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La condenada descalza 4 (por Falaka1 y Dg2001)

en Fetichismo

LAS HERMANAS ALONSO

AMO DE TUS PIES DESCALZOS

Y

DG2001

Martínez sonrió mientras veía los suaves pies de Almudena deslizarse por la suave alfombra y salir de su despacho acompañada de su fiel Isabel.

Una vez se quedó solo miró la hora. Eran las once de la mañana. Elena, su mujer habría vuelto ya del mercado y estaría preparando la comida.

Martínez sonrió, como siempre que se imaginaba a su joven mujer andando descalza por las calles de la ciudad para ir a la compra y para volver de esta, cargada con las bolsas, sintiendo el áspero asfalto bajo sus descalzos pies.

Con la sonrisa en sus labios marcó el número de su casa y tras tres timbrazos contestaron al otro lado. Lo hizo Mónica, la hermana de Elena.

-- Residencia Martínez, buenos días.

Martínez sonrió, La chica estaba bien enseñada y educada. Había merecido la pena su educación e internarla en el colegio en vez de darla la posibilidad de ir y venir a casa cada día.

Ayer regresó tras su último año, y mañana será su cumpleaños. Martínez desea que llegue ese momento más que nada, pues la chica cumplirá por fin los dieciocho años, y podrá disfrutar de esos pies plenamente.

Hasta ahora Mónica solo estaba obligada a ir descalza, y Martínez no podía aplicarle ningún castigo. Era el trato que había llegado con su mujer cuando se casó con ella.

-- Hola Mónica. Dile a Elena que se ponga.

-- Aun no ha llegado. ¿La digo que te llame?

-- No, no. No hace falta.

Sin decir nada más colgó y se quedó pensativo. Su cabeza empezó a evocar el momento en el que conoció a Elena. Fue hace seis años. La muchacha era la hijastra de un amigo, y por aquel entonces solo tenia dieciséis años, o más bien los cumpliría unas semanas después, y su hermana acababa de cumplir los doce.

Ambas hermanas cumplían los años en el mes de junio, pero con casi cuatro años exactos de diferencia.

SEIS AÑOS ATRÁS:

Martínez recuerda como después de comer estaba sentado en el salón con su amigo Iván Alonso. Ambos estaban bebiendo una copa de brandy y fumándose un puro habano, usando como cenicero las plantas de los pies de la criada de Alonso, una mujer de treinta años que entró a su servicio al nacer su segunda hija y morir la madre de esta al darla a luz.

Ninguna de las dos muchachas era hija de Alonso, aunque ambas llevaban su apellido. Iván Alonso se casó con la madre estando esta embarazada de seis meses de su hija, Mónica. Desde que la madre murió se hizo cargo de ambas.

La hija pequeña de Alonso había llegado poco antes del colegio. La joven vestía un sencillo uniforme de falda roja camisa blanca y jersey negro. Sus piernas estaban enfundadas en medias rojas y sus pies calzaban mocasines. Les saludo desde la puerta y subió a su dormitorio, donde se encerró a hacer los deberes.

-- Aun es muy joven – dijo Alonso sonriendo – Solo anda descalza por casa, y la dejo hacerlo hasta con las medias y calcetines. Pero en cuanto cumpla quince, justo dentro de tres años, al acabar ese curso. Cuando empiece el siguiente, lo empezará en el centro donde su hermana ha estado ya este último año, y estará hasta que acabe. Ambas estarán hasta que acabe.

Martínez asintió y dejó caer el ascua de la punta de su puro en la planta del pie de la mujer, curtida tras más de diez años de andar descalza, que no emitía queja alguna.

Martínez pudo adivinar las secuelas de una reciente azotaina con un látigo, pues diversas líneas finas cicatrizando cruzaban la superficie amarillenta y áspera de esos preciosos pies. Alonso le imitó y extendió ambas con la punta de su puro humeante y con la punta roja, acariciando así las superficies haciéndolo incluso en los suaves y blancos arcos, sacándole un gemido y unas lagrimas de dolor a la criada. Ambos hombres sonrieron y siguieron fumando.

