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Hermanos en acción (9)

en Hetero: General

HERMANOS EN ACCION (IX)

Alvaro se había quedado con unas tremendas ganas de follársela. La chiquita de su misma clase del colegio, Yolanda, le había hecho una mamada monumental en plena clase, pero eso no bastaba. Necesitaba meter su polla en el cálido refugio de Venus. Posiblemente ya se había follado a más de la mitad de las amigas de su hermana Susana y a otras tantas de su misma clase, pero Yolanda aún tenía que caer. Claro que, pensándolo bien, también se había follado a unas cuantas amigas de su madre, a algunas de ellas por el culo ¡Y cómo chillaban de placer, las muy cerdas, cuando les clavaba el pollón hasta el fondo! Yolanda era una chavala morenita, muy guapa de cara pero todavía no enteramente formada, y no tenía precisamente cara de viciosa, sino la típica cara inocente de colegiala. Nadie, al verla, habría pensado en una perversa lolita, sino en lo que realmente era, una muchacha con la típica candidez de sus pocos años. Su problema era el de todas las tías: era incapaz de decirle no a Alvaro, el muchacho de rostro aniñado y cuerpo de atleta que con su cara de ángel y sus ojazos verdes hacía que todas las mujeres se derritieran por él, no importaba la edad, y que lograba despertar en ellas sus deseos más ocultos y salvajes, aun a riesgo de perder su reputación, tanto más cuanto que no pocas eran respetables madres de familia con un status social que conservar y que además tenían hijos de la edad de Alvaro.

Lo que sí había logrado Alvaro es que Yolanda le comiera la polla cuando ambos estaban en clase. La clase era bastante grande y había muchos chavales; de otro modo, habría sido imposible hacerlo. Así que se colocaron en las últimas filas y esperaron el momento idóneo para pasar desapercibidos. Hasta entonces, Yolanda le había permitido, además de los besos, que le comiera las tetas y le sobara el chochito de vez en cuando, pero sin pasar a mayores. La chica ya había oído contar algo de las proezas del muchacho, entre otras cosas el tamaño de su rabo, casi increíble para un adolescente, y en su mente calenturienta, cuando se masturbaba por las noches en su cama pensando en Alvaro, soñaba con comerle la polla y dejar que tomara posesión de ella.

Ese día Alvaro estaba sentado ante su pupitre, con sus apuntes desperdigados, al fondo de la clase. En el pupitre de su izquierda estaba Yolanda, y en el de la derecha otra chica, Patricia, otra pibita a la que se había tirado en una de esas fiestas que solía organizar la chica, no recordaba cuándo ni dónde. Delante de ellos había varios alumnos sentados en sus respectivos pupitres, dándoles la espalda, y detrás no había nadie más, sólo la blanca pared. Mientras tanto, delante de todos, al fondo, junto a la pizarra, se veía al profesor, enfrascado en su cháchara habitual. En un momento dado, Yolanda tiró su cuaderno al suelo junto al pupitre de Alvaro, fingiendo que se le había caído, y se agachó a recogerlo, quedando arrodillada al lado del muchacho. En ese instante, dirigió una de sus manos al paquete del chaval y empezó a frotarlo despacio. Delante de ellos, los alumnos continuaban como si tal cosa, nadie se estaba percatando de nada, pero a la derecha, Patricia había sorprendido la maniobra, pudiendo Alvaro advertir un fulgor instantáneo de lujuria en su mirada. Yolanda no dejaba de restregar su mano contra su paquete, al tiempo que lo estrujaba de vez en cuando para tratar de agarrar el miembro viril y sopesar sus dimensiones, que aumentaban por momentos. Después de permanecer allí agachada un tiempo, cuando ya Alvaro estaba suficientemente excitado, el chico se desabotonó el vaquero y exhibió su poderoso instrumento, un cipote enorme que empezó a menear con su mano derecha muy lentamente, sin prisa, como regodeándose en la exquisita cadencia de su mano, como si el miembro precisara de un periodo de transición extremadamente suave antes de alcanzar su máximo esplendor. En la mano de Alvaro, el rabo adquirió un enorme grosor y una longitud de no menos de 20 cm., listo ya para la próxima fase. Dejó caer un reguero de saliva hasta el glande y escupió en su mano derecha para abrillantar el miembro, ya descapullado, volviendo a pajearse unos instantes, ahora con la intención de exhibir semejante hermosura ante los ojos de Patricia, que no dejaba de mirarlo como una gata en celo. Haciendo gala de chulería, Alvaro se miró el miembro, se pasó obscenamente la lengua por los labios e hizo a Patricia el gesto de darle un beso. Después lanzó una mirada llena de significado a Yolanda, asió el rabo con la mano desde su base y le dijo: "Ahora ya estás lista para comer". La chica no se lo pensó dos veces. Acercó sus labios de fresa al pollón y empezó a engullirlo rítmicamente, tragando cada vez un poco más; primero chupando el glande, que ya estaba colorado como una ciruela, y después tragando más y más centímetros de carne hasta llegar a los cojones. Era digno de ver cómo aquella chavala devoraba la picha de Alvaro, cómo metía y sacaba de su boca semejante aparato, cómo recorría con la lengua todo su enorme tronco, sin que a ella pareciera suponerle ninguna dificultad albergar en su boca un instrumento de tales dimensiones. No daba la sensación de sufrir arcadas, y eso que se metía la polla hasta los mismos huevos del chaval; realmente como si lo estuviera devorando, lo comía con ansia, como si toda su vida hubiera estado esperando el momento de degustar semejante manjar. Por su parte, Patricia, que no perdía detalle de todo aquello, había deslizado su mano dentro de su pantalón y se estaba masturbando, terriblemente excitada con la imagen del pollón de aquel efebo entrando y saliendo de la boquita de la chica, de aquel tótem ensalivado, hermoso y brillante como una joya, en los labios de Yolanda, que, literalmente, babeaba ante semejante portento de masculinidad.

