miprimita.com

Magnolia

en Hetero: Primera vez

M A G N O L I A (primera parte)

Con casi 14 años, vivía esa época imprecisa durante la cual no sabemos que queremos y no podemos imaginar por que nacimos. Edad complicada, de oscuridad mental, de incertidumbre, de afirmación del carácter y nacimiento de la personalidad.

En esos días acudía a clases por la tarde, dedicando la mañana a poner orden en lo estudiado el día anterior y a tareas en el hogar. Padres y hermanos habían salido desde hacía algún tiempo a sus labores. Terminaba el desayuno. Magnolia, una joven, casi de mí misma edad, un poco menor por meses, que ayudaba en las tareas domésticas, no muy alta, bonita, como todas las mujeres jóvenes, con el cuerpo apuntando al desarrollo y picardía en la mirada de sus hermosos ojos gris verdoso; se acercó y un poco turbada preguntó: - ¿ya se bañó?, a lo cual respondí: - lo hago a las cinco de la mañana Magnolia hermosa, y ya son las ocho. - ¿Porqué?, pregunté a mi vez. Ella bajó un poco la mirada, pero respondió: - es que yo también me quiero bañar. – Desde luego Magnolia, puedes bañarte cuando lo desees. Recuerda que en el baño siempre hay agua caliente. – No, usted no me entiende, yo quiero bañarme, pero junto con usted. Lo que escuché me impresionó al mismo tiempo que me excitó, pero siempre, desde muy niño he aplicado un principio: "a la mujer no se la lastima ni con el pensamiento"; por tanto, fiel a ese principio de conducta hecho mío desde hacía largos años atrás, apunté: – Magnolia, no se hable más, vamos al baño. Su mirada brilló, pero noté cierta indecisión, sin embargo, para que no tuviera duda, fui a mi recámara por mi ropa y ella, al verme hacerlo, sacó su ropa limpia que traía en una pequeña bolsa de mano.

No tardamos en reunirnos ni un minuto. Cerramos la puerta del baño para evitar el aire frío y abrí el agua para que no estuviera fría al entrar a la regadera. Magnolia, un poco cortada, daba muestras de no saber que hacer, lo que me desorientó un poco, ya que antes, al menos aparentemente, había sido muy directa en su petición; al ver que no se desvestía, me acerque y con delicadeza dije: - ¿me permites que te quite la ropa?. – Si, me respondió, con mucha dulzura y poca voz. Tomé su vestido de la parte inferior y lo fui levantando poco a poco hasta que salió por su cabeza, quité luego un fondo completo que la cubría, usando el mismo procedimiento, quedando al descubierto su cuerpo, excepto por la pantaleta que tomé por el elástico y procedí a bajar hasta que salió por sus pies. Me detuve a contemplar su cuerpo desnudo, un poco falto de carnes, pero bien formado. En eso le dije: - ¿Me ayudas a desvestirme, Magnolia?, pero en lugar de responderme, empezó a temblar un poco, por el frío, así que me apresuré a quitarme la ropa y la abracé con mucha ternura, acurrucándola entre mis brazos, al mismo tiempo que pasaba mi mano por su espalda para darle algo de calor, pero intuí que ella temblaba un poco por frío y otro poco por la emoción del momento. La tomé de la mano y la conduje bajo el agua caliente; suspiró profundamente una vez que su cuerpo sintió el calor y la energía del agua en el potente chorro.

Tomé la pastilla de jabón y empecé a pasarlo por su espalda, brazos, axilas y tórax, y, aunque sin hacerlo notar mucho, acariciar sus pechos, incipientes aún, pero no por ello menos subyugantes. Continué hacia su abdomen, muslos, pantorrillas, tobillos y pies, los cuales además de lavar concienzudamente, aproveché para acariciar con deleite, subí, acariciando sus tobillos, pantorrillas y muslos, hasta el monte de venus, al cual apliqué, como a todo su cuerpo antes, abundante espuma de jabón y la suavidad de mi mano. Para ese momento Magnolia ya no temblaba por el frío, al contacto de mis manos dándole masaje se había relajado un poco. Yo, había sido cuidadoso para no ofender su dignidad con ninguno de mis actos; si alguien nos hubiera visto, habría imaginado que éramos hermanos, pero no era ese el caso, Magnolia y yo lo sabíamos, siempre, desde que nos conocimos, habíamos congeniado, siempre habíamos sido buenos camaradas, ambos participábamos en el desarrollo de las tareas domésticas, y aquí estábamos. Hoy se había dado un paso en nuestra amistad, al haber ella expresado su deseo y haberla complacido como lo que éramos, dos buenos amigos que se respetan, quieren y complacen con gusto. Abrí más el agua, brotó más potente el chorro, quité el jabón y volví a frotar su cuerpo, pero esta vez ayudado de una agradable esponja natural.

