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La asaltante nocturna

en Hetero: General

La asaltante nocturna

 

No lo puedo creer, debo estar soñando, me decía a mí mismo mientras veía cómo Aleida se desnudaba con tanta gracia, sus dedos que desprendían botones y dejaban caer con exasperante lentitud su vestido enterizo para que aparecieran sus senos regordetes, su vientre redondito y ese sexo depilado con apenas una mata de vello que parecía una mariposa oscura que se hubiera pegado allí, a adornar ese chochito adorable…

Entonces eran los primeros días del otoño y mis últimos días en la compañía de seguros, apenas había durado nueve meses en esa oficina deprimente, llena de monstruos antediluvianos, con una jefa de personal gorda, fea y de carácter avinagrado que se extasiaba cada vez que podía hacerle la vida imposible a alguien. Entonces yo estaba enamorado de Aleida, solía pasar junto a su escritorio con cualquier excusa solamente para respirarla, su perfume me llenaba los pulmones y se metía en cada espacio de mi cuerpo. Aleida era entonces un trozo de viento, tenía el pelo negro y largo por debajo de los hombros, era apenas un poco más baja que yo y su cuerpo me ponía a soñar de solo imaginarlo. Todo empezó esa mañana cuando entregué mi renuncia en la mesa de entradas. La recepcionista, una gordita muy famosa por su capacidad para regar chismes, la miró con incredulidad.

-¿Y para dónde se va? Digo, si se puede preguntar

-Para allá- respondí mientras le señalaba la calle.

Me senté frente a mi escritorio y comencé a ordenar papeles y facturas, actualicé todos mis archivos y empecé a juntar mis cosas, las fotos de mi sobrina en el caballito del carrusel, mi colección de imágenes de castillos alemanes, la novela de Saramago que nunca pude terminar de leer, fui guardando todo en mi mochila y, cuando el gordo Salerno me trajo los primeros papeles del día, los dejé a un costado y me puse a ver en Internet los diarios del día. Me dispuse a esperar el chubasco que sobrevendría después de las diez y me sentí feliz, importante, no le había dicho a nadie que iba a renunciar, ni que ya tenía conseguido un nuevo empleo, y en menos de dos horas el reguero de chismes pondría mi nombre en boca de todo el mundo. La jefa de personal llegó poco después de las diez, era evidente que venía de la oficina del gerente y que ya se había enterado de mi renuncia, porque las comunicaciones que se entregan en mesa de entrada van directamente a la gerencia.

-Walter, a mi despacho- ladró sin mirarme, como si yo no existiera.

-Buenos días- respondí con una sonrisita socarrona.

-¿Qué habrás hecho?- preguntó Aleida en voz alta y el solo hecho de que me dirigiera la palabra fue como un largo trago de agua fresca. Me tomé todo el tiempo del mundo antes de ir a la oficina del monstruo, la encontré con la copia de mi renuncia en la mano.

-Explíqueme- ordenó.

-¿Usted no sabe leer?

-Mire, no se haga el ingenioso conmigo, no le va a salir bien, se lo aseguro. ¿Tiene algún problema con alguien? ¿Yo lo he tratado mal alguna vez? ¿O usted considera que exigirle al personal que cumpla con sus obligaciones es maltrato?

Negué con la cabeza.

-Mire, señora, yo ya no pertenezco a la empresa, no tengo nada que decirle porque ya no me interesa lo que suceda aquí.

-Pero usted va a tener que permanecer aquí los días que le corresponden por ley, eso usted lo sabe, me imagino.

Volví a asentir con la cabeza.

-Pero además usted ha hecho algo inaceptable, debió haber hablado conmigo si pensaba renunciar, al entregar esa renuncia en la mesa de entradas ha pasado por encima de mi autoridad ¿se da cuenta?

-Oh, lo siento, le prometo que la próxima vez que renuncie no volverá a ocurrir.

Eso fue suficiente para que la vieja montara en cólera.

-Usted es  un atrevido y un maleducado, retírese- gritó a voz en cuello, aunque en verdad casi no lo tenía, su gordura se lo había tragado.

Volví a mi escritorio y me puse a trabajar con lentitud mientras el Gordo Salerno me semblanteaba. Diez minutos después entró la secretaria del gerente y me hizo firmar un memo por el que se me comunicaba que mi renuncia había sido aceptada y debía retirarme de la empresa antes del mediodía, y que en un plazo de diez días podía pasar a retirar mi cheque de cancelación. Aleida se acercó entonces a mi escritorio y me pidió que la acompañara al comedor.