Eso fue todo por el momento. No había habido tiempo para más y tampoco era el lugar apropiado. Alvaro se corrió en la boca de la chica; ella se limpió la boca con un pañuelo y él, tras limpiarse la polla deprisa y corriendo, volvió a enfundarla en sus pantalones el tiempo justo para salir, ya que acababa de sonar el timbre que indicaba que la clase había terminado. Pero no estaba del todo satisfecho. Y como él deseaba follársela y ella quería que la desvirgara, decidieron pasar a mayores en el camino de vuelta a casa. Bueno, en realidad no lo planearon de ese modo, más bien surgió espontáneamente del ardiente deseo sexual de ambos, que no había quedado apagado ni saciado, un rescoldo presto a transformarse de nuevo en viva llama. Así que, una vez montados en el autobús escolar, decidieron sentarse al fondo. Afortunadamente, ese día había pocos chavales detrás, lo que era raro, ya que normalmente los chicos aprovechaban la parte de atrás para dedicarse a todo tipo de juegos y travesuras, algunos no tan inocentes. Ya en los asientos traseros, empezaron a besarse, a comerse los labios y las bocas, a saborearse, dejándose llevar y dejando llevar su deseo por el camino del desenfreno. Alvaro lamía el cuello de la chica, sus labios carnosos dejaban su impronta en el cuerpo de ella, hasta bajar al sostén, liberarlo y empezar a besar las tetas de la chavala, enroscando su lengua alternativamente en cada pezón. La chica gemía, mucho más cuando Alvaro reclinó su cara sobre la pelvis de ella, le bajó la faldita, apartó a un lado la diminuta braguita blanca y empezó a comerle el coño. Era una sensación nueva para ella. Jamás nadie había puesto su cara allí y al principio le pareció algo extraño y perturbador; sin duda excitante, puesto que lo estaba disfrutando al máximo, su pulso acelerado no la engañaba, pero a pesar de todo desconcertante y turbador. El placer que estaba obteniendo era enorme, pero le resultaba un tanto extravagante la idea de tener a un chico ahí abajo, su cara entre sus piernas, lamiéndole el chocho. Sólo con el tiempo comprendería que el cunnilingus, igual que la felación, son actos que implican, al tiempo que un mayor placer, una mayor entrega a la persona amada por parte de aquel que los practica, por ser actos mucho más íntimos que la penetración, por muy placentera que ésta sea.

