vez. Se sentó con nosotros y tras hablar un rato de cómo era el sistema universitario en Australia ya que a mi me interesaba bastante, hizo un gesto a la barra para que nos sirvieran tres de lo mismo que ayer. Los mozos del equipo de rugby se sentaron en el sofá de al lado y nos dijeron si queríamos jugar a los dardos con ellos. Hicimos parejas en las que Vicky y yo siempre fuimos juntos, pudimos ganar alguna de las partidas que reverdecieron mi habitualmente hastiado orgullo patrio. Cada vez que tiraba mi mujer, los estudiantes, todos jóvenes, no podían evitar sonrojarse cuando se inclinaba ligeramente arqueando la espalda. Ya solo quedaban cuatro chavales del equipo y Ryan con nosotros, pues los demás se habían ido yendo por diferentes motivos. Las parejas del fondo del bar también desfilaron para afuera y a eso de la una de la madrugada tan solo quedábamos unas veinte personas dentro.

 

Durante un rato cambiaron el rock para disgusto mío, pero me recuperé del drama al escuchar que el pinchadiscos que a la postre era el cocinero que a la postre era el dueño había elegido buena música negra tanto clásica como actual. Para Vicky fue inevitable no empezar a mover las caderas y ponernos los dos a bailar a un lado del bar. Los chicos se quedaron hablando entre ellos y de vez en cuando lanzaban miradas furtivas al cuerpo de mi mujer, lo cual yo pude entender pues en su situación hubiese hecho lo mismo. Cuando el estilo volvió a cambiar y al parecer por los pulgares levantados de Gastón era por nosotros, sonó por los altavoces música latina que obligaba a pegar los cuerpos de manera considerable. En ese momento Vicky volvió a hablarme desde muy cerca, besándome el cuello me rodeaba con sus brazos y movía sus caderas alrededor de mis manos.

Puff...no se si será el café que me ha puesto como una moto o el alcohol que me ha subido pero estoy muy cachonda, me metería tu rabo ahora mismo.

 

Yo ya me había dado cuenta de su estado tan solo mirándole a los ojos, a mi me apetecía tanto o más metérselo. Sus sórdidas palabras me pusieron muy bruto y le agarré el culo muy fuerte como si le fuese a desgarrar el vestido ahí mismo para acabar poníendola contra la pared.

 

Me estoy controlando para no metértela aquí mismo.

¿A qué esperas?-Dijo ella mientras se reía de una forma muy pícara.

 

Anna la dueña apareció en ese momento para sacarnos del estado de trance.

 

Lo siento chicos, era solo para deciros que vamos a hacer una ronda de chupitos por cuenta de la casa, para que os acerquéis a la barra.

Gracias Anna, ahora mismo vamos- Dijo Vicky frotándole el hombro.

 

De la mano de mi mujer y con un bulto prominente bajo mis vaqueros oculto solamente por la dureza de la tela, nos dirigimos a la barra a tomar varias rondas de chupitos. La primera fue invitación y el resto las fuimos pidiendo mientras hablábamos con Anna y su marido. Estuvimos charlando del viaje, de nuestros respectivos trabajos y de recetas de cocina. Para compartir diferentes recetas, Gastón se fue con Vicky a la cocina y le estuvo enseñando, desde donde yo los veía, los ingredientes con los que preparaba las salsas y los modos de cocinarlos. Mientras tanto, me quedé apoyado en la barra hasta que se acercó Anna.

 

¿Os quedaréis a ver el fútbol no?- Dijo ella.

Yo creo que con la hora que es ya, pues ya sí, jaja, solo queda media hora para que empiece.

Eso eso, la noche es joven. Bueno la noche es joven, yo no tanto- Dijo ella entre risas.

No mujer, no digas eso- Le contesté cortesmente.

No enserio, ya tengo una edad, cuarenta y uno para ser exactos ¿pero me conservo bien verdad?- Dijo a la vez que daba una vuelta completa. Yo, sin saber que decir, me limité a sonreirle.

