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Una excitante sorpresa

en Lésbicos

Una excitante sorpresa

La jefa de redacción me llamó a mi celular esa mañana, cuando yo estaba rumbo al aeropuerto de Caracas, desde donde saldría mi vuelo a Santo Domingo, para decirme que debía traerle un reportaje de mis vacaciones, sobre un tema cualquiera, siempre que se tratara de algo relacionado con la cultura. Era una pequeña venganza que pretendía tomarse pero yo no estaba dispuesta a hacerle caso. Cerré el celular sin contestarle nada. La llamada no me intranquilizó en absoluto, recordé lo arrecha que me había sentido la tarde anterior cuando la muy primogénita de meretriz me sugirió que cambiara la fecha de mi licencia anual porque había mucho trabajo. Estuve a punto de hacerlo, para no buscarme problemas, pero finalmente alguien apareció para salvarme. El gerente de recursos humanos era un tipejo asqueroso, una rata de albañal, pero había algo con lo que yo lo tenía agarrado.

Fue un día en plena siesta cuando afuera había una terrible tormenta, yo estaba hurgando en el archivo de periódicos donde, al parecer, no había nadie. Eran tantas las leyendas sobre el fantasma del antiguo dueño del diario, que según decían se había aparecido varias veces a las archiveras, incluso hubo una que renunció supuestamente después de un tremendo susto, que nadie iba por el archivo sin compañía. Yo necesitaba una página de un periódico viejo con fotos de Nat King Cole para una nota sobre el bolero, mi intención era colocar el periódico sobre el escritorio del archivo y tomar varias fotos con mi cámara digital, pero la luz sobre el escritorio era insuficiente. Recordé que entre los anaqueles del fondo había una mesa más grande junto a un enorme sofá que los guardias de seguridad usaban de dormitorio en las madrugadas. Caminé hacia allí con el periódico y la camarita en la mano, al llegar al final de la fila de anaqueles decidí probar el flash, disparé y ¡Oh, sorpresa! Un grito ahogado de mujer resonó en el recinto vacío. Salí de allí poco menos que corriendo, al llegar casi junto al escritorio escuché los pasos apresurados de alguien que me llamó por mi nombre,

-¡Rosmary! Pero mi terror era suficientemente fuerte como para no darme vuelta siquiera a mirar. Llegué a mi escritorio, guardé la cámara y me quedé allí. Media hora después el gerente de recursos humanos me llamaba a su oficina.

-Yo confío en su discreción y le aseguro que sabré recompensarla si usted guarda silencio sobre lo que vio en el archivo- me dijo –pero ¿por qué usó esa cámara?

-No, no… no se preocupe… fue accidental, yo… le aseguro que… nunca, jamás yo…

-Perfecto- dijo mientras se acomodaba los anteojos –esto queda entre usted y yo, si necesita algo, por favor, no deje de acudir a mí.

Por supuesto que acudí a él para que pusiera en su lugar a mi jefa de redacción y preparé mis valijas con gusto, pese a lo arrecha que me ponía la sola presencia de esa insufrible.

Recordé también cómo desde aquel día la pobre chica del archivo me rehuía la mirada. Lástima, pensé, con esos senos regordetes me haría el mejor masaje tailandés y yo estaba segura de que con una buena sesión de cama la haría gozar mucho más que el asqueroso de su jefe. Apenas recordé la última vez que hice el amor con una de las archiveras que duró muy poco tiempo en el periódico, porque le salió la visa y se fue disparada a Nueva Cork, dioses, esa muchacha sí que sabía usar su lengua como pasaporte al paraíso, y allí me hizo llegar sin siquiera quitarme la tanga, solo la corrió un poquitín y tuve que quedarme con el chocho al aire el resto de la noche, porque la tanguita se me empapó de mis jugos y de su saliva.

