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El aroma de Nayelis

en Lésbicos

Aunque Nayelis dice que no, aunque mientras me abraza y se aprieta contra mi pecho y me besa el cuello, la barbilla y baja hasta mis pezones y me jura y requetejura que no, yo creo que ella se dio cuenta desde un primer momento. ¿Cómo puede ser posible que no notara el cataclismo que se producía en mi alma, en todo mi cuerpo, cada vez que ella entraba a la oficina, solo para dejar unos papeles y después se iba? Porque eso hacía Nayelis, entraba a la oficina y salía, envuelta en un aura de viento, y a mí me quedaba su perfume, ese halo de frescura de Givenchy que nunca quise usar porque no quería acostumbrarme a esa fragancia, necesitaba añorarla, extrañarla, para que cuando ella apareciera me fuese posible intuirla desde lejos, a veces respiraba hondo, como los perros cuando olfatean el aire, pero los aromas que me llegaban solamente me indicaban su ausencia. Entonces, cuando yo estaba sumergida en el fárrago de trabajo, el aroma de Nayelis se esparcía en ondas, como si buscara el camino más corto hacia mi naricita, pero ella dice que no, que ese perfume de Givenchy ni siquiera era su favorito, apenas un regalo de cumpleaños de su ex novio, un chico muy bueno que terminó de alejarse de ella cuando yo aparecí, pero entonces yo juro y requetejuro que no, que jamás hice nada para que Nayelis me notara, que ni siquiera levantaba la vista al verla llegar y que a veces me levantaba y me alejaba a propósito, para no estar cerca de ella.

-Tal vez fue eso- dice Nayelis. Yo te empecé a notar en algún momento cuando te vi ponerte de pie, creo que lo que primero me llamó la atención fue tu melena tan bien cuidada… y ese culito rellenito… dice y me da una "nalgá" con la mano abierta.

Por la ventana se oye el viento de la montaña, la hostería no está tan lejos del pueblo, la habitación es rústica, tiene paredes de piedra, ventanas con cortinas de lona opaca y las camas cubiertas con mantas de lana traídas del Perú. Nayelis se duerme, me abraza desde atrás, siento una mano suya en mi pecho y su vellón espeso en mi huesito dulce, siento sus pezones en mi espalda, quiero dormir también, pero no puedo, tengo el cerebro demasiado excitado, porque el cuerpo está saciado, he tenido dos orgasmos múltiples pero ahora tengo insomnio, y el insomnio me aguijonea la memoria, me hace viajar en el tiempo… entonces yo acababa de cumplir 25 años, vivía con mi tía Luz en el Residencial Brisas Marinas, me había graduado de administradora de empresas y trabajaba en la gerencia de Royal Security Global como asistente del director ejecutivo. Me había peleado por enésima vez con tía porque no acepté salir con el sobrino de su novio y porque estaba literalmente harta de que ella me buscara novios y me hablara maravillas de los muchachitos que a ella se le ocurría que eran "buenos partidos", tenía dos opciones, irme a vivir sola, algo que me aterraba, o seguir esquivando sus tramoyas casamenteras hasta que pudiera independizarme, antes de que ella se diera cuenta de mi preferencia sexual y me echara de su casa. En medio de la depresión, mientras tecleaba desmañadamente en mi computadora, sentí por primera vez el aroma de Givenchy que se me quedó impregnado en la nariz, en la memoria, pero cuando quise ver quién lo llevaba puesto, ya había desaparecido, como desaparece el viento. En ese momento no supe por qué, en lugar de gozar del perfume, sentí algo parecido a la inquietud, como si ese aroma significara una premonición de dificultades en el futuro, y ese presagio no tardó en cumplirse. La primera vez que vi a Nayelis ella tenía un trajecito de oficina de color rojo, su pelo corto de color castaño en corte varonil, sus ojos almendrados, las pequitas junto a la nariz, todo en ella era perfecto, se sentó junto al escritorio de la secretaria del gerente general y sus rodillas se me antojaron preciosas, tenían el color de dos esferas de vainilla, sus uñas pintadas del mismo carmesí de sus labios, las sandalias rojas en juego con el trajecito de oficina le daban un aire de elegancia propio de una modelo. Soñé con ella esa noche y en las noches siguientes sus ojos almendrados me persiguieron como son capaces de perseguir las pesadillas. Tenía miedo de dormirme porque intuía que apenas cerrara los ojos soñaría con ella, pero despierta no paraba de pensar en sus ojos, en sus labios carnosos, en su sonrisa enigmática.

