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En el metro

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EN EL METRO

Este relato es real. No es un relato extenso, porque he preferido sacrificar la literatura a la precisión de la narración. Sucedió un día en el Metro de Madrid. Yo tenía por entonces veinte o veintiún años y regresaba a casa de la Facultad. Había sido un día como otro cualquiera, nada significativo, nada especial…hasta el momento en que cogí el tren en un andén repleto de gente, abarrotado como siempre en la hora punta, entre las 14:00 y las 15:00 horas.

El vagón estaba hasta los topes. Tampoco tiene nada de particular un vagón lleno de gente. Si acaso, algo más bien desagradable debido a ciertos olores no deseados, empujones, apretones y situaciones un tanto embarazosas por la proximidad de personas desconocidas de las que apenas te separa una frágil barrera de pudor.

Entonces apareció ella: no demasiado alta pero muy bien proporcionada, al menos por lo que pude intuir, ya que se colocó de espaldas a mí. Yo estaba al lado de una de las puertas del vagón, y con una mano me sujetaba a la barra de metal del techo. Lo cierto es que apenas la vi venir. No me di cuenta de que estaba a mi lado hasta que sentí su larga, lisa y exuberante cabellera dorada a escasos centímetros de mi rostro. No sólo me impresionó su precioso pelo rubio, de un rubio natural deslumbrante, lacio y lustroso, sino el olor que emanaba de él. Eso fue lo que empezó a excitarme. La fragancia penetró a la velocidad del rayo en mi inconsciente y despertó a un tiempo dulzuras y deseos primitivos; un añorado retorno al estado de naturaleza. Después me fijé en su trasero, que llevaba enfundado en un pantalón beige ceñido. Como un guante, pensé.

La chica, a la que no podía ver la cara, ya que estaba de espaldas a mí, debía de ser muy joven, adolescente o recién salida de la adolescencia, a juzgar por su figura. Pero ese trasero y esas piernas, embutidos en el pantalón claro, como hechos en el molde de un demiurgo, de un alfarero divino, eran absolutamente cautivadores. Me dejaron con la boca abierta. Estaba realmente impresionado por la visión. Mis hormonas ya estaban en ebullición y mi mente había empezado a oscilar entre la contemplación estética de semejante cuerpo escultural de mujer y el ansia por satisfacer mi lubricidad más salvaje. The wild side…Sí, pensamientos realmente salvajes, pero también elevados por la visión de la hermosura. Es curioso cómo pueden cohabitar en un instante los más bajos instintos y las aspiraciones más sublimes del alma…

Aquellas preciosas nalgas eran sencillamente perfectas, y resaltaban aún más porque la chiquita rubia llevaba puesta una cazadora vaquera que le llegaba justo hasta la cintura, de modo que los atributos de mi venus quedaban al descubierto, aunque, claro está, lo suficientemente ocultos bajo el fetiche del pantalón como para hacer volar la imaginación y excitar los sentidos.

Entonces sucedió. La chica empezó, con cada vaivén del vagón, a acercarse más y más a mí. Era algo suave, progresivo, de una lentitud calculada. Con parsimonia, fue echándose atrás, hasta que su precioso culo quedó pegado a mi entrepierna y su cabello a mis labios. Recuerdo haber sentido la textura de su pelo, fragante y luminoso como espigas en un campo de sol. Aspiré embriagado su olor y empecé a notar una tremenda erección. Recuerdo que apoyé mis labios en su cabeza y deposité en ella un beso. La besé, pero sólo fue una vez. La sensación que me estaba embargando era deliciosa, pero no estaba exenta de peligro, ya que nos hallábamos en un lugar público. Afortunadamente, había mucha gente en el vagón y yo estaba junto a una de las puertas del fondo, por lo que nadie parecía prestarnos atención.

Al principio pensé que los movimientos propios del tren eran los que provocaban el acercamiento de mi joven ninfa; pero llegó el momento en que quedó claro que eso no era casual. La chica no sólo movía hacia atrás su hermoso culo, rozando mi bragueta, sino que empezó a menearlo rítmicamente, provocando con ello que mi erección fuera ya bestial y no pudiera controlarla. Al mismo tiempo, echaba hacia atrás su cabeza para toparse con mi rostro, que ya había quedado impregnado de su inolvidable olor a hembra.

Seguramente, queridos lectores, desearíais que ahora os describiera algo más crudo, más explícito, más sexual, en suma. Sin embargo, no hubo nada más. Eso fue todo. No creo que durara más de quince minutos, lo que tarda el tren en recorrer dos o tres estaciones, ya no recuerdo bien. Por supuesto, me habría encantado poder agacharme y comerle bien el culo, disfrutar de ese oscuro objeto de deseo hasta la saciedad, chupar su sexo y dejarlo rojo y brillante; me habría encantado poder sacarme el rabo y enterrárselo hasta el fondo, follármela por el culo allí mismo, lamerle el cuello, meter los brazos por los pliegues de su cazadora y sobarle las tetas a placer. Pero eso no sucedió.

Lo que sí sucedió fue que del roce de su trasero con mi bragueta la polla se me puso a cien y acabé corriéndome en los calzoncillos. ¡Dios! Fue uno de los orgasmos más intensos que he tenido en mi vida, y no hubo necesidad de penetración. Sencillamente, no fui capaz de aguantar y exploté; empecé a bombear lefa, notando cómo la humedad se extendía por mi ropa interior. Después me sobrevino una sensación de vergüenza, temeroso de que el semen lograra traspasar la tela del calzoncillo e impregnar el pantalón. Pero nada quedó a la vista. Tampoco creo que alguien se hubiera dado cuenta.

La chica se bajó en la siguiente parada sin mirar atrás siquiera, así que jamás llegué a verle la cara. Yo regresé a casa satisfecho y desconcertado, con una agridulce sensación de éxito y fracaso, con la frustración de no haber podido ir más allá, de no haber podido despejar la incógnita que supuso aquella muchacha de imborrable recuerdo.