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Linda

en Amor filial

LINDA

A la muerte de papá, supe por boca de mi madre que él había vivido, antes de casarse con ella, en un uno de los países de las Antillas.

Yo tenía 11 años de edad por entonces, y con la mayor curiosidad me dediqué a hurgar, entre las cosas personales de mi padre, algún indicio de su permanencia en aquella república tropical. Mamá y yo jamás tuvimos acceso a tales objetos mientras papá vivió, pero ahora era el momento de conocerlos y revisarlos; ella mostró nulo interés en ello, de modo que tomé la tarea para mí sola, por las tardes.

Encontré muchas sorpresas, y casi a diario había algún hallazgo especial que de inmediato compartía con mi madre. Entre los artículos hallé la fotografía con el nombre de una guapa negrita, sin dedicatoria, y al reverso una dirección de aquel país y una fecha del año 1976. Al instante decidí hacer una carta dirigida a ella para explicarle que el motivo de la misiva era presentarme, preguntarle si había conocido a mi padre y contarle su reciente fallecimiento.

Todo esto lo mantuve en secreto para no correr el riesgo de lastimar los sentimientos de mamá; ya llegaría ocasión de que se enterara del asunto.

Tardó alrededor de dos meses la respuesta, pero no de la bella dama sino de otra persona con nombre masculino, quien agradecía la comunicación y me informaba que él era hijo único de su madre, quien nació de la unión de ella y de mi papi. Agregó que ésta había muerto hacía un par de años y que le daba gusto saber que tenía una hermanita en el continente, me dio a conocer que tenía 24 años, recién terminó su carrera de ingeniero civil (como mi padre, del que recibió apoyo permanente para sus estudios, según me dijo, lo cual, por supuesto, nosotras ignorábamos), trabajaba en una empresa constructora, se puso a mis órdenes y me invitó a conocer su hermosa patria, pidiéndome mantener contacto con él, en tanto, para lo cual añadió su número telefónico y dirección de correo electrónico.

Sin perder un minuto le envié un e-mail, haciéndole saber que había llegado su carta, le agradecía su amabilidad, le manifesté que lamentaba la muerte de su madre pero que me alegraba saber que tenía un medio hermano en un lugar tan lejano, que tenía 11 años de edad, era hija única también y estudiaba el quinto grado de básico, que me era imposible visitarlo porque era menor de edad, y mi madre ni nadie más estaba en condiciones de acompañarme, pero que deseaba conocerlo, por lo cual le hacía la invitación a que viniese hasta donde nosotras vivíamos, ya que él tal vez podría costearse su propio viaje en alguna de sus vacaciones; que por hotel no se preocupara porque sería huésped de honor en nuestra casa. Esto último, claro está, sin la autorización de mamá, por lo cual consideré oportuno ponerla al tanto de los acontecimientos.

Ella se sorprendió de conocer la existencia del joven porque papá nunca le platicó de sus relaciones amorosas en aquellas tierras, aunque le pareció normal que hayan ocurrido tomando en cuenta la apostura de que él siempre hizo gala. Se mostró asombrada también de los progresos que yo había hecho al respecto, y me dijo que creía muy difícil que el muchacho hiciese un viaje tan largo sólo para conocernos.

Respondió él, por su parte, que le encantaría conocernos, y que ya estaba planeando venir en cuanto tuviera oportunidad, y mandó saludos respetuosos a mi madre. Así continuamos nuestra correspondencia, hablamos por teléfono y hasta chateamos, muy de vez en cuando porque él vivía permanentemente ocupado.

Al año siguiente nos anunció su visita y finalmente llegó. Quedamos de una pieza cuando vimos arribar en la sala de pasaje internacional a aquel hermoso mulato, la viva imagen de papá con la soberbia piel afroantillana de su madre, y sonrió al reconocernos: habíamos intercambiado por la Internet nuestras fotografías, y en la suya salió bien parecido pero personalmente era fascinante.

Me enamoré en el acto de él, y me invadió un sentimiento de egoísmo que no había sentido antes. Me prometí que habría de ser solamente mío, aunque fuese mi hermano, o tal vez por eso: ¿acaso no circulaba por su sangre la mitad de la mía? ¿De qué manera me apropiaría de él?, lo ignoraba..., tanto como me pasó inadvertido el hecho de que, en el mismo instante, todos los sentidos femeninos de mamá despertaron a la vista de aquel ejemplar de macho, y se propuso lo mismo que yo pero en modo mucho más definido.

