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La película (1)

en Jovencit@s

Había terminado de comer y estaba sentado en el sofá fumando un cigarro. Empezaba a hacer calor por lo que únicamente llevaba un bañador y una camiseta de manga corta. Miraba la tele por ver si había algo interesante, aunque fueran los documentales de la 2 o de alguna cadena autonómica (no tengo digital), algo que valiera la pena. Nada de nada, cotilleos poco mas. Encendí el DVD para poner una película, cuando vi que tenía una dentro. Le dí al play para ver cual era y, SORPRESA, una porno, y lo más, no era mía. Sólo había dos opciones; mi madre, viuda y tradicional (descartada) y mi hermana pequeña, María, de 15 años (más probable).

Vaya, con la niña, pensé.

Me puse a verla con la tranquilidad que te da el saber que mi madre estaba de viaje con unas amigas y no volvería hasta el día siguiente y mi hermana se quedaba estos dos días en casa de mi tía, que tenia una hija de la misma edad. Bueno, deciros que me llamo Ernesto, tengo 30 años y soy un chico normal, ni feo ni guapo. Mido 1’79, complexión fuerte, ojos marrones y 85 kg. Trabajo como técnico en prevención de riesgos laborales y ahora estoy de vacaciones.

Era de lesbianas, jóvenes y además no profesionales, una verdadera obra de arte difícil de encontrar, por lo menos legalmente.

Y parecía tonta Marieta, musité.

Me lié un peta y me puse un cubata.. Me estaba poniendo cachondo y la verga ya se notaba luchando contra la tela del bañador. Empecé a tocármela por encima hasta que acabé sacándola. Estaba superdura y aunque no es muy grande (17 cm.) siempre ha cumplido las expectativas. La acaricié iniciando una paja maravillosa. Estaba en ello cuando sonó el timbre.

Ostia, dije.

Cambié de canal y metí la polla en el bañador de nuevo.

Voy, grité mientras salía.

Me dirigí a la puerta y, desde el pasillo, adiviné la figura de mi vecina Irene.

Buenas vecino, me dijo al abrirle la puerta.

Hola chispi (la llamábamos así), contesté.

Irene tiene ahora 20 añitos, bajita pero muy bien "apañá". Morena de ojos verdes y sonrisa de niña borde.

Tienes un cigarro, veci, preguntó.

Claro, entra, contesté mientras me dirigía al comedor. Ella me siguió.

Cierro?, dijo.

Si, repliqué.

Al entrar al comedor, debió notar el olor del peta.

Qué fumas?, preguntó.

Yerba, contesté sonriendo, en parte por los efectos de la misma.

Ella sabía que yo fumaba ya que, alguna vez, les había enseñado las plantas a ella y a su novio.

Pero, ¿fumas en casa?, preguntó.

Claro, dije. Mujer, si está mi madre me corto.

Ahhhhhh, musitó.

¿Quieres probarlo?, esta yerba esta muy rica, le dije.

Es que, comenzó a decir, no se como me va a sentar. Una vez fume costo y caí muerta, me da palo, concluyó.

La yerba es diferente, te sienta conforme esté el ambiente. Si es de risa, pues risa, y al contrario, si hay mal rollo pues eso, dije.

Entonces paso. Estoy en casa con la abuela, mi madre y el gato, fíjate el rollo, dijo riendo.

Se me pasó una idea por la cabeza.

¿Quieres quedarte a tomar un café?, así descansas de la familia un rato.

Se hizo el silencio.

Vale, voy a avisar que estoy aquí, dijo.

OK, contesté.

Se levantó y salió. Regresó al momento, cerró la puerta y se sentó a mi lado.

Venga, dame que lo pruebe, dijo mirando al peta.

Espera que de este ya no queda. Te hago otro para ti y preparamos un café, hace?, dije.

Si, contestó.

Cogí lo necesario y fuimos a la cocina. Comenzamos a preparar el Capuchino y a fabricar el cañón. Yo me iba encendiendo por momentos otra vez. Estaba preciosa, con su camiseta hasta las rodillas y sin sujetador. Lo que había bajado estaba volviendo a subir.

