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Jopeo (2: La final)

en Grandes Series

Capitulo 2.

La final.

(Final: Última y decisiva competición en un campeonato o concurso)

Aquel domingo, extrañamente, Emilio no quiso formar pareja conmigo al dominó, excusándose con que tenia que hablar en una conferencia sobre un tema social a una hora determinada y no podría acabar la partida. (Dominó: Juego que se hace con 28 fichas rectangulares, generalmente blancas por la cara y negras por el envés, con aquella dividida en dos cuadrados, cada uno de los cuales lleva marcados de uno a seis puntos, o no lleva ninguno. Cada jugador pone por turno una ficha que tenga número igual en uno de sus cuadrados al de cualquiera de los dos que están en los extremos de la línea de las ya jugadas, o pasa si no la tiene, y gana el que primero coloca todas las suyas o el que se queda con menos puntos, si se cierra el juego.)

Los que le conocíamos no nos extrañábamos de sus raros asuntos. No debería haber muchas conferencias sociales un domingo a las 11 de la mañana, pero en fin, así era Emilio, y se quedó detrás de mí, viéndome jugar.

En un momento dado, tras consultar su reloj, me puso su mano sobre un hombro y me dijo:

Me voy a ese tema, camarada. Espero darte una sorpresa luego.

Y se fue. Yo me quede pensativo y un escalofrío de miedo me recorrió. Le conocía muy bien, y verme metido en sus historias era para salir corriendo a pedir confesión y testamentaría.

Regresó a las doce y cuarto. Traía una sonrisa de oreja a oreja, y nada mas entrar me hizo uno de sus gestos para que le acompañase a un lugar alejado de los demás.

He conseguido dos entradas para la final de la Copa del Rey para el próximo miércoles, compañero. Iremos a la final a dar colorido al triunfo de nuestro equipo y ser participes de la alegría de esta hermosa ciudad.

Pero … en serio? – no me creía que las temidas malas noticias fuesen tan buenas. Si no me había planteado ir a la final, era por el precio, no por falta de ganas, así que aquella invitación me sorprendió.

Por supuesto que es en serio, y además son de palco, así que deberás portar indumentaria apropiada para el evento. Veremos meter goles a Rexach cómodamente sentados en nuestra butaca de palco, con nuestro güisqui y nuestro puro.

Rexach ya no juega, Emilio, y no metía goles.

Su espíritu impregna a su sucesor. Espero que de los vegueros te encargues tu.

Por supuesto! Pero pensaba que no te gustaba el fútbol

Este evento transciende mas allá de un viril choque deportivo, es un acto social de la máxima categoría. (Veguero: Cigarro puro hecho rústicamente de una sola hoja de tabaco enrollada.)

Seguí soportando su extraña dialéctica, evitando siempre sus gesticulantes manos. Hablar con él a solas, era un ejercicio para el cuello, atento a sus manos, a su cabeza, y a sus aspavientos corporales.

Yo estaba muy ilusionado, era realmente una grata sorpresa y todos mis temores por venir la propuesta de Emilio, fueron borrados por la gran ilusión de poder asistir a la final. En cuanto llegué a casa me dirigí a mi esposa, en realidad no estamos casados civilmente, pero nos consideramos matrimonio:

Marta! A que no sabes que ha …

Escucha, ese amigo tuyo, ese raro, como se llama?

Emilio?

Sí, ese!

Pues precisamente ha sido él quién …

Ha salido en la radio

Qué?

Que sí! En un concurso!

Qué?

Estás tonto? Pues eso! Le he conocido por la voz y por la cháchara

Pero … cuéntame …

Pues era un concurso que daban dos entradas para la final de la Copa del Rey, pedían a los concursantes que adivinaran un bolero, y ha salido él Emilio ese y no veas …

Que … que ha pasado?

Pues que no solo ha acertado los cantantes, sino que las ha cantado enteras, y el presentador venga a decirle que ya estaba bien, que había ganado, que no hacia falta que siguiera, pero ya sabes, les ha dado una charla que "pa" qué!. Pero … que té pasa? – me había quedado pálido y me derrumbé en un sillón

Me ha invitado a ir con él

No me digas! Que bien, no? No quieres ir?

Pero no me ha dicho nada del concurso

Ja ja ja, que tío!. Pues lo ha hecho muy bien. (Cháchara: Abundancia de palabras inútiles.)

En un principio pensé en renunciar, pero fue mi mujer quien más me animó. No importaba el origen de las entradas, es mas, eso debería tranquilizarme acerca la procedencia de las mismas, habían sido ganadas limpiamente en un concurso de sopas.

Hasta el día del partido, Emilio me estuvo aleccionando sobre la ropa a llevar al partido. Teníamos que dar el pego en el antepalco. Eso me mosqueaba, pero le seguí la corriente y el miércoles a la hora convenida iba con mi mejor traje. Como prevención, llevaba toda la documentación que tenía, hasta el pasaporte. Algo me decía que todo podía suceder, y deje a mi mujer aleccionada para que si a una hora lógica no había dado señales de vida, avisara a todos los cuerpos de seguridad, militares o civiles. Ella, por supuesto, se río de mis miedos y me deseo una buena tarde. (Dar el pego: Engañar con ficciones o artificios.)

