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Luisita

en Amor filial

LUISITA

Desde que recuerdo, papá me tocaba y besaba mis pezoncitos y la vulvita, lo cual me parecía normal porque era una costumbre de casi todos los días en que estábamos a solas.

Con algunos añitos más de edad comenzó también a introducirme su lengua en la abertura de mi panochita. Eso me provocaba cosquillas tan ricas que yo misma lo buscaba para que lo hiciera.

Inquieta por ello pregunté a una de mis amiguitas más íntimas si a ella le ocurría con su papi lo mismo que a mí con el mío. Me respondió que no, aunque le gustaría, pero que le preguntara a Lizeth, quien le había platicado que tenía ese tipo de relaciones con el suyo.

Lizeth y yo no teníamos amistad muy estrecha, pero fui ganándome su confianza hasta que llegué a comentarle, con cierta intención, que yo quería mucho a mi padre porque era muy bueno conmigo. Respondió que ella también amaba al suyo, aunque seguramente más que yo al mío.

- ¿Por qué dices que amas al tuyo más que yo al mío?

- Porque yo duermo con él a veces, cuando no está mamá.

- Bueno, ¿y eso qué tiene de especial?

- Que dormimos desnuditos los dos.

- ¿Y te hace cositas?-, pregunté. Ya estábamos yendo hacia donde yo quería llegar...

- ¡Claro!, ¿tú todavía no duermes desnudita con tu papi?

Me irritaba estar en desventaja:

- No, pero me besa los pechos y la panochita...

- A mí también, y cuando cumplí 12 años me metió su verga por primera vez... Desde entonces cogemos cuando tenemos ganas, dos o tres veces por semana, cuando mamá tiene guardia en el hospital.

- ¿Te metió su verga?, ¿por dónde?-, pregunté con incredulidad.

- Por el hoyito que tenemos abajo de la rajita...

- ¿Y no te dolió?

- Un poco, porque la verga de mi papá es gruesa. Pero eso fue al principio; después empecé a sentir rico. Luego me enseñó a mamársela mientras él me lame la almejita y me come el clítoris. Pronto alcanzo el orgasmo y él arroja su leche en mi boquita.

- ¿Orgasmo?, ¿leche?

- Sí, ignorante: orgasmo es cuando tienes metida hasta adentro la verga de tu papi y comienzas a sentir delicioso en todo el cuerpo, como que subes al cielo y quisieras que esa sensación nunca terminara, es deliciosa. Leche es un líquido que papá llama semen, y le sale de la cabeza del miembro en el momento de llegarle su orgasmo. Después se le pone chiquito otra vez y nos dormimos, pero siempre me despierta en la madrugada para cogerme porque ya lo tiene parado nuevamente.

- ¿Y siempre tienes ganas de coger con tu papi?

- Bueno, las primeras veces tenía muy irritado el agujerito y me negué a hacerlo, pero entonces él dejó de buscarme y yo estaba muy triste y con ganitas de que me cogiera. Lloré y le dije que me perdonara, que en adelante estaría siempre dispuesta a hacer el amor con él, y desde entonces somos muy felices. En varias ocasiones soy yo quien busca la manera de acostarme con él, aunque sea en su coche o en el taller del que es dueño, sobre todo cuando mamá tiene vacaciones o no está de guardia.

Y me hizo la pregunta que yo tanto temía:

- ¿Y tú, no coges con tu papi?

- No, todavía no..., no había pensado en eso...

- ¡Pues anímate, tonta!, y verás cuánto disfrutarán los dos. A escondidas, por supuesto; nadie más debe saberlo porque los adultos no están de acuerdo en que existan estas relaciones. Yo comparto esto contigo porque sé que pronto serás también una niña que amará tanto a su padre como yo.

- ¡Ajá!-, acerté a decir, confundida.

Ahí terminó esa mi primera confidencia con Lizeth, y me dejó en hondas reflexiones sobre todo lo que podía ser mi relación con papá, más allá de chuparme los pechitos y mi almejita.

La siguiente noche que él llegó a mi cama, como siempre me quitó la bata y el calzoncito y comenzó a buscar y mamar las partes de mi cuerpo que lo deleitan. Alargué mi mano entre sus piernas y encima de su pijama pude tocar el tronco, que es más largo de lo que había imaginado.

Papá quedó viéndome mientras sacaba su verga para que la tocara directamente. Me coloqué al revés y empecé a bajar y subir la pielcita al mismo tiempo que me la iba engullendo desde la cabeza hasta casi la mitad, porque no me cabía más.

- Eres un encanto, Luisita-, dijo, sorprendido y extasiado. Me parece que a tus 12 añitos ya mereces algo más, según veo. Siempre he deseado penetrarte pero temía que no estuvieras de acuerdo. ¿Estás dispuesta?

- Sí, papito, pero que no me duela...

- Va a dolerte un poquito, preciosa, pero te aguantarás porque eres toda una mujercita, ¿verdad?

- Sssí-, respondí, pero desconocía la forma en que iba a hacerlo. Eso me faltó preguntar a Lizeth.

- ¿Cómo me pongo?

- Igual como te pones para que me coma tu papayita y tu lindo muñequito (así le decía él a mi clítoris).

