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La chica descalza 1

en Fetichismo

LA CARRERA

SABADO 11 DE JUNIO DE 2011

16:25

La joven terminó la carrera y nada más cruzar la meta se derrumbó ante los gritos de la gente mientras estos rompían en aplausos ante la proeza que la chica había logrado.

            Apenas unos segundos después de ella, entró otra chica que miraba asombrada y asustada a la chica, sin poder evitar sentir lástima y rompiendo ella misma en aplausos ante el logro de la chica que gemía y lloraba de dolor en el suelo, a pesar de que era feliz pues sonreía

            Había ganado, había corrido los 42 kilómetros en algo más de cuatro horas, y lo había logrado a pesar de lo mucho que había sufrido durante todo el recorrido, muchísimo más que cualquier otra corredora, y la respuesta de porque había sufrido tanto estaban en sus pies.

            Al caerse en el suelo, sollozando de dolor pero sonriendo feliz, dejó ver a todo el mundo sus pies, los cuales estaban descalzos por completo, ya que desde el primer instante de carrera, desde que empezó a correr, Sonia había estado descalza.

 LUNES 6 DE JUNIO de 2011

-- ¿Qué quieres por tu cumpleaños? – pregunto Sonia sonriente a su novio mirándole a la cara pensando en el próximo sábado, cuando el chico cumplía los dieciocho.

            -- Que andes siempre descalza por todas partes. – dijo él sonriéndola.

            Ella le miró sonriente, divertida, mientras sentía sus manos masajear sus pies.

            Habían llegado del instituto y estaban en casa de los padres de ella, solos. Como siempre, ella se había descalzado las deportivas y el masajeaba sus pies sin quitarla los calcetines de deporte mientras veían un programa de entrevistas en la tele.

            -- ¿También por la calle? – dijo ella divertida

            -- Si. Y en verano, aunque hierva el asfalto, o en invierno aunque nieve, llueva o hiele.

            Sonia sonrió. Deslizó su pie libre de las manos de Pedro y apretó la entrepierna de este, sintiendo como estaba dura.

            -- ¿Sabes lo sucias que están las calles de Madrid? ¿Y el metro?

            -- Si.

            -- Se me pondrán los calcetines y las medias perdidos. – dijo ella sonriendo, siguiéndole la corriente pero con un  asomo de curiosidad.

            -- No, porque tendrás los pies DES-CAL-ZOS. Y al decir eso quiero decir más bien desnudos, sin nada que los cubra.

            -- ¡¡Nada!! ¿Nunca? – dijo divertida mientras Pedro la quitaba los calcetines para masajear ahora sus pies desnudos.

            -- Nada, nunca.

            -- Se me pondrán podridos de suciedad.

            -- Yo te los lavaré cada noche, y te curaré las heridas que se te hagan.

            -- Mis padres no me dejaran.

            -- Pues vente a vivir conmigo.

            -- Aun no tengo los dieciocho, y no tenemos dinero,

            Era verdad. Los cumplía una semana después que él

            -- Alquilemos un piso, los dos. Me pondré a trabajar, y tu también puedes.

            -- ¿Trabajar descalza? – se le ocurrió decirle de pronto. -- ¿Dónde me dejarían?

            -- Ya lo buscaríamos. – dijo el sonriendo.

            --  Estas  loco.

            -- Puede, peor es que tus pies me enloquecen.

            >> Me has preguntado que quiero por mi cumpleaños, y te he contestado.

            Ella guardó silencio unos instantes.

            -- Me descalzaré con una condición. – dijo sonriente. Pedro abrió muchos los ojos, deseoso de que Sonia se descalzara para él siempre, en todo lugar, andar descalza por las aceras ardientes en verano, mojadas, nevadas y frías en invierno,  el césped de los parques, el barro cuando llueve…

            -- La que sea. – dijo sin dudarlo.

            -- Cásate conmigo.

            Se quedó parado, mirándola muy serio, quieto, sopesando las respuestas, sonriente.

