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El grupo: reclutando miembros (3)

en Bisexuales

Hice moverse a Darek de su posición frente a Rebeca dándole un empujón bastante brusco. Yo sabía cómo le gustaba ser tratada a Sara en ocasiones especiales como aquella, así que no dudé en pillarla del pelo sin contemplaciones.

-Te gusta esa pollita, ¿verdad, puta? –la provoqué, girando su cabeza en dirección al cuerpo del chaval.

-Sí, mucho... -se dolió ella en una súplica jadeante-. Me encanta...

-Pues a ver qué te parece ésta...

Me la cogí desde los huevos, y la forcé a tragársela hasta quedarse sin aliento. En un momento dado, aparté su cara para escupir sobre mi glande y que de nuevo le entrara todo en la boca. Le ordené que se pusiera el condón entre los dientes, y que me enfundara el capullo sin tocarlo. Después de que lo hiciera con absoluta docilidad, le di un beso en los labios y me giré hacia Darek.

-A veces esta puta necesita mano dura -fue lo único que le dije.

Me di la vuelta sin prisas y empecé a caminar hasta la puerta.

-Eres una zorrita muy cachonda, ¿verdad? -le oí decir al chaval, aún demasiado tímidamente; alcancé el pomo y tiré de él-. Yo te voy a enseñar cómo se doma a una perra en celo como tú -le dijo ahora, haciéndome sonreír.

Ajusté la puerta al salir, pero antes de alejarme, pude escuchar: "¡Que no te rías, puta!", y el inconfundible sonido de un cachete en la cara. A eso se le llamaba tomar la iniciativa, desde luego. Supuse que Sara no podría evitar correrse después de aquella ostia. Y también imaginé que Darek acababa de descubrir el increíble placer de mezclar el sexo con la violencia consentida.

Sin perder más tiempo, llegué hasta la puerta del cuarto de baño y me encontré con Sailor cumpliendo mi orden. Había subido un pie hasta la pica del lavabo, y se estaba lubricando el ojete del culo con una mano, de espaldas a mí.

-¿Cómo va eso, campeón?

-Creo que me voy a correr, colega... -mientras seguía hurgándose.

-¡Apóyate en esa pared! -le dije, agarrándole del tobillo.

Coloqué su pie junto a mi oreja, quedando él completamente abierto de piernas. "¿Estás preparado?", pregunté, pero antes de que le diera tiempo a responder, yo ya me había cogido la polla con chubasquero, y se la había clavado sin contemplaciones... Tuvo que dolerle una barbaridad, pues sentí como si le rasgara las entrañas con mi perforadora. Sailor soltó un grito ahogado, su otro pie quedó suspendido en el aire y su espalda se dio contra la pared cuando seguí haciendo presión. Como si mi nabo fuera un garfio de roca maciza, aquel delgaducho cuerpo quedó ensartado por él como un embutido. El chico empezó a emitir leves sollozos de puro dolor.

-¿Te ha gustado, chaval? -busqué sus labios para mordisquearlos.

-¡Dios...! -exclamó finalmente-. ¡Me has petao, hijo de perra...!

-Hazte a la idea, búlgaro -le advertí-. Se acabó sobar las pichas de tus amiguitos... En adelante, puede que te metan muchos rabos enormes por el culo, y tendrás que aprender a recibirlos sin lloriqueos, ¿estamos?

-Ha sido brutal... -el dolor dio paso a la incredulidad; puede que ni siquiera me hubiera escuchado-. Me has abierto en canal, cabronazo -me cogió la cara como pudo y empezó a morrearme con dificultad-. Ni se te ocurra sacarme la polla del culo, tío...

Me volvió a besar con pasión. "Puto niño vicioso...", le embestí, para su completo éxtasis. Los sollozos se convirtieron en jadeos a medida que me lo iba follando, y no dejé de hacerlo hasta haberme corrido. Cada grito que profirió me fue acercando más y más al orgasmo. Acabé estallando dentro de su culo ardiente, y Sailor no dejó de pedir más caña, como si haberme tenido dentro fuera no querer que dejara de estarlo. Me salí de su trasero con cuidado, pues mi nabo estaba enrojecido, y preveía una noche incómoda a causa de ello.

