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Los Pies de David

en Fetichismo

LOS PIES DE DAVID

Hace algunos años estaba disfrutando de los pies de un amigo llamado Johel. Para la época él era menor de edad y se extrañaba de mis gustos fetichistas. Nadie nunca le había hecho nada en sus lindos pies. Me pareció entonces prematuro decirle que no sólo me gustaba oler, besar y chupar pies masculinos, sino que además me encantaba que estuvieran sudados y olorosos. Por supuesto que a él eso le pareció lo más extraño del mundo.

Una vez él comenzó a relatarme cómo eran los pies de sus familiares más cercanos y por supuesto, yo le escuchaba atentamente. Me habló de sus hermanos Jonathan y Johan y de sus primos Wiston y David. En todos coincidía que eran descuidados con sus pies y que cuando se quitaban los zapatos despedían olores fuertes. No todos esos olores eran iguales. De hecho, me describió una escala en la cual su hermano Johan era a quien le olían menos los pies. Un poco más arriba se situaban su primo Wiston y luego su hermano Jonathan. Pero lo que afirmó muy tajantemente que nadie tenía un olor más fuerte y más repugnante (según él) que los pies de su primo David.

En ese momento todos ellos eran menores de edad y ya había tenido relaciones sexuales con ellos. Sin embargo, quería probar sus pies. Y comencé con la escala que me había descrito Johel. Primero Johan, cuyos pies tenían un olor medio. Luego, Wiston, quien tenía un olor un poco mayor. Después, Jonathan, al cual tuve que rogarle que se dejara besar los pies por mí, ya que sentía una pena horrible por su olor. Este último fue muy delicioso y lo disfruté mucho. Pero en mi mente seguía pensando en David y sus pies, pues hasta el momento la descripción de la escala de olores hecha por mi amigo estaba acertada.

A pesar de mis deseos los pies de David debieron esperar un largo tiempo para que los pudiera probar. Tanto fue así que cuando tuve relaciones sexuales la primera vez con él tenía 15 años. Luego pasaron varios años sin lograr concretar mi proyecto. La razón primordial de ello es que David es un delincuente. En tal sentido vive huyendo, tanto de la justicia, como de sus enemigos personales. Se ha mudado frecuentemente, incluso algunas veces, se ha ido fuera de la ciudad donde vivimos.

Hace poco tiempo lo volví a ver en las afueras de una casa donde me encontraba en una fiesta en compañía de un matrimonio de amigos míos. Ya tiene 25 años y está tan lindo como siempre. Es de estatura media, delgado, blanco, cabello negro, ojos claros y un hermoso rostro que denota picardía. Él estaba en compañía de uno de sus compinches delincuentes y no me resistí a mirar sus pies. Calzaba unos botines de basquetbolista de color negro, muy populares entre los chicos de la actualidad. Cuando me vio me llamó y yo no me pude resistir a salir para hablar con él, mientras su amigo compraba unos cigarrillos en un negocio cercano.

LOS ZAPATOS DE DAVID

- Hola David, Como estas?

- Bien, teníamos tiempo sin hablar.

- Pues sí, pero déjame decirte que estás más lindo que nunca.

– Gracias, ¿Me estás buscando pelea?

- La verdad es que me encantaría que estuviéramos juntos otra vez.

- A mi también, pero ahora estoy con este amigo mío. Hagamos una cosa, te doy mi número de celular, tú me das el tuyo y así nos podemos llamar en cualquier momento. ¿Qué me dices?

- Me parece de maravilla. Yo te llamaré lo más rápido posible, tengo muchas ganas de hacerte algo especial que seguramente nunca has experimentado.

- Uyyy, ¿Qué será?

- Paciencia, pronto lo sabrás.

- Bien, entonces nos vemos pronto.

- Claro que sí, cuídate mucho.