Después de eso comencé a verla más seguido, ella llegaba en un Honda azul, se daba un largo beso con su novio y el tipo se iba y la dejaba ahí, frente a la entrada de la empresa. A veces subíamos juntas los escalones hasta el hall de recepción y ahí cada una tomaba el pasillo hacia su propia oficina. Nos saludábamos apenas, una sonrisita de circunstancia, muchas veces el saludo mío era una especie de gruñido, es que me molestaba tanto verla besarse con ese hombre.

Recuerdo que era verano cuando, finalmente, ahorré para el alquiler de mi propio departamento, dos ambientes, un dormitorio con un bañito, una sala de estar y una cocinita que era, en realidad, la misma salita dividida en dos, me mudé un fin de semana y aunque al principio me sentía triste, la sensación de seguridad que brinda el hecho de tener un espacio absolutamente propio me cambió el ánimo, dejé de preocuparme por lo que tía Luz me diría si me compraba tal o cual ropa, ahora podía llegar a la hora que me diera la gana, escuchaba música en la cama o leía mientras comía, podía ser yo misma. Hice una fiesterita con algunas amigas, hasta me di el lujo de invitar a mi ex novia y a su novia actual, ahora que mis dolores tenían otro origen y otra dirección no me molestaba en absoluto ver a Vilma enamorada de su fitness, Mora, una negra alta que hacía pesas y fisiculturismo, dueña de un gimnasio, dietóloga y, según decían, una "panteira do lecho". Obviamente, también invité a dos de los chicos del taller, a Angelina, mi compañera de sección, y a Nayelis, que por supuesto, vino con su novio. Comimos salchichas, bailamos apretaditos en la pequeña sala, bebimos de todo un poco y charlamos mucho, sobre todo con Nayelis y su novio, que resultó ser un muy buen tipo, y que yo lo diga es mucho decir. Por supuesto que todo el mundo hizo como que no se dio cuenta de que Vilma y Mora eran pareja, aunque las dos estuvieron discretas y simpáticas, Vilma me ayudó con las bandejas, con la picadera, atendió a los invitados de la manera más cordial y hasta bailó con los chicos del taller que quedaron fascinados con ella. Supe que Nayelis vivía con una hermana mayor y que su novio era empleado de una naviera, supe que llevaban poco tiempo de estar juntos y, por esa rara capacidad que tengo para intuir cosas que terminan por meterme en líos, supe por mi compañera de sección que ese muchacho, tan buen tipo, estaba con Nayelis porque había tenido una tremenda desilusión un año antes, con una amiga de Nayelis que lo dejó plantado con el traje puesto dos semanas antes de su boda. Me dio la impresión de que se querían mucho, y esa madrugada en la cama me sentí una heroína de folletín trágico porque estaba enamorada de una muchacha que tenía un novio de amores buenos, y me sentí capaz, aunque creo que fue por el alcohol, de acostarme con cualquier chica, hasta con un hombre, siempre que me dieran una buena sesión de lengua en mi chochito hambriento de visitas.

Me crucé al novio de Nayelis la semana siguiente en una enorme plaza comercial donde había una librería que vendía textos y CDs viejos, yo quería algo de música clásica para escuchar antes de dormirme, y una novela policial porque ya estaba harta de leer y releer historias lésbicas bajadas de Internet. El muchacho, que se llamaba Andrés, me saludó con mucho cariño y me acompañó a la librería, me ayudó a elegir y hasta me aconsejó algunos títulos. Estábamos discutiendo sobre la diferencia entre la novela "negra", de la que él era fanático y la otra, la policial común, que a mí me gusta más. En eso sonó su celular.