Me acomodé lo mejor que pude y se me acercó de manera que su sexo quedó encima del mío, me besó en los labios e inmediatamente después su verga fue recorriendo por sí misma la rajita a todo lo largo hasta llegar a mi centro genital. Apuntó la cabeza y empujó. De la garganta me salió un grito desgarrador:

- ¡Ayyy, papi, me duele!, ¡no, por favor!

Disgustado interrumpió la tarea.

- ¿Qué te pasa, Luisita?, ¿ya te arrepentiste?

- Nnno, pero no sigas... ¡Me está ardiendo!

- Está bien-, dijo, resignado y molesto.

Para atenuar mi acto de cobardía volví a posesionarme de su instrumento, que no había perdido nada de su rigidez, y lo metí a mi boquita mientras subía y bajaba la suave piel que lo cubre. Momentos después sentí cómo él se estremeció y la verga lanzó varios chorros de la leche a que se refirió Lizeth, y tuve que tragar la mayor parte porque él tenía su mano en mi cabecita y no permitió que me retirase hasta terminar.

Después de eso no quiso saber más de mí. Me dio un trato normal entre padre e hija hasta que no pude más: lo busqué y a solas le confesé que ya no soportaba más su indiferencia y las ganas que tenía de que me poseyese de una vez, pues sabía que enseguida seríamos felices.

- De acuerdo, pero ahora llegaremos hasta el final, pues una vez dentro de tu vagina ya no podré detenerme; la ocasión anterior fue terrible para mí.

- Y para mí también, papito, pero era la primera vez; ahora seré más fuerte, lo prometo.

Durante las dos noches que faltaban para estar solos estuve hurgando en mi huequito procurando dilatarlo con mis dedos, lo cual pude lograr, aunque invariablemente me topé con el himen. "Ya se encargará él de eliminar este obstáculo de nuestra dicha", me dije.

Cuando no hubo nadie más en casa que los dos, luego de ducharme entré cubierta por la toalla a la recámara principal; fui hasta donde estaba él terminando su baño, dejé mi envoltura y me reuní con él.

Nos abrazamos y besamos en los labios, como hacíamos en las noches que me visitaba. Sequé su cuerpo lentamente, y al arrodillarme para frotar sus piernas me vi apuntada por el tremendo falo de mi papi; le prodigué tiernos besitos en su cabecita y lo introduje en mi boca, saboreándolo. Era un privilegio que estaba dispuesta a merecer.

Interrumpió delicadamente esa labor y me llevó en brazos a la cama. Ahí me depositó con una reverencia que me hizo sentirme una diosa; abrió con suavidad mis muslos y me dio el placer a que estaba habituada, recorriendo con su lengua y sus labios todas las partes de mi intimidad. Con un dedo revisó el estado de celo en que se hallaba la vaginita y advertí su sonrisa de triunfo al ver que se encontraba completamente húmeda. En tanto, su verga dejaba asomar gotas de un líquido que al tocarlo sentí denso como el de mi hoyito. Mi intuición femenina me indicó que aquellos jugos eran una especie de lubricante para hacer más fluido el coito.

Se irguió y dirigió el largo instrumento hacia mi cuevita. Pensé: "Va a ser muy difícil que me quepa todo, pero debo soportarlo; después vendrá la recompensa." Cerré los ojos y esperé.

- Relájate, mi amor-, me aconsejó, - si estás tranquilita será más fácil que pueda pasar este momento doloroso.

Así lo hice, y extrañamente empecé el alojamiento de aquel músculo rígido con menor molestia de la esperada. En un instante decisivo violó mi virginidad, y grité, pero sólo fue eso, un instante y un pequeño grito, pues enseguida noté que mi conducto femenino, aunque infantil todavía, se iba amoldando a la vigorosa carne masculina, que inició un vaivén que excitó paulatinamente todo mi sistema nervioso. Pronto pedí más:

- ¡Lo quiero todo, papito, dámelo todo, necesito sentir adentro toda tu verga, mi amor!, ¡métemela!, ¡así!, ¡así!, ¡muévete así dentro de tu niña, papacito...!

- ¡Aquí está lo que querías, Luisita mía, la verga de papi alojada en tu cuerpito maravilloso! - Te amo, chiquita hermosa, te amo...!

En esa danza furiosa sentí llegar lo que Lizeth había dicho que era el orgasmo. Apreté las paredes vaginales, y ello logró que el ariete inundara de semen mi matriz, pero pude alcanzar el cielo prometido antes de que el dulce invitado perdiera su entereza.

Para mi sorpresa, en unos minutos más mi papi ya estaba buscando otra vez la mina que era solamente suya adonde entró de nuevo a buscar el oro de su placer y el mío.

Estaba adolorida, es cierto, pero accedí a la acometida para no tener que pedir perdón nuevamente.

Perdí la cuenta de las veces que cogimos esa noche; la madrugada nos sorprendió cansados pero satisfechos.

Por la mañana busqué en el colegio a Lizeth para presumirle mis recientes experiencias. Me felicitó, opinó que estaba bien, pero que ya me contaría las suyas para que las aprendiera y practicara con papá. ¡Qué gracia, siempre me lleva un pie adelante!

Las escribiré y compartiré también con quien quiera conocerlas.