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Contactos Seminales (2)

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Contactos seminales

Capitulo II - El Viaje

Después del famoso trabajo de "histología de los fluidos" el grupo de estudios que integraban Lorena, Julia y mi hermano, se disolvió. Pablo nunca entendió el porqué, y su novia no se preocupaba demasiado por explicárselo. Después del 9 que recibieron como nota parcial, Julia se cambió de comisión sin dar una excusa creíble. Lorena le dijo a mi hermano que últimamente no se llevaba muy bien con su amiga, y que eso era todo. Pablo no se interesó demasiado por el asunto, interpretó el distanciamiento como lo que él entendía por un "clásico conflicto entre mujeres", es decir, como algo que, según él, nunca alcanzaría a entender. Evidentemente había "determinadas cosas" que escapaban a la comprensión de mi hermano, por lo menos respecto de algunas mujeres. Jamás sospechó lo que realmente había sucedido aquella noche entre su novia y Julia. Lo cierto fue que él y Lorena habían vuelto a formar nuevo grupo de estudios con un amigo de Pablo: Nicolás. Y en casa de éste último se reunían días y noches para preparar exámenes interminables

Nada de todo esto resultaba demasiado trascendente para mi, a no ser por un pequeño detalle: Lorena frecuentaba cada vez menos nuestra casa. Lo cual dificultaba cualquier tipo de táctica o estrategia posible para concretar mi oscuro deseo. Ya habían pasado cuatro meses desde el episodio de la jeringuilla y durante ese tiempo no había dejado de pensar en qué modo llevaría adelante mis planes.

De tanto en tanto, durante el sueño, mi inconsciente se liberaba tejiendo historias donde aparecía mi cuñada surcada por finas pinceladas blancas de un fluido tibio y espeso en distintos lugares de su cuerpo: en sus pechos, en su vientre, en la base de su espalda... en su mejilla... En una oportunidad Morfeo me regaló la siguiente escena: yo estaba mirando una película sentado en el sofá doble frente al televisor, completamente desnudo, cuando se acercó Lorena con su remera suelta y su pollera que cubría la mitad de sus muslos. Se sentó a mi lado sin decir una palabra, sin siquiera mirarme, parecía muy concentrada en lo proyectaba la TV. Yo me moví apenas hacia el costado demostrando que no me molestaba su compañía y simulaba prestar atención al film mientras la miraba de soslayo. Tenía aspecto de estar recién despierta, estaba vestida con una remera larga que ocultaba su ropa interior, y lucía un trenza semi desarmada que caía despreocupadamente sobre su espalda, sus facciones evidenciaban una leve hinchazón natural característica del despertar matutino. Al acomodarse en el sofá la remera se deslizó levemente hacia arriba dejando a la vista la parte lateral de sus nalgas y un ínfimo triángulo blanco entre sus piernas que le cubría el pubis. Su actitud era asombrosamente indiferente a mi presencia. Se quedó inmóvil unos segundos y luego, con total naturalidad, levanto las caderas y se quitó las bragas. Las tomó con ambas manos hizo un bollo con ellas y se las llevó al rostro hundiendo su nariz en el algodón donde inspiró profundamente.