-Dímelo mi niña…

La vocecita que escuché era suave, me estremecí y traté de que no se me notara, y me dolió la distancia abismal que me separaba de Nayelis pero hice de tripas corazón y me puse a mirar un libro antiguo: Los viejos puentes de madera, con un fotograma en la portada de Clint Eastwood y Meryl Streep, estuve hojeándolo unos minutos hasta que Andrés me dijo: -Elige y vamos al bar de arriba, Nayelis nos espera ahí ¿quieres?

Asentí con la cabeza, salí de la librería con un CD de conciertos de piano y un ejemplar de una novela de Rex Scout. Nayelis estaba, como yo, con las mismas ropas de oficina.

-Si hubiera sabido que venías para acá te hubiera dado una bolita- dijo.

Tomamos café y hablamos de bueyes perdidos, la charla transcurría con normalidad, hasta que el celular de Andrés volvió a sonar y él, discretamente, se levantó de la mesa y fue a hablar un poco más allá, me pareció que su actitud era propia de un caballero, no quería interrumpir nuestra conversación, pensé.

Ni bien cerró el celular se acercó y se excusó porque tenía que irse.

-¿Quieres llevarte el carro?- preguntó Nayelis.

-No, no te apures, me van a recoger en la otra esquina.

Se despidió de ambas con un beso y nos dejó solas. Nayelis me acercó a casa y se fue, y yo me quedé sola en mi cuarto, rumiando cosas, lamentándome de mi soledad, presa de un ataque de lástima de mí misma.

Esa mañana me maquillé cuidadosamente, me depilé, me quité hasta los vellitos de alrededor de los pezones, me vi al espejo de cuerpo entero y me prometí achicar el espeso vellón de mi sexo en el fin de semana. Los días se fueron volando, el viernes en la tarde, cobrados mis haberes, decidí comprarme lencería y medias, elegí un conjuntito de tanga verde con ribetes dorados y sostén con broche en la confluencia de los senos, para quitármelo más fácilmente si me sale algún evento de cama este fin de semana, pensé y me reí de mí misma. Entonces sonó mi celular y resultó que era una españolita, amiga de la universidad con la que una vez tuvimos un escarceo en un bar de ambiente, fue una cosa muy fugaz, una noche en que las dos estábamos algo pasadas de copas, yo porque Vilma se había ido con Mora y ella porque estaba deprimida y buen… la cosa es que esa noche nos metimos al baño del bar y nos dimos una sesión de dedo, porque a ella le daba "corte" hacerlo ahí, entre tantas chicas que tocaban la puerta y decían cosas como

–Gocen… apúrense que después nos toca a nosotras… vayan a un hotel, putas calentonas… pues que la españolita, que se llama Elsa, quería saber qué tenía yo que hacer el sábado en la noche.

-Nada, pensaba ir a ver Spiderman y después comer una hamburguesa y…

-Pues, hala, que este sábado estoy regaláa, que estuve buscando en el Messenger y… pues… náa de náa… ¿Tú crees que podríamos…?

-Pues anota… es la dirección de mi casa, de mi apartamento… si vienes antes de las nueve de la noche me consigues… después será tarde…

-Niña… que me tendrás ahí antes de las ocho si puedo apañármelas ¿vale?

A partir de ese momento entré en un grado de excitación que jamás había experimentado, visité a tía Luz al día siguiente, almorcé en su casa y recogí varios de mis libros que habían quedado allí, el día se me hizo lento, me sentía en un estado de languidez semejante a los días de mi adolescencia, cuando me enamoré por primera vez, a mis doce años, de una niña llamada Nira. Finalmente, a las seis de la tarde, salí de la casa de tía Luz en un taxi, con dos cajas llenas de cosas viejas, y las arrumbé debajo de mi cama.