El aeropuerto Maiquetía era el maremagnum de todos los días, compré un paquete de chocolates en una de las tiendas, un par de pañuelos de seda que me gustaron, y me dirigí al control migratorio. Sólo cuando estuve en mi asiento y el avión de Aeropostal levantó vuelo me sentí del todo tranquila. Debo de haberme adormilado un poco, porque cuando desperté vi el mar Caribe y descubrí que estaba sola en mi asiento. Tras el largo y tedioso proceso de control de equipajes salí a buscar un taxi que me llevaría al hotel Albatros, en Juan Dolio. Sabía que la tarifa era en dólares, pero yo venía preparada, había hecho un largo año de ahorros para mimarme por quince días y olvidarme de todo. Además, una vez en el hotel, que era todo incluido, ya no tendría demasiados gastos. El lugar paradisíaco estaba situado junto al mar. Llegamos después de un viaje que me pareció larguísimo y aunque estuve algo antipática con el taxista, solo contesté con monosílabos a sus preguntas, porque lo único que me interesaba era ver el paisaje. El mar se parecía un poco otras playas que había conocido antes, pero esta vez lo sentía hondamente mío, era la primera vez que me tomaba unas vacaciones y que dispondría de un tiempo exclusivamente para mí, escribiría un cuento, leería una novela de José Saramago y me olvidaría de las computadoras, del Messenger y de mis cibernoviazgos, precisamente una de mis cibernovias era una supuesta dominicana que vivía en Santo Domingo, pero nunca le creí, las lesbianas de Internet son generalmente tipos que se hacen pasar por mujeres. Le dije que me iba de vacaciones a España, a un pueblito de montaña donde no había Internet ni celulares, y eso la descorazonó un poco, pero le prometí seguir siendo su novia por la red cuando regresara. Ambas nos dimos permiso de hacer lo que quisiéramos en esos quince días.

El hotel estaba lleno de cabezas rubias y de gente que hablaba alemán, francés, y también italiano. Un botones con uniforme azul y botones dorados recogió mi equipaje y me llevó a mi habitación. Por la ventana vi el mar que acariciaba la playa, una larga línea de cocoteros bordeaba un sendero de piedras que llegaba hasta una arena blanca sobre la que el agua se veía de color verde. Me di una ducha tibia, bajé al comedor y después de un almuerzo en que no me preocupó en absoluto la dieta que había llevado en los últimos seis meses, dormí una siesta y antes de las tres de la tarde salí con mi bolso, una toalla y mis cremas rumbo al agua. Di unas cuantas brazadas, apartada de los grupos de niños que jugaban con sus delfines inflables y de los turistas que se lucían junto a sus esposas y me alejé también de los viejos que se bañaban junto a sus prostitutas alquiladas y fui feliz con mi soledad y con mi propia paz en medio de una tarde espléndida. Busqué después de una hora una silleta, que los dominicanos llaman chelones (del francés chaise longe) y me tendí bajo la sombra de los cocoteros, puse la mejor selección de mi iPod y me adormilé con canciones de Rocío Jurado y de Julieta Venegas. Mientras la brisa me acariciaba la piel salada recordé que hacía varios meses que no hacía el amor y aunque mi última relación había finalizado en buenos términos resolví que no iría a la cama con una chica a menos que hubiera algo más que sexo, al menos un poco de emoción que se prolongara después de los orgasmos. Esa noche cené una ensalada y cuando quise leer se me cayó el libro sobre la cara y me quedé dormida.

Al día siguiente bajé a desayunar y tuve que ahuyentar a un par de europeos que se acercaron a mi mesa con evidentes intenciones de relacionarse, pero yo no tenía intención de relacionarme con nadie. Comí algo, bebí café y busqué un lugar junto a la piscina para leer un rato. Recorrí después los amplios jardines, vi un estanque lleno de peces coloridos, tortugas y langostas, y cuando mis sandalias se llenaron de arena me encaminé al comedor cerca de la piscina. Tenía ganas de comer carne y beber una cerveza helada, que al final fueron dos, por la tarde volví a la playa, en la noche regresé a mi habitación y contemplé largamente la luna sobre el mar y una extraña nostalgia de amores perdidos, de sueños olvidados, de recuerdos luminosos, me fue inundando el alma. Puse un CD de melodías antiguas en mi laptop, me desnudé totalmente y me tiré sobre la cama hasta quedarme dormida. En la mañana fui al salón de conferencias y me conecté a Internet. Escribí correos a mi madre que estaba en Maracaibo, seguramente sorprendida de que yo hubiera elegido pasar mis vacaciones tan lejos y para qué, si en Maracaibo las playas son las mejores de todo el Caribe.

Finalmente me conecté al Messenger.

En pocos minutos apareció el nick de mi cibernovia.

-¿Dónde estás? ¿No era que en la montaña no había Internet?

-Muchacha, en este pueblo sí, no estamos en tu República Dominicana, estoy en Europa ¿recuerdas?

-¿Y ya me pegaste cachos?

-¿Dices si te pegué cuernos? Pues claro, una viene de vacaciones a darse los gustos ¿No?

