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La condenada descalza 3 (por Falaka1 y Dg2001)

en Fetichismo

SE ABRE EL EXPEDIENTE

Martínez admiró la esplendida belleza de los pies descalzos de Almudena y sonrió. Acercó sus manos y acarició las suaves y vírgenes plantas de los pies de esa hermosa muchacha. Almudena cerró los ojos y tuvo un escalofrío, mezcla de miedo, asco y… ¿Excitación? No, no podía ser. Cuando los abrió vio a Martínez hipnotizado con sus pies.

Martínez sonrió.

-- Puede retirar sus pies y volver a este lado del escritorio.

Almudena, obediente, bajó los pies del escritorio y fue a sentarse donde había estado antes. Martínez ocupó su lugar. Reguló el asiento y cogió el teléfono.

-- Morales, por favor, acompañe a la señorita Calleja y prepare su expediente.

Segundos después, Isabel Morales tocó la puerta. "Adelante" le dijo Martínez y la muchacha entró. La joven, como no, lo hizo descalza, como todas las demás. Isabel, como la gustaba que la llamaran, tendría unos 25 años y llevaba diez andando descalza Martínez la encontró con dieciocho años, mendigando en la calle, descalza, desnutrida, y casi moribunda. La joven ofrecía sus pies a la gente para que se los castigaran a cambio de dinero. Martínez acababa de abrir por entonces el despacho, y ella fue la primera chica que contrató, lo hizo a cambio de que la joven siguiera siempre descalza, y así, empezó la historia de la oficina de Martínez.

Isabel era una chica bonita, de rostro agraciado y cuerpo bien formado. Los pies de la joven, algo que Almudena, como se dio cuenta ella misma a lo largo del día, ya no podía dejar de observar, al igual que los pies de las otras muchachas, eran estilizados, de arcos normales, no muy altos. Dedos largos, talones delicados y, como las otras, uñas bien recortadas y sin esmalte.

Si la joven hubiera mostrado sus plantas a Almudena, esta habría visto unas plantas más sucias que las de Beatriz, más duras y más curtidas, pero sin duda, igual de bellas, o tal vez más.

-- Acompáñeme por favor- Dijo la muchacha a Almudena con una sonrisa.

-- Ya hablaremos luego --- Indicó Martínez en tono profesional -- Ahora vaya con Morales por favor. Más tarde la haré llamar para encargarla sus nuevas tareas.

Almudena, como en un sueño, medio adormecida, sin poder creer lo que pasaba a su alrededor, se puso de pie y sintió bajo sus pies desnudos la superficie cálida y acogedora de la alfombra que acariciaba sus plantas. Todo parecía tan irreal...la oficina, las otras chicas que la observaban, las sensaciones que percibía a través de sus plantas desnudas...

Salió con Isabel del despacho y entró en el siguiente, el que sería el suyo, pasando junto a Beatriz, que apoyaba sus pies descalzos encima del escritorio de su mesa, feliz de mostrárselos de nuevo.

 

 

De nuevo, sus pies la transmitían sensaciones distintas, al pisar el suelo de la tarima. Ahora, el frío suelo la hizo tiritar brevemente a pesar de que afuera estaban a más de treinta grados. Junio estaba a punto de acabar, y se aventuraba un verano infernalmente caluroso.

-- Por aquí, siéntate- le dijo Morales.

Sin entrar en detalles, Almudena empezó a confirmar los datos que la pantalla mostraba. Nombre, edad, dirección actual, medidas corporales.

--Ya casi terminamos -- le dijo Isabel.

La muchacha cogió un objeto de un lado de la mesa y se lo tendió a Almudena. Esta lo cogió y o miró con una mueca de misterio en la cara. Aquello parecía una bascula de las de vidrio con pantalla digital, pero de ella salía un cable USB que estaba conectado al ordenador.

-- Ponlo en el suelo y apoya tus pies aquí y no los muevas por favor.

Lo dijo en tal tono y ella se encontraba tan sorprendida que sólo atinó a hacer como le decía la muchacha. Levantó los pies desnudos y los puso sobre el cristal del pequeño aparato. Isabel la tendió un paño y la pidió que cubriera los pies. Almudena, obediente, hizo lo que la decían y cubrió la parte superior de sus pies con el paño, que era de un color oscuro, y entonces, Isabel, con el mouse presionó un botón en la pantalla.