Luego bajó las manos, se las apoyó en el regazo y me miró directamente a los ojos. –Creo que debo cambiármelas- me dijo, como si se tratase de un par de medias. Sin darme tiempo a hilvanar una respuesta, se levantó, tiró las bragas en el sofá y salió por donde había venido. Sin mediar pensamiento alguno, tomé la prenda y la extendí entre mis manos, eran blancas con un estampado de diminutas flores azules. La estudié detenidamente del frente y del reverso. Luego la di vuelta sobre la palma de mi mano para observar su interior, la parte que entra en contacto directo con su cálida intimidad, la parte que se pierde entre sus muslos y absorbe la humedad de su cueva. Allí el níveo algodón estaba levemente desteñido a un pálido color miel. Es el color de su almíbar, pensé. Allí es donde va a parar. Extendí toda la superficie sobre mi mano y la apreté sobre mi nariz y mis labios. Inspiré profundamente y me invadió un intenso aroma dulce, muy dulce. Seguí inhalando... Voy a morir asfixiado y no me importa. Antes de que eso sucediera y cuando ya no entraba mas aire en mis pulmones, la alejé unos centímetro y exhalé despacio, embriagado de su perfume. La tonalidad se había vuelto mas perceptible por el efecto de la humedad. Quiero probarla. Sin mas, volví a acercarme las bragas al rostro y pasé la lengua por la tela, por ese sector de la tela colmada por su esencia. Su sabor era fuerte, ácido y azucarado. Cerré los ojos y me perdí en un limbo de sensaciones. De lejos oía el sonido del telvisor... y comencé a masturbarme. Por un momento la claridad intermitente de la TV que entraba por mis párpados se interrumpió. Abrí los ojos. Lorena estaba frente a mi, en silencio, con los brazos al costado del cuerpo, de uno de sus dedos pendían un par de bragas limpias. A la altura de mi vista estaban sus caderas y la frontera entre su remera larga y sus muslos. No las lleva puestas, la frase explotó en mi cabeza. Como respondiendo a mi pregunta, posó su mano en la cadera y la elevó hasta la cintura. El telón se corrió lentamente y dejó a la vista sus labios perfectamente depilados. Todavía con el barbijo de algodón en mi nariz y dentro de mi boca, no podía apartar mi mirada de allí ni un solo centímetro... mientras continuaba con mi trabajo manual que crecía en fuerza y velocidad. Estaba por explotar. Entonces, Lorena, que hasta ese momento se mantenía impávida de pie frente a mi, flexionó su rodillas y se arrodillo delante de mi, frente a mi pene que se movía como un pistón enloquecido a punto de fundir el motor. Quiere beberlo, la muy guarra quiere beberselo todo...

Juntó sus manos y las puso en forma de cuenco justo debajo del glande morado por la fricción. Me miró directo a los ojos pidiéndome sin palabras que llenara sus manos de almíbar. Su mirada fue el detonante. Paré violentamente el movimiento de mi mano cuando un profundo calambre de placer se apoderó de todo mi cuerpo, apunté mi polla al centro del cuenco que formaban sus largos dedos y comencé a obsequiarle mi leche... de a chorros fuertes y espesos... sentía como brotaba de mi interior y se desparramaba entre los pliegues de sus manos, veía como se colmaba de liquido la juntura de sus dedos apretados lado a lado formando una membrana viscosa, sentía el contacto... Cuando desperté ya era tarde. Estaba con la verga en la mano y mis sabanas mojadas. Me di cuenta que me había estado masturbando dormido.

A la semana de ocurrido este accidentado sueño comencé a salir con una chica de mi curso. Camila era una linda muchacha, muy dulce. Pero no me llevó demasiado tiempo saber que ella no podría satisfacer mis placeres, no era la indicada para apagar el incendio de mis fantasías. Era una chica apasionada pero muy recatada, se entregaba al placer pero dentro de los límites moralmente establecidos. No quería ni escuchar hablar de la posibilidad de acabar en otra parte que no fuera dentro del preservativo. Para ella el destino del esperma se terminaba en la procreación de la especie o en el fondo de un saco de látex.

Sin embargo y a pesar de sus prejuicios sexuales, Camila tenía mi misma edad –quince primaveras- y se encendía fácilmente. Era una chica muy bonita, con una preciosa cara angelical de piel nívea y ojos azules. Sus rizados cabellos rubios hacían que pareciera mas pequeña aun. Era mas bien delgada, nada exuberante, pero con una cola bien firme que sabía lucir. Debo admitir que disfrutábamos del sexo, tradicional eso si, pero la pasábamos bien, Incluso había logrado mitigar en parte mi obsesión.

Mi deseo no había desaparecido, pero estaba adormecido en mi cabeza. Los recuerdos de la noche de las jeringuillas ya no resultaban tan perturbadores como al principio. Aunque debo confesar que, en dos oportunidades, mientras apretaba mi cuerpo contra el de Camila para explotar en sus profundidades, el rostro de Lorena cruzó por mi mente como una estrella fugaz. Era una advertencia, una señal: algo había allí que estaba vivo y crecía.