            -- Si quieres que nos vayamos a vivir juntos para que este siempre descalza, tendrás que casarte conmigo.

            -- ¿Hablas en serio?

            Sonia asintió.

            -- Pero puede pasar más de un año hasta que nos casemos y te descalces…

            -- No. Si me prometes que te casaras conmigo, si me prometes que harás eso por mí. Yo me descalzaré para ti el sábado.

            -- Necesitaremos dinero para casarnos.

            Ella sonrió. Levantándose fue hasta la mesa del salón y trajo el periódico, buscó la sección de deportes y se la tendió abierta.

            -- Lee. – dijo ella sonriente.

            -- Maratón amateur bienvenido el verano de Madrid.

            -- El primer premio son 15.000 euros. Con ese dinero podríamos alquilar un piso durante un año por lo menos, y buscar trabajo mientras preparamos la boda.

            -- Pero… Pero… Aquí pone que es femenino.

            -- Yo lo correré – dijo sonriendo -- y lo haré descalza.

            El abrió los ojos. ¿Sería capaz de hacerlo? Correr cuarenta kilómetros sobre asfalto hirviente y descalza. No sabía si podría soportarlo, iba a acabar con los pies destrozados, se le ampollarían terriblemente y se haría tantas heridas que tal vez no volviera a andar bien.

            -- Pero eres menor… -- dijo el tratando de buscar excusas para que no hiciera semejante locura, por mucho que la excitara la idea de verla hacerlo, ver fotos suyas en la prensa al día siguiente, de ver sus pies sucios al finalizar… Sucios y destrozados, se dijo asustado.

            -- La edad mínima son dieciséis. – dijo ella sonriente.

            -- ¿Vas a correr 42 kilómetros descalza por el asfalto de Madrid? – dijo el sorprendido, asustado y excitado.

            -- Si, y gane o no, seguiré descalza siempre para ti si aceptas casarte conmigo. Además, ninguna corredora podrá ser atleta federada. Todas serán amateurs.

            -- Habrá muchas entrenadas. Te va a costar.

            -- Al ir descalza los pies me pesaran menos y podré ir más rápido – dijo sonriendo y como medio en broma, aunque seguramente pensaba eso de verdad.

            Pedro no dijo nada, se llevó los dos pies de Sonia juntos a la boca y los besó sin parar, llenando las suaves, blancas y delicadas plantas de la chica de besos mientras ella cerraba los ojos y sentía los labios y la lengua de Pedro llenar de caricias húmedas sus plantas.

            -- Me casaré contigo, pero no hace falta que corras, no al menos descalza.

            -- Lo he decidido y si gano, ese dinero lo usaremos para organizar la mejor boda que se haya visto.

            -- Una boda en la que la novia será la novia mas hermosa y radiante.

            -- Y que además irá descalza.— dijo ella presionando la entrepierna de él con un pie libre de los besos y caricias que con la boca le hacía Pedro, sintiendo como se endurecía mientras ella frotaba su planta en ella.

            -- ¿Te gusta? – dijo ella picarona.

            -- Mucho – dijo él sintiendo como su polla se ponía más dura cada vez.

            Dejando todo, Pedro se desabrochó los pantalones y sacó su polla. Sonia sonrió, la acaricio con la planta de su pie haciendo gemir a Pedro y a continuación la encerró entre ambos pies comenzando a frotarla con los dos despacio y con cuidado hasta que un torrente de semen lleno sus pies de estos tiñéndolos de blanco.

            -- Ahora, tenemos tiempo para que me folles si quieres – dijo Sonia mientras se empezaba a desnudar tras limpiar el semen con sus calcetines.

            Y segundos después estaban uno sobre el otro en la cama de la chica en su habitación.

Los días pasaron lentos, y siempre acababan igual. Los dos en el sofá de la casa de los padres de Sonia y ella recibiendo un masaje en sus pies.

