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El encantador culito de Laura

en Lésbicos

En encantador culito de Laura

Por la ventana vi entrar a Laura a la oficina del gerente. En realidad ese no era su nombre, yo no sabía cómo se llamaba ella, pero la bauticé así en mi fantasía, porque Laura era el nombre que me hubiera gustado para mí. Mi escritorio quedaba justo al final de la oficina en forma de ele. La gerencia estaba en otro cuerpo del edificio, en la parte contable, donde trabajaban los empleados de más alta jerarquía. Nosotros, los de control de insumos y los de inventarios, nunca supimos el porqué de esa separación de funciones, porque al final todos hacíamos lo mismo, pero así estaba organizada la empresa y parecía que todo estaba bien. Era verano entonces, y yo estaba terminando mi carrera de derecho, mi esperanza de abandonar las oficinas de la compañía. Laura era hermosa en esos días, tenía la belleza de las cosas inalcanzables, era morena, de un tono de piel casi mate, esbelta, con las piernas torneadas en perfecta armonía, una larga cabellera azabache, ojos negros y labios carnosos, y cuando sonreía, dioses, su sonrisa se me clavaba en lo profundo del alma.

Entonces yo vivía en casa de mis tíos y mientras asistía a clases de la última materia trabajaba de noche en mi tesis. Fueron tiempos duros. Muchas veces me dormía sentada frente a mi computadora. Laura vivía a cuatro o cinco calles de mi casa, pero ella tenía carro propio y yo era una persona de a pie, muchas veces la vi cruzar frente a mí sin que ella siquiera me haya notado. Como estaba demasiado metida en mi trabajo y en mis estudios tuve que prácticamente suspender todas mis salidas y esa soledad hizo que mis fantasías con Laura se acentuaran. Imaginaba encuentros fortuitos con ella, su carro se descomponía justo frente a mi casa y yo salía de casualidad y la ayudaba y entonces empezábamos una historia, pero jamás sucedió nada de eso. En el trabajo tampoco coincidíamos, los del Departamento Contable tenían una entrada independiente, hasta las fiestas eran por separado. Recuerdo una sola vez que ella entró a nuestra oficina a buscar a uno de los mecánicos para que le cambiara una goma a su auto, y nuestra jefa le prometió enviarlo a su oficina en cuanto el hombre llegara, y la llamó señorita con un tono de adulación.

Mis tíos eran dos viejitos encantadores, jubilados, que vivían en la capital en esa casona enorme donde habían crecido mis primos que ahora estaban desparramados por Nueva York o por España. Nunca sospecharon de mi preferencia sexual y en cambio les encantaba tener con ellos a una muchacha que no pensaba en noviazgos y se dedicaba a trabajar y estudiar. Más de una vez me sugirieron que dejara ese trabajo y me dedicara de lleno a graduarme, ellos me mantendrían, pero jamás acepté esa oferta, supongo que por orgullo, el mismo orgullo que me hizo siempre exigirme a mí misma todo lo que pudiera soportar. Huérfana de padres, crecí con una abuela que se dedicó a malcriarme pero también me enseñó a ganarme todo con mi propio esfuerzo. Era una lectora insaciable, y yo debía seguirla y pagar con lectura todo cuanto quisiera obtener. Para ir al cine tenía que leer un libro antes, o no había cine, tres libros en un mes equivalían a un zapato y un vestido nuevo, buenas notas en la escuela significaban vacaciones en la capital, en casa de los tíos, playa, paseos y regalos. Cuando abuela murió yo tenía dieciséis años, fue natural que mis tíos me trajeran con ellos a su casa. La muerte de mi abuela fue también la interrupción de mi primer amor. Milena era rubia y gordita, me llevaba un par de años y nos habíamos hecho amigas en el colegio, fue ella quien me introdujo en el goce del sexo, de ella aprendí a encenderme toda cuando el deseo se apodera de mi cuerpo, con ella tuve mi primer orgasmo, gracias a ella el rechazo del cuerpo en que me formó mi abuela ultrarreligiosa se convirtió en aceptación de mi condición lésbica primero y en prudencia después. Mi abuela jamás sospechó de Milena. Ella dormía en mi casa o yo dormía en la de ella, nuestras noches de verano eran tan intensas, que muchas veces estuvimos a punto de ponernos en evidencia. Al principio dormíamos en cuartos separados, pero como los papás de Milena usaban sedantes, siempre era Mili la que se colaba a mi dormitorio. A veces nos quedábamos estudiando hasta tarde y entonces aprovechábamos para hacer un rápido 69 o una intensa y silenciosa tribada que siempre nos dejaba con ganas de más, pero los domingos en la mañana, cuando los padres de Mili se iban a misa matinal y nosotras nos quedábamos durmiendo para ir a misa de tarde, ese tiempo era nuestro. Mili tenía un chochito sabroso, unos pechos regordetes, blanditos y dulces, y un culito rellenito que me enloquecía. Vive en Francia ahora, pero no he vuelto a saber de ella.