Lo habitual cuando te dan por culo es que tu sexo vaya decayendo por momentos a medida que tu mente se concentra en la cópula de tu agujero, pero el jodido búlgaro parecía tenerlo de cemento. No mentía cuando había dicho que era difícil hacer que se le bajara, una vez que la tenía al límite. Me quité el condón, para dejar que Sailor me la lamiera como un gatito hambriento. Luego le hice ponerse en pie, frente a mí.

-¿Estás bien? -le acaricié la cara con cariño.

-De puta madre, tío -me dio un beso-. Nunca lo hubiera imaginado...

-Bueno, pues ahora quiero que vayas al salón así, tal cual estás. Olvida que te he dado por culo en este cuarto de baño. Olvida que Darek es tu primo, y que la tía cachonda es mi novia. Quiero que os concentréis en Rebeca, que le hagáis todo lo que se os pase por la cabeza, y que disfrute como nunca. ¿Ok, campeón?

-¿Podremos repetir tú y yo alguna vez? -dando un paso hacia atrás.

-Posiblemente muchas, si todo va bien -le guiñé un ojo-. ¡Venga, ve!

Me dio la espalda, y salió del cuarto de baño y de la habitación. Miré a mi alrededor, observando aquel inicio de campo de batalla. Cuando despertara, toda la habitación estaría patas arriba. Me remojé el capullo bajo el grifo, me quité el slip de Sailor y lo volví a tirar sobre la cama de matrimonio. Cuando caminé por el pasillo hasta la habitación de invitados, oí los gemidos de mi Sara y las voces autoritarias de los chicos procedentes del salón, y supe que, una vez más, había logrado hacerla feliz.

Cerré la puerta, me tumbé desnudo sobre aquel catre individual, y traté de conciliar el sueño y dormir las escasas cuatro horas que me quedaban de sueño.

A las siete de la mañana sonó el despertador, y lo apagué al instante. El apartamento estaba en silencio. Fui hasta el salón, que se encontraba vacío, y puse la cafetera al fuego. Después me encaminé a la habitación de matrimonio. Sara dormía acurrucada, con un brazo sobre el pecho desnudo de Sailor, y sintiendo el abrazo de Darek desde atrás. Aquella tierna, y a la vez excitante visión, hizo que despertara una sonrisa en mi rostro.

Eché una meada y me lavé la cara.

Luego me preparé un tazón de café bien cargado, tras el que volví al baño y me duché. Vi una silueta a través de la mampara, y al descorrerla me encontré con la mirada adormilada del joven Darek. Me encantó comprobar que se había evaporado en él cualquier resquicio de pudor. Rascándose los huevos y las legañas indistintamente, caminó hasta la taza del váter.

-Buenos días -musitó, casi de un modo inaudible.

-¿Qué tal acabó la fiesta, machote? -cerré el grifo para poder escucharle.

-Tu piba es una salvaje, colega... -con los ojos puestos en un cimbrel con evidentes síntomas de trempera matutina, se lo agarró y empezó a mear-. Creí que nos iba a destrozar. Me duele mogollón la polla -levantó la vista para comprobar que se la estaba observando con sencilla curiosidad, y añadió una sonrisa cómplice-. Es inagotable, ¿verdad, tío?

-Verdad, verdad -también le sonreí, volviendo a ajustar la mampara y acabando de enjuagarme el cuerpo.

Cuando salí para secarme, volvía a estar solo en el baño. Me anudé la toalla a la cintura y fui hasta la cocina. Del fondo del armario de las ollas, saqué una caja metálica repleta de billetes. Cogí unos cuantos, lo dejé todo en su sitio y volví a la habitación. Apoyé las rodillas en el colchón y toqué el hombro de Darek.

-Toma -le dije al oído-. Aquí tenéis trescientos euros más.

Se medio incorporó y pilló el dinero con los ojos medio cerrados.

