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Tu silencio, mi música. Parte I

en Lésbicos

Ella estaba allí, era una estatua, un coloso hermoso, tallado en la Alejandría clásica, podría ser mármol blanco, granito o diamante. No se movía, sólo observaba, observaba pacientemente su alrededor. No hizo ningún ademán cuando por su lado pasaron dos perros jugando, ni cuando un niño formaba un berrinche escandaloso, ni volteó a ver cuando cuando la llamaban para que recogiese una pelota que había caído cerca del banco en el cual ella estaba sentada. Yo sólo la veía, y la veía. El dueño recogió su balón contrariado y se alejó, ella ni se inmutó, era invariable, incólume.

No parecía nada especial y desde la distancia a la cual yo estaba no podía distinguir mucho sus rasgos,  pero su figura denotaba algo de fragilidad mezclada con majestuosidad. No sé por qué esa mujer llamó mi atención así tan intensamente, tal vez era su visible "arrogancia" para con el mundo entero, o que era un gigante de hielo, no es que fuera muy alta pero los gigantes de hielo son así como ella, fríos e inamovibles. Iba a recoger mis cosas para irme del parque, me había recostado a un árbol esperando la caída de la tarde para irme a mi casa, justo cuando alzo mi bolsa de suelo veo que alguien se le acerca y se sienta junto a ella. No le dice nada y solo se miran, que cosa más extraña, hasta que el recién llegado hizo una seña con su mano, ella le respondió con otra seña y sucesivamente fueron aumentando el número de gestos entre ellos. Ah, pensé, ahora comprendo.

Me fui de allí sin dedicarle más que una mirada curiosa que nunca notó. Ese día recuerdo que llegué a mi casa y luego de cenar busqué en internet las señas de sordos y mudos, nunca había pasado de ver a dos personas con discapacidad auditiva haciendo ademanes y ver que cada gesto significaba algo concreto me sorprendió mucho, podían tener contenidos semánticos que significaran lo mismo en un solo signo como también en varias secuencias, además de lo cercanos que se volvían entre ellos gracias a las señas que tenían para identificarse. Todo era un mundo que yo no había descubierto y que en ese instante se abría para mí.

Desde siempre mi entorno estuvo rodeado de mucho sonido, primero porque soy músico, pianista de orquesta para ser más exactos, graduada de universidad y conservatorio, mi sueño siempre fue ser concertista de alguna gran Orquesta sinfónica, no sé... tal vez Praga, Viena, Moscú, Los Ángeles... Con alguna de esa me conformaba, pero a la edad de 22 años todavía tenía mucho camino que recorrer. Segundo en mi familia también son músicos mi padre es profesor de bel canto al igual que mi madre y mis hermanos tienen una banda de rock llamada The Stranger Things. Tercero, pertenezco a esa banda.

Las cosas habían ido bien para mí, a lo largo de mi vida, no podía quejarme de nada porque aunque hubiera situaciones dolorosas y difíciles, mis creencias siempre daban la razón a aceptar lo sucedido, el karma rige el mundo si eres bueno, vivirás bien, si eres malo, bueno las cosas podrían ir mal. Mis padres eran más bien amigos con que los que podía contar para casi cualquier cosa, mis hermanos igual, tres hombres de 27, 26, y 25 locos hasta más no poder.

Desde los 20 yo vivía fuera de mi lugar de crianza, el trabajo en una escuela de música me generaba ingresos decentes además de las comisiones en la orquesta que me permitían rentar mi propio departamento y salir de la casa de mis padres. Me gustaba sentirme libre e independiente, soy un músico, qué más puedo pedir.

Hasta aquel día en parque no había reparado con seriedad en las personas que no podían escuchar música ni nada, en la universidad nos habían enseñado de personas sordas que aprendían a tocar instrumentos con solo las vibraciones del mismo, y por ¡Dios! Claro que habíamos escuchado de Beethoven, pero yo al no estar en contacto con personas sordas no me había preocupado el tema, me reprendí un poco a mis misma por haber ignorado esa parte del mundo que me rodea. Esa noche aprendí a preguntar los nombres, la edad, como decir hola, gracias y hasta luego.

Mis visitas a ese parque se volvieron más seguidas y por consiguiente mi lugar siempre era el árbol a la distancia perfecta del banco donde aquella mujer se sentó. Desde el día que la vi, no había ido sino tan solo dos veces más. Y en ambas ocasiones compartía con el mismo sujeto que la había encontrado la primera vez que reparé en ella.