Ella me miraba sin saber que decir, no entendía mi proceder, por lo que dijo: -¿me dejas enjabonarte, cuando acabes de hacerlo conmigo?. - Claro, mujer, nada me agradaría mas que sentir tus hermosas manos recorriendo mi piel. Respondió: – Yo no soy mujer, apenas estoy saliendo de niña. –Nada de eso, dije yo, - eres toda una mujer, y muy hermosa, por cierto. Se sonrojó, acrecentando así su belleza. Había llegado nuevamente a su monte de venus, con ligeros esbozos de bello púbico; le pedí que abriera un poco sus piernas para lavarlo correctamente, las abrió un poco, pero no lo suficiente, insistí que las abriera un poco más. Cuando lo hizo se presentaron ante mi vista sus húmedos labia pudendi de suave tacto y delicado color rosado; dejé la esponja y, enjabonando mis dedos, puse sobre ellos, espuma de jabón, acariciándolos y penetrando hacia el interior de la vulva. Al tocar, con extrema suavidad, pero con decisión su clítoris, ella se estremeció. Entonces pregunté: -¿eres una niña?. En lugar de responder, Magnolia lanzó al aire un largo suspiro. Pero, como solo se trataba de bañarnos, pasé mis dedos enjabonados suave y lentamente por la entrada de su vagina y dije: - por favor, date vuelta para lavar tus posaderas y esa oscuridad que hay en medio de ellas, obedeció presurosa y se inclinó hacia delante, a fin de dar espacio suficiente para que el jabón limpiara profundamente la zona, siempre insinuante y apetecible. Hice los honores debidos, tanto a sus hermosos glúteos como a la zona intermedia, pasando con suavidad la mano cubierta de jabón por toda ella, con la lentitud propia de la ocasión. - Ahora sí, a quitar todo vestigio de jabón. Abrí nuevamente la ducha y Magnolia frotó con energía su piel bajo el chorro del agua para quitar el jabón acumulado; aplicó jabón a su pelo y cara, y después de frotar vigorosamente para, además de limpiar dar masaje a su cuero cabelludo y cara y así dejarla lozana, tersa y suave; se enjuagó completamente. Cerró el agua y con aire de ironía, dijo: - ahora . . . me toca a mí.

Tomó el jabón y empezó a esparcirlo con delicadeza propia de mujer, pero con determinación y pleno conocimiento de que era su oportunidad, como antes había sido la mía, de acariciar con total libertad este cuerpo que había deseado acariciar desde meses atrás; este cuerpo que al igual que el suyo para mí, implicaba curiosidad a la vez que excitación.

Poco más o menos lo hizo como yo, después de una primera y rápida enjabonadura, me hizo aclararme, para proceder después con la esponja natural. La tomó y llenó de jabón, sin soltarla, con la otra mano, esparció jabón en todo mi cuerpo, y después empezó con la esponja desde el cuello, bajó lentamente por la espalda, axilas, nalgas, muslos, corvas, piernas, tobillos y pies, para subir por el empeine, tobillos, espinillas, rodillas, muslos, testículos, pene, bello púbico, abdomen, ombligo, tórax, brazos y hombros. Acarició vigorosamente la espalda hasta los glúteos y regresó hacia el frente para atacar tórax y abdomen. Cuando hubo terminado pasó a los muslos en todo su derredor, piernas, tobillos y pies, que al recibir sus caricias me hicieron estremecer. Una vez satisfecha pasó a la zona de la cadera por detrás y me hizo agacharme, tomando el jabón, la cubrió con abundante espuma y, dejando la esponja, aplicó sus dedos a recorrer la zona con lentitud, disfrutándola a sus anchas. Con un pequeño chorro de agua, quitó el jabón de sus manos. Giró y se colocó frente a mí, se agachó en cuclillas quedando su cara frente al pene que, olvidé apuntar estaba erecto a su máxima expresión desde que procedí a quitar su ropa y así había permanecido. Lo tomó en sus manos con mucha delicadeza, lo enjabonó acariciándolo y viéndome a los ojos. Con suavidad y dulzura propia de mujer, lo recorrió desde un extremo a otro, bajó hacia los testículos con una sola mano y los acarició con curiosidad y deleite, siempre con dulzura y suavidad. Retornó al cuerpo del pene y con la misma mano lo acarició de arriba abajo y viceversa. Subió su mirada interrogante hacia mis ojos, sin dejar de acariciarlo y me dijo: - ¿qué deseas?, a lo cual respondí: - sólo haz lo que tú sientas desear y permíteme a mi vez que te deleite con aquello que esperas te sea agradable, pero ¿qué te parece si terminamos de ducharnos, nos secamos y luego . . . – Me parece bien, dijo ella, porque me ha vuelto a dar un poco de frío.

