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Debut a lo Grande y Grueso

en Hetero: Primera vez

Debut a lo Grande y Grueso

Desde el inicio de mi vida sexual, mis experiencias fueron tan placenteras y tan gustosas, que sinceramente me envicie en el sexo. Buscaba frecuentemente nuevos éxtasis. Jugaba con los labios de mi vulva, reconocía la textura de mi clítoris, acariciaba con insistencia mi ano, en una exploración que cada día se enriquecía más, logrando hacer estremecer maravillosamente mis carnes.

Estaba en un periodo tan frenético, que incluso en oportunidades me despertaba en medio de la noche totalmente excitada, por lo que me veía en la obligación de masturbarme, manoseando mi clítoris y las tetas hasta correrme, solo entonces podía continuar durmiendo.

Andaba permanentemente excitada, pensando en mis mejores momentos de placer y fantaseando con posibles amantes y con viciosos pensamientos, que me provocan una constante lubricación vaginal, ya que siempre he tenido una vulva carnuda que se encharca con suma facilidad.

Por entonces ya me gustaban horrores los chicos, siempre estaba pensando en ellos aunque no había tenido ninguna experiencia que no fueran las constantes masturbaciones a todas horas.

Pero lo más increíble es que desde la primera ocasión en que hice el amor gocé inmediatamente. Disfrute tanto, que no me importo que el tipo que me hizo perder la virginidad, fuese un tipo bastante ordinario y mucho mayor que yo.

Quizás yo fui la culpable o a lo mejor fui abusada, pero el caso es que aquel día fue muy especial para mí. Contaba por aquellos días con 14 años. Mi cuerpo era muy desarrollado para esa edad, media 1,75mt y tenia todo lo que tiene que tener una mujer. Yo me daba cuenta que los hombres me miraban ya no como una niña, sino como una mujer con la cual podían pasarla muy bien.

La verdad es que estaba acostumbrada a que los mayores me dijeran lo bonita que era y lindezas similares. Nunca le di mayor importancia porque pensaba que se lo decían a todas las niñas. Cuando pasé a ser el centro de atención de los chicos del colegio, lo achaqué como era natural, a ese malsano instinto animal y lujurioso de que tanto me habían advertido.

Los chicos se interesaban más en mí que en el resto de mis compañeras porque tenía más de todo: era más alta, tenía más caderas, las tetas muchísimo mayores, y mi cuerpo, en general, había ya perdido esas delgadeces de la adolescencia que algunas se empeñan en perpetuar casi de por vida.

La verdad es que él no tenia nada atractivo. La belleza estaba bastante lejos de él, cuando nació. El era el dueño del kiosco de diarios del barrio. Un día él me sorprendió mirando las portadas de las revistas eróticas, que habían allí.

-¿Quieres ver revistas? Me pregunto maliciosamente.

-¡Tengo unas americanas muy entretenidas, que no puedo poner a la vista!

Dude un poco, pero mi curiosidad fue mayor y termine aceptando. No podía creer lo que veía, había fotos de tipos muy atractivos y con unos miembros monumentales. Las imágenes de sexo oral eran muy explícitas y se podía observar nítidamente el semen desparramado sobre los bellos rostros de las chicas. También había varias fotos de penetraciones vaginales, en variadas posturas, pero sin duda lo que más llamó mi atención fue una secuencia de penetración anal. Si yo no podía entender como esas chicas aguantaban en sus vulvas esos inmensos miembros, menos podía comprender como era posible que también lo aguantaran en el culo.

Me entusiasme tanto con lo que veía, que quise comprar una pero su valor era muy alto. Entonces el tipo me dijo:

-¡No te preocupes, puedes venir a verlas cuando quieras!

Solo sé que en toda la noche no pude cerrar los ojos recordando las explícitas fotos de esas revistas y aunque me masturbe varias veces no pude dejar de pensar en lo que vi. Así que al otro día regresé al Kiosco con la intención de ver más revistas.

El tipo en tanto no paraba de mirar mis pechos y mis muslos. Era notorio como su vista recorría lascivamente, la simétrica voluptuosidad de mis turgentes senos, rematados por mis rozados pezones.