La charla siguió por esos carriles hasta que, llegado el momento del almuerzo, me fui al comedor.

Apenas me hube sentado con mi bandeja cuando una morena se acercó a mi mesa.

-Disculpa ¿puedo sentarme contigo?

-Claro, adelante.

-Mira, excúsame, pero, es que si me siento a comer sola se me acercan esos alemanes a… ya tú sabes… ¡Uy Dios! ¡Son de pesados!

Sonreí. Había oído algo sobre que los alemanes y los europeos se desesperan por las negras caribeñas y hasta piensan que todas son prostitutas, pero no imaginaba que esto llegara al punto de que una negra tan bonita viniera a requerir mi ayuda.

-Discúlpame, mi nombre es Susana, pero me llaman Suni- dijo al tiempo que me extendía la mano.

-Rosmary- dije mientras la observaba. Vestía una falda acampanada violeta, una blusa celeste de algodón, sandalias de tiritas también violetas y llevaba una mochila verde agua reluciente, evidentemente comprada unos días antes. Tenía el pelo cortito, pero muy bien cuidado, labios carnosos y una naricita que hacía encantador el conjunto de su carita redonda, sus ojos eran vivaces, negros, enormes, al sonreír se le hacían hoyuelos en las mejillas, era muy hermosa en realidad. Comimos con mucho apetito mientras, sin que ninguna de las dos se diera cuenta, nos fuimos embarcando en una charla que nos entusiasmó a ambas. Sus manos eran finas, de dedos alargados y sus gestos medidos.

Cuando terminamos de comer me preguntó en qué habitación me hospedaba, se lo dije, ella me dio el número de la suya, no coincidíamos para nada, yo estaba en la cuarta planta y ella en la segunda, pero en alas diferentes.

El vino tinto que acompañó mi almuerzo de carnes rojas y postres de plátanos maduros dio una modorra que hizo que, tras despedirme de mi circunstancial compañera, me tirara a dormir una larga siesta, tan larga que desperté casi a las cinco de la tarde. El aire acondicionado estaba tan agradable y las mantas me brindaban un calorcito tan rico que me dediqué a ver películas y caricaturas toda la tarde. Solo al llegar las once de la noche encontré un par de películas eróticas que me excitaron un poco, en fin, nada que mis deditos no pudieran solucionar.

Al día siguiente me dediqué a hacer un poco de ejercicio en un gimnasio dentro del complejo, una rutina liviana, un poquito de aparatos, nada demasiado pesado.

Transpiré un poco, caminé por los jardines y regresé a mi habitación poco antes del almuerzo, volví después con mi laptop a la sala de comunicaciones, y me puse a vaciar mi correo electrónico, leí los periódicos de Venezuela, y finalmente entré al Chat a visitar a mi novia.

¿Estás en tu trabajo?

No, mi amor, estoy en otro lugar, decidí que yo también necesito un descanso…

-¿Dónde estás?

-En un hotel muy apartado de la montaña, con una morenita bien pechugona que me da calorcito mientras tú te regustas por allá con alguna españolita de ojos verdes…

-Hace frío en estas montañas españolas, imagínate que…

-¿Qué?

-Que sin una españolita que me abrigue y me caliente no podría…

-Mira, que me pones celosita ¿oíte?

-¿Y cómo yo no me pongo celosa mientras le das tu cosita a esa morenota tetuda que dices que está contigo…

-Pues… si tú vinieras ahorita mismo… yo la boto y me quedo contigo

-Espérate un momentito

-¿Qué? ¿La españolita te está desnudando?

-No mi vida… que me voy a quitar los guantes, tú sabes, con la nieve que hay si una no los usa se congelan los dedos…

-Yo tengo algo para calentártelos…

La situación me estaba resultando divertida. Seguí un rato más con el magreo hasta que, cuando miré hacia un costado, vi a la morena que se había sentado a comer conmigo el día anterior. También ella estaba conectada a Internet, y tecleaba con mucho entusiasmo. La saludé con la mano y ella me respondió con una sonrisa que me pareció más que encantadora… cuídate, morenota, que con la calentura que me está dando mi cibernovia no estaría mal quitármela contigo… fantaseé un momento… y me reí de mí misma. Súbitamente el nick de mi novia apareció desconectado. Cerré la laptop justo cuando la morena se acercaba a saludarme. Alcancé a ponerme de pie y ella me dio un beso en la mejilla. Esos labios suaves y tibios me acariciaron la cara.

-¿Qué haces?- pregunté.