Aquella noche de Viernes mi mente vagaba por otros parajes donde mi cuñada Lorena no estaba. Una amiga de Camila festejaba su cumpleaños y yo había quedado en recogerla para ir juntos a la fiesta.

Salí de casa pensando en nada y fui en busca de la parada del colectivo. La noche estaba despejada aunque algo fresca por lo que fue una suerte no tener que esperarlo demasiado. Me subí al bus y me acomodé en el último asiento. Siempre que hay suficientes lugares libres como para elegir, voy directo a hacia el fondo. Aunque es un tanto incomodo porque tiene poco espacio que lo separa con la butaca de adelante, esta ubicación ofrece una perspectiva inmejorable del lugar y del resto de los pasajeros ya que se encuentra unos cuarenta centímetros por sobre el resto de los asientos. No es que haya demasiado que ver dentro de un colectivo, pero cundo tienes un viaje de media hora y nada para leer, observar a la gente que sube, intentar adivinar que ubicación van a elegir, al lado de quien se van a sentar, si prefieren asiento simple o doble, puede resultar útil para pasar el rato. Lo cierto es que en esta oportunidad no había demasiado para ver: El colectivo estaba semivacío. Solo había una abuela sentada en la segunda fila de butacas individuales y una pareja, cuatro ubicaciones por delante mío, en asientos dobles.

Mientras miraba por la ventana el paisaje de un barrio tranquilo en una noche fresca que pasaba delante de mi vista, acompañado del arrullo ronco del motor y el movimiento del micro, me dejé llevar por mis pensamientos... Pensaba en Camila y en la fiesta... pensaba que quizá un poco de alcohol podría llegar al liberarla, a desinhibirla... pensaba cuanto podría ayudarme una borrachera para hacerle hacer cosas que jamás se atrevería a hacer. Incluso si lograba que bebiera lo suficiente, podría hacerle lo que quisiera esa noche y mañana no se acordaría de nada. Con esta idea en mente, entrecerré los ojos y me dejé invadir por una sucesión de imágenes en las que Camila estaba casi inconsciente y yo la sometía a mi voluntad...

Ella estaba recostada en mi cama vestida con la parte de arriba de su pijamas –sin sujetador pero con braguitas, y yo desnudo sentado a su lado le tomaba la mano y la hacía masturbarme... En realidad yo me masturbaba con la mano de ella mientras Camila balbuceaba con los ojos semiabiertos perdida en el limbo etílico... Cami lograba aferrarse con fuerza al miembro pero no conseguía coordinar los movimientos de vaivén. Con una mano la tomaba de la muñeca para ayudarla a hacer su trabajo y con la otra le acariciaba y apretaba los pechos por dentro del pijamas. Cuando sentí que no podría retener mas tiempo mi orgasmo, me incorporé sobre ella acomodando una pierna a cada lado de su cuerpo, me senté sobre sus tetas apoyándome sobre las rodillas y comencé a me masturbarme frenéticamente sobre su cara. Entonces percibí algo muy extraño y sumamente real, era un hormigueo muy particular y excitante que provenía del contacto de su pelo sobre mis rodillas y muslos, que hacía que mi cuerpo se convirtiera en un manojo de terminales nerviosas. Camila abrió los ojos vidriosos e intentó articular una frase incomprensible. Yo le decía, mientras me masturbaba, que se quedara tranquila, que había bebido demás y estaba muy ebria, pero que yo le iba a dar un jarabe para que se le fuera la resaca, que ahora tenía que ser buena niña y abrir bien la boca para tragar toda su medicina. Mientras le sujetaba el cabello con mi mano libre, ella me dedicó una mirada llena de culpa, y como un cordero obediente abrió sus labios los mas que pudo para recibir su dosis abundante y espesa...

El estridente sonido de un teléfono celular me trajo de nuevo al mundo real con una violencia insoportable.