            Dos días había vuelto a pajear con sus pies a Pedro, y después habían acabado de nuevo follando en la cama de ella. Los condones que usaban los tiraba ella a una bolsa que ataba y echaba a la basura. No es que sus padres pensaran que seguía siendo virgen o que no se acostara con Pedro, pero prefería no dejarlo tan claro.

            Durante la semana había llevado sandalias de dedo, para que sus pies empezaran a coger color y estuvieran al aire. Además, aprovechaba a descalzarse donde estuviera y apoyar sus pies en el suelo, ya fuera en el aula, en el metro, en el autobús, en el parque, en un bar… Sonia aprovechaba y se descalzaba las sandalias apoyando sus pies en el suelo de donde estuviera. Además había empezado a andar siempre descalza del todo por casa. Sus padres no la decían nada, porque lo había hecho ya en varias ocasiones, sobretodo llegando el buen tiempo, como ahora. El otro día incluso anduvo descalza por el paseo de carruajes del parque del Retiro, sintiendo el asfalto del mismo, que sería similar al que sentiría cuando corriese la maratón. Lo hizo con las sandalias en una mano y Pedro cogido de la otra, mirando embelesado esos pies que se deslizaban blancos y hermosos sobre el gris y áspero pavimento, ennegreciendo las plantas que el luego masajearía sin importarle esa suciedad, admirando como la negrura de esos pies contrastaba con la blancura de sus arcos suaves y delicados, al igual que la áspera suciedad, bajo la cual estaba la suave piel tersa y blanca, contrastaba con la deliciosa y suave piel de esos mismos arcos.

            Además habían buscado trabajo los dos. Ella lo había encontrado en un Burguer King, y empezaría a trabajar el lunes por la tarde. El había encontrado trabajo en una gestoría, como contable, y empezaba en dos semanas. Con el dinero que cobrarían, habían hecho cálculos y podrían alquilar un estudio, no necesitaban más, para vivir los dos.

            El viernes antes de la carrera, se quedó en casa. Quería descansar y estar preparada para ganarla. Sabía que era difícil, pero estaba convencida de que lo lograría, la fuerza de voluntad que tenia, así lo harían, y si no… si no ahorrarían para irse a vivir juntos y casarse cuanto antes.

            Pedro salió con sus amigos a celebrar su cumpleaños, y a las doce en punto, ella le mando un SMS felicitándola. Después, se dio a sí misma un masaje en los pies con una crema hidratante y se acostó, poniendo el despertador para las ocho de la mañana.

Cuando se despertó se dio una ducha relajante y se vistió con un pantalón corto de deporte y una camiseta de tirantes holgada. No llevaba sujetador debajo, nunca lo llevaba, tenía unos pechos pequeños y siempre firmes que no necesitaban de sujeción alguna., y le daba igual que sus pezones se endurecieran y se vieran tras la tela. Eso ponía cachondo a Pedro, y a ella le gustaba eso.

            Se despidió de sus padres, a los que pidió que no fueran a verla correr, ya sería bastante que se enterasen por la prensa y la tele que se había descalzado para correr, pues seguro que eso sería noticia, con lo que no le apetecía que lo vieran en directo y trataran de impedírselo.

            Sabia que discutiría con ellos por su decisión de descalzarse, y seguramente estaría castigada, como poco hasta la semana siguiente, cuando cumpliría los dieciocho y se podría ir de casa y hacer lo que quisiera, y una de esas cosas era descalzarse para siempre.

  

Fue en metro hasta la salida de la carrera, en donde había quedado con Pedro. Allí, le encontró, le abrazó y besó felicitándole.

            -- Feliz cumpleaños amor mío.

            Pedro sonrió, y la acompañó hasta la mesa donde se repartían los dorsales. Allí, Sonia enseñó su carnet de identidad, y tras identificarla como una de las corredoras inscritas, la dieron el dorsal 7437. Miró la hora. Faltaba poco más de media hora para que empezara la carrera y ya había muchas participantes en la línea de salida.