-Oh, sin Internet es como que no existo ¿sabes?, aunque me había propuesto descansar y olvidarme de las computadoras por unos días, pero parece que no se puede.

-Claro que no se puede… somos hijas de la tecnología- justifiqué.

Hablamos entonces de nuestros trabajos, me contó que es abogada y que trabaja en un bufete de Santo Domingo, que eran sus primeras vacaciones en dos años, y que estaba cursando una maestría en ciencias políticas y diplomacia. Otra vez la charla se extendió sin que nos diéramos cuenta, algo que me sucede solamente cuando la persona con la que hablo me hace sentir muy cómoda.

Suni, de pronto recordé su nombre, dijo entonces que había otro comedor cerca de la playa, desde donde se podía comer frente al mar, y me invitó. Comimos y finalmente decidimos ir a la playa. Aunque Suni era muy bonita, a mí no se me despertaba ninguna clase de atracción, era como si mi sensor lésbico estuviera desactivado. Me di una ducha y, mientras elegía mi mejor traje de baño enterizo, sonó el teléfono.

-¿Sí?

-Soy yo, te espero en el hall de atrás ¿oíte?

No quise ponerme un bikini porque… pues porque no quería crearme expectativas con esa niña, porque se me estaban saliendo todas las prevenciones que tengo cuando conozco a una chica que me cae bien, y porque… pues porque no me daba la gana. Cuando llegué abajo Suni estaba vestida con una enorme camiseta de algodón que tenía un retrato de Taz. Le quedaba preciosa. Pero cuando nos metimos al agua se la quitó y quedó en un traje de short y brassier amarillo que le sentaba perfecto. Estaba monísima. Nadamos un buen rato, tomamos jugo de naranja, una piña colada y volvimos al hotel. Dos alemanes se cruzaron en nuestro camino y la miraron con lascivia, pero Suni ni siquiera se dio cuenta, era como si… dioses… pensé… yo conocía esa indiferencia de algunas mujeres hacia los hombres, no era un simple fingimiento de hago de cuenta que no me interesan, era como si no existieran…

Quedamos en encontrarnos para la cena.

Suni se había puesto un vestido blanco con flores estampadas, de falda muy corta, sandalias blancas y una chalina transparente de color verde agua que le cubría el pronunciado escote del vestido. Yo elegí uno de mi infaltables capris, negro, con blusa negra, mocasines negros y un chalequito de lamé de tono gris oscuro que se adaptaba perfectamente a mi torso.

-Estás preciosa- me dijo ella y agradecí su cumplido.

-Tú te ves muy bella- dije y ella sonrió de una manera muy especial, arrugando un poquito la nariz, en un mohín graciosísimo. Decidimos caminar por la parte iluminada de la playa después de comer. Charlar con Suni era un placer, me encantaba el sonido de su vocecita etérea, cálida y sugerente por momentos. La brisa en la playa daba un poco de frío, un guardia de seguridad nos advirtió que no nos alejáramos de la zona iluminada y que era mejor no entrar al mar durante la noche, ambas reímos, con el frío que hacía había que estar loco para querer meterse al agua. Llegamos casi al final de la zona iluminada pero no regresamos por el mismo camino, fuimos directamente hacia el hotel por el sendero de cocoteros que desembocaba en los jardines. De pronto la punta de una sandalia de Suni se incrustó, extrañamente, en un intersticio entre dos piedras del sendero, y ella tropezó y tuve que sostenerla para que no cayera y al mismo tiempo evitar que se diera un golpe contra uno de los bancos de cemento. Suni alcanzó a ahogar un grito y, en la semipenumbra, alcancé a ver su expresión de susto.

-Tranquila, muchacha- dije con voz queda mientras la sostenía de la cintura –ya pasó…

Me dio las gracias con la respiración entrecortada. Caminamos hasta otro banquito de cemento y nos sentamos un momento.

-Tus manos son suaves- dijo casi en secreto y me las tomó entre las suyas y luego se las pasó por las mejillas. La dejé hacer.

-¿No te molesta verdad? Quiero decir…

-Mejor no lo digas- sugerí mientras acercaba mi cara a la suya. Ambas miramos a todos lados antes de darnos un largo, larguísimo beso.

Caminamos en silencio hasta el hotel y sólo al llegar a la zona iluminada nos soltamos la mano. En ese momento pensé en mi cibernovia. Sí. Le estaba pegando cuernos esta vez, pero con una mujer que en nada se parecía a una española de ojos verdes como ella creía.