Cuando llegué a la capital tuve uno o dos escarceos con un par de muchachitas del colegio, pero rápidamente me alejé por temor a las habladurías. En la universidad fue un poco más fácil, conocí muchachas más experimentadas, pero nunca me "enamoré". Hasta que vi a Laura una vez, cuando tuvo que detener su auto frente a casa y miró hacia el jardín pero no me vio. En cambio yo sí la ví, y ya no pude olvidar ese rostro moreno, casi perfecto, pero lo que más me encantaba de Laura era ese culito respingón y encantador, el culito de Laura me ponía a soñar. Fue el mismo día en que tuve la entrevista de trabajo en la compañía y regresé a casa decepcionada. Apenas sí miraron mi brevísima hoja de vida y me hicieron dos o tres preguntas insustanciales.

-Gracias por su tiempo. Nos pondremos en contacto con usted- fue la frase fríamente cordial de un señor calvo y moreno, muy correcto y elegantemente vestido. Dos días después de esa entrevista recibí el llamado con la indicación de que me presentara a trabajar el lunes siguiente. Fue entonces cuando empecé a ver a Laura más seguido, cuando empecé a enamorarme de su cara preciosa, de su cuerpo perfecto.

Dije al principio que era verano cuando preparaba mi tesis, un tiempo de encierro dentro de mí misma, con escasas salidas, con uno que otro contacto con algunas amigas de la universidad, hasta que llegó el momento de terminar la tesis, una tarea que me requería demasiado tiempo, tanto que tuve que pedir permiso en la empresa para dedicarme exclusivamente a eso. La gerente de Recursos Humanos me llamó a su oficina, recuerdo todavía su expresión de sorpresa cuando me vio entrar. Tenía puestos unos anteojos de leer que se veían demasiado pequeños en su enorme carota de doble papada, sobre un perchero colgaba su chaqueta, se había peinado con demasiado gel y su pelo brillaba como si se lo hubiera aceitado. Con una seña me ordenó que me sentara.

-A ver… ¿cómo es esto de que estás a punto de graduarte de abogada? ¿Cómo es que yo no lo sabía? En tu hoja de vida solamente figura tu título de bachiller.

-Oh, es que… nunca se lo comenté a nadie en la empresa, además, nunca tuve problemas de horario como para pedir un permiso por razones de estudio y… supongo que eso es…

-Bien. He comentado tu caso con el gerente, porque, dentro de los estatutos de la empresa no figura ese tipo de permiso para el personal de tu departamento, pero el señor Álvarez Echagüe consideró tu caso con buena disposición, de manera que dio orden de que te tomes esos días, pero claro que es sin goce de haberes ¿comprendes?

-Comprendo- dije con alegría porque en realidad el sueldo nunca había sido un problema para mí, no nadaba en la abundancia, pero nunca había tenido problemas económicos.

-Bien- dijo la mujer –firma esto y hazme un favorcito, llévalo a Gerencia y que te firmen una copia y luego me la traes ¿sí?

-Perfecto. Gracias- dije y salí de la oficina.

El tiempo otorgado me alcanzó exactamente para terminar mi tesis y me tomé el último día para releerla y corregirla por enésima vez. Tía Emy entró a mi cuarto con una tacita de caldo casi a las once de la noche. Me ardían los ojos y me sentía mareada, sólo me faltaban cinco páginas y llevaba más de siete horas en esa tarea. Finalmente la tesis quedó como a mí me gustaba y la mandé a imprimir al día siguiente. En mi trabajo se habían enterado de que estaba a punto de graduarme y me recibieron con una bulla que desalenté de inmediato…

-Esperen… todavía me falta defender la tesis- expliqué a las chicas que me rodeaban. Don Américo, un señor mayor y muy gentil, me preguntó cuándo sería ese examen final y me trajo una tacita de café.