            --¿Vamos para la salida? – dijo a Pedro.

            Este asintió, cogió a Sonia de la mano y la acompañó hacia donde las corredoras se agolpaban. Muchas realizaban ejercicios de estiramiento, de calentamiento, saltaban sobre el mismo sitio… Estaban calentando, y Sonia, empezó a calentar los tobillos para la carrera ante la mirada atenta de Pedro que miraba sus pies calzados con las deportivas Nike y con los calcetines blancos de deporte de la misma marca con aire ausente y triste. Sonia, sonriente, le miró y le guió un ojo.

            -- Tranquilo mi amor, todo llegará.

            El sonrió abriendo los ojos.

            -- ¿Vas a hacerlo al final?

            Ella asintió sonriendo y siguió calentando.

A las doce menos cuarto, por megafonía se pidió que solo las participantes estuvioerna en la calzada, y que los acompañantes se retirasen.

            Pedro se acercó a Sonia y se besaron en la boca.

            Entones, antes de que este se retirara y ante la mirada de las demás participantes, de los acompañantes de estas, de la gente que se agolpaba tras las vallas de protección y estaba de público en la salida, de la prensa, que rápidamente fotografiaron y grabaron la escena sorprendidos ye ilusionados por el titular que eso aportaba, ante la mirada de los jueces que no dijeron nada pues ninguna norma prohibía lo que estaban viendo, Sonia se descalzó las deportivas que traía y después se quitó los calcetines, dándoselos a Pedro y sonriéndole mientras este sonreía también y admiraba los blancos pies de la chica. Unos pies delgados, largos, estilizados, de arcos pronunciados y dedos finos, de uñas blancas perfectamente recortadas. Nadie dijo nada. No había ninguna regla que prohibiera a una chica correr la maratón descalza, y ella lo haría así.

            -- Feliz cumpleaños amor mío. – dijo ella besándole. -- Te veo en la meta.

            -- Gracias cariño. – guardó un segundo de silencio que se hizo eterno y después siguió -- Si no te ves capaz, si te duelen mucho los pies, si sientes que debes abandonar. Hazlo. Pide ayuda a alguien y llámame como puedas al móvil. Yo estaré en la meta, pero iré a donde me pidas.

            Ella sonrió.

            -- Te he dicho que te veo en la meta, y así será, aunque tenga que llegar arrastrándome.

            Besándola de nuevo se alejó con las zapatillas de ella en la mano, metiendo dentro de estas los calcetines, se fue hacia las vallas, quedándose para ver cómo salía de la línea de salida, para después irse hacia la meta, donde la vería cuatro horas después.

Sonia daba saltitos cobre si misma mientras las corredoras miraban sus pies descalzos y blancos.

            La chica no lo hacía por calentar, si no porque el asfalto la estaba abrasando los pies. Quizás, se dijo, debería de haberse dejado por lo menos los calcetines. Sentía ya sus plantas arder, y empezaba a sentirse molesto, y apenas había estado parada sobre sus pies un minuto.

            Sabia que al empezar a correr, al no estar apoyada en ningún momento durante más de unas milésimas, lo que tardaba en dar a cada zancada, el calor seria menos perceptible, aunque aun así, sabía que acabaría con los pies abrasados por el asfalto y las chapas de alcantarilla que pisara durante el trayecto.

            Sabedora de que era objeto de muchas miradas, sintiendo como la prensa y muchos curiosos la fotografiaban y grababan, Sonia sonrió abiertamente y se puso en posición, con las piernas dobladas, los pies firmes en el suelo y el cuerpo ligeramente echado hacia adelante cuando los jueces dieron la orden, sintiendo el abrasante asfalto quemara sus plantas suaves y blancas. Aguantando el dolor, por Pedro, por ella, por ambos, por amor, porque había decidido hacer esto, llevar esta vida por él, Sonia esperó la señal del juez para comenzar la carrera. Por fin, justo a las doce en punto, el pistoletazo del juez dio la salida, y Sonia comenzó a correr descalza sobre el caliente asfalto de Madrid sintiendo su rugosidad y suciedad en sus plantas. Aquello no acababa si no empezar, y ya apenas soportaba el calor, pero estaba decidida, debía hacerlo, por ella, por él, por los dos.