Me senté en un banquillo dentro del kiosco frente a él, mi falda se había subido un poco mas de lo normal y yo no hice nada por bajarla inclusive mantenía un poco separadas mis piernas, a pesar de que advertía claramente que él no me quitaba la mirada de mis muslos.

Para mis adentros llegaba a relamerme los labios cuando observaba su bulto que escondía sin duda una tremenda erección, debajo del pantalón. Decidí provocarlo otro poco y fui separando las piernas intencionadamente para que él pudiera apreciar mis intimidades, a esas alturas mis pezones estaban durísimos, y sobresalían notoriamente. El miró mis muslos y me recorrió con la mirada, hasta donde se encontraba apenas oculta mi vulva.

Mientras él no perdía oportunidad de decirme cosas, que seguramente a él le parecían galantes, pero que la verdad a mí me parecían bastante vulgares. En un instante vinieron a mi cabeza, las imágenes de mis fantasías y decidí alentarlo un poco, mirando hacia el majestuoso bulto que él tenia entre sus piernas.

Cuando él notó la dirección de mi mirada, me quedo mirando fijamente, mientras me decía:

-¿Solo quieres mirar fotos, o también quieres tocar uno de verdad?

Me quede en silencio y él asumió la frase del que calla otorga, y puso su miembro a mi vista. Era casi tan largo y gordo de los que yo había visto en las fotos. El glande era inmenso de gordo y el tronco impresionantemente grueso y largo. Por supuesto debido al tamaño, su miembro solo estaba hinchado y brillante pero no se le levantaba hacia arriba, sino que colgaba entre sus piernas apuntándome de manera muy amenazadora.

Sin poder contenerme más, tímidamente estire mi mano y suavemente restregué con mis dedos la suave piel de su glande; note como su órgano palpitaba de placer, algo similar ocurría en mi vagina; seguí sin medirme con este cadencioso juego.

El me dijo que se lo apretara y comenzó a enseñarme con su mano como movérsela. Me pidió que se lo hiciera cada vez más rápido. Le desplace la piel que lo cubría haciendo relucir la inmensa e hinchada cabezota.. La sensación fue sorprendente, nunca había sentido tanta dureza y tanto poder, la tenia muy tiesa, gorda y caliente, tanto que me pesaba en la mano.

Con mi mano hacia que la piel del miembro se deslizara sin dificultad en movimientos de avance y retroceso, en las sucesivas sacudidas que le daba al sensual objeto de mi deseo. Notaba como se le endurecía producto de mis manoseos, comencé a frotársela aceleradamente, su largo y duro miembro se engrosaba e inflamaba cada vez más. Mi mano estaba en completa posesión de su instrumento sexual hinchado y rígido, la cabeza relucía a causa de la presión de la sangre y el endurecimiento de los músculos.

Friccioné su miembro varias veces, noté que un hilillo de semen se desprendía de su pene.

-¡Era maravillosa la sensación!

Mientras masturbaba su endurecido miembro, que estaba absolutamente enrojecido, miraba atentamente la cabecita hinchada y brillante aumentar su tamaño. Todo esto sucedía cerca de mi cara, y sentía un sensual aroma emanado del miembro, el que me incremento el trastorno de mis sentidos.

En un momento me pidió que me metiera la hinchada punta de su rígido miembro en mi boca. No pude reprimir las ganas y me lo metí en la boca, lo hice hasta casi sentir que su glande copaba por completo mi cavidad bucal. Recibí el duro y palpitante objeto entre mis labios y admití tanto como pude en ella. Comencé a lamer alrededor de su majestuosa cabeza, mientras mi vagina palpitaba de placer anticipado.

Me la tragué suavemente degustando el saborcito especial de su miembro, se la chupaba ardientemente saboreando esa magnifica verga casi hasta atragantarme. Casi sin darme cuenta de como había sucedido, yo tenia su durisimo miembro entre mis labios, sin dejar de acariciar con mis dedos el protuberante tronco. Mis mandíbulas aún no acostumbradas al sexo oral, y debido al desmesurado grosor de su miembro sintieron el agotamiento de las continuas y numerosas mamadas.

