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El Torturador (2)

en Sadomaso

EL TORTURADOR (Parte II)

En la Primera Parte les relaté como fui torturado psicológicamente con técnicas fetichistas. En esta entrega continúan las torturas. Después de la terrible sesión de humillación a la que fui sometido por el sargento Willy, fui confinado esa noche en una celda oscura, húmeda y maloliente. Esa noche soñé continuamente con las cosas que me hizo. Veía al sargento pasarme sus repugnantes pies por mi cara, sentía su nauseabundo aliento y sus asquerosas axilas en mi nariz. No tuve otro tipo de sueños. Sin embargo, la repetición constante de lo me sucedió, a pesar de ser también una tortura, también me provocaban una especie de deseo de tenerlas otra vez, eso era algo que no lograba comprender. Adicionalmente, la celda estaba llena de medias sucias y apestosas y tuve que soportar ese olor toda la noche.

Al amanecer se me permitió ir al baño para hacer mis necesidades y asearme. A media mañana, después de comer algo, fui conducido a la oficina del coronel que me recibió el día anterior.

-Me parece que el tratamiento recibido no fue efectivo.

-Porque no sé nada, están maltratando a la persona equivocada.

-¿Por qué hace las cosas tan difíciles?. Mire, le ofrezco salir de aquí si nos dice lo que necesitamos, sólo eso.

-Lo siento, no tengo la información que necesitan.

-Le recomiendo que hable, al final tendrá que hacerlo, lo obligaremos a hablar.

-¿Qué quiere?, ¿Que les mienta?

- Usted sabe mucho, por su bien, hable.

-No sé nada.

-Pues bien, no diga que no se lo advertimos, ¡Traigan al sargento Willy!.

Al oír esto mi corazón se aceleró, el miedo se apoderó de mí, ¿Qué me haría hoy ese sádico?, aunque confieso que sentía también curiosidad de verlo.

-¡A la orden mi coronel!

-Sargento, llévese de nuevo a este individuo y hágalo hablar, aplique Nivel 2.

-¡Sí mi sargento!.

El sargento me condujo hacia la misma habitación. Y adentro me dijo:

-Tienes una oportunidad antes de que comience a aplicarte el Nivel 2.

-¿En qué consiste eso?.

-No te lo puedo decir, pero no te lo recomiendo, es mejor que hables, además, me imagino que el sargento habló contigo y ofreció ayudarte, sigues aquí porque quieres.

-No, sigo aquí porque les da la gana a ustedes, te he dicho muchas veces que no tengo nada que ver con esa gente.

-Te advierto una cosa, a mí nadie se me ha resistido a hablar y ti no serás el primero.

-Siempre hay excepciones.

-Qué tonto eres.

Sacó su pistola y me apuntó, pensé que mi atrevimiento había sido un error. Sin embargo, no me mató, me hizo acostarme boca abajo sobre una mesa corta, donde mi cuerpo cabía completo. Me ató los brazos y las piernas a las patas de la mesa. Mis piernas estaban separadas, al igual que mis brazos. Tomó un filoso cuchillo y me asusté de nuevo. Recordé que el famoso Nivel 2 era castigo físico, pensé que me cortaría, pero volví a equivocarme. Con el cuchillo rompió mi ropa hasta dejarme desnudo. En ese momento volvió a entrar el coronel.

-Como verá le hemos asignado al sargento Willy como la persona quien deberá hacerlo hablar, aunque me imagino que usted no quiere hacerlo.

-¿Hasta cuando les debo repetir que yo soy inocente de lo que acusan?.

-Y yo le aseguro que el sargento es nuestro mejor hombre para arrancar confesiones, hace hablar hasta las piedras.

En ese momento el coronel comenzó a acariciarle el pene al sargento Willy. Se le fue formando un bulto cada vez mayor y luego el coronel le abrió el cierre y se le sacó el pene. Pude ver que no era muy largo, pero sí muy grueso.

-Como ve el pene del sargento es grueso, muy grueso, es perfecto para crear el máximo dolor... y humillación en una persona como usted.

Pude notar que el coronel decía estas palabras con mucho placer y parecía disfrutar acariciando el pene del sargento.

-Le suplico no me haga daño, hablaría si supiera algo, pero realmente no sé nada.

-Es una verdadera lástima que nos obligue a hacerle daño, Willy, encárgate de él, hazle lo que perfectamente tú conoces.

-¡Entendido mi coronel!

El coronel salió y me dejó a solas con Willy, quien agarró un envase plástico, lo abrió y tomó con sus dedos una sustancia blanquecina. Luego introdujo salvajemente primero un dedo y después dos y me untó el ano con ella. Mi cuerpo se resentía con lo que hacía el sargento, era la primera vez que experimentaba esa sensación y sin embargo, no era totalmente desagradable para mí. Me di cuenta que era un lubricante y me preparé para lo peor. Me horroricé cuando vi al sargento colocarse un preservativo y este no le entraba. Intentó varias veces ponerlo en su pene, pero era tan grueso que se retraía sobre sí mismo. Al final, el preservativo quedó en su lugar. Imaginé cómo me dolería pues era totalmente virgen.