En cualquier caso, él había alcanzado el sancta sanctorum de la chica y la estaba llevando al séptimo cielo. El chochito de la chavala se derretía en sus labios como la miel, ella se sentía transportada a otra dimensión al experimentar un orgasmo detrás de otro. Sentía que se le iba la cabeza, su pelvis se arqueaba, el cuerpo no le respondía, se contraía y se expandía, su sexo se revolvía en violentas convulsiones a medida que los orgasmos se sucedían, como si se licuara en la boca del muchacho, que recibía los flujos vaginales de aquel manantial secreto, hasta entonces inexplorado, del que emanaban todos los placeres de la vida. Ella no deseaba que aquello terminase nunca, deseaba tener para siempre la boca de aquel chico pegada a su sexo, aquella esponja húmeda que empapaba el rostro de Alvaro, de la que él bebía su néctar más íntimo. Sin embargo, el violento deseo masculino logró imponerse. Alvaro levantó la cabeza, su boca húmeda por los flujos de la chavala, la besó de nuevo, momento en que Yolanda pudo percibir por primera vez en su vida el olor de su propio sexo en el cuerpo de un hombre, se incorporó en el asiento, se bajó los pantalones, dejando su polla enhiesta al aire, la tomó de los costados y la montó sobre él. El coño de la chica estaba tan encharcado que su polla entró en él sin dificultad alguna, sabiéndolo rendido de antemano ante el empuje de su virilidad. El grueso cipote se abrió paso a través de ella con suma facilidad, como una plaza rendida se abre al ejército victorioso que ha culminado el sitio, llegando hasta el fondo de su vagina y provocando con ello nuevas oleadas de calor y de un placer punzante en el cuerpo de la muchacha. Yolanda se movía acompasadamente sobre la soberbia picha de Alvaro, sus rostros unidos, sus bocas devorándose insaciablemente, acoplados profundamente en aquella deliciosa penetración, mientras el autobús escolar seguía su trayecto por las calles de la ciudad.

Tras abandonar el autobús, que primero había dejado a la chica a la puerta de su casa, Alvaro se dirigió a la suya. Ahora sí estaba satisfecho. Yolanda le había hecho una fantástica mamada y después le había comido el coño y había conseguido al fin follársela. Por la cara que ella había puesto tras el polvo, y por la expresión de sus ojos al despedirse de ella en el autobús, tuvo la seguridad de que la chica volvería a por más. Todas las tías volvían a por más. Tenía un don innato para el sexo. No era sólo su capacidad de aguante, ni siquiera su belleza, tan notable que muchas mujeres se paraban a mirarlo cuando lo veían pasar, sino principalmente que tenía la rara habilidad de intuir el deseo de la mujer y satisfacerlo por completo. Ya a su temprana edad, siendo plenamente consciente de que podía gozar del sexo sin apenas tapujos, había tomado conciencia igualmente de poseer la extraña habilidad de dar placer a una mujer.

Se sentía contento cuando, tras tomar el ascensor, se dispuso a entrar en su casa. Cuál no sería su sorpresa, después de salir del ascensor y disponerse a abrir la puerta de su casa, al ver en la penumbra del descansillo, junto a las escaleras del edificio, dos siluetas que se estaban dando el lote a pocos metros de él. Como el edificio estaba a oscuras, al principio no pudo reconocerlos; tan solo oía gemidos y susurros. Pero a medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, pudo reconocer a su hermano Javier, el imponente moreno de veintiún años, que tenía contra la pared del piso del fondo a una mujer madura, que no era otra que una vecina del mismo piso, una mamá deseable de cuarenta y tantos, a la que evidentemente su hermano se estaba follando, a juzgar por los golpes de cadera de él y por la postura de ella, de espaldas contra la pared, con la falda levantada hasta la cintura, la cabeza echada hacia atrás y la blusa abierta enseñando dos preciosos senos, que su hermano estaba devorando con una furia salvaje, al tiempo que le mordía el cuello y le metía una mano en el coño, provocando en la mujer violentos espasmos. Por el suelo había varias bolsas de plástico de la compra, que sin duda había tirado la mujer sin ton ni son en el ardor del encuentro.