Puso sus manos en mi cabeza y me guió arriba y abajo, así podía saber lo rápido o lento que quería que fuese. A estas alturas yo navegaba decididamente, por un mar del placer, y chupaba el miembro con la fuerza de un ternero hambriento mamando la ubre de su madre.

-¡Nena, nenita, así... si¡

-¡Ahhh, sigue, ahhhh!

-¡Eso, ahora recorre la cabeza con tu lengua!

-¡Ahhh, eso chupa con fuerza, que boquita tiene mi niña, ahhh, ahhhh!

Mi boca sentía en su interior esa tremenda dilatación de su rígido aparato, ante la acumulación de todo el placer que no tenía salida y se acumulaba dentro de su piel amenazando con estallar, igual que una represa y derramarse entero sobre mi.

Por lo que los esfuerzos del tipo para contenerse eran supremos, y empleaba en ello todas su autodominio, para lograr prolongar el placer que mi lengua y mis labios le proporcionaban. Hasta que de pronto sus piernas comenzaron a temblar y con voz agitada me repetía:

-¡Ah, me corro, te la voy a dar!

Aún no terminaban de sonar estas palabras, cuando el tipo se derramo en mi boca, llenando mi boca con su lechoso liquido.

Me sentí casi ahogada al sentir su semen chocando con mi garganta, así que en un movimiento reflejo la saque de mi boca tomándosela firmemente en mi mano. Aunque fue un poco accidentado debido a mi poca inexperiencia, aún así logre ver detalladamente, como él se estaba corriendo, desparramando el moco a diestra y siniestra, seguí meneándoselo y ordeñando su leche, al mismo tiempo saltaban por los aires, otros potentes chorros, desde su manguera, que yo seguía refregando ávidamente, a pesar del voluptuoso estallido. Su pene, babeaba a raudales, el liquido transparente, corría por debajo del pene mas abajo del glande y caía en mis pechos.

Su miembro todavía se alzaba amenazador frente a mi cara, vaporizante aún por efecto del ardiente calor de su semen. Yo suspiraba de felicidad ante la visión de tan imponente órgano. Mis labios se relamían con fervor. Mientras seguía apretando su verga que todavía exudaba las últimas gotas, de su abundante eyaculación, mientras yo tragaba el abundante flujo seminal que aún se encontraba en mi boca y sentía correr su saborcito por mi garganta.

La sensación de sentir el semen caliente y espeso corriendo entre mis dedos, fue inolvidable y aún tengo grabada en mi memoria. A pesar de todo lo sucedido, Eduardo aún tenia su indescriptible miembro, en estado de semiereccion, balanceándose entre sus piernas.

El quiso continuar con los placeres. Sus manos bajaban suavemente hacia mi estomago. Alcanzó a bajar un poco mis bragas y a manosear con sus dedos dentro de mi vulva, pero me asuste y pensé que era suficiente, así que mientras arreglaba mis ropas, le dije que regresaría otro día.

Esa noche en la soledad de mi cuarto, recordé la mamada que le había dado, disfruté la mágica sensación, de su inmenso miembro entre mis manos, como si le perteneciera el más guapo de príncipes azules que llenaran sus sueños juveniles.

El único testigo de mi voluptuosidad, fue mi fiel cepillo que me acompaño en todos mis devaneos. Me masturbe insaciablemente, recordando la formidable herramienta del kiosquero. Mis hábiles e inquietas manos, no dejaron ni un rincón de mi excitado cuerpo sin recorrer, despertando en cada rincón de mi suave piel el deseo y la pasión que escondía mi joven y apasionado cuerpo.

Los labios de mi vulva estaban jugosos, se convulsionaban como un golpe de corriente, cada vez que la textura suave del mango del cepillo, como una inmensa lengua abriéndose camino en tan apetitoso y ansiado canal.

Comencé a desahogar mi calentura en fuertes quejidos, mientras me masturbaba efusivamente, había sufrido en esa oportunidad, por decir lo menos; de tanto erotismo que cuando me corrí, gemí como una loca sacando la voz desde lo más profundo de mi garganta. Me corrí por lo menos tres veces seguidas.

