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Mentiras obscenas

en Hetero: General

Era un lugar exquisito, uno de esos restaurantes caros a los que solamente gente como yo o como Sabrina podemos permitirnos el lujo de ir. Estábamos en el segundo plato ya, y Sabrina no dejaba de hablar, como siempre, de su madre y de un montón de cosas que yo hacía rato que era incapaz de escuchar.

– "¿Llevas ropa interior?" – la interrumpí bruscamente, intentando que se percatara que me importaba poco lo que estaba contando.

– "Claro que no, amor, como me dijiste" – contestó con naturalidad y retomando su particular monólogo.

Me permití el lujo de volver a desconectar, absorto en mis pensamientos, y jugar con el tenedor entre las salsas sobrantes del plato... Sabrina era una sucia puta refinada de 26 años, o al menos en eso la había convertido yo; una chica de buena familia como yo, pero que no aportaba nada a mi persona excepto glamour. En realidad, hoy celebramos que hace cinco meses que salimos juntos, o cinco meses que yo solamente salgo con ella porque es, con razón, la más deseada de nuestro grupo de amigos. Tan deseada por todos como en este restaurante o allá a donde va; donde cualquiera de los tipos estirados con corbata, que cenaban con su mujer y no le habían quitado el ojo de encima a Sabrina desde que entramos, me hubiera pagado un montón de pasta por follársela allí mismo. Afortunadamente, a mis 28 años, dinero no era lo que más necesitaba en mi vida.

– "¿Los postres, señor Jorge?" – irrumpió el camarero. Al fin una voz nueva que no cuenta historias absurdas. Asentí con la cabeza y pedí para mí el flan aderezado con piña y ella se pidió el plátano helado con nata.

Por un momento me dediqué a mirar sus grandes ojos claros y sus preciosos rizos rubios que caían entre el prominente escote, que ella se había puesto para mi. El modelito que había elegido para esa noche era el que ya sabía que a mi me gustaba y que yo ayudé a elegir y a pagar. Una preciosa blusa de seda muy escotada, que marcaba sus pezones al no llevar nada debajo, y combinada en rojo con una minifalda de cuero fino extremadamente corta, que dejaba lucir sus piernas.

Llegó el postre. Me encantaban los deliciosos postres del Maritime Bleu, que así es como se llamaba el restaurante, y sobretodo a la perra golosa de mi novia. Si cualquiera de mis amigos hubiera estado con nosotros cuando ella se comía aquel plátano, con sus delicados labios rosa bañados en nata, se hubiera corrido allí mismo viéndola disfrutar. Por un momento casi me provocó una erección incluso a mi, si no fuera porque tuvo que pronunciar el nombre maldito.

– "No le hemos comprado nada a Marcos para su cumpleaños" – sus palabras resonaron en mis oídos sin ganas de atenderlas.

Marcos era uno de nuestros amigos, uno de los más guapos para las chicas, menos para Sabrina, aunque realmente odiaba ese nombre porque últimamente tenía la sospecha de que Sabrina había podido tener algún tipo de escarceo amoroso o sexual con el hijo de puta de Marcos, que también tiene novia. Intentaba que no me importara mucho si era cierto o no, ya que yo también daba rienda suelta al sexo sin Sabrina cuando tenía la oportunidad, pero me fastidiaba pensar que ella podía dejar de adorarme como hasta ahora.

– "Vamos a llegar tarde…" – me recordó Sabrina

Odiaba que tuviera razón, ya casi era la hora a la que habíamos quedado con los demás, pero me importaba poco llegar tarde a la fiesta de Marcos. Pagué la cuenta. Doscientos setenta y tres euros de cena, no estuvo mal de precio, se estaban moderando en aquel lugar desde la primera vez que fui. Cogimos el Audi que nos trajo el joven aparcacoches, obsesionado con hacerle la pelota a Sabrina cada vez que veníamos a cenar, como si pensara que algún día ella le chuparía la polla por eso.

Nos dirigimos hacia la Golden Mask, una discoteca que estaba de moda porque hacían espectáculos eróticos de gente pintada con purpurina dorada y con máscaras. El típico sitio de gama baja que se llena de gente indeseable por esas estupideces, aunque tengo que reconocer que la música no me desagradaba. No sé porqué siempre tenía que elegir ese sitio Lorena, la zorra estúpida y novia de Marcos, cada vez que había que celebrar algo.