Tomé su mano para ayudarla a incorporarse, abrí todo el potente chorro de la regadera, principalmente el agua caliente y froté su piel hasta que me dijo: - ya me siento mejor, gracias y acercó sus labios a los míos, dejando sobre ellos un tierno y exquisito beso. Me aclaré con rapidez. Tomé una toalla de baño con la cual envolví y friccioné su cuerpo hasta que reaccionó; con otra toalla igual me envolví. Una vez seca, le ofrecí un frasco de colonia, pero me pidió que fuera yo quien se la aplicara, lo que hice profusamente; vestimos la ropa interior limpia que habíamos llevado y salimos del cuarto de baño.

Fuimos a la recámara, donde nos pusimos el resto de la ropa y me peiné, sin embargo, Magnolia me pidió que fuera yo quien la peinara a ella, para lo cual le pedí que se sentara en la silla que había en la recámara y procedí a alisar su cabello y a darle forma, mediante una raya en el tercio izquierdo de su cabeza. Debo decir que Magnolia tenía un precioso pelo castaño que llegaba hasta su cintura, por lo que casi siempre lo dejaba suelto, a veces sujeto con un broche pequeño, o bien una cinta de color. Quedó satisfecha con el peinado. Se incorporó de la silla, miré sus bellísimos ojos, acercamos nuestros cuerpos y unimos nuestros labios. Apoyaba mis manos en su cadera, ella rodeó mi cuello con sus brazos; mientras nuestras bocas con fruición y deleite, se debatían en intensa lucha interior.

Tomé su cara entre mis manos y, con ternura, besé pelo, frente, párpados y mejillas volviendo a posar mis labios en los suyos carnosos y frescos, sin despegarnos nos abrazamos fuerte, muy fuerte, sintiendo nuestros cuerpos tratando de fundirse en uno solo.

Magnolia se estremeció entre mis brazos y gimió levemente. Estábamos sumamente excitados. Ella tomó la iniciativa, moviendo su mano hacia abajo y deteniéndose en mi pene erecto. Desabotonó pantalón y bóxer, dejando que resbalaran hasta el piso, con lo cual quedé desnudo de cintura abajo; acarició con mucha dulzura el glande, y fue corriendo su mano hasta alcanzar los testículos, los cuales tomó entre sus dos manos y acarició suave, muy suavemente, corriendo los dedos de ambas manos por encima de mis muslos entre mis piernas, sin dejar de acariciar los testículos con enorme placer de parte mía. Le pregunté si me permitía desvestirla, a lo cual accedió con un movimiento afirmativo de su cabeza. Esta vez levanté vestido y fondo, pero antes quité su pantaleta, con lentitud y suavidad, hasta que salió por sus pies; la tomé en mis manos y doble con cuidado poniéndola sobre la silla donde había estado sentada mientras la peiné; levante el vestido hasta que salió por su cabeza, lo mismo hice con el fondo, dejando ambos doblados sobre la pantaleta; ella, al momento, desabotonó mi camisa y la quitó; quedamos completamente desnudos. Nos abrazamos y besamos dulcemente en los labios.

La tomé en mis brazos y deposité suavemente sobre la cama, ella se asustó y me dijo: - ¿qué haces?, yo respondí: - ponerte cómoda para poder disfrutarnos. Azorada dijo: -¿cómo?. – Así, dije a mi vez, tomando sus pies y acariciándolos suavemente; - recuerda que nada vamos a hacer que tu o yo no deseemos y desde luego nada que nos pueda dañar a ninguno de los dos; vamos a disfrutar nuestros sentidos, como dos buenos amigos que se quieren y que comparten lo mejor que cada uno tiene para ofrecer al otro. Mas serena, me dijo: - está bien, pero recuerda que aún somos muy jóvenes para ser padres; ¿tú ya quieres tener un hijo?. – No, repuse yo, no estamos preparados para eso, pero no te preocupes, no vamos a cometer semejante desatino, por favor relájate y disfrutémonos.

