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Te pareces a tu padre

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Te pareces a tu padre

Esta frase, dicha a manera de reproche a una niña, adolescente o mujer joven, desconozco la edad que tenía; la escuché de los labios de una mujer de ochenta y ocho años de edad, pronunciada con amargura, con algo de nostalgia y una entonación que quisiera le fuera explicado, al menos ahora, porqué su madre, a la que amó entrañablemente, se la dijo, sin existir mas razón para ello que tener un carácter tal vez demasiado fuerte para una mujer.

Temperamento, más que carácter, diría yo, propio de un hombre forjado en la lucha diaria por sobrevivir a situaciones extremas. Un temperamento propio de seres que se oponen a las adversidades de la naturaleza, así como las propias que impone la conciencia a los seres racionales, tendiendo a pasar por encima de todo lo que les rodea a fin de conseguir lo que anhelan. Temperamento propio de hombres acostumbrados a matar con el pretexto de la caza. Seres que no piensan cuanto dañó originan por su conducta personal a los demás seres que pueblan su región.

Temperamento que impulsa al hombre a destruir para sobrevivir, pero que por su violencia no le permite sentarse a pensar como obtener lo mismo por otro procedimiento que no implique destrucción. En fin, temperamento, carácter y personalidad propios de seres inconformes, pero a la vez inflamados de un orgullo personal cuyo único soporte consiste en espetar a los cuatro vientos como ellos, y solo ellos, han sido capaces de pasar de un estado en el que un trozo de tierra, trabajado con amor por sus abuelos y padres, los alimentó cuando fueron niños, pero que hoy debe repartirse entre muchos hermanos y, desde luego, resulta escasa para alimentar a tantas bocas como han de surgir de tantas familias, logrando colocarse, casi siempre por la especulación, en una mejor posición económica que les permite vivir y alimentar a su compañera y descendientes.

Temperamento, carácter y personalidad propios de ese hombre que se convulsionó dentro y se expandió fuera de Europa, porque en su territorio ya no había cabida para mas seres al ritmo de crecimiento poblacional que habían logrado, y, que, por falta de dirigentes sociales que pusieran sus esfuerzos al servicio de las masas de población en lugar de las masas de población a su servicio, aunada la escasa instrucción elemental y prácticamente nula cultura en el ámbito de esas grandes masas de población, acrecentado por la irracional explotación de selvas y tierras agrícolas así como la crianza de ganado para la alimentación humana.

En ese hombre todo, o casi todo, es brusco, violento, pisotea cuanto se opone a su avance, exprime a todos los que de una u otra forma puede sojuzgar, casi siempre personas cercanas de la familia, a la vez que se muestra magnánimo en extremo descabellado con los ajenos e incluso desconocidos que se aproximan a él, y yendo más allá, incluso personas ajenas que él y sólo él considera sus amigos, sin que de ellos haya salido un solo gesto que así lo confirme. En conclusión, temperamento, carácter y personalidad propios de un pequeño señor feudal, dueño de honor, vidas y haciendas de todos aquellos que por diversas circunstancias han caído dentro de su feudo. Temperamento, carácter y personalidad no exclusivo, pero si frecuente dentro de algunos países de Europa o al menos de España en los albores del siglo veinte.

Hagamos un pequeño paréntesis y señalemos esta pregunta que yo algunas veces me he planteado: ¿la primera guerra mundial, se habría desarrollado si esos "dirigentes europeos", que sentían la violencia de su explosión demográfica y no sabían como manejarla, pero que, al menos por los procedimientos utilizados, tampoco eran capaces de pensar como resolverla sin destruir, hubieran establecido alianzas estratégicas con las naciones recién independizadas de España y Portugal que conformaban una América Latina despoblada y que los Estados Unidos habían mostrado claramente al mundo al despojar a México de más de la mitad de sus territorios; creando la primera y mayor alianza socio_económica que hubiera conocido la humanidad hasta ese momento, solicitando territorios donde colocar a su población a cambio de aportaciones, pagables con el mismo oro arrancado a los pueblos de México y el Altiplano Andino durante la conquista, además de nuevas e ilimitadas posibilidades de comercio entre la antigua y cansada Europa y las Nuevas Naciones Norte, Centro y Sud Americanas, evitando así, entre otras cosas esa catástrofe que hoy nos abruma a todos los occidentales, proveniente del éxodo de italianos hacia los Estados Unidos y que dio origen, junto con la corrupción, primero al contrabando, después a la prostitución como negocio y finalmente al tráfico de substancias estupefacientes que hoy se ha entronizado a escala mundial, y fuera de las mafias italianas?