¿No has currado hoy?, pregunté.

Si, he llegado hace un rato, contestó mientras servia los cafés.

Saqué de la nevera una botella de mistela y salimos al comedor.

Toma, enciéndelo, dije mientras le daba el peta.

Lo cogió y en la primera calada comenzó a toser.

Joder, como está, veci.

Puse dos mistelas y le dí una.

Con esto se te irá el picor de la garganta, dije.

Ya veras, dijo, si al final me colocaré. Da igual, un día es un día.

Nos terminamos los cafés y las mistelas y nos sentamos en el sofá.

Que guay, dijo dejándose caer.

Es la yerba, dije riendo.

Me miró y comenzamos a reírnos sin saber porque, y así estuvimos un buen rato. Cuando se nos pasó me levante y puse otras dos copas. Volvimos a brindar, pero esta vez nos las bebimos de trago.

Hazte otro peta, me dijo.

Me volví a levantar para coger de la mesa el material. De momento cogió el mando y se puso a pasar canales.

No hacen nada bueno.¿Que peli estabas viendo?, dijo cambiando al canal del DVD.

En la pantalla, una cría de la edad de mi hermana desnudaba a otra mientras le metía la mano por las bragas, arrancando suspiros de placer. Me miró, miró la tele de nuevo y me volvió a mirar.

¿Esto ves?, dijo sin quitar la vista de la pantalla.

Te explicaría la historia, contesté, pero como no te la ibas a creer la respuesta es si.

Ya te vale, dijo.

¿Por qué?, pregunté, ¿No te gustan? A ver si ahora con tanta libertad esto os parece mal, dije con tono irónico.

Por partes. Ni me gustan ni me dejan de gustar, he visto muy pocas y todas sin argumentos, dijo dejando el mando sin cambiar el canal y cogiendo el peta que le daba en ese momento, además tampoco son para tanto.

Encendió el peta y volvió a mirar la tele.

¿No está bien rodada?, no, preguntó.

Es amateur, gente no profesional, contesté.

¿De donde la has sacado?, preguntó de nuevo.

Me lanzé para ver su reacción.

Es de mi hermana, contesté.

Me miro asombrada.

De Maria?, venga ya, dijo.

Ves como no te lo ibas a creer. Yo tengo muchas pero esta no es mía, y, no creo que sea de mi madre, dije.

Vaya con la chiquilla, respondió.

Estaba recostada y la camiseta le llegaba a mitad del muslo. Se le notaban los pezones erizados por debajo de la camiseta y mi polla estaba a punto de reventar. Fui a poner otra mistela y, al levantarme, el bulto en el bañador era evidente. Irene se puso colorada como un tomate e hizo ademán de levantarse.

Te vas?, pregunté.

Bueno, es que tengo que hacer unas cosas, dijo entrecortadamente.

Ataqué directamente.

Te has cortado, dije con ironía. Lo dicho, vais para atrás como los cangrejos.

Se envalentonó y volvió a sentarse.

De eso nada, a ver si crees que nunca he visto una, dijo.

Poco, me parece que poco, contesté riendo. Anda toma una mistela y vamos a brindar, chispi.

Volvimos a beber de trago. Dejé los vasos en la mesa. Volví al sofá pero esta vez me arrodille delante de ella. La miré fijamente. Hizo como si quisiera decir algo, acerqué mi dedo a su boca a modo de silencio.

Veci, por favor, esto no está bien, dijo suspirando.

Por toda contestación la bese con suavidad en los labios. Acaricié su cara con mis manos, muy despacio, bajé a su cuello, acaricié la parte de atrás de sus orejas. Cerró los ojos y comenzó a suspirar. Bajé mis manos hacia sus tetas, pequeñas, redondas y con los pezones erizados. Los acaricié con la yema de los dedos provocando un profundo suspiro.

Me has puesto la carne de gallina, dijo.