Elsa llegó a las ocho, con unas galletas y unas latitas de cerveza. Estaba muy bonita, pero cuando comenzó a hablar me di cuenta de que había estado bebiendo desde temprano y me maldije a mí misma por no haber sospechado que, cuando me llamó el día anterior con tanta soltura, también debía de haber estado muy borracha, tanto como ahora. No me animé a dejarla ir en el estado en que se encontraba, la obligué a tomar café, le hice beber agua tibia con sal y en menos de cinco minutos su estómago se vació y la puse a dormir en mi cama mientras limpié, con un asco tremendo, el bañito del departamento. Elsa despertó al día siguiente, estaba realmente avergonzada, se disculpó y se fue rápidamente.

No he vuelto a saber de ella.

Fueron días grises, aunque en la calle el sol despertaba esperanzas y la primavera tejía su prolongada sinfonía de aromas renovados en los jardines, y había en cada mañana un concierto de picos en los árboles de la acera de mi casa.

Un día vi a Nayelis llegar a pie a la oficina, sola, con unos enormes anteojos ahumados que le cubrían la mitad de la cara, estuvo apenas unos minutos y se fue enseguida. Estuve sobre ascuas todo el día, hasta que apareció mi compañera de sección, Lala, que me preguntó como siempre si yo conocía "el último chisme"… "…la muchacha esa, la del pelo cortito, que dizque el novio se le fue…"

-¿Cómo?- pregunté asombrada.

-¿No te recuerdas, que él andaba con ella dizque para olvidar a su ex que lo había plantado antes de la boda? Pues agárrate, que el fatal ese se puso en buenas con la ex, y volvió con ella y dizque se casa la semana que viene… ¿puedes creerlo?

No podía creerlo, ni mucho menos alegrarme pero una sensación parecida al alivio, a una remota esperanza, me tranquilizó en ese momento…

Al día siguiente Nayelis apareció por la oficina, estaba más calmada, pero en sus ojos se leía la enorme pena que llevaba por dentro, imaginé que se sentiría bien vejada y humillada, pero no me acerqué a ella de inmediato, al día siguiente le dejé un chocolate sobre el teclado de su pc. Al mediodía recibí un llamado a mi extensión.

-¿Quieres almorzar conmigo?

-Claro, sí. Y en pocos minutos estuve montada en el auto de Nayelis, rumbo a un supermercado donde se comía bien y barato.

-Gracias por el chocolate, me hizo sentir bien, te lo juro- dijo.

Hablamos otra vez de las tonterías más tontas, como si nada digno de mención hubiera sucedido en su vida, nos embarcamos en una conversación sobre los dulces de frutas, y Nayelis me dijo entonces que ella era una experta y que estaba dispuesta a darme una clase cuando yo quisiera. Yo respiré hondo en ese momento, porque aun entre el aroma de comida y en medio de la multitud que se agolpaba en las mesitas del comedor, quise, ahora sé que fue una maniobra inconsciente, sentir su aroma.

El sábado en la mañana me despertaron golpes en la puerta. Me pareció que todavía era oscuro, pero al aclararme los ojos vi por la ventana unos gruesos nubarrones que ennegrecían el cielo por completo. Al abrir la puerta, oh sorpresa, una Nayelis ojerosa, con una bolsa de supermercado, en chancletas, bermuda desflecada y descolorida, camiseta de algodón rojo, los anteojos de sol sujetándole el pelo cortito, entró al departamento sin esperar a que la invitara. Me asustó su exceso de confianza ¿estaría borracha como Elsa? Pero no, estaba bien sobria, tal vez mi timidez me hacía medir a las personas con mi misma vara, pensé en ese momento. Preparé café, y esta vez sí hablamos de su ruptura, me contó que ella siempre supo que bastaría una señal de la ex novia de Andrés para que él saliera corriendo detrás de ella, me hizo toda la historia, con lujo de detalles…

-En realidad, yo quería protegerlo, lo veía tan desvalido, tan abandonado, además él es muy tierno, muy gentil también, esa noche… esa tarde cuando nos vimos en la librería ¿recuerdas? Cuando sonó su celular… pues era ella, Anaide, llevaba días buscándolo, ella lo había dejado plantado dos semanas antes de la boda por un chisme, tú sabes que Andrés es muy cariñoso, pues él tenía una amiga que estaba en malas, una chica que se embarazó y que había intentado suicidarse, cuando lo supimos yo le aconsejé que si iba a ir a verla que fuera con su novia, porque ella es muy celosa y desconfiada pero bueno, él fue solo y… la cosa es que la chica se enteró y no sé de dónde sacó que ese bebé era de Andrés, Andrés dijo que sí solo por llevarle la contraria y… ya tú sabes, las cosas se complicaron a más no poder…

-Pero tú estabas enamorada de él.

