Hace muchos, muchos años, por casualidad conocí a una mujer cuya profesión era la prostitución.
Lucía, una de las muchachas más virtuosas y más guapas del lugar, había desaparecido.
¡Que vuelvan el rostro todos los que son aún amigos míos! Y diciendo estas palabras sacó del bolso que llevaba siempre colgando al costado, la cabeza de la Gorgona Medusa y la presentó al primer adversario que le acometía. ¡Busca a otros a quienes puedas conmover con tus milagros! gritóle éste despectivamente. Pero en el momento que se disponía a levantar la mano para arrojar su venablo, quedó petrificado
Ayer que te quería.
Cuando soplaron en la noche las auras, ninguna flor de aquéllas pudo ya sentir sus caricias.
La jornada nos ha dado suficiente botín; el acero y la red están húmedos de la sangre de las piezas muertas. ¡Pongamos, pues, fin a la caza por hoy! Reanudaremos tan alegre ocupación mañana, cuando la rosada Aurora asome en el cielo.
La propia Agave, agarrando con ensangrentadas manos la cabeza, creyéndola de un león, clavóla al extremo de un tirso y la paseó por los bosques de Citerón. De este modo vengóse el poderoso dios Baco del que había despreciado su divino culto.
"Por la salvación de mi alma, yo prometo meterme a fraile el día que mi caballo sea Dios,"
Encontrarás, en un prado solitario, una novilla que no ha sido aún uncida al yugo. Déjate guiar por ella y allí donde se eche a reposar sobre la hierba, eleva muros y da a la ciudad el nombre de Tebas.
Quizá para muchos no tenga interés lo que voy a contar; pero como a mí me conmovió profundamente, por nada de este mundo se me queda esta narración en el buche.
- Ven conmigo, preciosa decíale la extranjera . Te conduciré como botín a Zeus, el que blande la égida. Así lo han dispuesto los hados
¿Eres tú? - Sí. - Ven en seguida, porque ya se ha ido Pepe.
Muchos años pasaron: murió el padre de Felipe, y la pobre madre, acompañada sólo de la vieja esclava, siguió viviendo en la misma casa, siempre pensando en su hijo, de quien no tenía noticias y siempre mirando aquel tronco seco, que le recordaba el dicho de la negra: "¿Felipillo santo? Cuando la higuera reverdezca."
Faetonte apenas dejó a su padre tiempo de terminar: - Haz que se realice mi deseo más ardiente: ¡confíame, no sea más que un solo día, la dirección de tu alado carro solar!
"Don Lucas, ya tengo escuela."
La mina del Espíritu Santo, primera que se había descubierto en el reino de la Nueva Galicia, producía asombrosas cantidades de oro y plata; las recuas que allí llegaban con tercios de víveres y efectos de comercio tornaban cargadas de oro y plata para México
Inaco, el antiguo fundador y rey de los Pelasgos, tenía una hija de gran belleza llamada Ío. En ella se había posado la mirada de Zeus, el señor del Olimpo, un día en que la doncella guardaba los rebaños de su padre en los prados de Lerna. El dios se sintió preso de amor por ella
Una mañana la situación se puso seria, y no teníamos ya ni que empeñar, y era preciso comer aquel día. Pensando y meditando, ocurriósele a la Pepa vender una silla que el vecino de al lado nos prestó para que tuviéramos en qué sentarnos. La idea no era mala, y yo me comprometí a salir del paso.
veláronse las cabezas, desciñéronse los vestidos y arrojaron, como se les ordenara, las piedras tras de sí. Entonces se produjo un gran milagro: la piedra comenzó a perder su dureza y fragilidad, volvióse flexible, creció, tomó cuerpo; aparecieron en ella formas humanas.
Los primeros hombres que los dioses crearon formaron la llamada edad de oro. Mientras Cronos (Saturno) reinó en el Cielo, vivieron exentos de todo cuidado, semejantes a los propios dioses, libres de trabajos y penalidades. Desconocían todos los achaques, hasta los de la vejez.
Todo se había empeñado o vendido. En aquella pobre casa no quedaban más que las camas de doña Juana y de su hija Marta; algunas sillas tan desvencijadas que nadie las habría comprado; una mesita, coja por cierto, y la máquina de coser.
Pero las mulas del Virrey eran la envidia de todos los ricos y la desesperación de los ganaderos de la capital de la colonia.
¡Qué mujeres tan guapas encontraba a cada momento! Ya era una joven aristócrata envuelta en pieles, porque era invierno, cruzando en elegante carruaje al garboso trotar de una soberbia pareja de caballos. Ya una chula, arrebujada en un grueso mantón que ceñía su cuerpo, dibujando una cintura ideal, y que pasaba rapidamente a su lado.