-¿Pasa algo?

-Sí, presenté mi renuncia esta mañana, y la gorda se enojó porque no se la comuniqué a ella y… bueno, ya tú sabes, le dije que la próxima vez que renuncie se lo voy a decir a ella antes que a nadie.

Aleida se echó a reír y se apoyó en mi hombro. Eso me encantó. Por la ventana del comedor se veía la calle. Aleida tenía una blusa blanca que traslucía su bra negro, vi la confluencia de sus senos y sentí que se despertaba el hombre de Neandertahl que llevo adentro. Tosí.

Volvimos a la oficina y, en medio del asombro de todos, me despedí con un escueto saludo. Aleida me dio un beso en la mejilla, el Gordo Salerno me abrazó, alguien me palmeó el trasero. Salí de allí con una extraña sensación de alivio, de ansiedad, y antes de llegar a la esquina extrañé los ojos negros de Aleida.

En mi nuevo empleo las cosas iban mejor, tenía una computadora más moderna, la oficina era más confortable y el jefe casi no se hacía notar. Una mañana al abrir el chat, encontré la foto de Aleida y comenzamos a chatear, había terminado con su novio y estaba deprimida, me confió cosas, charlamos del amor y de los desengaños, no sé en qué momento se convirtió en una costumbre, que se interrumpía bruscamente los fines de semana, ese intercambio de almas que me hacía sentir importante para Aleida. Una tarde, mientras iba rumbo a mi trabajo, compré en una tienda una caja de chocolates y pasé temprano por mi antiguo trabajo. Le di una propina al guachimán para que pusiera la cajita en el escritorio de Aleida. Casi a mitad de la mañana entré al chat y encontré un mensaje lleno de corazones, florcitas y frases de agradecimiento. Intenté fingir que yo no había sido pero Aleida no me creyó. Te salvas porque no te tengo cerca… ese fue su último mensaje y después se desconectó. Busqué en mi agenda palm su número de celular pero nunca lo tuve. Al mediodía me llamaron de la recepción y me entregaron un sobre: “Tenemos un ofrecimiento para usted. Por favor, llámenos a este número. Estamos seguros que nuestra propuesta le interesará”. Llamé al número en cuestión y me respondió una vocecita de una muchacha: -Tiene que ir esta noche a partir de las siete al café Montegrande, en la avenida Trent esquina Fleming, lleve un currículo, una de nuestras representantes lo entrevistará. Nuestra empresa exige vestimenta adecuada- dijo y agregó algunas cosas que ahora no recuerdo. Llegué al café, vestido de traje y corbata, me peiné con gel y hasta parecía un ejecutivo, en fin, pensé frente al espejo… uno no será George Clooney pero se defiende… no vi a nadie que pareciera entrevistador o entrevistadora o algo así, pedí un refresco y decidí esperar un rato. Tampoco estaban otras personas que hubieran sido citadas, me pareció que me habían gastado una broma, de modo que decidí salir de ahí. El café estaba semiiluminado, las mesas estaban ocupadas por gente madura, la mayoría de saco y corbata, de manera que no sentí que desentonara. La música era suave. Una orquesta comenzó a instalar sus instrumentos y un cantante algo pasado de kilos se paró frente a un micrófono. Alguien me tocó el hombro y me puse de pie bruscamente.

-¿Vienes a la entrevista?

Aleida estaba de pie frente a mí, bellísima, sonriente. Tardé un segundo en darme cuenta de que había sido una broma de ella y me sentí un imbécil, como quien cae ingenuamente en una trampa. Iba a irme sin decirle nada pero Aleida me tomó del brazo y, mientras el cantante impostaba su voz y sonaba como un viejo tenor italiano, comenzó a entonar las estrofas de Torna a Surriento, una canción que me traía recuerdos de mi niñez -Quiero bailar- dijo Aleida, y todavía incrédulo, como si estuviera soñando y temiera despertarme, la tomé en mis brazos y ambos nos sumamos a las tres o cuatro parejas que se movían con acompasada lentitud en la improvisada pista de baile junto a la orquesta. Aleida me hablaba quedamente junto a la oreja…

-Es para demostrarte que yo también puedo darte sorpresas, como la que tú me diste… ¿No estás enojado, verdad?