-Puedes gritar todo lo que quieras, esta habitación está totalmente insonorizada y además me fascina que mis víctimas griten y lloren.

Yo no podía hablar, estaba temblando por el miedo. El sargento colocó su pene en mi ano y lo empujó dentro, pero no entró. Era difícil, estaba muy cerrado. Después de varios intentos, logró penetrarme, sentí un dolor fortísimo y grité sin poder contenerme. El sargento no se compadeció de mí, por el contrario, se movía más rápido y comenzó a jadear de placer. El dolor era muy intenso, sin embargo, poco a poco fue cediendo y comencé a sentir una sensación deliciosa en mi próstata, mi pene comenzó a erectarse, no tenía idea de por qué, pero me estaba gustando mi violación. El sargento se acostó sobre mi espalda y pude sentir de nuevo su aliento fétido y sus olorosas axilas.

-Habla y dejaré de hacer esto-me decía mientras exhalaba su aliento en mi rostro-

La verdad no quería que dejara de penetrarme y él se dio cuenta. Continuó moviéndose y eyaculó dentro de mí. Sacó su pene y se quitó el preservativo. Pude ver que estaba manchado de mi sangre. Entonces fue a buscar algo. Cuando lo vi me di cuenta que era una especie de tubo de metal con dos cables. El cable más largo estaba conectado a la pared y el más corto tenía un control con un botón. Me introdujo el tubo en el ano y se colocó frente a mí.

-Habla o te arrepentirás.

-No sé nada.

El sargento tomó el control con su mano izquierda y con la derecha comenzó a masturbarse, pues su pene estaba nuevamente en erección. Apretó el botón del control y sentí una descarga eléctrica en todo mi cuerpo. Nuevamente grité, cosa que agradó al sargento, ya que aceleró su ritmo masturbatorio. Varias veces me hizo sufrir con descargas, hasta que al final el sargento eyaculó sobre mi cara. Perdí el conocimiento por algunos instantes.

- Tú te crees muy fuerte, ¿verdad?, si no hablas te ira mucho peor. Podría pasar todo el día dándote descargas eléctricas, ¿Eso es lo que quieres?.

- No, sólo quiero que me dejes en paz.

Aunque en ese momento comencé a reconocer que realmente estaba disfrutando de mis torturas. Increíblemente, me estaba haciendo adicto a ello. Él instintivamente lo sabía y también le gustaba, por lo cual ya se había transformado en una sesión de sadomasoquismo. El hecho de tener a alguien que me hiciera daño me excitaba muchísimo. También crecía dentro de mí una fuerte atracción física por el sargento. Ambos sentimientos eran inevitables.

Sin poder hacer nada fui levantado bruscamente por el chico, quien me sujetó los brazos con unas cadena que pendían del techo. En consecuencia quedé con los brazos alzados. Mi torturador se puso junto a mí por el lado izquierdo y agarró mis testículos y mi pene con su mano derecha, mientras me rodeaba el cuello con su brazo derecho. Allí comenzó a hablarme al oído y pude sentir otra vez su aliento fétido y su olor axilar.

- Habla estúpido, no durarás mucho si no sueltas lo que sabes.

- No sé nada-musité con dificultad-

- Con que no sabes nada, ¿Y con esto puedes recordar?

Apretó intensamente mis testículos y yo me eché hacia atrás.

- No sé, lo juro, déjame en paz.

Dicho esto me dio un golpe en mis testículos que me arqueó con fuerza hacia delante. Sin alguien tenía dudas sobre mi placer en este momento, se desvanecieron al erectarse mi pene. Willy también tenía su pene bien erecto.

El sargento se fue y volvió al rato con un bate de metal, de esos que se usan en el béisbol, el cual estaba recubierto con muchas hojas de papel periódico, pegadas con cinta plástica.

- ¿Sabes para quién es esto?, para ti. Si no hablas te destrozaré a golpes y el periódico no dejará marcas externas, pero te aseguro que si hará mucho daño interno.

Esta vez fui sincero.

- Golpéame papito, seré feliz si lo haces, demuéstrame quién es el que manda.

Los ojos del sargento brillaron de placer, era obvio que los dos estábamos disfrutando de aquello. Willy me dio dos sonoros batazos en el cuerpo que me hicieron contraerme por un dolor fortísimo y gritar. Siguió así por un rato. Después la nada, me quedé inconsciente y no supe de mí por varias horas.

Desperté en una camilla de hospital. Esta historia continuará...