Suni subió conmigo a mi habitación. Cerré la puerta con llave y, al darme vuelta, la vi de espaldas, viendo un cuadro que estaba colgado de la pared. Me acerqué y la abracé por detrás y empecé a besarle la nuca. Ella se inclinó levemente hacia delante, se quitó la chalina, mis labios bajaron por su espalda mientras descorría el cierre de su vestido con toda la lentitud que me era posible. Vi el elástico de una tanga tan blanca, suave, de un algodón que parecía tejido especialmente para ella, el vestido cayó al suelo con suavidad y ese cuerpo moreno, ese culito redondo, como torneado por las manos de un escultor, parecía una joyita guardada en el delicioso envoltorio de una tanguita que fui corriendo despacio, temerosa de que mis uñas pudieran rasgar esa piel de terciopelo del color de la noche, sólo entonces me di cuenta de que Suni no tenía brassier, se dio vuelta y, desnuda como estaba, se apretó contra mi cuerpo y me dio un beso con la boca completamente abierta, su lengua exploró cada rincón de mi boca sedienta de su piel… sus manos comenzaron a desnudarme, la ayudé con el broche del capri mientras vi caer mi chaleco, mi blusa y mi bra junto a su vestido, entonces sentí su boca apoderándose de mis pezones, sus manos suavísimas anduvieron entre mis glúteos y comenzaron a quitarme el capri con tanga y todo, Suni me besó en el cuello mientras sus dedos exploraban mi velloncito y se mojaban en el nacimiento de mi chuchi humedecida… quise andar hacia la cama pero sus manos me sostuvieron por la cintura mientras su boca dibujaba en mi espalda senderos de caricias cálidas como el viento del norte. Me incliné un poquitín y sentí sus dientes mordiéndome el huesito dulce, dioses, a esa altura mi almejita ardía, totalmente mojada, entonces Suni se tendió sobre la alfombra y comencé a moverme sobre su boca mientras sus manos en mis pezones encendían tempestades y su lengua se deleitaba en mi almejita hambrienta, me moví despacio, porque quería que cada lengüetazo durara una eternidad, pero sus manos comenzaron a abrir y a cerrar mis glúteos, sentía como si una corriente eléctrica se montara en la brisita que me acariciaba la cuevita negra cada vez que sus dedos pasaban por esa entradita, y esa lengua que me hacía sentir una ebriedad de música en el vientre mientras mi chuchi supermojada parecía ablandarse y diluirse de placer, hasta que sus labios carnosos me aprisionaron el botoncito y su lengua le dio, con toda la suavidad del mundo, un sinfín de estocadas que me enloquecieron por completo, sentí que cabalgaba sobre el viento y que en mi vientre habitaban violines y gorriones, un dedo se me incrustó lentamente en el ano y ya no pude más, respiré hondo, gemí, suspiré, grité y me sentí elevar por encima del mar y solo después de una eternidad recuperé el aliento.

Ni siquiera hablamos, vi la sonrisa cómplice de Suni y comencé a explorar la geografía oscura de su piel caliente, mordí sus pezones con suavidad mientras me deleitaba sentir cómo se endurecían, froté sobre su vientre mi conchita mojada, acaricié con mi lengua la parte baja de sus senos redondos y perfectos, mientras mis dedos abrían esos labios calientes y mojados como una invitación a aplacar la sed animal del deseo, le hice recoger las piernas para ver bien abierta esa gruta de vulvas carnosas y dejé que mi lengua se paseara en los bordes mientras mis dedos sentían la piel de gallina de sus nalgas, mi lengua entraba y salía de ese manantial salobre con un deleite parecido a la música y cuando ese culito comenzó a latir le pasé la yema del pulgar por la entradita, los latidos aumentaron y dejé entonces que mi lengua se hundiera en ese chocho completamente empapado y ardiente hasta que Suni tuvo algo parecido a una silenciosa convulsión, gimió como un violoncello en la última nota de un concierto y sus manos apartaron mi boca de su cuevita suave y tibia y rica y mojadita.

-Abrázame- pidió con un hilo de voz y yo me recosté sobre ella y nuestros senos se tocaron un momento.