Mientras conducía despacio, decidí dejar mi mano derecha sobre el muslo de Sabrina, acariciar su piel suave y adentrarme bajo esa corta minifalda para comprobar que era cierto que no llevaba nada. Sabrina sonrió y su brazo se cruzó sobre el mío; ella también quería acariciar mi muslo. Era cierto, mis dedos saborearon el tacto de su pubis de vello corto e intentaban adentrarse con dificultad. Sabrina levantó un poco su minifalda para facilitarme el juego y casi podía ver su entrepierna. Seguí jugueteando sin dejar de mirar a la carretera, mientras un beso suyo, suave y con lengua, se posaba en mi cuello electrizándome y provocando media erección.

Relajé mi espalda en el asiento mientras reducía la velocidad y ella desabrochaba mi bragueta. Su mano se adentró en mis bóxer y extrajo mi pene con sutileza. Cambié de marcha y ella se agachó. Sentí el contacto de su lengua, sus labios aprisionaron mi miembro, y mientras sus cabellos rubios caían sobre mi regazo, mi pene se ocultaba en la humedad de su boca. Sentí como crecía al ritmo de las caricias de sus labios y solo podía observar sus cabellos moverse. Ya estaba bien erecto mi pene, cuando llegábamos a la ciudad donde se encontraba la discoteca. Sabrina se ayudaba con una mano arriba y abajo. Observé su espalda semidesnuda y su trasero mal posicionado en el asiento. Acaricié su culo y me despisté de la siguiente calle.

Un Peugeot cruzaba por mi derecha y mis reflejos intentaron esquivarlo sin conseguirlo pero sin consecuencias graves. Mi Audi rompió el faro trasero del Peugeot. Quedamos cruzados en la solitaria calle y una chica morena bajó de aquel coche hecha una fiera pronunciando toda clase de soeces. Sabrina se había incorporado y estaba bien. Yo bajé con mi habitual carisma de paciencia intentando calmar a aquella zorra que me estaba poniendo de los nervios. Quizá sería por la excitación que aún me duraba o porque últimamente me atraían las chicas de clase baja, pero aquella chica joven de cabellos oscuros, vestida como una puta de discoteca y con ojos verdes cristalinos, evitaba que me bajara la erección, al imaginármela desnuda sudando sobre mi y pidiéndome más.

Era una chica bastante mal hablada que no paraba de proferir palabras soeces e insultos varios. Le hubiera cortado la lengua o se la hubiera lavado con semen, por puta malhablada, pero conseguí arreglar la situación con dinero. No tenía ganas de jaleos con seguros así que le di unos cuantos billetes de sobra. Tantos como para que arreglar su faro trasero y bastante más del daño producido. Eso hizo que no parara de decirme "pijo de mierda", lo cual tampoco me preocupaba, porque seguro que se follaba a tíos con pasta y tendría la suerte de no volver a verme.

– "Mira Sandra el pijo de mierda la tiene dura!! Seguro que se la estaba chupando su novia y por eso no se enteró el hijo de puta, jajaja" – rió al tiempo que se asomaba Sandra desde el interior del Peugeot, su acompañante, una chica con el pelo a pinchos estilo punk y color violeta. Sabrina se enfadó al oírlo e iba a bajar del coche, pero calme a todas y las perras del Peugeot se largaron primero. Seguimos nuestro camino sin terminar lo empezado.

Por supuesto, llegamos tarde a la Golden Mask. Allí estaban todos. El cabrón de Marcos y su estúpida novia Lorena discutiendo para variar; Jaime y Fanny con besitos y sin soltarse de la mano, porque llevaban menos de un mes de flechas de Cupido y aún estaban en la fase de atontados; Sara, una chica medianamente guapa, casi siempre soltera como ahora y que siempre va de intelectual porque creo nunca la han follado bien; Cecilia, una chica rara a la que le gusta Roberto, pero nunca han salido juntos porque él no quiere; y finalmente Roberto y Pedro, mis mejores amigos solterones, al acecho de cualquier monada de cualquier tamaño, peso y edad que pasaba por su lado.