Si yo iba elegante, Emilio iba deslumbrante. Entramos por una puerta VIP y ese fue mi primer temblor al no poder convencerle que aquella no era nuestra puerta. Para mi sorpresa, cruzamos sin que sonaran las alarmas, y por un ascensor llegamos hasta las puertas del palco. No podía ser, el antepalco no era el palco, allí no deberíamos estar, pero Emilio, sin duda de forma intencionada, había burlado los modestos controles para llegar al palco.

Estabamos en una gran sala, rodeados de gente importante, gente que solo veías por la televisión. Emilio me codeaba las costillas anunciándome los cargos presentes: "Mira, el Alcalde", "Mira, ese es el Ministro de Defensa, es del Barça", "Mira, Mendoza", me cambié de lado para aliviar mis costillas derechas, y él atacó mi lado izquierdo, luego, mi mujer contaría los cardenales y yo le podría ir diciendo el nombre de cada una de las personalidades que los originó. Aquello me divertía, era una locura y de un momento a otro esperaba que alguien uniformado nos detuviera y nos echara de aquella sala VIP.

Efectivamente alguien uniformado se nos acercó, pero era un camarero. Poco a poco nos fuimos acercando a una mesa donde variados canapés eran atacados por los ilustres presentes, "Donde fueres haz lo que vieres" me dijo Emilio y nos pusimos a saquear los canapés como el resto de presentes. En un aparte le rogué que nos fuéramos a nuestro lugar, al antepalco, y su respuesta fue: "Pero que dices? Esto es el antepalco!" En realidad el equivocado era yo, nuestras entradas eran de palco, el antepalco era aquella sala de recepción, pero con los nervios no me di cuenta, con lo que mi sufrimiento era razonable.

De repente, Emilio dijo "Cáspita!" y salió corriendo hacia el Ministro de Defensa, se puso detrás de él y le golpeó con fuerza en la espalda mientras le sujetaba por los hombros. Rogué a Dios que se abriera el suelo y me tragara, hasta que me di cuenta que Emilio trataba de aliviar al señor Ministro que se habría atragantado con alguna oliva o almendra. Pero no todo el mundo se percató como yo de la acción de Emilio, y cuatro policías de traje con gafas negras, se abalanzaron sobre Emilio, inmovilizándole en el suelo y dándole una somanta de palos hasta que el Ministro en persona los paró.

Yo había acudido a ayudar a Emilio a deshacer el entuerto con los guardaespaldas, pero no fue necesario, el propio Ministro explicó, entre toses, al resto de asistentes su gratitud por la acción de Emilio, y le pidió disculpas publicas por la agresión sufrida, a la que Emilio resto importancia. "A tal señor tal honor" me diría luego.

Desde ese momento fuimos tratados como auténticos VIP. Primero Emilio me presentó al Ministro, y luego éste nos presentó a algunos de los asistentes.

Realmente Emilio estaba en su jugo. Yo callaba por miedo a meter la pata, por miedo a que nos descubrieran, pero armado de valentía y viendo la hora que era, me atreví a preguntar al circulo en donde estabamos, todos absortos oyendo la perorata de Emilio. (Perorata: Oración o razonamiento molesto o inoportuno.)

Por que no pasamos ya al palco, queda poco para el partido?

Esperamos al Rey

El Rey!! Claro!. Todo mi cuerpo empezó a temblar, y mire a Emilio quien me dio otro codazo mas fuerte, para destacar ese cardenal de los demás, mientras me guiñaba un ojo.

Casi inmediatamente, hubo movimiento en un extremo y todos se pusieron en fila para recepcionar al Rey, y nosotros al lado de nuestro protector: el Ministro de Defensa.

Su Majestad fue saludando a cada uno de los presentes, cuando llegara nuestro turno, primero le tocaría al Ministro, luego a Emilio y por fin a mí. Estaba temblando.

Al saludar al Ministro, Su Majestad le dijo algo en catalán, y luego el Ministro presentó a Emilio, que hizo una inclinación de cabeza tan recia, tan erguida, tan fuerte, que golpeó con su frente en la barbilla de Su Majestad, quien exclamó un "Hostias!!" y rápidamente se echó mano a la barbilla, formándose un corro a su derredor. Yo me había quedado inmóvil, a-co-jo-na-do, hasta que Emilio me dio otro codazo y con un gesto me indicó que nos fuésemos aprovechando la confusión generada y el que todo el mundo estuviera pendiente de Su Majestad.

Según bajaba las escaleras, me temblaban las piernas. Emilio, delante de mí, me apuraba y yo le seguía como un zombie. Nos metimos en un aseo y allí pasamos la primera parte del partido.