Mi fijación no era más que simple curiosidad, me gustaba pensar que podía acercarme y establecer una pequeña conversa con esas personas a través de mis escasos conocimientos y así ponerme a prueba a ver qué tal, y sería interesante también tener dentro de mi registro de conocidos a sordos. Habían pasado aproximadamente tres semanas desde mi primer vistazo y mis prácticas con los gestos había mejorado.

Cierta tarde llegué al parque y en vez de sentarme bajo mi árbol tomé asiento en el banco, no sabía si esa tarde iba a llegar el segundo visitante, no sabía si ella iba a llegar pero no me importó y esperé. Mis planes eran saludarlos y decirles mi nombre, que los he vistos conversar y que me gustaría saber un poco más del lenguaje de señas. Eso era todo, sin embargo esa conversación en señas la había repasado un millón de veces. Estaba nerviosa, conocer gente nueva no era muy sencillo para mí no obstante esas personas movían mi curiosidad al punto de atreverme a presentarme por mi misma (los que siempre me presentaron con el resto del mundo fueron mis hermanos).

Esperé por menos una hora y cuando ya estaba a punto de levantarme e irme a mi casa un poco decepcionada la verdad, la vi aparecer entre los arbustos y acercarse poco a poco. Era ella, la estatua de diamante.

Me quedé inmóvil con la vista en el horizonte, tratando de parecer relajada y pensando solo en que haría cuando se sentara. Ella vino en dirección del banco y creo que hizo un gesto de saludo en mi dirección, respondí como cualquier otra persona.

Ella tomó su lugar habitual y miró su reloj, luego como si se tratara de un robot solo esperó y esperó, se quedó quieta, muy quieta la verdad. Yo tenía nervios, por cómo reaccionaría ella si yo la abordaba tan de repente, pero esperé unos segundos más e hice un movimiento con la mano para llamar su atención.

Ella me miró tranquila, se veía tan serena tan apacible cuando hizo la seña de saludo.

SEÑAS: *

*Hola*

*Hola ¿cómo estás?* le hice saber que conocía un poco de lenguaje de señas.

*Bien, quién eres, porque no te había visto* esto lo entendí después de reflexionar un momento bastante largo, ella era rápida y yo apenas una principiante. Cuando estaba a punto de levantar sus manos otra vez yo contesté.

*Soy Jane* - le enseñé mi nombre letra por letra como se acostumbra por primera vez - *no manejo mucho el lenguaje de señas, espero tengas paciencia conmigo* claro, todo esto acompañado de expresiones faciales, son muy importantes.

*está bien... Mucho gusto Jane me llamo, S-I-L-V-I-A*.

Sonreí. Hice la fórmula que tanto había ensayado y ella me miró.

*¿Tu... eres... oyente…?* realizó lentamente su señas, cómo con miedo de seguir adelante.

-Si - dije con voz audible, inmediatamente me percaté del error y le dije.

*Si, ¿por qué?*

*Solo curiosidad* Sus gestos eran expresivos y me agradaba. Ahora que la veía más de cerca pude detallarla. No era la gran belleza por la cual todo hombre babea, pero si tenía (y tiene) muchos encantos. Sus ojos era lo que más me impresionaba, azules penetrantes, en un rostro delgado y blanco, le daba un aire de misterio y delicadeza. Su cabello era ondulado al estilo de Asami Sato. Su cuerpo, aunque no lo distinguía bien por el hecho de que ella cargaba ropa abrigada, se notaba delgado y esbelto. Era un conjunto digno. No había hecho mal en apodarle mentalmente estatua de diamante, eso era lo que parecía.

Me quedé quita un momento, no sabía que hacer o cómo actuar y mi repertorio de señas no era muy amplio que digamos. Al fin resolví por preguntarle que qué hacía allí.

*Espero a mi hermano* me dijo.

*¿El también no escucha?* respondí tratando de ser amable.

*No, él es oyente… y qué es lo que deseas saber* me miró expectante.

*Yo solo quiero conocer más señas, ya ves que no soy buena*.

Todo esto lo hacía lento y pausado, pensando todos los movimientos, porque en realidad no sabía mucho y podía confundirme y dar a entender otra cosa.