Seguí, mientras hablábamos, acariciando sus pies, besé sus plantas, deditos, uñas, empeine, tobillos y, subiendo rodillas y corvas, las cuales cubrí de besos en toda su extensión. Magnolia se estremecía con mis caricias aceptándolas de buen grado. Continué subiendo por el interior de los muslos hasta las ingles, las cuales, con mucha lentitud igualmente cubrí de besos milímetro a milímetro, pasando de una a otra por encima del monte de venus; ella entonces me dijo: - yo también quiero, ¿qué podemos hacer? Yo, en respuesta, me voltee y coloque sobre ella, poniendo una rodilla a cada lado de su cuerpo corriéndome hacia atrás, dejando mis pies un poco después de su cabeza, de manera tal que ella, cómodamente, tuviera acceso a mis piernas, muslos, testículos y pene; ¿Te agrada? pregunté, y Magnolia, en respuesta acarició mis testículos. Yo, entonces me incliné hacia el frente y volví a besar su monte de venus. En cuanto ella lo sintió, abrió ligeramente las piernas, dándome acceso a su hermosa vulva; tomando sus muslos uno a uno, los moví lentamente hacia fuera, de manera tal que la separación fuera mayor, permitiéndome así un mejor acceso a su interior, ella lo comprendió y las abrió al máximo posible, yo agradecí su gesto besando profusamente sus ingles y muslos hasta donde me fue posible llegar sin dejar caer el peso de mi cuerpo sobre ella y regresé del mismo modo, pero esta vez directamente a los labios mayores los cuales fui cubriendo de besos en toda su extensión, lenta y profusamente de abajo hacia arriba y viceversa, cuidando de mojarlos discretamente con un poco de saliva conforme avanzaba, al llegar a la parte de arriba, ocupé mi lengua para separarlos, llegando así a los labios menores, los cuales acaricié también con suave humedad. Magnolia, conforme yo avanzaba se notaba cada vez mas excitada, me había cubierto de besos las extremidades inferiores hasta donde lo era permitido llegar, con mucha delicadeza había besado mis testículos y pene de un extremo al otro y había pasado su lengua por ellos, empezando por el glande y llegando hasta los testículos, pero no se animaba a introducirlo en su boca, yo no dije nada, la deje seguir su propio ritmo, avanzar a su paso. Poco a poco fui penetrando hacia el interior de su vulva, hasta llegar a separar los labios menores y disfrutar total y plenamente de su exquisito aroma y delicioso sabor, pasando mis labios y lengua suavemente sobre toda la superficie interna, desde el clítoris a la entrada de su cervix. Al tocar su clítoris con mis labios ella reaccionó de inmediato tensándose, a lo cual yo me retiré asustado, pero ella me susurró – por favor sigue. Retomé y procuré ser muy dulce en el trato de esa delicadísima zona de su cuerpo, para que le fuera placentero y nada, pero nada molesto. Acaricié su clítoris con mis labios, pero no supe evitar el delicioso placer de acariciarlo también con la parte delantera de mi lengua, observé que Magnolia disfrutaba mucho mis caricias, por lo que lo seguí besando y acariciando con húmeda suavidad hasta que se tensó, lanzó un profundo suspiro; gimió dulce y delicadamente, durante unos segundos, relajando su cuerpo después. Suspendí las caricias, me incorporé y volví hasta quedar tendido a su lado, Magnolia me miró profundamente, besó mis labios y dijo: - gracias por tu amor, ha sido hermoso. Y quedó dormida. La contemplé embelesado, deposité un tenue beso en sus labios y la cubrí con una frazada para mantener su temperatura.

