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Micaela

en Grandes Relatos

Pasó con su madre. ¡ Qué rara belleza !
¡ Qué rubios cabellos de trigo garzul !
¡ Qué ritmo en el paso ! ¡ Qué innata realeza
de porte ! ¡ Qué formas bajo el fino tul ! . . .

Pasó con su madre. Volvió la cabeza:
¡ me clavó muy hondo su mirar azul !

Quedé como en éxtasis . . .

Con febril premura.
" ¡ Síguela ! ", gritaron cuerpo y alma al par.
. . . Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas que suelen sangrar,
¡ y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, la dejé pasar !.

No yo no la dejé pasar, fui a por ella mientras veía como entraba con cierta rapidez al vestíbulo del majestuoso hotel. Me apresuré y le di alcance junto al elevador que estaba esperando. Sonreí. Ella esbozó su aceptación. Ofrecí mi mano en señal de amistad y me presenté:

- Rodrigo, deslumbrado por su belleza, dije.

- Micaela, añadió, tomando mi mano y estrechándola suave, pero firmemente, muy agradecida por el halago.

- Lo que se ve no se juzga, repliqué. ¿ Trabaja usted aquí?

- Se sonrojó ligeramente y me respondió si.

- Yo también, solo que no en este edificio.

- ¿Donde?

- En el balneario. ¿Lo conoce?

- No, aún no he podido ir, tengo pocos meses en este trabajo. Me dicen que es un lugar hermoso.

- Así es. Espero tener la dicha de que sea usted nuestra huésped de honor en breve.

- Después de esta amable invitación, en cuanto me sea posible, o antes, si puedo escabullirme.

- ¿A que piso va?

- Voy al piso donde están las oficinas administrativas. Debo reportarme con el Director.

- Ah, ¿se refiere usted al contador Rodolfo González?

- Si, con él precisamente.

- ¿Es su jefe directo?

- No, pero hoy tenemos una junta en su oficina en unos minutos. ¿Ustedes se conocen?

- Si, como es el Director, yo también tengo que lidiar con él. Me aceptaría una invitación a comer cuando termine sus actividades.

- Me encantaría, pero no se a que hora vaya a terminar la junta.

- Por eso no se preocupe, no tengo prisa, la espero en el vestíbulo.

- No se hable más; acepto encantada.
Salió del elevador en el piso de oficinas y se alejó, no sin antes volver su cabeza y sonreírme. Permanecí en el elevador que seguía subiendo. Al llegar al último piso la puerta se abrió y salí, yo tenía junta también, pero informal con mi buen amigo y colega, el contador Rodolfo González en la cafetería que se encuentra al aire libre en la terraza superior del hotel, ya que a ambos nos encanta el buen café y ahí lo sirven delicioso.
Ambos llegamos en punto a nuestra reunión, nos saludamos con afectuoso abrazo, pedimos un express cada uno y empezamos. Le informé las condiciones del balneario y aclaramos algunas dudas. Una vez concluida la breve junta, al momento de despedirnos, le comenté que sería útil que el personal de ventas y el administrativo que tiene relación con los clientes, pasara unos días en el balneario para que lo conozcan a fondo y puedan a su vez promoverlo con mayor conocimiento de causa; le pareció una excelente idea y en la reunión inmediata con el cuerpo de ventas lo va a sugerir, y agregó: espero que Micaela, la Gerente del grupo lo comprenda y acepte ir y enviar a su personal de manera escalonada. Me parece maravilloso, repliqué satisfecho. Nos despedimos con otro fuerte abrazo. Él se retiró, pero yo me quedé unos minutos disfrutando el lugar y desde luego el café.
Pasados unos quince minutos me dirigí al vestíbulo para esperar a Micaela, como habíamos quedado. Tomé un diario y me apoltroné en uno de los sillones para leerlo con detenimiento.
Habrán pasado cuarenta y cinco minutos; sentí una sombra que ocultaba algo la luz, enderecé la cabeza y ahí estaba, con toda su hermosura, frente a mi. De inmediato me incorporé. Ella, muy sensual, acercó su cara a la mía y me saludó con un beso entre la mejilla y la comisura de mis labios, y susurró: - gracias por esperarme.