Media hora después de la llegada de su hermana, llegó Elena. La joven vestía también un uniforme, casi igual que el de su hermana, pero el color predominante en vez del rojo era el verde, y sus pies estaban totalmente descalzos. Ni unas medias, unos calcetines siquiera cubrían unos pies tan bien formados y tan hermosos que Martínez los deseo al momento a pesar de la inocente juventud de la chica.

La recién llegada saludó desde la entrada y fue hasta su padre, le besó y tras dejar la mochila en el suelo se tumbó en el suelo junto a la criada y alzó las piernas en ángulo recto para mostrar las plantas de sus pies a ambos. Martínez las miró embelesado. Eran hermosas. Sucias, grises casi negras, las plantas de aquella joven presentaban cortes recientes que habían dejado de sangrar hacia poco. La joven comenzó a llorar.

-- Me han castigado en la caja padre.

Alonso emitió un gruñido y la ordenó levantarse.

-- Lávate los pies y cúrate esas heridas.

La joven asintiendo se levantó y fue escaleras arriba hacia su cuarto. Allí, en su baño particular se lavaría sus pies, se sacaría las astillas de cristal que tendría tras haber estado en la caja y se desinfectaría las heridas. Después bajaría de nuevo.

-- Jamás la he puesto la mano encima – dijo Alonso – Hasta que ella tenga los dieciocho y salga de ese centro, ese placer se lo dejaré a sus profesores y director. Soy su padrastro, no un sádico cruel.

Martínez sonrió, pero solo podía pensar en esas sucias y laceradas plantas.

-- La caja es un castigo especial del centro.

>> La alumna permanece de pie en una caja de madera llena de cristales que se rompen y astillan bajo su peso y clavándose en su pies. Muchas veces mientras esto ocurre son azotadas en el culo. Yo pedí por escrito que no la lastimaran otra parte que no fuera los pies, por lo que si se merece esos azotes en el culo, tras estar de pie en la caja, recibirá el doble de azotes en sus pies de los que debía de recibir en su culo.

Martínez asentía sin dejar de pensar en la joven que acababa de ver. Tan absorto estaba que no se dio cuenta cuando esta volvió. Vestía aun su uniforme escolar, solo que se había quitado el jersey y estaba sola con la camisa. La muchacha pidió permiso para pasar, y al concedérselo, corrió junto a ellos, y se tumbó en el suelo de nuevo, mostrando sus pies. Las plantas estaban ahora limpias, y los cortes, que apenas sangraban ya, se veían nítidamente en la superficie de las plantas de esos pies blancos, aun no tan resistentes como debían, pero que ya habían probado el andar descalza durante los últimos nueve meses. Martínez estuvo tentado de nuevo de verter su ceniza en esos pies, o de tocarlos, pero se contuvo.

Alonso dio su aprobación y la muchacha se marchó de nuevo escaleras arriba.

-- Gabriel. Tengo que confesarte algo.

Martínez atendió a su amigo que apaga su puro en el centro de los pies de la criada, abrasado en parte sus suaves arcos y haciéndola ahogar un aullido de dolor pero lagrimas de pena y sufrimiento, mayores aun al imitar Gabriel a su amigo.

-- Me estoy muriendo. – Martínez abrió la boca para decir algo pero no pudo – Me quedan como mucho seis meses de vida. Como sabrás, no tengo familia, ni hermanos, ni nadie a quien dejar el cuidado de mis hijas.

Martínez casi saboreaba el momento que iba a vivir. Se apenaba por su amigo, pero en su mente solo podía ver esas jóvenes plantas dentro de dos años, cuando ya sea mayor de edad, sufrir bajo sus castigos. ¿Acaso su amigo le iba a pedir lo que el deseaba?