Necesitaba aliviar la vejiga, así que me dirigí hasta los baños que estaban situados al fondo de la gran estancia principal del local. Al salir, ya mucho más relajado, observé a través de una puerta entreabierta, una sala pequeñita con las luces apagadas pero en la cual se podía distinguir una mesa de billar en centro y varios sofás alrededor.

 

Es nuestra mesa privada, la utilizamos solo cuando vienen buenos amigos.- Dijo una voz tras de mí, la cual me sobresaltó ya que no me la esperaba. Distinguí el tono grave pero amigable de Gastón, que también entró al baño.

 

Capítulo 5: Siempre he preferido las segundas partes, por Vicky

 

Terminando de oler las diferentes especias con las que Gastón me había estado ilustrando su gusto por la buena cocina, lo vi volviendo del baño junto a mi marido. Los ojos de ambos estaban vidriosos, imagino que de manera similar a la mía, pues los chupitos no habían dejado indiferente a nadie en aquel garito. La hora de inicio del partido se acercaba, quedó patente cuando la música dejó de sonar y por la pantalla principal que tenían adosada en la pared más grande, apareció la efigie lechosa de Andrés Iniesta formado junto a sus compañeros mientras sonaba el himno de España. Parecíamos nosotros los «guiris» ya que mientras la poca gente que quedaba en el bar, incluidos los dueños, tarareaban de aquellas maneras las notas patrias, Damián y yo, nunca dados a enarbolar los símbolos nacionales, nos limitábamos a sonreir lanzando tan solo algún «lolo, lolo». Nunca me hubiera imaginado a mi misma relatando un partido, pero para poner en situación, diré que la primera parte pasó sin pena ni gloria entre una concatenación eterna de pases sin que llegase nunca el gol que hubiera hecho sacarnos a los presentes, del aburrimiento que tan solo se veía amortiguado por las incontables rondas de chupitos que seguían saliendo. Aprovechando que yo me había puesto un cojín sobre el estómago, manía que tengo siempre que veo la tele, mi marido se atrevió a inmiscuirse entre mis muslos sin llegar a adentrarse por los bajos de mi vestido, tan solo presionando superficialmente la entrepierna.

 

Céntrate en el partido cariño- Le dije de manera burlona.

Joder, pero si es un coñazo, después de tanto chupito lo único que me apetece es llevarte a una sala que he visto ahí al fondo y darte lo que te mereces.

No seas desagradecido, después de que esta gente se está tragando el tostón de la primera parte, no nos vamos a ir, que somos los únicos españoles que están en el bar- Le contesté, con el único ánimo de ponerle más nervioso, pues yo tenía tantas o más ganas de montarle.

Que mala gente eres Vicky- Remató.

 

Gastón y Anna se habían tirado todo el rato que duró la primera parte hablándose al oído y dándose largos besos protegidos por la oscuridad que les proporcionaba una columna. La verdad es que hacían muy buena pareja y para tener más que cumplidos los cuarenta, tenían una imagen estupenda. Ryan y los tres jugadores de rugby que aún quedaban, tenían suficiente diversión pinta tras pinta, mientras intentaban de manera más que lastimosa decir correctamente los nombres de los jugadores españoles, «Torués» se entendía cuando aparecía en imagen Fernando Torres. Pero cuando las lenguas se les retorcieron del todo fue al insistirles nosotros para que dijeran Jésus, remarcando bien la J, al salir Jesús Navas al campo. Todos los presentes fuimos incapaces de contener la risa al escuchar tan penosos intentos lastrados aún más por el alcohol. Cuando el terreno de juego volvió a aparecer en la pantalla un minuto antes de dar comienzo la segunda parte, Gastón se acercó hasta nosotros y nos dijo que se iba a ir con dos de los jóvenes a echar unas partidas a la sala privada del fondo del bar, de la cual Damián me había hablado antes.