-¿Para qué? -saltaba a la vista que seguía medio dormido-. Ah, ya... Vale.

-Ahora continúa durmiendo, y no os olvidéis de llamarme mañana.

-No te preocupes... -casi sin pensarlo me dio un pico, dejó el dinero sobre la mesita de noche, y volvió a tumbarse junto a la espalda de Sara.

Volví a asomarme cuando ya estaba a punto de salir. Los tres parecían exhaustos, reposando juntos y felices.

..........

El mayor debía tener diecinueve años, si llegaba. El otro, dos o tres menos; tal vez diecisiete. Pese a ello, no se les veía en absoluto pinta de críos, y tampoco quise indagar demasiado en ningún asunto en concreto, no fuera a ser que el hombre se arrepintiera del trato. También es que me dolía bastante la cabeza; como si estuviera sufriendo la peor resaca de mi vida, con sobrados motivos para ello.

Rai tenía una melena oscura que le llegaba bastante más abajo de los hombros, como a media espalda. En aquel momento estaba jugando a fútbol con un buen número de jovencitos como él, todos de piel tostada, miradas limpias y cuerpos aún por desarrollar. Aquello era una especie de explanada donde se divisaban trastos viejos escampados aquí y allá, algunos de ellos haciendo las veces de porterías. Rai parecía ser uno de los más fuertes del grupo, peleaba por el balón como si le fuera la vida en ello, y si se caía volvía a levantarse como si nada hubiera pasado. Llevaba un pantalón de chándal lleno de manchas, de algodón y color azul claro, mal recortado poco más abajo de las rodillas; y unas zapatillas blancas ennegrecidas y sin calcetines. Su pelo húmedo ondeaba con cada carrera, y se lo apartaba de la cara de un modo compulsivo, junto con el sudor de la frente, cada vez que se detenía.

A través de la ventana, medio empañada por la grasa, de aquella vieja barraca, no fui capaz de distinguir el color de sus ojos, pero los supuse marrones, ó color miel.

-Oiga, yo l'aseguro que mis chicos saben lo que hacen. No le van a dar problema alguno -me dijo el hombre, viéndome escrutar el descampado con la mirada; a la mugre del vidrio se unían las telarañas resacosas de mi cerebro.

-No me cabe duda -dije sin pensar- ¿Y por dónde anda Tano?

-¿El Tano? Está en el taller. Ahora le llevo p'allá, si quiere, pero oiga, que si le parece, antes...

-Sí, sí, no se preocupe -le corté-. Primero vamos a buscarle, y después volvemos aquí y aclaramos lo del dinero.

-Vale, lo q'usté me diga. Espere aquí un momentico, que voy a decirle a Rai que no se me vaya a marchá pa ningún lao, que se me vaya preparando...

Salió de la barraca por una puerta que ni siquiera ajustaba del todo, y yo aproveché para colocarme la gorra y las gafas de Sol, aparte de abrocharme los botones de la camisa vaquera. Enseguida vi al hombre acercándose a Rai y diciéndole algo que no pude oír, pero no daba la impresión de estar siendo demasiado amable con el chaval. En ese momento, yo ya estaba convencido que Rai iba a ser uno de los más problemáticos del Grupo. Saltaba a la vista que las normas e imposiciones no iban con él, que era todo un rebelde.

Para cuando el hombre volvió, yo ya le estaba esperando en la puerta de la barraca. La gente que había por allí, en su mayoría mujeres, nos miraban discretamente pero sin dejar de prestar atención. Sin duda, Raimundo se iba a convertir en una persona muy famosa por aquellos lares tras mi visita. Me resultó curioso comprobar que algunas de las mujeres que nos observaban, tenían a sus hijos varones al lado, todos demasiado pequeños para ser escogidos. ¿De qué creerían que trataba todo aquello? Seguro que no se hacían idea, pero la tentación del dinero era demasiado grande para esa gente.