Me costó recuperar la conciencia. Por un segundo eterno, la mitad de mi mente había vuelto al último asiento del colectivo y la otra mitad seguía perdida en la boca húmeda de Camila que se ofrecía abierta ante mi polla, también persistía esa sensación extraña, ese hormigueo... La parte de mi que había vuelto al bus comenzó a sentir un incómodo malestar en la entrepierna producto de la bruta erección que me había provocado el sueño, la otra parte que se resistía a volver aún podía sentir al tacto la sedosa textura del cabello de Camila.

La voz chillona de una mujer que contestaba su celular, me devolvió completamente al universo del colectivo, o casi completamente. El sonido del teléfono había resultado tan violento porque provenía del asiento que se ubicaba justo delante del mío. Todos mis sentido habían regresado del sueño, salvo aquel hormigueo de mis piernas producto del roce con el cabello, que insistía en permanecer de una forma absurdamente real, podía tocarlo, el cabello estaba allí. Entonces todo se volvió claro. La mujer que ahora hablaba por su celular, que había subido al colectivo mientras yo viajaba por mis oníricas perversiones, se había sentado inmediatamente delante mío y, debido al escaso lugar que separaba nuestras butacas, su larga cabellera negra, llovida y brillante caía sobre mis rodillas mis muslos y mis manos que allí descansaban. Esta visión de las cosas me alejó definitivamente del sueño de Camila, que solo dejó un rígido recuerdo entre mis piernas.

La mujer venía hablando animadamente por teléfono con alguien que parecía ser su pareja, su amante o su novio. Yo me quedé mirándole la nuca y el pelo oscuro que descansaba cómodamente sobre mis piernas. Comencé a jugar tímidamente con él. Lo hacia pasar por las yemas de mis dedos y por la palma de mis manos, como si estuviera estudiando su textura. Me resultaba divertido poder tocarla sin que ella lo advirtiera. En la charla la mujer le decía a su interlocutor que no fuera desalmado y que fuera a recogerla a la parada del bus. Yo escuchaba sin prestar demasiada atención, estaba concentrado en su pelo negro fino y suave y en el aroma a crema de baño que de allí emanaba. Sin darme cuenta fui tomando confianza y comencé a sopesar el pelo con ambas manos, mientras lo deslizaba sobre mi regazo desde las rodillas hasta la entrepierna. Su pelo largo ayudaba, pero la diferencia de altura de nuestros asientos hacia que mis rodillas (comprimidas por la falta de espacio) quedaran apenas por debajo de su nuca. El peso de su pelo descansaba íntegramente entre mis rodillas y mis muslos, por lo que mis movimientos y caricias resultaban completamente inadvertidos a la insensibilidad del cabello.

Ella le seguía insistiendo a su novio para que la fuera a recoger y argumentaba que se había puesto una falda corta y le daba miedo andar sola por aquel sitio. Este comentario despertó mi curiosidad natural y me incliné levemente sobre mi asiento para espiar sobre su hombro. La visión de una falda de seda que terminaba un poco antes de la mitad del muslo no fue lo único que me obsequiaron mis ojos, la mujer tenía un escote por donde asomaban unos redondos pechos de color miel, contenidos por un sujetador de encaje que no podría haber visto de no ser por mi ventajosa perspectiva cenital. En ese momento el bus tomó por una calle empedrada y le transfirió a sus tetas un movimiento ascendentes y descendente caóticamente perfecto. Pugnaban por escaparse hacia arriba y chocaban entre si con una cadencia maravillosa. El espectáculo del que estaba siendo testigo me estaba provocando una erección explosiva. Mi pene era una roca dentro del jean. Sin dejar de mirar comencé a frotarme suavemente sobre el pantalón, mientras acariciaba su cabello que descansaba sobre mis muslos.

La charla había terminado y, por lo que pude escuchar, la chica había logrado persuadir a su interlocutor a que fuera por ella. Para no despertar sospechas me volví sobre mi asiento sin dejar de acariciar delicadamente su pelo con las yemas de mis dedos. Tomé sigilosamente un mechón, lo apoyé tímidamente sobre el bulto que seguía creciendo entre mis piernas, y con la palma de mi mano comencé a acariciarlo. En ese momento pensé que no podría resistir y que mancharía mis pantalones.