-Excúsenla y excúsenme- bromeó –pero déjenme ponerme en buenas con una abogada tan joven, bonita y… delgada.

-¿Y tantos piropos juntos?- preguntó en broma una de las chicas.

La aparición de la jefa de sección hizo que el ambiente de broma se disolviera y cada uno fuera a ocuparse de sus tareas. Estaba ordenando mis papeles casi a las once de la mañana cuando nuevamente vi entrar a Laura a la oficina del gerente. Al salir ella miró hacia donde yo estaba. Creo que me ruboricé.

Ese fin de semana estuve libre. El sábado me encerré en mi habitación a ver películas, leí un par de revistas de actualidad y por la noche me excité un rato en un chat lésbico con una chica peruana, supe que lo era porque usé una pregunta de seguridad, le pregunté si conocía el ponstil forte, un medicamento argentino para los dolores menstruales y las afecciones uterinas. Los hombres no saben de eso.

Lo cierto es que el magreo cibernético me dio un poco de morbo. Me hubiera gustado que Mili estuviera conmigo esa noche para calmarme como sólo ella sabía hacerlo.

El día de presentación de mi tesis me vestí de manera especial. Tía Emy y tío Julián me organizaron una cena en un restaurante del centro a la que invitaron a algunos amigos, unos viejitos encantadores como ellos, y Leti y Yuyo, dos amigas de la universidad, llegaron a casa en la mañana para ayudarme porque yo era un manojo de nervios.

Finalmente, a las cinco de la tarde, después de salir del salón de a la vuelta de casa con el pelo planchado y suelto, me puse un conjunto de falda y chaqueta naranja, blusa negra con yabot, sandalias negras de tiritas con aplicaciones doradas y llevé una carterita pequeña. Cuando iba a salir de casa sonó el teléfono.

-Es para ti- dijo tía Emy.

-¿Aló?

-¿Señorita Matilde Estévez?

-Sí, ella habla

-Espere un segundito, le van a hablar…

-¿Señorita Estévez?

-Sí, dígame…

-Soy el licenciado Álvarez Echagüe, tengo entendido que usted defenderá hoy su tesis en la Universidad.

-Oh, sí señor, estoy saliendo ahora mismo.

-Bien. Yo la llamaba para desearle suerte.

-Muchas gracias, señor, me siento halagada…

-Bien. No le quito más tiempo, entonces, espero que regrese a trabajar como abogada, ah, tómese el día de mañana para descansar de los festejos… Suerte otra vez…

Felizmente el tribunal no me hizo esperar demasiado. Defendí mi tesis con planteos escuetos pero claros, y sólo entré en detalles cuando lo creí necesario. Como el tema en realidad no era complicado pero sí novedoso, tanto que creí que la universidad no me aprobaría el proyecto, tuve que usar argumentos basados en ejemplos, expliqué por ejemplo, que era un arcaísmo jurídico el hecho de que los seguros sociales de este país no cubrieran los gastos de maternidad de las madres solteras que trabajan y aportan a sus seguros, entre otras antiguallas que todavía existen, como que en la ley de matrimonio civil figura que la esposa debe de seguir a su cónyuge donde quiera que éste fije residencia. En el tribunal evaluador había una sola mujer, mi asesora de tesis, y sólo me hicieron tres preguntas, la tercera, de mi asesora, fue la que más me hizo buscar argumentos. Me ordenaron salir y, acompañada de mis amigas, fui a la cafetería en busca de un refresco, porque sentía la boca reseca.

Me gradué suma cum laude, el máximo honor para una estudiante. Llamé a mis tíos a la casa, recibí felicitaciones de todo el mundo, me costaba reconocer las caras de la gente que se me acercaba, sentía ganas de reír y de llorar. En la cena se repitieron los brindis, tuve que bailar un vals con tío Julián y con algunos de sus amigos, y finalmente, casi a las dos de la madrugada, regresamos a casa, exhaustos.