- Para mi es un honor, además de una enorme satisfacción, que una mujer tan preciosa acepte acompañarme; así que, perdóneme, pero el agradecido soy yo. ¿Vamos?

- Vamos, respondió.
Nos dirigimos al elevador para descender al sótano, donde se aloja el estacionamiento. Subimos al automóvil y salimos del edificio.

- ¿Tiene usted prisa o algún compromiso?, pregunté.

- No, hasta el lunes no tengo que regresar. Todo lo que debía hacer hoy ha concluido, mi grupo está instruido para sus actividades, así que no, no tengo prisa y ningún compromiso.

- ¿ Que le parecería, entonces, y aprovechando que es viernes, que saliéramos fuera de la ciudad?

- No lo había pensado, pero me parece bien, sólo que necesitaré pasar a mi casa a por algo de ropa y algunas cosas. ¿no tiene inconveniente?.

- Para nada. Dígame, por favor hacia donde nos dirigimos.

- Hacia la colonia Del Valle; ¿la conoce?

- Desde luego. En un momento estaremos allí.
Pasaron unos minutos en lo que nos acercábamos, en los que conversamos de cualquier cosa.

- ¿Qué calle busco?

- La avenida José María Rico, por favor; esquina con la calle Amores.
Enfilé el auto por Amores, ya que viajábamos de Norte a Sur, y pronto encontramos el cruce con José María Rico.

- ¿De que lado vive usted?

- Por favor pasando la avenida, en cualquier lugar detenga el auto.
Así lo hice. Me bajé para abrir su puerta, y le tendí mi mano para que se apoyara.

- Gracias. Gusta pasar, aunque a estas horas mi madre está llegando para preparar los alimentos y mi hermana menor está por salir a la escuela, así que la casa está un poco caótica, pero si no le importa, me agradaría presentarlo con ellas. ¿Acepta?

- Con gusto, agregué.
Entramos al edificio y en la misma planta accedimos al departamento que ellas ocupan.

- Hola mamá, dijo ella, dándole un beso. ¿Como estas Gloria?, dijo dirigiéndose a su hermana.

- Bien, respondió la hermana, un poco atónita ante mi presencia, que también había llamado la atención de la madre.
De inmediato Micaela tomó el control y me presentó.

- Rodrigo, compañero de trabajo, en el balneario que tiene la cadena de hoteles para la que laboramos, dijo mirando a su madre y volviendo la cabeza para ver a su hermana.

Yo me acerqué a la madre, extendí mi mano y con una leve inclinación de cabeza, la saludé y dije:

- Encantado de conocerla, señora. Y girando hacia la hermana, mucho gusto, señorita.
La hermana se sonrojó un poco, ya que prácticamente era una niña, y dijo:

- Encantada de conocerlo Rodrigo. Mamá, se me hace tarde para llegar a la escuela. Por favor discúlpenme, pero tengo que salir de inmediato.

- Puedo ayudarla. El coche está afuera.

- Me ayudaría mucho, repuso ella.


Me volví hacia Micaela y su madre y dije:

- Si no tienen inconveniente, acerco a Gloria a la escuela y regreso.
La madre respondió:

- Por favor no se moleste.

- No es molestia señora, de todas maneras debo esperar para que Micaela recoja lo que va a llevar. La madre abrió los ojos y miró a Micaela, que dijo:

- Por favor Rodrigo, si nos hace ese favor, lleve a Gloria a su escuela y yo aquí espero. Gracias.

- No se hable más. Vamos, le dije a Gloria y salimos apresuradamente.

- ¿A dónde vamos?, pregunté.