Era domingo, fuimos a casa, se instaló, lo llevamos a conocer algunos sitios interesantes de la ciudad, comimos en la calle y volvimos al hogar con el nuevo integrante de la familia, con quien tuvimos larga y amena conversación en la que hubo de todo. A hora prudente se disculpó para retirarse a descansar, y las dos mujeres nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones, contentas de tener otra vez a un hombre en casa, aunque fuese por una corta temporada.

Al día siguiente salí temprano a mi escuela, a donde me llevó mamá en el coche, como era costumbre. Él quedó aún en la cama, agotado del viaje y del paseo dominical.

Llegué a mi salón de clases y hallé la novedad de que la maestra había iniciado inesperadamente ese día su licencia por gravidez, debido a lo cual su reemplazo demoraría en llegar hasta el lunes siguiente. Me alegré pues ello me daría más tiempo para estar con mi hermano; opté por regresar a casa en camión y llegar sigilosamente para darle la sorpresa.

Al entrar escuché voces y gemidos en la recámara de mi hermano, a la que me acerqué sin hacer ruido: era mamá encima de su hijastro; ambos estaban desnudos, pero aun así no podía explicarme qué estaba pasando; quizás ella le estuviera dando algún masaje, o tal vez le aquejara algún dolor que procuraba aliviarle en esa posición.

Tuve enfrente de mí la terrible verdad en un momento en que mi madre se levantó de su montura con un "¡Ahhh!", dejando al descubierto un enorme falo azabache del que parecía no poder salir completamente.

-¡Papito lindo!-, decía mi madre, -¡qué rico, mi negro maravilloooso!, ¡me llenas toda, papacito!, ¡jamás me había sentido tan llena de una verga como hoy, mi rey!, ¡qué placentero dolor!, ¡siento que me están cogiendo por primera vez!, ¡ahhh!, ¡ayyy!, ¡qué rico me haces el amor, queriiido!

Así que aquello era hacer el amor... Mi virginidad mental quedó rota en ese instante, al mismo tiempo que veía confundida y excitada la escena. Inmediatamente después, la hembra se dejó caer en aquel barreno de ébano y fue lanzando un ronco "¡Ayyy!" a medida que el instrumento volvía a las profundidades de su gruta reinaugurada.

Él permanecía en silencio, limitándose a prodigar caricias a todo el cuerpo femenino y a disfrutar la penetración de su tranca en la vagina de la madrastra.

Sentí un extraño cosquilleo en mi panochita e inconscientemente, sin perder detalle de los acontecimientos, una de mis manos fue hasta ella por encima de mi calzón y lo sentí extrañamente húmedo. Tuve la urgencia de llevar mis dedos al clítoris y al huequito para calmar esa sensación hasta ese instante desconocida para mí.

Minutos más tarde, al terminar ambos en un prolongado orgasmo que los hizo gritar, quedar exhaustos y abrazados, me quedó claro lo que tendría que hacer yo al respecto: poseerlo también, a pesar de que carecía de idea sobre cómo podría hacer mío a aquel hombre y a tamaño instrumento. Pero estaba decidida... Mis celos, egoísmo y envidia no me permitían pensar que mamá pudiera tenerlo sólo para ella.

Cuando mi madre volvió a la normalidad de sus quehaceres domésticos y mi hermano iniciaba su baño, irrumpí en la casa como si nada. Ella se veía feliz como hacía mucho tiempo no lo estaba, sonriente y tarareando una canción. Le expliqué lo de la suspensión de mis clases y opinó que estaba bien pues así tendría yo más oportunidad de atender a nuestro huésped.

Mientras mamá preparaba el almuerzo, él quiso salir a caminar un poco y lo acompañé. Durante el paseo abordó temas privados como el de sus novias y los míos.

-No tengo novio-, dije, -soy muy pequeña todavía...

- En mi país, las niñas de 12 años no sólo tienen novio ya sino que la mayoría de ellas han tenido relaciones sexuales; es lo normal pues se llega más pronto a la pubertad en las zonas tropicales-, me informó.

-¿De veras?-, pregunté asombrada. -¿A qué edad tuviste tu primera relación?

- A los 10 años de edad; allá los chicos son muy precoces.

