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Angelita

en Jovencit@s

ANGELITA

Una niña se ve paulatinamente cautivada por un

hombre maduro que la guía a su ingreso por un mundo

fascinante de felicidad y placer.

Frente a mi escuela se instaló una oficina por cuya acera pasaba yo a diario antes de cruzar la calle para asistir a mis clases de primaria. Al poco tiempo comenzaron a serme familiares las personas que trabajaban en esa oficina, especialmente el señor que tenía su escritorio frente a la amplia ventana.

Como al mirarme lucía siempre una amplia sonrisa, pronto ya lo saludaba con la manita que me dejaba libre el portafolios, lleno de útiles.

En una ocasión, después de los saludos y las sonrisas me hizo señas de que entrara, cosa que hice pues me quedaban algunos minutos disponibles antes de entrar al plantel.

Al quedar junto a él me tendió su mano que tomé con gusto. Me dijo su nombre y le di el mío: Angelita. Respondió que era el nombre perfecto para mí, porque yo le parecía un angelito que lo saludaba cinco días a la semana, antes y después de clases, con lo cual le alegraba todos los días, pues los fines de semana me saludaba en su imaginación.

Sacó una rosa blanca de un florero cercano y me la dio, diciendo: Un regalo para la niña más linda de todas. Mi sorpresa y alegría fueron mayúsculas: era la primera vez en mi corta vida que recibía un regalo de un hombre, y era una bellísima flor que él besó antes de obsequiármela. Le di emocionada las gracias, y con mi pequeño tesoro me despedí para atravesar la calle y entrar a mi escuela.

Cuando llegué, mis compañeras preguntaron por la rosa, pero no respondí porque era secreto que no estaba dispuesta a compartir; simplemente la coloqué en el florero de la maestra, y al finalizar la sesión escolar me despedí de aquella joya con un discreto beso.

De regreso a casa, al pasar de nuevo por la oficina se hallaba él en la puerta; luego de saludarnos se ofreció a ayudarme a llevar el portafolios hasta la parada del autobús, a lo que accedí un poco por el peso de aquel objeto y mucho por sentirme acompañada por ese hombre. Al vernos, algunas chicas comenzaron a burlarse: ¡Angelita tiene novio, Angelita tiene novio!...

Que pensaran que aquel guapo señor era mi novio me ruborizó y al mismo tiempo me llenó de satisfacción. ¡Qué tontas!, dije, y él me preguntó: ¿Te molesta que crean que somos novios? Contesté negativamente con la cabeza.

- Bueno, como los novios toman helado juntos, te invito uno en la nevería que está unos pasos adelante-, indicó, y me dejé llevar...

Conversamos de mis estudios y su trabajo, y un poco de las familias de ambos. Me dijo que era divorciado, que sus hijos ya estaban grandes, uno de ellos casado y dos que aún estudiaban y vivían con su madre. Le conté que yo tenía dos hermanos varones mayores, y vivíamos solos con mamá después de la muerte de mi padre hacía dos años.

No quería que el tiempo pasara en compañía de alguien para quien yo era la única persona que importaba, pero el encanto fue roto cuando opinó que ya era tarde y podían preocuparse por mí en casa. Le informé que yo era la primera en llegar pues mamá y mis hermanos regresaban tres horas más tarde, la una de su trabajo y los otros de la universidad.

Cuando nos dirigíamos a la parada del camión preguntó si alguna vez podía permitirle llevarme en su coche a mi casa; por supuesto respondí que sí, que cuando él quisiera.

La oportunidad de llevarme en su automóvil se presentó al día siguiente; me condujo de la mano al estacionamiento y subí: era un carro lindísimo. En el recorrido a mi domicilio platicamos de cosas de él y mías, y cuando advertí ya habíamos llegado. Le di las gracias y me dijo: Dame las gracias con un beso. Le di un tierno beso en la mejilla pero protestó: Así no, un beso de novios, en los labios.

