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Domando a Lucy

en Dominación

DOMANDO A LUCY

No puedo levantar la vista de la pantalla. El cuerpo de Lucy brilla empapado de sudor, tiene la piel cubierta de rojeces. Lleva más de una hora lidiando con esos dos hombres; sin embargo, no muestra señales de fatiga. Mi incansable fierecilla succiona sin cesar el falo del individuo peor dotado, mientras el otro, penetra una y otra vez en su intestino, manteniendo el equilibrio aferrado a sus enormes pechos. Los pezones, teñidos de un leve color amoratado por la presión, apuntan desafiantes al techo. La vulva, cedida de tanto uso, boquea ansiosa por ser también ocupada. El hombre deja de culear y, sacando de atrás su daga, la inserta de un solo golpe en la hambrienta vagina. Ella sigue devorando el miembro del otro, que sin ninguna consideración, estira su roja cabellera marcando el compás de la mamada. La puedo oír jadear a través de los altavoces, se nota que está disfrutando, mejor así, porque cuando terminen será mi turno y no pienso ser tan benévolo.

El excitado jinete vuelve a introducirse en la puerta trasera de Lucy. Le sostiene las piernas en el aire; veo como las abre y tira de ellas para atraer su cuerpo en cada embestida. Sus senos, ahora libres, vibran como gelatina. Ella no se percata, pero los hombres se hacen una pequeña señal. El que la sodomiza desaloja su orificio y asciende hasta posar su verga entre las poderosas ubres, el otro toma el relevo y ocupa el culo de mi concubina. Sus manitas aprietan con fuerza ambos pechos, aprisionando el viscoso miembro entre ellos, él le sujeta la cabeza facilitando su tarea de aspirar el glande intermitentemente. Mi mano se mueve cada vez a un ritmo más frenético. Mientras eyaculo me esfuerzo por no apartar la mirada, y distingo cómo la leche se estampa contra su cara, al tiempo que el de atrás arquea su espalda propinando los últimos envites antes de caer derrotado sobre los hombros de su compañero.

Sé que tengo algo de tiempo, así que, con parsimonia, limpio el escritorio manchado de semen. Voy al aseo, lavo mis manos y me dirijo al salón dispuesto a recibirlos. Espero todavía unos minutos hasta que oigo abrirse la puerta del dormitorio; cuando se acercan puedo apreciar la satisfacción en sus rostros. Uno de ellos me tiende una mano repleta de billetes.

-Son los quinientos euros mejor empleados de toda mi vida –afirma convencido.

El otro corrobora sus palabras con una carcajada.

Yo sonrío paladeando el poder que me confiere ser partícipe de sus aventuras. Nada menos que el estirado director de banco y su cuñado. Casados ambos, cómo no (y no entre ellos).

Los acompaño hasta la puerta y sellamos nuestro secreto con un apretón de manos.

Cuando llego a la habitación la encuentro medio dormida; sus ojos se iluminan de inmediato al percibir mi presencia. Intenta levantarse para ir al baño, pero de un empujón vuelvo a tenderla sobre la cama. Hago que se dé la vuelta y saco un pañuelo de la mesilla con el que le ato ambas manos al cabecero de la cama. Ella no se resiste. La increpo mientras encamino mis pasos hasta el armario. Allí, en el altillo, espera la fusta que hace poco he empezado a emplear. La verdad es que cualquier método es insuficiente para domarla, incluso ahora, en lugar de quedar inmóvil, asustada por lo que ha de venir, la siento moverse sobre las sábanas esperando más. Esta Lucy no tiene remedio. Es una auténtica zorra.

-¿Qué tal te encuentras? Parece que te has divertido… Eso no está bien, nada bien, de hecho es algo que me molesta ¿sabes?

-¡Oh, no! Ha sido muy desagradable, yo sólo disfruto contigo, ya lo sabes. Además, eran unos viejos, nada comparable a ti.

-Lucy, Lucy, no trates de disimular que ya nos conocemos. Vas a conseguir que me enfade.