Anduvimos abrazadas hasta la cama y nos tapamos con un edredón porque el aire estaba frío, pero bastó que Suni me acariciara los pezones y me rozara las nalgas con el vellón de su chochito calentito para que me encendiera de vuelta, me estiré hacia el otro extremo de la cama, pasé una pierna debajo de sus nalgas y seguimos después con una tribada, sentí su conchita en la mía como una caricia danzarina que me volvía completamente loca, traté de contenerme pero enseguida vi que Suni estaba acabando en otra convulsión silenciosa y entonces sentí que por mi chuchi corrían hormiguitas que me hacían cosquillas en el vientre, creí que me estallarían los pezones, volví a gritar sin ninguna clase de inhibición y, apenas recuperé el aliento, sentí que me quedaba dormida.

Me despertó una tempestad de besos a las dos de la mañana.

-Será mejor que me vaya a mi habitación- dijo Suni.

-¿No quieres quedarte?

-No puedo arriesgarme, soy dominicana, el gerente de este hotel es amigo de mis empleadores.

La vi vestirse rápidamente y salió de mi habitación.

Al otro día la llamé bien temprano.

-¿Aló? ¿Suni? ¿Estás bien?

-Claro mi amor, te espero en el desayuno, pero antes tengo que mandar un mail.

Me di una ducha y decidí que yo también mandaría un mail, ahora tenía cosas reales para contarle a mi cibernovia.

Al bajar a la sala vi a Suni enfrascada en su laptop y me senté en el otro extremo, ella pareció no verme y eso me inquietó.

Me conecté al Messenger para ver si tenía correo, y resultó que el único mensaje era de mi cibernovia. Antes de que pudiera abrirlo vi su nick en el Chat.

¿Mi vida? ¿Estás ahí?

Claro, estoy aquí, sí

¿Con tu españolita?

No… estoy sola

Pues… tengo para decirte que sí te puse cuernos anoche…

Cuéntame, le pedí mientras rememoraba mi noche con Suni.

Pues, es con una niña muy…

Muy qué…

Muy bonita, pero que tiene un chocho precioso, depiladito, con un velloncito pequeño, tiene dos lunares muy bonitos en la entrepierna y un botoncito hermosísimo…

Morbosa… eso es lo que eres… respondí… pues yo también te puse cuernos, hice el amor hasta las dos de la mañana y… sólo entonces me di cuenta de que la descripción de ese sexo tenía mucha, pero mucha similitud con… con mi almejita… ¡Dioses!

Me levanté de mi asiento y caminé los diez pasos que me separaban de Suni y la llamé por su nick. La vi dar un respingo, se puso de pie de un salto…

-¿Cómo es que conoces ese nick?- preguntó y su voz retumbó en la sala desierta. En ese momento entraban otras personas, una mujer rubia y regordeta se dirigió a una de las cabinas telefónicas.

-Ven a ver- dije y Suni se me acercó…

-Yo… no te vi entrar… excúsame…

Le mostré toda la conversación que estaba aún en la pantalla y, pese a que su piel es negra, la vi enrojecer mientras yo misma tomaba aire para respirar porque esa sorpresa me había dejado sin aliento, las piernas se me aflojaban, me sostuve de Suni para no caerme…

Cerramos las laptops y fuimos a desayunar. De la sorpresa pasamos a la excitación, me sentía como si estuviera viviendo un sueño.

Apenas sí tomamos un café y comimos unos panecillos. Suni me invitó a su habitación y la seguí, sumisa y obediente.

-Debemos hablar ¿verdad?

-Seguro…

-Esto tiene que tener una explicación- dijo ella

-¿A qué te refieres con "esto"? Pues mira, la explicación es muy sencilla, dije mientras la abrazaba y le estampaba un beso y le desprendía la blusa.

-La explicación- continué –es que estás hermosísima y las dos estamos muy…

-Pues… tal vez sea eso- dijo lentamente y se quitó la blusa y avanzó hacia mí, con esas tetas hermosísimas, apetecibles, vi en sus pezones las letras invisibles de un mensaje que decía pruébame… y obedecí… mientras nos desnudábamos y nos comíamos a besos, mientras sentía su lengua en mis pezones y sus dedos hábiles entrando en mi chocho calentito pensé que todas las cosas tienen una explicación, que ya tendríamos tiempo de explicar todo cuanto se pudiera explicar, y cuando mi lengua fue explorando esa almejita mojada y tibia lo seguí pensando, sólo dejé de pensar cuando nos trenzamos en un sesenta y nueve encantador y voluptuoso, y sentí el deleite del orgasmo que me hacía temblar y entonces supe que en verdad no hacía falta, mientras los senos de Suni se apretaban contra mis senos, entendí que ya no hacía falta explicar nada, que todo estaba explicado.