- Sobre José María Rico hasta llegar a División Del Norte, vuelta a la derecha hasta Río de Churubusco, vuelta a la derecha y a dos cuadras de frente está mi escuela. Hice las maniobras lo mejor y más rápido que pude, llegamos a buena hora. Gloria, que todo el camino estuvo hablando, se despidió y me dio las gracias, con un rápido y apenas sensible beso en mi mejilla izquierda.

Me dirigí de nuevo a casa de Micaela, ya sin prisa. Toqué el timbre y de inmediato me abrió la mamá que me invitó a pasar amablemente.

- Me ha dicho mi hija que van ustedes a salir fuera de la ciudad aprovechando el fin de semana.

- Así es. Sentimos necesidad de respirar un poco de aire diferente, si es posible. ¿Usted no nos haría el honor de acompañarnos?, respondí.

- No, debo quedarme para poner orden en la casa, además de que mi hija Gloria regresa como a las ocho de la noche con deberes que cumplir para el próximo lunes. Disfruten el paseo, ustedes que pueden hacerlo.

- Gracias, respondí.

- ¿ A donde piensan ir?

- Cerca. Quizá a algún pueblo de Morelos o de Puebla. Donde más le agrade a Micaela.


En eso Micaela apareció en el umbral de la puerta de su recámara preciosa, brillante como estrella de la mañana. Muy hermosa. Se acercó a nosotros y dijo:

- Cuando quieras.

Me despedí de su madre y le di mis recuerdos para su hija Gloria, tomé la maletilla de Micaela y dije: - ¿ Donde prefieres ir, hacia Morelos o hacia Puebla?

- A Morelos. . . ¿te parece bien Jojutla?

- ¿ Donde se produce tan buen arroz?

- Ahí mismo. ¿ Sabes como llegar?

- Si. Preguntando a la guía de carreteras que tengo en el auto.
Es eso intervino su madre, diciendo: - Salir ya, porque el tiempo corre, y vais a llegar de noche.

 

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Eran como las tres de la tarde y el fuerte sol de esos lugares hacía sentir su calor intenso, cuando llegamos a Jojutla. Buscamos alojamiento en un hotel que nos pareció adecuado. Antes de entrar pregunté a Micaela si prefería que pidiéramos una habitación o dos, a lo cual me respondió: - tu ¿qué prefieres?. Entramos y nos registramos como matrimonio. Escogimos una habitación del primer piso con balcón a la calle, sencilla, confortable y coqueta. Dejamos nuestros pequeños equipajes, nos besamos larga y apasionadamente, como no lo habíamos podido hacer antes por la gente que nos rodeaba, ya que un beso de amor es íntimo, personal y consideramos no es para compartir con quienes no lo están disfrutando.

Jojutla, ciudad del Estrado de Morelos, en la República Mexicana tiene, como casi todas las ciudad provinciales, un fuerte sabor propio, peculiar; de clima cálido y húmedo, eminentemente agrícola, su principal actividad es el cultivo de arroz, aunque no es lo único que produce. En su mercado, - a mí siempre me ha encantado visitar los mercados - encontramos ese aroma propio de la verdura recién cosechada, que produce un éxtasis a los sentidos al formar con las diversas especies reunidas un perfume fuerte y, a veces un poco sofocante, pero muy peculiar, y siempre agradable, al que se acostumbra uno fácilmente, y que, cuando no lo tienes presente, por haberte alejado, añoras volver a respirar. Encontramos frutas propias de la región de exquisito bouquet, a cuyo influjo no pudimos resistirnos, degustando algunas de ellas. Visitamos la plaza principal rebosante de árboles cuyas hojas son de un verde intenso, que corresponde cabalmente al clima. El ayuntamiento, rodeado de edificios donde los principales comercios de la ciudad se dan cita invitando al turista a ir de uno en otro deleitándose, sea con la vista o el olfato el gusto o el tacto, con los productos que en ellos se ofrecen. Recorrimos algunas de las calles aledañas, en ambos sentidos.