-- Quiero que cuides de ellas cuando yo muera. Se que lo Haras sabia y debidamente.

Martínez asintió ocultando su ansia de que la joven Elena estuviese ya con él, y tuviera la edad para poder azotarla. El, al igual que Alonso, no gozaba castigando a menores, aunque si podía consentir que otros lo hicieran, incluso disfrutar con la visión o la imaginación, el seria incapaz.

-- Dalo por hecho.

Y Sonriendo, Alonso sacó otros dos puros y una cerilla, la cual raspó en la planta del pie de la criada, encendiéndola y se encendió el `puro. Le ofreció otro a Martínez con otra cerilla, que encendió de igual manera y ambos comenzaron a fumarse un nuevo puro sin oír los lamentos y quejidos de la criada.

 

Ese septiembre, las dos hermanas Alonso ya estaban al cuidado de Martínez.

Este siguió con las ideas de su amigo, dejando a la pequeña disfrutar aun de su condición de "no descalza" y siguiendo con el internamiento de Elena en ese colegio tan especial.

Martínez disfrutaba de cada inspección de esos pies con el deseo de azotarlos o quemarlos con su puro, pero sin apenas ponerles la mano encima. Alguna vez pasaba el dedo por ellos, cuando estaban limpios, sintiendo la áspera piel curtiéndose poco a poco.

La joven siguió llegando a casa llorando cuando sus castigos eran más crueles, y recibiendo la consolación de Martínez, quien incluso una vez la aplicó el mismo el ungüento en sus pies.

Martínez recuerda perfectamente el último día de clase de Elena, justo el mismo día que la chica cumplía dieciocho años. Cuando llegó a casa, Martínez la hizo sentarse en el sofá antes de subir a su cuarto, como cada día, a limpiarse los pies.

-- A partir de ahora deberás elegir.

Elena le miró fijamente.

-- Eres mayor de edad y puedo desentenderme de ti. Solo quedarme con tu hermana. – Elena le miró casi llorando – O en cambio, si deseas quedarte y estar cerca de ella siempre, o hasta que ella sea mayor de edad y decida irse, puedes casarte conmigo. Eso sí, esos pies tuyos han de seguir siempre descalzos, y desde ahora, podrán recibir por parte mía el mismo tratamiento o peor del que han recibido estos años en el colegio.

Elena, llorando, miró a Martínez y le sonrió.

-- Prométame que no hará daño a mi hermana nunca.

-- ¿Te lo he hecho a ti?

Elena negó con la cabeza.

-- Tu hermana será internada en tu colegio en cuanto cumpla los quince. Prefiero que la tengan allí siempre para que no vea lo que te hago y lo que la puede esperar a ella cuando cumpla los dieciocho. Entonces, no te puedo prometer que no la empiece a tratar como se merece.

Elena abrió la boca para protestar pero se lo pensó mejor.

-- Es esta opción o echarte ahora de casa sin nada.

Elena suspiró, cogió aire y llorando asintió.

-- De acuerdo.

Martínez sonrió.

-- Bien, entonces, hoy empezaremos tu nueva educación.

>> Sube a cambiarte y baja después. Lávate bien los pies.

Elena asintió y con lágrimas en los ojos obedeció. Subió a su dormitorio, se lavó los pies, cambió de ropa, poniéndose una sudadera y unos pantalones vaqueros cortitos.

Cuando acabó, salió y fue a asegurarse de que su hermana estaba bien. Mónica estaba sentada ante el ordenador chateando con una amiga. Elena sonrió. Su hermana jamás había visto como la torturaban, a pesar de que sabía lo que la hacían en ese colegio, pues ella la estaba preparando para su futuro, y la joven veía, y había tocado el resultado de esos castigos en sus pies. Por ello no quería que lo viera ahora, así que sin pensárselo dos veces, la cerró por fuera y bajo con cuidado las escaleras.