Después de un rato despertó y me dijo: - hola amor,... que delicioso momento me has hecho vivir, pero yo no te he correspondido aún, lo que no es justo. Me tendí de espaldas y ella sobre mí pero ofreciéndome su hermosa parte posterior, lo cual era una nueva, excitante visión. No pude resistir acariciar sus nalgas y muslos en todas direcciones, pero excluyendo su zona central, a la que reservé otro momento mas propicio. Como quedé bajo con relación a su vulva puse, debajo de mi cabeza, dos almohadas, con lo cual mis labios quedaron en buena posición para platicar otro rato del mismo tema con ese adorado trocito de su anatomía; ni corto ni perezoso, me di a la tarea de besar y acariciar de nuevo sus labios mayores y menores, pero esta vez, en lugar de concentrarme en el clítoris, me dediqué con fervoroso ahínco a la entrada de su cervix, la besé con pasión y lentamente acaricié con mi lengua, penetrando paulatinamente en su interior, conforme aspiraba el maravilloso aroma de sus emanaciones y degustaba el exquisito sabor de los fluidos que se deslizaban desde su interior, suaves, cálidos, excitantes, ella, en tanto, tenía mi pene erecto y congestionado por la afluencia de sangre, y, por fin, se había animado a cobijar en su boca a mi amigo, lo besaba, acariciaba con sus labios y lengua, introducía en su boca, absorbía y soltaba, colocaba mi glande entre sus labios y lo giraba en ambas direcciones, lo hundía hasta lo más profundo y lo sacaba hasta quedar fuera, en fin, me estaba haciendo llegar a las estrellas con su húmeda y deliciosa dulzura, pero yo quería prolongar el mayor tiempo posible ese estado casi divino, por lo que me concentré nuevamente en darle a ella placer con mi lengua dentro de su cervix, cada vez mas profundamente, tensándola y estirándola para que pudiera penetrar lo mas posible, para ello me pegué prácticamente a su vulva con mis labios muy abiertos a fin de dejar la mayor cantidad de lengua afuera. Con esa tensión mi lengua se curvó ligeramente hacia abajo, tocando casualmente una zona que a Magnolia le produjo, según me dijo después, una especie de descarga eléctrica. Yo al sentir su reacción me detuve, pero ella musitó: - no, no te detengas, por favor sigue, es muy agradable, lo siento hermoso. Ya con permiso volví a mi posición anterior, procurando tocar el mismo punto, lo cual logré con relativa facilidad. Ella me dijo: - acarícialo suavemente con tu lengua, amor; y yo, obediente lo hice, pero de repente, Magnolia otra vez se tensó, mas que en la ocasión anterior, detuvo sus caricias a mi pene, sin sacarlo de su boca, esta vez no hizo ningún sonido, pero sentí que después de un pequeño rato se destensó y lentamente, como queriendo recordar en que estaba, volvió a acariciar a mi amigo. Yo, primero saboreé el exquisito fluido que emergía de su interior, suspendí las caricias con la lengua y solamente besé sus labios menores y mayores delicadamente, lo que produjo que ella suspirara. Magnolia retomó la conciencia clara y nuevamente acarició con fruición mi pene consiguiendo, en corto tiempo, que precipitara en su boca todo el contenido acumulado por la enorme excitación que había retenido.

Platicando después, me dijo que al primer momento no le agradó lo que estaba recibiendo en su boca, pero que le pareció injusto soltarlo, ya que yo no había soltado nada de lo que ella había excretado a su vez en mi boca, sin embargo, conforme pasaron los segundos, me dijo, - fui encontrando a tu semen un sabor agradable, y hasta exquisito; al final me gustó mucho, por lo que no dejes de dármelo con frecuencia, es un manjar. - ¿A ti te ha parecido agradable lo que yo he depositado en tu boca? – Es lo mejor que he probado hasta ahora; tu fluido vaginal es, aromático, exquisito, de textura suave y muy, pero muy excitante. Espero me permitas tomarlo con frecuencia. ¿Quieres volver a tomarlo ahora?; mejor espera un ratito, aún siento la sublime excitación de lo que acabamos de vivir, déjame seguir sintiéndola, disfrutarla, gozarla; aún siento la suavidad de tus labios en mi sexo, el placer que tu lengua me ha proporcionado. – ¿Te he hecho feliz?, pregunté y ella dijo. – Mucho, me siento muy feliz, hemos desahogado con libertad nuestra sexualidad, que estaba reprimida. – Yo, desde que te conozco, te he deseado. – Perdona que haya sido brusca cuando te pregunté si te habías bañado, pero ya no soportaba un segundo mas sin contemplar tu cuerpo, sin acariciarlo; gracias por haberme hecho tan feliz. La tomé entre mis manos, besé sus labios exquisitos con suavidad y dije: –por favor, perdóname no haber sabido interpretar tus señales de amor y sexualidad que ahora comprendo me estabas enviando, tuve miedo, no quería perderte por un desatino. – Tú, también, desde que te vi por primera vez, me subyugaste, encendiste mi pasión, pero no me atrevía a pedirte nada por temor a perder tu cercanía, tu amistad. - ¿Perdonas mi torpeza? Y, besando dulcemente mis labios susurró – ¡tonto, me vuelves loca y te amo más que a mi vida!