-Yo… yo… no lo sé… yo siento que… no sé, no sé querer… eso es…- dijo y estalló en lágrimas. La abracé y le acaricié el pelo, sus ojos almendrados brillaban más que nunca tras el velo de lágrimas.

-Cálmate niña, cálmate, tal vez tú solo estabas con él por lástima, entonces es menos grave de lo que pensabas, tal vez sea eso…

Pasamos el día juntas, analizamos el caso desde distintos ángulos y finalmente no pude evitar una sonrisa, todo el mundo veía a Nayelis con pena porque ella sufría y Nayelis en realidad estaba apenada porque no estaba sufriendo como debiera, era una paradoja muy extraña…

Desde ese día Nayelis y yo nos hicimos amigas, durante dos meses solíamos salir juntas en la tarde y nos quedábamos charlando en un barcito cerca de la oficina, íbamos al cine o a comer pizza, llegó un momento en que ella me consultaba para todo, eso me producía una sensación contradictoria, por un lado me hacía sentir bien porque estaba muy enamorada de ella, pero por otro me hacía sentir que era cada vez más imposible que algo pudiera darse alguna vez, a veces Nayelis me agradecía lo buena amiga que yo era con ella, y me abrazaba y… dioses… su perfume me envolvía. Yo trataba de mantener la distancia en algunos aspectos, por ejemplo, evitaba que ella se quedara a dormir en el departamentito, me hubiera sido imposible soportar su presencia en mi cama y no poder hacer nada… hasta que un día sucedió que uno de mis primos, que había venido de Nueva York, fue a verme a la oficina, me llevó chocolates, me abrazó muy cariñosamente y me dejó una rosa muy bella, Roko es un tipo muy agradable, es alto y apuesto, levanta pesas y enloquece a las chicas. Todas se acercaron a saludar y cuando una de ellas le preguntó si era mi novio él respondió que sí, con toda soltura, y yo no me preocupé por aclarar nada, en todo caso lo haría después. Nayelis pasó junto a mi escritorio y me dirigió una mirada durísima, con el entrecejo fruncido, como si estuviera molesta, la llamé pero fingió que no me oía y salió por la puerta trasera hacia el patiecito donde a veces los fumadores salían a fumarse un cigarrillo. No volvió por mi escritorio en el resto del día, las veces que la llamé a su extensión me cerraba con la excusa de que tenía que hacer un llamado urgente, y esa tarde, a la hora de salida, la vi irse rápidamente, como si no quisiera hablar con nadie. Al día siguiente me llamaron de una multinacional y acepté un sueldo mucho más sustancioso, presenté mi renuncia y me la aceptaron de inmediato, decidí que me tomaría un par de días antes de comenzar en mi nuevo trabajo, y me dolió hasta el último rincón del alma de solo pensar que ya no vería a Nayelis. Las chicas de la oficina me despidieron con mucho afecto, alguien dijo que me iba para una multinacional y hasta hicieron una bullita de aprobación. Cuando pregunté por Nayelis me dijeron que estaba en el patiecito de fumar.

Su mirada se endureció al verme llegar.

-¿Vienes a refregarme que te vas a un puesto mejor? ¿Te vas a trabajar a la misma empresa de tu novio? Te felicito, él es muy lindo ¿sabes?

-Nayelis, ¿pero de qué tú hablas, niña? Yo no tengo ningún novio…

-Me vas decir que ese grandote que vino el otro día es tu primo ¿verdad?