Seguimos hablando de otras cosas, pero en mi cerebro ya había anidado la idea de seguir adelante con el plan de buscar intimidad con él. Ni siquiera estaba segura de cómo íbamos a reaccionar cada uno, pero eso se resolvería al llegar la hora.

Por la tarde salió mamá y quedé sola con él, que se hallaba en su recámara leyendo un poco antes de dormir la siesta, a la cual está habituado. Entré y me acosté a su lado izquierdo, interrumpió su lectura, se colocó de perfil y quedó mirándome fijamente:

-¿Sabías que eres una niña muy bonita?, ¿tan linda como tu nombre?

-Nooo..., sólo mis papás...

-¿Nadie te lo ha dicho, además de tus papás?

-Nooo..., nadie.

-Pues yo te lo digo: eres una niña muy bonita, y estoy encantado de tener una hermanita tan hermosa y dulce como tú.

-¡Gracias!-, exclamé, y le di un beso en la mejilla, con mis labios humedecidos previamente.

-Y además muy atractiva.

-¿Atractiva?

-Sí, tienes un cuerpecito muy lindo, y vas a ser una señorita maravillosa; cuando se sepa que eres mi hermanita, todos en la calle me dirán "cuñado", y yo tendré que pelear con los atrevidos.

-No será necesario, porque yo seré solamente tuya...

-¡¿Cómo?!

-Sí, ya he tomado la determinación de pertenecerte por completo, así que puedes empezar a tomar posesión de mí.

Rió divertido, y me hizo la pregunta, incrédulo:

-¿Estás segura de lo que dices?

-¡Claro que sí!, y para demostrarlo voy a darte un beso-. Uní la voz a la acción y me le eché encima para besarlo en los labios larga y deliciosamente.

Aunque lo tomé de sorpresa, pronto se repuso y comenzó a acariciarme: la espalda, las nalguitas, las caderas, los pechitos que apenas eran dos pequeños limones, los hombros, el ombligo, hasta llegar al monte de Venus, al principio del cual lo esperaba el clítoris con desesperada angustia, y al final se hallaba palpitando ansiosa mi vaginita.

Hurgué en su entrepierna y hallé un pene largo y grueso que se rebelaba dentro de su pantalón; se lo quitó a la vez que yo me desnudaba de prisa, y

al fin tuve de cerca aquel miembro fraternal que ese día temprano había visto horadar el sexo de mi propia madre.

Una voz ancestral me ordenó tocar, besar y tragar aquel garrote maravilloso, y así lo hice sin pensarlo. Poco a poco fuimos colocándonos en un sesenta y nueve que hizo mojarnos placentera y abundantemente con los néctares preparatorios del coito.

Tenía que llegar la etapa culminante de aquel juego de amor y me preparé mentalmente para soportar con valentía el ataque de la deseada verga en mi pequeña vaginita, frente a él y acostada de espaldas; delicadamente recogió y separó mis piernas hasta que la tierna flor de mi sexo mostró sus pétalos a los ojos apasionados de su joven jardinero.

-¡Despacito, mi amor!-, le imploré al sentir el caliente glande en el umbral de mi cuevita.

-¡Sí, pequeñita-, respondió. -Quiero hacerte feliz, no sufrir. Ve diciéndome lo qué sientes cada vez que vaya ingresando en tu divina cavidad, y seguiré o me detendré cuando tú ordenes, reinita mía. Sé que te dolerá un poco, y a mí me dolerá también, pero es el precio que tiene que pagarse para disfrutar plenamente el amor después.

-¡Me duele, hermanito, siento que tu miembro va abriendo y penetrando, pero no te detengas, no me lo saques para que pase pronto este momento!, ¡dale, despacito y con cuidado, mi rey!

-Así lo haré, muñequita-, y continuó metiendo aquella barra interminable. Transcurrieron varios minutos entre nuestros gemidos y quejas; en una de las primeras fases de esa introducción sentí que mi himen fue desgarrado, lo que me obligó a gritar:

-¡Ayyy!, me duele, papito, detente un poco, por favor...!

Se detuvo y esperó.

-Ya, chiquito, sigue cogiéndote a tu niña; hazla feliz, como prometiste-, lo autoricé, y respiré hondo, expectante ante la nueva acometida.

-Sí, mamita, aquí voy...