La mañana corría rauda, y nosotros no habíamos cumplido nuestras tareas en la casa. Nos apresuramos para dejar terminada la mayor parte. Lo logramos empeñando nuestro mejor esfuerzo en realizarlas, y todo quedó como si hubiera sido un día como cualquier otro, siendo que en realidad había sido, descontando nacer, el mejor día de nuestras vidas, y el primero como pareja. Magnolia preparó una rica comida, y, como llegó la hora de partir hacia la escuela, después de asearme, por primera vez en mi vida, la tomé por la cintura, bese su boca con anhelo de volver y musité: - pasó por ti mañana temprano, y partí a mis deberes.

No cabía en mí de gozo, me sentía feliz, ligero sin peso, con la mente despejada, lúcida como nunca antes. En las clases, fui participativo, alegre, y puedo asegurar que todo lo que los profesores impartieron quedó grabado en mi mente.

Amaba a mi bella Magnolia, pero lo principal, ella también me amaba. Había quedado atrás la incertidumbre, esa congoja que subía hasta la garganta y me impedí, por temor a ser rechazado, confesarle que la adoraba, que la amaba desde siempre. Me sentía dichoso porque al darse la posibilidad de amarnos, no había cometido errores que hubieran echado por tierra la hermosa relación que habíamos comenzado. Aún cuando no soy practicante devoto, no puedo dejar de dar gracias a Dios por habernos puesto en el camino de conocer algunos de los ingredientes de que se compone la felicidad humana, habernos permitido crecer como personas, controlar nuestro instinto por medio de la razón, entender que todo requiere un tiempo para madurar; y, una relación como la nuestra, también. Intuir que una hermosa, fresca y lozana mujer como Magnolia requiere de un trato suave y delicado y un tiempo para transformarse, para dejar de ser capullo y volverse flor. Gracias Señor por permitirme vivir plenamente, aunque hayan sido un breve tiempo aún, en compañía de la mujer a la que amo profundamente.

M A G N O L I A (segunda parte)

Al día siguiente, cuando aún no apuntaba la aurora, salté de mi cama, entré a la regadera, con agua fría, para evitar que el ruido del calentador despertara a mis gentes, me bañé, peiné y vestí en escasos cinco minutos. Salí con mucho cuidado para que no me oyeran y corrí, no, no corrí, volé a casa de mi Magnolia. No sabía que hacer para llamar su atención, pero no fue necesario; ella, al igual que yo deseaba este encuentro y estaba lista esperando mi llegada. Cuando me vio venir por el fondo de su calle y me reconoció, de inmediato salió de su casa tan a la chita callando como lo había hecho yo instantes antes, mas para evitar ser descubiertos por alguno de sus familiares, caminó hacia la esquina y dio vuelta, obligándome a seguirla.

¡Qué abrazo! ; ¡Qué beso!. No conozco la Gloria, pero no debe ser muy diferente. ¡Cuánta dulzura encierra el amor de una mujer!

Gracias Magnolia, muchas gracias por tu amor.

Una vez que nos "serenamos", (así, entre comillas), besé con dulzura sus labios y le dije: -buenos días, mi amor, a lo que ella respondió, también acariciando mis labios con los suyos: -mejores no he tenido, ¿no ves como es claro este día, que colores trae la aurora, como apunta el sol un día espléndido? –Si, preciosa, es verdad, o el día es muy hermoso, o es tu luz, tu perfume, tu hermosura, lo que lo hace verse así. Te amo profundamente. Ella, mi dulce Magnolia, se sonrojó ligeramente.

Empezamos a caminar, enlazados de la cintura; sin rumbo fijo, solo deseábamos estar uno junto al otro lejos del bullicio de la gente.

En aquellos días, la zona en la que estaban nuestras casas, en su mayor parte se formaba de terrenos aún sin construcciones, llanos con pasto alto, flores, arbustos, algunos árboles añejos, un pequeño aunque caudaloso río, y aquí y allá una construcción sin concluir.