Llegamos al "taller", que no era otra cosa que un cacho de terreno rodeado por una valla construida a base de palés de madera. Dentro de aquel perímetro había otro numeroso grupo de chicos, en su mayoría de edades bastante superiores a las de Rai. Se podría decir que era un desguace. El tipo que se nos acercó tendría poco más de treinta y cinco años, barrigón, camiseta blanca de tirantes y multitud de cadenas al cuello. Un bigote poblado y el pelo bastante largo.

-Ey, Sindo, ¿cómo vamos? -le preguntó Raimundo con cierto respeto en la voz-. Éste es el hombre que te dije, ¿t'acuerdas?

El hombre me miró detenidamente, y decidí que era prudente quitarme las gafas de Sol por educación. Me tendió una mano, presionando la mía con fuerza y hablando con mi anfitrión al mismo tiempo.

-Ándate a buscar a tu chico, Raimundo, que yo me quedo con el señor...

El padre de Rai y Tano enseguida le hizo caso. Movió uno de los palés y se adentró en el taller, dirigiéndose hasta el grupo de chavales más jovencitos, situados casi al otro extremo del perímetro vallado.

-¿Y qué es lo que hacen aquí, exactamente? -le pregunté al tal Sindo, más por romper el hielo que por curiosidad, pues estaba clara la función de aquel lugar lleno de vehículos medio despiezados.

-No creo que le importe mucho, señor -remarcó la última palabra como si quisiera dejar claro que no me veía como tal- ¿Acaso me va a contar usté lo que piensa hacer con los chicos del Raimundo?

-La verdad es que no -respondí enseguida.

-Pues eso mismo pienso yo, que cada cual a lo suyo, ¿no?

En ese momento, Raimundo ya estaba a unos metros de distancia y caminaba hacia Tano. El pipiolo estaba cubierto de grasa negra, tal vez aceite de coche requemado. Sus facciones le daban un aspecto casi de indio. Era notoriamente más moreno de piel que su hermano mayor, y el pelo lo tenía corto pero sucio, también grasiento. Llevaba como única vestimenta un vaquero negro cortado hasta media altura de los muslos, y unas sucias zapatillas medio roídas. Al igual que Rai y que la mayoría de los chicos que se veían por allí, aquel crío tampoco usaba calcetines.

-Un buen chico, el Tano... -murmuró el presumible jefe de aquel desguace, dándose cuenta de que le observa con detenimiento-. Un chavalito muy fuerte pa los años que tiene. Ese es de los que rinden, ¿sabe?

-En eso confío -dejé caer.

-Aunque le pueda parecer que tengo un negocio que da guita, l'aseguro q'aquí no andamos sobraos d'ella -no le había preguntado nada, pero debió pensar que a mí me interesaba aquella información-. Tengo cuatro niñas y un chaval, cinco bocas q'alimentar, a'más d'una mujé y los viejos d’ella, que no sé si se m'entiende...

-Es duro, imagino -traté de sonar empático.

-Que mi chaval es demasiado jovencito, vale, pero que le pone voluntá a tó lo que hace, ¿sabe cómo le digo?

Ahí ya me fue fácil darme cuenta de lo que estaba sucediendo, de lo que aquel tal Sindo me quería proponer.

-¿Su hijo es alguno de estos chicos?

-Pos sí, el q'está ahora cogiendo la goma, ¿le ve usté? Allá por donde anda el Tano.

Del mismo grupo del que Raimundo se traía ahora a su hijo consigo, enseguida vi al muchachito en cuestión. La goma a la que se refería el hombre era en realidad un neumático de coche que el chaval hacía rodar. Se le veía pequeño y delgaducho, con el pelo castaño claro y tan melenudo como su padre. Cargaba una cruz enorme colgada sobre su pecho desnudo, y los pantalones militares dos tallas más grande que llevaba, parecían a punto de caer por su propio peso. Aún así, él jugueteaba con el neumático sin que eso le importase.

-Se llama Chicho, como su agüelo...

-¿Y cuántos años tiene el niño?

-Pos dieciséis que nos v'hacé pal mes que viene.

-Dieciséis años... -murmuré.