Íbamos felices por nuestra reciente relación, la libertad que nos rodeaba, la fuerza de las decisiones que habíamos tomado en las últimas horas, y por haber llegado a una ciudad acogedora.

Nos sentíamos embriagados de luz y de aromas de campo provinciano, aunque no desconocidos, para nosotros, tan necesarios en las grandes urbes ultramodernas, cuyo principal olor son los combustibles quemados.

Ella, en esos momentos estaba radiante, pero no acertaba aún a comprender cabalmente si lo que vivía era realidad o sueño. Dos semanas atrás su vida estaba conformada por una rutina difícil de aguantar a largo plazo: casa, madre, hermana, trabajo, cansancio, desesperanza y carencia total de ilusiones. Ahora, dos semanas después, se encontraba en una ciudad desconocida, que nunca había pensado visitar, sin saber bien a bien como y porqué había decidido llegar a ella, en compañía de un hombre al que casi no conocía y del que muy poco sabía, salvo lo que él mismo le había dicho; los datos recogidos al terminar su junta de trabajo, le habían proporcionado una razonable confianza en mi persona. Su madre, reforzó esa confianza, al permitir de buen grado nuestra salida, y, en muy breve plática, le había expresado su esperanza respecto a poder rehacer su vida sentimental; pero . . ., resulta muy difícil sustraerse al recuerdo de lo que se ha sufrido antes en ese sentido, por lo que siempre sale a flote un consejo: - ve con tiento. Pero andar con tiento en el amor es lo mismo que destruirlo antes de haber nacido. No en una relación es necesario primero conocer razonablemente a la otra persona, pero una vez pasados los primeros escarceos, es indispensable arriesgarse. Crecer duele, y una relación de pareja lleva implícito el crecimiento individual.

La felicidad que nos embargaba, el caminar y los aromas de la provincia hicieron que se nos despertara el apetito; ¿dónde comer?. Sin meditarlo mucho Micaela dijo: - en el mercado; siempre en los mercados de provincia se encuentran las viandas propias de la región bien preparadas y sabiamente condimentadas; así que allí fuimos. Degustamos manjares deliciosos. Una vez concluidos los platos que nos ofrecieron, yo, que siempre he apreciado un buen café, no pude dejar de preguntar donde lo encontraríamos en la ciudad. Una de las señoras que nos había atendido nos dio señas y allá fuimos a disfrutarlo. Un café siempre ha sido para mí espíritu necesario, y a mi sentido del gusto le ha proporcionado una satisfacción difícilmente igualada.

En el pequeño establecimiento nos dijeron que en breve empezaría a tocar, en la plaza principal un conjunto musical que todos los sábados y domingos amenizaba la ronda de las jóvenes parejas, en torno al quiosco y bajo el ramaje frondoso de los árboles allí plantados.

Acudimos, en parte por conocer y en parte por convivir la atmósfera juvenil de esas rondas, al quiosco de la plaza principal y nos unimos a las parejas que empezaban a llegar. Al poco, la orquesta inició su espectáculo llenando el aire con los acordes de bellas interpretaciones, algunas conocidas por nosotros, otras no, pero todas hermosas y llenas de encanto poesía y romanticismo. Entre otras disfrutamos melodías como "de hoy en adelante", "aquellos ojos verdes", boleros como "vuélveme a querer", "dos gardenias" "bella mujer", junto con otras que escapan a mi memoria.

Al terminar la ronda, eran casi las nueve de la noche, de ese día inolvidable, Decidimos regresar al pequeño café que habíamos visitado en la tarde a tomar alguna cosa antes de ir al hotel. Ahora estaba repleto de parejas, disfrutando helados y malteadas principalmente, pero como nosotros habíamos sido clientes tempraneros, nos hicieron un acomodo. Así pudimos deleitarnos con unos buenos bocadillos y un grato café con leche que cada uno pidió, además de un pastelillo. Dentro del local, había una sinfonola, la cual tenía una vasta colección de discos con interpretaciones de Julio Jaramillo y Daniel Santos; Toña la Negra, las Hermanas Águila y Ana María González y otros intérpretes más. Estuvimos disfrutando las que los parroquianos iban poniendo.

