La polla de Edu seguía dentro de mí y no parecía disminuir de tamaño. Ton subió a la cama y se puso de pie ante mí. Agarrándome con decisión por el pelo, hizo que me metiera la suya en la boca. Cuando mi otro amante notó que me incorporaba, empezó otra vez el mete saca.
Me desnudé y fui hacia el pasillo de duchas individuales. Entré en una de ellas y me metí bajo el chorro. Mi mano bajó hacia el coño y apartando los pelos que lo cubre, mis dedos buscaron el clítoris. Me acaricié frenéticamente.
Obedecí. A mis cincuenta iba a comerme la primera polla diferente a la de mi marido. Mi lengua empezó a recorrer aquel enorme falo mientras su dueño lo dirigía para que no quedara ningún rincón abandonado. Lo notaba duro. Muy duro.
Entendí su mirada. Aquello se le había ido de las manos y hacia rato que había quedado al margen de la orgía. Además, por segunda vez en las últimas semanas le había humillado sin querer. Pero no sentí pena. Al fin y al cabo, era él quién había comenzado aquella historia.
Juro que cuando entramos en aquella habitación yo iba convencida que sólo quería verlos follar. No hubiera soportado quedarme en casa sabiendo que ellos estaban juntos, pero nunca pensé que me excitaría de aquella manera.