-- No te muevas

Almudena sintió un leve cosquilleo, y un escalofrío la recorrió de los pies a la cabeza ¿qué le estarían haciendo?

 

Una imagen comenzó a formarse en la pantalla. Las plantas escaneadas de Almudena tomaban forma. Morales estaba acostumbrada a esto, no obstante ella fue la primera empleada de Martínez y ha escaneado los pies a todas las compañeras. A pesar de estar acostumbrada, nada de ello quitaba un ápice de la belleza al poder ver esos pies bien formados. Una vez que el proceso de digitalización terminó, Morales grabó el archivo con el nombre "Calleja - Vírgenes.jpg" y presionó otro botón. La imagen se había almacenado en el expediente digital de la nueva empleada.

Se levantó de donde estaba y fue junto a Almudena, se agachó y retiró el paño y el escáner con cuidado y señalando un pequeño banco acolchado le dijo.

-- Tus pies, ponlos aquí

Almudena obedeció. Un par de reflectores iluminaron sus pies. Ella los observó como si no le pertenecieran, como si los viese por primera vez. Eran bonitos, pensó. ¿Qué les iría a ocurrir? La joven no tenía idea de todo el sufrimiento que, dentro de poco sus pies experimentarían. Isabel sacó entonces una cámara digital profesional del cajón del escritorio y empezó a tomar fotografías a los pies de Almudena. Cuando acabó de fotografiar los pies desde todos los ángulos, arriba, de lado, plantas, delante… Sacó la tarjeta de la cámara, la insertó en el lector de la computadora, descargó las fotos y las archivó en el expediente que acababa de crear.

-- Es todo. – dijo Isabel sonriéndola -- La próxima semana escanearé tus pies nuevamente, y así todas las semanas hasta que lleves seis meses.

Almudena se sorprendió diciendo "Gracias", sonrió y siguió a Morales, quien la guió a su nuevo escritorio, a unos metros del de ella, donde comenzaría su nueva vida. Mientras seguía pensando en lo que la acababa de ocurrir. ¿La próxima semana? Pensó extrañada Almudena. ¿Por qué?

Lo que la muchacha no sabía es que su expediente documentaba su paso por la oficina, y en especial se documentaba la transformación de sus pies, su aspecto y los cambios que paulatinamente se irían dando en ellos. Aquella era sin duda una oficina muy ordenada.

Cada muchacha, incluso las que ya se habían marchado, tenía un expediente similar. La primera vez que se escaneaban sus plantas se grababa la imagen con el apellido de la chica seguido de la palabra "Vírgenes" o el tiempo que han andado antes descalzas, si se ha dado el caso en alguna. Hasta ahora, Solo Isabel y Silvia, una de las chicas más veteranas también, llegaron con sus pies tras haber andado ya descalzas anteriormente. Aquel escaneo suponía para todas la última imagen de sus plantas vírgenes, una nueva empleada, que no estaba aún acostumbrada a vivir descalza.

En todos estos casos, por norma general, las plantas de la muchacha lucían siempre tersas, sonrosadas, con la piel tremendamente suave y dulcemente delicada. Algunas presentaban leves callosidades y durezas localizadas aquí y allá, causadas por los tacones o por el calzado inadecuado. Tras ese primer escáner, semanalmente y durante los seis primeros meses se escaneaban las plantas de las muchachas, primero sucias, tal como llegaban de la calle, y luego, al final del día, después de lavárselas, una nueva vez, para poder así apreciar los cambios en la piel.

Después de los seis meses de escaneo semanal, se escaneaban las plantas mensualmente. Los cambios ya no eran tan notorios.

Era realmente interesante ver uno de esos expedientes. Martínez veía cada sábado todos ellos. Lo hacia en su casa, tranquilamente, mientras tomaba un aperitivo, se fumaba un cigarro o escuchaba música. A veces, haciendo todo eso a la vez. Todos los expedientes eran sin lugar a dudas un perfecto y maravilloso archivo gráfico, una secuencia de imágenes que documentaba la transformación de un par de plantas suaves y delicadas, indefensas, en una verdadera superficie de cuero viviente, grueso, amarillento y algo áspero, capaz, como bien dijera Martínez, de permitir a su dueña caminar descalza sobre cristales rotos sin mayor preocupación, a lo más algo de dolor y una que otra cortadura menor de vez en cuando. Nada de eso se lo imaginó Almudena cuando retiró los pies desnudos del escáner.