Desde luego ese escenario nos daba un horizonte suficiente para esparcir nuestro deseo de estar solos, de caminar uno junto al otro.

Cuando consideramos que ya habíamos caminado un buen trecho, detuvimos el paso y nos apoyamos sobre el tronco seco de un árbol caído, quizá en alguna tormenta. Dije: - Preciosa, ¿no te agradaría que nos acostáramos sobre el pasto, desnudos; sentir la fresca suavidad del rocío en nuestra piel? La idea le agradó y dicho y hecho, empezó a desabotonarme la camisa. Nos desnudamos totalmente, pusimos nuestras prendas sobre el tronco seco y nos acostamos sobre la hierba fresca. ¡Qué suave sensación! ¡Qué fresco y agradable es el rocío matinal sobre la piel! Rodamos sobre nosotros mismos, fuertemente abrazados, trenzadas nuestras lenguas en un beso profundo y exquisito, por el puro gusto de sentir; de sentirnos mutuamente; de acariciarnos; de sentir nuestra sangre correr a raudales por nuestras arterias; de sentir nuestros cuerpos, de sentir, en una palabra, plenamente la Vida.

Estábamos ansiosos de besarnos y así lo hicimos. Fundimos nuestros labios; nuestras bocas; nuestras lenguas en largo y apasionado beso. Nos fuimos entregando uno al otro, acariciándonos totalmente; ojos, labios, cuellos, hombros, espaldas, caderas, muslos, piernas, tobillos, pies. Besé lenta, sutilmente cada milímetro de su cuerpo, desde sus ojos hasta sus pies, pasando por su espalda, por su abdomen. Bebí con fruición el rocío pegado a su piel. Besé suavemente todos y cada uno de los dedos de sus pies, sus plantas, su empeine, sus tobillos. Tomé sus pies y los alcé suavemente a fin de poder ir dando vueltas en espiral alrededor de sus piernas, por las cuales fui subiendo, con suaves y sensuales besos, hacia sus rodillas, hacia sus corvas, hacia sus muslos hasta llegar a su vello púbico, me detuve, aspiré su aroma, lo besé con ternura, y con mucha delicadeza lo empecé a retirar hacia los lados. Era muy hermoso; de color castaño tornasolado. Cubría sus labios mayores. Lo besé dulce, muy dulcemente, pero sin separarlos, sin penetrar para nada su intimidad. Ella, en ese momento, me susurró: - yo también te deseo, permíteme acariciarte. Nos pusimos cómodos sobre la hierba, e iniciamos esa forma apasionada e intensa, conocida como 69, y, que a juicio de ambos, es una de las formas más expresivas de entrega mutua que puede disfrutar una pareja.

Que penetrante y a la vez delicado aroma se aspira al tener cerca el sexo de la mujer amada. Sus efluvios recuerdan un concierto de armonía sideral. El profundo y excitante aroma del sexo de la mujer amada coloca al hombre en una posición difícil de sostener, ya que ella espera de nosotros dulzura y delicadeza de trato, pero su aroma enerva nuestros sentidos, dispara nuestra libido, y nos ordena poseerla; ya; de inmediato, garantizando así la continuidad de La Vida.

Mi amada, toma mi pene con delicadeza, lo besa, lo acaricia en toda su extensión, me introduce la punta de su lengua haciéndome estremecer de placer. Poco a poco lo hunde en su boca al tiempo que yo iba besando, acariciando sus labios mayores, separándolos, recorriendo de arriba abajo y viceversa su sexo. Siento el calor de su boca, la suavidad de su lengua, su calidez, la sensación de subyugante suavidad de su saliva, abrazando, rodeando, abarcando todo mi pene, con una delicadeza, una dulzura, una entrega, una forma sublime de amor, que es muy difícil describir. Yo, en tanto continúo dando tenues besos entreverados con pequeños pellizquitos dados con mis labios. Van apareciendo sus labios menores, jugosos, de enervante aroma y viscosa suavidad. Con los dedos de ambas manos los mantengo abiertos para permitir las caricias que mis labios prodigaban a su sexo, aromático, jugoso. Sin prisa, pero sin pausa, con la punta de mi lengua sobre los labios menores; los voy separando hasta abrirlos completamente y degustar los fluidos que los empapan. En tanto ella me acariciaba con sus labios alternando los testículos, introduciéndolos suavemente en su boca, sometiéndolos, con delicia, al húmedo calor y firme caricia de su lengua. Yo, me voy acercando a su clítoris, lo tomo entre mis labios y lo beso dulce y apasionadamente, tanto así, que se estremece y aprieta mi pene entre sus labios dándome uno de los instantes de mayor éxtasis hasta ese momento. Como deseo retener lo más posible el placer que nos llena, busco la entrada a su vagina, deslizo mis labios junto con mi lengua con lentitud hasta sentir su profundidad; poco a poco y girando en derredor acaricio su circunferencia, introduzco lentamente, pero con firmeza, la lengua en busca de su punto más sensible, lo hallo un poco hacia dentro. Lo acaricio ejerciendo presión suave con lo que mi preciosa amada se vuelve a estremecer, aunque tarda un poco más que cuando besé su clítoris. Decido buscar su orgasmo, para lo cual me dirijo nuevamente al clítoris el cual acaricio con lengua y labios. Beso, aprieto suavemente, succiono.

