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Mentiras obscenas (4)

en No Consentido

Ocho menos cuarto de la mañana. Como es habitual en mi me levanto, hago unos pocos ejercicios matutinos hasta las ocho y media, para mantener a tono los músculos, tersos pero no abultados que tanto adoran las mujeres en mi; me doy una ducha fría, algunas cremitas para mantener la piel lisa y brillante; desayuno ligero y a las nueve o más llego a la oficina más activo.

El edificio donde trabajo siempre me ha fascinado, suelo detenerme a contemplarlo todas las mañanas durante un minuto antes de entrar. Normalmente tengo dos secretarias fuera del despacho, pero hoy solo está Silvia, que ha estado trabajando ahí incluso antes que yo. Tiene treinta recién cumplidos, alta, rubia, bastante guapa, con unas piernas que me fascinan y una coleta en el pelo que me vuelve loco. Pero es una chica difícil.

– "Nunca te perdonaré que no vinieras a mi cumpleaños el sábado" – refunfuñaba ella.

– "¿Qué tal buenos días?" – sonrío yo, pero Silvia me saca la lengua de forma burlesca y no me mira.

Entro en el despacho, casi vacío, luminoso y con el olor a vainilla que dejé el último día. A pesar de ser lunes es un día que hay poco que hacer, algún esquema de marketing económico, rellenar unos papeles, contactar con alguna gestora y poco más. Me siento en mi cómodo sillón de cuero mientras veo, a través de la gran ventana, a las pequeñas personas andar por la calle. Silvia está en la puerta.

– "Acaban de llamar, Mónica llegó ayer en avión pero hasta después de comer no vendrá aquí" – explica con su habitual tono de voz de secretaria perfecta.

– "¿Mónica?" – preguntó un poco descolocado.

– "Sí, ya sabes que a la otra la cambiaron por tu culpa" – remarcó estas palabras porque a ella le caía bien – "Mónica es la nueva, y no hagas de las tuyas que tiene solo diecinueve años" – su cara expresa enfado, pero en el fondo yo creo que le gustaría follar conmigo como muchas otras.

– "Tranquila, pero parece joven entonces para haber conseguido este trabajo" – comenté para que Silvia cambiara de tema.

– "Ya sabes… aquí hay mucho enchufe" – recriminó de nuevo. Lo dijo porque mi padre es el dueño de la empresa y yo tengo uno de los cargos más altos. A Silvia le gustaba acuchillarme con palabras y yo siempre me dejaba, era mi táctica.

– "Eres una zorra" – sonreí para enfadarla.

– "Pero te gusta" – se dio la vuelta de un solo giro. Su culo era precioso con aquella falda seria de oficina. Salió de mi despacho y cerró la puerta.

Me aburría del esquema y al sacar un CD del maletín vi que aún tenía el collar de perro guardado, o mejor dicho, de perra. Escribí una nota corta que sellé en un sobre y le llamé a Silvia para que lo metiera en un paquete urgente a la dirección de Ángela.

– "Sin preguntas Silvia, que te veo venir" – me adelanté a su expresión

– "Espero que no le hagas enviar cosas de estas a la nueva" – suspiró

Miré la ventana y sonó el teléfono. Era Sabrina, por fin se decidió a llamar, y quería hablar de algo importante conmigo, así que quedamos para comer. El día estaba tranquilo y no me apetecía pensar en ella precisamente. Saqué de mi bolsillo donde la nota de papel donde Ángela me anotó su número y el de Noelia. Los miré durante un rato, me apetecía divertirme un poco.

Marqué el número de Noelia y después de tres tonos sonó la voz de un hombre mayor, pregunté por Noelia, pero según dijo no conocía a ninguna Noelia. Me lo imaginaba, la zorra de Ángela no quería que me follara a su sobrina, seguro que me había dado un número falso. Aún no era la hora, pero salí a comer pronto para pasar un poco antes a por Sabrina.

– "He comprado pasta, cariño" – dije cuando salió de su casa. La palabra cariño que no era habitual en mi la atravesó, pude verlo en su expresión. Me dio un beso suave en los labios.

– "Había pensado que como a estas horas nunca hay nadie en tu casa y ya hace tiempo que no probamos tu cama…" – sonrió entre pícara y boba.

– "Me parece buena idea" – me dijo.

Entramos en su casa y le abracé la cintura desde atrás. "Que picarón y cariñoso te encuentro hoy" – dijo ella medio sonriente y extrañada a la vez. "Es que me apetecía mucho estar contigo" – la besé en el cuello suavemente. Sin soltarla, dejé caer la bolsa de la compra en la entrada y sin mediar palabra nos dirigimos a su dormitorio. Allí ella se dio la vuelta cayendo de espaldas sobre la cama y yo sobre ella abrazados.

Mi sensualidad la estaba excitando de sobremanera. Nos colocamos mejor sobre la cama y mi pantalón abultado rozaba su entrepierna. Llevé sus manos hacia atrás y besé su cuello y su escote casi abierto. Ella se estaba dejando hacer de maravilla, sonreía y suspiraba con los ojos cerrados sin resistencia, así que me desabroché el cinturón y lo saqué mientras ella abría mi pantalón dejando escapar mi pene erecto.

Volví a llevar sus manos hacia atrás pero esta vez rodeándolas con el cinturón, y besando su cuello hasta su oreja le susurré: "Vamos a jugar…". La miré a los ojos, sonreía placentera mientras ataba sus manos al cabezal de la cama. Sus pechos se pronunciaban por la postura de sus brazos hacia atrás, subí su camiseta hasta liberarlos, los masajeé y mis manos bajaron hasta su pantalón, que voló por la habitación en breves instantes.