Terminamos y decidimos ir a nuestra habitación. Al llegar sentimos la necesidad de darnos un baño antes de acostarnos, ya que habíamos estado todo el día caminando y el clima, como apunté es cálido y húmedo. Micaela lo hizo primero, para usar el tiempo del mío en secar su cabello. Una vez aseados, y como su cabello no terminaba de secarse, salimos al balcón a platicar sobre lo que habíamos vivido ese día. Ella dijo:

- Hacía mucho tiempo que no me sentía tan libre.

- Es verdad, afirmé yo. Haber realizado este pequeño viaje, nos ha permitido, entre otras cosas, darnos cuenta que realmente no estamos aprovechando la vida a nuestro favor. Más que seres humanos somos como piezas al garete en un vendaval de actividades, dentro de las cuales, tal parece que cada uno de nosotros no existiera.

- Tienes razón. Me alegro haberte conocido antes de esa reunión de trabajo. Yo también me he percatado de que debemos introducir cambios en nuestras vidas, si es que realmente deseamos disfrutarlas, ahora, que todavía tenemos juventud y energía.

- Si, preciosa, dije yo. Que te parece si como primer punto de ese cambio nos proponemos realizar estos viajes relámpago cada vez que sea posible.

- Bien, dijo ella. Se detuvo unos instantes y prosiguió: espero que esta relación de para eso y más si fuera posible.

- ¿Lo dudas?. Tú, para mí eres una mujer muy agradable, somos gratos el uno para el otro, como lo demostró el beso que disfrutamos al llegar a esta habitación y los muchos que nos hemos ofrecido durante la tarde. Entonces me detuve, y proseguí, formulando esta pregunta: ¿Yo, qué represento para ti?
Micaela hizo una profunda inspiración y una pausa, y respondió:

- Representas, una inyección de juventud para mi espíritu conturbado. Una manera nueva de contemplar la vida a través de tu mirar sereno, es decir una nueva óptica, que considero puede enseñarme a ver las cosas de manera diferente. Me has hecho sentir tu alegría y la he tomado como si fuera mía. Mi existencia se había tornando monótona, triste. Siento como si recibiera la caricia de una brisa suave y refrescante. Eres, en resumen, un motivo de esperanza.
Ella se detuvo; volvió a hacer una profunda inspiración, como tomando fuerza y, a su vez, me preguntó:

- ¿Yo, que significo en tu futuro?

- Micaela eres una luz para vivir plenamente. A tu lado, si no dispones otro rumbo, deseo formar mi familia. Procrear nuestros hijos. A tu lado envejecer. Para mí esta relación que apenas empieza, dista mucho de ser pasajera. Te amo profundamente.
- Pero no divaguemos demasiado, agregué, ya que podemos estar platicando toda la noche, pero no vamos a pasar de hacer planes, y ningún plan vale nada si no se realiza. Que te parece, si hoy nos disponemos a descansar y mañana u otro día que encontremos propicio, seguimos charlando de este tema trascendental. Recuerda que tenemos pocas horas para disfrutar de esta breve libertad, aprovechémoslas.

- Aprovechémoslas, dijo ella.

Tanto Micaela como yo estábamos ansiosos de besarnos y así lo hicimos.