Y querido lector, lo que transcribo de la conversación en lenguaje de señas en realidad no sería como lo hago, es más sin artículos y significados exactos algo cómo "yo ser oyente, querer aprender más". Solo traduzco, por decirlo de esa manera.

Volviendo a donde estábamos. Ella me sonreía, pero yo no sabía identificar si se burlaba de mí o estaba siendo linda.

*Está bien, pero si apenas te conozco de hoy*. Me dijo.

*Bueno, entonces tendremos que conocernos mejor*.

Me sorprendía la sencillez con que expresaba cosas que en voz hablada no diría tan fácilmente, me resultaba más cómodo comunicar mis intenciones y deseos con las manos.  Es algo a lo que aún no le descubro el porqué.

Ella me enseñó la seña que la identificaba, era un movimiento rápido que pasaba justo debajo del ojo, con la punta de dos dedos en dirección de la sien y se curveaba hacia arriba, con los dedos señalando el cielo, como una especie de L viendo hacia la izquierda.

*Tu ojos son azules como el cielo* señalé.

Ella asintió, no sabía cómo decirle que aún yo no tenía seña, hasta allí no llegaban mis conocimientos. Es común que la marca de identificación te la coloquen personas de la comunidad sorda, no tú mismo. Ella me rescató del atolladero.

*¿Cuál es tu seña?*

*No tengo* eso era más fácil de decir.

Se quedó pensando un momento. Luego hizo una seña extraña, era como el movimiento de un fumador al retirar el cigarro de su boca. Justo sobre los labios en dirección hacia la mejilla derecha.

*Tu seña*

Repetí el movimiento *Mi seña*

Me embargo un sentimiento de alegría extraño, tenía mi seña. Tal vez no sea mucho y aún no sabía que significaba, pero era mi seña, es algo indescriptible, cuando sabes que lo que tienes es solo tuyo.

En ese momento llegó su hermano y le saludó, seguido se me quedó viendo extrañado.

Silvia se comunicó con él, solo entendí el deletreo de mi nombre. Sus señas iban volando y casi no podía identificarlas.

-Hola soy Santiago - me dijo aquel hombre alto y blanco extendiendo su mano, también parecía un gigante de hielo.

-Hola, soy Jane - dije estrechando su mano - aunque creo que ya lo sabes.

-Sí, mi hermanita me lo dijo. Y también comentó que le hiciste compañía mientras esperaba.

-Sí, hace tiempo que los veía por aquí... Me interesa el lenguaje de señas.

-Lo entiendo - miró a su hermana y le hizo una seña para que se levantara. Yo instintivamente también lo hice.

-Nos tenemos que ir a casa. Pero antes vamos a un café aquí cerca, si quieres nos acompañas.

-Está bien.

Me fui con ellos y tal vez fue la mejor decisión que tomé en toda mi vida.

Ese día me hablaron más de ellos y yo les conté sobre mí. Eran dos hermanos que vivían solos en la capital, ya que era más sencilla la educación para Silvia. Ella tenía 20 años y Santiago 27, él se encargaba de ella. Yo por mi parte les conté de mi trabajo y mi familia, que había rentado un departamento cerca y que estaba a su disposición para cualquier cosa.

Los ojos de Silvia se quedaron grabados en los míos, no dejaba de verme y era casi imposible no verla también. Cada vez que me comunicaba con ella era como compartir un espacio mutuo solo de dos. Era muy agradable.

Así pasaron 4 meses y yo había mejorado mi lenguaje de señas un 90%, nos veíamos después del trabajo de Santiago y el mío, a eso de tarde noche, yo la pasaba buscando en el parque luego que ella terminaba su día en la universidad. Santiago se unía a nosotras e íbamos para su casa o la mía.

Ella y yo nos expresábamos libremente, como si fuéramos amigas de toda la vida. La confianza crecía cada vez más y nos contábamos de todo.

Me enteré de que sus padres habían muerto cuando ella tenía seis años y Santiago trece, los habían adoptado su abuela materna, la señora fue buena con ellos por la condición de Silvia que era de nacimiento, la quería mucho. Ayudó a Santiago en sus estudios para que éste pudiera hacerse cargo de Silvia  cuando ella no estuviera. La anciana murió cuando él empezó a trabajar, era ingeniero eléctrico y trabajaba en la central eléctrica de la ciudad.