-Pues sí, es mi primo, lo de que es mi novio fue una broma de…

-Ah, que bien, te felicito yo- se aclaró la garganta y respiró hondo –estoy feliz por ti, feliz de que te vayas y…- no pudo continuar, otra vez se puso a llorar y no había forma de calmarla.

-Por Dios niña, tú sabes que soy tu amiga, ¿por qué no me dices qué te pasa?

Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

-¿Tú, me recibirías en tu casa esta tarde? Necesito hablar contigo…

-Oh, pero y qué es esto, ¿tienes que pedirme audiencia?

-No seas sarcástica, es importante para mí…

Confieso que me intrigó, pero que jamás me hubiera imaginado el tema del que Nayelis quería hablar conmigo. Estuve toda la tarde dándole vueltas a las posibles causas de su reacción, imaginé que serían celos porque no le comenté nada de que me iba de la empresa, o porque no le presenté a "mi novio" ni le hablé nunca de él, o tal vez porque yo había dicho algo que la molestara y no me di cuenta… me llamó al celular para decirme que estaba en camino, que la esperara, apenas tocó la puerta la hice pasar. Traía un paquetito envuelto en papel de regalo, llevaba un vestido acampanado de breteles finitos, los preciosos hombros descubiertos, cuando comenzó a hablar tragó aire y su voz temblaba…

-Esto… esto es difícil para mí… tú sabes que te quiero pero… no como tú… como tú… ah… crees… sino que…

Me quedé expectante mientras ella volvía a respirar hondo pero no pudo seguir hablando, un acceso de llanto la hizo convulsionarse toda…

-Yo te amo… maldita sea… eso es… te amo- balbuceó mientras se dejaba caer en mis brazos y no paraba de llorar. La abracé con fuerza, con desesperación, con un estremecimiento muy parecido al grito, le mesé los cabellos, la apreté fuerte contra mi pecho mientras con un chistido yo también trataba de calmarme y de calmarla.

-Mi niña tontuela… ¿y era esto?- dije mientras sostenía su barbilla mojada por sus lágrimas que parecían fluir en un torrente.

-¿No vas a decir nada, eh?

-Claro que voy a decirte algo, claro que sí- dije mientras ella se soltaba y daba la vuelta para salir corriendo.

-Nayelis, yo también te amo…

Se detuvo en seco y se quedó parada, de espaldas a mí, con la mano puesta en el picaporte.

-No permitiré que te vayas- dije mientras mi mano se posaba sobre la suya para que soltara la manija de la puerta. Me abrazó con fuerza, sentí sus pezones duritos por debajo de la tela de su vestido, nos miramos a los ojos, los míos oscuros, sorprendidos, los de ella brillosos por el llanto, transparentes, hubo un beso tímido, el primero, hasta que su lengüita comenzó a abrirse paso en mi boca, me dolieron un poco los senos del apretón tan fuerte que Nayelis me dio, hasta que después del tercero o cuarto beso, nunca sabré cuántos hubo antes, ella descorrió la cremallera de su vestido y quedó ante mí, completamente desnuda, su cuerpo tibio y erizado, su sexo depilado como el de una niña preadolescente, vi sus senos redondos, enormes como dos copos de vainilla con un botón bermellón oscuro en las puntas, mientras la fui besando toda, primero el cuello, la barbilla salada, las mejillas húmedas de llanto, bajé mi lengua por la confluencia de esos pechos apetecibles y anhelados, trabajosamente empecé a deshacerme de mi ropa… niña tonta… si tan siquiera lo hubiera sospechado te habría esperado desnuda y perfumada con esencia de sándalo, ahora era su perfume el que me invadía por completo, liberado por la desnudez de su piel cálida y dulce, fuimos andando hasta mi camita y nos dejamos caer, yo todavía estaba con la tanga a medio quitar, ella me ayudó y vi en sus ojos la sorpresa al encontrarse con mi espeso vellón pero su lengua lo buscó, sentí cómo Nayelis me obligaba a acostarme boca arriba, su lengua bajaba por la parte interna de mis muslos mientras sus uñas, delicadamente, desenredaban mi vello hasta que un dedito suyo se abrió camino en mi chocho empapado, después su lengua endiablada ensayó una y mil adorables torturas en los bordes de mi sexo ardido, me abrí de par en par como para pedirle que me penetrara con un dedo, sentí el calor mojado de su boca y su lengua entre mis paredes palpitantes, sus labios jugaron con mi botoncito mientras sus uñas tiernamente amasaban mis pezones erguidos, sentí un cosquilleo en el vientre, en las piernas, abrí la boca para tragar aire y entonces me dejé diluir en un orgasmo imposible, tanto que apenas tuve conciencia de que era la boquita de Nayelis la que me estaba dando ese torrente de placer. La abracé con fuerza y le permití montarse sobre mi boca, ella se abrió dándome la espalda, entonces comencé a libar de su sexo el elixir salobre de su excitación mientras mis manos acariciaban sus glúteos, pasé la yema de mi dedo índice por la entrada de su cuevita prohibida y la sentí agacharse mientras ella gemía suavemente, besé los bordes de su panochita mojada, metí mi lengua y la moví como un estilete cimbreante dentro de sus paredes de carne y aceleré mis estocadas cuando vi que el hoyito de su culete precioso se dilataba hasta empezar a latir, entonces Nayelis se acostó sobre mi cuerpo, se tomó de mis pies y gritó de placer cuando se vino totalmente. Permanecimos abrazadas en el estrecho espacio de la camita mientras mis manos trazaban dibujitos sobre su espalda, bajaban hasta ese culito precioso y regresaban por su costado para detenerse en sus pezones. –Eres una tonta- dijo ella -¿Cómo es que no te diste cuenta de que me gustabas?