Esa mañana, me desperté, húmeda, muy húmeda, al principio no sabía por qué podía ser, estaba mareada, ni siquiera era consciente de donde estaba hasta que empecé a recordar poco a poco lo ocurrido el día anterior, entonces mis pómulos se enrojecieron, mi cuerpo empezó a arder y mi sexo palpitaba.

Tuve que volver a la cama, no podía mantenerme en pie. Mientras con mis manos hurgaba el bosque de pelos que cubría mi concupiscente monte de Venus. Con pacientes movimientos logré que el cilindro se introdujera hasta casi la base. Luego fui acelerando el movimiento y yo lo acompase con el ritmo de mis caderas, ayudando, posibilitando la introducción del instrumento hasta su empuñadura.

Ardientemente, seguía estimulando mi cuerpo que cómplice se entregaba a mis apetitos insaciables, mis muslos volaban por el aire buscando un lugar donde acomodarse, para permitir que mis lascivas caricias encontraran facilidades para darle más espacio al placer.

Por supuesto que esa misma tarde, volví a la carga. Ansiaba tener nuevamente la posibilidad de aferrar el miembro del macho que me llevaba, raudamente por las sendas del placer. Deseaba poder recorrer con mis manos la gruesa y vigorosa erección de ese hombre, que había descorrido para mí, el cerrado velo de los secretos de la carne.

Y esa misma tarde el tipo me desvirgo dentro del estrecho recinto donde vendía diarios y revistas. Ya no había necesidad de palabras. Nos besamos apasionadamente, alternativamente yo le chupaba la lengua y él hacía lo propio con la mía. Nos miramos y casi sin cruzar palabras, las que no eran necesarias, nos entregamos de inmediato a los urgentes juegos que nuestras ardientes naturalezas, nos impulsaba a realizar.

Con su boca atacó mis senos con su larga lengua, lo hizo con tal maestría, que sentí sucesivas andanadas eléctricas que surcaron fulminantes todo mi cuerpo, produciéndome trastornadoras sensaciones placenteras y agradables. Mis senos llenaban alternadamente su boca, mientras gozaba de las excitantes caricias que sus manos repartían generosamente en el resto de mi cuerpo. El calor sexual que empezaba a consumirme, me dominaba.

Cerré mis ojos y me dedique por largos momentos a gozar de las caricias. Loco de pasión y hambriento de deseos, recorría cada centímetro de mi cuerpo, despertando intensamente mis fluidos que preparaban mi epidermis para el placer y el goce carnal. Mientras mis manos se engolosinaban con su erección. palpándoselo por sobre el pantalón..

En respuesta a sus avances, metí una mano por entre sus ropas y busque su miembro. Sentí un inmenso deseo de acercar mis manos y tocar y amasar su grueso miembro. Cuando vi emerger su mástil, lleno de la varonil fuerza, que la excitación le provocaba, no pude dejar de exclamar asombrada:

-¡Oh, es inmenso!

Mis palabras reafirmaron en él, su orgullo de macho. El miembro quedó colgando como una larga estaca entre sus muslos, suspendida apenas por la fuerza y el vigor de la excitación. Sobresalía groseramente entre sus piernas, su órgano viril era tan grande y largo que se balanceaba por su propio peso.

Cuando se lo tuve afuera, pude admirar y acariciar el grueso e imponente pene, que tanto me había hecho fantasear en mis devaneos. Tenía el inmenso pene fuertemente agarrado con mi mano y se lo acariciaba lentamente, me fije en su imponente cabeza y en las venas que cruzaban su majestuoso tronco.

Comencé a deslizar mi mano sobre su impresionante vara, aumentando el ritmo de mis desplazamientos a cada momento. Puso su miembro frente a mi boca, para que se la chupara. Me incline hacia adelante y comencé a mamársela. Me lo metí golosamente en la boca, y empecé a chupar con avidez, mirándolo de lleno a los ojos, quería darle lo mejor de mi talento. Sorbí irregularmente, acariciando con mi lengua todo su tronco, abrigando entre mis manos sus testículos, besando ávidamente el hinchado glande, corriendo y descorriendo la deliciosa vaina de piel. Cada vez que él empujaba hacia adentro yo gemía de placer, como engullendo una exquisita golosina.