Su voz en mi oreja sonaba mucho más hermosa que la melodía y me hacía un cosquilleo que me ponía la piel de gallina y me encabritaba la sangre. La siguiente canción fue un bolero, Noche de ronda, y Aleida no me soltó. La miré a los ojos, borracho de su aroma, obnubilado por su suavidad, y Aleida me besó ante las caras sorprendidas de los otros bailarines. 

-¿Estás bien?- preguntó ella.

-Yo… estoy… estoy loco- respondí.

Aleida rió de buena gana.

Cuando nos sentamos pedí dos refrescos, sentía la boca reseca y mi corazón galopaba a toda velocidad.

La improvisada pista de baile se había llenado de parejas. Bailamos otra vez, pegados y apretados, hasta que Aleida se quejó de la cantidad de gente y salimos de allí.

-¿Quieres que te lleve a tu casa?- pregunté.

-Tonto- dijo ella –quiero que me lleves contigo, esta noche no quiero estar sola.

Llamé a un taxi y fuimos a una cabaña cerca del malecón. Las luces del cuarto eran rojas. Aleida comenzó a desnudarme lentamente, me quitó la corbata, descorrió cierres, desprendió botones, cuando me tuvo enteramente sin ropa me dio una palmada en las nalgas y me envió a la ducha, debajo del chorro de agua la vi deshacerse de su vestido, no tenía sostén, esas esferas macizas, redondas y carnosas, como dos manzanas de chocolate se hamacaron levemente mientras ella hacía un movimiento hacia atrás para quitarse la mímima tanguita rosada que parecía pugnar por entrar en su carne deliciosa. La enjaboné, pasé mis manos por todo su cuerpo, puse sus pezones tiesos como piedras y luego comenzamos a secarnos el uno al otro hasta que mi erección era casi un dolor. La puse sobre la cama y dejé que mi lengua dibujara arroyos y meandros sobre su cuello, exploré sus pezones y puse a brillar con mis besos la confluencia de sus senos hasta que Aleida me tomó la cabeza con ambas manos y me guió hacia su sexo, besé su vientre debajo de su ombligo, mordisqueé levemente la mata mínima de vello que coronaba su chochito tentador y mojadito, hasta que mi lengua juguetona y hambrienta exploró los bordes de esa cuevita salobre y preciosa, dejé que entrara y rebuscara entre las paredes de carne tibia, hasta que encontré un botoncito dulzón que crecía a medida que mi estilete de carne se movía y lo acariciaba con deleite, Aleida comenzó a gemir suavemente, abrió las piernas, me soltó, se incorporó un poco, -¡Ya! ¡Oh! ¡Aaaahhh!- gritó casi, y me apartó de su sexo y se acurrucó, dándome la espalda, temblorosa y sonriente.

-Abrázame- pidió después, y cuando la hube abrazado recuperó el aliento, se dio vuelta, tanteó mi sexo fláccido y con su lengua lo puso enhiesto como una espada, se montó encima y comenzó a cabalgarme despacito, a medida que entraba en su chochete empapado empezó a moverse más rápido, esas tetas preciosas hamacándose frente a mi cara eran una tentación para mi lengua, para mis dientes, las tomé con las manos y comencé un juego de cambiaditas que la hizo gemir, traté de controlar mi orgasmo pero me daba la impresión de que su panochita se ponía cada vez más caliente…

-¡Por favor! ¡Vente ya! Gimió ella, y entonces me moví un poco y sentí cómo mi placer se vaciaba en esa carne ardiente y deliciosa. No lo puedo creer, me repetía a mí mismo mientras Aleida acomodaba sus pechos sobre mi pecho, su muslo me apretaba el pene mojado, alcancé a divisar esos glúteos carnosos, rellenitos que habían estado tantas veces en mis fantasias nocturnas y los acaricié.

-¿Estás bien?

-Maravillosamente, ¿y tú?

-Sé que me voy a despertar enseguida, por favor, quiero soñar un ratito más, no quiero despertar todavía.

Aleida se incorporó entonces, con los ojos enternecidos, me miró un Segundo.

-Tonto, esto no es un sueño, y si despiertas, te aseguro que estaré aquí- dijo y me besó, pero me besó largamente, como cuando se ama.