Acto seguido nos intercambiamos los números de celular y nos dimos la mano para despedirnos pues ya su amigo volvía con los cigarrillos. Regresé a la casa de mis amigos, pero en mi cabeza sólo había pensamientos para ese chico tan hermoso. Mi mente se excitaba por el solo hecho de pensar que podría saborear esos riquísimos pies.

Al día siguiente le llamé y nos citamos en un centro comercial de la ciudad. Cuando llegó le propuse ir en taxi a una ciudad vecina para tomar unos tragos y luego ir a un hotel cercano. El accedió sin ningún problema. Llegamos al lugar en cuestión y comenzamos a hablar, al principio de todo lo que nos había pasado durante estos años y luego de las cosas que hacíamos cuando teníamos sexo. Yo sólo tenía ojos para sus pies, los cuales miraba sin que se diera cuenta. Eran unos pies menudos, más o menos 38. Mi pensamiento estaba fijado en ellos sin que pudiese evitarlo, por fin podría cumplir mi sueño dorado. Él me preguntaba que era lo que yo quería hacer esta vez, pero no solté prenda y cuando estábamos bien calientes no fuimos al hotel.

Ya en el hotel le propuse que se acostara en la cama y que yo le fui desvistiendo. Lo primero que hice fue quitarle la camisa y luego mis manos comenzaron a acariciar su pecho con mucha ternura. Él cerró sus ojos y su respiración se hizo más rápida. Entonces bajé hasta sus zapatos y comencé a tocarlos, pero al momento que quise quitárselos me detuvo con su mano.

- Yo me quito los zapatos.

- Tranquilo, yo te los quiero quitar y luego deseo besar tus pies.

- No te lo recomiendo, mis pies huelen muy mal y sería muy desagradable para ti, por eso prefiero ir antes al baño para lavármelos.

- Déjame quitarte los zapatos, te juro que desde hace tiempo he querido besarte los pies, no te preocupes por el olor que tengan, te confieso que si están sudados y olorosos me gustan más.

- El olor de mis pies es demasiado fuerte, no podrías resistirlo, nadie ha podido. Además, sabes muy bien que todos me critican y se burlan de mi por eso.

- Te apuesto a que yo sí lo podré resistir.

- Bueno, tú lo quisiste.

Puso sus pies muy cerca de mi y yo comencé a acariciar sus zapatos, mi mente fue invadida por el morbo cuando tuve contacto con el terciopelo negro de su calzado; luego se los besé, ya sentía algo de olor, por lo que concluí que estaban bien sudados. Mi boca se volvió agua pensando en el manjar de dioses que me iba a comer. Apenas le quité el primer zapato percibí un fortísimo olor. Era realmente desagradable y tuve que apartar mi cara mientras él se colocaba su calzado nuevamente.

- Tengo que admitir que es realmente fuerte el olor de tus pies.

- Te lo dije, nadie ha podido resistir el olor de mis pies.

- Pero yo tengo experiencia en esto, no es la primera vez, me parece increíble.

- Pues tienes que aceptar que te vencí y que conmigo no podrás nunca hacer lo quieres.

- Disculpa David, sólo he perdido una batalla, no la guerra. Te aseguro si pudiera estar más tiempo en contacto con tus pies podría habituarme a su olor y adaptarme a él.

- Ja, ja, ja, no me hagas reír y ¿Cómo harías tal cosa?, es imposible, no insistas.

- Se me ocurre algo, regálame tus medias y yo me iré acostumbrando a tu olor, cuando esté listo yo te llamaré, nos volvemos a citar y verás si podré besar y chupar tus pies.

- Eso sí que suena chistoso, ¿Por qué tanta insistencia con mis pies?

- Tengo que confesarte que me encantan los pies de los chicos, sobre todo si están sudados y en ese sentido los tuyos son especiales, pues su olor es indescriptiblemente fuerte y me atrae mucho. No te imaginas cuanto tiempo deseé que llegara este momento.