Fueron días felices verdaderamente. En mi trabajo me hicieron un festejo, cortaron un pastel, y por orden de la gerencia, luego de un brindis, en nombre de la empresa me entregaron un bono de diez mil pesos. Quedé petrificada cuando la encargada de entregarme el sobre vino hacia mí. Vestía un conjunto de oficina de color gris y una blusa roja, un pañuelo de cuello también rojo y estaba sin maquillaje, me dio un beso en la mejilla y yo ni siquiera pude reaccionar, sentí que las piernas me temblaban y que el piso se movía.

-Mucho gusto- dijo y sonrió –Laura Fournier a tu orden.

Me quedé muda. Se llamaba Laura ¿podía ser posible tanta casualidad?

Esa noche no dormí.

El sábado en la mañana recibí una remesa de mis primos de España que, sumada a mis ahorros, me permitiría concretar un sueño, comprarme una lap-top. Mi vieja PC había cumplido casi seis años, apenas me servía para escribir y hasta cuando chateaba se me colgaba a cada rato.

Recorrí un par de negocios y después recordé una oferta que vi en una página del periódico. Entré una tienda llamada Galaxy, y se me acercó una hermosa niña que no tendría más de veinte o veintiún años, era algo más bajita que yo, y estaba muy maquillada, pero se veía en realidad bonita, me miró directamente a los ojos y me sonrió.

-Quiero ver las lap-top- dije.

-Acompáñeme- pidió y me pasó una mano por la espalda, como para ayudarme a caminar con ella. Me mostró varios modelos, me explicó detalladamente las configuraciones y, en determinado momento, festejó mis manos.

-Son manos de pianista- dijo.

-Oh, si supieras que mi oído musical es nulo- sonreí, y se estableció enseguida un súbito clima de confianza. Finalmente elegí una Dell Inspiron 1300 y, cuando le dije que le pagaría al contado, ella me invitó a pasar a una oficinita donde me dio asiento y me hizo traer un café, hablamos de todo, tanto que al final terminamos intercambiando direcciones de email. Ese episodio me hizo pensar después, cuando hube armado mi laptop en mi dormitorio y me puse a navegar por Internet, en esa muchacha llamada Sara, su actitud tan deferente, sentí que su trato era algo más que comercial, como si yo le hubiera caído bien, eso me hizo sentir feliz por un momento.

Por la tarde decidí hacer ejercicio. Había un parquecito en el barrio donde solía caminar antes, aunque siempre a la mañana, por la ventana de mi cuarto vi pasar a dos señoras con ropas de gimnasia y eso me animó un poco más. Me puse un buzo de algodón que me iba un poco grande, calzados deportivos, me sujeté el pelo con una cinta elástica y llegué al parquecito un poco antes de las seis. Di varias vueltas, había muchas personas caminando, cuando entré en calor comencé un trotecito liviano y sentí que mi cuerpo empezaba a transpirar, fui alternando caminata con trotecito hasta que, exhausta, me dejé caer literalmente bajo un frondoso árbol, respiré hondo y cerré los ojos, oí a los pájaros que empezaban a regresar a sus nidos, el estruendo de la ciudad me llegaba como una tormenta lejana.

-Doctora, no la imaginaba caminando por aquí…

Me puse de pie de un salto, mi respiración se hizo más agitada, Laura estaba parada frente a mí, vestida con ropas de gimnasia. Creo que se asustó un poco de mi reacción.

-Oh, perdóname, creo que te sorprendí… yo…

-Oh… está bien, no te preocupes ¿cómo estás?

-Muy bien, sí, ¿me acompañas?

-Oh, claro, vamos…

Caminamos unas vueltas y después nos sentamos a charlar en un banquito. Extrañamente, comencé a calmarme, mi respiración se normalizó, fue como si asumiera que la Laura que estaba frente a mí era definitivamente real, y mucho más hermosa que la imagen que rondaba los rincones de mi cerebro.

-Este parquecito se ha convertido en mi mejor amigo desde hace un tiempo. Tú sabes, cuando no camino suelo venir con un libro o simplemente me tiendo un rato a escuchar los pajaritos, no sé… dicen que todos tenemos alguna que otra locura… ¿qué tú dices?

-Pues… supongo que tenemos locuras parecidas, entonces…

Laura miró de pronto hacia la esquina, se puso de pie y dijo

-Ven, déjame mostrarte mi casa.

Sentí un poco de vergüenza por mi aspecto pero antes de que pudiera abrir la boca Laura me había tomado de la mano y me hizo caminar hacia la acera de enfrente.