Desde los primeros metros se situó en un grupo de treinta corredoras en cabeza, que pronto empezó a sacar ventaja.

            El suelo ardía bajo sus pies, y sentía el asfalto quemar sus plantas, lo que la hacía poner cara de dolor, y muecas. A pesar de ello, soportó estoicamente el dolor y pasados diez minutos, era ya tan parte de ella que ni lo sentía.

            Corría ligera, deslizando sus pies por el asfalto rugoso sintiendo las grietas y la aspereza del mismo, sintiendo la suciedad dibujar de gris la suavidad blanquecina de las plantas de sus pies que ardían ya tanto que casi no sentía ni dolor.

            Sentía las miradas de las otras corredoras y del público clavarse en sus pies. Una de las motos que llevaba un cámara que retransmitía la carrera se puso a su lado y la enfocó los pies durante un minuto, después pasó a una toma de cuerpo entero, luego a los pies y luego la adelantó para tomar otra de cuerpo entero y de los pies de frente. Antes ya lo había hecho desde atrás. Las imágenes darían al vuelta al mundo, se montarían varios videos de la corredora descalza de Madrid, máxime si llevaba ese ritmo y acababa entre las treinta primeras, y ya no digamos si ganaba.

            Soplando, respirando tranquila, a buen ritmo, el sonido de las deportivas de las corredoras en el asfalto sonaba como fuertes golpes TOCOTOCTOCTOC y contrarrestaba con el ligero taptaptaptap de sus pies descalzos en el mismo firme que las otras corredoras.

            A los quince minutos ya había recorrido casi tres kilómetros, y sentía los pies arder, pero por ganas que tenia de pararse y meter los pies en agua de alguna fuente de algún parque, se dijo que tenía que ganar esa carrera por Pedro y por ella, y respirando hondo, apretó los dientes y aguantó el dolor imaginándose a Pedro masajeando sus pies, besándolos, acariciándolos, lamiéndolos… y convirtió ese dolor en éxtasis que la dio fuerzas, y apretó el paso, sin gastar muchas fuerzas, empezando a distanciarse junto a otras diez corredoras del grupo.

Cuando estaban llegando a la mitad de la maratón el cielo de Madrid se había oscurecido y cubierto de nubes, y el sol ya no abrasaba el suelo, que aun así conservaba muy bien el calor de todo el día.

            Las corredoras Llevaban ya casi dos horas corriendo, y Sonia sentía las ampollas en sus pies y los pinchazos que estas le transmitían. Unas ampollas producidas más por el asfalto hirviente y el roce con el mismo que por llevar dos horas corriendo.

            El público que encontraban animaba a las chicas, daban vítores y aplausos, algunos fotografiaban a Sonia, otro la señalaban riendo, peor la mayoría admiraba la fortaleza de la pobre muchacha.

            Las motos de las televisiones seguían de vez en cuando sacándola en carrera, sus pies descalzos desde atrás, de lado de adelante, ella de cuerpo entero desde atrás, de lado de frente… Esta chica seria noticia en los telediarios de la noche y en los diarios de mañana, y durante unos días. Su valor seria constatado en prensa, radio y televisión, y a buen seguro seria entrevistada por muchas personas en los próximos días, claro que ella no podía pensar en ello, y menos ahora, ya que la joven, sin poder remediarlo, lloraba de dolor, pero sacaba fuerzas de donde podía para tratar de seguir la carrera.