- De acuerdo, te regalaré mis medias, pero ni aún así no podrás resistirlo, haré lo imposible porque el olor que tienen sea más fuerte y cuando nos citemos será igual que esta vez: no podrás cumplir tu sueño.

- O sea, ¿Me estás retando?

- Sí, con mis pies no podrás hacer nada, son sagrados e intocables. El olor que tienen es para protegerlos.

- Pues te apuesto que yo si podré vencer esa protección.

- Acepto la apuesta, pero de antemano te digo que estás derrotado.

- Eso lo veremos chico lindo.

Después de esa conversación él fue al baño y se lavó los pies para gran tristeza mía. Luego nos acostamos, nos besamos y exploramos todos nuestros cuerpos con las manos y la lengua e hicimos el amor como de costumbre. Sus pies estaban presentes visualmente, pero eran imperceptibles para mi olfato. Cuando terminamos tomé una bolsa plástica e introduje sus olorosas medias. Eran del tipo deportivo, blancas, elaboradas en algodón y poliéster, altas hasta poco mas arriba de sus tobillos. Su aroma era indescriptiblemente fuerte y además se veían sucias lo cual denotaba que caminaba con ellas sin los zapatos.

LAS MEDIAS DE DAVID

Cuando finalizamos, nos fuimos y ya en nuestra ciudad nos despedimos. Al llegar a casa lo primero que hice fue tomar sus medias y aspirar fuertemente. Era muy fuerte su olor, algo nunca experimentado por mí. Me puse a pensar que quizá David tendría razón, quizá nunca podría probar sus pies y eso me entristeció. Trataba, mas no podía resistir su fetidez. Los días subsiguientes, David iba a mi casa y me atacaba psicológicamente. Me decía que trotaba todos los días y que no se cambiaba las medias, otras que por supuesto no eran las que él me había regalado. Incluso, se quitaba los zapatos y la pestilencia que brotaba de sus hermosos pies era realmente insoportable, aun para mí, fetichista confeso.

Esas medias no escapaban de mi mente ni un solo día. Siempre pensaba en ellas, tenían una atracción casi magnética, imposible de resistir, aun cuando su pestilencia era tal que repugnaba, pero igualmente deseaba olerlas a cada instante. Sin embargo, a medida que las olfateaba, poco a poco, casi sin darme cuenta, ese olor se me hacía más y más rutinario y por tanto más rico y deseable.

Un día le dije a David que me estaba acostumbrando a sus medias y él me contestó que era normal porque gradualmente perdían el olor que tenían impregnadas. Definitivamente, ese chico estaba decidido a vencerme, pero yo no tenía ni remota intención de rendirme ante él.

Fue entonces cuando decidí amarrarme sus medias a la nariz cuando andaba solo en mi casa, así me acostumbré a su olor y poco después de una semana de haber ido juntos al hotel lo volví a invitar. Él rió en manera desafiante y aceptó, pero me dijo que sus pies estaban ahora más olorosos por todas las cosas que hacía y que, por tanto, me sería imposible resistirlos.

Lo primero que hicimos al llegar al hotel fue sentarnos a la cama y mirarnos el uno al otro en manera desafiante.

- Entonces, ¿Qué esperas para comenzar tu derrota?

- ¿Por qué estás tan seguro?, no creas que no he hecho nada para vencerte.

- Es otra batalla perdida y lo sabes. Esta vez mis pies huelen peor que nunca. He trotado y caminado con las medias que tengo puestas, sin cambiármelas durante más de una semana. Me he bañado teniendo el mayor cuidado en que el agua no tenga contacto con ellos. Están al máximo de su olor, más fuerte incluso que la vez anterior. No tengo idea de cómo podrás resistirlo, jajaja.

- No me intimidas. Las batallas que no se intentan se pierden. Probemos y veremos quien vence esta vez.

- Bien, quítame los zapatos y empieza tu fracaso.