Durante el descanso, Emilio encuestaba a todos los que entraban preguntándoles por el Rey. Que si "estaba en el palco?", "se le veía bien?", "había pasado algo?". Todo parecía normal, alguno le dijo que llevaba un pañuelo en la mano y que tenia una herida en el cuello, porque se lo ponía mucho e incluso había visto un poco de sangre. Yo seguía apoyado en una pared del mingitorio su charla y aun no podía dar ordenes a mis piernas. (Mingitorio: Lugar destinado para orinar y en especial el dispuesto para el público en calles, teatros, etc.)

Antes de comenzar la segunda parte, y seguramente por algún chivatazo de los miccionadores que nos habían visitado, un militar con dos policías secretas a cada lado, nos vinieron a buscar.

Es usted Emilio, verdad?

Mi coronel le aseguro que …

Soy general de campo, y no se preocupe, entendemos que ha sido un lamentable accidente. Su Majestad quiere hablar con usted.

Cuando volvimos a la sala del accidente, Su Majestad estaba sentado en una silla y una persona le aplicaba compresas en la barbilla. Al vernos le llamó.

Emilio! Venga usted para acá!

Emilio se acercó y mientras se excusaba pidiendo perdón en todos sus sinónimos posibles, se puso de rodillas ante Él, con lo cual provocó una risotada de Su Majestad que nos dejó a todos alelados.

Pero levántese hombre! Si no ha sido nada – y en esto alguien se acercó a Su Majestad y le cuchicheó algo al oído. Su reacción, fue otra risotada – Así que usted ha ganado las entradas en el concurso de sopas Maggi! Ja Ja Ja Ja (Cuchichear: Hablar en voz baja o al oído a alguien, de modo que otros no se enteren.)

Todo el mundo río, y todos nos animaban a tranquilizarnos. Pero desde ese instante, cuatro policías, dos para cada uno, no se separaron de nosotros en ningún instante.

Yo no la había visto, pero la Reina estaba presente, y en un gesto social se me acercó y me dijo. "Tranguilo bueng ogmbre. No pasa nadas" e hizo un gesto para que se acercara un camarero y me ofreciera algo de beber, en ese mismo instante, Emilio, aun con una rodilla en tierra, al ver que la Reina hablaba conmigo, quiso venir a nuestro encuentro, luego me dijo que para que yo no metiera la pata con la Reina, y fue a dar justo con su cabeza bajo la bandeja del solícito camarero que se nos acercaba, derramando varios vasos sobre la Reina y sobre mi. Emilio, trastabillando, cayó sobre el resto del liquido derramado en el suelo. Yo simplemente me quería morir, era tal mi angustia, que me orine. Supongo que nadie se dio cuenta al saber que había sido duchado con las bebidas y pensaron que aquella mancha en mis pantalones era de martinis.

Emilio, se incorporó por fin y sacándose el pañuelo de la chaqueta intentaba secar el busto de la Reina. Todo el mundo se quedo parado, ni los guardaespaldas sabían como reaccionar, todos miraban a Emilio que frotaba su pañuelo mojado de güisqui sobre el busto Real. A mi todo me empezó a dar vueltas.

Ja Ja Ja – reía el Rey – llévenselo de aquí que o nos desgracia a todos o nos hace un bastardo, Ja Ja Ja

La Reina lanzó una mirada asesina a su Cónyuge y se retiró seguida de mil y un ayudas de cámara.

Nos trataron muy bien. Llegamos al barrio en coche policial, con todo el escándalo de luces y sirenas, por supuesto solicitadas por Emilio a los amables policías que se lo concedieron, yo creo, para ver si se callaba de una vez.

En cuanto vi a mi mujer, que junto a todo el barrio se echó a la calle a ver que pasaba, me eche a llorar en su regazo, lo cual la alarmó sobremanera, pero luego estuvimos varios meses llorando, pero de risa, sobre todo cuando veíamos al Rey en televisión con media barba que al parecer se dejó hasta que sanase la brecha y la explicación oficial de una extraña enfermedad que le impedía afeitarse.

Con tal entrada triunfal y espectacular en el barrio, fuimos interrogados por todos, pero yo no podía mas, y pedí auxilio a mi mujer, estuve un día en cama, y efectivamente, pude reproducirle con el mapa de cardenales de mis costados la composición de la camarilla del palco. (Camarilla: Conjunto de personas que influyen subrepticiamente en los asuntos de Estado o en las decisiones de alguna autoridad superior.)

En una de las ocasiones que Emilio narraba, exageradamente, nuestra odisea Real en la tasca, un parroquiano sufrió una angina de pecho motivada por los espasmos de la risa. Fue el punto negro de esta historia. Cuando acudimos a su entierro, Emilio le arrojó en la fosa las entradas recortadas, los que estabamos allí y sabíamos el motivo del óbito, tuvimos que taparnos la boca para no ofender a la familia ignorante de la realidad, con nuestras risas. (Odisea: Por extensión, sucesión de peripecias, por lo general desagradables, que le ocurren a una persona.)