Silvia me comentó que ella no quería sentirse inútil e inservible, así que se matriculó en la universidad y empezó a estudiar educación para personas con discapacidad auditiva, su mención sería matemáticas (era y es buenísima con los números) cosa que le encantaba y estaba feliz de ayudar a otros como ella. Por el no uso de sus cuerdas vocales en los primeros años de su vida, estas se habían dañado. Era silenciosa, nunca emitía algún ruido, gorjeo o murmullo. Su respiración era lo único sonoro.

Yo la veía "hablar" y me perdía en sus manos, era ágil y rápida, perceptiva y atenta, cuando notaba que me distraía y mi vista subía a su cara para ver sus ojos tapaba su rostro con las manos y no decía más nada. La primera vez que pasó me asusté un poco, pensé que la había ofendido o dañado con algo que hiciera o dijera. La tomé de los brazos hasta que bajo las manos, le pregunté angustiada que le pasaba, si le incomodaba algo. Me dijo *No prestas atención a lo que digo y solo ves mis ojos. Eso me incomoda*, me sonrojé escandalosamente, esa nunca había sido mi intención. Me disculpé por lo que había ocurrido, pero es que sus ojos eran más que cielo, más que cualquier otro azul en este mundo, ese añil me cautivaba sin proponérmelo.

Ella supo todo de mí, no había cosa que le escondiera ni que me avergonzara de contarle, lo primero de lo que estuvo al tanto fueron mis preferencias sexuales, esto yo lo sabía desde hace unos años, pero nunca había tenido novia, solo un novio y antes de los 17. En realidad mi vida no había sido gran cosa hasta que la conocí y me inmiscuí en su mundo de silencio.

Las cosas para mí iban de un lado a otro, pasaba de estar bajo los riff de las guitarras metálicas de mis hermanos, a solo escuchar mi respiración y la Silvia, de mover mis manos sobre el 4/4 de cola en la orquesta a mover mis manos en múltiples signos y señas, de alzar la voz en la escuela a tener que callar por completo. A Silvia esto le intrigaba y en cierta medida le preocupaba, me lo hizo saber así:

*Jane, ¿no te molesta tanto silencio?*

*Por qué lo dices*

*Es que tu trabajo es el sonido, y cuando vienes no escuchas nada*

*Ah, sabes... La música siempre ha sido especial para mí... Nunca me imaginé sin ella. Pero a lo largo de estos meses tú también te volviste especial para mí, no importa cuánto silencio nos rodee, además no es absoluto.*

La vi sonrojarse, su piel blanca se tenía de rojo con rapidez, se veía tan hermosa.

*Acepté mi sordera desde que tengo memoria - decía, sus señas me tomaron por sorpresa, no esperaba que volviera a comunicarme nada después de su reacción - y hasta ahora no he lamentado nada porque nací así, pero... Ojalá pudiera oírte tocar el piano*

Le sonreí. También lamenté ese hecho, desearía que ella pudiera ir a un concierto o a una obra para la que yo tocara. Quería verla en primera fila, o en un palco privado donde yo la pudiera ver con claridad, sabía que en cualquier circunstancia tocaría para ella.

Hasta ese momento no creía sentir más que cariño fraternal y amor de amigas por ella, nunca puse en duda que sus sentimientos hacia mí eran los mismos que yo pensaba que tenía. Las mujeres siempre me gustaron y no dudaba de mis preferencias, pero en ella vi más una amiga que cualquier otra cosa, y no quería involucrarme de otra forma, sabía perfectamente que ella era heterosexual y si lo hacía podría salir muy lastimada, sin embargo creo que estaba olvidando mi posición hacia ella. Cada día me parecía más y más hermosa y atractiva.

Después de ese día pasaron muchos otros, ya iba a tener un año de conocerla y conocer a su hermano cuando un evento cambió drásticamente las cosas.

Yo la había esperado un rato bastante largo en el parque, en lo que ahora era nuestro banco oficial, se estaba demorando demasiado y cuando me disponía a marcharme porque pensé que tal vez su hermano ya había pasado por ella o ya estaba en su casa y por consiguiente me escribiría un mensaje. Justo en el momento cuando me levanto la veo acercarse apresuradamente, casi corriendo. Cuando llega a mí me abraza y llora profundamente, sin ningún ruido, solo su respiración honda e acelerada.