            No podía rendirse, a pesar de que empezar a sentir punzadas en cada centímetro de las plantas de sus pies. Entonces, un chaparrón de agua, típico de las tormentas de verano, empezó a caer en la ciudad y enseguida las calles se llenaron de agua y de charcos que corría calle abajo. Sonia, sonriendo, agradecida, fue buscando los charcos y metiendo sus pies descalzos en ellos sin dudarlo, sintiendo como el agua calmaba sus pies, los relajaba, quitaba ese ardor terrible que sentía desde hacía dos horas y la daba fuerzas para seguir a pesar de los pinchazos que las ampollas la producían.

            Agradecida por la lluvia que llenó de agua y charcos las calles de Madrid, Sonia siguió corriendo, quedándose sola en cabeza con cinco corredoras al abandonar la carrera una sexta, que no dudo en apartarse a un lado y descalzarse para empezar a frotar sus pies por encima de los calcetines con gesto de dolor mientras se preguntaba a si misma que si ella estaba así, como estaría esa chica tan valiente que corría descalza.

  

Hacía ya rato que habían salido de la casa de campo, donde el asfalto lleno de arena fina se había hecho resbaladizo por la lluvia y provocado caídas a las corredoras que llevaban demasiado nuevas las deportivas. Sonia, más calmada del dolor por la lluvia y los charcos que había pisado, había bebido agua de un puesto de avituallamiento y se sentía con fuerzas renovadas, a pesar de los pies la dolían cada vez más.

            En cabeza seguía ella con otras cinco, y no se veía cerca a más corredoras. Las sacaban mucha ventaja, y eso las permitió aminorar el paso, lo que hizo que la punzadas de dolor en las plantas de los pies de Sonia fueran mayores, volviéndola a provocar muecas de dolor y alguna lágrima. Pensar en Pedro, en sus manos en sus pies, su boca lamiendo sus plantas, chupando cada dedito, en como la polla se le ponía dura bajo sus pies, entre ellos, en los masajes que le daría cada noche, con crema hidratante para sus pies -- cansados y ásperos tras un día andando descalza por las cocinas del Burguer King, donde sin duda se le podrían tan sucios que parecería que lleva zapatos --  en lo mucho que le gustaba verlos, tocarlos… pensar en todo ello la hizo dejar de sentir dolor y transformarlo de nuevo en placer y en fuerzas. Notó de nuevo los pezones ponérsele duros al pensar en Pedro lamiendo sus pies, en la polla de Pedro entre sus pies, en cómo le penetraba suavemente cada vez que hacían el amor, en como manejaba esos pezones con sus dedos hábilmente, presionando y soltando, tirando y soltando, mordiendo y soltando… Presa del éxtasis y llena de fuerzas, deseando masturbarse, Sonia apretó el paso y empezó a correr lo más fuerte que pudo, buscando aun charcos, chapoteando sus pies descalzos en ellos, calmándolos de dolor y ardor y limpiándolos y manchándolos a la vez más aun, dejando así, tras de sí a las cuatro corredoras que estaban en cabeza junto a ella mirándolas asombradas al ver como la chica descalza apretaba el paso y daba grandes zancadas alejándose de ellas, que tardaron en reaccionar.

  

Cuando empezó a enfilar ya la carrera por el parque del retiro, él público que estaba allí, que ya sabían todos de la noticia de una chica joven y descalza en carrera, dieron vítores de alegría y rompieron en aplausos al ver que la joven que se acercaba, casi arrastrando los pies, llorando, cojeando y temblando por el esfuerzo sin que tras ella se viera a nadie más como para poder darla alcance, era la chica descalza.