Entonces una idea se cruzó por mi cabeza y se apoderó de mi como una maldita sanguijuela. Miré a mi alrededor y advertí que, durante mi siesta, solo habían subido al bus dos pasajeros mas –además de la dama de los cabellos negros- que se habían sentado en los primeros asientos, delante de la pareja que aun estaba allí. La abuela del asiento individual ya no estaba, aunque daba igual, nadie me veía.

Bajé silenciosamente la cremallera de mis jeans y mi polla saltó de allí como un resorte, casi agradeciéndome por haberla liberado. En ese momento sentí un escalofrío de terror que me recorrió la espalda de solo pensar en ser descubierto. Intenté calmarme imaginando la forma de disimular si alguien decidía bajar por la puerta trasera, entonces ensayé algunos movimientos rápidos para volver a enfundar mi herramienta. Al tercer intento descubrí que no iba a ser tarea fácil.

Estaba a punto de abortar la misión cuando la mujer del escote se acomodó levemente en su asiento y apoyó su cabeza contra la ventana en señal de descanso. Sin ninguna relación causal aparente, este hecho despertó una fibra dormida de mi cerebro y una imagen de Lorena se posó fugazmente en mi retina, estaba ella vestida con la misma falda y el mismo escote que la mujer del pelo. En una fracción de segundo mi mente logró persuadirse que la dama que viajaba delante mío no era otra mas que mi cuñada. Sabía concientemente que no lo era: No era su voz, no era el color de su pelo y parecía ser algunos años mayor, debería tener cerca de treinta años quizás. Igualmente, alejando el fatídico tamiz de la razón, decidí alimentar mi fantasía y convencerme de lo imposible.

Esta vez volví a extraer cuidadosamente mi verga del pantalón y comencé a masturbarme muy despacio para no despertar la menor sospecha. La nueva posición adoptada por mi compañera no modificaba en nada las cosas, solo me daba la relativa cereza de que iba a quedarse allí un rato mas. Pensar que un giro de cabeza de 180 grados hubiera dejado su boca a 30 centímetros de mi glande casi en línea horizontal, me ponía a mil revoluciones y me aterrorizaba hasta los huevos. Me incliné con el torso hacia adelante para disimular un poco el movimiento y para volver a ver el generoso escote. Con una mano me pajeaba despacio, hacia arriba y hacia abajo, y con la otra le acariciaba los deliciosos cabellos que descansaban lánguidos sobre mis muslos apretados por la falta de espacio. Aunque intentaba no pensar en ello, si la mujer llegaba a levantarse de repente, me vería en problemas.

Mientras me la meneaba lentamente, tomé con delicadeza un mechón de su pelo entre mis dedos como si me dispusiera a hacerle una coleta, lo recorrí suavemente hacia abajo haciéndolo deslizar por la palma de mi mano libre hasta tres centímetros antes del final y, como si se tratase de un pincel cuya pintura solo fuese un embriagador aroma a enjuague, comencé a pintarme el miembro con él. De la base hasta la punta del glande, las pinceladas lentas me producían un cosquilleo estremecedor que me subía por el estómago y se mezclaba con el vértigo del miedo a ser descubierto.

La mujer del escote y los cabellos largos, mi falsa y desprevenida Lorena, también había cedido al tedioso arrullo del colectivo y se había entregado al sueño, tranquila, sabiendo que había alguien aguardando por ella en algún lugar, pero totalmente ajena a lo que estaba sucediendo a sus espaldas.