-Es la verdad…

El siseante sonido de la fusta cortando el aire termina con un golpe seco, hiriente, sobre su redondo trasero.

-¡Aaaay!

Su lamento enardece mis más oscuros impulsos. Levanto el brazo y dejo caer otra vez la fusta. Idéntico sonido, idéntico grito de dolor. Ay, mi pequeña, cómo disfruto haciéndote sufrir… Repito la acción cada vez más exaltado. Castigo sus nalgas, los muslos, la espalda baja, hasta que la oigo murmurar.

-Sí, es verdad que gocé estando con ellos.

Trago saliva, lo cierto es que en momentos como ese sería capaz de reventarla a golpes… si no fuera porque es mayor el deseo de penetrar el su interior, en esos orificios cedidos, usados, pero en los que el único que se derrama soy yo.

Libero una de sus manos para que pueda ponerse de lado, me bajo el pantalón y la verga sale disparada, tiesa como un mástil.

-Así que disfrutaste con ellos, ya… Creo que fueron demasiado suaves contigo, no te conocen bien. Yo sí.

La cojo por el cuello y la obligo a metérsela toda en la boca. Hace mención de retirarse pero no lo consiento, se traga sus arcadas y deja que use su boca a mi antojo. Succiona mi verga con una maestría fuera de lo común, su lengua sigue su propio ritmo proporcionando certeras pasadas en las zonas más sensibles. Esa pasión mezclada con la rabia que me provoca que sea tan guarra hace que salga de entre sus labios y le propine humillantes bofetadas aprovechando la dureza de mi miembro. Sus mejillas enrojecen de inmediato.

Vuelvo a introducirme en su boca entregada. Con la mano busco la hambrienta vagina; está completamente mojada. Meto con facilidad cuatro dedos, los muevo con brusquedad. Trato de meter también el pulgar y la mano, pero me cuesta, demasiado grande incluso para ella.

Suelto la mano de Lucy que queda atada y tiro de sus piernas hasta que la coloco en el borde de la cama, frente a mí, que continúo de pie. Queda boca arriba con las piernas replegadas sobre el torso y con el sexo completamente ofrecido.

-Vamos Lucy, quiero ver como te metes el puño.

Ella acerca la blanca mano de dedos regordetes y hace lo que le pido. Tras varias maniobras ésta desaparece.

Me arrodillo sobre la cama y coloco mis muslos alrededor de sus corvas. Después, guío mi ariete hasta su entrada posterior mientras ella no deja de mover la mano que tiene enterrada en su vagina.

La falta de espacio hace que su intestino me cobije con firmeza. En la primera arremetida asciendo sin oposición hasta que mis bolas marcan el "no más allá". De su boca escapa un gemido de satisfacción. Eso me enciende, nunca manifiesta una sensación de desagrado o de dolor. Todo le gusta, con todo puede.

Abro sus muslos todo lo que puedo y me introduzco con fuerza en su culo, tratando de romperla. Continúo embistiendo cada vez con más fuerza. Ella ha sacado su mano y se acaricia los senos, juguetea con los pezones, y me mira de soslayo mientras pasea la punta de la lengua por sus labios. Siento una oleada de placer electrizante. Lo último que hago es salir de su intestino y correrme en su cálida boca.

-Ay, Lucy, Lucy…

-Dime, amor.

-No sé qué voy a hacer contigo…

Ella se desliza hasta colocarse encima de mí y restriega sus abundantes senos por mi pecho.

-Pues lo que quieras, sabes que todo me gusta.

"Sí, ya lo sé" Pienso, pero no digo nada. Sin duda estoy muy lejos de cumplir mi objetivo, mi obsesión por dominarla. Probablemente soy más blando de lo creo, tampoco quiero pasarme… ¿o sí? No sé, de momento la boca de mi leona ya ha conseguido volver a levantar mi hombría. Así que: habrá que complacerla… Pero qué digo…

-Ven aquí, zorrón. ¡Te vas a enterar!