            Sonia tropezó dos veces en los últimos doscientos metros levantándose del suelo con gesto de sufrimiento y dolor. Algunos de los que la vieron caer ya podían ver sus pies, y exclamaron al ver el estado de estos. A pesar de la suciedad, la cual se deslizaba por sus plantas por estar los pies mojados, tiñéndola de gris y marrón toda ella, se veían las ampollas y las heridas que se le habían formado en las plantas. Entre el público empezaron a sonar gritos de ánimo. Sonia se levantó una  vez más, llorando pero sonriendo, al ver la meta tan cerca, la chica miró hacia atrás. Una corredora entraba cojeando tras ella a unos cincuenta metros. La joven Sacó fuerzas de lo más dentro de sí, y volviendo a apoyar sus dos pies en el suelo, hizo el último esfuerzo y corrió los últimos cincuenta metros entrando en la meta con los brazos en alto y arrastrando sus pies nada más hacerlo. Lo había logrado, Sonia había terminado la carrera y nada más cruzar la meta, unos metros después, se derrumbó ante los gritos de la gente mientras estos rompían en aplausos ante la proeza que la chica había logrado.

            Apenas unos segundos después de ella, entró cojeando también la otra chica que miraba asombrada y asustada a Sonia, sin poder evitar sentir lástima y rompiendo ella misma en aplausos ante el logro de Sonia que gemía y lloraba de dolor en el suelo, a pesar de que era feliz pues sonreía feliz sin casi poder creérselo.

            Lo había logrado, había ganado, había corrido los 42 kilómetros en algo más de cuatro horas, y lo había logrado a pesar de lo mucho que había sufrido durante todo el recorrido, muchísimo más que cualquier otra corredora. Sus plantas descalzas estaban tan sucias, ampolladas y magulladas que hubo varios gritos de exclamación. Sangraban por varias heridas abiertas y supuraban por las ampollas que se habían formado en sus plantas suaves y vírgenes durante la carrera.

            Rápidamente, un chico joven, como ella, salió de entre la multitud y la cogió en brazos, ella sonriendo se agarró a él con sus brazos rodeándole el cuello y dejó caer la cabeza sobre su pecho. El chico corrió llevándola a la enfermería mientras la prensa trataba de seguirles para sacarle unas palabras. Cuando llegaron a la enfermería, la enfermera y un doctor les pidieron que se quedaran fuera esperando, y entraron con Sonia y Pedro. Ella seria la principal atendida. Esos pies estaban muy lastimados y a pesar de que había sido decisión de ella correr así, merecían toda la atención, cuidados y mimos que pudieran recibir. Por eso dejaron al chico, su novio según dijo la chica tras besarle en los labios, quedarse allí.

            Rápidamente, dos jóvenes enfermeras empezaron a lavar sus pies negros de suciedad con agua caliente, una cada pie, y el escozor y dolor al sentir la esponja en sus laceradas y magulladas plantas la hicieron gritar de dolor y llorar más fuerte. Enseguida, el chico que la cogió en brazos la abrazó calmándola mientras las eficientes enfermeras lavaban esos pies destrozados y el doctor curaba sus rodillas lastimadas por las caídas. Afuera, los aplausos y vítores hacia la chica que había ganado la maratón eran estruendosos y la prensa trataba de acceder para entrevistar a la corredora descalza, a la nueva Zola Budd, como la llamarían mañana en la prensa dando la reseña de la ganadora de esta Maratón.

            --Tranquila cariño, tranquila... – susurró Pedro besándola -- Ya está, ya paso todo... Has ganado, lo has logrado. Y la besó la frente.

            -- Lo he conseguido amor mío, por ti. Feliz cumpleaños. -- susurro la chica sintiendo ahora una fría pomada en sus pies que estaban recibiendo un delicioso masaje de manos de la enfermera y que calmaba su dolor, el ardor por haber estado corriendo sobre el caliente asfalto de Madrid que había ampollado salvajemente sus pies.

            -- Gracias cariño. Si, lo has conseguido, has ganado, y estoy feliz. Es el mejor regalo que nadie me haya hecho nunca. - respondió el hombre mirando esos pies temblar de dolor, seguro de que tendrían un aspecto terrible y que tardarían días en sanar. -- lo has conseguido.

            -- Entonces... – dijo ella empezando a llorar presa de emoción.

            -- Si cariño -- susurró él -- Me casaré contigo.

            Y fue hasta sus pies destrozados para colmarlos de besos y caricias.