Martínez la sonrió nada más verla y la señalo el sofá.

-- Ponte de rodillas sobre el sofá dándome la espalda, dejándome ver bien tus plantas.

La muchacha obedeció, y se puso tal y como le dijo Martínez. Al hacerlo notó como este la ataba juntos ambos pies con un cinturón, y ya antes de que su castigo empezara, Elena empezó a llorar, y cuando sus pies comenzaron a recibir los azotes en sus plantas, tardó apenas diez en llorar a lagrima viva sin importarle que eso animará a Martínez a azotarla cada vez más deprisa y más fuerte mientras la cantaba el cumpleaños feliz una y otra vez y hacia estallar el cuero del twase en sus plantas del pie una y otra y otra vez, hasta que la joven perdió la noción del tiempo.

Aquel, el primer día, que Gabriel recuerda con excitación, azotó las plantas de los pies de Elena con el Twase durante quince minutos. La joven casi se desmaya al acabar, y no se pudo mover del sofá hasta pasado un rato de la aplicación del calmante en pomada que se dio ella misma tras darle él la caja con una sonrisa. La muchacha durmió ese día aterrada por la posible visita de su futuro marido para propinarle una nueva paliza, que tampoco se hizo esperar, pues se le propinó al día siguiente, a la misma hora. Así, durante la primera semana, Martínez azotó cada noche durante quince minutos los pies de Elena.

El octavo día, estuvo reservado para el anuncio de su boda, y los preparativos de esta.

 

HOY:

 

Martínez dejó de recordar por unos momentos el pasado y cogió el teléfono. Volvió a llamar a casa, y ahora si lo copio Elena.

-- Residencia Martínez, buenos días.

-- Elena. Hoy no iré a comer, pero mañana si, y después me quedaré en casa. Quiero felicitar a tu hermana por su cumpleaños… -- sonrió al decirlo – Personalmente, tal y como hice contigo.

Elena sintió un escalofrío, aquella primera vez jamás se le había olvidado.

            La joven, que en estos años había aprendido a amar, y a temer, a su marido, dejó escapar una lágrima al pensar en lo que la esperaba mañana a su pobre hermana, la cual, a pesar de haber estado internada en ese horrible colegio, había tenido la suerte de apenas haber recibido castigo alguno. Su comportamiento y notas siempre excepcionales, la habían librado durante sus tres años en el centro de la caja y de la tabla, ese cruel tablón de madera lleno de afiladas tachuelas de un centímetro de longitud que atravesaban sin piedad la superficie de las plantas de los pies más resistentes infringiendo un terrible dolor.

            -- Está bien.

            Martínez sonrió. Jamás haría nada con Mónica que no fuera torturar sus pies. No quería mancillar a esa chica, esperaba que ella descubriera sus placeres sexuales con algún novio mas tarde. El ya disfrutaba de su mujer, y no necesitaba ni quería a otra.

            Elena, que los primeros meses odiaba y temía a su marido, había aprendido a amarle, temerle y respetarle por igual. La joven sabia a su vez, que su marido, que también la amaba y deseaba con locura, era un hombre terriblemente severo y justo, pero sin embargo un buen hombre, atento, caballeroso, educado, que nunca le hacía faltar nada, pero que además, sabía de sobra cómo castigarla cuando era necesario y que además se complacía en torturar las plantas de sus pies, unos pies que incluso ella en ocasiones voluntariamente le habría entregado, sumisa, obediente, ardiente de deseo de que su marido tomara sus plantas para que él se las torturase, algo que el siempre había sabido apreciar y recompensar, ya quien las torturas que la infringía en esas ocasiones, en ocasiones más duras que de costumbre, era cuando mejor pasaban una noche de pasión

            -- ¿Tiene que vestirse Mónica de una forma especial mañana?

            -- Eso ya lo veremos mañana.

            >> Un beso cariño.

            -- Un beso. Te amo.

            -- Y yo a ti.

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