-Oh, pero ¿y eso?- dije sorprendida –Tú tenías novio… yo… me enamoré de tu perfume, y tú te bañabas en ese perfume a propósito, para hacerme sufrir…

-No es cierto, pero si te hice sufrir, ya tuviste tu venganza ¿verdad?- dijo ella y caminó hacia el bañito. Esperé que terminara de hacer pipí y cuando abrió la llave de la ducha le quité el jabón y comencé a enjabonarla despacito. El agua fría le erizaba la piel, pero ese cuerito de gallina aumentaba mi temperatura interna. Nayelis me quitó el jabón y me enjabonó, se detuvo a propósito en determinadas partes de mi anatomía, sus dedos juguetones empezaron a hacerme cosquillas, mi chuchi volvió a ponerse hambrienta, sin secarnos, nos tiramos de nuevo en la cama y esta vez hicimos un sesenta y nueve prolongado, ella paraba para decirme cosas y eso me calentaba todavía más, hasta que le pedí por favor que no parara, entonces sentí un dedo ensalivado en la entrada de mi culito mientras la punta de su lengua hacía que mi clítoris se hinchara como una montañita de carne, acabé con un temblor pero seguí chupando su chochete empapado hasta que la escuché gemir, otra vez nos abrazamos pero esta vez nos quedamos dormidas, y cuando despertamos volvimos a amarnos. Desperté de nuevo en la madrugada, hacía un poco de frío, así que me levanté a buscar una sábana. Me despertó un aroma de café caliente. El escándalo de pájaros en los árboles y el sol que se asomaba sobre la ciudad ruidosa inauguraban el día. Nayelis me sonrió mientras, vestida y ya bañada, endulzaba el café. Salí del baño con una bata y bebimos el café en silencio.

-Debo ir a casa a cambiarme para ir a la oficina, pero antes tendré que llamar a doña Lisén para avisarle que voy a llegar más tarde…

Recordé lo estricta que es la jefa de personal con el horario y le pregunté a Nayelis qué excusa le pondría.