Yo estaba en medio de un shock por verla de ese modo, ella era fría y relajada, una gigante de hielo, esto jamás había pasado y dudaba hasta ese momento de que hubiera pasado. Pero el verla así conmovió los cimientos más sólidos de mí, la abracé fuertemente queriéndola proteger de todo lo que nos rodeaba.

Después de segundos muy intensos emocionalmente hablando, la separé de mí y la vi a los ojos, estos estaban rojos de lágrimas y sus mejillas húmedas, sus labios temblaban y amenazaban con venirse en llanto otra vez. La tranquilicé con pequeñas caricias en sus brazos y la senté junto conmigo en el banco.

*Dime que te ocurre* - le pregunté lentamente.

*Vi a mi hermano con otra mujer, no con su novia, con otra* - me dijo tratando de que no le temblaran las manos.

Me extrañé un poco, era normal este tipo de reacciones en un novio o en una novia que encontraba a su chica o chico en los brazos de otra persona, pero en alguien ajeno a la relación... Era como un poco raro, ya que por lo general se lo tomaban mal pero no tanto como Silvia se lo estaba tomando. Esa observación me llenos de dudas y la más grande me heló los huesos, si era lo que yo creía… ni siquiera lo quería saber.

*Lo siento, ¿y él te vio?*

*No me vio* decía parar luego volver a llorar.

*Pero ¡por qué lloras! Me preocupas demasiado, no tienes por qué estar tan triste*

*No estoy triste - me dijo viéndome fijamente a los ojos, yo solo veía sus manos - estoy es cabreadísima, me hierve la sangre*

Noté la furia en sus movimientos, ahora si estaba confundida.

*Espera un momento... ¿Por qué te afecta tanto?... No será que…  ¿Te gusta tu hermano? - le pregunté sin poder contenerlo más - porque no entiendo nada.

*No, no. No es eso - negó categóricamente y sabía que no mentía, ya había descubierto sus mañas al mentir así que no me engañaba - Es que es muy, muy complicado para mí. No sé explicarlo. No entenderías.*

*Aquí estoy, tengo todo el tiempo del mundo para que trates de hacérmelo entender*  - le dije notablemente aliviada de las dudas que tenía.

Ella suspiró y me miró suplicante, ahora veía en sus ojos cansancio mezclado con ira, era como encontrarse con un dragón con diez mil años de antigüedad. Yo la miré de la forma más sincera que podía, la miré más allá de sus ojos, miré a su alma y traté de entender.

*Es que... Yo soy así - me dijo después de apartar su mirada de la mía - Es algo raro, no soporto la deslealtad, la infidelidad. A nadie se le obliga a formar una relación sentimental con su novio o novia, son libres, hay libre albedrío (deletreó esa palabra, que linda se veía) ¿por qué tienen que engañar? No lo soporto, de verdad que no.*

Pensé un momento, no sabía que decir. Podía meter las de caminar y no quería eso. Su punto era válido, también creo que no hay justificación para ese tipo de actos.

*Oye, no sé qué decir respecto a tu hermano, pero si te entiendo y te apoyo*

*¿En serio? Toda la vida he odiado a ese tipo de personas. Okey está bien, si te gusta otra persona corta con la actual y ve, pero no mientras estás comprometido sentimentalmente hablando. Son sucios, arrogantes y malvados, con filosofías estúpidas.*

*Si - movía las manos con rabia y lo menos que pensé fue detenerla - vámonos a tu casa, te acompaño*

Nos fuimos andando hasta su departamento, era cerca y así, pensé, se le bajarían los ánimos a Silvia.

Cuando estaba a punto de abrir su puerta se detuvo.

*¿Qué pasa?* le pregunté.

*¿Y si está él allí? La verdad es que no me voy aguantar de darle sus golpes*

*No creo... Pasa, de todos modos me quedo contigo y así evito una tragedia - le dije sonriente.

Ella se quiso reír pero su orgullo pudo más.

Entramos y el departamento estaba solo gracias al cielo. La acompañé unos instantes  mientras se cambiaba y hacía la cena. No quería irme pero tenía que, ella tenía que enfrentarse a su hermano si llegaba esa noche. Eso era lo que más me preocupaba pero yo no podía hacer más nada, él se lo había buscado. Me inquietaba el estado de Silvia, nunca la había visto de esa manera, tan furiosa e iracunda, me asustaba que algo la dañara, que sufriera.