Después de unos cuantos "llegáis tarde" , "siempre sois los últimos", bla, bla, bla… saludamos a toda la gente, dimos explicaciones y nos metimos en el ambiente. Pude ver como al saludar Sabrina a Marcos, dejó que él rozara su culo con la mano durante un momento. Yo no pensaba intervenir, pero como no, la celosa y envidiosa Lorena que también se percató, se interpuso entre ellos para que no hubiera más contacto. Decidí que sería mejor beber algo, así que le dije a Sabrina que iba a por algo de beber a la barra, y a Roberto que vigilara a Sabrina de Marcos por si yo tardaba, ya que tenía ganas de perderme de allí un rato. Roberto me miró sorprendido, pero sin decir ni una palabra nos entendimos.

Me acerqué a una de las cuatro barras grandes de la discoteca, pero solo había gente esperando a que llegara alguna camarera con pechos grandes y poca ropa, con la que intentar ligar o masturbarse en caso de fracaso. No llegaba ninguna, así que me adentré de nuevo en el mar de gente para llegar a otra barra, y cual fue mi sorpresa cuando vi allí a la chica del pelo pincho violeta atendiendo a un tipo. Me fijé un poco más y en esa misma barra, al otro lado de espaldas pude reconocer a su amiga. Vaya, vaya, así que trabajan aquí… con razón iban vestidas como putas de discoteca.

– "Sandra!!" – grité llamando a la chica violeta que recordaba que se llamaba así y estaba más cerca. Me miró con indiferencia pero se acercó y sin decir nada me miró como esperando que pidiera algo.

– "¿Cómo se llama tu amiga?" – pregunté señalando a su amiga morena con un leve gesto de mis ojos.

– "Que te lo diga ella si quiere" – cruzó los brazos apoyándose sobre la barra en pose dominante de la situación.

– "Pues llámala" – le dije mirándola a los ojos fijamente.

Sacó su lengua en tono burlesco pero fue hasta donde estaba su amiga. Pude ver como hablaban y como la chica de cabello oscuro me miró de reojo un par veces. Parecía negarse pero finalmente se acercó con la misma chulería que su amiga.

– "Dame una razón por la que debería atenderte" – gritó fuerte por la música que estaba muy alta y porque parecía no querer acercarse demasiado a la barra

– "Porque me gustaría follarte" – dije sin levantar la voz provocando que no me oyera y que se acercara sobre la barra.

– "¿Y por qué no?" – pregunté mientras veía sus tetas apoyadas en la barra mostrando un escote no muy grande, pero sí muy sugerente.

– "¿Qué miras pijito?" – obviamente se percató de mis ojos y percibí que no le molestó tanto como hacía ver – "¿Vas a pedir algo o no?" – dijo haciendo ademán de largarse. Sujeté su mano sobre la barra indicándole que no se fuera.

Nos miramos durante unos segundos eternos en los que me perdí en sus ojos verdes, y volví a hacer intención de pedir sacando las invitaciones que nos dieron en la entrada y provocando que se volviera acercar. Hablé de nuevo en tono inaudible y se acercó más a mi cara para escucharme.

– "¿Cómo te llamas?" – le pregunté al oído al tiempo rozaba mis labios apartándome de su mejilla. Me miró y yo sonreí. Ella sonrió levemente y se acercó a mi oído.

– "Noemí" – me dijo rozando sus labios también en mi mejilla como siguiéndome el juego. Me miró con los ojos brillantes esperando.

– "¿Sabías que Noemí en hebreo significa dulzura?" – le expliqué casi besando su oreja.

Se quedó un poco atontada mirándome y acercó su boca rápidamente a la mía. Yo no lo esperaba, pero reaccioné abriendo la boca como para besarla y el besó no se produjo convirtiéndose en un roce de su lengua en mis labios. Inmediatamente se fue guiñándome un ojo y dejándome excitado por la tensión. Su lengua tenía un piercing y yo ya no tenía dudas, Noemí era una guarra y no podía dejarla escapar así. Iba a llamarla de nuevo, cuando unas manos abrazaron mi cintura por detrás.

– "¿Llegan o no llegan esas bebidas?" – sonó la voz de Sabrina en mi oído y me sentí frustrado y enfadado conmigo mismo. Sin saber porqué empezaba obsesionarme con esa chica.