 

Para no molestar a los que quieran ver el partido y poder poner algo de música - Añadió hablándonos desde más cerca.

Gracias Gastón, pero ya que me he quedado, voy a terminar de verlo- Contestó mi marido.

Bueno, pues yo creo que sí que voy a ir eh, porque aquí me estoy quedando dormida- Respondí mirando a Damián.

Tira, tira, ve, que si te quedas frita yo no te llevo al hotel luego en brazos- Contestó en Castellano, por lo que Gastón se quedó con cara de duda unos segundos y Damián intentó explicar en inglés - Que le he dicho que...bueno...era una broma, dejadme- Concluyó mientras se llevaba el dedo a la sien y lo giraba aludiendo a que estaba un poco tarado.

 

Le dí a mi marido un sonoro beso que hizo Gastón lanzara un - ohhh- y me fui con él, con Anna y dos de los chicos jóvenes hasta la habitación del fondo. Al llegar, Anna encendió las luces y puso música, ahora el estilo era más calmado, mezclas de bossa novas con suave y monótona música electrónica, que la verdad a esas horas se agradecía.

 

Yo voy a volver con Ryan, Damián y Freddy- Nos comentó Anna- No sé por qué, hay algo en el fútbol que me hace tener que verlo siempre que lo dan por la tele, y siempre me quedo mirando como una tonta, pues la mitad de las reglas aún no las entiendo.

 

Ahora, devolviendo la broma, fueron ellos los que se dieron un beso con ruido, y yo la que lanzó el -ohhh-. Pronto decidimos que yo iría de pareja con Gastón, siempre me había gustado jugar al billar aunque yo pensase que no lo hacía con demasiada destreza y Gastón me advirtió de que era bastante malo, cosa que luego no se materializó cierta. Los dos chicos, Thomas y Adriano, que así se llamaban, no paraban de hablar bajito y lanzar risitas mientras sus caras que estaban de por sí rojas por el alcohol, alcanzaban si cabe un tono más escarlata fruto de las carcajadas que acaban soltando. Para rondar los veinte años, la verdad es que parecían mayores, no ya por la cara, si no por lo voluminoso de sus cuerpos. Era cierto que Adriano sobrepasaba a Thomas por todos los lados, tanto en estatura, pues alcanzaba casi los dos metros, como en anchura, ya por apariencia, diría que estaría en los 120 kg de peso sin riesgo de exagerar, eso sí, no se le veía para nada gordo. Yo, tal como se había estado percatando antes mi marido, fui consciente de que cada vez que me daba la vuelta o me agachaba para tirar, los dos chavales tenían que hacer grandes esfuerzos para que no les pillase de manera descarada mirándome. Aunque cada vez disimulaban menos ya que la graduación en su sangre les iba mermando la vergüenza.

 

La primera partida la perdimos, Thomas y Adriano chocaron sonoramente sus manos mientras daban bramidos al estilo Neozelandés, aunque con bastante menos fortuna. En la segunda ronda, yo cumplí metiendo unas cuantos bolas y Gastón remató la faena haciéndonos ganar la partida. Nos fundimos en un efusivo abrazo de alegría durante el cual, pude notar todo su cuerpo pegarse al mío. Hicimos una pausa antes de la partida desempate, Gastón sacó cuatro cervezas de una pequeña nevera y nos las repartió. Los chicos se quedaron hablando de lo que parecía la estrategia para la siguiente partida, pues se les veía realmente picados al haber perdido la segunda.

 

Tu marido tiene toda la razón.

En qué- Contesté a Gastón intrigada.

Los muchachos, llevan toda la noche comiéndote con los ojos y estos dos, los que más, jaja.

No seas malo, ya me he dado cuenta, pero es normal, son jóvenes y tienen las hormonas alteradas.

Yo soy viejo y las sigo teniendo igual de alteradas que de joven, osea que no es excusa.