Pero dejemos el paréntesis y continuemos con la situación que nos ocupa. El temperamento de esa mujer de ochenta y ocho años, como dije, es más parecido al temperamento masculino que al femenino, sin embargo su carácter es dulce. Cuando ella se remonta a las altas regiones del espíritu, manifiesta una personalidad encantadora, pero desgraciadamente, cuando está completamente sola, su temperamento la lleva hacia pensamientos sombríos de pétrea dureza. ¿Porqué ella está sola?. Bueno, la vida le concedió un compañero con él convivió gran parte de su vida, pero falleció hace ya bastantes años; como no tuvieron hijos, ignoro porque causa, el resultado es el mismo: Soledad. ¿Porqué no buscó un segundo compañero?; lo ignoro también, pero supongo que las mujeres de su generación fueron educadas para tener un solo compañero en las buenas y en las malas. El resultado sigue siendo el mismo: Soledad. Y, la soledad a esas alturas de la vida no es saludable, ya que conlleva a recordar en demasía. A recordar lo que sufrimos, a rumiar con los datos que nos aporta la memoria, las posibles causas y culpables de nuestros sufrimientos, tornando nuestra realidad actual en una existencia amargada por esos recuerdos muy lejanos que acuden a nuestra mente en substitución de una vida actual más rica espiritualmente.

Siempre he afirmado que la soledad en el espíritu humano es necesaria, diría indispensable. Recordemos un pasaje del hermoso libro Ariel del extraordinario escritor Uruguayo José Enrique Rodó:

". . . En nuestros tiempos, la creciente complejidad de nuestra civilización privaría de toda seriedad al pensamiento de restaurar esa armonía, sólo posible entre los elementos de una graciosa sencillez. Pero dentro de la misma complejidad de nuestra cultura; dentro de la diferenciación progresiva de caracteres, de aptitudes, de méritos, que es la ineludible consecuencia del progreso en el desenvolvimiento social, cabe salvar una razonable participación de todos en ciertas ideas y sentimientos fundamentales que mantengan la unidad y el concierto de la vida, - en ciertos intereses del alma, ante los cuales la dignidad del ser racional no consiente la indiferencia de ninguno de nosotros.

Cuando el sentido de la utilidad material y el bienestar domina en el carácter de las sociedades humanas con la energía que tiene en lo presente, los resultados del espíritu estrecho y la cultura unilateral son particularmente funestos a la difusión de aquellas preocupaciones puramente ideales que, siendo objeto de amor para quienes les consagran las energías más nobles y perseverantes de su vida, se convierten en una remota, y quizá no sospechada región, para una inmensa parte de los otros. - Todo género de meditación desinteresada, de contemplación ideal, de tregua íntima, en la que los diarios afanes por la utilidad cedan transitoriamente su imperio a una mirada noble y serena tendida de lo alto de la razón sobre las cosas, permanece ignorado, en el estado actual de las sociedades humanas, para millones de almas civilizadas y cultas, a quienes la influencia de la educación o de la costumbre reduce al automatismo de una actividad, en definitiva, material. - Y bien: este género de servidumbre debe considerarse la más triste y oprobiosa de todas las condenaciones morales.

Yo os ruego que os defendáis, en la milicia de la vida, contra la mutilación de vuestro espíritu por la tiranía de un objetivo único e interesado.- No entreguéis nunca a la utilidad o a la pasión, sino una parte de vosotros. Aun dentro de la esclavitud material, hay la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento. No tratéis, pues, de justificar, por la absorción del trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu. Encuentro el símbolo de lo que debe ser nuestra alma en un cuento que evoco de un empolvado rincón de mi memoria. - Era un rey patriarcal, en el Oriente indeterminado e ingenuo donde gusta hacer nido la alegre bandada de los cuentos. Vivía su reino la candorosa infancia, de las tiendas de Ismael y los palacios de Pilos.

La tradición le llamó después, en la memoria de los hombres, el rey hospitalario. Inmensa era la piedad del rey. A desvanecerse en ella tendía, como por su propio peso, toda desventura. A su hospitalidad acudía lo mismo por blanco pan el miserable que el alma desolada por el bálsamo de la palabra que acaricia. Su corazón reflejaba, como sensible placa sonora, el ritmo de los otros. Su palacio era la casa del pueblo. - Todo era libertad y animación dentro de este augusto recinto, cuya entrada nunca hubo guardas que vedasen. En los abiertos pórticos formaban corro los pastores cuando consagraban a rústicos, conciertos sus ocios; platicaban al caer la tarde los ancianos; y frescos grupos de mujeres disponían, sobre trenzados juncos, las flores y los racimos de que se componía únicamente el diezmo real. Mercaderes de Ofír, buhoneros de Damasco, cruzaban a toda hora las puertas anchurosas, y ostentaban en competencia, ante las miradas del rey, las telas, las joyas, los perfumes. Junto a su trono reposaban los abrumados peregrinos.