Fundimos nuestros labios; nuestras bocas; nuestras lenguas en largos y apasionados besos. Nos fuimos entregando uno al otro, despojándonos de la poca ropa que aún nos cubría después del baño, acariciándonos uno al otro totalmente; ojos, labios, cuellos, hombros, espaldas, caderas, muslos, piernas, tobillos, pies. Besé lenta y sutilmente cada milímetro de su cuerpo, desde sus ojos hasta sus pies, pasando por su espalda y abdomen. Besé suavemente todos y cada uno de los dedos de sus pies, sus plantas, su empeine, sus tobillos. Tomé sus pies y los alcé suavemente a fin de poder ir dando vueltas en espiral alrededor de sus piernas, por las cuales fui subiendo, con suaves, sensuales besos, hacia sus rodillas, sus corvas, sus muslos hasta llegar al vello púbico, me detuve, aspiré su aroma, lo besé con ternura y mucha delicadeza. Muy hermoso; de color castaño tornasolado. Cubría sus labios mayores. Besé dulce, muy dulcemente, pero sin separarlos, sin penetrar para nada su intimidad. Micaela, en ese momento, me susurró: - yo también te deseo, permíteme acariciarte. Tomamos unas toallas, que coloqué sobre la cama bajo sus caderas, nos pusimos cómodos e iniciamos esa forma apasionada e intensa, conocida como 69, y, que a juicio de ambos, es una de las formas más expresivas de entrega mutua que puede disfrutar una pareja enamorada.

Que penetrante y a la vez delicado aroma se aspira al tener cerca, muy cerca el sexo de la mujer amada. Sus efluvios recuerdan un concierto de armonía sideral, que podríamos intentar definir por comparación usando estos versos de Rubén Darío:

¡Oh la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva ¡Oh, la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!

Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
y ebria de azul deslíe Filomela,

perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsípila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.

Allí va el dios en celo tras la hembra
y la caña de Pan se alza del lodo;
la eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.

El profundo y excitante aroma del sexo de la mujer amada nos coloca en una posición difícil de sostener, ya que ella espera de nosotros dulzura y delicadeza de trato, pero su aroma enerva los sentidos, dispara nuestra libido, y nos ordena poseerla; ya, de inmediato, garantizando así la continuidad de La Vida. Esa posición es un reto para el hombre, un reto subyugante.

Micaela, me toma con delicadeza. Besa dulcemente, lo acaricia en toda su extensión, introduce la punta de su lengua haciéndome estremecer; poco a poco lo introduce a su boca al tiempo que yo iba besando y acariciando su hermosísimo sexo. Percibo el calor de su boca, la suavidad de su lengua, la calidez de su saliva, abrazando, rodeando, abarcándome todo, con una delicadeza, una dulzura, una entrega, una forma de amor sublime, que es subyugante sentir, y muy difícil describir. En tanto continúo dando tenues besos entreverados con pequeños pellizquitos dados con mis labios. Van apareciendo sus labios menores, jugosos, con su enervante aroma y viscosa suavidad.

Con los dedos de ambas manos mantengo abiertos los labios mayores, para permitir las caricias que mis labios prodigaban a su sexo aromático y jugoso. Sin prisa, pero sin pausa, con la punta de mi lengua acaricio y ejerzo presión sobre los labios menores; poco a poco, suavemente, los voy separando hasta abrirlos completamente y degustar los fluidos vaginales que los empapan. Disfruto de ellos, mientras ella, también sin descanso, me acaricia con sus labios, introduce sabia y suavemente en su boca los testículos, sometiéndolos, con delicadeza, al húmedo calor y firme caricia de su lengua; los suelta y retoma la tarea antes iniciada.

Yo, a mi vez, me acerco a su clítoris, lo tomo entre mis labios y lo beso dulce, apasionadamente, tanto así, que se estremece y aprieta sus labios dándome uno de los instantes de mayor éxtasis hasta ese momento. Deseo retener lo más posible el placer que nos llena, opto por no insistir en las caricias a su clítoris por el momento. Buscando la entrada a su vagina, deslizo mis labios junto con mi lengua con lentitud hasta sentir su profundidad, poco a poco y girando en derredor acaricio su circunferencia, introduzco lentamente mi lengua en busca de su punto más sensible, el cual halló un poco hacia dentro. Lo acaricio ejerciendo presión con lo que Micaela se vuelve a estremecer, aunque tarda un poco más que cuando besé su clítoris.