Menos aún imaginaba que, además de estas inspecciones y registros de rutina, habían otros, que se realizaban en ocasiones y condiciones "especiales" y que las muchachas esperaban, deseaban, que fuesen a intervalos más espaciados de lo que usualmente se daban. Para estos registros especiales también se tomaban fotos y escaneados de las plantas de los pies de las chicas. La particularidad de estos registros consistía en que se realizaban después de los castigos a las que se hacían merecedoras.

Cada expediente contaba con su cuota particular de imágenes cruelmente aterradoras de plantas lastimadas de múltiples y diferentes formas: con cardenales, pinchazos, ampollas por quemaduras, y no todas provocadas por algún cigarrillo, cortes causados por cristales, enrojecimiento general, por norma después de que fueran "tostadas" con una secadora de cabello o una plancha metálica eléctrica luego de ser aceitadas... En resumen, un sinfín de torturas inimaginablemente dolorosas.

En muchas ocasiones estos castigos también se documentaban en video, y todo era archivado meticulosamente, ordenadamente, con sus códigos, en cada carpeta correspondiente a cada chica.

Las muchachas, por supuesto, disponían de acceso limitado a sus respectivos archivos: podían ver las imágenes de cómo sus plantas se iban curtiendo poco a poco, la historia que mostraba cómo habían sido antes. Pero muchas rehusaban hacerlo, pues por lo general, cuando las chicas veían estas fotos, siempre entristecían al recordar cómo habían sido las plantas de sus pies antes; suaves, sonrosadas, tiernas, delicadas... A algunas hasta se les escapaba una lágrima cuando se les ocurría revisar estos archivos. Otras, en cambio, hacían de tripas corazón y parecían gustar de tener las plantas endurecidas, de hecho era lo mejor para una vida como aquélla que les había tocado vivir, descalzas, siempre descalzas, donde fuera, en público, en el cine, de compras en el supermercado, en restaurantes, con sus novios quienes tuviera, con sus familias, amigos… Fuera donde fuera y con quien fuera, todas ellas deberían de permanecer siempre con los pies desnudos, soportando las miradas curiosas, otras, muchas, de reprobación, algunas, muy pocas, de lástima, otras incrédulas, sobretodo y especialmente en invierno, cuando las chicas caminaban por la calle con ropa de abrigo y los pies desnudos, incluso sobre el hielo o la nieve. Las plantas de sus pies se habían adaptado de manera natural a las inclemencias del clima, al frío invierno y al verano ardiente que ponía el pavimento como una plancha en la que, efectivamente, podrían freirse huevos sin problemas, cuando lo que se freían en realidad eran las plantas de los pies de las muchachas de esta oficina especial, que sufrían en silencio su vida descalza.

Sin embargo, ningún pie de mujer, por más acostumbrado que estuviese, era capaz de soportar incólume los castigos, verdaderas torturas, a los que Martínez las sometía de manera disciplinaria o a veces, demasiadas, pensaban siempre ellas tristemente, sólo por diversión. Cualquier error en la oficina era castigado. No con odio, Martínez no odiaba a sus empleadas ni menos las avergonzaba o humillaba, pero sí las castigaba siempre con mucha severidad y profesionalismo.

Los castigos eran variados, cada cual más terrible que el otro, y siempre aplicados exclusivamente a las plantas de los pies. Azotes con látigos de una y varias puntas, quemaduras con cigarrillos y puros, y también con la secadora de cabello, o con el reposapiés, un cruel instrumento ideado por Martínez y que fabrican solo para él y sus amigos. Estos castigos que consistían en aplicar calor a las plantas de los pies de las chicas, se infringían después de haber aceitado las plantas de las chicas. Otro similar consistía en poner a la muchacha de pie sobre una superficie de metal caliente que lentamente le freía las plantas de los pies, luego estaban los punzantes, tales como enterrarle chinchetas y grapas en las plantas, hacerlas bailar descalzas sobre cristales rotos y por supuesto, tanbien sobre brasas ardientes... El repertorio de Martínez y sus amigos era largo e ingeniosamente terrible y doloroso. Y lo peor de todo es que las torturas no siempre eran castigos, muchas veces los pies de las muchachas eran la atracción de algún evento social entre Martínez y sus amigos en donde se las torturaba para el placer y la distracción del público asistente. En muchas reuniones los pies de las chicas eran el "cenicero oficial" de los asistentes, quienes cada vez que deseaban apagar sus habanos o cigarrillos tenían junto a ellos a una disciplinada joven tumbada boca abajo con las piernas dobladas en ángulo recto y las plantas de sus pies, limpias por completo, disponibles para recibir la ceniza y la punta abrasadora de cada cigarro o puro, a la entera disposición del fumador o fumadora, ya que también había mujeres en las reuniones que disfrutaban torturándoles los pies, y así, quemar lentamente sus plantas mientras apagan el cigarro en ellas.