Lo que había sucedido, sencillamente, era que Javier, el hermano mayor de Alvaro, se había encontrado poco antes con la vecina en el portal y no había podido resistirse a los impulsos de su naturaleza de macho dominante. Viendo a la mujer, una hembra rubia que le duplicaba con creces la edad pero que conservaba una figura estilizada, curvilínea, de poderoso busto, muy apetitosa para cualquier hombre y más aún para la ardiente naturaleza de Javier, a pesar de ser varias veces madre y con chiquillos aproximadamente de la edad de su hermano pequeño, y que en ese momento cargaba varias bolsas y paquetes, Javier se ofreció a ayudarla, liberándola de su pesada carga, al parecer en todos los sentidos. Ambos se introdujeron en el ascensor, pero ya antes de llegar a su piso, la señora, que se hallaba justo delante del muchacho, empezó a notar el cálido aliento de él en su nuca. Se estaba excitando por momentos, y cuando el chico la rodeó con sus fuertes brazos y puso sus manos en sus pechos, no hizo movimiento alguno para apartarse. Decididamente, el chico le encantaba. Javier, al igual que su hermano Alvaro, era de esos tíos que ponen calientes a las mujeres con sólo mirarlos, aunque su belleza era más salvaje que la de su hermano, de facciones más acusadas y, en definitiva, más viril, puesto que Alvaro todavía era un adolescente. Lo había visto muchas veces por el vecindario, habían coincidido muchas veces cuando entraban o salían del edificio, y cada vez que lo veía se ponía cachonda, apreciando en toda su belleza aquel rostro masculino tan seductor, los ojos como carbones, el pelo negro, largo, lacio, lustroso y suelto, el cuerpo moreno y musculoso que el muchacho exhibía sin ningún pudor, con sus pantalones vaqueros ajustados y sus camisetas pegadas al cuerpo que moldeaban su cuerpazo escultural y que hacían las delicias de la imaginación de la mujer y despertaban sus anhelos más íntimos y menos confesables.

Javier se dedicaba a masajear las tetas de la mujer, que empezó a emitir suspiros de placer, mientras rozaba su entrepierna contra el trasero de ella, moviéndose dulcemente por detrás, dándole pequeños golpes con su paquete, que se iba acomodando al trasero de la mujer, mientras le daba pequeños besos en el cuello y le mordía el lóbulo de la oreja izquierda. Seguidamente, y sin dejar de sobarle un pecho con la mano derecha, introdujo la izquierda por la falda de la mujer y llegó hasta sus braguitas, consiguiendo desplazarlas con maestría para introducirle, primero un dedo, y luego dos, en el coño, el cual empezaba a humedecerse. La mujer se agitaba, se retorcía dulcemente, sintiendo cómo su cuerpo empezaba a consumirse en la hoguera del deseo, enardecida por las caricias del muchacho, por su cálido aliento en el cuello y por el delicioso olor a hombre que emanaba de él. Después de salir del ascensor y recorrer el pasillo hasta llegar a la puerta de la vivienda de la mujer, dejando todas las bolsas y paquetes tirados de cualquier manera en el suelo, Javier se desabrochó el pantalón y se sacó el rabo, un rabo hermoso y oscuro, plenamente erecto, palpitante, de enormes dimensiones, aunque, curiosamente, menor que el de su hermano Alvaro, y, tras levantar a la hembra con sus poderosos brazos, le endiñó el cipote hasta las cachas, dejando a la mujer indefensa, temblorosa, su espalda contra la pared, aguardando con ansia cada acometida del chico, que empezó a follarla violentamente. Fue entonces cuando oyó abrirse la puerta del ascensor, aunque no le prestó demasiada atención, concentrado como estaba en el polvo que le estaba echando a la madurita. Sólo cuando Alvaro se hubo acercado a ellos comprendió que se trataba de su hermano. No pareció importarle y tampoco se mostró en absoluto sorprendido. Al contrario, en medio del soberbio polvo, le dijo con una sonrisa a la mujer, que parecía inquietarse al ver la figura de su hermano: "Tranquila, te presento a Alvaro, mi hermano pequeño. Te lo vas a pasar muy bien con él". La mujer pareció complacida tras contemplar de cerca la imponente figura del muchacho de ojos verdes. Acto seguido, se desacopló de Javier, sacó de su bolso las llaves de la casa, abrió la cerradura de la puerta y entraron los tres en la vivienda, dirigiéndose al dormitorio de la señora; el dormitorio conyugal, donde tenía diversas fotografías de su marido y de sus hijos.

"Mi hermanito sólo tiene dieciséis años, pero lo compensa con una polla enorme", dijo Javier, mientras soltaba una sonora carcajada y procedía a desabotonar el pantalón vaquero de su hermano. Por debajo del calzoncillo de marca, Alvaro exhibía un bulto sin duda prometedor, y su cuerpo era tan provocativamente obsceno como el de su hermano, musculado, aunque no tan trabajado como el de Javier, pero igual de incitante al pecado. Javier le bajó el calzoncillo y agarró la polla de su hermano, empezando a meneársela delante de la mujer, que permanecía de pie contemplando la escena, sorprendida pero terriblemente excitada al ver a aquellos dos poderosos sementales en acción. Claro que ella no sabía que Javier tenía tanta afición a la polla de su hermano pequeño como a los coños que se follaba cada día, afición que databa de hace dos años.

