El tema del que vengo hablar hoy no son las películas de
terror, y sin embargo provoca escalofríos, sudores, sufrimiento, acongoje y,
sobre todo,... es para cagarse.
Sí, voy a hablar del apretón. Aquel que no lo haya sufrido será uno de esos
ignorantes que piensa que el peor dolor es el de muelas o el dolor del parto, o
el de un tiro en el estómago, o el de un cólico nefrítico, o incluso la tan
socorrida patada en los cojones; el que sientes como si te despellejan y te
echan sal por encima... sin embargo aquellos de vosotros que lo hayáis sufrido
sabéis de lo que hablo, y seguro que se os ponen los pelos como escarpias sólo
de pensar que puede ocurrir de nuevo en cualquier instante. Porque lo peor del
apretón es que aparece por sorpresa y entonces sabes que estás perdido.
Imaginad, es un sábado por la noche y estás con los amigotes en un lugar de
marcha; de repente, sientes que se mueven tus intestinos, un retortijón te hace
doblarte de dolor y piensas ingenuamente "este dolor lo soluciono yo con un buen
pedo". Y te vas acercando disimuladamente a los altavoces para que la música
mitigue el sonido de tu incontenible ventosidad, el local está abarrotado, y
como no te puedes aislar del resto, tienes que elegir a una víctima... así que
colocas tu espalda junto al chulo aquel que guiñó el ojo a tu chica,... "Ahí va
eso,¡Mamón!".
Y ...¡zas!.
Descubres horrorizado que tu pedo no era todo lo etéreo y gaseoso que deseabas,
y tienes la seguridad que esa noche tampoco vas a tener sexo, pero esta vez es
porque tú no lo deseas, porque por nada del mundo dejarías que tu novia viese el
nuevo estampado de tus calzoncillos.... y lo peor de todo... sabes que has
abierto brecha......
Tu pedo con sorpresa ha dejado el camino expedito (no es pedito) a todo lo que
viene detrás. Y esto ya no hay quien lo pare. Y de repente sabes que en tu
organismo se ha activado una bomba de relojería y ha comenzado la fatídica
cuenta atrás.
Inevitablemente va a estallar. DIEZ, NUEVE.... . Te hubiera gustado estar en un
restaurante... o mejor aún ... en tu propia y añorada casita. Pero la fatalidad
ha querido que te encuentres en un bar de marcha, el tiempo es un factor critico
y ya no puedes elegir.
Te encaminas al baño. Al llegar hay cola.... .SIETE, SEIS.... se te pasa por la
cabeza la posibilidad de matarlos a todos. Decides que, al fin y al cabo, eres
un hombre y que puedes aguantar un poco más... CINCO... Lloras, gimes, te pones
de rodillas y suplicas que te dejen pasar, que es una auténtica urgencia, a vida
o mierda. Ignoras sus carcajadas y avanzas hasta conseguir meterte en el único
cubículo que hay en el baño. La puerta carece de cerrojo, pero a tí eso ya poco
te importa. Estás contento porque hay taza, en lugar de un mísero e inmundo
agujero en el suelo.
Sin embargo empiezas a fijarte en los detalles.
Colocar tu culete sobre las salpicaduras que luce ese inodoro podría producirte
una úlcera de glúteo, o al menos algún sarpullido. Se te ocurre la genialidad de
que podrías cubrirla con papel higiénico y entonces descubres, con horror que,
efectiva y tristemente, que no hay papel higiénico. Y recuerdas con rabia que el
sabio y desinteresado consejo de tu madre de llevar un paquete de kleenex en el
bolsillo no era tan ridículo como te había parecido hasta ese momento. De
repente aparece un rayo de esperanza cuando recuerdas que guardaste unas cuantas
servilletas de papel de servilletas del burguer en el bolsillo.
¡Qué tíos más majos esos americanos!. Con razón están en todo el mundo. TRES,
DOS ... las colocas rápidamente cubriendo la zona de sentado, pero al contacto
con la taza las servilletas se disuelven y empiezas a pensar que aquello no es
un baño de diseño y que aquel inodoro no fue amarillo en el principio de los
tiempos.
UNO y... se acabó, no hay más tiempo, te bajas los pantalones con presteza y
desde una distancia razonable en la que tu vello púbico no corre el riesgo de
teñirse de rubio apuntas con rapidez y...CERO.
AAAAAAAAAAHhhhhhhh....¡Qué gusto!.... eres feliz, ha sido como un orgasmo. La
lástima es que no puedes relajarte y fumar un cigarrillo. Alguien golpea la
puerta y la empuja, te das la vuelta para sujetarla con el culo procurando que
tus pantalones no entren en contacto con ese suelo hábitat de sapos, culebrillas
y seres uni y pluricelulares varios. Entonces contemplas el terrible panorama.
Si Guillemo Tell hubiese tenido la misma puntería con el arco que tú con el culo
posiblemente Guillermito, su hijo, el auténtico héroe del cuento, hubiera
llevado toda su vida una protuberancia con forma de flecha en la frente.
Ya no quedan más servilletas en tus bolsillos.
Por cierto, ¡Ya podían fabricar las servilletas más grandes los yankees esos!.
Sólo hay un modo de solucionar aquello.... sacrificar tus gayumbos. Sí, son tus
gayumbos de la suerte, pero van a morir en acto de valor... . Así que te los
quitas, te dispones a arreglar el desaguisado en la taza y una racha de aire
fresco, te recuerda que lo primero es literalmente salvar tu culo.
No es que tengas un tarzanito colgando de los pelos, la familia numerosa de
Chita cuelga en cada una de tus lianas. Y si no haces algo van a integrarse con
tus vaqueros. Así que lo primero es lo primero: Utilizas tu talismán de la
suerte para tu higiene personal. Respiras y la situación es la siguiente: la
gente llamando a la puerta, la taza coronada con tu obra churrigueresca, tus
calzoncillos olorosos sujetos entre el pulgar y el índice de tu mano derecha...
.
Estás francamente sorprendido de tu habilidad para separar los dedos que no
hacen la pinza de los gayumbos.
Y ya sólo quieres salir huyendo de allí cuanto antes, entonces arrojas los
gayumbos en la taza, tiras de la cadena.... y cuando ves que la taza atascada se
va a desbordar sales corriendo de allí sin dignarte a mirar a nadie a la cara,
agarras a tu perpleja novia con la mano derecha y al salir a la calle sabes que
a ese local tampoco vas a poder volver porque la has cagado... mejor dicho...
porque lo has cagado.