Los pájaros se citaban al mediodía para recoger las migajas de su mesa; y con el alba, los niños llegaban en bandas bulliciosas al pie del lecho donde dormía el rey de barba de plata y le anunciaban la presencia del sol. - Lo mismo a los seres sin ventura que a las cosas sin alma alcanzaba su liberalidad infinita. La Naturaleza sentía también la atracción de su llamado generoso; vientos, aves y plantas parecían buscar - como en el mito de Orfeo y en la Leyenda de San Francisco de Asís, - la amistad humana en aquel oasis de hospitalidad.

Del germen caído al acaso, brotaban y florecían, en las junturas de los pavimentos y los muros, los alhelíes de las ruinas, sin que una mano cruel los arrancase ni los bollara un pie maligno. Por las francas ventanas se tendían al interior de las cámaras del rey las enredaderas osadas y curiosas. Los fatigados vientos abandonaban largamente sobre el alcázar real su carga de aromas y armonías. Empinándose desde el vecino mar, como si quisieran ceñirle en un abrazo, le salpicaban las olas con su espuma. Y una libertad paradisial, una inmensa reciprocidad de confianzas, mantenían por dondequiera la animación de una fiesta inextinguible...

Pero dentro, muy dentro, aislada del alcázar ruidoso por cubiertos canales, oculta a la mirada vulgar - como la perdida iglesia de Uhland en lo esquivo del bosque - al cabo de ignorados senderos, una misteriosa sala se extendía, en la que a nadie era lícito poner la planta, sino al mismo rey, cuya hospitalidad se trocaba en sus umbrales en la apariencia de ascético egoísmo. Espesos muros la rodeaban. Ni un eco de bullicio exterior, ni una nota escapada al concierto de la Naturaleza, ni una palabra desprendida de labios de los hombres, lograban traspasar el espesor de los sillares de pórfido y conmover una onda del aire en la prohibida estancia.

Religioso silencio velaba en ella la castidad del aire dormido. La luz, que tamizaban esmaltadas vidrieras, llegaba lánguida medido el paso por una inalterable igualdad, y se diluía como copo de nieve que invade un nido tibio, en la calma de un ambiente celeste. - Nunca reinó tan honda paz; ni en oceánica gruta, ni en soledad nemorosa. - Alguna vez - cuando la noche era diáfana y tranquila - abriéndose a modo de dos valvas de nácar la artesonada techumbre, dejaba cernerse en su lugar la magnificencia de las sombras serenas.

En el ambiente flota como una onda indisipable la casta esencia del nenúfar, el perfume sugeridor del adormecimiento penseroso y de la contemplación del propio ser. Graves cariátides custodiaban las puertas de marfil en la actitud del silenciario. En los testeros, esculpidas imágenes hablaban de idealidad, de ensimismamiento, de reposo...- Y el viejo rey aseguraba que, aun cuando a nadie fuera dado acompañarle hasta allí, su hospitalidad seguía siendo en el misterioso seguro tan generosa y grande como siempre, sólo que los que él congregaba dentro de sus muros discretos eran convidados impalpables y huéspedes sutiles.

En él soñaba, en éI se libertaba de la realidad, el rey legendario; en él sus miradas se volvían a lo interior y se bruñían en la meditación sus pensamientos como las guijas lavadas por la espuma, en él se desplegaban sobre su noble frente las blancas alas de Psiquis... Y luego, cuando la muerte vino a recordarle que él no había sido sino un huésped más en su palacio, la impenetrable estancia quedó clausurada y muda para siempre; para siempre abismada en su reposo infinito; nadie la profanó jamás, por que nadie hubiera osado poner la planta irreverente allí donde el viejo rey quiso estar solo con sus sueños y aislado en la última Thule de su alma.