Sin perder tiempo, me incliné reverencialmente ante él y comencé a acariciarle los zapatos y luego a besárselos. Se sentía un olor fuerte aún sin quitarlos, mi corazón se aceleró pues no sabía que encontraría tras esa barrera. Fui descalzando su pie derecho muy lentamente, David estaba un poco impaciente y me susurraba que lo hiciera más rápido, pero yo no debía hacerlo de esa manera pues debía acostumbrarme gradualmente a ese olor. Mis manos deslizaban su zapato cada vez más y el olor crecía. Yo acariciaba sus medias para irme habituado a tal carga de pestilencia hasta que decidí terminar de quitarlo y enfrentar de una buena vez la apuesta. Súbitamente, el aroma fuerte y penetrante se hizo dueño y señor de la habitación. Yo me alejé un poco y David haciendo un gesto con su mano me indicó que debía acercarme y continuar.

Entonces me armé de valor, me acerqué a su pie y aspiré fuertemente. Sin duda era el pie más hediondo que había sentido en toda mi vida, era aún mas agudo que la primera vez., pero no me separé de él. Lo toqué, lo acaricié y después lo besé. A pesar de todo me gustaba. El tiempo que pasé oliendo sus otras medias me había ayudado muchísimo.

Le quité esa media y mi nariz recorrió todo su pie. Pronto mi lengua la relevó y lamí con pasión su planta, los laterales y hasta su empeine para luego buscar la fuente de mayor placer: Los espacios entre los dedos. Era fuerte, pero me encantaba, estaba embelesado con mi juguete preferido y éste era el mejor de todos los que había probado antes.

David no lo podía creer, me había retado a una apuesta aparentemente imperdible para él y estaba siendo abatido. Yo por el contrario, quería más, estaba desesperado por extraer más hedor de sus pies. Le quité su otro zapato y bese y lamí igualmente su pie izquierdo. Acto seguido, tome ambos pies y los adore juntos, no deseaba por nada del mundo separarme de ese majar tan delicioso. Me los pasaba por mi cara y por mi cuerpo, quería impregnarme de ese olor.

Mi chico estaba más que vencido y resignado cerró sus ojos y resistió dócilmente mi lengua traviesa en sus extremidades inferiores. No podía creerlo, pero no emitió palabra alguna durante varios minutos.

Posteriormente David fue tomando el control de la situación. Separó mi cabeza de sus pies lo que ocasionó mis protestas y luego desanudó las trenzas de sus zapatos y con ellas me amarró con los brazos abiertos al copete de la cama. Acto seguido puso sus pies muy cerca de mí, pero yo no podía lamerlos, aunque sí olerlos. Me los pasaba por todo el pecho y también cerca del cuello. Era la peor de las torturas: Tan cerca de esos deliciosos pies y estaba impedido de comérmelos.

Su pene estaba al máximo de erección y al cabo de más o menos media hora me tomó mi cabeza y la dirigió hasta su miembro. Yo lo chupé, pero su excitación era tan grande que a los pocos minutos eyaculó un montón de semen caliente y rico. Al final me desató y nos abrazamos y besamos tiernamente. Esa era la confirmación de su derrota.

Hasta que punto vencí no es seguro pues desde ese momento me convertí en esclavo de los pies de David. No sólo los adoraba con mi lengua, mi boca y mis manos, sino que también los cuidaba con mucho esmero. Sólo yo estaba autorizado para darle los cuidados que se merecían como soberanos de mis gustos y mi excitación. Le cortaba las uñas y se las limaba, le limpiaba los talones con una piedra pómez, les colocaba loción cuando estaba cansado, los protegía de cualquier hongo que pudiese alojarse en ellos y al mismo tiempo estimulaba su olor característico y esclavizante. Era claro que no podía vivir sin ellos y tampoco sin David, quien al cabo de todo esto terminó alejándose de su pasado tormentoso y comenzó un tórrido romance conmigo. ¿Qué más podría pedir?