-Pero que lo que yo l'estoy diciendo es que mi chaval es mu voluntarioso, ¿sabe usté? Mire, no se me mueva d'aquí, que se lo voy a presentá...

Sindo se adentró en el terreno vallado a través del palé que Raimundo había movido, y le dijo algo a éste cuando se cruzó con él. La cara de mi anfitrión aquella mañana de domingo se tensó durante los escasos segundos que tardaron él y su hijo en llegar hasta mí. Saludé al chico con una caricia en el pelo grasiento. Él sonrió con timidez y me dio los buenos días.

-Oiga, ¿qué ma dicho el Sindo de que se va usté a llevá a su hijo? -Raimundo no tardó en mostrarme su preocupación.

-¿Ah, sí, se va vení el Chicho con nosotros? -soltó Tano con emoción.

-No se preocupe, Raimundo, que eso no cambia el trato que usted y yo tenemos -le tranquilicé.

-¿O sea que se viene, pá? -el chaval miró a su padre con los ojos muy abiertos-. Qué de puta mad... -se cortó a sí mismo-. Uy, perdone.

-No te preocupes, Tano -le dije, y volví a acariciar su pelo, que parecía engominado con grasa de coche-. Ahora no estás en el colegio.

El gesto claramente reprobatorio del padre se diluyó con mis palabras. A lo lejos pude observar a Sindo contándole algo a su hijo. No sabía muy bien qué hacer, pero aquel imprevisto no me pareció demasiado preocupante. Con amabilidad, le dije a Raimundo que se fuera con su chaval hasta la barraca para preparar nuestra partida, mientras yo me quedaba a charlar unos minutos con el jefe del taller.

-Pos allá l'esperamos...

Cuando les vi alejarse, Tano se giró un instante para mirarme y le guiñé un ojo de un modo condescendiente. Después me volví hacia Sindo, y le vi acercarse solo. Chicho corría hacia una barraca, algo más próspera que la de Raimundo, situada en una esquina del terreno delimitado.

-Que la gustao la idea, oiga -me dijo muy campechano; vi que el chaval se metía en la chabola-. ¿Por qué no hablamos de las condiciones? Aunque mi crío sea más pequeño que el Tano, creo que es justo que se les trate d'igual, ¿no?

-Verá, es que yo aún no he dicho...

-Que sí, que sí, que ya va ver q'el Chicho es un chaval mu espabilao.

-Pero si eso yo no lo dudo, lo que pasa es que...

-Mire, véngase conmigo pa la chabola -me cortó de nuevo-, y allí ya le conoce, ¿vale? Después ya hablamos del dinero y de lo q'haga falta, ¿no le parece mejor?

-Está bien, vamos a conocer a Chicho -acepté finalmente, más por quitármelo de encima que por otra cosa.

Me dolía demasiado la cabeza como para ponerme a discutir.

La barraca de aquel hombre tenía cortinas que ocultaban su interior, lo que en aquel ambiente ya podía considerarse un síntoma de prosperidad. Mientras la rodeábamos, empecé a sentir cierta intriga por el entusiasmo con que Sindo parecía entregarse a un extraño como yo. Bueno, en realidad no era él quien se entregaba, si no su hijo de quince años largos. Supuse que sólo con pensar en el dinero, a aquel hombre se le abrían todas las posibilidades y se le bajaban todas las defensas morales que pudiera albergar.

-Mire, que va ser mejor q'entre usté pa charlar tranquilamente con el Chicho, y que yo me vuelva con mis chicos, ¿no? Pa no descuidar el negocio, usté sabe... Y ya cuando l'hayan hablao todo, pos m'avisa y vemos lo q'hacemos.

Yo estaba justo en la puerta de aquella chabola, y Sindo no me dio ocasión alguna a replicar. Le vi alejarse hacia el centro de su taller, donde todos los chicos trabajaban duro, aparentemente ajenos a lo que pasaba más allá de los coches que desmontaban. Me giré hacia la puerta, dispuesto a seguir las indicaciones del hombre, y vi que ésta sí se ajustaba perfectamente, incluso tenía un marco de madera pintada de negro. La abrí y me adentré en la barraca, esperando encontrar a Chicho.