La estoy conociendo. Decido buscar su orgasmo, para lo cual me dirijo nuevamente al clítoris el cual acaricio con lengua y labios. Beso, aprieto, succiono . . . Se produce la explosión de sensual energía. Micaela se tensa, detiene sus caricias en mi aun cuando me retiene entre sus labios, secreta una considerable cantidad de fluido vaginal, suave, de consistencia muy viscosa, excelente sabor y exuberante aroma, que tomo con fruición, lo degusto como lo que es, un manjar de dioses. La noto un poco tensa, indecisa, como conteniéndose.

¡Oh sorpresa!, expulsa con fuerza abundante orina. En ese momento estoy acariciando con mis labios su clítoris, detengo las caricias y recibo su licor en mi boca, la abro para disfrutarla, sentir su sabor y su olor y permitir que fluya libremente hacia las toallas que están bajo sus caderas, donde poco a poco se va almacenando. Tarda un poco en terminar. En tanto me mantiene atrapado entre sus labios sin acariciarlo, sólo sujetándolo con firmeza y suavidad; para que no escape de su boca lo roza con sus dientes suavemente.

Después me confesó que tanto los fluidos vaginales como la orina correspondieron a un solo orgasmo muy intenso, me dijo además que no quería perder el contacto de mi pene, y que deseaba profundamente mi eyaculación en su boca en ese momento. Sigo conociéndola. Termina de expulsar la orina que bañó mi boca dejando en ella un fuerte, pero no desagradable sabor.

Paso mi lengua en toda la amplitud de su sexo, con suavidad, pero con cierta energía. Ella suelta mi pene. Me volteo y la penetro lentamente sin detenerme hasta llenarla completamente. Nos besamos intensa, apasionadamente, fundiéndonos en uno de los momentos más excitantes, emotivos y plenos de sensualidad y amor. Sin despegar nuestros labios durante los minutos que duró este hermoso acto de amor, me introduzco y retiro con rítmicos y acompasados movimientos que ella acompaña desde el primer instante, logrando orgasmos casi simultáneos muy intensos. Sin despegar nuestras bocas, nos proporcionamos un estrecho y sensual abrazo, sus pezones en ese abrazo se manifestaron erectos, hermosos, sensuales, exquisitos, dignos de ser besados con delicadeza y mordidos con pasión.

Habíamos vivido unos momentos encantadores dignos de ser recordados. Nos volvimos de costado, uno frente al otro, sin despegarnos, besándonos, exhaustos, felices.

El clima, con su calor casi permanente hacía el descanso sumamente agradable lo que aunado a la excitación y al esfuerzo realizado, nos indujo a un profundo, placentero y reconfortante sueño. Dormimos unas horas. Yo desperté primero, con suavidad me levante del lecho para no despertarla. Micaela estaba desnuda y tendida sobre la cama, su cuerpo magnífico se dibujaba en la penumbra de la claridad aún lejana entre las sábanas blancas. Reposaba tranquila. Su semblante dulce de mujer satisfecha, la mostraba relajada y, quizá por primera vez en mucho tiempo tranquila y confiada. Nuestra relación, aunque parezca demasiado rápida en su evolución, era profunda y nada de lo vivido puede calificarse de superficial. Nos habíamos entregado con plena conciencia del paso que estábamos dando; por ello no habíamos ni siquiera insinuado, el uso de ningún medio de protección. Somos una pareja adulta, enamorada profundamente, consciente y responsable de nuestros actos; y por ello libres para gozarnos plenamente.

Me dediqué a contemplar el cielo que ya en los albores del día se dibujaba tenuemente iluminado, mediante hermosísimos tonos azules, naranjas, verdinegros, amarillos, celestes y rojos. Un cielo hermoso, digno de verse y retenerse en la memoria.

Abrió sus hermosos ojos dándose cuenta de la claridad del día y de mi presencia a su lado contemplándola. Me acerqué y posé un delicado beso sobre sus labios entreabiertos y susurré:

- Gracias por tu amor.

Autor: Rodrigo Cifuentes Fernández.