Entonces contemplé todo en su verdadera esencia. Alberto hizo un quiebro, agachándose para facilitar el acoplamiento. Al hacerlo, asió su miembro para empezar a rozar de nuevo los labios e ir, perezosamente, encontrando su hueco. Unos movimientos magistrales que transportaban a Juana, al borde mismo
Calló. Abrí los ojos. Continúo callando. Ambos nos dormimos abrazados, como colegiales, mientras por toda la casa, resonaba la bestial y estruendosa follada de nuestras respectivas parejas
Una piel que, al comienzo de nuestras sesiones sexuales, sabía a L´Inmensiti, Essenza, Lucas Homme o Tom Ford pero que tras toda una noche, al despertar juntos, al volverme a sentir húmeda, al volver a aproximarme buscando su falo, olía a transpiración pecaminosa, a pringue corpóreo, a toda la lefa
Ellas solo que con mayor edad, han descubierto lo mismo que yo. Vida igual a tiempo. Y es eso, la edad, lo que les lleva a juzgarse con crudeza y tratar de acelerar los pasos en busca de algo que durante décadas se negaron; una nueva experiencia.
Esa misma noche, lo acogió gozosamente entre las piernas. No. Abel no era ni el más guapo, ni el mejor dotado que le había hecho morder una almohada. Pero su perpetua disposición a escucharla, sin retirar oreja, atención o mirada, o su rápida, sublime y entregada corrida, la enamoraron.
Y ella allí, entregada y sucia, exhalando sobre la puerta, echando hacia atrás el trasero en su desesperada busca. Y el, pícaro y cabronazo, dando un pasito hacia detrás para luego compensar con otros dos que parecían querer atravesarla. Hasta que sucedió. Lo tenía todo milimétricamente calculado.
Alejandra estaba allí, alpargatas horteras, un vestido de abuela, pelo desgreñado y canoso con su enorme trasera ofrecida bajo la tela mientras hacía las camas. Te oí llegar aseguró al darse la vuelta Empiezo a conocer el ruido de tu coche, doctor. No soy doctor. No me importa respondi
Antuán no era un mal amante. Su fortaleza no paraba en un miembro inmenso o un cuerpo de prodigo. Su fuerte eran sus dos ojos azules Mar Egeo que jamás cerraba, incluso cuando retorcía su vientre sobre mi clítoris enfebrecido, retando a un duelo de miradas sucias para ver quien los cerraba antes para entregarse a la enajenación del sexo.
En aquellos años, Silvia no consentía bajo ninguna excusa una ducha mutua. Nunca, a pesar de conocer que, enjabonar su cuerpo luctuoso y dejar que ella enjabonara el mío constituía uno de mis más irresistibles y fácilmente ejecutables morbos. No la vería nunca gozar acariciando sus senos desde atr
Con mi cintura fuera del lecho, sin nombre se arrodilló lentamente, conmigo incorporada sobre los codos, observando curiosa como se acercaba, como colocaba mis muslos sobre sus hombros, como su mano así mi vientre que respiraba nervioso. Era el morbo de postergar lo inevitable, el eterno paso de un solo segundo.
La primera acabó arreciando contra mi culo, enhiesto y algo, conmigo hundiendo la cabeza en el almohadón, sufriendo calladamente por la baja consideración y las malas trazas. Alguien debería haberle explicado que a las tías, los azotes nos pueden llegar a gustar, si nos gustan, cuando el hombre que
Porque hubo un instante en que mi mente descubrió que sentía sus dedos y piel con un calor intenso, sin vestidos violáceos, y, sencillamente, me agradó tanto que no entendí como había aguantado tanto tiempo con un ser así, separado por tantísima ropa. Me retorcía entre las sábanas.
Grite el cuarto de los orgasmos aún más fuerte de lo que había gritado los tres primeros. Y sé que, para asegurarse de ser el único león, permaneció durante diez deleitantes minutos duro y dentro hasta cerciorarse de que su semilla era completamente absorbida.
Aunque mis puñeteras represas morales se negaran a publicarlo. Porque su segunda y tercera arremetida engrandecieron el hueco. Y a la cuarta, de pie en aquella cocina americana-salón minúscula, comenzó un vaivén sublime, vertiginoso, tajante, despiadado, aferrando mis glúteos para sacarla y atraer
Pilar copulaba con una forma canallesca. A pesar de su inexperiencia, no tardó en transformarse en toda una sibarita, una caprichosa dominante, una compulsiva adoradora del muy noble arte de copular con un hombre.
La imagen, ya de por si hipnóticamente erótica se caldeó todavía más cuando Rosario, recibiendo dentro de su boca la lengua de su amante, abrió los ojos para mirarme fijamente, sosteniendo la visión durante quince bullidos segundos Mira lo que me está haciendo amor. No eres tú y me estoy empapando para luego, regresar al tajo dejándome allí, de pie mientras las puertas se cerraban, fuera y desamparado, solo y notoriamente empalmado.
Y ni el cuchillo ni los temores a que Miguel me sentara para exigirme unas explicaciones que no sabría darle, lo impidieron. La tercera que recibí de pie, bajo la ducha cerrada, con el rostro empotrado contra el alicatado. ¿Saben lo que se siente con sus manos aferradas con firmeza a mis caderas, con sus salvajes bufidos acompasados al ritmo soez con que su bajo vientre golpeaba mis nalgas?
¿Cómo puede uno averiguar una infidelidad? ¿Un mensaje a deshora? ¿Un comportamiento poco habitual? ¿Una mayor obsesión por el acicalamiento?
Marcos besaba, tocaba, acariciaba con una destreza sublime. Era un hombre guapo y lo sabía, era un amante diestro y lo sabía.
Como a pedazos destroce la ropa que cubría el cuerpo de Nube nada más entramos, nada más sentí sonar el pestillo de la puerta, sin amparos, sin remilgos, loco, poseído, aguardando que ella en cualquier momento dijera no, solo quería jugar, para, esto es una locura, paremos, estoy casada, amo a mi marido y otras sandeces novelescas.
Cuando salimos, resultaba que Ana se había dejado las bragas en la sala común donde, devorando la polla de un asustadizo muchacho de dieciocho años, recibía los empentones despiadados de Mario.
Uno pensaba en que no pasaran 24 horas sino 240, dejando atrás el momento, el instante para dejarlo como algo olvidado, un desaprovechamiento, la salvación de todo lo logrado, la felicidad, continuar el camino. No, soy un hombre, muy hombre y como tal era incapaz de mostrarme fuerte frente a la tentación. ¿Por qué?...era tentación ¿no?.
Doña Telma y Doña Edelmira o eres una puta como le gustaba que ser llamada cuando su boca mordía de puro regusto la sábana del hotel de cinco estrellas donde la sodomizaba, fueron meras piezas del tablero que manejaba. Yo lo sabía, ellas, si eran inteligentes lo sabían y todos salíamos perversamente victoriosos de nuestros sexuales aderezos.
Lejos del asco, cuando al día siguiente desperté en una cama extraña y con el coño dolorido, escuchándolo bajo la ducha, volví a sentir la gana de dar a mi entrepierna alimento. Y me lo dio .como a una puta .una puta que agarraba su espalda como a un clavo ardiendo una puta pidiendo ser penetrada, follada, sodomizada hasta el agotamiento mental y físico.
A veces cuando me folla a cuatro patas, pienso que le excita y mucho saber que se está tirando a un miembro del rancio católico que tanto critica. Me humedece pensarlo así.