Yo doy al cuento el escenario de vuestro reino interior. Abierto con una saludable liberalidad, como la casa del monarca confiado, a todas las corrientes del mundo, existía en él, al mismo tiempo, la celda escondida y misteriosa que desconozcan huéspedes profanos y que a nadie más que a la razón serena pertenezca. Sólo cuando penetréis dentro del inviolable seguro podréis llamaros, en realidad, hombres libres. No lo son quienes, enajenando incesantemente el dominio de si a favor de la desordenada pasión o el interés utilitario; olvidan que, según el sabio precepto de Montaigne, nuestro espíritu puede ser objeto de préstamo, pero no de cesión. - Pensar, soñar, admirar; he ahí los nombres de los sutiles visitantes de mi celda. Los antiguos los clasificaban dentro de su noble inteligencia del ocio, que ellos tenían por el más elevado empleo de una existencia verdaderamente racional, identificándolo con la libertad del pensamiento emancipado de todo innoble yugo.

El ocio noble era la inversión del tiempo que oponían, como expresión de la vida superior, a la actividad económica. Vinculando exclusivamente a esa alta y aristocrática idea del reposo su concepción de la dignidad de la vida, el espíritu clásico encuentra su corrección y su complemento en nuestra moderna creencia en la dignidad del trabajo útil -, y entrambas atenciones del alma pueden componer, en la existencia individual, un ritmo, sobre cuyo mantenimiento necesario nunca será inoportuno insistir. - La escuela estoica, que iluminó al ocaso de la antigüedad como por un anticipado resplandor del cristianismo, nos ha legado una sencilla y conmovedora imagen de la salvación de la libertad interior, aun en medio a los rigores de la servidumbre, en la hermosa figura de Cleanto; de aquel Cleanto que -, obligado a emplear la fuerza de sus brazos de atleta en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra de un molino, concedía a la meditación las treguas del quehacer miserable, y trazaba, con encallecida mano, sobre las piedras del camino, las máximas oídas de labios de Zenón. Toda educación racional, todo perfecto cultivo de nuestra naturaleza, tomarán por punto de partida la posibilidad de estimular en cada uno de nosotros, la doble actividad que simboliza Cleanto.

Una vez más: el principio fundamental de vuestro desenvolvimiento, vuestro lema en la vida, debe ser mantener la integridad de vuestra condición humana. Ninguna función particular debe prevalecer jamás sobre esa finalidad suprema. Ninguna fuerza aislada puede satisfacer los fines racionales de la existencia individual, como no puede producir el ordenado concierto de la existencia colectiva.

Así como la deformidad y el empequeñecimiento son, en el alma de los individuos, el resultado de un exclusivo objeto impuesto a la acción y un solo modo de cultura, la falsedad de lo artificial vuelve efímera la gloria de las sociedades que han sacrificado el libre desarrollo de su sensibilidad y su pensamiento, ya a la actividad mercantil, como en Fenicia; ya a la guerra, como en Esparta; ya al misticismo, como en el terror del milenario; ya a la vida de sociedad y de salón, como en la Francia del siglo XVIII.- Y preservándoos contra toda mutilación de vuestra naturaleza moral; aspirando a la armoniosa expansión de vuestro ser en todo noble sentido; pensad al mismo tiempo en que la más fácil y frecuente de las mutilaciones es, en el carácter actual de las sociedades humanas, la que obliga al alma a privarse de ese género de vida interior, donde tienen su ambiente propio todas las cosas delicadas y nobles que, a la intemperie de la realidad, quema el aliento de la pasión impura y el interés utilitario proscribe: la vida de que son parte la meditación desinteresada, la contemplación ideal, el ocio antiguo, la impenetrable estancia de mi cuento. "

Como podéis observar por lo escrito por Rodó, la soledad es necesaria para purificarnos a nosotros mismos, pero cuando esa misma soledad, como en el caso de nuestra protagonista produce pensamientos no saludables, debe rechazarse con una férrea voluntad y buscar alguna actividad que la substituya racionalmente, bien mediante algo manual que demande creatividad, bien mediante alguna actividad social que demande coordinación, o la creación intelectual que demande alguna forma de esfuerzo físico aunado al esfuerzo mental que implica, o la actividad que os parezca aplicable en vuestro caso particular, pero siempre fundamental y preeminente sobre las demás actividades que no impliquen acción conjunta o concentración mental creativa.

Independientemente de los convencionalismos sociales, yo siempre he insistido en que los seres humanos somos más útiles a nuestros semejantes conforme acumulamos experiencia de vida. Acumular experiencia es una obligación de la vida que se logra mediante la racionalización de la observación de los hechos acaecidos en nuestro entorno. Una forma racional de acumular experiencia de vida consiste en consultar a las personas sobre como resolverían determinada cuestión.