Su casa era de planta baja, como la de mis tíos, pero mucho más lujosa, tenía pisos de madera lustrada, una enorme sala de estar con sillones inflables y un ventanal que daba a un coqueto jardincito muy bien cuidado. Una reproducción de un paisaje de Cézanne adornaba una pared y en otro extremo había un anaquel de madera lleno de libros. Una mujer apareció en ese momento, algo más morena que Laura, pero igualmente elegante y bien vestida.

-Mamá, déjame presentarte a una compañera de trabajo. Ella es Matilde, la chica de que te hablé.

Una lucecita roja se encendió en mi cerebro ¿Laura le había hablado de mí a su madre?

-Felicitaciones, muchacha, es un gusto conocerte- dijo la mujer mientras me estrechaba la mano –ojalá mi hija se contagie de ti y se ponga a estudiar.

-Madre- censuró Laura avergonzada.

-Bien. Las dejo para que charlen. Un placer querida.

En verdad me sentía incómoda pero al mismo tiempo no quería salir de allí. Laura comenzó a hablar sobre el tiempo que llevaban ella y su madre viviendo en esa casa, casi cinco años, y se sorprendió de que nunca nos hubiéramos cruzado. Pensé para mis adentros si ella supiera cuánto tiempo hacía que yo la llevaba en mi mente, o acaso en mi corazón. La mamá de Laura volvió después con una bandejita de galletitas de cereal y dos vasos de jugo de naranja que agradecimos ambas, al unísono, cosa que nos hizo reír. Cuando tomé conciencia del tiempo era ya de noche, llamé a los tíos para tranquilizarlos y me despedí de Laura con un beso, creo que enrojecí al besarla.

Esa noche en mi cuarto me masturbé pensando en ella, en sus ojos, en su boquita carnosa, en su cuerpito que imaginaba delicioso.

Dos semanas después asistí a una entrevista de trabajo en un estudio jurídico con un sueldo que duplicaba lo que ganaba en la empresa y además me serviría para ganar experiencia hasta que pudiera inscribirme y obtener mi licencia. Fui una mañana a presentar mi renuncia y tuve que seguir trabajando un par de días, hasta que llamaran a un reemplazo. Como despedida me hicieron un brindis y esta vez Laura vino por su cuenta a traerme un regalo que, dijo, me serviría de mucho y me pidió que no lo enseñara delante de los otros.

-Es un perfume- mintió.

Al llegar a casa esa noche abrí el pequeño paquete, imaginé que sería un perfume caro pero en realidad me encontré con una agenda palm de última generación, la tarjetita rosa tenía dibujada una florcita y con una letra preciosa Laura había escrito su correo, su número de celular y adentro de un corazoncito primorosamente dibujado "no me olvides". Las lágrimas rodaban por mis mejillas, quise salir corriendo a su casa pero si ella salía a recibirme terminaría abrazándola y no la soltaría hasta decirle cuánto la amaba, decidí finalmente llamarla por teléfono.

-¿Aló?

-Laura- alcancé a balbucear entre accesos de llanto.

-¿Estás bien?

-Sí, pero es que, no sé, tu regalo… yo…

-Niña, ¿pero qué es lo qué? Óyeme…

-No, no te asustes, yo… estoy bien…

-Mira… dime dónde es tu casa… voy para allá…

-No… está bien… yo vivo en la calle Santander al 35… pero… ¿aló? ¿Laura?

Fui al baño rápidamente y me lavé la cara. Bajé a la sala de estar y me tranquilicé un poco al ver que mis tíos habían salido, seguramente estarían en su reunión semanal de la comisión parroquial y no llegarían hasta las nueve de la noche. El timbre sonó después de una eternidad. Laura tenía puesta una bermuda roja y una camiseta de breteles finos de color celeste con el dibujo de un pegaso, estaba en chancletas, era evidente que salió de su casa muy apurada, seguramente cuando la llamé estaría saliendo del baño.

-Ven… pasa… vamos a mi cuarto… ahí podremos charlar, digo, si no te molesta…

Le ofrecí la única silla y me senté en mi cama. Sobre un almohadón estaban la palm, el papel del envoltorio rasgado y la tarjetita.