Aleida se durmió y yo me senté a su lado a contemplarla, desnuda, me enloquecía el movimiento acompasado de sus senos mientras la veía respirar, mansa como una niña que soñara con juguetes nuevos. Esa noche nos amamos dos veces más hasta que llamé a un taxi y la llevé a su casa. No tuve noticias de ella durante los días siguientes. Llamé varias veces a mi antiguo trabajo y me decían que estaba en reunion, que llamara más tarde, que no había venido. Llegué a pensar que había sido un sueño, o que Aleida se había reconciliado con su novio y solamente me había usado para echarse un par de polvos y sacarse la calentura, la angustia. Maldije a las mujeres y compré en un quiosco una botella de vodka, con la intención de darme una borrachera antes de dormir. Estaba tratando de abrir la puerta del departamentito cuando vi que estaba abierta, la empujé y encendí la luz pero inmediatamente sentí el caño de una pistola en mi nuca.

-No te muevaz, tío- me ordenó una impostada voz de mujer que seseaba en español. Me asusté tanto que casi me desmayo, me temblaban las piernas. Me pusieron una capucha que tenía una abertura a la altura de la nariz y me esposaron  a la espalda.

-¿Qué quiere? Yo… no tengo dinero, ni joyas ni…

-Shhht

-Pero…

-Shhht, vamoz, majo, camina…

Me hizo acostar en la cama, estaba a punto de orinarme del miedo. Sentí cómo me quitaba las esposas y me las ponía de nuevo para atarlas al respaldo de la cama, después me desprendía el cinturón, me bajaba los pantalones, sentí mi sexo al aire mientras una mano con guantes de seda me colocaba un condón y comenzaba a darme la felatio más espectacular que me hubieran hecho, me retorcía de placer con los pantalones a medio sacar, pedía por favor que me soltara pero esa boquita caliente no me soltó hasta que me vacié totalmente y enseguida desapareció. Moví los brazos con fuerza y el nudo del pañuelo con el que me habían atado a la cama se deshizo, me quité la capucha y sobre la mesita de noche encontré las llaves de las esposas, eran en realidad esposas de plástico, de las que usan los niños, la pistola era una pistola de agua, de juguete. Revisé mis bolsillos, la cajita donde guardo mis ahorros, mi vieja PC, no faltaba nada, solo en ese momento me di cuenta de que no me había quitado el condón. Mientras me lavaba sonó mi celular.

-Mira, majo, ez zolo para advertirte que zi le cuentaz a alguien lo ocurrido tú y yo noz volveremoz a ver. Cuídate…

-¡Aló! ¡Aló! ¡Aló!

Fue inútil, ya había colgado. Me bebí media botella de vodka de un solo trago y me acosté a dormir, me ardía la garganta, pero me dormí enseguida, al amanecer desperté con un dolor que me partía la cabeza, tomé café amargo, dos aspirinas y después me di una ducha, decidí que de todas maneras iría a trabajar. En ese momento volvió a sonar mi celular.

-Sí, ya sé, si le cuento a alguien lo que pasó tú me vas a volver a asaltar hija de puta- grité…

-Mi amor… ¿Qué te pasa?

-Aleida… perdóname… es que… en ese momento pensé en los días que Aleida llevaba desaparecida, en lo sucedido la noche anterior, en… pero mi alivio al recibir noticias suyas era tan grande que tuve ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.

-¿Estás bien?

-Sí, yo… voy a trabajar

-Bien, te paso a buscar para almorzar- dijo y cerró.

Al mediodía, mientras todo el mundo salía a almorzar, me llamaron de recepción para avisarme que me buscaba mi novia. Aleida estaba allí, hermosa, sonriente, me besó delante de todo el mundo, justo salía el gerente y cuando vi la forma en que le miraba los senos supe cuáles serían sus fantasías de esa noche. Solamente comimos un sandwich y fuimos a una cabaña. Aleida me bañó esta vez, me enjabonó totalmente, me acarició, me llamó su osito de peluche, se dejó mimar y besar, gocé de su desnudez recién lavada y perfumada. Ella sacó de su bolso un pote de leche condensada y dejó caer varios chorritos sobre su sexo, se lo limpié a lengüetazos y mientras ella abría las piernas comencé a jugar con el pulgar en la entrada de su ano, ella se tomó los pies con ambas manos para abrirse mejor, la oí gemir mientras ese agujerito se dilataba, se abría, se cerraba, hasta que Aleida gritó de placer, y sin descansar esta vez, me colocó un condón con la boca, me pasó la puntita de la lengua por el glande y me pidió que la penetrara, sentí que mi pene se hundía en ese chochete calentito y entró con tanta facilidad por lo mojadito que estaba, que me moví lentamente, pero Aleida me aprisionó la cintura con las piernas y entonces la presión fue tan placentera que tuve el orgasmo más intenso, mucho más incluso que el que en la noche me diera la boca de la visitante nocturna. Descansamos unos minutos y Aleida vio la hora en mi reloj.