No, eso ya es vicio- Contesté riendo y dándole un pequeño empujón en el hombro.

 

Desde el inicio de la ronda de desempate, Thomas y Adriano comenzaron su estrategia de despiste, cada vez que íbamos a tirar, tosían, nos guiñaban un ojo o sacaban la lengua.

 

Como se nota que el alcohol os ha dejado tocado el cerebro.- Les dije para meterme con ellos y que me dejaran tirar tranquila.

No es el alcohol, son las ganas de ganar, somos muy competitivos.

Pues hay que ganar jugando limpio- Contestó Gastón lanzándoles una mirada asesina mientras se llevaba los dedos a los ojos y les señalaba a ambos.

 

Teníamos la partida en nuestra mano, todas las demás bolas habían caído dentro de los respectivos agujeros y yo tenía la negra a huevo. Adriano se levantó muy nervioso y empezó a dar vueltas a la mesa de billar mientras miraba fijamente la bola como intentando moverla con la vista. Se quedó a mi lado mientras yo permanecía reclinada sobre mis botines negros, con los brazos preparados en el palo y la punta de mis pechos rozando el borde de la mesa de billar. En esa postura, el vestido gris ajustado que había elegido para esa noche, se subió tanto que tuve la certeza de que Thomas y Gastón, que estaban tras de mí, casi tendrían una visión privilegiada del inicio de mis nalgas. Pero ya era muy tarde para moverme a colocarme bien el vestido, la negra podía presentir el tacto de la blanca, pues esta última empezaba a ser objeto de la amenaza del taco sobre su superficie. Justo cuando me disponía a lanzar mi brazo, Adriano posó el suyo sobre mi espalda arqueada y moviendo dos dedos hacia la curvatura de mi columna, continuó bajando acabando su viaje en el doble de mi vestido, que en ese momento ya se encontraba mucho más arriba de lo que el recato recomendaría. Me quedé totalmente quieta al notar que sus dedos terminaban de hacerle el trabajo al elástico, acabando de subir el final del vestido hasta mi cintura, dejando mi culo totalmente al aire, cubierto solo por el culotte gris oscuro que tanto le gustaba a mi marido. La música continuaba sonando indiferente a la situación que se estaba dando, pero sus notas casi acompañaban el momento con unos tímidos punteos de guitarra acústica. Adriano, al ver que yo no reaccionaba, llevado por la desinhibición, procedió a manosearme con su enorme palma mi voluminoso trasero. Cuando sus gruesos dedos pasaron por encima de mi vulva, aún cubierta por el tejido del culotte, dí un parpadeo y lancé mi brazo. La bola blanca rodó suavemente hasta la negra a la cual percutió con un chasquido, «chás», e hizo que esta segunda se introdujese en su destino, al mismo tiempo que la mano del sobón apretaba con fuerza hasta casi introducirse a través de tela, la cual se mojó considerablemente al contacto con mi vagina.

 

¡Idiota! Casi me haces fallar el tiro- Dije dándome la vuelta y propinándole una contundente bofetada- Pero te jodes que hemos ganado- Continué, a la vez de que llevé mis ojos hasta Gastón, que la lado de Thomas, no podían salir de su asombro después de observar la situación que se acababa de dar.

 

Agarré de la camiseta a Adriano y lo llevé hasta el sofá en el que se encontraba su compañero de partida. Lo tiré, o eso se dejó hacer, pues por su peso no era tarea fácil, contra el sofá, y con gesto autoritario grité.

 

¡Ni se te ocurra levantarte hasta que yo te lo diga!- Thomas sacó una ligera mueca de sonrisa- Y tú, de qué te ríes, lo mismo te digo- Terminé.

 

Dejándome llevar por la lujuria que se había apoderado de mi cuerpo, me dirigí hasta Gastón y apreté fuerte su mano, tirando de él hasta que llegamos a la mesa de billar.