-¿No estarás ofendida, verdad? Te juro que mi intención no fue…

-¡Ay no mi amor! No es eso… sólo que…

Laura se puso de pie y con un dedo sobre sus labios me llamó a silencio. Se sentó a mi lado y, en voz muy queda, me pidió

-Repite lo que acabas de decir…

-Oh, sólo te decía que…

-No, no, repítelo exactamente, así, como lo dijiste… Ay no…

-Oh, dije… ay no mi amor…

-Otra vez…

-Ay no mi amor…

-Se oye muy bonito ¿verdad? Quiero seguir oyéndolo- dijo y aunque intenté repetirlo no pude porque Laura me abrazó y una tormenta de besos me cerró la boca. Mi corazón galopaba o acaso volaría como una cometa agitada por el viento. Laura me soltó y aseguró la puerta.

-¿Quieres?- preguntó mientras se aflojaba el broche de la bermuda. Mareada como estaba por el cúmulo de sensaciones intensas que me embargaban alcancé a decir que sí con la cabeza.

-Déjame desnudarte- pidió Laura y yo me puse de pie. Ella volvió a besarme y me desabrochó la falda, me besó en la confluencia de los senos mientras me desabotonaba la blusa, la ayudé con el broche del bra y cuando su lengua viajó por mi cuello hasta detenerse en mis pezones cerré los ojos y me dejé caer sobre la cama, Laura dejó caer su bermuda y, cuando levantó los brazos para quitarse la camiseta, vi su sexo depilado con un triangulito arriba que me pareció precioso, coqueto, inolvidable y sus senos con los que habían soñado mis dedos en tantas noches insomnes aparecieron de pronto como dos frutos apetecibles, deseables y deliciosos. Nos besamos sobre mi cama con suavidad primero, con el ardor de una hoguera después y cuando la presencia de Laura se convirtió en una calidez mojada que encendió toda mi piel y la recorrió despacio, con la crueldad de una lentitud exasperante pero al mismo tiempo encantadora y adorable, cerré los ojos y me mordí el pulgar para no gritar mientras su lengua inventaba en mi almejita ardiente un terciopelo mojado que me hacía viajar por entre nubes y galaxias, hasta que finalmente gemí con una alegría tan parecida al grito que sentí que mi piel se diluía en la tormenta de un orgasmo que me reinventaba por completo. Hice míos sus pezones enormes, durísimos como un caramelo de cristal moreno y exageradamente dulce, bajé por la tersura de su vientre y encontré entre dos paredes de carne tibia y anhelante el elixir que calmaría mi prolongada sed de amor, y solo me aparté de Laura cuando la sentí respirar entre gemidos con la placidez gozosa de quien ha alcanzado la máxima altura del goce. Nos besamos después hasta que las bocas parecieron fundirse en una y nunca supe si en esa magia mojada que recorría nuestros cuerpos el tiempo se hubiera detenido solo para nosotras.

-¿Por qué tardaste tanto?- preguntó ella.

No entendí la pregunta. Yo pasaba frente a esa ventana sólo para verte ahí, metida en lo tuyo, jamás me notaste y yo no sabía qué hacer para que te dieras cuenta- dijo mientras me acariciaba el ombligo y después el chochito empapado de placer.

-Oh, mi amor, yo no sabía cómo acercarme a ti, te veía tan lejos, tan hermosa, tan bonita…

-¿Y tú nunca te ves al espejo? Eres preciosa…

Laura se separó bruscamente de mí, pasó una pierna por debajo de mis nalgas y comenzamos a movernos despacio, sentí que su chochito tibio se calentaba de a poco mientras mis pezones se endurecían, respiré hondo, me moví un poco más, hasta que una cosquillita en mi vientre me hizo sentir un hormigueo en las pantorrillas y volví a tener otro orgasmo que me hizo olvidar por completo del mundo circundante. Su celular sonó en ese momento.

-¿Aló?... sí mami… estoy en casa de Matilde pero ya me voy… sí… no, mami, no hay ningún problema… sí… se lo diré… está bien.

Comenzó a vestirse y yo la imité.

-¿Qué hacemos? ¿Bajamos?

-Sí, bajemos. Volvimos a besarnos antes de salir del cuarto. La acompañé hasta la calle y quedamos en que nos veríamos al día siguiente. Me encerré en mi cuarto y me quedé dormida, mi cabeza daba vueltas, desperté varias veces y me toqué el sexo para estar segura de que Laura había estado allí, que no había sido un sueño.