-Es tardísimo, vamos- dijo y saltó de la cama. Se lavó rápidamente y me pidió que llamara un taxi. Apenas sí hablamos durante el camino porque su celular sonó varias veces y ella explicaba cosas de su trabajo, era evidente que estaba retrasada.

-Te llamaré- alcanzó a decirme mientras bajaba a la carrera rumbo a la oficina donde una vez fuimos compañeros de trabajo. En el asiento del taxi quedó desprendido de su celular un muñequito de porcelana, un osito Winipu que guardé en mi bolsillo. Otra vez Aleida desapareció por varios días, yo hice cambiar la cerradura de mi departamento y me volví paranoico en esos días, aunque me habían asaltado con una pistola de agua y unas esposas de juguete. El viernes en la tarde Aleida me esperaba en la recepción para invitarme a cenar en mi casa. Apenas llegamos la desnudé lentamente, desprendí su bra rojo, deslicé por ese culito carnoso su tanguita negra y la abracé desde atrás, ella empezó a juguetear con mi pajarito en reposo y enseguida lo puso tieso como un palo, lo guió hasta la entrada de su ano y se movió despacito, eso me enloqueció.

-Búscate una crema- pidió.

Cuando volví del baño Aleida estaba tendida sobre la cama, boca abajo, y el panorama de ese culito regordete se me antojó el paisaje más hermoso que pudiera exixtir sobre la tierra, me puse duro, como si estuviera teniendo la primera erección de mi vida. Con el pulgar le embadurné la entradita y después me puse el pene blanco de crema. Se lo fui metiendo despacio, mientras ella levantaba las nalgas para ayudar.

-Despacito- pedía ella mientras me sujetaba el pene para graduar la penetración. Después nos tendimos de costado, ahora era, para ambos, un poco más fácil moverse, mientras mis manos le sostenían los senos ella me soltó el pene y se acariciaba la entradita del chocho.

-Entra más- pidió después y me moví más rápido. Ella empezó a empujar hacia atrás y yo sentía mi carne aprisionada con tal fuerza que pensé que estallaría, pero al mismo tiempo me excitaba tanto que me movía más, y sentía el vaivén enloquecedor de sus tetas que chocaban contra mis manos…

-Dale, así, más, métemelo más… porfa… oooohhh…gimió ella y yo quise sacárselo cuando sentía que se me escapaba el orgasmo pero ella empujó hacia atrás y cerró todavía más ese culete precioso para que yo me vaciara. La besé en el cuello, le chupé la panocha mojadita y la escuché gemir, y ese gemido era como una música… Aleida me abrazó, me besó el hueco del hombro y el cuello.

-¿Te gustó?- preguntó mientras me acariciaba el pene reducido a su minima expression.

-Me ha enloquecido- dije mientras aprisionaba un pezón blandito…

-Eres un guarro- rió ella y se levantó para ir a la ducha. La alcancé y comencé a enjabonarla, después ella me quitó el jabón y empezó a enjabonarme el pecho, se puso detrás y me dijo al oído…

-¿Te gusta la  poesía?

-Bueno… sí…

Ahora ella se enjabonaba la espalda y se dejaba estar bajo la ducha. -¿Te gusta Jaime Sabines?

Quise lucirme: ‘Me habló de la heroína, de la mariguana, de la llaguasa, por medio de las drogas llegaba a Dios, se hacía perfecto, desaparecía, pero yo prefiero mis viejos alucinantes: el amor, la soledad, la muerte”.

-A mí me gusta un poema de Jaime Sabines que habla de que me gustaría de que me fueras infiel… conmigo… ¿Tú me engañarías conmigo misma?

-Mi amor, yo jamás te engañaría, ni contigo…

Aleida sonrió entonces y me pidió que cerrara los ojos.

-Tú me fuiste infiel conmigo hace unos días, claro que tú no lo sabías… oye majo, si le cuentas a alguien lo ocurrido, tú y yo nos volveremos a ver, y devuélveme la pistola y las esposas que le pedí prestado al hijo de mi vecina ¿Sí?