En otras ocasiones se las hacía bailar sobre cristales rotos.

Se montaba un estrado especial, a un metro del suelo, cubierto por completo de pedazos de botellas y copas destrozadas, y cuando empezaba el jolgorio, el baile general, este era animado por una de las muchachas de Martínez, o de algún otro fiscal como él, que danzaba como poseída sobre los cristales rotos, con los pies desnudos. Las plantas curtidas de la muchacha de turno eran lo suficientemente fuertes para no sufrir ningún daño permanente, pero de todos modos el dolor era intenso, único, purificador. La muchacha bailaba como enloquecida, como en trance sobre los vidrios que laceraban sus plantas que, aunque duras, más de un cristal se les enterraba y algunas gotas de sangre siempre perlaban sus plantas torturadas al terminar el baile del dolor. Diez, quince, veinte minutos, incluso media hora, transcurrían hasta que la muchacha finalmente recibía la indicación de bajar. Entonces se paraba sobre los cristales, hacía una reverencia, sonreía a la multitud que indefectiblemente la aplaudía a rabiar y con lágrimas en los ojos, la muchacha descendía de la tarima para echarse boca abajo en el sofá más cercano con los pies colgando, apoyados del brazo del mismo, y las plantas expuestas, mirando hacia el cielo, para deleite de los asistentes que quisieran admirar el estado lastimoso en que habían quedado. Algunas personas, en especial las mujeres, que disfrutaban torturando unos pies que no eran en esa ocasión los tuyos, pues ellas también estaban siempre descalzas, se deleitaban observando las plantas de las bailarinas. Las de más alcurnia incluso disfrutaban enterrando un poco más las astillas que permanecían clavadas en esa piel de cuero, haciendo a las muchachas gemir de dolor, pues sabían que si chillaban, serian duramente castigadas.

Al rato, cuando la diversión ya se había disipado, las muchachas se retiraban a cuidar de sus pies, a retirarse una a una las astillas clavadas en sus plantas desnudas, a lavarse y desinfectarse las heridas, para luego y al finalizar la fiesta retirarse a sus casas, caminando descalzas, cojeando, casi arrastrando los pies por la acera, agradeciendo cuando la misma estaba fría, que eso les calmara sus doloridos pies.

En otras ocasiones no era sólo atracción, sino competencia. Los distintos fiscales y colegas de Martínez, organizaban verdaderas competencias en sus chalets, que era donde se hacían también las fiestas y reuniones, cuyo fin, además de deleitar a los asistentes a la fiesta, era descubrir cuál de sus pupilas tenía las plantas de los pies más resistentes o cual era capaz de soportar más dolor, más sufrimiento.

Se organizaban competencias, en las que corrían fuertes apuestas también, para ver qué muchacha era capaz de soportar más azotes en sus plantas antes de desmayarse, o cuál podía resistir más tiempo sobre el metal caliente antes de saltar de él, qué muchacha podía tener más chinchetas enterradas en sus plantas -se escogía a las chicas de pies especialmente largos para este fin- y eventos "deportivos" tan terribles como estos. Las chicas ponían lo mejor de sí y realmente buscaban ganar, ya que sabían que a la perdedora le esperaban terribles tormentos por parte de su jefe, pues este no quería jamás perder una apuesta, y menos aun dinero.

Almudena no sospechaba nada de esto, absolutamente nada. La joven, ni en sus peores pesadillas habría imaginado estas cosas terribles que estaba a punto de empezar a vivir. Y así, sin sospechar nada, sintiendo el suelo de la oficina bajo sus pies descalzos, atendió el teléfono cuando le sonó y escuchó a Martínez pedirla que fuera a su despacho de nuevo. Sin dudarlo, la joven se levantó, dejó su bolso en su mesa, bien cerrado para que no se adivinase sus mocasines, y salió de su despacho compartido para ir al de su nuevo y especial jefe.

 

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