El muchacho estaba, desde luego, pero ni de lejos como yo pensaba encontrarle. Cerré la puerta al instante, quedándome en el interior de aquella infravivienda, y mis ojos apenas se permitieron un leve pestañeo.

-¿Pero qué estás haciendo? -le grité en un susurro.

El chaval se había quitado el pantalón militar, que descansaba en el suelo, y también los calzoncillos blancos que yo había visto asomar por encima de la tela de color caqui medio caída. Su cuerpo estaba recostado en un sofá que debía contener algo más que polvo, y una de sus piernas levantada, con la zapatilla blanca pisando la madera informe de una mesa carcomida por las polillas. La enorme cruz colgada de su pecho se mantenía invariable.

Chicho se estaba cogiendo los huevos con una mano, y con la otra se meneaba una polla de pequeñas dimensiones. No dejó de hacerlo pese a mi pregunta directa, y su mirada dejaba claro que se estaba esforzando por endurecer y mantener erecto su palote de carne para mí.

-Pero Chicho, ¿qué haces? -repetí, incrédulo ante lo que veían mis ojos.

-Es que mi padre... -bajó el pie de la mesa y desaceleró en un instante la velocidad de sus compulsivos movimientos-. Que ma dicho mi padre que me quitara la ropa y que me la pusiera gorda pa usté, que querría verla así.

-¿En serio te ha dicho eso? -yo estaba alucinando.

-Se lo juro, señor, se lo juro por mi jesusito...

Y en un acto de pueril pacatería, la misma mano con la que se cepillaba aquel pequeño nabo fue la que utilizó para coger la enorme cruz que colgaba de su pecho y besarla con sorprendente devoción.

Echando un disimulado vistazo, me percaté de que la puerta que quedaba a mi espalda tenía un cerrojo no demasiado fiable. Lo corrí sin dejar de mirar al crío, que ahora se había estirado para coger su pantalón del suelo y cubrirse la entrepierna con él.

-No necesito que me jures, Chicho. Te creo -le tranquilicé- ¿Pero por qué crees que tu padre ha pensado eso?

-Pos no lo sé, la verdá. Sólo que ma dicho que hiciera eso si quería que usté me llevara con los chicos del Raimundo...

No cabía duda que aquel Sindo era un tío muy listo. Un cabrón despreciable y una basura de padre, pero un empresario muy inteligente. Traté de recordar, en un instante, si cabía la posibilidad de ver desde fuera el interior de la chabola a través de las cortinas. Estaba casi convencido de que no, aunque sólo fuera por la grasa opaca que embrutecía la tela, y que apenas permitía entrar la luz del día.

-Deja que te ayude -le dije al chaval, avanzando lentamente hacia él; sin moverse del sitio, Chicho trataba ahora de enfundarse de nuevo aquellos pequeños y sucios calzoncillitos blancos- ¿Por qué no te subes al sofá y te ayudo a vestirte? -me ofrecí, rodeando la mesa baja de madera.

Él miró hacia arriba cuando me coloqué enfrente suyo, y no dudó en seguir mis indicaciones. Chicho trepó sin descalzarse al sofá (algo que no iba a deslucir el decrépito y andrajoso aspecto de aquel mullido mueble), con la ropa interior por las rodillas y el pantalón cubriendo aún su sexo. Se lo retiré con suavidad, y lo dejé caer junto a sus pies. Aquella curiosa picha seguía teniendo el capullo algo inflamado, y daba muestras de mantenerse aún firme. Le subí a Chicho el calzoncillo hasta cubrir su culo, pero dejándole el pito fuera, a la altura de mi ombligo. Se lo atrapé con suavidad, sin dejar ni un instante de mirarle a los ojos. El chico sonreía, ingenuo.

-Pos va ser verdá que le gusta verlo grande, ¿no? -con inesperada ironía.

-¿Y para qué piensas tú que te puede servir tenerla así de durita?

-¿Pos pa qué va ser? Pa metérsela a las niñas, ¿no...?