La sensación del esponjoso glande y la extraña textura del tronco me calentaron terriblemente, en ese instante solo pensaba en paladear y saborear sus saladas secreciones. En mi vida había experimentado placer mayor, la notaba subir, penetrarme y volver a bajar por mi garganta, y yo, aunque no lo crean, me moría de placer con aquello

A medida que la estaca masculina iba adquiriendo mayor tamaño, mayor también era la pasión que se apoderaba de mí. Parecía una autentica ninfómana, atacando sin piedad la suculenta presa que tenía entre mis labios. Eduardo mantenía sus manos apoyadas en mi cabeza y echaba la cabeza hacía atrás, y ponía sus ojos blancos al sentir el suave discurrir de mis labios y mi lengua, en su roja manzana.

Las gruesas venas que cubrían el miembro a todo su largo, se hinchaban al sentir el suave y húmedo roce, latiendo igual que un corazón de un hombre llevado a su máximo esfuerzo. Después de largo rato, él abruptamente retiro su pedazo de mi boca, y me hizo levantarme de mi posición.

Sus manos recorrían todo mi cuerpo, especialmente mis nalgas.

En un instante sus dedos comenzaron a deslizarse por el medio de mis nalgas, en cada recorrido yo sentía como sus dedos se acercaban más y más a mi ano, otorgándome un exquisito placer que se sumaba a mi impaciencia. Tengo que reconocer que los tanteos que le daba a mi culo, me tenían realmente fascinada. Una nueva e intensa excitación se iba apoderando de mí. Y aunque mi cabeza me decía que debía detener los toqueteos en mi agujero trasero, una extraña corriente de placer, que nacía en mi ano, me aconsejaba que lo dejara seguir con sus manipulaciones, algunos instantes más.

Me sentí enloquecer de deseos, advertía mi piel llenarse del rudo roce, de piel varonil, fuerte y velluda, que al contacto con mis intimidades, hacían estallar por millones los mágicos fuegos de artificio, que las pieles de hombre y mujer encierran, para estallar, luminosos y pletóricos, en la mágica atmósfera de la relación carnal. En un momento, tomó mi falda y me la subió hasta la cintura, cuando aparecieron mis muslos y mis ajustados calzoncitos, los ojos del tipo brillaron.

—¡Tesoro, eres verdaderamente deliciosa y estoy seguro que bajo tu calzoncito escondes una deliciosa conchita!

La conchita me saltaba y mis humildades afloraban. Mis pezones ardían terriblemente debido a la incontenible calentura, que me provocaban sus manoseos, tanto que mi conchita rezumaba jugos sin descanso.

Después de intensos minutos en que él me manoseo a su regalado gusto, y en el que yo fui sometiéndome a sus avances. El hombre jadeando ansioso, disfrutaba con cada una de mis presas, y una vez ganada disfrutaba, el espacio ganado, gozando a concho, con el magnífico trofeo, entregándome con fuerza el mensaje de sus deseos, mientras yo recibía esa entrega, ofreciendo el premio de mi total entrega al ansioso galán.

—¿Porque no me lo muestras?

Me alzó la falda y me bajó los cuadros. Yo no hice nada, solo me dejaba hacer, entregada por completo a su ardor, apetito, y deseo. Cuando me quito los cuadros, ni siquiera intente moverme, él se engolosino con mis piernas torneadas, y con la visión de mis labios íntimos, rosaditos, brillantes, contrayéndose cuando sus manos se deslizaban por mi piel, me acaricio mi sexo desprotejido y con sus dedos abrió mis labios vaginales, que para esos instantes ya están húmedos, así que no fue difícil penetrarlos, sus dedos comenzaron a chapotear en mi vagina. Yo intuía lo que él me iba a hacer, pero no deseaba detenerlo y seguía entregada e inmóvil, sujeta a los caprichos del lascivo hombre, que se saciaba con mi cuerpo, como quien se satisface con una esclava.

