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Profesora ardiente

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PROFESORA ARDIENTE

Era su profesora de Lengua. Debía de tener unos treinta y cinco años, y, para Alvaro (ver Hermanos en Acción), lo suficientemente apetitosa. Aquel día Alvaro no prestaba demasiada atención a las explicaciones de Raquel, la profesora, ni los ejercicios de la pizarra. De pie, escribiendo con una tiza blanca, se encontraba uno de sus compañeros, Luis, un chico rubito de dieciséis años, la misma edad que Alvaro, muy mono, su hermoso cabello dorado en bucles que le llegaba hasta los hombros. Vestía el chico una cazadora vaquera azul por encima de una camiseta blanca y unos pantalones color caqui. Alvaro pudo admirar el soberbio culo del muchacho, que estaba escribiendo en la pizarra de espaldas a la clase, ya que el pantalón le ceñía el trasero como un guante. Y al parecer no era el único en admirar la hermosa figura del muchacho, pues advirtió cómo la profesora también lo miraba con ojos libidinosos.

Ese día, como de costumbre, estaba la clase llena. Algunos miraban atentamente a la profesora, otros estaban absortos y no prestaban atención alguna; había algunos otros temerosos de ser preguntados por la profesora y de salir a la pizarra, y varias chicas se pasaban notitas unas a otras sobre el espléndido trasero del adolescente. Raquel era una mujer que había ganado en belleza y en perfección de formas con la edad. A sus treinta y cinco años tenía un aspecto muy juvenil, casi de hermana mayor de los alumnos de la clase. Ese día vestía una minifalda negra de cuero y un suéter de angora de cuello alto color rojo sangre. La minifalda acentuaba sus gráciles y bien moldeadas piernas de gacela y el jersey le marcaba unas tetas frescas, diríase frutales. Alvaro pensó que debía de tratarse de esas mujeres que gozan hasta el límite con el sexo, y supuso que él mismo enloquecería al mamar esos senos sublimes. Tenía además el cabello rubio aderezado en una larga trenza primorosamente compuesta en torno a su nuca. Sus labios carnosos, del color de la flor del pecado, parecían una invitación constante a engullir el atributo que todo hombre posee.

Cuando Raquel, que estaba de pie al lado de la mesa del profesor, ligeramente apoyada para ver mejor la pizarra, se acercó a Luis, ocurrió algo increíble. La profesora se había acercado para corregir al muchacho, que debió de haber cometido algún error. Raquel sonrió a Luis, tomó con su mano derecha la tiza que sostenía el chico y ocultó la izquierda a la altura de las caderas del chaval. Eso parecía al menos. En realidad, Alvaro vio cómo la profesora colocaba toda la palma de su mano en la bragueta del muchacho. Enseguida el pantalón caqui empezó a deformarse, y la bragueta a abultarse y a adquirir proporciones irregulares.

No sé qué pasó para que la profesora cometiese aquella imprudencia, pero en ese momento parecía como enajenada, fuera de control, loca de deseo por un muchacho adolescente que bien podía ser su hijo, ya que de hecho tenía un hijo sólo dos años más joven que Luis. El caso es que Raquel algo le dijo al oído, casi imperceptiblemente, y el chaval se puso a cien. La profesora se colocó detrás de la mesa grande, que estaba situada en estrado a una altura superior al nivel de la clase, donde se encontraban los pupitres de los alumnos. En esa posición se hallaba justo enfrente de ellos. De pronto, a Luis se le cayó la tiza de la mano al suelo del entarimado y se agachó para recogerla, situándose inmediatamente en cuclillas detrás de la profesora. Le levantó la falda de cuero y, apartando sus braguitas blancas de encaje, introdujo un dedo en su esfínter, dilatándole rítmicamente el ano con movimientos circulares. Después metió la lengua en su precioso chochito rubio y empezó a propinarle largos lametones, humedeciendo su carnosa vulva, que ya por entonces chorreaba con su propio flujo. Ella apenas podía sostenerse en pie; las piernas le temblaban y la sensación de placer que en esos momentos estaba experimentando era tan grande que ya no sabía dónde estaba ni lo que estaba haciendo. Se limitaba a dejarse llevar por el deseo de ese chaval que era casi un niño.

Después de chuparle bien el coño, y ante la estupefacción de toda la clase, Luis se levantó y colocó su metro setenta de cuerpo adolescente en posición vertical detrás de la profesora. Se bajó la cremallera de su pantalón caqui y, sin despojarse de la chupa vaquera, se sacó el pene. Alvaro quedó sorprendido al comprobar que el chaval tenía un cipote de más de veinte centímetros de longitud, más o menos del mismo tamaño que el suyo propio. El chaval, aunque casi un niño, tenía una polla enorme. Acercó la mano derecha a la boca, la llenó de saliva y empezó a masajearse la pollaza, que ya estaba gruesa como un barrote de acero. El chico pegó su cuerpo a Raquel y le endiñó de golpe el pollón en su dilatado ano, acoplándose del todo a ella y abriéndole violentamente el culo. Una y otra vez aquel muchacho hundía en ella su palpitante verga brillante. Durante el mete-saca sus jóvenes brazos la asían por delante, y sus jóvenes manos, en las que ya apuntaba cierto vello, trataban de atrapar sus tetas. Ella jadeaba y gemía cada vez más, sin importarle el mundo a sus alrededor y sin mirar a la clase, que había enmudecido.

El chiquillo continuaba, sin embargo, embistiendo a la profesora por detrás una y otra vez como un joven potrillo montando a una yegua de pura raza, jodiéndole el culo con su verga de dieciséis años. Ella mantenía los brazos extendidos sobre la mesa, la grupa inclinada hacia delante, sus piernas separadas, la falda enroscada alrededor de sus cintura y su culo hendido rítmicamente por el enorme rabo de su alumno favorito. Tan gruesa era su polla que ella sintió que le desgarraba su parte más íntima. El la empuñaba por las caderas, enculándola a placer. Las últimas culeadas le hicieron levantar los pies del suelo, mientras el chico no paraba de sobar sus divinas tetas de hembra hambrienta y complaciente, pellizcando sus pezones y haciéndola gemir como perra en celo. Finalmente Luis se corrió con un potente mugido, dejando el ano de su profesora de Lengua repleto y rebosante de leche fresca.