Era un juego verdaderamente obsceno que me divertía y me excitaba por igual. Mientras mi inocente victima descansaba plácidamente, le frotaba mi herramienta contra su frondosa cabellera, la envolvía en ella y me seguía pajeando. Sentía que la situación se me estaba yendo de las manos... Tuve que contenerme para no deslizar una mano por dentro de su escote: me había obsesionado en sentir la delgada piel de sus pezones entre mis dedos Sin darme cuenta fui aumentando el ritmo de mi mano que se movía entre sus cabellos arriba y abajo haciéndome la paja mas extraña de mi vida, y empecé a sentir en mi vientre una contracción peligrosa que anunciaba un próximo desenlace. No lo había pensado hasta ese momento pero al llegar al clímax solo tenía dos opciones: o abría las piernas rápidamente y con un movimiento ágil descargaba mi semilla en el piso del bus, lo cual podría provocar bruscamente un tirón de pelo fatal y sucesivo sobresalto; o sencillamente dejaba escapar mi tibia jalea en los negros y sedosos cabellos de una desconocida, lo cual no despertaría ninguna sospecha al menos durante el resto del viaje. La decisión fue inmediata. Con movimientos rápidos pero sutiles tomé la mayor cantidad de cabello posible y lo junte sobre mi pantalón casi a la altura de los huevos, formando un montículo de cabello negro entre mis piernas. Luego le propiné unos golpecitos con la verga bien dura con la intención de aplastarlo y generar una cavidad que funcione de receptáculo para mis jugos, tampoco quería ensuciarme el pantalón, claro.

Todo estaba preparado. Yo ya había entrado en la recta final pisando el acelerador a fondo.

Me mordí con fuerza los labios y me incliné levemente hacia delante como por acto reflejo, esperando el primer espasmo que ya estaba a punto de llegar. El escote seguía allí y sus tetas descansaban tiernamente una contra la otra, la puntilla del sujetador dejaba ver a penas unos milímetros de la frontera entre el color miel de la piel bronceada y el rosado de la areola del pezón. Mi verga estaba a dos segundos de explotar en su cabello. Su falda había trepado levemente por sus muslos con el movimiento del bus y había dejado a la vista que la muchacha no llevaba braguitas. Un segundo antes de que la vista se me nublara por completo pude distinguir los bellos ensortijados que cubrían sus labios y que eran del mismo color azabache brillante de su cabello. Entonces llegó el primer borbotón espeso, blanco y caudaloso que fue a parar exactamente dentro del lecho suave y acolchonado del cabello. El segundo impacto, casi de las mismas características que el primero, se deslizó un poco mas por la sedosidad del pelo trazando un lechoso camino de esperma que intentaba trepar hasta la nuca. Le siguieron tres descargas mas de igual viscosidad pero menor intensidad. Todo fue a parar a su cabello, hasta las últimas gotas.

Unos segundos mas tarde, ya estaba todo en su lugar. La muchacha seguía durmiendo como si nada hubiese pasado, recostada levemente sobre la ventana, y mi polla descansaba dentro del pentalón.

Mi destino estaba próximo. Pronto bajaría del colectivo dejándole un cremoso recuerdo a mi provocativa y desprevenida amiga, que por un momento se había convertido en Lorena, mi oscuro objeto de deseo.

Un minuto antes de pararme para descender del bus, pensaba en la sorpresa que se llevaría la dama de los cabellos negros cuando se diera cuenta de lo que llevaba con ella, pero los siguientes sesenta segundos alteraron levemente mis planes.

Cien metros antes de mi destino, cuando estaba preparándome para salir de mi incómoda posición, mi compañera de viaje se incorporó de un salto y se dirigió presurosa hacia la puerta del medio del bus, acomodándose hábilmente el escote y la falda, y llegando justo a tiempo para descender. Ante esta imprevista situación me quedé inmóvil en mi sitio. La dama bajó del bus y se encontró con su novio que la recibía con un abrazo. Mientras el micro se ponía en marcha, pude ver como se besaban y se disponían a caminar tomados de la mano. Supuse que en la oscuridad tardarían en advertir el insólito regalo que llevaba a cuestas. Cuando el colectivo siguió su camino me relajé completamente e imaginé la situación que provocaría el descubrimiento teniendo que contener una sonora carcajada. Inmediatamente advertí que la puta casualidad que nos había llevado a la dama de cabellos sedosos y sin bragas y a mi a descender en la misma parada, me costaría un largo camino hasta lo de Camila y un consecuente retraso, puesto que ya venía con el tiempo justo. De todas maneras esto no eclipsó el buen humor que me había provocado esta divertida y excitante experiencia.

Claro que todavía no era conciente que la coincidencia de las paradas no era la única casualidad que me uniría aquella noche con la dama de cabellos negros y sin bragas, también nos dirigíamos ambos a la misma dirección.