Al otro día Laura me citó en un bar y hablamos largamente. Resolvimos que cuidaríamos nuestra intimidad y nuestra imagen, pero finalmente fuimos a una cabaña. Laura se puso un sombrero de hombre y anteojos oscuros. Yo me pellizqué un par de veces pero también sentía muchas ganas de reír.

Laura sacó de su bolso un frasquito.

-¿Qué es eso?- pregunté.

-Te gustará, huele- dijo y me lo acercó a la nariz. Era una crema que olía a fresa. Laura se metió bajo la ducha y su piel oscura con el rebrillo del agua me excitó tanto que me desnudé inmediatamente y la seguí, le quité el jabón y la enjaboné despacio, mientras su cuerpo escurridizo por el jabón se me escapaba, como si estuviera abrazando a una sirena inquieta y danzarina. Nos secamos rápidamente y ella me untó la almejita y los pezones con la crema y comenzó a chupármelos, su lengua dibujaba encantadas diabluras sobre mi pecho, cerré los ojos y me dejé estar, pero enseguida sentí el olor a fresa con intensidad porque su chochín, empapado de cremita, se había colocado casi sobre mi boca, comencé a darle lengüetazos mientras colocaba una mano sobre su coxis, pasé un dedo por esa cuevita trasera que se abría enloquecedoramente mientras ella se movía, estiré la otra mano para atrapar por un momento un pezón durísimo, el chochito empapadísmo de Laura estaba más caliente que nunca, cuando vi que su anito se dilataba y se contraía le puse la punta de un dedo y lo acaricié, hasta que los latidos de ese culito encantador se hicieron cada vez más rápidos, entonces le metí el dedo y lo hice girar, mientras sentía en mi almejita la suavidad adorable del revés de su lengua y sus dedos que me acariciaban el culito como si estuvieran buscando algo, mi orgasmo llegó de golpe, respiré hondo y continué rápidamente mi lengüeteo hasta que mi dedo terminó de entrar en el anito dilatado de Laura y la oí gemir con fuerza, como si pugnara por no gritar mientras su cintura se tensaba y ella se dejaba caer exánime a un costado de la enorme cama.

-Mi niña- dije mientras la abrazaba y nuestros pezones se tocaban.

Ella me besó el hueco del hombro y el cuello y estuvimos así, desnudas saciadas, hasta que las manos de Laura sobre mi cuerpo me volvieron a encender, sentí su lengua en mi culito mientras dos dedos suyos se movían como danzarines en mi almejita lubricada, fue rápido, llegué a un clímax tan intenso que esta vez no me preocupó gritar, grité con ganas, y después hicimos una tribada que puso a Laura a gozar y hasta nos dormimos un ratito, abrazadas y gozosas.

Fue un tiempo muy intenso, un tiempo de lujuria pero también de sueños compartidos. Nos separamos por un tiempo cuando Laura se fue de vacaciones a Nueva York, pero al regresar tuvimos un reencuentro tan caliente que creí que me iba a desmayar después de tantos orgasmos en una misma noche.

Laura se puso a estudiar finalmente, y se dedicó de lleno a terminar su carrera de periodista. Yo la ayudé un poco, lo cual era una excusa perfecta para que ella viniera a casa o yo fuera a la suya, para abreviar trámites, ambas andábamos sin tanga, caminar esas cuadras con la brisa soplándome el chochito por debajo de la falda me excitaba tanto que al llegar primero hacíamos el amor y después estudiábamos. Un sábado en la tarde yo estaba algo inquieta, esperando que Laura me llamara al salir de la universidad.

-Mati, te llegó un sobre de correo privado, te lo dejé sobre la mesa.

-Voy, tía.

Cuando bajé vi el remitente, Aural Reinruof, me lleva un momento descubrir el anagrama: Laura Fournier,l me llevo el sobre a mi cuarto y, al abrirlo una tanguita de hilo dental, finísima y transparente, unos pétalos de rosas y una tarjetita son todo su contenido. La tarjetita dice: ¿Quieres? Como en una maniobra perfectamente sincronizada oigo sonar mi celular, lo tomo y antes de que Laura pueda hablar respondo.

-¿Aló?... Sí… quiero mi amor...

-Qué bueno, mi vida, porque yo también te quiero.