Se produce la explosión de sensualidad y energía; se tensa, detiene sus caricias en mi aun cuando me retiene entre sus labios, secreta una considerable cantidad de fluido suave, de consistencia viscosa, excelente sabor y exuberante aroma, que tomo con fruición, como lo que es, manjar digno de dioses. En tanto mantiene mi pene atrapado entre sus labios sin acariciarlo, pero sujetándolo con firmeza y suavidad, y, al mismo tiempo, rozándolo con sus dientes suavemente; no desea que escape de su boca. Paso mi lengua en toda la amplitud de su sexo, con suavidad, pero con cierta energía, limpiándola, me detengo un instante en su uretra, tocándola con suavidad con la punta de mi lengua; se estremece. Magnolia suelta mi pene. Me volteo sobre ella, miro sus ojos profundos, siento en su mirada el deseo de realizar el acto de amor completo, consumar nuestra entrega mutua y penetro su vagina lentamente sin detenerme hasta llenarla completamente. Nos besamos intensa, apasionadamente, fundiéndonos en uno de los momentos más emotivos y plenos de sensualidad y amor. Sin despegar nuestros labios durante los minutos que duró, me introduzco y retiro con rítmicos y acompasados movimientos que ella acompaña desde el primer instante, logrando orgasmos casi simultáneos muy intensos. Sin despegar nuestras bocas, nos proporcionamos un estrecho y sensual abrazo, ya que hasta ese momento, no había tocado para nada sus hermosísimos pechos, ni siquiera había rozado sus pezones, erectos, firmes, hermosos, sensuales, exquisitos, dignos de ser besados con delicadeza y mordidos con pasión. Con mis piernas estrecho las suyas, empiezo a rodar sobre nosotros mismos, con todo el pene aún erecto dentro de su vagina, hacia la derecha y de regreso; las sensaciones se acrecentaron al principio, sin perder tampoco el contacto de nuestros labios, seguimos durante todo ese tiempo besándonos intensa, apasionadamente; sin embargo el esfuerzo del movimiento hizo que se empezara a perder la erección y me retiré lentamente, quedando uno junto al otro, cada uno sobre su costado, viéndonos de frente, besándonos con infinito cariño, exhaustos, felices.

Magnolia, entonces, me dijo: - Me encantó, fue más hermoso de lo que soñé sería el momento de mi entrega. Imaginaba una boda, un viaje de luna de miel, una casita llena de luz y alegría, caricias, besos, arrumacos, esperar la noche, apagar la luz y hacer el amor. Pero nunca pude imaginar que sin boda, ni viaje, ni casita, ni la noche, sino con la plena luz de una mañana preciosa, acostados sobre fresca hierba cuajada de rocío, sintiendo la vida brotar con todo su fuerza a nuestro alrededor, rodeados de mariposas y canto de grillos, sintiendo tu dulzura, tu delicadeza, tu amor sacudir mis entrañas con descargas profundísimas de infinita felicidad, sería el momento, hasta ahora más importante de mi vida; la consumación de este holocausto, que para una mujer, significa entregar su himen al hombre. Gracias Rodrigo, gracias por tu amor.

Yo, conturbado casi hasta las lágrimas, sólo supe depositar un ósculo suave sobre sus manos, que tenía entre las mías, mostrando mi respeto, entrega, devoción y admiración hacia mi amada.