"¿Has visto qué pedazo de polla tiene mi hermanito? Javier sonrió a su hermano, le dio un cachete en la cara y le guiñó un ojo. "Vaya, parece que mi hermanito también ha follado hoy" "Tienes restos de lefa en el bóxer, tío" A continuación, tras escupir en su mano derecha y ensalivar convenientemente la polla de su hermano, colocó a la mujer delante del cuerpo de Alvaro, ya completamente desnudo, y le dijo: "Ponte de rodillas, vas a comerle la polla a mi hermano. Seguro que nunca has probado un pollón como este" "Vas a disfrutar. Y luego te vamos a follar. Seguro que nunca te han follado dos tíos, y para colmo hermanos, eh?"

No se lo tuvo que decir dos veces. La mujer se hincó de rodillas y, sin más preámbulo, se llevó a la boca el soberbio cipote del adolescente, que parecía otro Adonis, con sus fuertes y marcados músculos en tensión, de pie frente a la hembra que estaba rindiendo pleitesía a su masculinidad. Mientras tanto, Javier se había colocado detrás de ella y le estaba comiendo el culo, introduciendo su lengua en el ano de la mujer. Ella experimentó una momentánea sensación de temor, ya que nunca la habían follado por detrás, pero la idea le resultó al mismo tiempo perversamente excitante, pasando por su cuerpo un escalofrío de placer, con punzadas de deseo cada vez más fuertes al sentir la cara de Javier hundirse en su trasero y su lengua perforarle el ano para dilatárselo, ayudándose después de varios dedos que fue introduciendo poco a poco. Tras acabar de prepararle el trasero, Javier se embadurnó la polla de aceite solar y se la metió por el culo de un solo golpe. Ella dio un alarido de dolor, pero no soltaba la polla de Alvaro de su boca, que seguía mamando como una posesa, y en unos instantes su culo se fue adaptando al ritmo constante del martillo pilón que la estaba empalando, transformando sus gritos iniciales de dolor en jadeos de satisfacción. Javier la tenía fuertemente agarrada por la cintura y la enculaba brutalmente, clavando su enorme ariete en el ano de la mujer. "Apuesto a que nunca te han follado bien por el culo. Pues hoy tendrás doble ración".

Después de llevar un tiempo horadando el culo de la mujer, Javier le sacó el inmenso cipote alojado en él y le hizo un gesto a su hermano. Alvaro se tumbó en el suelo, son su inmenso rabo apuntando al techo, y la mujer se montó sobre él. El cuerpo de ella no necesitó mucho tiempo para adaptarse a la polla del efebo, que se había ensartado en su chocho con suma facilidad. Javier esperó a que la hembra se hubiera acoplado perfectamente al rabo de su hermano, esperando de pie, masturbándose, mientras contemplaba cómo aquel cuerpo femenino, maduro pero todavía en la flor de la vida, cabalgaba a su hermanito, cómo la gloriosa picha del efebo entraba y salía del coño encharcado. "Joder, menuda polla gastas, Alvaro, casi no le entra entera a esta guarra". En efecto, la polla de Alvaro era tan grande que el chochazo de la mujer, suficientemente dilatado, apenas podía darle cabida. Se ensartaba y se deslizaba arriba y abajo por el reluciente rabo del muchacho, que chapoteaba en los jugos de la hembra, "chop, chop", pero siempre quedaba un pedazo de carne que sobresalía y que la vagina era incapaz de alojar por entero. Cuando Javier consideró que había transcurrido un tiempo aceptable, se agarró el cipote, se posicionó tras las nalgas de la mujer y se lo envainó de nuevo. Esta vez ella no protestó, sino que gimió agradecida al sentir la polla del hermano mayor en el culo, hundiéndose en ella como una estaca en el corazón, ablandada y dominada por los falos de aquellos dos sementales, clavada en el suelo por aquellos dos potentes machos que podían ser sus hijos, el pequeño follándole el coño con toda su energía y el mayor batiéndole el culo con todas sus fuerzas. Los hermanos mantenían una sincronización perfecta. Mientras una de las pollas se retiraba del terreno conquistado, la otra taladraba la carne con más brío. Al parecer no era la primera vez que follaban juntos. Y tampoco sería la última. Pero, de momento, concluye una nueva entrega de las aventuras de estos hermanos. ¿Será la última?

To be continued