-¡Mírale, qué cabroncete! -le sonreí, gratamente sorprendido.

La polla parecía vibrar dentro de mi mano, y el modo en que miraba hacia abajo y hacia mí indistintamente, daba buena cuenta de sus muy estimulantes aptitudes. Aquella situación me sentó como un bálsamo calmante para mi resaca, aunque ésta la había provocado en realidad un exceso de lo que estaba viviendo dentro de aquella chabola: es decir, un exceso de sexo inmoral y agotador. Le pregunté cuántos años tenía, y me dijo que quince.

-Y con quince años, ¿ya se la has metido alguna vez a una chiquita?

-Qué va, que dice mi pá que no tenga prisa, que ya m'hartaré de jodé cuando sea más grande.

-Estoy seguro de eso -dejé que mi mano deslizara por el calzoncillo blanco hasta atrapar sus nalgas con las dos-. Entonces no sabes lo que se siente cuando la metes en el coñito de una chica, ¿no?

-D'eso no sé ná, oiga, pero que'l Rai, que ha follao mucho, dice que está de puta madre.

-¿Así que el Rai os lo cuenta, cuando folla? -me gustó comprobar que no se sentía cohibido al soltar tacos, como le había pasado al pequeño de Raimundo cuando su padre estaba delante.

-A mí no. Se lo cuenta al Tano, y éste me lo suelta tó en el taller.

Había metido mis manos bajo la tela blanca de su slip, y podía sentir la excitante suavidad de sus nalgas imberbes. Curioseé entre ellas, apretando al chavalín contra mí, y provocando que su polla rozara mi estómago. Chicho ayudó, con los ojos de nuevo clavados en los míos, de puntillas y apoyando las manos en mis hombros.

-Que digo yo que debe ser parecío a cuando se la metes a alguien en toa la boca, ¿no? -aquel jovencito no parecía cortarse un pelo.

-¿El qué? -doblando ligeramente las rodillas, levanté la vista y dejé que restregara la punta de su nabo contra mi pecho- ¿Follarte a una chiquita?

-Sí -le salió junto a un suspiro; mis dedos seguían hurgando en su trasero.

-Supongo que debe ser parecido. ¿Te gustaría intentarlo conmigo?

-Güeno, pa probar na más, ¿no? Pa contarle al Tano lo que se siente.

-Supongo que tu amigo tampoco se ha follado aún a ninguna chica, ¿no?

-Ese qué se va a follá... -suspiró-. Si yo creo que al Tano le gusta más un buen rabo que ná...

Esa afirmación logró perturbarme; excitarme aún más de lo que ya estaba.

Seguí descendiendo poco a poco. Chicho se movió un poco hacia atrás cuando yo apoyé las rodillas en el borde de aquel sofá desvencijado, y le ayudé a quitarse los calzoncillos. Ya no me importaba mi jaqueca, ni la posibilidad de que Sindo abriera la puerta y nos pillara. Él me había ofrecido en bandeja a aquel delicioso cachorro, y yo estaba dispuesto a degustarlo con ganas hasta sus últimas consecuencias. Que mi polla, desgastada sin compasión por Sara y los búlgaros la noche anterior, se estuviera poniendo tremendamente dura bajo el pantalón, y que eso me provocara un dolor menos soportable de lo deseado, fueron cosas que pasaron a un segundo plano al tener frente a mí aquel palito de carne morena por la que asomaba un capullo rosadito apuntando a mi cara.

-Está bien, pequeño -le dije, tratando de ignorar por el momento su último comentario sobre el Tano-. Ahora juntaré los labios así -se lo mostré-, y tú me vas a coger de la cabeza y me la vas a ir metiendo despacito, ¿vale? Quiero que cierres los ojos y que disfrutes de cada centímetro de polla que me metas en la boca, ¿de acuerdo? -no iban a ser muchos, la verdad.

-¿Tengo que cerrá los ojos? -preguntó, casi con una sonrisa-. Creo que disfrutaré más si no lo hago...

-Como quieras -yo sí sonreí, sin dejar de mirarle.