– "No llegan. Vamos a otra barra que aquí hay mucha gente" – pronuncié rabioso.

Deseaba volver a aquella barra o volver después a la discoteca a buscarla, pero nos fuimos muy tarde. Tuve que aguantar a Pedro y Roberto borrachos, a Sabrina también bastante bebida y bailando con Marcos con demasiado roce y a Lorena casi llorándome. Era casi hora de cerrar la discoteca cuando volvimos a casa. Llevé a Sabrina hasta la puerta de su casa pero no bajó del coche. Me abrazó fuerte pero yo no hice mucho caso. Cogió mi mano y la pasó por su escote simulando excitarse, sin que yo hiciera movimiento alguno.

– "¿Qué te ocurre?" – preguntó preocupada dejando de hacerse la zorra

– "Nada, ve a dormir que has bebido demasiado" – le indiqué seriamente

– "Hoy apenas me has tocado" – comentó con los ojos llorosos

– "Has bebido mucho, mañana hablamos" – dije sereno

– "No sé porqué te comportas así ¿Ya no te gusto?" – habló entre sollozos

Permanecí en silencio. Me sentía sexualmente agresivo y era mejor para los dos que no durmiéramos juntos esa noche, y menos estando ella borracha. Salió con un portazo en el coche sin despedirse, esperé a que entrara en su casa y me marché. A pesar de ser casi de día, apenas tenía sueño y conduje un rato por los barrios bajos de la zona norte donde solían rondar camellos y prostitutas. Quizá esto último era lo que realmente buscaba por allí. Y lo encontré. Encontré una puta de cabello oscuro y ojos claros que se parecía a la guarra de Noemí o mi mente me engañaba, pero me detuve.

– "¿Quieres pasar un buen rato, nene?" – dijo la prostituta mostrando sus abultados pechos por la ventanilla de acompañante de mi coche. Su lengua se movía sobre sus labios esperando que yo dijera algo.

– "¿Cómo te llamas?" – pregunté al fin, mirándola fijamente.

– "Como tú quieras guapetón…" – respondió sin dejar de mover su lengua y apretando sus pechos para que parecieran más grandes.

– "No quiero jugar a nombres, quiero el tuyo de verdad" – respondí frío actuando como si me largara de nuevo con el coche.

– "Celeste" – respondió rápidamente.

Estaba claro que no era su nombre, era el color de la ropa que llevaba, si es que esa tela corta se la podía llamar ropa, pero no iba a encontrar otra alma gemela de Noemí con la que saciar mis deseos. Tuve que pagarle poco más del triple de lo que pedía para no tener que follármela en un descampado cercano y convencerla de llevarla a mi piso. Aunque le di parte por adelantado, estuvo desconfiada hasta que llegamos y vio que era un piso de alguien con pasta suficiente para pagarle.

Fuimos hasta el dormitorio y dejé el resto del dinero sobre la mesilla. Le indiqué que podía cogerlo cuando termináramos. Me senté sobre la cama a observarla mientras ella se desabrochaba una especie de corsé color celeste que estilizaba su figura. A pesar de ello no tenía mala cintura y pronto saltaron aquellas tetas enormes. No necesitaba apretarlas para que parecieran más grandes, impresionaban sus nítidas aureolas de pezones erectos. Su ombligo estaba tatuado con alguna especie de símbolo extraño.

Estaba tocándome mi propio miembro para que creciera con la excitación, cuando ella se echó sobre mí, sin quitarse el tanga ni esas medias de rejilla que me volvían loco. Me desabrochó la camisa bajando rápidamente y seguidamente mi cinturón y pantalón fueron presas de sus hábiles manos. Sentí su boca con movimientos rápidos haciendo crecer mi pene hasta tenerlo duro. Sacó un preservativo del pequeño bolso que había tirado sobre la cama y con él en la boca cubrió todo mi pene.

No aguanté más siendo impasible y la volteé sobre la cama. Me levanté dispuesto a penetrarla y ella abrió sus piernas mirándome a los ojos y susurrando solo una palabra: "Métemela". Era una puta, por supuesto, pero sabía como calentarme. Aparté el tanga sin quitárselo y acoplé mi pene en la entrada de su vagina. Me deslicé sin demasiada dificultad hacia el interior de su sexo agarrándola por la cintura. Unos cuantos vaivenes al interior y ella gemía en cada penetración. Era una profesional, actuaba muy bien, pero no gemía ella, gemía Celeste, su personaje.