-Oh, pues claro que le diré que estuvimos desde la tarde de ayer teniendo sexo y entonces… pues me quedé a dormir contigo pero en la madrugada tuvimos sexo otra vez y… eso es así doña, imagínese cuando una tiene sexo varias veces en la noche con una mujer que le gusta, una se cansa y se duerme…

-Eres una sexópata- dije fingiendo seriedad…

-Pues… fíjate que no… que con las patas nunca tenido sexo, ni con las monas, ni con las gallinas ni…

Reímos hasta toser y cuando Nayelis se fue, sin tanga como había venido, me quedé con una sensación de vacío en todo el cuerpo. Me llamó al celular varias veces en el día y en la noche hablamos largamente, cuando yo comencé a trabajar, tuvimos que espaciar los encuentros, por temor a las habladurías y por los prejuicios y… buen… por todas esas cosas de la que las mujeres que aman a mujeres debemos evitar…

Pero los viernes en la noche eran días de fiesta, yo ganaba algo más en mi nuevo empleo, alcanzaba para que nos metiéramos en una cabaña, o para ir a un bar de ambiente y bailar apretaditas, aunque a veces había una que otra muchacha que intentaba un ligue con alguna de las dos y entonces salíamos de ahí para volver a casa y hacer el amor hasta quedar exhaustas. En esos primeros meses de lujuria nos divertíamos mucho. Una vez fuimos a almorzar a un parque unos emparedados y volvimos cada una a su trabajo, como mi oficina quedaba algo lejos, la dejé en la empresa y me llevé su auto. Esa tarde la esperé en una plaza comercial, cuando subimos al carro, que estaba en un parqueo en la tercera planta, donde no había nadie, nos envolvimos en un magreo que terminó dejándonos las chuchis mojaditas de tanta calentura, Nayelis me quitó la tanga y, a medida que manejaba, me iba metiendo la mano en el sexo. A nuestro lado el caótico tránsito pasaba sin siquiera notarnos. Llegamos a casa y, con la urgencia del deseo, Nayelis me hizo acostar sobre la mesa y me dio una chupadita riquísima, me untó los bordes con miel, se lubricó el pulgar con crema para manos sin perfume y me puso el dedo en el culito mientras me chupaba el chochito calentito, ese pulgar girando en mi culete como un trompo de carne y esa lengua en mi almejita mojada me hicieron gritar de placer y no me contuve en absoluto, me masajeaba las tetas mientras sentía que la lengua de Nayelis me dejaba respirar apenas y me calenté tanto que tuve otro orgasmo y tuve que pedirle por favor que me soltara, cuando recuperé el aliento la metí bajo la ducha, la enjaboné totalmente mientras yo también me refrescaba y después de secarla palmo a palmo la metí en la cama, la coloqué de bruces y le abrí el agujerito trasero del culito respingón y le hice un anilingus, le metí el dedo con suavidad, lo hice girar hasta que ella levantó el culito para rogarme que me ocupara de su panocha, le fui dando lengua despacito, tres o cuatro estocadas y la soltaba, ella acercaba su culito a mi cara para que yo la siguiera chupando, dejé mi lengua estirada y quieta sobre su clítoris hasta que la empecé a mover y al ver que su anito se contraía y se dilataba aceleré el ritmo del estilete hasta que Nayelis acabó con un largo gemido, casi gutural, y después, en la cama, nos juramos amor eterno.

Ya hemos superado la etapa de la lujuria, somos una pareja estable, con unos años de convivencia, pero cada tanto nos damos una escapadita de fin de semana a este rincón apartado, donde hace frío, como ahora, y el vello del chochito de Nayelis, que no durará mucho porque ella se depila casi siempre, me roza los glúteos, siento sus pezones en mi espalda mientras mi cuerpo cansado y saciado se relaja, una mano de Nayelis me aprisiona un seno, la tibieza de su desnudez amada me contagia, los vapores del sueño me envuelven, empiezo a dormirme con la certeza de que la primera de las dos que despierte, despertará a la otra con una tormenta de besos que terminará en una memorable sesión de sexo, espero ser yo la que abra los ojos antes, porque me encanta hacerle el amor cuando está semidormida, antes de que sus instintos de animalillo salvaje se desaten del todo y después soy feliz cuando su lengua se apodera de mi chochito mojadito y caliente al que solo Nayelis sabe darle el mejor tratamiento con su lengüita juguetona, endiablada y sabia