Apenas podía yo creerlo: ¡Así que de veras éramos novios! Sin más demora le ofrecí mis pequeños labios y él los besó con inmensa ternura; así permanecimos largo rato que me pareció un instante maravilloso.

- Luego me invitarás a conocer tu casa, ¿verdad?

Respondí con una radiante sonrisa de felicidad, mientras salía del vehículo con el portafolios que se me hizo una pluma.

Al día siguiente cumplí mi promesa y lo invité a pasar. La casa estaba sola, como era costumbre. Le ofrecí un refresco y le dije que iría a quitarme el uniforme. Estaba en mi cuarto en ropa interior para ponerme algo más cómodo cuando lo vi en el umbral. Nos miramos fijamente, él se acercó y me dio un beso, yo rodeé con mis bracitos su cuello mientras en mi cuerpo advertí la dureza de su pene, del miembro que había ocupado algunas horas de clase y muchas de conversación, dudas y especulaciones entre las alumnas del grupo.

Me dejé adorar por aquel hombre que había llegado a mi vida de manera tan dulce. Mis añitos reaccionaron, y la delicadeza de sus manos y sus labios me fueron conduciendo sin prisas y sin miedos a otro mundo, el de la mujer con todas sus emociones y alegrías, y el de la hembra con todos sus placeres y satisfacciones...

Desanudó mi corpiño, besó los pezones que ante mi desesperación aún eran apenas dos botoncitos que él disfrutó lentamente en tanto sus manos expertas acariciaban el resto de mi pequeño cuerpo, que comenzaba a experimentar emociones jamás imaginadas por mí ni por mis amigas y compañeras.

La cama que durante tanto tiempo había acogido mi soledad, me recibió de nuevo pero ahora también al primer hombre con el que estaba a solas, del cual me había enamorado irremediablemente.

En silencio besó enseguida mi ombligo y mi vientre, desprendió con mi ayuda los calzoncitos, pasó por mi tití (como le llamaba mamá, aunque yo sabía que su nombre correcto era "vulva"), que tocó levemente con sus labios, siguió por muslos, piernas y tobillos hasta que llegó a los pies cuyos deditos saboreó con deleite.

Yo estaba en el paraíso, gimiendo a casa sensación que mi amado hacía que descubriese. Por fin volvió a mi rajita y ahí se entretuvo deleitosamente: mordió suavemente mi clítoris con lo que lancé un gritito de placentera sorpresa.

La inexperiencia de niña fue suplida por el instinto de mujer, y entre sollozos le pedí que se desnudara también.

Cuando recorrí su cuerpo con la vista me detuve en su pene: era grandísimo y grueso para mis ojos infantiles, me acerqué, lo toqué y finalmente lo besé, en una deleitosa adoración... Y me recosté boca arriba en espera de lo que sabía que habría de suceder.

Tomó mis piernas y las recogió hacia atrás, dejando mi abultada vulvita expuesta a sus deseos, que se adivinaban enormes por el brillo de su mirada.

Colocó el miembro en la puertita de mi virginidad y fue penetrando mientras yo procuraba facilitar su entrada con ligeros movimientos en círculo: obedecía ciegamente a todos mis instintos.

Cuando a la cuarta parte de su ingreso sentimos el obstáculo de mi himen, me miró interrogándome; con una sonrisa y un beso en el aire lo alenté a proseguir, y luego de algunos intentos su poderosa verga logró traspasar aquella barrera que se oponía a nuestra entrega absoluta. Solté algunas lágrimas que él bebió calladamente al mismo tiempo que me decía palabras de amor que nunca había escuchado. Era el éxtasis total.

Al fin éramos uno del otro. La virginal vagina se acostumbró pronto al querido huésped y entre jadeos que fueron creciendo terminé en un orgasmo fenomenal y él derramó su fuerza viril en lo más profundo de mi feminidad.

Hoy ya terminé la primaria y luego del acto de clausura lo primero que hice fue llevarle mi diploma de primer lugar. Me prometió un gran premio que ya me muero por disfrutar...