-¡Ufff, papi, ya no duele tanto!, ¿entró todo?-. Acerqué la mano a mi vulva y descubrí con terror que todavía quedaba la mitad del tronco afuera de mi antes virginal orificio. -¡Mételo todo de una vez-, le ordené con valentía... Cerré con fuerza los ojos, apreté las sábanas y mordí su hombro esperando la embestida final. El vigoroso pito se abrió paso dilatando a su máximo las paredes infantiles y no pude evitar un alarido:

-¡Ayyy!, ¡me matas!, ¡me destrozas!, ¡siento que se me rompe todo por dentro!, ¡no puedo más!, ¡sácamelo, por piedad!, ¡creo que voy a morir...!

-No, mi nenita, no vas a morir, sino a vivir una nueva vida de felicidad... Verás que esta verga que ahora inaugura tu entrada va a ser tu alegría de aquí en adelante, lo prometo...

-¿Lo prometes, de veras?-, pregunté entre sollozos, mientras el dolor iba cediendo paulatinamente.

-Tanto que empezaré a cumplir mi promesa en unos minutos más, cuando tu gruta se adapte al tamaño de mi verga y me pidas que siga cogiéndote, sin molestias ya y con el placer que desde hoy comenzarás a conocer...

-Déjamelo ahí, entonces... Esperaré.

Es un experto sin duda, pensé, cuando enseguida el malestar se retiró y ocupó su lugar la necesidad de sentir el roce de su estaca ardiente en mi canal íntimo.

-¡Ya estoy lista, papito!, ¡cógeme ya!, ¡siento la urgencia de que lo saques y me lo vuelvas a meter!, ¡hazlo, mi vida...!-, y en ese instante recordé los alaridos de mamá mientras subía y bajaba con esa misma herramienta abriendo toda su delicada zona genital.

-¿Así, mi amor?, ¿así lo quiere mi pequeña?

-¡Así, mi dios!, ¡así!, ¡ayyy!, ¡asssí!, ¡asssí!, ¡ahhh!, ¡siento rico, rico, ricooo!-, y me vine en un orgasmo arrollador que me convulsionó toda entera, y de inmediato uno, dos, tres, cuatro, no sé cuantos chorros de esperma fueron a dar en lo más profundo de la sensible caverna, lo que prolongó aún más mi placer.

Concluido el acto entre besos y más caricias advertí que el invasor reducía sus dimensiones y lo fue sacando lentamente...

-Gracias, nenita mía, por este regalo. Es el más hermoso de cuantos podría haber recibido.

-¿Más hermoso que el de mamá esta mañana?

Descubierto, contestó con franqueza:

-Lo de tu mamá fue diferente; ella es una mujer madura y su sexo estaba preparado para estas cosas, pero el tuyo no; es tu primera vez y agradeceré toda mi vida haber sido yo el que hiciera debutar tu papayita.

-¿Y seguirás haciéndolo con mamá también?

-Si ambas están de acuerdo, sí, no tengo inconveniente en hacer el amor a las dos, cuando cada una me lo pida, y si me lo piden juntas, pues podremos hacer un trío familiar, pero sólo si están conformes.

-Lo pensaré... ¿Y cómo ocurrió con mi mami?

-Bueno, yo estaba dormido en calzoncillos con el órgano erecto, como todas las mañanas..., llegó a mi cama con el desayuno, lo dejó sobre el buró, desperté con el movimiento y traté de cubrirme, pero ella lo impidió, se arrojó sobre el miembro y lo metió hasta el fondo de su garganta, lo mamó y luego le correspondí chupando sus senos y su sexo. Me acostó boca arriba y se acomodó para tragar con la vagina todo este aparato que ahora ha estado en tu chochito. Una con su sabiduría y la otra con su inocencia me han dado dos grandes lecciones de pasión y amor que nunca había tenido. Las amo mucho a las dos, y no me gustaría que alguna de ustedes sufriera por culpa de los celos. Creo que podremos querernos los tres sin hacernos daño y sí disfrutar una relación que puede perdurar hasta el infinito.

-Me estoy calentando de nuevo con el pensamiento de coger las dos contigo simultáneamente, bebé.

-Pues prepárate, muñequita, porque ya también tengo ganas de cogerte de nuevo, antes de que regrese tu mami...

De tan maravillosa manera empezó una existencia estupenda para las dos con este macho extraordinario.