Una forma de acumular experiencia de vida consiste en hacer entender a los que nos rodean que nosotros, los que ya no somos jóvenes de cuerpo, pero sí lo somos en espíritu, somos valiosos para ellos, para su acumulación de experiencia de vida. Como se puede observar es una interacción en la cual es muy aplicable lo que expresa Rodó: . . . pensad al mismo tiempo en que la más fácil y frecuente de las mutilaciones es, en el carácter actual de las sociedades humanas, la que obliga al alma a privarse de ese género de vida interior, donde tienen su ambiente propio todas las cosas delicadas y nobles que, a la intemperie de la realidad, quema el aliento de la pasión impura y el interés utilitario proscribe.

El afán de reducir costos mediante producción cada vez más eficiente y veloz, priva a las personas de mayor edad y menor rapidez de respuesta de muchos trabajos remunerados. Está bien, dejad a los jóvenes de cuerpo esas tareas, pero los adultos mayores bien podemos ocuparnos de enseñar a las nuevas generaciones, junto con nuestros conocimientos, nuestra experiencia acumulada de vida, solo que a veces somos nosotros mismos los que nos auto_mutilamos, al privar a nuestra existencia de esa vida interior.

Al condicionarnos al interés utilitario nuestro único objetivo es acumular riqueza, poseer bienes materiales, perdiendo de vista que cuando la muerte llegue a cada uno de nosotros nos recordará que solo somos huéspedes en el mundo, que la vida con sus alegrías y penas nos ha sido prestada; que correspondió a nuestra sensibilidad interior hacer de su caudal un tesoro de experiencia de vida o bien habernos hundido en su profundo e impenetrable pantano. Es aquí prudente recordar al gran nayarita, Amado Nervo, en su poema:

En Paz

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas;
cuando sembré rosales coseché siempre rosas.

. . . Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno;
¡mas tu no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas . . .

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz,
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Te pareces a tu padre, fue una frase esgrimida por una mujer que sufrió mucho la opresión de un hombre que a su vez sufrió mucho, porque no pudo ser feliz, porque hizo infelices a su compañera y a sus hijas e hijo, porque él mismo fue no feliz al no haber podido sentirse bien consigo mismo; al mismo tiempo es hoy una frase que hace sufrir, a quizá sesenta o setenta años de haber sido pronunciada, sigue dañando, por vía de la memoria, a una persona que no la comprendió, pero que tampoco ha sido capaz de perdonar. Por ahí vi una vez una hoja en que estaba escrito un sabio consejo que más o menos decía así: Todo lo que digamos debe reunir tres características, o bien, si lo preferís debe pasar tres bardas:
Debe ser Verdadero; si no lo es, no lo digas.
Debe ser Bondadoso. Si es verdadero, pero no encierra bondad, no lo digas.
Debe ser Necesario. Si es verdadero y bondadoso, pero no es necesario, no lo digas
Es un buen consejo de sabiduría para no hablar sino lo preciso.

Si nuestra protagonista, agraviada, herida por su propia madre, a la que amó y respetó entrañablemente, hubiera analizado la frase: -Te pareces a tu padre, quizá no hubiera podido comprenderlo, pero ante semejante conflicto psicológico no soluble, debió haber utilizado su inteligencia para eliminar de su memoria, y de su vida, algo tan amargo, mediante el perdón. El perdón no solo debe ser concedido a quien nos lo solicita, arrepentido de su ofensa hacia nosotros, no; el perdón es fundamentalmente un acto interno de nuestra propia alma: -"Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen".
Cuanta luz, cuanta bondad, cuanta sabiduría encierra esa frase. Jesús, en su agonía, pide a su padre que perdone a sus ofensores, limpiando su alma de rencor, para así poder entregarle su alma limpia y sosegada. Voy a finalizar insertando un hermoso poema de la poetisa Chilena, Premio Nobel de literatura, Gabriela Mistral, titulado El Ruego:

Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,

cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por este!

Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.

Me replicas que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trizándose las sienes como vasos sutiles.

Pero yo, mi Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
Todo su corazón dulce y atormentado,
¡y tenía la seda del capullo naciente!


¿Qué fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
y el sabía suya la entraña que llagaba.
¿Qué enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprende: ¡yo le amaba, le amaba!

Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio,
conservando, bajo ellas, los ojos extasiados.

El hierro que taladra, tiene un gustoso frío,
cuando abre cual gavillas, las carnes amorosas.
Y la cruz (Tu te acuerdas ¡oh Rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.

Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.

Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.

¡Dí el perdón, dilo al fin! Va a esparcir en el viento
la palabra el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.

Se mojarán los ojos obscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste,
Llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!

Rodrigo Cifuentes Fernández.