Llevaba unas braguitas muy finas semitransparentes, que apreté entre sus labios vaginales estirando hasta que se excitara más y de repente arranqué fácilmente de un tirón seco. Ella abrió los ojos sorprendida pero no dijo nada. Mi miembro erecto ya jugaba en su abertura mojada y no tardé en entrar dentro de ella. Sabrina gimió, con los ojos cerrados de nuevo, a las primeras penetraciones y luego me miró fijamente como le gustaba casi siempre.

– "Tenía tantas ganas de follarte…" – creo que ya estaba preparada.

– "Pues fóllame, amor" – dijo llevada por la pasión.

– "…de follarte por última vez" – proseguí apropósito, mientras me aceleraba en las penetraciones.

– "¿Qué…?" – preguntó extrañada.

– "Por última vez, zorra" – me puse de manifiesto. La embestí fuerte y apreté sus pechos. Puso cara de no entender, hizo ligeros movimientos para soltar sus manos, pero se percató de que no era fácil.

– "¿De que hablas?" – siguió sorprendida.

Ya no gemía, pero sí respiraba forzada. Le di un beso pequeño en los labios sonriendo sin contestar para enfurecerla más y lo conseguí. Empezó a moverse inquieta, quería soltar sus manos pero le iba a costar. A pesar de sus movimientos yo seguía dentro de ella y recorrí su cuerpo con mis manos, desde sus pechos hasta su cintura.

– "No quiero jugar, suéltame" – dijo algo nerviosa. Sentí su vagina más forzada, como que el placer ya no era su preocupación principal.

– "Tarde, cariño… oh, perdona, lo de cariño solo te lo dirá Marcos ¿verdad?" – la miré en tono burlesco.

– "Así que es eso… eres un hijo de puta celoso" – no estaba en la mejor situación para insultarme. Me abracé a ella y seguí penetrándola con fuerza.

– "¿Celoso? Os vi follando en su casa de campo, perra mentirosa" – dije con rabia.

Apreté su cara con mi mano y le di otro beso sin parar de moverme en su interior, pero ella ya no se movía. Una lágrima rodó por su mejilla.

– "Para…" – dijo casi sin voz, pero no me detuve, me estaba excitando la situación.

– "He dicho que pares!" – dijo con furia – "Y suéltame! No quiero hacerlo contigo!" – siguió enfurecida.

Me detuve sin salir de su vagina aún caliente. Nos miramos y ella intentó separarse, pero cogí sus piernas. Con las manos atadas aún, hizo fuerza hacia atrás, pero agarré su culo suave. No podía separarse de mí y pataleó levemente, pero agarré las piernas de nuevo.

– "He dicho que me sueltes" – dijo extrañamente calmada.

– "Antes te encantaba cuando me corría sobre ti y aún no lo he hecho" – sonreí de nuevo – "Terminemos" – le guiñé un ojo y le di un beso en la mejilla, porque evitó que la besara en los labios.

– "Eres un cerdo… si no me sueltas gritaré, estás en un buen lío" – dijo rabiosa.

Seguí penetrándola suavemente, sentía mi poder sobre ella que era incapaz de soltarse de mí. "Esta por Marcos… esta también…" – reí excitado cada vez que la penetraba. "Marcos es más hombre que tú, no me das placer, hijo de puta" – estaba realmente furiosa – "Pero yo sí que estoy excitado, solo un poco más, guapa, después te puedes ir con él" – no tenía opción ya, prefería disfrutar del momento. Creo que mi pene estaba más duro de lo que ella lo había puesto nunca queriendo.

– "Suéltameeee!!! Suéltameee!!!" – esta vez grito demasiado fuerte.

Tuve un pánico transitorio y divisé una almohada pequeña al otro extremo de la cama, que no tardé en recoger y colocar encima de su cara. Con una mano sostuve la pequeña almohada que ahora retenía unos gritos que escapaban débiles. Con la otra mano sujetaba su cintura a la vez que me apretaba contra ella para que no se escapara con pataleos inoportunos. Mantuve la situación un par de minutos hasta poder controlarla. Mis horas de gimnasio se notaban.

Casi tenía mi pene fuera, pero estaba tan duro que no salió. Entré de nuevo más profundo, tenía una sensación de excitación desconocida y, por suerte para la situación, no tarde en sentir que me iba a correr. Los dos estábamos más sudados y cansados de movernos. Lamí el sudor de su ombligo lascivamente y la penetré con rabia. Se movió con fuerza. Mordí uno de sus pezones y un grito más agudo salió de abajo de la almohada.

Su cara sudada y colorada delataba una Sabrina realmente cansada. Su debilidad se manifestaba y ya se movía casi sin esfuerzo. Otra lagrima rodó en su mejilla, esta vez de rabia e impotencia. Aparté la almohada y no gritó. Volvió a girar la cara y mi beso cayó en su mejilla. Acaricié su pelo sudado y saboreé una vez más sus pechos, sus piernas y todo su cuerpo mientras mi excitación seguía en aumento.

Finalmente salí de ella justo para dejar mi semen sobre su limpio y terso abdomen. Mi orgasmo fluyo varias veces sobre ella. No me miró. Me aparté y junto sus piernas acostada lateralmente hacia el lado contrario donde estaba yo. Me vestí y la dejé allí sin desatar, acostada, sucia, sudada y silenciosa.

– "Lo siento" – dije sinceramente al verla, pero en el fondo sentí que lo merecía.

Salí de su casa, la hora de la comida se había alargado más de lo esperado y aún no había comido. Pasé por una hamburguesería y volví a la oficina.