Salí de su sexo, le quité el tanga y se dio la vuelta en postura de perrita como le indiqué. Volvió a susurrar "Métemela", pero esta vez acomodé mi pene en la entrada de su ano. Ella se movió inquieta e intentó usar su mano para ayudarme a entrar a su vagina, pero yo no quería eso y volví a acomodar mi pene excitado en su ano. Se apartó esta vez girándose hacia mí.

– "Por el culo no, ahora no doy ese servicio" – me explicó dejándome absorto.

– "¿Qué quieres decir con que no das ese servicio?" – le pregunté.

– "Es que estoy tratando con el médico esa zona por problemas que tuve y debo cuidarla un tiempo, por favor, por ahí no" – volvió a insistir casi rogando

– "Creo que te he pagado tanto como para eso y más… aunque lo evitamos y puedes coger menos dinero cuando te vayas" – dije sin creerla

Celeste cerró los ojos suavemente y se dio la vuelta resignada. No sabía si era verdad, pero si estaba tan dispuesta a sacrificarse teniendo opción, alomejor es que simplemente no le gustaba. Sea como fuere, volví a acomodar mi pene en la entrada de su ano y realmente no pude creer lo estrecho que se sentía. Usé un poco de lubricante natural de mi boca para ayudar a deslizar la punta hasta el interior. Celeste ahogó un gemido en la almohada y yo seguí entrando en ella muy poco a poco.

Después de unas cuantas penetraciones lentas, salí de ella y nos recostamos de lado. Me pegué a su espalda y abracé su cintura llevándola hacia mí. Volví a entrar en su ano despacio y cogí un ritmo contra su espalda sudada. Sus gemidos eran escasos pero reales, no gemía Celeste, gemía la niña que llevaba aquella puta dentro, se llamase como se llamase. Continué el vaivén lento para que durara más; mi erección se adentró en ella continuamente durante largo rato. Su culo estaba enrojecido y mi pecho se había fusionado con su espalda.

Cuando yo ya estaba por llegar al punto más alto de mi excitación, me separé provocando un suspiro de alivio en la boca de Celeste. Me arrodillé sobre ella dejando sus grandes pechos bajo mi sexo erecto y tenso. Creí que Celeste ya no estaba por la labor, pero siguió como una auténtica profesional y atrapó mi pene entre sus senos. No tardé en masturbarme para extraer todo mi líquido de placer. Ella giró la cabeza molesta y bañé su pelo, su mejilla y sus pechos con mi semen.

Caí rendido a su lado y ella se levantó sin decir palabra y fue al baño que había enfrente del dormitorio. Seguí desnudo y recostado esperando a que saliera. La luz entre las cortinas indicaba que ya era más de día que de noche, había pasado más de una hora desde que llegamos. Celeste salio del baño sin mirarme y empezó a vestirse.

– "Me ha gustado" – le dije para comprobar si realmente se había vuelto distante desde que habíamos llegado, pero no dijo nada. Antes parecía más dispuesta.

– "¿Puedo encontrarte en el mismo sitio otro día?" – continué preguntando.

Celeste me dirigió una mirada de desinterés y malos deseos. Terminó de ponerse sus trapitos azules, cogió el dinero que había sobre la mesilla y se largó dando un portazo. Sonreí asolas en la cama pensando que me había portado como un hijo de puta y no tardé en dormirme.

Poco después llegó un mensaje al móvil: "cari lo siento podemos vernos y comer juntos hoy? besos". Era Sabrina, toda una perra predecible ya dominada. No le respondí porque no sabía que hacer, pero pronto lo descubriría. No había manera de volverse a dormir, así que me levanté y abrí las cortinas para ver entrar la luz del día. Pude sorprenderme al ver a Noemí desde la ventana, en la calle de abajo. Allí estaba esa guarra de cabello oscuro y ojos verdes, con su coche mal aparcado y hablando con una señora de buen ver algo más mayor que ella. Tenía que apresurarme a bajar, esta vez no podía escaparse. El destino estaba de mi parte.