Me tomo de las caderas y me hizo girar, quedando de espaldas a él. Yo tenia claro lo que venia, me incline hacia delante y apoye mis manos en la pared. Una vez que hubo ubicado y centrado muy bien la punta de su ariete, me aferró por los hombros, y empujó levemente, arrancando un suave quejido de mis labios. Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir como la tremenda punta de su garrote, ejercía las primeras presiones en mi hendidura.

Junto con quejarme, y llevada por la exquisita sensación que experimenté al sentir la dura cabeza, en mis humedecidos labios vaginales, abrí automáticamente mis piernas, y mis pliegues interiores, celosos guardianes de mi virginidad, se estiraron, y dilataron completamente, quedando expuestos como una tela de cebolla, ante una bala calibre 45, pues el duro misil que el tipo, blandía entre sus piernas, podía traspasar la coraza de un blindado.

El en tanto, ciego de ardor masculino empujaba su hierro ardiente, contra mi cerrada cuevita del amor, actuando como un toro de lidia, embestía ciego y furioso contra mi roja y húmeda cavidad. Sus empeños eran reiterados y denodados, pero la resistencia de mi virginal abertura era también feroz. El intentaba cumplir con el mandato natural, en su empeño por romper el sello, que se resistía a permitir mi despertar a la vida sexual, y la membrana cumplía con empeño, su función natural de guardadora celosa de mi virginidad y pureza.

Transpirado, y jadeando él empujó una vez más. Este fue un empujón definitivo que terminó por vencer las últimas resistencias, que se oponían a la irrupción definitiva y total del miembro, dentro de mi inexplorado túnel. Salté de dolor, pero mi brinco murió bajo la presión de sus fuertes brazos. Di un quejido y abrí mis labios para dejar escapar un grito de dolor, pero él me tapó la boca con la palma de su mano. Estuve algunos minutos sin moverme acostumbrándome al invasor que tenía adentro, él por su parte me acariciaba las tetas y empujaba cada vez más profundo.

El me aferró con más fuerza y vigor, al mismo tiempo que reforzaba la potencia de su ensartada total plena, dejándome abierta para siempre. La lucha que libramos fue terrible, pero finalmente logro encajarme su miembro. Mis caderas parecían querer romperse, pero mi ansiedad y enajenación fueron más fuertes. Los embates se hicieron insoportables, el dolor y el placer se asociaron como nunca me habría imaginado que podía suceder.

El llevaba su propio ritmo y eso me gustaba, ya no sentía dolor, solo sentía el deseo de ser acariciada y poseída por ese hombre que jamás por mi mente paso que fuera tan bueno para eso, sentía dentro de mi cuerpo su inmenso pene jugar dentro de mi cuerpo, En mi vulva todo eran luces y explosiones que sucedían en mi bajo vientre que involuntariamente sucedían y nada las haría detenerse y yo no las quería detener, él entraba y salía de mi concha a plena voluntad.

En medio de gemidos desesperados me derrame en un mar de jugos ardientes y pastosos, que se esparcieron abundantes en torno a su gruesa estaca.

Mientras yo le entregaba mi orgasmo, él también llego al éxtasis despidiendo borbotones ardientes de moco. Para mi fortuna, mi corrida fue tan bestial y sensual, que él no pudo contenerse y casi al unísono comenzó a bombear moco en mi vulva.

Me pareció como si me estuviese haciendo un enguaje vaginal, era tal la cantidad de semen que derramaba en mi útero, que entre mis nalgas y sobre mis muslos corría un increíble reguero de semen, formando en el piso un indescriptible charco de esperma. Cuando por fin se decidió a retirar su bien dotada tranca de mi interior, el semen se escurrió, casi como si estuviese orinando esperma. Debieron pasar largos minutos, antes que mi vulva pudiese volver a su tamaño habitual.

Por supuesto que Eduardo me volvió a culear en reiteradas oportunidades. La edad y el aspecto físico del tipo, me parecían dulcificadas por su inmensa capacidad amatoria y en ese momento no tenían para mi ninguna importancia.

Jacqueline

Santiago - Chile