Enseguida lo hizo. Colocó ambas manos sobre mi pelo, y sentí que se aferraban a él sin brusquedad. Su cara cambió en un momento, justo cuando empezó a mover las caderas hacia adelante y plantó el extremo de su pequeño rabo entre mis labios. Me soltó la cabeza y se llevó las manos a la nuca.

-¿Qué haces? -mi aliento rozó su pequeño glande.

-Sshh, no diga ná... -aquel rostro dejó de parecer el de un chavalín algo perdido.

Manipulando con soltura el cordón negro que sostenía la enorme cruz sobre su pecho, hizo que ésta fuera deslizándose torso abajo sin desprenderse de su cuello. Aquel jodido crío logró sorprenderme de veras; consiguió entusiasmarme más de lo que nunca hubiera creído. La cruz quedó algo más abajo de su ombliguito medio salido, justo delante de mis nariz.

-Ahora cierre usté los ojos, señó -dijo, con menos ingenuidad de la esperada-, si no quiere vé a mi jesusito mientras le follo toa la boca...

-Pero Chicho, ¿de dónde cojones has salido tú? -murmuré en voz baja.

-Sshh... Que no diga ná, l'he dicho -repitió, y sus manos volvieron a agarrarme del pelo-. Cierre ese coñico, pa que se lo pueda follá a gusto, ¿vale?

Ni dieciséis años tenía aquel mocoso, y me trató como a una perra en celo.

Me la metió sin demasiadas contemplaciones, y se sirvió de sus manos sobre mi cabeza para embestirme con poca sutileza. Se folló mi boca con cierta ansia, mientras la cruz que colgaba de su cuello me iba dando molestos golpecitos en la frente. No dije absolutamente nada; tal era mi sumisión ante aquel niñato descarado. Me dejé hacer, le permití que disfrutara del momento, y lo viví con intensidad, introduciendo una mano bajo mis pantalones. Todos los momentos de absoluta pasividad como aquel, sintiéndome completamente dominado por un adolescente de quince años, me llevaban a correrme casi sin necesidad de tocarme. Chicho ni siquiera debió percatarse de que me estaba cepillando el rabo por debajo de la ropa.

No sé cuántos minutos estuvimos en aquella posición, pero me parecieron un maravilloso y eterno castigo, con su jesusito golpeando mi frente. Yo enseguida inundé mis calzoncillos de semen caliente, con la misma intensidad que si no me hubiera corrido tres veces la noche anterior. Cuando las acometidas del chaval entre mis labios empezaron a hacerse más lentas y profundas, entendí que Chicho estaba llegando al final, pero también deduje que no me iba a llenar la garganta de lefa. Ese era uno de los inconvenientes de follar con adolescentes tardíos, que la mayoría apenas se corrían, si es que lo hacían. Sus pequeños testículos se pegaron a mi barbilla, mientras su pollita perforaba mi paladar y se quedaba allí enganchada. Pude notar las convulsiones de aquel presumible orgasmo en todo el perímetro de mi boca, pero apenas unas gotas se derramaron en su interior.

Abrí entonces los ojos, para poder ver su mueca de increíble felicidad más allá de la cruz de metal. Chicho miraba hacia arriba y seguía empujando, como si pretendiera entrar todo él en mi interior. Jugueteé con mi lengua para amplificar su estado de éxtasis, para complacerle antes de que todo concluyera. En ese momento él era como un amo para mí, y debía hacer lo posible para que su disfrute alcanzara cotas nunca antes vividas.

 

Continuará...

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Súper Héroes (y 3: Poder Recuperado)

El Grupo: Reclutando Miembros (y 5)

Jugando con Nando (4)

Jugando con Nando (2)

Rompiendo Tópicos: Soldados/Militares

El grupo: reclutando miembros (4)

Regalo de Graduación

Jugando con Nando (3)

Jugando con Nando

El grupo: reclutando miembros (2)

El grupo: reclutando miembros (1)

SuperHéroes (2: La Voz)

SuperHéroes (1: Inseguridades y Sexo)