Mis manos ya habían llegado a su cintura y bajaban hacia los muslos, con suavidad, con delicadeza. Tenia claro que quería hacerla disfrutar como seguramente nadie lo había hecho. Cuando llegue a las rodillas comencé a subir, por debajo de la camiseta, acariciando cada centímetro de piel. Acariciaba cada centímetro, con dulzura, con suavidad, hasta que llegué a la costura de sus braguitas. Pasé mis dos pulgares por todo el borde y volvió a suspirar. Entonces metí mis dedos por debajo de la tela, tenia el coñito empapado, lleno de jugos. Subí hasta el clítoris y comencé a masajear hasta que tuvo el primer orgasmo. La miré con una sonrisa.

Esto acaba de empezar, le dije.

No está bien, volvió a decir suspirando.

Aparté sus braguitas y metí mi lengua. Bajaba del clítoris hacia el agujero mientras con mis manos masajeaba los dos pezones. Volvió a correrse en mi boca, entre espasmos y temblores.

Para, por favor, me dijo.

Por toda respuesta, metí mi lengua dentro del agujero moviéndola sin parar a la vez que metía uno de mis dedos dentro. Tenía el coño estrecho y mojadísimo pero el dedo entraba y salía sin ninguna dificultad, masturbándola, haciendo que llegara a un nuevo clímax.

Déjame a mí ahora, dijo.

Me levanté. Estaba de pie enfrente de ella. Tenía la polla a punto de reventar. Me bajo el bañador y sin tocarla con las manos, metió mi polla en su boca, con suavidad. Comenzó a chuparla, sin prisas, como nunca me la habían mamado.

Como sigas así me corro ya, dije suspirando.

Y?, tenemos toda la tarde, contestó.

Cogí su cabeza y la moví adelante y atrás hasta que me llegó la corrida. Se la tragó toda mientras yo temblaba de gusto.

Madre mía, dije sentándome a su lado.

Se inclinó sobre mí. Pasé mi brazo por detrás, abrazándola.

Nos quedamos así un rato, sin hablar, relajándonos. Era una sensación única y maravillosa.

Voy al aseo, dijo de pronto, a lavarme la boca, matizó.

OK, dije.

Se levantó y entró. Yo la seguí.

Así me lavo yo también, dije.

Entramos. Abrió el agua del lavabo mientras yo me lavaba en el bidé. Al inclinarse a lavarse la cara, su culo quedó al lado de mi boca. Me levante y me arrodillé. Volví a meter mi lengua en su coñito, subiendo luego al agujero del culo.

Ummmmmmmm, suspiró.

Se me había puesto dura otra vez. Me levanté y acerqué mi polla a su agujero. La pasé un rato por la raja, llegando al botoncito para lubricarla. Luego, lentamente, la metí. Entraba y salía con suavidad de aquella cueva mojadísima mientras ella no dejaba de suspirar. Se corrió llenando mi polla de sus jugos.

Vamos fuera, dije.

Volvimos al salón. La senté en el sofá abriéndole las piernas. Mi polla acarició su clítoris antes de volver a entrar. Está vez bombeé con mas fuerza, consiguiendo que gritará de gusto (tuve que taparle la boca de cómo chillaba). Se corrió dos veces más.

Por favor, no puedo más, suplico con voz lastimera.

Saqué mi polla y la dirigí a su boca. Chupó y chupó hasta que volví a correrme en su cara, dejándome hecho polvo a mí también. Me recosté en sus muslos.

Eres impresionante chispi, le dije.

Me miró. No contestó. Se limitó a poner el dedo en mi boca a modo de silencio.

Ok, dije.

Se fumó un cigarro, se puso la ropa y me besó.

Ha sido la ostia, dijo.

Repetiremos, pregunté.

No lo dudes, contestó.

Se levantó.

Me voy, dijo dirigiéndose a la puerta.

Se buena, contesté.

Ídem, y controla a tu hermana, dijo con sonrisa picara.

No lo dudes, chispi.

Cerró la puerta. Volví al comedor. Me acosté en el sofá y me pegué una paja pensando en todo lo que había pasado, y lo que tenía que venir, pero eso es otra historia.